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La razón eres tú... por Tsundere Chisamu-chan

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Notas del fanfic:

¡Feliz navidad personitas! Les deseo lo mejor en estas fiestas, que la pasen lindo con sus amigos y seres queridos.

 

Sobre el fanfic quiero decir, que me ha costado como ningún otro. Tardé demasiado tiempo intentando investigar sobre la linda Caroshii sobre qué le gustaba, sus preferencias en géneros, su tipo de música, etc, hostigando a CrimCrim para que me diera información. En fin... creo que por intentar adaptarme a eso, me extendí mucho más de lo que pretendía y termine haciendo algo sobre cargado de mierda... pero espero que le guste a algunas personas. 

La canción que utilicé es "The Reason" de Hoobastank. ¡Espero que te guste mi obsequio, linda! 

Notas del capitulo:

Narrado por Reita. 

La razón eres tú...

Mi vida era genial, y dudo que alguien pudiera convencerme de lo contrario. Tenía todo lo que un joven de secundaria deseaba; dinero, popularidad, libertad, chicas. Me gustaba disfrutar de cosas lujosas y no tenía ningún problema en conseguir lo que quería; el auto más moderno del año, un diez en matemática, la virginidad de la chica de primer año. Todo era mío con solo desearlo, porque el mundo giraba gracias a mí.

Me encantaban las miradas de adoración de mis “fans” cada vez que llegaba al colegio y ellas me esperaban emocionadas como si fuese su estrella de rock favorita, se abalanzaban sobre mí como hormigas en el azúcar, halagando mil veces mi rostro, mi estilo, mi ropa, mi cabello o mi cuerpo escultural. Cada día encontraban escusas para hablar conmigo y solo necesitaba decir una palabra para hacerlas desfaceller a mis pies.

Los chicos en cambio me miraban embobados y celosos, algunos con una evidente admiración, pues el hecho de que sin esforzarme, lograra lo que ellos no podían en años, les provocaba una terrible envidia. Los profesores temblaban con mirarme pasar y las profesoras suspiraban frente a mi sonrisa. Era fantástico ser el centro de atención

Mi nombre es Akira, aunque casi nadie lo conocía. Para la gente; Reita.

Un día como cualquier otro, me dirigí al colegio dispuesto a divertirme con alguna chica. Bajé del Mustang nuevo que me había regalado mi padre y caminé saludando como supermodelo a todas aquellas miradas anhelantes y prendadas en mi belleza. Cuando llegúe al pasillo que dirigía a mi salón divisé a una chica que caminaba hacia mí con la mirada gacha. Era bajita, de cabello castaño, ojos claros y bastante linda, aunque algo inexperta para mi gusto. Me había acostado con ella hacía una semana y la muy ilusa no dejaba de perseguirme. ¿Qué tan difícil era entender que no me interesaba? Caminó hasta detenerse casi en frente de mí y en un susurro apenas audible dijo mi nombre.

—Reita —. Negué con la cabeza, esquivé su cuerpo y seguí avanzando mientras soltaba un bufido burlista. No tenía idea de quién se creía al dirigirse a mí ahí en medio del pasillo, pues ni siquiera era buena en la cama como para creer que merecía mi atención.

Sin más contratiempos llegué a mi salón de clases y me senté en el mismo lugar de siempre lo hacía para que segundos después, las chicas me rodearan y me ofrecieran desde chocolates hasta entradas gratis al próximo concierto de música. Les sonreí, porque todas esas cosas eran de fácil acceso para mí, sin embargo era más divertido conseguirlas así.

Faltaban solamente unos segundos para que empezaran las clases y de pronto entró por la puerta un chico que cambiaría mi vida para siempre. Takashima Kouyou era su nombre. Era el típico nerd, chico luchador de clase media, introvertido y grosero al que no le importaba nada que no tuviese que ver con su familia, la ciencia o la política. Larguirucho de cuerpo, cara de niña, cabello castaño semi-largo, medio hermano de la chica con la que me había acostado. Abrió la puerta y caminó dando zancadas hasta mi lugar con una expresión de odio bastante divertida, me tomó por el cuello de la camisa y me desacomodó ligeramente de mi asiento mientras yo veía entretenido su escena. Me miró a los ojos y me escupió sus palabras coléricas.

— ¿Quién diablos te crees? —me gritó y yo contuve mi risa mientras veía a la niña llorona en la puerta con un grupo de chicas que la consolaban.

— ¿De qué hablas? Soy Reita, no necesito creerme nadie más —respondí con una sonrisa burlista. Esa clase de escenas patéticas, solo me dejaban en claro lo muy estúpida que era la gente.

—No te hagas el imbécil —pude ver la indignación en su rostro y quise provocarlo más—. Hablo de mi hermana Hiromi, ¿estabas jugando con ella?

Sonreí y asomé la lengua por entre mis dientes. De cerca, este chico empezaba a parecerme candente.

—Si te digo que sí, ¿me golpearás? —pregunté con cinismo y segundos después, sentí su puño furioso impactar en mi pómulo. Me dolió, en realidad me dolió mucho más de lo que esperaba, pues sus bracitos de nena no aparentaban aquella fuerza.

—Aaaauch, ¿oye qué te pasa? —reclamé entonces, un poco molesto. Pues no creí que en realidad me fuese a golpear y lo más seguro era que su maldito puño fuese a causar un horrendo moretón en mi piel hermosa.

—Eso te digo a ti. —Me jaló otra vez por mi camisa y me obligó a mirarlo de nuevo—. ¿Qué clase de persona de mierda eres?

Su insulto me hizo olvidar por un momento la cólera que sentía de que me hubiese golpeado y bufé conteniendo mi risa, lo que hizo enojar más al niño escuálido que tenía enfrente. Frunció el entrecejo y abrió la boca en un gesto de indignación, entonces no pude contener la carcajada.

—¡Eres un maldito patán! —gritó zarandeándome y me empujó haciéndome trastabillar sobre la silla —. No dejes que te vea en la calle porque te romperé la cara —amenazó molesto y finalmente salió por la misma puerta que había entrado, llevándose a la mocosa llorona y a su sequito de vírgenes perdedoras.

Me quedé sentado con una sonrisa en el rostro hasta que mis compañeras de clases se acercaron para preguntarme si estaba bien o si me había dolido mucho, haciéndome comentarios como lo pesado que había sido el chico nerd y aconsejándome que fuera a la enfermería para que no me quedara una vergonzosa marca.

—¡Tranquilas chicas!, es solo un golpe —dije sonriendo de forma coqueta. Entonces resonó el timbre que indicaba el inicio de las lecciones y todos se dirigieron a sus lugares cuando miraron entrar al profesor de idioma.

—Buenos días estudiantes —saludó y fue correspondido con un saludo de todas las voces de los jóvenes al unísono. Excepto la mía, pues yo me encontraba levantándome del asiento. Ignoré por completo su presencia y caminé hacia la salida bajo su mirada pasmada. Abrí la puerta y salí, desde afuera -donde solo él me veía- le guiñé un ojo y cerré. Ya nadie se atrevía a contradecirme o reprenderme, no después de que mi padre; el abogado más reconocido, adinerado e influyente de la ciudad, amenazara a la directora con cerrarle la escuela si continuaba molestándolo con “estupideces” de conducta.

Caminé de manera relajada por el pasillo, admirando a todos los demás estudiantes en sus clases poniendo atención. Los profesores me miraban con el ceño fruncido, sin decirme una palabra y entonces llegué a la enfermería. Deslicé la puerta corrediza y me topé con la linda enfermera que leía una revista en su asiento. Aproveché su distracción para colocarme detrás de ella y jugarle una pequeña broma.

—¿Cómo estás, preciosa? —susurré en su oído y ella pegó un salto. Se levantó arrugando la revista y se giró mirándome con una cara de horror.

—¡Reita-san! —suspiró aliviada al cerciorarse que se trataba de mí—. Me asustaste mucho. —Yo sonreí de forma coqueta y la miré de arriba abajo, causando un sutil sonrojo en sus mejillas.

—Ya te dije que no me digas “san”. —Enmarqué las comillas con mis dedos haciendo mi gesto más irónico y luego caminé hacia ella aventurando una invasión a su espacio personal. Me detuve cuando ella dio un paso para atrás y le sonreí con perversión—. Debes relajarte, pasas demasiado tensa —agregué y quise acariciar su rostro pero ella se apartó evidentemente incómoda.

