Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El asunto escocés. por nezalxuchitl

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Hace tiempo que queria escribir esta historia.

Cualquier semejanza de esta con realidad es eso, semejanza. Como la de triangulos semejantes en planos distintos; nadie se atrevería a decir que se trata del mismo triangulo.

 

Notas del capitulo:

Gracias por leer.

Michel Fasmember colgó el teléfono, satisfecho. Era bien entrada la noche en su departamento neoyorkino, pero en Londres era la primera hora para hacer negocios. Acababa de llegar a un acuerdo sobre Macbeth. No le pagarían las cantidades de dinero que ya estaba acostumbrado a recibir, pero daría casi todas las entrevistas.  Perfecto, justo lo que quería.

Magento no era un mal personaje, de hecho, era mejor que muchos de películas supuestamente serias, pero al ser parte de una franquicia de comics… bueno. Era muy divertido ver a todas esas chicas orgasmeándose en las convenciones y había conocido a Charlie, pero… tenía un aire. Un algo. Un no sé qué, que, a pesar de todo, no lo dejaba sentirse satisfecho como actor.

Interpretaría a otro gran héroe de los videojuegos, uno que de hecho le gustaba, pero Macbeth lo entusiasmaba más. Hamlet era lo típicamente considerado la consagración de un autor, pero lo mismo que Romeo, era solo un adolescente haciendo… cosas propias de su edad.

No, volvió a sonreír. Macbeth era lo mejor: torturado, capaz de la insania y de la infamia, si el destino lo hacía llegar a esos límites. Muy cómo, en lo íntimo de su ser, Michel se sentía.

Se dirigió a su barra por una copa de Campari y al hacerlo notó que la cortina de su ventanal ondeaba, magistral, llena de presagios, como en las películas de Francis Ford Coppola. Tuvo la seguridad de que alguien estaba, ahí, debía estarlo, porque la vida imita al arte.

Parpadeó, desconcertado, tratando de entender si soñaba o estaba despierto. Había deseado tanto ese papel, pero el favorito para recibirlo era ese inglés insulso, sobrevalorado; Cucumberbach, sólo por su inmoral adaptación de Sherlock… Si Cucumberbach le había ganado el papel, bueno, eso lo haría alucinar, literalmente.

Eran sus ojos los que lo veían, su mirada intensa, apasionada, tal como la había ensayado en los espejos. Su mandíbula dura, la línea apretada de su labios, denotaban gran determinación. Empuñaba un cuchillo y se lo presionaba contra el cuello. Podía sentir la punta.

-Hola, amigo. Vamos a charlar.

 

***

 

Fabien Mitchell tenía un apellido de lo más común en un pueblo de lo más común, en plena Minnesota. Había oído hablar de lugares aislados del mundo; pueblos mexicanos situados entre volcanes a los que sólo se podía llegar por avioneta, poblaciones llamadas Kulo allá en el culo del mundo, Finlandia, hermosas y con wifi bajo la eterna noche boreal.

Pero su pueblo ni siquiera tenía ese romanticismo. Pasaba por él una línea de autobuses, una sola, de las que cruzaban el país, y el lugar más importante era el hotel-restaurante Mindy’s, abierto las veinticuatro horas y cuyas hamburguesas con papas y camas, camas a secas, en las que un hombre podía extenderse cuan largo era a ciento ochenta grados eran la delicia de los conductores, su oasis en medio de la agreste desolación.

Pero su vida no había sido común. A los cuatro años se encontró cantando “¡Espárragos, espárragos!” sin que viniera al caso y luego se quedaba muy bien paradito, con afición al sol y al agua. Luego sus juegos infantiles sufrieron los más variopintos y repentinos cambios de interés, que hacían enloquecer a su madre, pues apenas le había conseguido el disfraz de pirata por el que tanto había molestado, ya quería ser un indio o un astronauta. Bombero o príncipe enamorado. George Washington, John Smith o un inglés llamado Ernesto que daba mucha importancia a su nombre.

Fabien se daba cuenta que no era normal. No era como que él lo decidiera, trataba de explicar con impaciencia a sus padres. No era el quien decidía pararse antes de que amaneciera a disfrazarse, decir líneas, actuar. Era una especie de fuerza, pero más oscura y poderosa que la de Star Wars.

Durante su adolescencia, aprendió a disimular lo que llevaba dentro. Tan pronto se enamoraba de Marian como desfallecía por una Isolda que en su pueblo jamás pudo encontrar. Ni en los pueblos vecinos. Se dio cuenta también, con creciente terror, que las cosas que sentía, que actuaba, de hecho le pasaban en la vida real.

