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La mitad más bella de la vida por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del fanfic:

Buenos días, tardes o noches a todos los fervientes amantes del FugaMina que me honran con su presencia y su lectura ( :* )

La historia que hoy les traigo nació para la fecha. 

¡Hoy, 16 de enero, es el día oficial del FugaMina~! Y pues, aunque las fechas son importantes, es más lindo reconocer el acontecimiento que buscamos celebrar. Lucho con feroz necesidad, para que esta pareja consiga más amor.

En mi constante lucha por mejorar, les aseguro que todavía estoy emprendiendo el camino en esto de la escritura, tengo errores y patriones por todos lados, pero les pediré que tengan paciencia para conmigo, por favor ( ♥.♥ )

Espero, de todo corazón, que la idea sea de su total agrado ( -w- )/


He leído filósofos, headcanons, universos alternos y rock pesado durante incontables días, para concebir esta idea, para que viera la luz. Yo estoy contenta con el resultado, pero confío más en su juicio.

Me disculpo de antemano si la historia es demasiado cursi ( D: )

 

Gracias a mi amadísima Stig Al-sayf, porque sin ella no sé dónde estoy ni lo que hago, y nunca podré agradecerle lo suficiente por darle rumbo a mi locura.

 

Notas del capitulo:

Voy a imaginar que grito con ustedes mientras ondeo mi bandera:

¡Amo el FugaMina~! 

Y ojalá que ese sentimiento se quede con ustedes durante todo este dichoso 16 de enero y que los acompañe todo el año, para que disfruten de la pareja y de las locuras que el internet ofrece ( ^^ )


Meras formalidades: Solo la trama es mía (está protegida por SafeCreative.org). Los personajes no me pertenecen, son propiedad intelectual de Masashi Kishimoto. Todo es hecho sin fines de lucro, no gano ninguna remuneración por ello. Hecho únicamente por y para fans.

Les imploro que perdonen todos los errores de ortografía, redacción, narrativa y gramática que encuentren. Saben que soy humana y a pesar de mis esfuerzos, seguro que habrá muchos errores. Además, yo no tengo ni tendré beta-reader, por lo que toda la limpieza corre por mi cuenta.

No quiero entretenerlos más tiempo ( *0* )

¡Disfruten!

 

La mitad más bella de la vida

 

 

 

Cuando Itachi y Sasuke lo arrastraron hasta las puertas del distinguido establecimiento, solo para dejarlo abandonado a su suerte un segundo después, Fugaku aún no estaba totalmente seguro de lo que estaba sucediendo. “Mayordomos & Valets”, señalaba la leyenda dorada sobre las puertas del edificio.

El moreno suspiró con cansancio pero se adentró con valentía al negocio y buscó a la primera persona tras un escritorio que daba la impresión de que podría ayudarlo.

—Buenos días.

—Buenos días, caballero. ¿Cómo puedo ayudarlo? —respondió alegremente una secretaria.

—Yo… necesito un mayordomo —gruñó el Uchiha con la nariz arrugada, gesto que hacía cuando estaba nervioso.

—¿Desea seleccionar a un experto de nuestro personal para servicio privado o empresarial?

—¿Cómo dice?

—Aquí en M&V contamos con un amplio abanico de diferentes profesionales formados y capacitados en las áreas de recursos humanos, finanzas y otras especialidades. Si usted me concede la amabilidad de explicarme sus necesidades y las condiciones de su institución, podré encontrar precisamente a la persona que pueda cumplir sus exigencias. ¿Asumo que necesita personal para el hogar?

—… Bueno, yo… No tiene que ser especial ni nada —intentó explicar Fugaku, aún enojado con sus hijos por convencerlo de hacer esto, aunque en el fondo sabía que era lo mejor—. Puede ser cualquier persona que sepa limpiar una casa, hacer café y que no le molesten las mascotas.

El feroz tecleo de la secretaria hizo una pausa.

—¿Cuántos animales, caballero?

—Dos gatos y un perro.

—¿Usted vive aquí en la ciudad?

—Sí, así es.

La secretaria lo examinó con una curiosidad que iba más allá de los límites de la profesionalidad, pero con exquisita naturalidad logró disimularlo y le sonrió con más gentileza que al inicio.