—¿En qué te puedo ayudar Reita-san? —preguntó rápido mientras caminaba alejándose de mí. Su comportamiento me divertía, pues el haberme realizado sexo oral en mi auto, parecía haber despertado su paranoia por ser descubierta o algo así.

—Verás… un imbécil me golpeó aquí —señalé mi pómulo y ella se giró hacia mí para ver—, y no quiero terminar con un hematoma feo, me preguntaba si tienes algo que pueda evitarlo.

Ella hizo una mueca y pareció dudar. —Pues…lo primero será colocar hielo. —Caminó por la sala buscando artefactos mientras yo me dedicaba a mirar por la ventana a las chicas que jugaban futbol. Me incorporé cuando la vi enfrente de mí.

—Toma —me colocó una bolsa fría en el pómulo y la soltó justo en el momento que yo la sostuve.

— ¿Te duele? —Continuó deslizándose por la sala.

—Por ahora no —respondí indiferente y me senté en una silla. Ella me miró hundida en nerviosismo y me sonrió.

—Creo que hay una crema natural de hierbas que te ayudará —habló atropellada y abrió la puerta para salir. —Iré por ella. —Y salió a toda velocidad dejándome con una carcajada atorada en la garganta. Me levanté de mi asiento y caminé curioseando cada artefacto que había allí. Jugué con el estetoscopio, estiré las vendas, leí las etiquetas de los frascos. Y justo en ese momento la puerta se abrió atrayendo mi atención.

El gesto de rencor y desconcierto que apareció en la cara de Kouyou, -que se encontraba en la entrada- fue inolvidable. Se quedó congelado mirándome con odio, como creyendo que eso me haría sentir mal o algo parecido.

—Hola cuñadito —hablé sugerente y su enojo aumentó de forma notable.  Pude ver sus ganas de tirárseme encima una vez más y romperme la cara, pero se contuvo.

— ¿Dónde está la enfermera? —preguntó en un tono autoritario como si tuviese algún poder sobre mí.

—Ahora soy yo el nuevo enfermero, ¿quieres que te revise? —Me puse de pie sonriendo de oreja a oreja y le dediqué una mirada insinuante.

Él bufó y respondió, — ¿Nunca dejas de ser un idiota? —Y se dispuso a cerrar la puerta pero antes de que lo hiciera decidí jugarle otra broma, pues este chico me divertía mucho.

—Espera —hablé y él se detuvo mirándome con expectación, borré mi sonrisa y puse cara suplicante. —En realidad lamento mucho lo que le hice a tu hermana. —Y él me respondió entrecerrando los ojos de forma incrédula.

— ¿De verdad? —preguntó. ¡Dios!, este niño era tan divertido e ingenuo.

—Por supuesto, sé que la lastimé —él escuchaba atentamente. —Es solo que me dejé llevar porque ella tiene tus mismos ojos.

Frunció la boca indicándome que no entendía lo que estaba diciendo. —De quién estoy enamorado es de ti.

Abrió los ojos alarmado y el terror abarcó su rostro en una escena digna de fotografiar. Pude ver un dejo de vergüenza pero lo que se apreciaba principalmente era la ira que aumentaba en sus ojos. Y entonces, de manera sorpresiva se aventó sobre mí dispuesto a “partirme la cara” tal y como me lo había prometido.

Se dejó caer con una fuerza que nos llevó hasta el suelo. La compresa con hielo salió volando de mi mano y él cayó sobre mí, mientras me aprisionaba con sus piernas tratando de golpearme en el rostro. Yo solo quería sostenerle los brazos para que no me golpeara otra vez, pues quedaría hinchado como peleador de boxeo y eso no lo podía permitir.

Estábamos en medio de aquel forcejeo cuando llegó la enfermera y al vernos en aquella situación, empezó a gritar atrayendo la atención de varios profesores y funcionarios de la institución, que entraron e inmediatamente intervinieron en el conflicto. Como era obvio, nos castigaron.

Nos llevaron al “salón de castigos”, donde un profesor nos vigilaba desde la puerta mientras la directora procesaba el suceso por escrito. Suspiré aburrido pues ser castigado no era parte de mis planes, era una pérdida de tiempo estar ahí, cuando podía estar coqueteando con alguna linda chica o enfiestándome con mis amigos.

El fulano nerd se sentó lo más lejos de mí, ignorándome por completo mientras tecleaba en su celular. Me sentía muy enojado con él. En primer lugar; me había golpeado el rostro y aunque quisiera negarlo, me había dolido bastante. En segundo lugar; a pesar de que supuestamente el mocoso era bastante inteligente, el que iniciara una pelea dentro de la institución afirmaba lo contrario. Y en tercer lugar; porque era la única persona que estaba a solas conmigo en el mismo espacio y a pesar de eso, su atención estaba en otra parte.

Pasaron minutos valiosos que había invertido haciendo prácticamente nada. Intentaba matar el aburrimiento mirando el techo o jugando con la telita en mi cara, hasta que llegó la directora taconeando con sus zapatos anticuados y entró al salón. Yo me le quedé mirando recostado, con los brazos detrás de mi cabeza y Kouyou se puso de pie con respeto.

—Chicos —se le quebró la voz y yo sonreí, pues ella no era capaz de reprenderme de ninguna forma, tomando en cuenta el pánico que le tenía a la influencia de mi familia.

—Verán… estoy realmente decepcionada de que dos estudiantes se comporten de tal forma. —Su discurso patético tenía como 10 minutos de ensayo, su cabeza estaba gacha y sus labios temblaban. Quise carcajearme en su cara pues estaba haciendo el ridículo por completo.

—Lamento informarles que junto a la asamblea de profesores y el comité estudiantil, hemos llegado al acuerdo de lo que será su castigo.

Mi sonrisa se borró y me levanté pasmado frente a ella.

—¿Castigo?, ¿es en serio? —hablé fuerte y sonreí sarcástico—. Este salvaje me atacó, ¿y yo seré castigado?

Ella parpadeó muchas veces y abrió la boca sin decir nada. Y entonces él intervino.

—Cállate de una buena vez. —Lo miré totalmente shockeado pues habló bajo y su timbre melódico y dulce había soltado aquellas palabras con tal agresividad que no pude responder nada. La vaca menopaúsica que teníamos de directora solo sonrió incómoda y salió dejando a un profesor encargado que 30 segundos después, entró a explicarnos nuestro castigo.

Yo no pude eliminar mi gesto de inconformidad y fastidio, al estar escuchando las palabras de ese hombre. Al parecer todos los días al salir de clases debíamos ayudar con la limpieza en el comedor estudiantil; los platos, los pisos, las mesas, además de cualquier actividad que el personal solicitara por dos meses. Cuando bufé y le dije entre dientes que mi padre se enteraría de eso, él me miró serio y respondió que una pelea en la institución era motivo para expulsión y que estaban siendo muy condescendientes con nosotros. Ese día inició mi infierno.

Fui a mi salón de clases absolutamente emputado y me senté maldiciendo a todos por mi pésima suerte. Definitivamente mi padre se enteraría de ese suceso y entonces sí que me iba a dar gusto viendo a los profesores suplicando por su compasión. Mientras tanto, no me quedaba de otra que resignarme.

Terminaron las clases y las chicas acudieron a mí, para preguntarme qué había pasado y yo me vi en la obligación de decepcionarlas pues no podría ir a comer junto a ellas después de clases. Sus caritas tristes y sus comentarios halagadores me hicieron sentir ligeramente mejor. Lo sentía por romperles el corazón, no podría pasear con ellas.

Estaba despidiéndome de ellas con simpatía cuando escuché la voz rasposa que empezaba a estorbarme tanto.

—Deja de perder el tiempo, idiota. —Ni siquiera me había percatado de que el niño nerd se encontraba justo a mi lado con el ceño fruncido como una madre regañona, y las chicas no tardaron en reaccionar defendiéndome. “¿Qué te pasa nerd?”, “vete a estudiar ciencia un rato”, “¿por qué no te callas?”. Aunque él parecía absolutamente indiferente a las críticas y los comentarios agresivos de las chicas. Decidí al fin, tranquilizarlas y sonreírles un poco antes de alejarme de ellas y unirme al paso ligero del tipo castaño.