Una vez resultó herido por una bala, en el campo. Un tiro perdido de un cazador, dictaminó la policía, pero no era temporada de nada.

Fue hasta el 2007, cuando sus amigos lo llevaron de vacaciones a Minneapolis para celebrar su salida del centro de rehabilitación para los adictos al ejercicio cuando en el gran multicinema de esa ciudad conoció al motivo de sus males.

-¡Maldita sea, viejo! – dijo Chuck, escupiendo las palomitas – ¡Ese tipo es igual a ti!

En pantalla estaba un griego en taparrabos, idéntico, idéntico a él, hasta en los músculos superdesarrollados.

-¡Incluso habla como el! – añadió Mark.

-“Muerte hemos de repartir, porque somos los cosechadores de kkkraneos” – dijo Tony, así, con tono de robot extreñido.

Incluso había llevado su cabello así, unos rizos aceitosos, nada naturales.

Se esperaron hasta los créditos para ver el nombre del que se parecía a Fabien.

Fasmember. Michel Fasmember. La despuntante estrella.

 

***

 

-Así que, cuéntame – sus propios ojos lo miraban con odio - ¿Qué tenían de especial los espárragos para que interpretar uno te hiciera decidir que querías ser actor?

-Todavía no descubría quien era yo mismo, cuando descubrí que podía ser alguien más.

-No me vengas con esa mierda de las entrevistas.

-Podía pararme con un cono verde de sombrero sin que nadie me llamara estúpido.

-¿Y por eso valía la pena? – escupía de lo furioso que estaba, como podían constatarlo sus coprotagonistas de escenas de ira - ¿Valía la pena arruinar mi vida, um?

-Oye – se dijo a si mismo con calma – sé que queríamos ser doctores, pero no teníamos el cerebro para eso.

-¿Doctor? – su otro yo se rió como un loco, como alguien de quien el destino se hubiera burlado de manera particularmente cruel, siendo lo bastante inteligente para darse cuenta que nada podía hacer contra él, pero también lo bastante valiente para negarse a rendirse sin pelear.

Una actuación perfecta, magistral, consideró sin falsa modestia.

-Así que pude haber sido doctor. Cortaría tripas, curaría resfriados. ¿Sabes? Tal vez eso no me hubiera afectado. Tal vez me hubiera casado con una enfermera o desarrollado morbosa parafilia por ellas, pero nada más. Nada de adelgazar hasta los 47 kilos ni ser atacado por una pandilla de adolescentes junto a un lago. Nada de creer en el nacionalsocialismo o enamorarme de un profesor paliducho.

Michel vio a su otro yo. Se veía más viejo, tenía cicatrices. Tenía una en la mejilla, justo donde Pat había sido herido por ese francotirador nazi…

Llevó los dedos a la mejilla y siguió la línea rugosa que desaparecía en la línea de cabello.

-A ti te dieron los efectos especiales en el estudio de post producción. A mí me alcanzó una bala perdida de un árbol, en la nada, en Minnesota. ¿Puedes creerlo?

Fasmember asintió. Comenzaba a distinguir…

-Cuando actuaste en Espartanos me arrestaron dos veces en mi pueblo por obscenidad pública, por elaborarme un taparrabos, cubrirme de aceite y correr por las calles empuñando un palo y gritando “Espartaaa!”

Michel sonrió. Como había disfrutado esa película, y no solo Buttler, ese macho escocés.

-Muy divertido, ¿no?

El otro tipo estaba furioso, y podía comprenderlo. La empatía es la principal cualidad de un actor.

-Para ti es muy divertido ser pirata, bombero, espartano. Te diviertes un rato y ya, se acabó. La gente te lo celebra. Pero para mí es real, duro. ¿Tienes idea de la cantidad de psiquiatras que he visto? ¿La de veces que he estado internado? Cuando oí rumores de que te querían para que interpretaras a ese imbécil canceroso de Ap-lee temblé. Pero confié en ti, lo hize – lo miraba como lo que era, un loco, y volvía a presionar el cuchillo contra su cuello – porque te conozco, sé que tienes integridad. Nunca aceptarás un papel que no consideres interesante, apropiado para ti, hayan dicho lo que hayan dicho de Magento. Tu supiste ver al personaje por lo que realmente era; la devoción por su madre, por su sentido del deber. Por el profesor. Oh si, Michel. Comprendo tu dolor, el de Magento, por la madre muerta. Porque yo lo viví. Fue real. Mi madre murió asesinada por el soldado loco del fuerte Adams. ¿Recuerdas? Fue hace unas siete u ocho matanzas.

Michel asintió, por supuesto, se había conmovido ante la noticia del tiroteo suicida en el centro comercial, en la tarde del sábado. 37 víctimas mortales.