—Perfecto. Como sabrá, nosotros seleccionamos a personas con talento y vocación por el servicio personal en todas sus áreas, por lo que la persona que pronto estará bajo su mando cumplirá todos sus deseos con gusto. Esta persona contará con competencias adecuadas a sus necesidades, y también con aquellas que puedan surgir en cualquier eventualidad.

—¿A qué se refiere con eso? —interrumpió el moreno un poco preocupado.

—Nuestros empleados cuentan con formación integral; todo nuestro personal conoce cómo aplicar el RCP, SVB y puede hacer uso del desfibrilador. Todos tienen experiencia en la conducción de vehículos de alta gama. Además…

—Entiendo, tienen muchas habilidades —volvió a interrumpir el Uchiha que seguía haciendo acopio de todo su coraje para no arrepentirse—, ¿pero cómo escogerán a…?

—A partir de la información que me proporcione y de una comparación exhaustiva con nuestra base de datos, propondremos al candidato idóneo, avalado por un periodo de garantía en función del perfil que solicita y el nivel de responsabilidad que demanda su puesto.

—¿…Podré devolverlo si no me gusta?

La señorita contuvo la risa a duras penas.

—Por supuesto. Puede ponerse en contacto con nosotros en cualquier momento para hacernos saber sus quejas y el desempeño de nuestro empleado, para mejorar nuestro servicio.

—Entiendo…

La secretaria lo contempló con detenimiento, notándolo inseguro de la decisión que estaba tomando.

—Puedo ponerlo en contacto con algunos de los candidatos que la computadora me está sugiriendo. Es gratuito, será inmediato y así podrá resolver sus dudas directamente.

—No, no, así está bien. Continúe con el protocolo.

—De acuerdo. ¿Desea trabajar junto a una dama o junto a un caballero?

Fugaku, que sentía que todo iba bastante bien hasta el momento, respingó asustado.

 —¿Puedo escoger eso?

—Claro que sí.

—Entonces un mayordomo.

Fugaku Uchiha, que hacía un año y seis meses había sido parte del proceso de divorcio y comenzado su nueva vida como soltero casi a los cuarenta, se encontró inesperadamente frente al problema de no saber cómo vivir. Sus dos hijos, Itachi y Sasuke, que hacía poco tiempo habían abandonado el nido pero que habían encontrado una independencia estable, decidieron que lo mejor era buscar ayuda.

Mikoto había administrado el complejo organismo del hogar como una profesional, atendiendo cada respiración y cada cambio según las dificultades de las épocas a las que se habían enfrentado. Como un buen matrimonio, habían sido la brújula y el ancla de la familia mientras navegaron juntos por la vida, con el ideal de hacer a sus hijos personas de bien.

Lastimosamente, muchos de los prodigios que Mikoto era capaz de realizar fueron un secreto para el Uchiha y ahora necesitaba ayuda con urgencia. Cuando la morena, sin dramatismo y acompañada de amorosa simpatía, le expuso a su esposo su deseo de separarse, él no se opuso.

Él reconocía que la triple experiencia de madre, esposa y trabajadora le había cobrado muchos años e innombrable esfuerzo a aquella muchacha de ojos tan negros como la noche, pero llameantes de vitalidad. Después de tantos bonitos recuerdos y no pocas desventuras, parte de la alegría de Mikoto se había consumido por la cotidianidad de la existencia. Si ella quería explorar nuevos horizontes, sin su compañía, la dejaría hacerlo.

Se sorprendió de no haber puesto resistencia al acontecimiento. A pesar de quererla más de lo que las palabras pueden expresar, supo notar que su corazón ya no dolía con añoranza cuando no la tenía cerca, ni se exaltaba por verla aparecer. Era su mejor amiga y la amaría toda la vida por eso… pero solamente como eso. Aunque convivieron poco tiempo de sus vidas como pareja, comparándolo con las expectativas iniciales que ambos imaginaron, se recordarían con mucho cariño y eso les bastaba.

Al divorciarse y repartir bienes, los dos decidieron que Fugaku se quedaría en la enorme casa donde habían criado a sus hijos y que ella conservaría la casa de campo, en las afueras de la ciudad.

