Sentado en la mecedora como todas las tardes, se balanceaba de atrás hacia adelante, mirando fijamente a la nada. Frente a los cristales de la puerta que daba al balcón; las cortinas blancas y suaves al tacto permanecían quietas a causa de que las puertas permanecían cerradas.
Esa habitación tenía un ventanal igual del lado izquierdo, unos sillones cafés al centro con una mesa de cristal y dos muebles mas pegados hacia la pared, que contenían bastantes repisas, todas decoradas de la misma manera pero con estilos diferentes. Sobre estas había cajas musicales, desde la más sencilla caja que con abrir su tapa dejaba libre la melodía hasta las que tenían formas más curiosas: pianos, pequeños roperos, con bailarinas, con forma de gramófono y carruseles.
Todos habían sido obsequiados por quien le amo hasta el último día de su vida. Lavi Bookman había contraído nupcias con un joven de apariencia inusual, una cabellera blanca natural, ojos plateados y una piel tan fina, suave y blanca como la nieve.
Se habían jurado amor eterno y eso, Allen lo aseguraba. Su esposo murió a causa de un accidente hace ya muchos años y desde entonces se quedo solo en aquella casa junto a su hija. Micaela, tenía unos 10 años cuando su padre murió, ahora rondaba cerca de los 25 y tenía un hijo de 5. Mica lucia exactamente igual a su “mama” Allen, piel blanca, cabello blanquecino y ojos platinados.
El albino quedo completamente solo cuando Mica se caso y se fue de la casa, si no hubiera sido por los sirvientes Allen ya habría partido al otro mundo junto a Lavi. Pero este no se había ido, seguía en la casa rondando la sala donde estaban las cajas musicales.
La pequeña no creía lo que le decía su madre Allen, quien afirmaba que él seguía con ellos, cuidándolos de cerca. Lo confirmo una tarde en que la caja musical con forma de carrusel, que era la favorita de Allen comenzó a sonar y girar como quien le hubiese dado cuerda.
No pudo haber sido el albino, Lavi era el único que las encendía solo para su esposo para hacerlo feliz con las melodías.
-Mama… ¿acaso tu…? –pregunto nerviosa la niña.
-Ya te lo dije…tu papa está aquí con nosotros –él se balanceaba con los ojos cerrados y una ligera sonrisa en el rostro. La pequeña albina miro como los cabellos blancos de su madre eran movidos, tal cual como lo hacía Lavi en vida, y después de ello sintió una suave brisa volar el suyo. En vez de sentir miedo, sintió una total paz en su interior, era como estar en familia cuando era más pequeña.
Como todas las tardes, se balanceaba en la mecedora recordando los viejos tiempos que había pasado con su amado. Pero a diferencia del resto de su repetitiva vida, ese día Micaela había regresado, visitando a su madre junto a su nieto.
-Me alegra que hayas vuelto, Mica –dijo este sin moverse de su lugar.
-También me alegra verte de nuevo –se acerco hasta él y le dio un beso en la cabeza –traje a tu nieto para que lo veas –menciono trayendo consigo al pequeño de cabello rojo y ojos verdes hasta el frente de su madre.
-Te pareces tanto a tu abuelo Lavi, el hubiera estado encantado de conocerte –dijo con una triste sonrisa en el rostro –quédate el tiempo que quieras Mica.
-Está bien, iré a desempacar mis cosas –se retiro dejando al niño con el peliblanco.
Este seguía mirando al menor con ternura, el parecido que tenía con su abuelo era increíble. Allen pensaba que estaba viendo otra vez al amor de su vida, salvo que en un niño pequeño. El niño después de mirarlo un momento le pregunto si podía ir a jugar con sus juguetes y se fue hasta el centro en la mesa al recibir una respuesta afirmativa.
El carrusel, con detalles dorados y caballos blancos, comenzó a girar y a sonar como todos los días. Allen sonreía y el niño parecía darle poca importancia. Después comenzaron a sonar las demás cajas, una tras otra, cuando todas sonaban y sonaban mezclando las melodías, escuchándose una orquesta de lo más inusual.
Allen abrió los ojos y justo frente a él, estaba Lavi sentado en la baranda del balcón. La puerta se había abierto y dejaba entrar un gélido viento al interior. El peliblanco se levanto y camino hasta él quien le esperaba con los brazos abiertos.
-Gracias… por esperarme tanto tiempo –dijo mostrando una sonrisa. El pelirrojo tomo su mano y antes de partir miro atrás donde la mirada curiosa de un niño los observaba. Le dedico una sonrisa y comenzaron a caminar los dos juntos hasta que perderse en la blanca luz que los esperaba.
Micaela llego corriendo hasta la sala al escuchar tanto ruido.
-¿Mama? –al llegar vio la ventana abierta y las cortinas moviéndose al ritmo del viento que se colaba. El niño miraba en esa dirección y le llamo le atención que su madre ya no se balanceara.
-¿Mama? –se acerco hasta el mencionado y llevo su mano hasta su boca conteniendo un grito de sorpresa. El cuerpo de Allen yacía frio y sin respirar.
El viento ceso poco a poco al igual que el sonido de las cajas musicales, terminando de sonar la favorita de Allen. Micaela miro hacia afuera y comprendió lo que había pasado, derramando unas lagrimas por su rostro.
“Gracias papa…mama estará mejor contigo”.
-¿Qué tiene el abuelo? –pregunto el niño acercándose a su madre.
Ella lo tomo en brazos y se lo llevo hasta su habitación.
-Solo está dormido, no te preocupes…Lavi.