-Oye, lamento lo de tu madre, pero…

-Si me dices lo de las coincidencias te rebano el cuello, así sin más, y sabes que soy capaz.

Michel tragó saliva y eso hizo que una gotita de sangre surgiera de donde la punta hacia contacto.

-Han sido demasiadas casualidades en mi vida. Incluso te has metido con mis preferencias sexuales.

Michel no pudo evitar soltar una risita con sorna.

-Amas al profesor McAvoy, lo sabes tan bien como yo. – dijo, dándole un nuevo significado a la frase hecha – Te enamoraste de él y yo no pude parar hasta encontrar un homosexual feo, de piel blancuzca y labios muy rosados y que además enseñara a quien amar. Mi novia me dejó por eso, la mía, mi elección. La que había soportado mi adicción al sexo con prostitutas, tu multipremiada adicción al sexo con prostitutas. Me dejo por la aventura gay, la muy prejuiciosa.

-¿Me estás diciendo que lo que yo actuó influye en tu vida?

-¡Bravo! Sigue así y para los ochenta años podrás interpretar a Einstein. Exacto genio: tú lo actúas y yo lo vivo. No todo, claro está, pero al menos un detalle, lo que más te apasiona. Y conforme más te apasiona, más me afecta. Cuando escuche que estabas muy entusiasmado por hacer Macbeth decidí que era suficiente. Que no moriría por ti.

-¿Cómo sabes que morirás? Has dicho que no te pasa todo…

-¡Me pasa lo que te apasiona! ¡Lo que sientes, intensamente, desde el corazón! ¿Crees que no sé porque nunca has muerto en tus películas? No sé cómo te las has arreglado, o que favores has hecho: el único espartano que regresa de las Termopilas para contar la hazaña, Magento no muere, ni siquiera en el futuro pasado; el tiempo cambia justo en el instante en que, heroico y ensangrentado, está dispuesto a dar su vida para proteger unos segundos más al profesor... Los chicos del lago creían que lo habían matado, pero el Vengador regreso para acabar con todos.

-¿Por qué nunca he muerto en escena?

Su otro yo, el loco, sonrió como un lobo malvado, como el sonreiría si lo estuvieran jodiendo.

-Porque no te sientes capaz. La muerte… - comenzó a declamar, pero cambio de opinión – No querías morir como esos perdedores que siguen respirando, o tardan una eternidad mientras diez litros de sangre manan de su cuerpo. Pero ahora te sientes listo, preparado, o no querrías hacer a Macbeth.

Michel pidió permiso para sacar un cigarrillo y lo encendió. Sólo entre él, y su otro yo, podía pasar una escena tan surrealista: los minutos pasando, en silencio, ignorándose, como si su daga no estuviera contra su cuello.

Dejó caer un buen fragmento de cigarro consumido y lo miró a los ojos. Sus ojos.

-¿Cómo sé que no eres simplemente un loco?

-¿Cómo burlé tu seguridad?

-Buen punto – sonrió -. Cuéntame.

-No, tú cuéntame. ¿Quién era el que quería participar en Ocean’s thirteen?

Nadie sabía eso. Nadie: para aquel entonces, era aspirar muy alto. Pero había ensayado, investigado, creádose un personaje.

-No me digas que eres Ness, el genio de la informática, a quien ningún cerrojo se le resiste.

Sonrió el otro torvamente.

-Aun así, ¿Cómo pudiste? No eres el chino para que pudieras trepar como hombre mosca.

Se complacía el otro en tenerlo encandilado.

-Bien Michel, bien. Se está haciendo tarde y nos gusta dormir de 5 a 11, el sueño más profundo, reparador. Vas a dejar la actuación, Michel, confía en ti. Sé que puedes ser doctor.

-¿No me digas? Cinco años de estudio, tres de residencia y luego los posgrados.

Le apretó la daga. Mano más sangre; tibia, olorosa.

-O dejas de actuar o te mato: estoy harto de esta vida manipulada que no es vida. No soy libre. ¿Tienes idea de lo que es eso? – lo miró frenético – No soy dueño de mis actos. Mi vida es juguete de tus caprichos, eres el rango y yo el dominio; es inaceptable. Dedícate a doctor, Michel, retírate, goza de lo que el dinero puede comprar. No actúes más, te lo advierto: no habrá otra advertencia. Te cortare el maldito cuello si insistes en actuar. Seré libre cueste lo que cueste.