Dada las circunstancias, el moreno consideró que no llegaría a sentirse cómodo con otra mujer en sus dominios. La dueña y señora de aquella casa seguiría siendo Mikoto Uchiha, así quería recordarla.

Sin mencionar que sus adorables vecinas hablarían barbaridades si supieran que estaba introduciendo a una fémina a la casa. Mejor ahorrarse problemas, mejor un hombre. Silencioso, eficiente y tranquilo.

Después de afinar detalles con la secretaria, subió a su auto y regresó a casa sin muchas esperanzas. Bebió un vaso de whisky de Bourbon para conciliar rápidamente el sueño y después de alimentar a Kenji, su perro, y dejar abierta una ventana de la cocina para que entraran sus mininos si así lo deseaban, se fue a dormir.

Despertó temprano en la mañana, con una pequeña jaqueca debido a la hora y un poco desorientado por el sonido del timbre de la puerta principal, que repercutía a intervalos regulares. Cuando apartó un poco la niebla del sueño y vio por la ventana que aún estaba oscuro, maldijo por todo lo alto.

Como pudo, se puso los pantalones de un pijama viejo, ya que acostumbraba a dormir desnudo ahora que estaba solo, y maldiciendo fue hasta la entrada con la única intención de sacar a patadas al que osaba molestarlo, con la intención de volver a dormir.

Casi arrancando la puerta de las bisagras, abrió la boca para decir algo hiriente pero el aire escapó de sus pulmones con arrebatadora malicia.

—Señor Uchiha, mi nombre es Minato Namikaze. Me informaron que usted solicitó un mayordomo, por lo que me pongo a su servicio.

El moreno, que perseveró en el intento de respirar, siguió observando a la criatura frente a él.

A diferencia de muchos hombres de su generación, no había sido educado bajo estereotipos sexistas. Con la ausencia de su padre desde temprana edad (por motivos que nunca se molestó en averiguar), su madre había decidido formarlo como un ser humano, no como un bruto con complejo de macho. Sabía admitir cuando una persona frente a él le resultaba atractiva. Sin temor a decir nada más que la verdad, Fugaku podía jurar que sus intereses sexuales siempre habían sido mujeres. Hasta la fecha.

De todas las personas posibles, le habían enviado un rubio. Era rubio y era precioso. En los veinte segundos que Fugaku llevaba contemplándolo sin ninguna vergüenza, descubrió que escondía el firmamento en sus ojos, que eran tranquilos y puros como la superficie del cielo. Llevaba puesto un clásico traje de blanco y negro, un chaleco gris que le apretaba coquetamente la cintura y unos zapatos negros que lo hacían ver impecable.

Olvidando su enfado, que estaba parcialmente desnudo y vulnerable al frío de la madrugada, parpadeó con incredulidad y trató de articular un par de sonidos que resultaron ininteligibles.

 

 

Minato, pensando que lo más sensato era guardar silencio ante el escrutinio, lo miró cuidándose de no mostrar emoción en sus ojos, pero reparó en la escasa vestimenta de su amo y en la complexión de su cuerpo. Notó el cabello castaño un poco reseco (seguramente debido a una mala selección de acondicionador, se dijo y se prometió corregir), el pijama gastado, los pies descalzos y las manos llenas de cicatrices por el trabajo arduo. Le gustó el rubor que cubría sus mejillas, los centímetros que le llevaba de diferencia y lo grueso de sus labios.

Cuando el recién llegado estaba por volver a llamar la atención de su nuevo jefe, apareció un perro meneando la cola tras Fugaku.

—Él es Kenji —dijo el moreno, poniendo a trabajar su cerebro de nuevo.

—Hola Kenji —saludó Minato con una sonrisa, pero conteniendo sus ganas de darle caricias.

—Tengo dos gatos, Madara e Izuna. Ahorita no están.

—Así me informó la agencia.

—¿Puedes hacer café?

Minato se percató, en ese preciso instante, de que a Fugaku le sonreiría con encanto sincero y no por el entrenamiento.

—También puedo lustrar sus zapatos, señor Uchiha.

Fugaku, todavía un poco anonadado, le dio espacio para que pasara y lo observó con atención. Minato no pareció asombrado por el desorden que tenía la sala.

—Estás contratado.

