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Tetralogía (de la misma melancolía) por Marbius

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Notas del fanfic:

Basado en este prompt, cortesía de Aelilim: http://diehundelos.tumblr.com/post/133152850640 El post está centrado en lo hartos que estaban los gemelos de Tokio Hotel, pero creo que también puedes desarrollarlo desde el PoV de Georg y/o Gustav. Imagina, X está tan cansado de la banda que incluso el pensamiento de agarrar el instrumento que toca le repugna (o en el caso de Bill, cantar), escuchar el nombre de TH le produce pequeños ataques de pánico, no puede ni ver a los otros tres porque los asocia a stakers, estrés y frustración, etc.

Disclaimer: No lucro con la narrativa de este fanfic. Mi única diversión es escribir historias ficticias de personas reales, y nada más.

Notas del capitulo:

Parte 1 de 4.

1.- Gustav observa.

 

En retrospectiva, el primer indicio que Tom dio de estar al borde de un precipicio fue cuando salió de su auto y atacó, haciendo alarde de la fuerza bruta y los puños, a una de las fans que lo acosaban desde varias semanas atrás. En prudente duda si la chica en cuestión era una fan o no, pero Gustav fue quien lo puso en tela de juicio antes que los demás, puesto que fue él quien recibió a un catatónico Tom en la puerta de su estudio-departamento y a rastras lo llevó a la cocina para servirle un té de manzanilla, infalible contra los ataques de nervios.

Por el temblor generalizado de cuerpo y los ojos desorbitados, Gustav juzgó necesario cargar la taza con dos sobres y agregar igual cantidad de cucharadas de azúcar para que el efecto fuera instantáneo.

—¿Qué pasó? —Inquirió, apenas depositó la taza frente a Tom y éste la sujetó con ambas manos igual que haría un náufrago con su chaleco salvavidas.

—Creo que golpeé a alguien. No… al diablo con eso. Golpeé a alguien, Gus.

—¿Con el auto? ¿Atropellaste a una persona?

—No, no —denegó Tom—. Yo golpeé a alguien. Con mis puños. Era una chica. Yo…

Gustav guardó prudencial silencio, asustado por la repentina confesión de Tom. Temía por sus siguientes palabras, pero a la vez estaba tentado de encender el televisor y corroborar por su cuenta si el pánico de Tom por lo que había hecho era de tal calibre como para salir en las noticias o sólo estaba exagerando.

—Llama a Bill, uhm —Tom se atragantó con su saliva—. Llama a David. Necesito… necesitamos hacer algo con esto porque… porque…

Atento al descontrol de sus facciones y a que el único sorbo del té que se sirvió había caído en grandes gotas sobre la mesa, Gustav se acercó a Tom, y con la delicadeza de quien trata un animal herido y renuente a la piedad, posó su mano sobre el hombro de éste.

Tom se retrajo, pero no lo apartó.

—Sólo fui a cargar gasolina —dijo, en voz baja y monocorde—. Gasolina… y ellas… luego todo fue tan…

—¿Estás seguro que la golpeaste? Es decir, ¿no pudo ser sólo un empujón?

—Me abalancé sobre ella y quería matarla con mis propias manos, Gus —dijo Tom, alzando la vista por primera vez desde su llegada y clavándola en la de Gus—. Todo lo vi rojo por un segundo y quería matarla. Ellas dijeron… y luego sacaron más fotografías…

—Oh —exhaló Gustav, sin necesidad de mayores explicaciones. Bien sabía él a qué tipo de fotografías se refería Tom, cuando su simple mención le provocaba tics nerviosos en los párpados.

Semanas atrás, aunque no podía precisar cuántas con exactitud, Gustav había arribado con Georg antes que nadie al estudio para así tener tiempo de desayunar y relajarse antes de que empezaran con los ensayos, pero lo que había iniciado con el optimismo de una mañana de primavera, rápido se vino abajo cuando Gustav vislumbró en la reja de entrada el inconfundible tapizado de papeles y cinta para pegar al que en los últimos meses los perseguía a todos lados.