—Sí que eres bueno con las chicas, ¿no? —dije burlón, una vez que me encontraba caminando a su lado.

—No me interesan las chicas tontas —respondió extrañamente tranquilo y natural.

—¿Por qué asumes que eran chicas tontas?

—Estaban contigo.

¡Maldito!, ¿quién rayos se creía como para creer que se burlaría de mí y saldría ileso? Hice un gesto repleto de absoluta indignación porque en realidad me había ofendido su comentario pero él nunca lo vio, solo continuó caminando, mirando al frente sin prestarme atención ni siquiera por cortesía. Continuamos en completo silencio, eso era preferible que continuar hablando y escuchando sus críticas, porque entonces el que terminaría golpeado iba a ser otro.

Llegamos a la cocina y la primera tarea consistió en lavar una torre de platos interminable. En serio interminable, que nos llevó más de dos horas entre lavar, enjuagar, secar y guardar. ¿Por qué a mí? Yo odiaba hacer deberes caseros, nunca los había tenido que hacer, pues no eran mi deber y por ende no tenía ni idea de cómo hacerlos. Después de que quedáramos exhaustos, sucios, y sin dignidad, nos pusieron a trapear el suelo, como si fuésemos unos malditos conserjes.

Tomé el trapeador y de mala gana lo intenté pasar por un sector, sin embargo este parecía adherirse al suelo y se movía de forma indefinida y torpe. No se deslizaba en línea recta como debería suceder. Porque había visto que eso sucedía cuando las personas lo hacían en las películas. De modo que mejor tomé asiento a esperar a que todo se solucionara.

Ese castigo era un reverendo asco. Aún percibía el olor de jabón barato en mis manos y la sensación de resequedad que este había ocasionado en mi piel, estaba sudado, el maquillaje en mi cara se estaba borrando, mi ropa estaba sucia y me dolían mucho los pies, pues mis zapatos finos no estaban hechos para mantenerse de pie por tantísimas horas.

—¿A qué hora piensas ponerte a trabajar? —preguntó mi compañero de castigo al verme sentado.

—Estoy agotado.

—¿Tan débil eres? —se burló y quise romperle toda la cara de idiota que tenía.

—¡Claro que no!, este maldito trapeador está defectuoso. —Y él me miró con una expresión incrédula.

—El que está defectuoso eres tú —agregó el muy desgraciado de modo que me puse de pie y tomé la varilla plástica para mostrarle, pero entonces él se carcajeó tan fuerte que me hizo sonrojar de la cólera.

—¿¡De qué te ríes!? —Él sostuvo su estómago mientras negaba con su cabeza. Deseaba romperle todos sus dientes con el palo que tenía entre mis manos.

—Sabía que eras un inútil —dijo aún sin aire y yo sentí mi sangre hervir, —pero no imaginé que tanto. —Me acerqué a él con el trapeador en la mano y cuando estuve lo suficientemente cerca lo coloqué en su pecho agresivamente.

—Si eres tan bueno, ¿por qué no lo haces tú? —Él no había dejado de reírse cuando lo tomó y se alejó de mí.

—Escucha —dijo y yo crucé los brazos desafiante. —Te mostrare solo una vez, después tienes que hacerlo tú. —Y suspiró conteniendo la risa.

—En primer lugar, está demasiado mojado y para eso te dieron esa cubeta. —La señaló con su dedo y caminó hasta ella. Luego la rodó por el suelo hasta nosotros. —Acá lo lavas y luego lo exprimes así, para quitar el exceso de agua —explicó realizando toda su demostración. Yo me encontraba muy molesto con él, pero aun así me resultaba algo interesante aquello, pues nunca había entendido cómo funcionaba aquel recipiente.  

—¿Ves? —Lo colocó en el suelo y lo paseó de un lado a otro con suma facilidad.

—Ya entendí, déjame hacerlo. —Y se lo arrebaté de las manos para hacerlo yo. No me salía igual que a él, pero tampoco me salía tan mal como antes. Él se rio suave pero de alguna forma su actitud me parecía más amable ahora.

—En algún momento te saldrá mejor —sonrió y yo le correspondí, pues estaba orgulloso de mí mismo. Guardó silencio mientras yo me concentraba en aquel procedimiento.

—¿Cómo te llamas? —preguntó de repente y yo por poco me infarto de que una persona de la que yo conocía el nombre no conociera el mío.

—¿No sabes mi nombre? —exclamé sorprendido.

—No el verdadero —agregó y yo me sentí algo aliviado. Lo miré fijo queriendo intimidarlo, pero él tenía una especie de inmunidad ante mí, y por ello no lograba alterarlo.

—¿Por qué te interesa? —Sonreí con sorna y él levantó una ceja.

—No me interesa.

—¿Es porque yo conozco el tuyo, Kouyou? —Agregué algo de lascivia a mi comentario recordando su impulsiva reacción con la broma que le había hecho por la mañana.  —¿Acaso deseas saber todo de mí? —Él colocó un gesto de repulsión bastante divertido que se fue borrando poco a poco para ser remplazado por uno indiferente y contrario a mis expectativas respondió con absoluta calma e insolencia.

—Eres el tipo más imbécil, corriente y predecible de la escuela, no hay nada que me interese de ti. —Y se fue, caminando tranquilamente mientras yo lo miraba con la boca abierta por su respuesta tan ingeniosamente ofensiva. No tenía ni una idea de cómo haría para lograr trabajar con él.

Durante toda esa semana sucedieron situaciones similares. Yo no sabía cómo se utilizaban los productos de limpieza ni los artefactos y a él le encantaba burlarse de mí. Me sentía como un maldito bufón, pues pasaba toda la tarde riéndose de mi falta de experiencia, y cuando hablaba, solamente sabía insultar mi inteligencia y mis capacidades. El muy imbécil se creía mejor que yo con esa pinta de pobretón. Todo eso sonaba mucho peor, cuando me enteré que mi padre -la única persona que podría intervenir por mí- se encontraba en un viaje de negocios y no había podido contactarlo.

Era una maldita tortura diseñada especialmente para mí. Quería salir de ahí, ir a fiestas, beber un poco, salir con alguna linda chica, divertirme, y no tener que soportarme a un pendejo ratón de biblioteca dándome órdenes. Estaba sufriendo mucho, siendo explotado y humillado y nadie venía a rescatarme, ni se compadecía de esa horrible vida.

Todo marchaba del asco el día viernes de esa semana, pues ya llevábamos un largo rato aseando las mesas con un líquido azul que apestaba a hospital público y cuando terminamos aquel procedimiento nos dieron otra indicación. Esa era una indicación muy, pero muy catastrófica. Debíamos colocarnos una red en el cabello y ayudar a servir la comida a los estudiantes. ¡Servir comida!, ¡a otros estudiantes!, y con una red, ¡una red en el cabello!

Me puse absolutamente pálido mientras el chico a mi lado se ataba el cabello e iniciaba a colocarse la red. Yo estaba atónito y congelado de pies a cabeza. ¡Yo no le iba a servir la comida a nadie!, ¡nadie me podía ver trabajando allí!, y mucho menos con una red horrible en la cabeza. Me reí nervioso cuando Kouyou levantó su cabeza guardando aquellos cabellos que se escapaban, él estaba totalmente serio y dispuesto a hacerlo, pero yo no.

Miré a la cocinera que estaba ocupada recogiendo unos utensilios de un cajón y caminé hacia ella.

—Sí, claro —le sonreí y le tomé la mano para dejarle aquella redecilla mientras ella me miraba sorprendida.

—No lo haré —negué con la cabeza sutilmente, —busca a otro ayudante. —Emprendí mi trayecto lejos de ahí, donde nadie pudiese encontrarme. Escuché la voz del castaño llamándome cuando me encontraba afuera pero no me giré para ver. Escapé de forma desvergonzada pero a la vez, sentía una especie de nerviosismo por salir lo más rápido posible de allí.

