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Broken por Rikka Yamato

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Notas del capitulo:

No tiene pies ni cabeza, pero buh, me gusto. 

¿Qué esperabas? ¿Qué corriera tus brazos y gritara con todo su alma que si? ¿Un beso cómo aquellos que se daban cuando tenían quince? ¿Algo que les llevará a aquella feliz época de sus vidas?

 

Tenía que estar loco para esperar algo así después de todo el tiempo que había pasado, pero esa era la respuesta, estabas loco, eres un maniático enamorado de aquellos bellos ojos que demostraban un alma pura y de aquella sonrisa que te lleva al cielo. Era un loco enamorado por completo de él, y lo sabías, todos lo hacían.

 

Miraste por última vez el camino que tomó, por donde se marchó con el rostro lleno de lágrimas, con el corazón roto y destrozado. Con su alma muerta, igual a la tuya.

 

No podías ir tras él, no era que no quisieras, simplemente no podías ir y romperlo aún más, ya no querías lastimar a ese ser que algún día, aún ahora, te robó el alma, tu sucia alma como ninguna otra, el corazón, frío y desolado como nunca antes nadie ha visto, se llevó por completo tú pútrido ser y trató de limpiarlo.

 

Pero no pudo.

 

Después de tanto tiempo intentando, no pudo, y tú oscuridad le comió, lo llevo a la desesperación, destruyó sus ilusiones y sus sueños fueron pisoteados sin compasión. Todo él fue consumido por ti, y nunca mostraste arrepentimiento, cínicamente decías amarlo al tiempo que lo destrozabas.

 

Cínicamente los besabas y observabas como la luz de sus ojos se apagaba, siempre un poco más con cada roce y cada nueva caricia sobre su piel.

 

Intentaste cambiar, trataste ser una mejor persona, alguien normal. Pero no puedes, sabes que es imposible, para ti ya es demasiado tarde, ya no puedes cambiar, y lo que necesitas no es una buena persona que te cuide, lo que necesitas es alguien que este igual de roto y sucio que tú, por eso trataste de destruirlo con todo tu ser, no querías que fuera para nadie más, y probablemente no lo será, pero tan poco será tuyo.

 

Tu mente te hace rememorar cada sonrisa y mirada que te dio, de alguna forma quiere hacerte pagar por lo que hiciste, por el dolor que le provocaste a aquel ser de luz, aquel que pudo ser tu única salvación.

 

Los días pasan, las noches son frías, las mañanas son duras y las tardes son insoportables. No sales de casa, no quieres ver a nadie ni nada, buscas castigarte, haz dictado la sentencia y piensas cumplirla sin refutar.

 

Tu penitencia será cargar con el recuerdo de un Ji Yong destrozado. Con él recuerdo del amor siendo pisoteado.

 

* * *

 

Los días pasaron, cumpliste con lo dictado, ahora tus ojos, esos que siempre provocaron miedo en algunos y fascinaron a otros, ahora se ven rojos y cansados, tu piel luce pálida, te ves mal, desolado, sin ganas de vivir.

 

Tratas de arreglarte, de lucir mejor, de salir adelante en tu vida, de poder hacer algo mejor. Cambiar tus hábitos, dejas el licor, las fiestas y los acostones ocasionales.

 

En eso se queda todo. Tratas y no puedes, mejor dicho, no quieres, no existe nada que te ayude a querer lograr ese cambio.

 

Ji Yong no está. Y nunca más volverá a caminar a tu lado.

 

Lo viste, a escondidas del mundo, sin poder con aquellas ganas de ver su persona, fuiste y le observaste a lo lejos.

 

Te maravilló su aura, ahora fría y oscura, su mirada desconfiada y despectiva al mismo tiempo, aquella sonrisa petulante. Quedaste fascinado de forma escalofriante y enfermiza.

 

Te gustó aquello que viste y ya no podrá ser tuyo.

 

Y, por un segundo, pensaste en que si se hubieran conocido así, como dos almas rotas, lo suyo hubiera funcionado a la perfección, pero ese no fue el caso y sólo corrompiste a un ángel.

 

* * *

 

Tu vida siguió como si nada pasará, no volviste a ver a Ji Yong, la enfermiza atracción por su nueva aura se esfumó tan rápido como llegó, y no te importó.

                             

Ahora luces mejor, tu aura intimidante creció, tus ojos muestran una escalofriante mezcla entre el desprecio y unas ganas intensas por llevarte a alguien a la cama, tu actitud distante, a veces déspota, llama la atención de algunos pocos, y de otros aprovechados por gemir tu nombre una sola noche, más que eso no conseguirán.

 

El bar de siempre, aquel que ve tus inicios, nunca tus finales. El mismo moreno en la barra sirviendo tragos, el olor a cigarrillo al que estas más que acostumbrado y las personas que te observan con gusto y éxtasis.

 

Pasas una mirada lenta por aquellos que coquetean descaradamente, y paras en un chico.

 

Rubio, piel blanquecina, pequeñas ojeras bajo los ojos, aquellos que te recuerdan algo, una sonrisa tímida y un cuerpo que quieres bajo el tuyo.

 

Lo miras detenidamente y descubres lo que sus ojos esconden y a que te recuerdan, ya los has visto, durante mucho tiempo.

 

Son como... los tuyos. Esconden un descaro que compite con el propio, y unas ganas de ser cínico, comparables a las tuyas.

 

Lo has encontrado. Lo sabes, él también, no lo niegan. Cada poro de su cuerpo implora por su contacto y ansiosos se acercan.

 

-Hola, soy SeungHyun - saluda con una tierna sonrisa, pero él no te puede engañar, y lo saben, pero le encanta jugar y a ti también, por eso no detienes nada y siguen con aquel juego que sólo hace las cosas más entretenidas.

 

Sueltas una risa después de ese breve momento, te mira confundido y sonríes de lado para luego tomar un trago de tu bebida.

 

-SeungHyun -dices, tu voz áspera le hace estremecer al pensar en que repites su nombre - Soy SeungHyun- vuelves a hablar y el chico te mira con la diversión plantada en sus ojos.

 

- Que interesante - no puedes evitar que tu mirada se pose en sus labios, observar lo rosados y apetecibles que se ven - Entonces puedes decirme SeungRi -

 

- Quiero llamarte de varias formas menos por tu nombre - sueltas directo y sin arrepentimiento, el chico te mira y te recorre, vuelve a sonreír y sabes que todo va como ambos quieren.

 

Te levantas y lo tomas de la cintura, le besas el cuello y te detienes en su oído -Déjame mostrarte el cielo - susurrar lentamente, pero algo te detiene en el camino.

 

El chico colocó sus manos en tu trasero y lo aprieta sin pena, no tiene que ponerse de puntitas para alcanzar tu oreja y morderla levemente.

 

- Prefiero el infierno - se aleja y toma tu mano, sueltas una carcajada y le sigues sin protestar.

 

Te encanta como contonea sus caderas, y como su mirada te dice todo y nada al mismo tiempo.

 

Lo encontraste, después de tanto tiempo, encontraste a un alma igual a la tuya.


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