—Gracias, señor.

—¿Puedo volver a dormir?

—Como desee, señor.

—Tu cuarto es el primero al subir las escaleras.

—Gracias, señor.

—Por favor, no me llames señor, me gusta pensar que no tengo esa edad todavía. Dime Fugaku.

—Muy bien. Gracias, Fugaku.

Visiblemente más relajado, cuando el moreno decidió dejar de examinarlo y regresó a su alcoba, Minato puso manos a la obra.

Saber hacer, saber estar y saber ser era el lema de su profesión. Proveer a la familia o jefe de sus servicios para lograr que disfrutaran de una vida más sana, plena y feliz.

Minato, particularmente, aplicaba altos estándares de perfección y excelencia en su servicio. Era uno de los mayordomos más codiciados de su agencia, tanto que lo llamaban multimillonarios y políticos para gozar de sus habilidades. Sin embargo, siempre había sido un hombre sencillo y prefería trabajar en ambientes menos saturados. Siendo tan prodigioso en su quehacer, el dueño de la empresa le permitía desenvolverse en lugares de su preferencia, aceptando un encargo delicado de vez en vez para obtener grandes ingresos.

Estaba orgulloso de su profesión y su hijo también. A causa de su retoño, Naruto, era que trabajaba arduamente. Su esposa había fallecido hacía mucho tiempo, obligando al mayordomo a velar por la vida de su hijo, su educación y su porvenir. Estaba a punto de finalizar la universidad y Minato no quería que le faltara nada. Ya llegaría el día en que no lo necesitaría, pero mientras viviera bajo su techo, se había prometido que aquel niño, casi un hombre, que todavía lo miraba como si fuera lo más increíble en el universo, no pediría por nada.

Por el momento, estaba contento de haber sido seleccionado para servir a Fugaku Uchiha. A pesar de los pocos minutos de conocerlo, creía advertir en él una personalidad un poco taciturna y apartada, pero a pesar de su estupor fue cortés y directo, lo cual agradecía mucho. Además, era imposible ignorar el enorme cuido que necesitaba aquella casa y que no recibía. El moreno necesitaba ayuda y él con mucho gusto se la daría.

El rubio fue a su habitación, sacó sus uniformes de la maleta y los colocó el armario a su disposición. Puso a cargar su tablet, ya que al finalizar el día siempre hablaba con su hijo para cerciorarse de que ambos se extrañaban y estaban bien. Sacó los utensilios que necesitaría y que, estaba seguro, la casa no tenía.

Primero limpió el lugar de pies a cabeza, empezando por la sala y desempolvando libreras y clasificando los libros por género y por autor, desenredando los cables de los aparatos electrónicos, clasificando películas, moviendo muebles y limpiando el suelo. Siguió por la cocina, ordenando la vajilla, sacando la basura, puliendo cubiertos y organizando el refrigerador. Hizo lo mismo con los cuartos superiores, de los que podía deducir que el señor Uchiha tenía dos hijos que recientemente habían abandonado la casa.

Aseó los baños, limpió y organizó lo que estaba en el ático, lavó la ropa de la semana, limpió todas las ventanas con furia, preparó comida para Kenji y para Madara e Izuna, que se habían unido a la algarabía, complaciéndose en observarlo desde la comodidad de los sofás y finalmente, con suprema delicadeza, se introdujo en el dormitorio de Fugaku.

Pasando la vista de largo de la silueta dormida, Minato se dirigió pronto al armario y en sepulcral silencio, comenzó a organizar su vestidor.

Primero por color y luego por el tipo de tela. Seguidamente, tomó aquellas prendas que tenían algún hilo descosido y anotó mentalmente preguntarle al Uchiha por hilo y aguja. Al hacer un análisis más detallado, se prometió que renovaría completamente el vestuario de su señor. Aunque ningún ropaje merecía desaprobación, tampoco eran telas o colores que favorecían el cuerpo de Fugaku.

Lo llevaría de compras a la menor oportunidad. No buscaría nada opulento, sino algo elegante. Fino y sobrio. Sabía, por las dimensiones de la casa, la calidad general de todo cuanto había en ella y los datos proporcionados por la agencia, que el señor Uchiha tenía ganancias que le permitían vivir con soltura y modestia perfectamente equilibradas. Solo necesitaba un poco de orden en su vida y voilà.

