El cielo era invadido por diversas tonalidades de gris. La luna se asomaba cada vez que se le permitía. Las nubes cansadas de ir cargando peso que les impedía facilidad de movimiento se aglomeraban en torno a una ciudad pues les encantaba hacer jugarretas en ellas, por ello su carga era soltada con diferentes tipos de fuerza y a intervalos que, para ellas era divertido. Las expresiones puestas por las personas eran su mayor goce, no importa si estas iban desde las más tristes hasta las más eufóricas. No obstante, en medio de aquella fiesta invisible algo llamó su atención, incluyendo a la reina.
Entre las calles de la ciudad que era el blanco de la algarabía de los cielos, un niño de no más de seis años corría buscando algo. Su respiración era irregular y por más que se detenía delante de otras personas estas lo ignoraban como si fuera un mero perro callejero. El joven se notaba preocupado, si se encontraba llorando no se notaba pues las gotas que caían en su rostro se mezclaban con ellas. La reina plateada se apiado por el niño. Las nubes pararon un poco su flujo acuoso. El niño observó hacia ellos regalándoles una pequeña sonrisa inundada de preocupación y tristeza.
El pequeño cerró los ojos. Con su mano despeinó sus cabellos azulados para que el exceso de agua se fuera, inhalo y exhalo tan profundo como pudo que incluso el aire le ocasionó un par de estremecimientos pues era un gran contraste con su alta temperatura corporal. Se golpeó un par de veces las mejillas con sus palmas para centrarse en su misión. Corrió, pidió y llamó pero nadie le hacía caso.
La poca calma que había logrado con aquel pequeño ritual que su padre le había enseñado comenzaba a desaparecer. Sin embargo, no podía darse el lujo de perderla. Se aferraría a ella con uñas y dientes pues de eso dependían las personas más importantes de su vida. Volvió a intentarlo, pero nadie le prestaba atención. Una última vez se dijo. Si en esta ocasión no obtenía nada regresaría y él se haría cargo.
La luna conmovida por la fuerza de aquel pequeño decidió ayudarle un poco. Ordenó que un par de nubes se movieran, utilizó un pequeño gramo de su poder y su vestido destello.
Un joven de no más de veinticinco años contempló aquel destello. Su cuerpo dejó de moverse y su vista quedó atrapada por ese acto natural, segundos después algo chocó contra sus piernas.
El niño no noto que un cuerpo se había detenido justo enfrente de su línea de carrera. Inevitable fue el choque así como la huida de su calma. Las lágrimas corrieron fuertemente por sus mejillas pero ningún sonido relacionado salió de su boca salvo una pequeña exclamación de dolor y sorpresa por tremendo golpe.
La reina cesó el destello, a su trono retorno, la orden de continuar la fiesta fue dada. Las nubes acataron la orden. La fuerza irregular de la lluvia regreso. Las nubes intrigadas por lo que su reina observaba también siguieron aquel suceso sin dejar la fiesta de lado.
Rosa roja contra el príncipe negro.
La intriga, el fastidio, la preocupación y la desesperación fueron traídas a la colisión.
–Por favor… por favor señor ayude a mi mami.
Habia que caer, pues, en la posibilidad más temida: al encuentro en la calle.
Ernesto Sábato – El túnel.