Parecía que el loco iba a dejarlo: perfecto, en cuanto iniciara la retirada, llamaría a la policía. Tardaría mucho en bajar como hombre mosca desde lo alto del rascacielos. Cogió lo que quedaba de su cigarro, fumó hasta la colilla, la dejó caer sobre el piso de madera preciosa, pisándola para apagarla. De un empujón, lo estrelló contra la pared, le estrujó el cuello de la ropa, lo besó apasionadamente y luego brincó por la ventana.

Desconcertado por el beso, Michel tardó un instante en asomarse, lleno de adrenalina, esperando verlo terminar de caer, pero en vez de eso, con los brazos extendidos y su capa desigual ondeando detrás de él, se alejaba entre los edificios como Magento por el aire nocturno de la gran ciudad, glorioso y ridículo a la vez.

 

***

 

El teléfono no dejaba de sonar. El maldito teléfono. Contestó, pues los únicos de quienes tenia autorizado recibir llamadas cuando el teléfono estaba apagado eran de su manager y de Charlie.

Contestó con un gruñido, la luz de la mañana lastimándole los ojos.

-¿Y bien? – la voz entusiasmada, jovial de Charlie le impedían enojarse con el - ¿Conseguiste el papel?

Había mucho del profesor MacAvoy en Charlie, pero Charlie se entusiasmaba como un niño por todo y era, era muy bueno en la cama.

-Sí.

¿Sí? Ahora no estaba tan seguro. A la luz de la mañana esa increíble llamada, que lo había hecho tan feliz, podía ser tan irreal como aquel Magento yéndose por los aires. Sólo las botellas de licor, y los estragos que producían en su cuerpo eran muy reales. Los chillidos de Charles también eran reales, demasiado alborozados y agudos.

-¿Quieres callarte? Parece que el papel lo hubieras conseguido tú.

-Perdóname por emocionarme con tus logros. – le replicó en tono mamón. Pero de inmediato - ¡Oh Michel! Estoy tan contento, de verdad que lo estoy. Macbeth es perfecto para ti, en serio que lo es. ¡Oh! Si tan solo no estuviera tan preocupado por esa estúpida maldición…

-No hables del asunto escocés. – conminó.

Podía visualizar a Charlie asintiendo grave, sumiso, como un niño regañado al otro lado de la línea. Luego, no queriendo ser como su padre:

-Gracias. Tu alegría me hace alegrarme aún más.

-Oh Michel, serás genial. Genial. ¿No se te complican las fechas con…

-No, no. Terminaremos mucho antes.

-Esto tenemos que festejarlo Michel.

-¿Venecia te parece bien?

-¿El asesino quiere ir explorando su territorio?

Michel rió. Grave, viril, seductor: haciendo agua las piernas de Charlie a la distancia.

-En parte sí. Pero también es muy romántico. Y nunca te lo he hecho en una góndola.

-¿En una góndola? – su vocecita ya era seductora – Suena interesante.

-Es jodidamente bueno. Pero ahora… necesito hablar con mi manager.

-Claro. Te amo. Nos vemos en la tarde.

-Sí, en la tarde nos ponemos de acuerdo.

-Te amo.

-Yo también te amo.

Le envió un beso a Charlie, que este devolvió y colgó el teléfono. Suspiró. Si, tenía que llamar a su manager.

Dejar la actuación… ¡qué tontería! Era su vida, era vivir mil vidas, disfrutar millones de emociones: asesinar, engañar, morir impunemente. Que una pesadilla le planteara el dejarlo. A la lucida claridad de la mañana le resultaba obvio que lo único terrorífico de la pesadilla, de la alucinación, era que se había sentido tan real que tal vez debería volver a ver a aquella médico, Julia, la psiquiatra, que tan confidencialmente lo trataba.

Peligro de enfermedades mentales: ella lo había llamado como era, sin edulcolorarlo. Peligro. No estás bien, estas en peligro. Pero solo eso, peligro. No has manifestado ninguna, no es algo que no podamos tener bajo control.

El teléfono lo sobresaltó.

-¡Michel, es genial! ¡Acabo de abrir mi correo y lo primero que veo es la propuesta de contrato!

-Sí, lo sé. Hable anoche con el director.

Hugh iba a chacharear largo y tendido. Fasmember se preguntó si parte de su habilidad no consistiría en hablar hasta que el otro estuviera perdido y aceptara lo que fuera con tal de que dejara de hablar. Lo puso en altavoz y se dirigió a su barra.

Al salir al pasillo noto que la cortina de su ventanal ondeaba, magistral, llena de presagios, como en las películas de Francis Ford Coppola.

 

***

  Continuará...  

Notas finales:

Lean El padrino: es tan buena como la pelicula.

Cualquier duda, comentario, sientanse libres de comunicarmelo.

Kiitos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).