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In the name of the Father... por Thelovearesick

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Notas del fanfic:

Bueno, antes que nada quisiera agradecer a todas aquellas personas que quieran leer esta nueva entrega. Intentaré actualizar lo más rápido posible e intentaré que sea una historia un poco más larga de lo que acostumbro escribir. Lo curioso de esta historia es que me inspiré escuchando Hellfire del Jorobado de Notre Dame, siendo interpretado por una chica de 16 años llamada Anna, les recomiendo buscar el cover en Youtube, considero que es digno de escucharse.

Notas del capitulo:

Otras de mis fuentes de inspiración fueron los Fanarts subidos a Tumblr en donde se aprecia un AU de Eddie Gluskin versión Clerical, siendo una idea muy original y una perspectiva interesante, me decidí por abordar el tema entonces, tomando como referencia el punto de vista de Eddie en esta ocasión. Es poco común encontrar historias en donde se aborde su respectiva tan a fondo. Sin más preámbulos, espero disfruten la historia.

Pureza. Esa palabra resonaba en su mente mientras meditaba en silencio, encerrado en la habitación en penumbra. Únicamente la luz de una vela alumbraba ligeramente la mesa en donde posaba sus codos, mientras sus manos juntas empezaban a presionar el rosario que yacía entre sus dedos. Sus rezos se volvían constantes, inquietantes y elevados mientras sus ojos se cerraban con fuerza, intentando aclarar las imágenes mentales que había captado en días anteriores.

 

Por desgracia para él, su mente no dejaba de atormentarle con esa imagen constante de aquel desconocido en los primeros asientos de la catedral. Recordaba a la perfección ese semblante solemne en su juvenil rostro, acompañado de un par de ojos tristes que miraban a la nada con una verdadera tristeza impregnada.

 

Aquella dulce mirada con la que se topó por unos segundos fue lo suficiente para hacer sentir a su cuerpo una electricidad instantánea que le recorrió de pies a cabeza, haciendo incluso que un par de pasos fueran dados para retroceder. Sabía con certeza que la juventud y belleza de aquella criatura era una de las cosas más llamativas, atrayentes y, por que no admitirlo, excitantes que había contemplado en toda su vida.

 

Esos labios delgados y rosáceos, ese semblante afligido, inocente, contemplativo, el cabello de un tono arena que caía con delicadeza, enmarcando los rasgos ligeramente más delicados, con una constitución típica de alguien que todavía no llegaba a su madurez total. Aquellas pequeñas manos que sostenían con cierta firmeza el libro de canticos, mientras intentaba distraerse con desesperación de su entorno.

 

Notaba a la perfección el temblor en su barbilla, las ligeras curvaturas de su torso, la estreches de su cintura, incluso aquel poco perceptible tic nervioso que sus piernas hacían al moverse ligeramente. El joven sostenía con su mano libre la mano de su madre, quien afligida sollozaba a su lado ante la pérdida reciente del marido.

 

Ante tan tentadora imagen, el mayor se relamió los labios al estar centrado en sus recuerdos, dejando que su cabeza terminara por reposar sobre el respaldo de la silla mientras su respiración se hacía cada vez más acelerada y errática. El joven se levantaría entonces de su asiento, caminando a paso firme hasta donde se encontraba el clericó, dejando entrever su atractivo al moverse con la gracia de un verdadero felino, demostrando su belleza juvenil con todo su esplendor. Entonces bien, sus manos se atreverían a empezar a recorrer lentamente la estrecha cintura, subiendo y bajando, alternando su tacto contra las caderas y el estilizado rostro, mientras una sonrisa de complicidad se formaba en ambos al mismo tiempo. Sus rostros, cada vez más juntos, adquirirían nitidez mientras el resto del panorama se desvanecería, estando a escasos centímetros de que sus labios se juntaran, de que sus cuerpos se consumieran en el deseo firme de…

 

— ¿Padre Gluskin? — dijo una voz femenina desde el otro lado de la puerta mientras tocaba con delicadeza, provocando que el mayor volviera a la realidad abruptamente. Un suspiro lamentable salió de sus labios, dejando de lado el rosario al levantarse a abrir lentamente.