—¿Qué es eso? —Preguntó Georg detrás del volante, y Gustav decidió bajarse para averiguar.

Tras asegurarse de que nadie se encontrara en la distancia y todo ello fuera una treta en su contra, Gustav rodeó el automóvil por la parte delantera y arrancó de tajo uno de los papeles, sólo para hacerlo trizas segundos después.

—Por Dios… —Exclamó el baterista, barriendo con la mirada el resto de las hojas que colgaban de la verja y decidido a hacerles correr la misma suerte que la otra. Sin delicadeza de ningún tipo, arrancó tantas hojas a la vez como podía, igual que haría con las hierbas malas del jardín.

Sin comprender el repentino afán de su amigo por arrancar papeles, pero también consciente de que su reacción tenía que ver con motivos racionales a pesar de todo, Georg aparcó en neutral y jaló el freno de mano. —¿Gus? —Gritó por la ventanilla abierta, pero el baterista hizo caso omiso de él mientras limpiaba la verja de cada trozo de papel y se lo guardaba bajo el brazo.

—¡Ven y ayúdame con esto! —Respondió alterado, frenético, y Georg bajó con él.

Un vistazo a uno solo de esos papeles bastó para que entre él y Gustav se obsesionaran con la tarea de eliminar cada pequeño rastro antes de que fuera muy tarde y alguien más les pusiera un ojo encima.

Gustav recordaba con dolorosa claridad la incómoda charla que se había dado después entre ellos, los gemelos y David, cuando sobre la mesa de la cocina extendieron los trozos de papel, y horrorizados, Tom y Bill descubrieron las explícitas y pornográficas manipulaciones que los incluían a los dos en flagrante acto de incesto.

No había sutileza en esas imágenes, y el despliegue de sus genitales y cuerpos en contorsiones claramente sexuales ofendió a los presentes por igual.

Bill lloró a mares, afectado de sobremanera por aquel atentado a su persona, pero por razones que escapaban a la comprensión normal, Gustav no pudo olvidar que mientras su brazo rodeaba a Bill por los hombros y le extendía un paquete de pañuelos desechables, era Tom quien más afligido le parecía.

Era una cierta sombra que se cernió sobre él y empañó sus facciones, mientras con un dedo -el pico de un buitre que remueve entre la carroña- rebuscaba entre los papeles que estaban sobre la mesa y se retraía en sí mismo a ojos vistas.

De ahí que la aparición de Tom, horas antes de lo que esperaba de él en el estudio y afirmando vehemente que había golpeado a una fan, hiciera saltar en Gustav unas alarmas de las que él no tenía noción poseer.

A fuerza de insistencia le hizo narrar de nueva cuenta su encuentro con esa fan, y Tom salió de su trance el tiempo justo para repetir lo mismo que antes y después sumirse en el silencio más profundo del que Gustav tuviera noción en el mundo.

Gustav llamó a Georg por apoyo, y después a Bill, quien por azares del destino ese día había salido con Natalie a un spa y no tenía programado pasarse por el estudio. Gustav no dijo nada más de lo necesario, pero enfatizó la urgencia de su presencia con tres simples palabras: Tom te necesita. Y eso bastó para que Bill se lanzara a una desbocada carrera para unirse a su gemelo.

Lo peor fue informarle a David, quien para entonces ya tenía noticias del suceso, y marcaba el móvil de Tom con insistencia, en intervalos que no sobrepasaban el minuto entre llamadas.

—¿No vas a contestar?

Tom contempló su teléfono y denegó. —Para qué. De todos modos ya debe venir en camino.

Sus predicciones fueran acertadas, y en un espacio no mayor a diez minutos, la banda se vio completa con todos sus componentes, y David hizo acto de presencia con un rechinar de llantas en la entrada y despeinado con el pelo en punta.

El ensayo de ese día se canceló, y en acción entró el equipo de publicidad para el que pagaban miles de euros al año. Se elaboró un plan de contingencia, y Tom liquidó por lo bajo una multa sustanciosa que cubrió daños a terceros y el acuerdo con su abogado y el juez en turno para que los cargos contra su persona se retiraran. Un trato sucio en toda regla, pero que David insistió en llevar a cabo por el bien de Tom y de la banda.