Salí de la institución y busqué desesperado, mi auto. Conduje lento y sin rumbo hasta que encontré un parque rodeado de árboles con apenas un par de personas cerca. Allí tomé asiento sobre una banca y miré al cielo respirando profundo. Al fin podía relajarme. No quería volver nunca a la escuela, mucho menos a tener que continuar con aquel castigo de mierda. No deseaba volver a hablar con ese chico nerd que había arruinado toda mi vida y tampoco volver a tocar jamás una escoba o un trapeador. Ya estaba muy harto y era preferible abandonar la escuela que volver ahí y terminar de perder la dignidad que me quedaba.

Estuve en el parque por horas, mirando al cielo, fumándome toda la cajeta de cigarrillos y dormitando sobre mis brazos. Necesitaba un momento así, para despejarme y descansar de mi martirio diario. De pronto una cabellera castaña junto a una cara imberbe, se interpuso en mi vista hacia el paisaje.

—Maldita sea. —Me incorporé desviando la mirada, pues era lo que menos deseaba ver en ese momento. —¿Qué mierda haces aquí? —reclamé molesto.

—¿Qué clase de recibimiento es ese? —respondió él -haciéndose el listo- con otra pregunta.

—Al carajo…me cansé de ser amable.

—Ah, ¿estabas siendo amable? —cuestionó con voz irónica.

—Pues sí —contesté con el mismo tono de voz. —Y aun así tú te comportas como imbécil.

Me encontraba muy enojado, de modo que escupí aquellas palabras con toda la irritación que acarreaba desde hacía varios días y me extrañé al no escuchar su respuesta tajante. Lo miré, su rostro se encontraba serio por completo y su mirada profunda quemaba por su firmeza. Me asusté y me giré para dejar de verlo porque me había colocado los nervios de punta.

—¿Por qué huiste? —Me tranquilizó un poco su voz calmada.

—No sirvo para eso.

—Eso ya lo sabíamos. —Se rió un poco y yo bufé porque ya me empezaban a cansar sus bromas con evidente contenido de superioridad. —Pero esa no es mí pregunta, ¿qué es lo que te asusta tanto?

Efectivamente, me había asustado su pregunta. Me asustaba perder el respeto de las personas. Me asustaba mostrarme débil o vulnerable. Me asustaba no ser el centro de atención, no estar impecable, no agradar.

—No sé de qué hablas —respondí fingiendo indiferencia.

—¡Por favor!, ¡pareces idiota negándolo! —exclamó sin recato alguno y yo lo miré con el ceño fruncido. Tenía toda la intención de reprender su actitud insolente, pero estaba más sorprendido por sus palabras certeras.

—No es de tu incumbencia de todas formas —espeté tajante. Indignado de que un niño que ni siquiera sabía mi nombre real, estuviese opinando de mí, sin derecho alguno.

—Claro que sí, tu actitud nos afecta a los dos.

—No tienes por qué preocuparte, sé cuidarme muy bien solo. Ya no tengo intención de volver a la escuela de todas formas.

Descargué mi frustración en aquellas palabras y suspiré profundo, pues me había quedado sin aire. Un silencio incómodo se formó por unos segundos y me sentí algo culpable a pesar de que no había dicho nada que no fuese verdad. Quité mi mirada de él y la dirigí a la puesta de sol que adornaba aquella patética escena con un resplandeciente tono rosa.

—Te ves muy asustado —pronunció suave. Sentí que habló para acabar con el momento embarazoso, sin darse cuenta de que sus palabras eran más molestas que el propio silencio.

—No sabes nada de mí, agradecería que dejaras de juzgarme. —De alguna forma me sentía más molesto con cada palabra que pronunciaba. Su voz era irritante y no paraba de decir tonterías.

—No te juzgo, me preocupo por ti.

—¡Ya te dije que no lo necesito! —recalqué realmente molesto. Este chico tenía el hábito de hacerme enojar con extrema facilidad. Suspiré y me llevé la mano a la frente despeinándome.

—A simple vista yo creería que sí lo necesitas.

Me levanté enojado queriendo partirle la cara por su actitud molesta. Me hartaba que la gente hablara de mí como si me conociera y pusiera palabras en mi boca, pero definitivamente este chico se había pasado de la raya. Me estaba analizando como si supiera todo de mí y fuese un puto psicoanalista o algo parecido, opinaba de mi vida y de mi forma de ser cómo si la de él fuera mejor y eso me tenía hasta la madre.

Lo miré unos segundos y su mirada atemorizada me hizo contener el enojo. Retuve mis ganas de golpearlo y solamente le lancé las palabras que habían permanecido atrapadas en mi garganta.

—¡Vete a la mierda, nerd! —le grité; —¡deja de hablar como si me conocieras o como si fueras superior a mí!, eres un tipo tan idiota y patético que ni siquiera puedo sentir lástima por ti. —Me giré y emprendí una rápida y furiosa caminata hasta mi auto, abrí la puerta dispuesto a irme pero sorpresivamente escuché sus ruidosos zapatos corriendo en mi dirección y sentí cuando tomó el borde de mi camisa deteniéndome.

—¡Tú eres el idiota! —respondió él, en un grito con voz quebrada antes de que yo tuviera tiempo siquiera de zafarme de su agarre. —¡Ni siquiera sé por qué me preocupo! —.

Tiré la puerta, cerrándola en un fuerte golpe y me giré para quedar frente a él mientras sentía la adrenalina invadiéndome de forma veloz. Se albergaba en mis dedos, queriendo estrellarse en su nariz. Sus ojos se encontraban llorosos y la mueca en su rostro me descolocó, pues no parecía manifestar el enojo con el que había dicho esas palabras.

Bajé le puño que tenía en el aire -listo para estamparlo en su cara- y él empezó a soltar lágrimas mientras se restregaba los ojos con el dorso de su mano, en un gesto infantil. Su mano continuaba agarrando mi camisa y yo solo quería salir de ahí y dejar de ver su maldita cara de subnormal.

I'm not a perfect person
There's many things I wish I didn't do
But I continue learning

 

—Suéltame —dije un poco más tranquilo. Su estado patético me había obligado a desistir en mi intención de golpearlo. El negó con la cabeza y bajó su mirada. De pronto sus gestos me resultaron atrayentes y algo dentro de mí despertó. Obedecí sin dudar aquella tentación, lanzándome de lleno a tomar su nuca con agresividad y besar sus labios. Su resistencia tardó apenas unos segundos en los que me di gusto saboreando aquella boquita de forma singular mientras gruñía y me empujaba con una fuerza casi nula.

Luego de unos cuantos segundos empezó a corresponderme con total torpeza. No tenía idea de qué estaba haciendo ni porqué. Siempre pensé en él como un tipo insípido por completo, aburrido y demasiado conservador. No era mi tipo, además de que nunca en la vida había considerado el experimentar con un hombre. Sin embargo todo aquello era irrelevante cuando un simple gesto había causado en mí, tal excitación.

Lo besé con pasión y maestría, introduciendo mi lengua, frotándola con la calidez de la suya. Lo cierto es que no estaba pensando mucho y la verdadera confusión surgió cuando nos separamos y nos miramos a los ojos por unos segundos. Tenía mis manos a los costados de su cabeza y él posaba las suyas flexionadas sobre su pecho. Bajó la mirada avergonzado y yo sonreí, porque por primera vez, su timidez me resultó absolutamente adorable.

Quería pensar que el color rojizo del atardecer me había hecho entrar en ese estado de cursilería y me había hecho reaccionar así. Aunque en esa posición y después de un beso tan candente ya no tenía idea de cómo continuar. Tuve toda la intención de soltarlo de inmediato, pero también creí que eso se vería descortés, y luego me pregunté el porqué estaba pensando en esas estupideces cuando él estaba ahí muriéndose de los nervios y sonrojado hasta las orejas. ¿Habrá sido su primer beso?

—Eres terrible besando —dije con la intención de romper la tensión y bromear un poco. Pero él se avergonzó más y se sacudió queriendo soltarse de mi agarre. Lo tomé con más fuerza antes de que pudiese resistirse y él me miró con ojos asustados. Cómo si pensara que lo iba a secuestrar y violar o algo parecido.

—Oye… tranquilo —pronuncié dulce, y me asusté del tono coqueto en mi propia voz. Vi su labio inferior temblando y luego me reprendí mentalmente porque no había dejado de mirarle los labios desde que nos separamos. Quería besarlo de nuevo. Le sonreí con suavidad intentando tranquilizarlo y él correspondió, aunque su sonrisa estaba cargada de desconfianza. Acaricié su mejilla, porque lo más probable era que su miedo hubiese sido causado más por la sorpresa que por el mismo contacto. Digo, si hasta yo me encontraba confundido y alarmado, ya imaginaba como estaría él.