 

— Hermana Sofía, ¡que sorpresa encontrarla en mis aposentos! , ¿A qué debo el motivo de su cordial visita? — si bien, el tono Eddie siempre era amable y cortés, era evidente por su postura el nivel de molestia y desagrado que en realidad presentaba en ese momento.

 

La hermana Sofía era en particular torpe. Siendo demasiado joven para su propio bien, era evidente que todas las decisiones que tomaba estaban impregnadas de su inseguridad y falta de prudencia, sobre todo al tratar temas directamente con los sacerdotes y demás miembros de aquella comunidad.

 

Al principio, cuando Gluskin le conoció, le pareció hasta cierto punto adorable y consideraba un deber el poder enseñarle los conocimientos más prácticos sobre la noble vocación de entregar y consolidar la vida al Señor, más con el pasar de los días, las semanas y los meses, aquella risueña joven de tez pálida y ojerosa estaba comenzando a ser una verdadera molestia en su rutina.

 

— Lamento mucho interrumpir sus oraciones y meditaciones, Padre, pero vine a informarle que una mujer le busca en la capilla, dice que es un asunto importante que únicamente puede tratar con usted y que además… —

 

— Si, muchas gracias por su recado, hermana Sofía, infórmele a la gentil señora que en un momento me uniré a ella,gracias de antemano —y sin más que agregar, cerró la puerta en la nariz la hermana Sofía, quien parpadeo con confusión y nerviosismo un par de veces antes de asentir a la nada, dando media vuelta y apresurando el paso en dirección a la capilla, obedeciendo el mandato.

 

El padre Gluskin, por su parte, paso sus manos por su rostro, intentando calmar un poco aquella ola de sensaciones tras dejarse llevar por su malsana imaginación. ¿Cómo era posible que dejara que eso pasara? Ya había aprendido a manejar sus impulsos enfermizos, sus ideas habían sido bloqueadas y sus amaneradas pasiones reprimidas. ¿Por qué volvían a atormentarle entonces ahora?

 

Y es que no era su culpa para nada. Todo era culpa de aquel chiquillo, de aquel maldito y bendito joven que tantos suspiros había causado con su presencia. Maldecía internamente la debilidad de su carne, más lo que maldecía en realidad era la incapacidad para poder conocer su nombre, para poder contactar siquiera con el objeto de su deseo, de poder establecer aunque fuera un par de palabras, conocer la nitidez de su voz y la capacidad bocal de lo que estaba seguro sería equiparable a la dulzura de un verdadero coro de ángeles.

 

Sabía que era una locura idealizar de esa manera un encuentro con un completo desconocido, que muy probablemente no le tomó ninguna importancia al verle, pero era el único consuelo que le quedaba en las noches solitarias en donde el recuerdo de aquel joven le acompañaba. Golpeó con fuerza y rabia la mesa con los puños cerrados, dejando que su cabeza se inclinara lentamente mientras algunas cuantas hebras negras se desacomodaban de su lugar.

 

Esto debía ser una mala pasada de la vida, alguna especie de mofa a su destino ya consolidado, a su vocación, a sus principios morales, a todo lo que representaba como virtuoso a lo largo de su camino. Y es que no era la primera vez que se veía presa de sus impulsos más bajos. Había estado luchando contra esto por tantos años, intentando alejar los pensamientos de su homosexualidad, que consideraba una atrocidad más que otra cosa. El rechazo que sentía por su preferencia era tal que había evitado tener mayores interacciones con hombres que con mujeres, dedicándose únicamente a sus deberes eclesiásticos.

 

Su encierro y aparente apatía social dieron pronto frutos, provocando que en su vida adulta fuera un hombre culto, letrado, experto en muchos temas teóricos y eclesiásticos, amante de las antiguas lenguas muertas como el latín y dispuesto a impartir sus conocimientos y a enseñar dentro de las aulas de aquel recinto todo lo aprendido durante años, manteniendo siempre la más cordial y amable de las actitudes al momento de impartir sus lecciones. Era reconocido y recordado como un hombre severo cuando se le requería, pero al mismo tiempo era justo y comprensivo siempre y cuando las razones lo ameritaban.