Como Gustav lo redefiniría después: En beneficio, sí, pero no el de Tom. De él no, porque como éste demostró después, aquel súbito acto de adrenalina fue la gota de glicerina que hizo estallar el proverbial jarrón de su paciencia.

A partir de ahí, todo rodó cuesta abajo.

 

El incidente de Tom no acabó tras pagar a los abogados del caso y enterrar esos titulares bajo el anuncio de un nuevo disco, sino que además sirvió para destapar la metafórica caja de Pandora, y lo que encontraron no fue la esperanza escondida en el fondo, sino el testimonio disgustado de Simone y Gordon, que hasta entonces y por no armar un escándalo, se habían guardado para sí sus propios encuentros con esas fans.

A Gustav el relato le llegó por vías de terceros, ya que los padres de los gemelos habían hablado con David, quien lo comentó con Bill y Tom, los cuales a su vez les habían llamado para corroborar su versión, y de vuelta con David había sido cuando Gustav se sorprendió a sí mismo espiando su charla desde atrás de una puerta. A su favor habría de decir que los gemelos estaban tan alterados que en lugar de hablar, gritaban, y David también, por lo que ser testigo circunstancial fue más bien una casualidad de la que se aprovechó.

Días después así lo justificó ante Georg, los dos parados frente a una de las ventanas del estudio y espiando (o mejor dicho, siendo espiados) por una docena de fans que esperaban por ellos detrás de la verja.

—No es como si quisiera husmear en sus asuntos, que por cierto son los nuestros cuando involucran a la banda, pero…

—Estabas ahí, lo entiendo —le interrumpió Georg, pues entre los dos y su amistad, sobraban las explicaciones innecesarias—. Sáltate los detalles y ve al grano.

Y Gustav lo hizo.

—Simone ya ha tenido sus propios encuentros con esas chicas. Por lo que dedujo de su alemán con acento, son francesas. No sabe si todas, pero al menos con las que trató sí. Y eso no es todo, porque las mismas manipulaciones que pegaron en la entrada del estudio son las que pegaron en la cerca de su casa. Al parecer Gordon las descubrió in fraganti un día que volvía del trabajo, y cuando se paró para detenerlas, corrieron en diferentes direcciones, así que no pudo atrapar a ninguna, y la policía de Loitsche de desatiende por completo porque, y cito: “Son gajes de la fama”.

—Eso es horrible.

—Y que lo digas… También han recibido llamadas en las que nadie habla pero se escucha su respiración y ruidos extraños. —Gustav suspiró—. Les llenaron el buzón con más manipulaciones y mensajes de… de…

Georg se inclinó hacia él, y Gustav bajó el volumen de su voz.

—Mensajes de odio y homofóbicos. Que Bill es un marica y morirá de sida, y que Tom seguirá su mismo camino si siguen con su relación incestuosa. Por supuesto con peores palabras, pero no quiero repetir lo que escuché, eso no. Me daría asco de mí mismo si tengo que hacerlo.

—Por Dios —murmuró Georg, con la rabia centelleando en sus ojos verdes—. ¿Qué le pasa a la gente? Es un mundo de locos.

—Y eso no es todo —prosiguió Gustav, porque una vez abierta la compuerta, le iba a costar cerrarla—. Han hecho amenazas de tomar acción por su propia mano si Bill y Tom no se detienen.

—¿En qué?

—Qué más —gruñó Gustav—. En su relación. Te lo dije antes. Esas chifladas en verdad creen que ellos dos están juntos como más que hermanos gemelos. Ellas creen que se abrazan, besan y duermen juntos en el sentido no inocente de la expresión.

—Gus… —Intervino Georg, dedicándole a su amigo una mirada de ‘no-me-quieras-venir-a-joder’ que éste interpretó correctamente—. Voy a deducir que tienes tus cinco sentidos funcionales y el sexto lo suficientemente desarrollado como para que esto sirva. Mírame a los ojos y dime que sabes lo que yo sé desde siempre.

—Oh, no vamos a tener esa conversación ahora mismo, ¿o sí?