Para cuando Fugaku despertó, no reconoció su propia casa. Lo mejor de todo, era que Minato le había llevado el desayuno a la cama acompañado de un café hecho para los dioses, en una bandeja de plata que no sabía que tenía.

Por segunda ocasión en el día, el moreno no sabía por dónde empezar a hablar pero no le pareció necesario hacerlo cuando vio que el rubio tendía un conjunto de ropa a los pies de su cama y esperaba por una nueva orden, con una sonrisa.

 

———

 

Como la vida misma, el tiempo pasa y los acontecimientos se dan sin saber dónde estamos, ni de dónde provenimos ni cómo hemos sido llevados hasta allí.

Minato podría jurar que no sabía cómo diablos se había metido en esa situación.

Desde la primera semana de su estadía en la casa Uchiha se habían determinado las reglas. Fugaku no le permitía, bajo ninguna circunstancia, llamarlo señor. Tampoco le permitía quedarse de pie mientras él comía, descansaba o miraba alguna película; lo invitaba a comer con él, descansar con él y mirar películas con él.

El moreno no buscaba una conversación banal y eso Minato lo aprendió de la manera más inesperada. Sin proponérselo, el rubio se había distraído unos segundos, ojeando un ejemplar de Dostoievski y el otro lo encontró con las manos en la masa. En medio de las apresuradas disculpas del mayordomo, Fugaku le preguntó si le gustaba leer y tuvo que responder que sí. Rápidamente se enfrascaron en una conversación astral acerca de “Los hermanos Karamazov”, pasando por Umberto Eco, visitando a Sun Tzu y sin olvidar el teatro del absurdo.

Minato olvidó que tenía una sopa en el fuego a causa del agradable y dinámico intercambio de gustos literarios. Milagrosamente, recordó que tenía la estufa encendida y rescató el almuerzo.

Fugaku se burló de él por horas, pero el rubio se regañó mentalmente por días enteros. De haberse consumido el agua y quemado los vegetales, se habría sentido tentado de darse cabezazos contra la pared como un elfo doméstico del mundo de Rowling. ¿Cómo se había permitido dos distracciones de semejante magnitud en menos de un día? Años y años de pulcra competencia y de repente un castaño de voz sexy y mal carácter lo convertían en una persona torpe y sin pericia.

El hombre no era miel sobre hojuelas, ¡qué va! No le ponía las cosas difíciles pero tenía ciertas costumbres demasiado arraigadas. Con su propia edad y experiencia, Minato reconocía que poseía manías desagradables, pero poco a poco las fue puliendo o apartando para situaciones como aquella.

Por su parte, Fugaku olvidaba quitarse los zapatos al entrar y dejaba la ropa del trabajo –como camisas o suéteres sucios– desperdigadas por toda la casa y permitía que Kenji se subiera en los sillones, complicando la labor de hacer el aseo. A veces dejaba las luces encendidas después de salir del baño, le daba pereza separar la basura por lo que al rubio le tocaba escarbar, en ocasiones olvidaba que estaba comiendo cuando recibía alguna llamada importante y no le gustaba comérsela cuando estaba fría.

La costumbre que más lo sacaba de sus casillas, era que el moreno salía desnudo después de tomar un baño. El moreno gustaba de no usar mucha ropa en casa, con suerte utilizaba la parte inferior del pijama, pero esa singular característica de su actitud llegó al extremo. La primera semana se llevaron un par de sustos al encontrarse en el pasillo por las mañanas, cuando Fugaku terminaba la ducha y Minato salía de la alcoba principal después de haberle preparado las ropas del día.

Si lo irritaba tanto, era porque su señor era un manjar para la vista. Minato podía cerrar los ojos y todavía verlo, con el cabello húmedo pegado al cuello, los hombros anchos y el agua deslizándose con maldad por la piel de la cadera y más allá. No había ruta de escape a su imaginación.

El rubio lo reprendió en un ataque de impulsividad empujada por la vergüenza y después de cuatro encuentros así y cuatro sermones acerca del pudor y la intimidad, creyendo que su pobre corazón no iba a aguantar o que su sonrojo lo iba a delatar, Fugaku por fin se compadeció de él y se cuidó de volver a salir desnudo del baño.