Frunció su boca, sofocado y yo me fundí en deseo. ¿Cómo era que nunca había contemplado la sensualidad del chico que llevaba trabajando conmigo más de una semana? Su rostro, su cuerpo, sus gestos, todo él se encontraba cargado de lascivia y me sentí encendido con solo tenerlo en frente. Reí cuando me acerqué de nuevo y él reaccionó girando su rostro violentamente.

—Déjame en paz —protestó y se le quebró la voz. —Ve a molestar a algún otro tonto.

—Estoy bien —respondí con cinismo. —Prefiero que seas tú. —El cerró los ojos y quiso separarse de mí. presionando su puño en mi pecho.

—Por favor… deja de burlarte. —El hilito de voz ahogada con que había dicho aquello me hizo temblar. Esa actitud diferente a la habitual tenacidad que poseía para humillarme, me había dejado completamente cautivado.

—Nadie se está burlando. —Tomé su mentón y le giré, obligándole a mirarme. Me acerqué lo suficiente hasta rozar nuestros labios y le sonreí con deseo cuando nuestros ojos se encontraron a centímetros de distancia. Cautelosamente fui girando mi cuerpo junto al suyo, dejándolo de espaldas a mi auto. Lo empujé hasta que quedó recostado en este, y ahí lo aprisioné con mis brazos para que no escapara a ninguna parte, pues por su expresión, presentía que saldría corriendo en cualquier momento.

Volví a besarlo a pesar de que su mirada aterrada nunca desapareció. Él me intentaba corresponder, pero por más que intentaba, no lograba seguir mi ritmo y eso solo se me hacía más tentador. Movía sus labios de forma incompetente y su cuerpo se mantenía tenso, reacio a cualquier movimiento que yo hiciera. Me aventuré a disfrutarlo un poco más, bajando mis manos por sus hombros, pasando por su abdomen y llegando a sus caderas, las cuales las tomé con suavidad y las adherí a mi cuerpo. Pude sentirlo instantáneamente inquieto.

Quise que él se atreviera a devolverme las caricias, pero parecía completamente congelado. Mantenía sus manos hechas puños, pegadas a su cuerpo, sus piernas temblorosas y apretaba sus párpados como quién desea despertarse de una pesadilla. Besé sus labios de forma pausada, separándome a ratos para mirarlo, rozando nuestras bocas, lamiendo su labio superior y mordiendo el inferior de forma delicada. Él solo fruncía en entrecejo, jadeaba o tragaba grueso, pero nunca abría los ojos.

Empecé a sentirme impaciente de que él ni siquiera me mirara, de modo que llevé mis manos hacia sus glúteos y toqué de forma traviesa, lo que hizo que él abriera sus ojos, alarmado e interpusiera su brazo sobre mi pecho, intentando alejarme.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó alterado y sonreí ante su sonrojo.

—Eres muy sexy, ¿ya te lo habían dicho? —Levantó su mano y se cubrió el rostro con el dorso de esta, a la vez que negaba con su cabeza. Me estaba matando su ternura y tenía unas ganas exorbitantes de comérmelo a besos. Tomé su mano, que paseaba estorbosa por entre nuestros rostros y entrelacé sus dedos con los míos.

—Pues sí lo eres… —agregué con tono seductor, mi paciencia se acababa y él no parecía dispuesto a entrar al juego por voluntad propia. Acaricié su rostro mientras con la otra mano, abría la puerta del asiento trasero de mi auto. Y volví a besarlo mientras lo empujaba con mi cuerpo, invitándolo a que entrara allí.

Y así lo hizo, o más bien, creo que lo empujé hasta que él se vio en la obligación de sentarse sobre la cubierta roja del asiento. Me estremecí al mirarlo finalmente dentro de mi auto, hice espacio para sentarme a su lado y cerré la puerta lo más rápido que pude para evitar que se escabullera por alguna parte. Miré sus ojos nerviosos y le sonreí mientras pasaba mi brazo por encima de sus hombros para abrazarlo. Jugué con sus dedos dejando que se tranquilizara un poco, ya que parecía bastante incómodo sentado allí.

—¿Estás nervioso? —me atreví a preguntarle y le miré intentando descifrarlo. Aunque lo cierto es que no había nada que descifrar porque ese chico era transparente por completo, y podía leerlo con solo mirarlo. Estaba fundido en pánico, sus ojos se encontraban llorosos, estaba agitado, su ceño fruncido y sus manos temblorosas. Me pregunté si en realidad estaría sufriendo o solamente estaba haciendo un drama de novato.

No contestó a mi pregunta y entonces decidí dar el siguiente paso. Inicié despacio, dirigí mi mano hasta su mentón y lo acaricié con deseo, mientras besaba la comisura de sus labios. Descendí mi roce abriéndome camino por su cuello, hasta su camisa escolar la cual empecé a desabotonar calma y destreza. Él no se estaba resistiendo, solo me miraba temeroso a los ojos, sin quitarme la mirada de encima.

La intensidad de su mirar me hacía sentir impaciente. Descubrí que sus ojos podían dirigirse a alguien sin que estuviesen cargados de rabia y aproveché ese momento para introducir mis manos en su camisa abierta. Toqué su pecho y él arqueó su espalda cuando llegué hasta su pezón. Me sentí extraño al estar estimulando a un chico por medio de los pezones, pero aparentemente estaba dando resultado, porque él cerró los ojos y suspiró extasiado.

Ciertamente, yo también estaba nervioso, pues nunca en mi vida lo había hecho con un chico, aunque pensé que no sería tan diferente a hacerlo con una chica. Sin embargo, esta vez, me embargaba un sentimiento de clandestinidad que nunca había sentido. El problema no era que fuese un chico, el problema real radicaba en quién era ese chico. El mismo que me había golpeado hace apenas unos días, que se burló de mí y me humilló hasta el cansancio, el que amaba las ciencias y nunca había aprendido a socializar. El tipo más desabrido con el que nunca en mi vida hubiese soñado estar haciendo eso.

Pero a esas alturas, ya me valía madres. Tomé su rostro con algo de agresividad y me lancé a devorar sus labios sintiéndome al extremo, excitado. Acaricié su pezón con vehemencia, retorciéndolo entre mis dedos y fue entonces cuando él me regaló el primero de sus gemidos, entrecortado y agudo. Me escalofrié de inmediato y sentí la reacción directo en mi entrepierna. De pronto me dominó una ola de vigor que me hizo empujarlo y obligarlo a acostarse a lo largo del asiento. Me miró aterrado y yo le sonreí pícaro. Intentaba disimular el deseo que me embargaba, pero estaba seguro de lo mucho que se notaba en mi cara.

—¿Te puedo comer? —solté encantado por sus reacciones y vi su cara arder de la vergüenza mientras me miraba con aquellos ojos llorosos. Él también lo deseaba, estaba tan excitado como yo, pues en caso contrario, hacía mucho tiempo me habría lanzado un golpe en alguna parte del rostro y huido. Solamente que no quería admitirlo.

—Eres un idiota —habló por fin con voz estrangulada, y escondió su rostro con sus manos.

—No dejaré de serlo porque lo repitas. —Vi la silueta de sus labios sonriendo de lado, y dirigí mis manos hacia las suyas quitándolas de su rostro con firmeza. —No me detendré si no me lo pides.

Cerró sus ojos y volteó su rostro hacia un lado. La media coleta que llevaba en el cabello se había desatado de a poco, dejando que varios cabellos se le desordenaran dándole un aire erótico y alocado. Su figura me parecía más sensual que nunca, aprecié en su rostro aquellos rasgos característicos que juntos se descomponían ante el estímulo de mis manos. Su pecho lampiño y cándido, subía y bajaba intentando satisfacer su falta de aire.

—No… no te detengas —susurró sin mirarme y yo aproveché su momento de vulnerabilidad para poner mi mano sobre el bulto en sus pantalones. Él dio un respingo y guardó silencio, cuando inicié un suave roce en aquel lugar, un gemido desesperado salió de sus labios siendo callado de inmediato con su propia mano. Desabotoné rápidamente su pantalón y bajé el cierre, continuando el masaje sobre la delgada tela de su ropa interior, mientras lo sentía temblar.