—Parece que las circunstancias nos han obligado a ello, así que hazlo, por favor. Compláceme.

Gustav suspiró. —No será necesario. Tú lo sabes, yo lo sé… Diablos, hasta David debe de sospecharlo, o no habría actuado tan indiferente con todo este asunto de las manipulaciones. Para él todo esto se reduce a minimizar daños y pagar para cerrarles la boca. Y si es así, entonces Simone y Gordon también estarían al tanto, lo que explicaría que su mayor preocupación fue quemar cada papel que han recibido en lugar de guardarlos para después mostrarlos como prueba.

—Mierda, eso lo complica todo. —Georg se llevó la mano al rostro, y presionó su tabique nasal entre dos dedos—. Sólo para estar seguro, ¿Tom ama a Bill y viceversa?

—Sí, un ciento por ciento —afirmó Gustav sin vacilar—. Se aman como yo quisiera encontrar una chica que me ame y ella a mí. Del resto no diré más, pero… sea lo que sea, lo acepto.

—Igual yo, sólo para que quede asentado entre los dos que es así —dijo Georg.

Sumiéndose en un silencio cargado de pesar, se dedicaron a mirar por la ventana durante los siguientes minutos. Afuera, las fans que acampaban a la entrada de la propiedad se manifestaban con pancartas y agresividad, algunas de ellas colgándose de la verja y otras arengando a las demás a gritar y a causar destrozos en las flores y los setos que se encontraban por dentro a las orillas del terreno.

—No tengo ni la menor idea cómo va a acabar esto, pero mi pronóstico es nefasto —murmuró Gustav, la piel de sus brazos y nuca erizándose hasta quedar él sobrecogido por desasosiego de quien sabe de las calamidades que están por ocurrir, pero no tiene el poder para impedirlas.

A su lado, Georg asintió. —Temo que estarás en lo cierto.

Y lo estuvo.

 

A pesar de que Tom dio muestras de recuperarse por completo de ese incidente, Gustav no le quitó los ojos de encima durante el resto del año, y para desazón suya, comprobó que el mayor de los gemelos escondía detrás de su arrogante fachada un pesar imposible de cargar por sí solo. Si Bill estaba al tanto o no, Gustav no fue capaz de deducirlo con sus esporádicas observaciones.

El disco salió a la venta casi seis meses después del incidente de las stalkers (bautizadas así por los medios, ya que fans no eran), y con ello comenzó el interminable ciclo de entrevistas por televisión, radio y prensa a lo largo y ancho de Europa. Labor rutinaria para ellos, que con años de experiencia a cuestas ya manejaban a los medios a su antojo por saberse las reglas del juego en el que ambas partes participaban.

Se anunció la gira para el año entrante y a comenzar en febrero, y si bien lo celebraron por lo alto en un exclusivo restaurant en Berlín, Gustav no se dejó engañar por Tom, quien en lugar de encontrarse de ánimo festivo, utilizó esa salida como el perfecto pretexto para emborracharse y sufrir al día siguiente una resaca de campeonato.

La gira comenzó y terminó con muchas anécdotas divertidas y memorias inolvidables. Gustav bajó la guardia con Tom, y éste continuó con su vida tal como se esperaba de él.

Sería hasta muchos años después, cuando después de largas horas de reflexión, Gustav comprendiera que el Tom que viajó con ellos a lo largo del Humanoid Tour, el Tom que tocó en una veintena de países e hizo estremecer a incontables seguidoras, el Tom que se reveló agradecido por las oportunidades que el destino le había proveído para cumplir su sueño dorado en la escena musical, no era el Tom con el que había crecido desde apenas comenzar la pubertad, sino la cáscara vacía de su anterior ser.

Porque ese Tom, aunque sonreía y gastaba bromas a expensas suyas y de los demás, el que subía a los escenarios y tocaba sus más recientes canciones con exactitud, entre ellas un dueto con Bill al piano en donde se declaraban lo intenso de su unión como hicieran tiempo atrás con In die Nacht, el que coqueteaba con las entrevistadoras, quien posaba para las cámaras y se mostraba feliz por la vida que llevaba, no era más que una fachada, réplica de anterior persona, y un escudo tras el cual protegerse de todos, Bill incluido.