No es que el Uchiha se considerara exuberantemente guapo (que lo era, pero Minato no iba a gritarlo a los cuatro vientos). El no usar ropa era un hábito que Fugaku siempre había querido tomar y luego de que se quedara solo en casa, comenzó a hacerlo sin darle muchas vueltas en su pensamiento. No tenía motivos ulteriores aparte de la propia comodidad. En honor a la verdad, Minato lo había encontrado un par de veces mirándose al espejo, con matices de decepción o rechazo pintado en su semblante. El hombre era todo un misterio, pero no le tomó demasiado tiempo entender que de todo lo que el moreno estaba orgulloso, su físico no era una razón para ello.

Eran esos detalles los que no venían en la solicitud de servicio y aunque ya había atendido a familias excéntricas –lo que le garantizó cierta práctica–… diablos, era la primera vez que se encontraba con un jefe tan peculiar. Si seguían así, Minato iba a tener que ir preparando su propio funeral.

Porque sin importar estos locos sucesos, los descuidos culinarios o el cansancio de los días, Fugaku no desistía en su disposición amable con él. Le pedía que le enseñara a hacer ciertas tareas, básicas quizás, pero esenciales para cuando volviera a vivir solo (aunque hablaba con renuencia de ese aspecto del contrato). Hacía un esfuerzo consciente por corregir sus malas costumbres aunque fallara miserablemente, no le interrumpía cuando estaba hablando con Naruto por las noches y jamás le había recriminado por eso. Le daba permiso… No, lo obligaba a retirarse los fines de semana, aunque pagaba por un servicio de siete días y veinticuatro horas.

Fugaku no le preguntaba por su vida, pero si Minato se sentía en la libertad de comentarle una anécdota brevemente, escuchaba con mucha atención o le infundía la confianza para que ampliara su narración. Más tarde, el hombre también compartía un poco de su andar por el mundo.

Le preguntaba cómo escogía los tomates en el mercado, por qué era mejor comprar una camisa y no la otra, le preguntaba cuál era su música favorita solo para ponerla en el sistema de sonido que Itachi le había enseñado a usar. Lo invitaba a ver una película en su cama, le pedía que dejara de vestir el uniforme y anduviera más casual, pellizcaba la comida cuando tenía hambre y Minato “tardaba demasiado”, era despectivo con Madara e Izuna cuando en realidad eran su adoración porque cada vez que el rubio hacía las compras, en su lista estaba escrito que trajera el mejor atún o salmón que pudiera conseguir. También se dormía en el sofá después de una larga semana, y el abandono del Uchiha en presencia del rubio resultaba de lo más enternecedor.

Era en esos momentos, cuando lo veía rendido y dormitando pacíficamente en la sala, que el corazón del mayordomo se estremecía con violencia. Era la apacible autoridad que mostraba a su alrededor, la sonrisa que exhibía en presencia de sus hijos –incluida la afabilidad con que ambos chicos se desenvolvían alrededor de Minato, lo que hablaba muy bien de sus padres–, la manera en que la electricidad se sentía en el aire cuando estaban solos en algún cuarto, la forma en que le bromeaba solo para divertirlo y dejarse divertir, la cuidadosa privacidad que Minato quería mantener y que Fugaku había respetado… era todo eso y más, lo que había provocado el nacimiento de una emoción tan profunda que se sentía a punto de caer en las redes de una promesa que no parecía tener final. No era solo el propio Fugaku el que le inspiraba tanto, sino lo que era Minato mientras gozaba de su compañía. No esperaba nada del otro y sin embargo, todo lo recibía. A su lado, no perseguía la felicidad… la creaba.

Cuando aceptó el trabajo, Minato jamás imaginó que podía quedarse ahí, en el marco de la puerta, mirándolo trabajar toda la tarde en el armazón de un motor, o incluso pensar que quería quedarse mirándole todo el mes, todo el año y si la suerte estuviera de su lado… toda la vida.