Mi mano se movía con delicadeza sobre su erección recién formada, sintiendo la calidez de esta a través de la tela. Intenté no distraerme con todas las preguntas que asaltaban mi mente en ese momento, pues por más experimentado que fuese anteriormente con chicas, esa era una situación claramente diferente. Kouyou no era una chica y porque nunca en mi vida me había interesado conocer más acerca del sexo entre hombres; me sentía temeroso de que algo importante se me estuviese pasando. Pero decidí no pensar demasiado en ello, y creer que talvez era mejor dejarme llevar.

El chico gemía bajito mientras yo me divertía tocando su cuerpo, pellizcaba sus pezones, besaba su cuello, mordía su oreja sin dejar de masturbarlo. Cuando decidí con fin descubrir sus genitales, se quiso incorporar y abrió la boca con la intención de hablar, así que antes de que lo hiciera; dirigí mis labios a su pene y lo introduje por completo en mi boca escuchando un gritito como respuesta de parte suya. Sentí una leve arcada pues lo hice de forma tan improvisada que no esperaba que la punta llegara a mi galillo, lo saqué dejando que mi saliva resbalara por este empapándolo y empecé a brindarle una felación de infarto.

Sabía qué hacer exactamente para darle placer, porque aunque yo nunca lo había puesto en práctica hasta ese momento, me lo habían hecho muchas veces a mí. Él empezó a retorcerse dejando salir unos sonidos bastante obscenos por su boca. Intentaba contenerlos, o cubría su boca para que yo no los escuchara, pero era inevitable. Y a mí me excitaba escucharlos.  

—Ah, Basta Reita… me correré —habló entrecortado y yo saqué su pene de mi boca para responderle.

—Akira

—¿Eh? —Levantó su cabeza y me miró confundido.

—Mi nombre verdadero es Akira, quiero que me llames así ahora… —Pareció descolocado ante mis palabras, como si no le interesara en lo más mínimo o talvez estaba procesándolo. Volvió a recostarse y tirar su cabeza hacia atrás cuando pasé, una vez más mi lengua por su glande.

Gateé por el asiento hasta llegar a la altura de su rostro, apreciando su carita sonrojada y sudorosa que se desfiguraba satisfecha y lo besé con desesperación. Él me correspondió de la misma forma, compartiendo nuestra saliva y explorando la cavidad ajena con nuestras lenguas. Me separé de él y lo miré perdido en sus ojos hambrientos, dirigí mi diestra a su boca y con cuidado introduje mi dedo índice. Él cerró los ojos y lo lamió un poco mientras lo atrapaba entre sus dientes con suavidad, luego cerró sus labios y succionó de una manera extremadamente sexy. Mi erección saltó al imaginar que fuese mi miembro y no mi dedo lo que él estuviera lamiendo con tal empeño.

Abrí sus piernas y me metí entre ellas para frotar mi pelvis en sus glúteos. Jadeó escandaloso y aproveché para introducir un dedo más en su boca. Abrió los ojos y me miró fijamente mientras los chupaba, mordí mi labio inferior disfrutando de la mirada hipnótica que me traía loco.  Mientras él continuaba con su labor intenté sacar su pantalón y fue entonces que me di cuenta de la incomodidad que hasta ahora habíamos intentado ignorar en ese asiento. Quise hacerme hacia atrás chocando mis pies contra la puerta lateral y al querer colocarlos en la alfombra del piso, me di cuenta que él tenía su pierna derecha ahí. No había contado que aunque no se viera tan alto -porque caminaba encorvado- en realidad sí lo era y por eso había encontrado la solución flexionando sus rodillas y extendiendo sus piernas en donde entraran.

Rió, soltando aire por la nariz al verme agobiado en aquel espacio y yo lo miré contagiándome de su risa.

—¿De qué te ríes niño? —pregunté burlón mientras me dejaba caer sobre su pecho y le besaba la mejilla.

—Eres tan torpe —respondió él, aun riéndose

—Aun así te gusto, ¿no?

No me respondió, pero su reacción fue memorable. Abrió los ojos indignado mientras la cara le ardía en llamas, y giró su rostro hacia un costado intentando ocultar su sonrojo con algunos cabellos, pero yo de inmediato los aparté y besé su mejilla, luego su cuello, su mentón para terminar en sus labios. Lo sentía tan vulnerable y entregado cómo nunca pensé que sería. Su actitud siempre era agria, tenía un carácter de mierda y siempre estaba a la defensiva. Pero me encantaba que ahora se le viera más tranquilo, disfrutando del momento.

Bajé mis manos hasta sus pantalones e ignorando el reducido espacio que había, tomé los bordes y los bajé hasta los muslos junto a su ropa interior. Él me miró nervioso y yo le sonreí. Me enderecé un poco para poder mirar aquel panorama, levanté sus rodillas topándome con unos glúteos tersos y pálidos que vibraron al contacto de mis dedos. Toqué lento, su piel suave estaba caliente y dirigí mi mano a ese lugar oculto. Jadeé en cuanto vi su pequeño y rosado ano, tenso e impaciente por recibirme.

Lo toqué e inmediatamente él reaccionó dando un fuerte empujón con sus piernas, por suerte las tenía sujetas. Gimió y contrajo su estómago. Seguí acariciando alrededor de su entrada y me di cuenta que la saliva con la que Kouyou había humedecido mis dedos antes, ya estaba seca, de modo que decidí chuparlos por mi cuenta. Y regresé a su entrada, puse mi dedo índice y empujé hacia adentro lentamente. El calor interno de su cuerpo me hacía sudar de la desesperación, introduje poco a poco hasta que estuvo todo adentro. Sentía su carne envolverme de una forma abrasadora y moví mi dedo escuchando sus quejidos.

Me estaba muriendo de las ganas de penetrarlo. Moví mi dedo en círculos sin estar muy seguro de cómo dilatar a un chico y lo admiraba revolcándose, tenía todo el cabello en su cara, además de sus brazos que flexionó encima de su rostro como queriendo protegerse de un golpe. Su camisa estaba abierta y sus pezones erguidos dejándome ver su agitación. Empecé a exasperarme y saqué el dedo, intentando meter ahora dos. Su ano parecía no querer recibirlos, de hecho me costó incuso lograr encontrar una posición en que ambos cupieran juntos. Pero luego de varios intentos, muchos quejidos y maldiciones de su parte, lo logré.

Con mucha dificultad los adentré un poco, los saqué y volví a meterlos un poco más adentro, hasta que logré llegar al fondo. Se sentía tan apretado que por un momento dudé de lo que estaba haciendo. Sabía que le estaba doliendo, pues sus quejas no desistían, tampoco parecía relajado o cómodo, pero no sabía qué hacer para ayudar. Intenté mover mis dedos dentro de él, pero se encontraba todo tan presionado que no creí poder moverlos sin lastimarlo.

—Me duele —se quejó con voz estrangulada. Pude ver sus manos fuertemente cerradas, clavándose las uñas a sí mismo.

—Lo sé —respondí intranquilo. —Intenta relajarte un poco, me arrancarás los dedos.

—No seas imbécil —reclamó sin salir de su escondite de cabello y brazos. —Al diablo con eso… hazlo de una vez —agregó después de una risa y unos segundos de silencio.

Ni siquiera pensé más, saqué mis dedos y él gimió. Abrí mi pantalón y extraje mi pene, estaba erecto hacía bastante rato, y por momentos pensé que ese momento no llegaría pero finalmente estaba ahí. Escupí mi mano y froté la saliva a lo largo de mi falo, para después acomodarme en una posición cómoda. Empujé sus piernas, sus rodillas flexionadas casi pegaban a su pecho y en sus pantorrillas aún se encontraba el pantalón del uniforme hecho un nudo con la ropa interior.  

Puse la punta de mi miembro en su entrada y suspiré deseando que él me mirara para sentirme un poco más confiado pero continuó escondido.

—¿Es tu primera vez? —consulté, a sabiendas de lo que respondería.

—Idiota —evadió mi pregunta y yo sonreí de forma pícara.