 

No era de esperarse que esta fuera la razón por la muchas religiosas, e incluso algunos otros sacerdotes, tuvieran ciertas reservas y cautela ante el tan conocido temperamento del Padre Gluskin, quien era el encargado de auspiciar las misas con más relevancia y peso dentro de las festividades. Tal respeto conllevaba a una gran responsabilidad, no podía permitirse a sí mismo el verse enamorado cual colegiada del primer joven que aparezca ante sus ojos.

 

Pasando una mano por su oscuro cabello, acomodando pulcramente cada mechón fuera de su lugar, el Padre Gluskin se dispuso a salir de sus aposentos en dirección a la capilla ante las antiguas indicaciones de la Hermana Sofía. Pese a que su caminar siempre era pausado y con calma, las enormes zancadas permitieron que en poco tiempo se viera frente a la puerta, notando a la mujer sentada en las primeras bancas, cubierta de pies a cabeza con un sombrío vestido negro, cubriendo incluso parte de su rostro con un velo. Mostrando una de sus mejores semblantes ensañados, el diácono se acercó lentamente y con solemnidad, sabiendo bien que probablemente sería una viuda. Su sorpresa fue total a reconocer ante sus ojos a la mujer.

 

— ¿Señora Park? — comentaba con ojos bien abiertos mientras su postura se erguía ligeramente ante la viuda Park, estando muy al tanto de las deplorables condiciones en las que se encontraba la mujer ante el dolor, la pena y el pesar. 

 

— Oh, disculpe mucho por interrumpir con sus actividades, Padre, sé que es un hombre muy ocupado y que mi visita puede ser bastante inoportuna. —

 

— Para nada, usted es bienvenida siempre y cuando lo requiera, más aun ante los recientes acontecimientos que la han atormentado en estos días, es normal que intente sentirse reconfortara en estos momentos tan difíciles, que mejor lugar que encontrar ese consuelo en el templo del Señor. ¿Hay algo de lo que le gustaría dialogar en particular? —

 

— Se trata sobre mi hijo, Waylon…— El Padre Gluskin se quedó por un momento callado, tomándose su tiempo para sentarse al lado de la señora Park, tomando de forma casi delicada y fingidamente preocupada sus manos. Su atención e ideas se desviaron completamente del tema central ante la mención de aquel nombre, que despertaba un genuino interés por su parte, un interés de otra categoría.

 

— ¿Ha sucedido algo con el joven Park acaso? —. A la señora Park le tomó un momento organizar sus ideas entre sus sollozos y demás sonidos, logrando liberar una de sus manos para pasar un pañuelo por sus ojos vidriosos. Como la madre preocupada que era, todo lo relacionado con su hijo era una preocupación constante ante la juventud y carácter reservado del mismo, siendo cada vez más lejano el poder comunicarse con Waylon.

 

— Estoy preocupada por él. No ha querido salir, hablamos muy poco, se la pasa sumergido en sus pensamientos todo el tiempo…me preocupa que ahora que no está mi marido no tenga una figura que sea su guía y pueda orientarlo de forma correcta —

 

— Es completamente normal que durante el duelo se presenten este tipo de actitudes, señora Park, más aun al lidiar con un adolescente, pasan por muchos cambios y muchas transiciones antes de lograr tener una madurez al crecer. —

 

— Oh sí, yo estoy muy consciente de las problemáticas que conlleva esta etapa, es por eso que estoy tan preocupada. Lo que realmente quería decir, lo que realmente quería pedirle Padre…es que si usted sería capaz de poder darle una guía y volverse su consejero en estos difíciles momentos para ambos, si no es una molestia o distracción en sus actividades…—

 

El silencio los envolvió por un momento. El Padre Gluskin estaba más que sorprendido. Estaba eufórico. Si la señora Park no hubiese estado tan distraída limpiando nuevamente su rostro se habría dado cuenta del particular brillo en los ojos del hombre, en aquel sutil cambio de semblante, en aquella particular sonrisa que se empezaba a formar y que con la misma rapidez desapareció.

 

— No será ninguna distracción, señora Park. Estoy más que dispuesto a orientar en lo que me sea posible al joven, hágalo venir cuanto antes le sea posible… —  

Notas finales:

Gracias por su atención. Recuerden que un comentario motivará al autor!


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