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El Edén por Zeltinzin

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La boca me sabe a cigarro. No tengo ni la más remota idea de dónde me encuentro, la última vez que mi memoria pudo registrar algo estaba bailando muy pegado al cuerpo de un chico de ojos color miel, sus labios límpidos eran un tesoro, una montaña infinitamente alta o un praliné de oro.  Después todo se vuelve borroso y nauseabundo, los colores y los olores se confunden en una masa trémula de músculos y voluntad arisca.

He despertado en el piso de una sala ajena o debería decir anónima, los muebles son de un estilo antiguo de pésimo gusto. Hay una mesa de café entre los sillones rústicos que, estoica, soporta el peso de varias botellas.

A mi alrededor, cuerpos envueltos en un aura de decadencia y depravación, se disputan el pequeño espacio del piso de baldosa para dormir. No reconozco a nadie y nadie me reconoce a mí, parecen desmayados del cansancio o de la embriagues, pero no, solo están en la modorra previa a la intensa “cruda”. ¿Cuánto daría yo por estar a su lado viviendo la impudicia de la inconciencia? Mucho, daría mucho, tanto que me quedaría sin ganas de vivir.

Lentamente obligué a las partes de mí que todavía respondían al impulso de supervivencia a moverse. Sorteé un par de chicos que estaban durmiendo abrazados y llegué hasta el comedor.

— ¡Que loca fiesta! ¿No? — me habló una mujer de aproximadamente veinte años con una sonrisa en el rostro.

—Muy loca — ¿Cómo debería continuar? “¿Dónde chingados estoy? ¿Cómo mierda llegué aquí?” Muy grosero — ¿Tú eres la dueña de la casa? — Mejor.

— No — es lo único que contesta. Comía frituras de queso, manjar de dioses en una borrachera. Están duros y no saben a nada, el queso es sintético y hacen un daño terrible al estómago; lo mejor para desayunar.

—¿Sabes dónde hay un baño?

—No, otro niño me pregunto lo mismo. Salió al patio, seguro él sabe.

Caminé directamente a la puerta que da al patio, al tratar de abrirla un crujido me advirtió que rompí algo. No es mi casa y estoy a punto de largarme, me da igual que se rompa el santo grial. Empujé la puerta y una maceta de barro escupió tierra por las grietas que le hice. Si yo fuera el dueño estaría enojado.

Una mancha borrosa parada frente a un seto se remueve en su sitio y emitió un gruñido.

—¡Benjamín! — dijo la mancha. — Hijo de tu puta madre, ayer te pusiste tan ebrio.

La mancha se acerca lo suficiente para reconocerla, es mi amigo Mateo, lo que me desconcierta aún más, ¿en qué momento me encontré con él?

—Mateo ¿qué haces aquí? ¿Qué hacemos aquí?

—No sé muy bien lo que ocurrió, lo que recuerdo es que me llamaste en mitad de la noche y dijiste que fuéramos a beber a la casa de, y cito, "un cabrón hermoso”. Y mírame ahora, orine el jardín de ese cabrón.

—Vámonos de aquí.

Antes de salir triunfantes, hice una escala técnica en los setos y los oriné con la egolatría que se guarda en los testículos después de una noche de sexo. La maceta ya no es una maceta, es un montículo de tierra incrustada con pedazos ángulos de barro, la puerta que da al patio tiene manchas rojizas en la parte de abajo. Me repito, si yo fuera el dueño, estaría muy enojado.

Afortunadamente, encontré el Lincoln dónde lo deje, estacionado en la esquina. Subí con mateo y tomamos rumbo a nuestras casas. Necesito un baño con agua hirviendo y unas pastillas para aliviar el prurito mental.

—¿Que le dirás a tus papás ?— dijo Mateo, a la vez que encendió un cigarro.

—¿Sobre que desaparecí sin avisar? Mamá está en otro estado, en una junta de negocios o algo así, y papá no sé dónde esté, pero donde está no puede decirme nada.

—¿Cuánto semen comiste? Puta — expulsó el humo por la boca, y el viento que entra por la ventanilla se lo lleva. Antes de contestar me río muy fuerte, la manera tan pesada en que nos hablamos no la comprendería mucha gente.

—Lo suficiente para embarazar un elefante, siento las pataditas del bebe, eso o son pedos atorados — los dos soltamos risillas tontas.

—Toda la noche baile con un muchacho de ojos verdes, me dijo su nombre pero ya se me olvido, también conocí a una niña que parecía niño, la típica lesbiana que es más macho que un albañil. La fauna con que nos topamos es de un submundo al cual no pertenecemos ni tenemos derecho a pertenecer, hombres vestidos de mujeres, mujeres vestidos de hombres, esa gente vive como quiere vivir.

Sin quererlo o sin pensarlo ya estábamos frente al fraccionamiento donde vivimos. El Benjamín que vive de noche no se lo imaginan los vecinos del Benjamín que vive de día. ¿Cómo reaccionarían si supieran que he besado más hombres que todas las mujeres frígidas que habitan esta calle?

—Tienes que invitarme a más fiestas como esa, perrita — Mateo bajó del auto y arrojó la colilla, todavía encendida, al jardín de una vecina psicópata.

—Es un hecho — dije y le lancé un beso antes de meter el MKZ al garaje

______

Son las 3:25 de la mañana, me he levantado a lavarme los dientes y a dar de comer a Tulipán. Me miró con sus ojos tristes, olfateó el trozo de carne que había en el plato y después, sin mirarme, regreso a su cama. Es una perra muy malhumorada.

Antes de salir a caminar a la calle me puse mis mejores ropas para impresionar a las ánimas nocturnas. Algunos carros solitarios atraviesan la avenida, la furia de sus llantas quema el pavimento y yo no me doy cuenta de que el humo gris que asciende desde el asfalto hasta las nubes trae consigo millones de estrellas. Subí al puente peatonal con la esperanza de ver al amanecer desnudarse frente a mí.

Un vagabundo tirita de frio en un escalón del puente, me quité la chamarra y la tendí sobre él. Solo me quedan los jeans y los converse, mi torso desnudo reciente el cambio de temperatura y se contrae en espasmos tímidos por las corrientes del viento helado. Me entran unas ganas de llorar que no quiero reprimir. El vagabundo cambia de postura, y la chamarra cae desde el puente a un charco de lodo.

El vagabundo se levantó y me miró a los ojos.

—¿Cómo te llamas? — preguntó. — Yo no tengo nombre, lo cambie por una hogaza. Duermo en las escaleras de este puente porque el piso me da miedo. Una vez me senté sobre la banqueta y la gente me daba monedas sin ninguna razón. Le tengo miedo a la condescendencia disfrazada como ensalzamiento de las virtudes propias.  Tú me has dado una chamarra y tienes el pecho descubierto. No me ocultas nada.

Los dos nos acomodamos en el penúltimo escalón. Tulipán ladraba en la distancia.

—Me llamo Ariel. Yo te daré un nombre, te llamare Trigo.

—No deberías salir a estas horas, las abejas te pueden confundir con una flor y llenarte de polen. Las palomas te pueden confundir con su cría y llevarte a su nido — dijo Trigo.

—Salí porque la tristeza de mi casa me aplasta.

—Te aconsejo que la estrangules con hilo de lágrimas.

Me imagine tocando el piano, mis dedos se apretaban furiosos las teclas de marfil. Estaba interpretando la polonesa número 6 de Chopin con gran maestría, en el último movimiento las cuerdas se rompieron y la música dejó de sonar. Me levanté para mirar el interior del piano y encontré un tiburón devorando una foca.

A mi lado, Trigo había vuelto a dormir.


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