 

 

Naruto, aparentemente, estaba saliendo con una joven que había conocido recientemente, por lo que ya no se conectaba para platicar con él todas las noches. Cuando su hijo le preguntó cómo era su empleador y Minato escribió un escueto “Está bien” con las manos temblorosas, el muchacho lo presintió de inmediato y lo arrinconó mediante selfies donde lo juzgaba con la mirada, hasta que le hizo confesar su terrible enamoramiento.

El rubio más pequeño (prudente al saber que las escasas relaciones que su padre mantuvo con anterioridad, no habían sido satisfactorias para ninguna de las partes), no se mofó de su padre ni lo regañó por cometer esa imprudencia con un cliente; por el contrario, lo animó a que fuera sincero con el Uchiha, pero le amenazó entre bromas y le dijo que le tomara un video cuando estuviera desprevenido, porque quería conocerlo.

Minato no tenía idea de adónde iría a parar.

 

———

 

Alguna vez, cuando el caos y el orden de la realidad que existe fuera e independientemente a cada persona, pero no por ello menos objetiva, le enviaba momentos de calma total al Uchiha, este se permitía cavilar en las reminiscencias del ayer.

En algún lugar había leído que los seres humanos no recuerdan nada antes de los cuatro años y Fugaku podía dar fe de eso. Uno de sus primeros recuerdos nítidos, es de cuando tenía cinco años y le preguntó a Hikari Yui, en el patio de juegos, si podía sostener su mano. Se lo preguntó porque él había visto a los adultos tomarse de las manos y se veía lindo, y Hikari era linda, con las pecas de su nariz y el pelo negro amarrado en dos coletas. Él no quería jalar su cabello como los otros niños, solo quería sostener su mano y decirle que era linda.

Hikari se burló de su petición, fuerte e inmisericorde, asegurándose de que todos escucharan.

—¿Por qué querría hacer eso contigo? —siseó con impactante claridad y le dio la espalda.

La humillación y el despecho lo envolvieron en dolor. La miró alejarse entre gruesas lágrimas que resbalaron por sus mejillas. No sabía por qué lo había rechazado. No sabía por qué le había molestado tanto el pedirle su mano.

En su juventud no le fue mejor. Ingresó a la universidad casi rendido en ese ámbito de su vida. Las pocas citas que había tenido, terminaron sin un llamado para un segundo encuentro, mucho antes de que sopesara la idea de expresar afecto.

Hasta que poco tiempo después llegó Mikoto. Entonces su suerte cambió, porque su amor era genuino y su pasión parecía inagotable. No obstante, durante un par de años, los padres de su amada se resistieron a reconocerlo como pareja de su hija (por su procedencia, por su actitud, por la razón que fuera), y Mikoto tuvo que pedirle que durante sus citas y paseos se abstuviera de tocarla en público, lo que incluía tomar su mano, abrazarla por la cintura o recoger el cabello tras su oreja. Si lo hacía por un descuido, ella retrocedía asustada y miraba a su alrededor.

—Si alguien nos ve demasiado cariñosos y mis padres se enteran, no me dejaran volver a salir. Te prometo que será por poco tiempo.

Por supuesto que Fugaku no se pudo resentir con ella por eso. A medida la relación avanzó y los años pasaron, incluso casados, el Uchiha dejó de intentarlo. Podía abrazarla y demostrarle cuanto y como la quería en la seguridad de su hogar y eso era suficiente.

La mayor parte de su vida transcurrió en la creencia de que la gente disfrutaba las muestras de afecto en público. Simplemente no disfrutaban las muestras de afecto de él, un hombre agrio y de rostro cansado que apenas se dignaba en dirigirle la mirada a alguien.

 

 

Así que, cuando Fugaku sintió el roce accidental de la mano de Minato contra la suya, mientras iban a hacer la compra semanal al mercado porque el rubio se había propuesto enseñarle a escoger la verdura fresca, se apartó de un paso largo y notorio.

—Lo siento —dijo con gravedad, recogiendo los dedos y cerrándolos en un puño apretado, que mantuvo cerca de su costado.

Viendo que ese ridículamente hermoso rubio se detuvo en seco y lo miró extrañado, se encontró con que el carmín adornaba su contorno y se sintió como un chiquillo de cinco años otra vez. El moreno carraspeó en un vano intento de volver a la marcha que llevaban, poniendo una segura distancia entre sí mismo y su mayordomo, que por fin había decidido complacerlo y vestir ropa informal.