De todas formas me afiancé de sus caderas y empujé. Gritó cuando entró la punta, me quedé quieto y fui adentrándome muy lento. Su interior se sentía ardiente y estrecho al punto de orillarme a la locura. Sacudí mi cabeza cuando logré entrar por completo, su pecho estaba agitado y perlado en una ligera capa de sudor. Me quedé quieto y con mi mano izquierda fui a buscar su rostro. Tome sus brazos y los aparté, al igual con su cabello y de inmediato quedé embelesado por su expresión.

Era un chico exótico y poseía una exquisita belleza intachable que nunca había logrado apreciar hasta ese momento. Su mirada estaba vidriosa y perdida en medio del tapiz del techo, su boca entreabierta respirando agitadamente y poseía un camino de saliva atravesando su mejilla.  

—¿Estás bien? —susurré y él me miró con una mirada cautivadora. Entrecerró los ojos y abrió más la boca cuando intenté moverme.

—No lo sé. —Tragó grueso. —Hazlo muy lento, por favor —solicitó con ternura, sacándome una sonrisa.

Entonces empecé un pausado vaivén, me estaba apretando tanto que sentía mis movimientos más torpes que nunca. Él empezó a gemir fuerte y profundo, temblaba cada vez que entraba y mi ingle pegaba a sus glúteos. Sus manos se sostenían fuertemente de la cubierta del sofá, clavando sus uñas en esta y su cabeza rebotaba por el constante movimiento.

—Se siente… muy raro —opinó con voz temblorosa.

—¿Te gusta? —Creí que no respondería pero luego de unos segundos de emitir sus sensuales jadeos, afirmó con la cabeza. Sonreí pues al parecer el malestar se le estaba pasando y ahora lo haría gozar como nadie. Si era su primera vez, lo haría tocar las estrellas.

—¿Ya no te duele?

Tragó grueso antes de responder. —Solo un poco.

Sus ojos castaños no me miraban, se mantenían entrecerrados y a veces los abría mucho, pero siempre clavados en el techo o extraviados en algún lado. Su voz no se detenía, y su respiración agitada me contagiaba de ansias. Podía volverme adicto a él. Su cuerpo era maravilloso, sexy, esbelto, guapo, sublime. No había límites para los adjetivos positivos que podía darle. Y su interior se sentía tan caliente y estrecho como lo había predicho, incluso mejor; suave y completamente delicioso.

Tomé sus piernas y terminé de quitarle sus prendas inferiores que llevaban rato estorbándome. Las tiré hacia un lado y él abrió sus piernas brindándome un mejor acceso. Me incliné sobre su cuerpo y lo besé sin dejar de embestirlo, me encantó recibir sus gemidos en mis labios.

—Prepárate cielo.

—¿Ah?

Cerró sus ojos de inmediato cuando sintió mi súbito aumento de velocidad y fuerza. Empecé arremeterle con ímpetu sintiéndome en el paraíso. Sus manos fueron a dar a mi espalda y ahí se sostuvo con tal fuerza que me quedé sin aire. Su voz se volvió intermitente y ahogada, y sentí como un espasmo lo atacó cuando mi mano empezó a masturbarlo enérgicamente. Juntos, nos bañamos en sudor en un instante, el rebote de nuestros cuerpos estaba sincronizado.

Entonces sentí una rica presión cuando empezó a eyacular. Gemí fuerte, él chilló y se sacudió entonces aceleré aún más mi empuje mientras disfrutaba de su rostro desfigurado de placer y su cuerpo contraído. Duré unos cuantos segundos más que él, antes de correrme. Y entonces sentí mi miembro palpitando cuando descargué todo mi semen en su interior, vi su expresión de pánico y sonreí.

Aún estaba disfrutando de los espasmos en mi cuerpo cuando él se levantó de forma inesperada y me apartó. Me quejé cuando salí de su interior por su empujón y me senté a su lado, a la vez que él hacía lo mismo. Me mantuve con mi cuerpo inmóvil intentando regular mi respiración y noté que afuera ya estaba oscuro. Lo miré como intentaba colocarse su ropa con agilidad y me sentí confundido. ¿Acaso no lo había disfrutado?, ¿hice algo malo?

Se colocó a una velocidad sorprendente su bóxer y su pantalón, y sin decir nada empezó a abotonarse la camisa empapada en sudor.

—¿Qué haces? —él bufó.

—¿A ti qué te parece que hago? —Me desconcertó su respuesta sarcástica.

—Se lo que estás haciendo, pero ¿por qué la prisa?

Me miró y sonrió. —Debo irme. —Se acercó a mí, de forma audaz y dejó un beso en mis labios antes de levantarse aceleradamente y salir del auto sin dar ninguna explicación. Suspiré resignado al ver por mi ventana polarizada, cómo se alejaba con fugacidad, dejándome confundido, exhausto, encantado y ansioso por verlo de nuevo.

—¡Qué insolente! —dije para mí mismo con una enorme sonrisa en el rostro. —Ni siquiera me dio las gracias.

I never meant to do those things to you
And so I have to say before I go
That I just want you to know

I've found a reason for me
To change who I used to be
A reason to start over new
and the reason is you

 

Llegó el día siguiente y yo solo por las ganas de verlo de nuevo, fui a la escuela, a pesar de que ya había asumido la idea de que no volvería. Pensé el día entero en él, emocionado por topármelo, quería dedicarle una mirada malintencionada y ver su reacción al recibirla.

Me disculpé con la cocinera de la que había huido el día anterior y le supliqué con la más encantadora de mis expresiones que no me ofreciera esa labor nunca más. Y entonces apareció él. Me quedé sin habla cuando lo vi entrar por la puerta, recreando en mi mente imágenes suyas imposibles de olvidar. Venía con su habitual imagen de nerd, su rostro ácido y serio, me dedicó una mirada insensata y su reacción hacia mi guiño fue por completo, nula. Se retiró a realizar sus deberes mucho más rápido de que yo pudiera procesar su indiferencia y frialdad.

Los días pasaron y había logrado ni siquiera hablar con él en ningún momento. No sabía si se estaba escabullendo de mí o en realidad las situaciones imprevistas nos conducían con frecuencia a lugares contrarios. No tenía idea de qué estaba sucediendo, pero me encontraba desesperado. Había pasado casi una semana sin poder sacarme su imagen y su voz de mi cabeza e incluso me masturbaba pensando en él. ¿Qué clase de perdedor era? Lo más extraño, era que en otra circunstancias, ya lo habría olvidado y habría conseguido un nuevo juguete, pero esta vez me estaba tardando mucho más de lo usual.

Por supuesto que todo se debía a su terrible actitud. Era la primera vez que me acostaba con alguien, y esa persona no quedaba rendida ante mis pies, acosándome y persiguiéndome con suplicas, que no me hostigara en los recreos, ni me enviara mensajes lastimeros. Era entonces que me preguntaba; ¿qué había hecho mal esta vez?, ¿por qué él me seguía evitando?, ¿por qué no temblaba al verme caminar en el pasillo a su lado?, ¿era normal que me mirara de forma tan despectiva y apática, o no me hablara en absoluto?, ¿qué estaba pasando por su mente?

Me harté de ser paciente, de buscarlo, de esperarlo, de confabular coincidencias para verlo. Lo haría decirme la verdad aunque no quisiera. Ese día lo esperé fuera del colegio, pues ya hasta sabía su horario de salida. Cuando lo vi caminar por la acera corrí hasta él y lo tomé bruscamente de la muñeca arrastrándolo hasta donde nadie pudiera vernos. Inmediatamente sus quejas se hicieron presente.

—¿Qué haces?, ¡suéltame!, ¡me estás lastimando! —se quejó pero no dije nada hasta empujarlo contra la reja y encerrarlo colocando mis brazos a ambos lados de su cuerpo. Le miré sobarse la articulación de la mano y quise besarlo, lo deseaba más que el mismo día que tuvimos sexo. Pero en cambio me quedé mirándolo.

—¿Por qué huyes de mí? —le dije serio y desafiante, sintiéndome de verdad molesto. Y él frunció su entrecejo un poco más.

—¿De qué diablos hablas?, nadie está huyendo de ti —respondió igual de obstinado que yo.

—No me has hablado en toda la maldita semana, no me llamas, ni siquiera me miras.

