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Dulce amarga despedida. por Sorgin

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Los gritos de dolor inundaron la habitación. El olor a sangre hizo pesado el ambiente. Unas manos ágiles se deslizaban por el cuerpo del herido tratando de detener la hemorragia. Había perdido mucha sangre, apenas le quedaba tiempo. Vivir o morir, jugarse el todo en una última carta. El cansancio, el sudor, las lágrimas, todo dificultaba su trabajo. Termino de coser, una sonrisa escapó de sus labios, lo había conseguido. Cubrió la herida y miro al muchacho daba el aspecto de estar muerto. Por un segundo lo temió; un ahogado gemido de dolor escapó de los labios de su improvisado paciente. Una lágrima corrió por su mejilla, la secó rápidamente, no debía preocupar a los demás.  A fuera esperaban tres muchachos.

 

-Debemos esperar hasta mañana para saber los resultados.- La ropa de la mujer estaba cubierta por la sangre.- Será mejor que me de una ducha. Deberíais dormir un poco.

 

-Gracias por todo Manx.- Aya suspiró resignado ya no podían hacer nada.- Deberíamos turnarnos.

 

-Iros a la cama yo me quedaré.- Youji apretó suavemente el hombro de Omi,- Os avisaré si hay algún cambio.-Omi le miró tristemente, estaba muy preocupado por su amigo.

 

-Date una ducha y cámbiate, si te vas a quedar con él, mejor te pones algo más cómodo. Yo me quedare aquí hasta que vuelvas.- Youji  le agradeció el detalle. Regresó varios minutos después.  

 

Entró en la habitación y observó el rostro de su compañero, estaba más calmado. Los calmantes habían hecho efecto. Parecía un ángel dormido. Algunas de las vendas que Manx le había colocado se habían teñido con su sangre; aunque no en demasía. Era bueno, empezaba a curarse. La herida más preocupante había sido la del costado, era muy profunda y para empeorar las cosas un trozo de metal se había quedado en su interior. La esquirla de acero le había producido una infección, casi no llega vivo. Se lo jugaron, el todo por el todo. Parecía que por esta vez Tanatos no le reclamaría. Suspiro aliviado y sin querer se dejo abrazar por los brazos de su hermano Hypnos.

 

Una cálida mano acaricio su rostro, la retuvo con fuerza. Abrió lentamente sus ojos y se encontró con la sonrisa de Ken.

 

-Túmbate ahora mismo, Manx dijo que no te movieras las heridas podrían reabrirse.- Ken se tumbo con resignación.- Atolondrado, no vuelvas a darme esos sustos.

 

-Pareces mi madre.- Su suave risa inundó el ambiente.

 

-No hagas esfuerzos, ¿de acuerdo?.- Intento arropar al menor; pero este le sujeto la mano.

 

-Youji no finjas. –le miró directamente a los ojos con una pícara sonrisa.- Tu no estas aquí para asegurarte de que me recupere.- Se recostó y acercó sus labios al oído del rubio.- Estas aquí por que quieres acostarte conmigo.- Un deseo que había estado oculto entre las sombras de las noches solitarias de Youji. Cuantas veces se había emborrachado o acostado con mujeres y todo para olvidar a ese muchacho de caballos castaños que le robaba la calma.

 

-Ken estas muy débil.-Sonrió y le beso, ya no podía seguir ocultándose.- Cuando estés mejor, te lo prometo.

 

-No.- Los ojos de Ken se clavaron en los de su compañero asegurándole que no aceptaría esa respuesta.- Ahora.

 

Con cierto temor por hacerle daño, Youji acató la orden. Deslizo sus manos suavemente por el pecho del moreno. No quería hacerle daño, beso suavemente su pecho, sus pezones, evitando tocar el costado herido. Sin saber por que no podía detenerse. Acaricio con sus labios el lóbulo del muchacho quien se gimió de placer. Eso enloqueció a Balinese, los dulces besos se convirtieron en salvajes muestras de pasión. Pequeños mordiscos que llenaron los hombros del rubio. Sus lenguas lucharon por la superioridad, y Ken se sintió morir cuando Youji tomo su hombría y la masajeo. El sudor baño sus cuerpos y Youji se preparó para penetrarle. Se acercó a su entrada con sumo cuidado y le penetro poco a poco haciendo que ambos disfrutasen del momento, grabándolo en su memoria. El contacto era novedoso para Ken por lo que sujeto al cuello de Youji, arrancándole la cadena de plata en forma de cruz. “¿Me la regalas?”, un dulce beso como afirmación.  Las piernas de Ken sujetaron las caderas de su compañero impulsándole a entrar totalmente en él. Los gemidos llenaron la habitación, y el cansancio se hizo patente. Los cuerpos cayeron sobre la cama tras alcanzar el éxtasis. Juntos habían traspasado las fronteras consumando su profano amor, su sagrado amor. Sus corazones se habían unido creando una armoniosa melodía de latidos. Abrazados les encontró el amanecer.

 

Aya entró en la habitación, Youji estaba dormido sobre la silla arropado por su gabardina. En la cama el sol iluminaba el rostro de Ken. Parecía una estatua de mármol, su palidez le perturbó. Había pasado lo peor, durante la noche, en silencio, en paz. Una dulce sonrisa se dibujaba en él. La calma que precede a la tempestad. Omi entró. Las lágrimas no se hicieron esperar, calló al suelo sollozando. Aya le miro de reojo. Youji se despertó, la gabardina cayo al suelo. Miro enfurruñado a Omi y después poso su mirada en los tristes ojos amatistas de Aya. Lo comprendió todo y un escalofrío recorrió su espalda. Clavo su mirada en la cama. Imposible. Gritos desgarradores le confirmaron a Manx sus sospechas. Se apoyó contra la pared del pasillo, no podía entrar. Aya saco de la habitación a Omi, fuera se encontró con una Manx derrotada. La abrazó y los saco de allí.

 

Youji solo podía golpear la pared, que diablos había sido lo de anoche, ¿un sueño?, ¿una broma del destino?.

 

-¿Por qué siempre me robas lo que más amo?.- Grito al cielo, para caer de rodillas. Abrazo el cuerpo, ahora sin vida, de Ken y lloró, suplicando al cielo que lo trajese de vuelta. Una calida presencia le envolvió en un abrazo.

 

-Siempre estaré a tu lado.-Apenas un susurro inaudible destinado a calmar un dolor que nacía y moría por él. Youji se giro.

 

-¿Ken?.- El cuerpo del aludido reposaba en la cama, con una cruz de plata en su mano. Entonces lo comprendió. Eso no había sido un adiós, sino un hasta luego. Volverían a verse y ahora tenía la certeza de que pasase lo que pasase, Ken siempre lo esperaría. Esta había sido su manera de hacérselo entender. Beso los labios de su amante y cubrió su cuerpo la sabana. Salio de allí con una triste sonrisa, y con la esperanza de reunirse con él, cuando le llegase su turno.


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