De nuevo, sólo mucho tiempo después sería Gustav capaz de analizar los hechos en orden y leer entre líneas las señales que se fueron manifestando, una tras otra, separadas por periodos largos de semanas y hasta meses, del inminente punto de quiebre que estaba por acontecer, porque Tom se superó a sí mismo en hermetismo, y nadie, ni siquiera Bill, logró atisbar la magnitud del peso que el mayor cargaba sobre los hombros hasta que fue demasiado tarde.

Sin más, un día Tom se desplomó bajo la carga que traía consigo en el alma, murmuró que nada valía la pena, y no hubo poder humano que lo convenciera de lo contrario.

—Estoy harto de todo esto —masculló Tom para Gustav, luego de que éste lo convenciera de hablar un poco, solos los dos—. Y Bill no ayuda. Bill me presiona. Bill me asfixia con sus interminables planes. Que si ya está escribiendo canciones para el próximo disco, que si las ventas en Australia van viento en popa, que deberíamos hacer una gira por América y promocionarnos en Asia, y yo…

Vestido en pijama a pesar de que ya eran pasadas de las cinco de la tarde, Tom subió los pies a la silla en la que estaba sentado y se rodeó las piernas con ambos brazos.

—Podríamos negociar con David unas vacaciones… —Sugirió Gustav, pero por el aspecto cansado y alicaído de Tom, por lo menos tendrían que ser de un mes, sino es que más.

Sólo entonces advirtió Gustav las profundas ojeras que el maquillaje que Natalie les aplicaba para aparecer en público y ocultarlas, no eran debido al desvelo propio de la vida de tour. Las ojeras que Tom exhibía eran una prueba más de que en su interior, algún mecanismo se había descompuesto, y que éste, aferrado a su papel de hermano mayor no había pedido ayuda para solucionarlo.

Los cambios eran casi imperceptibles, pero a veces la palabra clave era casi, y en su omisión acarreaba consecuencias nefastas.

Además de ojeras, Tom daba muestras de haber perdido un par de kilogramos de su ya de por sí esbelta constitución, y en su tono de piel se adivinaba una sombra que oscilaba entre lo gris y lo verdosa, propia de quien está enfermo de gravedad o está por caer en un padecimiento de larga duración.

«¿Cuándo fue la última vez que lo vi comer?», pensó de pronto Gustav, y a su mente acudieron más preguntas. «¿Cuándo duerme? ¿Lo he visto ducharse recientemente? ¿Por qué ya no toca la guitarra en su tiempo libre? ¿Qué pasó de su interés por las series de televisión que seguía? ¿Cuándo lo vi sonreír? ¿Por qué ya no bromea más?» Y por último: «¿Quién es él y qué ha pasado con Tom?», seguido de la repentina realización de que el Tom al que creía conocer de pies a cabeza, se había esfumado en el aire como cenizas.

—Tom, escúchame —le imploró Gustav, arrodillándose frente a él y sujetando una de sus laxas manos. Tom apenas si dio muestras de reconocimiento, porque en sus ojos no se reflejaba la luz, y simples acciones como parpadear le costaban todas sus fuerzas restantes—. Tom, por favor…

—Mmm…

—Necesitas ayuda. No hay duda de ello, pero nadie te va a obligar a nada que tú no quieras, así que sé honesto conmigo, pero por encima de todo, contigo mismo. ¿Quieres… necesitas de nuestra ayuda?

Una mano de Tom serpenteó entre los dos y se asió a la de Gustav.

Un simple apretón, uno solo, carente de fuerzas y desganado, pero que Gustav interpretó como un sí rotundo.

—Saldremos de ésta, amigo —dijo Gustav—. Te lo juro que así será.

 

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Notas finales:

Nas~
Fic angst a morir, y que probablemente actualice un día sí y otro no según vea el recibimiento. ¿Y ya mencioné cuánto me gustan los comentarios? :') Uno al año no hace daño.
B&B~!


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