Él hizo una mueca de obstinación, encogió sus hombros y negó con la cabeza.

—No sé a qué te refieres, no somos amigos, no somos compañeros y no tenemos ningún asunto para tratar. —Intentó zafarse e irse pero yo me interpuse en su camino.

—¡No te hagas el imbécil ahora!, sabes perfectamente a lo que me refiero —grité moviendo mis manos enfadado.

—¿Quién es un imbécil? —De pronto su mirada se volvió sombría. —Fue una cosa de un día, no volverá a suceder. Supéralo ya, Reita. —Recalcó la última frase y apartándome se fue dejándome pasmado por completo.

 Definitivamente me sentí como un tonto, uno que había caído en las redes de su propia telaraña. Me quedé en silencio, humillado, rechazado y utilizado. Bufé y reí conteniendo las lágrimas que querían salir de mis ojos por la impotencia y la cólera, recordando a todas y cada una de las chicas que yo había abandonado de la misma forma que Kouyou acababa de hacer conmigo, con las mismas palabras. Así que así se sentía.

Sonreí y cerré los ojos intentando recuperar la dignidad que no lograba encontrar por ninguna parte. Respiré profundo queriendo llenarme de fortaleza y levanté mi pecho, di media vuelta y salí de ahí lo más rápido que pude. Llegué a casa casi desecho, queriendo estallar en lágrimas y me encerré en mi habitación lidiando con aquel desconsuelo terrible.

Estaba tan confundido, dolido, enojado y me invadía un malestar extraño. Después de muchos años de estar tomándolo todo a la ligera, reírme por cada idiotez, mofarme de los sentimientos de las chicas, embriagarme y enfiestarme cada vez que tenía la oportunidad finalmente la vida me cobraba. ¿“Karma”? era lo único que pasaba por mi cabeza en ese momento. Al parecer había vivido demasiado tiempo encerrado en una burbuja, apartado de la realidad y el caer de esa altísima nube resultaba ser en extremo, desgarrador.

Ahora surgía en mi cabeza la gran duda acerca de la persona que yo era y lo que esperaba de la vida, chocando de lleno con un gran vacío. La inseguridad que había maquillado por tantos años; me abofeteó dejándome muy claro la clase de persona ordinaria que era y lo mucho que eso me aterraba.

Pasaron los días mientras yo me ocultaba en la soledad de mi habitación, en donde a nadie le importaba lo que me ocurriese. Y entonces decidí volver a buscarlo. Luego de casi una semana escabulléndome, me convencí a mí mismo que debía afrontarlo, así que me armé de valor y asistí al colegio con el único motivo de ir a buscarlo. Porque aún si no tenía ninguna oportunidad con él, me conformaba con mirarlo pasar. Patético.  

Me coloqué el disfraz “rockstar” que tanto les gustaba a las chicas y llegué simulando estar en perfecto estado, cuando en realidad mi cabeza se encontraba hecha un caos. Fui a buscarlo a su clase y me llevé la sorpresa de que no había asistido. Así estuve durante días, en los que él se ausentó sin dar ninguna explicación. Algunos días más tarde, me percaté de que su hermana también había desaparecido. Solo dejaron de ir a clases sin decirle nada a nadie, quise averiguar su paradero o la razón de su ausencia y solo me topaba con respuestas de personas que apenas si habían notado su ausencia. A nadie parecía importarle que un dúo de marginados se hubiese marchado. Pero yo me estaba muriendo de la angustia.

Tiempo después me enteré –gracias a la coordinadora escolar- que los chicos se habían mudado junto a sus padres por un problema de la salud de Kouyou, lo que hizo que se desataran los rumores. Algunas personas aseguraban que el nerd tenía una enfermedad terminal y le quedaba muy poco tiempo de vida, otros decían que se había vuelto loco de remate y necesitaba tratamiento mental, chismes absurdos que al final de cuentas, solo aumentaban mi tormento.

Intenté contactarlo por todos los medios, busqué su registro, pregunté a todos los contactos que tenía en hospitales y centros públicos, averigüé en redes sociales pero no había rastro de ellos, como si hubiesen desaparecido sobre la nada. Su búsqueda se volvió tan exhaustiva que ya nada en mi vida parecía tan importante como encontrarlo, quería solamente verlo de nuevo y escuchar su voz, sin importar lo que me estuviese diciendo, quería mirar sus ojos castaños y besar sus labios temblorosos, estaba obsesionado con él. Porqué de todas las personas que llegué a enredarme alguna vez, él me había rechazado.

Estuve buscándolo por tierra y mar cerca de un año. Un año, dos meses y tres semanas, para ser más exacto y entonces finalmente lo volví a ver. Era un día como cualquier otro, subí a mi automóvil y conduje durante tres horas hasta las instalaciones administrativas correspondientes a la universidad que me interesaba ingresar y cuando bajé del auto con los papeles correspondientes, me percaté que él también se encontraba ahí, entonces mi corazón dio un vuelco.

Me quedé inmóvil en la entrada del recinto, mi cuerpo se congeló en segundos y sentí mi cabeza dando vueltas con solo admirarlo. Él se hallaba sentado en la sala de espera con un bebé en sus brazos, estaba alto, su cabello se encontraba más largo con algunos mechones rubios en la parte superior que le hacían ver más femenino y traía anteojos de pasta gruesa. Me acerqué por instinto, como si una fuerza natural me llamara hacia él y me sentí sin oxígeno cuando me encontré a dos pasos de su silla.

 

I'm sorry that I hurt you
It's something I must live with everyday
And all the pain I put you through
I wish that I could take it all away
And be the one who catches all your tears
Thats why I need you to hear

I've found a reason for me
To change who I used to be
A reason to start over new
and the reason is You

Levantó su cabeza y enfocó sus lindos ojos sobre mi rostro mientras yo me sentía desmayar. Tragué grueso y contuve la respiración cuando frunció su entrecejo. Palideció y entreabrió sus labios sensuales en un incómodo gesto de incredulidad.

—¿Reita? —preguntó y yo sentí mi garganta seca por escuchar su voz. —¿Qué haces aquí?

Encogí los hombros y sonreí muriéndome de los nervios. Quería abrazarlo y besarlo, gritarle lo mucho que lo había buscado, también darle un puñetazo por el rostro por haberse marchado sin dar ninguna explicación. Aunque después de todo, él no me debía nada pues solo nos habíamos acostado una vez.

—Estudiaré aquí —respondí cuando pude reaccionar. Asintió y entonces vi los rasgos de su cara un poco más agrios, más cansados y demacrados. Quise llorar al apreciar la naturalidad con la que sostenía aquel bebé profundamente dormido. Sonreí de forma forzada y pregunté.

—¿Por qué te fuiste? —De alguna manera me sentía frágil en frente de él, pues se le veía estable, fuerte y seguro de sí mismo. Y yo en cambio, me sentía como si las partes de mi cuerpo pudieran desprenderse una a una en cualquier momento.  

—Tuve que hacerlo por él. —Hizo un gesto señalando al infante en sus brazos y suspiré profundo antes de preguntar.

—¿Es tuyo? —Me miró fijamente atravesándome sin compasión, se puso de pie haciéndome sentir insignificante.

—Si —afirmó y yo dirigí la mirada al bebé sintiendo mis ojos llenos de lágrimas.

—Es hermoso —comenté a la vez que mi panorama se convertía en una distorsión de la criatura durmiente.

—Lo es.

—¿Cómo se llama? —me atreví a preguntar y mi voz se quebró al salir.

—Igual que su padre. —Levanté la vista, dirigiéndola nuevamente a él.

—Kouyou —afirmé. —Es un lindo nombre. —Sentí mis lágrimas cayendo y mi corazón roto, entonces su mano en mi mentón me hizo levantar la mirada para ver su rostro sonriente y su cabello balanceándose al ritmo de su negación.

—Te equivocas —habló de forma dulce y el roce de sus dedos me quemó. —Me refería al nombre de su otro padre. —Fruncí el entrecejo confundido por su comentario y entonces su voz terminó de aclararme.

—Akira…ese es su nombre.

 

and the reason is You

 

—¿Puedo invitarte a un café? —pregunté y me derretí ante el asentimiento de su cabeza.

 

 

Notas finales:

Saludos personas hermosas. No olviden comentar qué les pareció


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