En aquella mañana fresca, deslizándose con soltura por aquel colorido tablero de ventas de flores, comida y pequeñas cosas, Minato se veía radiante y lindo, vestido en un par de jeans y una camisa de botones que hacía resaltar sin ojos, sin que esa fuera su intención, lo que lo convertía en una visión más adorable a sus ojos. Fugaku se sentía extraño a su lado, en ese momento, en la calle, a la vista de todos. Flexionó los dedos, sonrió con dificultad y siguió caminando.

Minato, impresionado por tan abrupto cambio en su comportamiento, abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor y se apresuró para volver al lado de su señor. El Uchiha sintió la mirada inflexible del otro sobre sus facciones inquietas e hizo su mejor empeño en tratar de ignorarlo.

Por lo menos hasta que Minato entrelazó la mano con la suya.

Por segunda vez desde que salieron de la casa, el moreno se detuvo súbitamente y lo miró alarmado, para luego apreciar sus manos enredadas. Era una sensación insólita, sobre todo para un hombre de su edad. Se contuvo de apartarse de un zarpazo.

Estaba encantado con lo que tenía con el rubio en ese momento. Estos meses habían sido deliciosos, habían sido un banquete de excepcionales e inéditas experiencias, donde no faltaron ni los cautivantes coloquios, ni las fugaces sonrisas, ni los secretos compartidos. Fugaku se sentía enlazado al otro por un vínculo sentimental que solo podía encontrar el nombre preciso en una palabra demasiado pequeña para contener un significado tan infinito.

Minato había traído algo a su vida que creía desterrado en las memorias de lo que quería llamar “los buenos tiempos”. Mas la vida está llena de sorpresas, porque aunque amó a Mikoto como no volverá a amar a otra mujer… la verdad era que Fugaku no había vivido en serio hasta tener a ese rubio en la diaria veteranía de respirar, ser, hacer y existir en el mundo. A diferencia de todo cuanto había vivido, Minato lo hacía sentirse en el presente, sonriéndole con osadía como los antiguos sabios de Grecia y enseñándole, sin emplear ni una sola palabra, que el secreto de la felicidad era estar ahí y ahora, sin sufrir por el pasado ni angustiarse por el futuro.

Y sin embargo…

—¿Qué estás haciendo? La gente nos verá —dijo el Uchiha con toda la suavidad que pudo manejar.

—¿Te soy sincero? Quiero que vean, las señoras llevan bastante tiempo preguntándome si te volverás a casar y me están volviendo loco —respondió Minato, con un ademán que se le antojó casual aunque se le notó en la sonrisa que se estaba muriendo de nervios.

El rubio apretó la mano del moreno, acariciando los nudillos con el pulgar y Fugaku sintió que el alma se le escapa. Frente a frente pero con temor a decir algo equivocado, a pesar de que llevaban pensando en aquella situación por mucho tiempo, ambos vacilaron y se miraron por largos segundos.

Minato respiró con lentitud, armándose de valor mientras meditaba acerca de toda la información que había recopilado acerca de Fugaku, y tiró de su mano para que estuvieran más cerca, apenas separados por un aliento e ignorando al cosmos que parecía orbitar a su alrededor.

—Fugaku… me gustas —soltó el mayordomo sin mucho preámbulo—. Me gustas mucho y no creí estar diciendo esto a mi edad, pero es cierto. Me atrevería a decir que te quiero y que… me gustaría que nuestra relación continuara, pero no como amo y sirviente.

El aludido, cuya naturaleza de corazón lo hizo exaltarse en el interior, solo pudo susurrar contra los labios ajenos:

—¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió Minato, recibiendo un asentimiento—. Eres una persona extraordinaria, Fugaku. Nunca había conocido a nadie como tú… ni por asomo. Sería mi privilegio estar a tu lado.

La alegre ligereza con que dijo las últimas palabras rompió algo dentro del Uchiha, que mandó al carajo el trabajo que los hizo conocerse, mandó al carajo sus miedos y sobre todo, mandó al carajo a su pasado.

En un instante, y enamorado de saber que su afecto era aceptado, Fugaku se abrazó a Minato por la cintura, palpitante y pasional, y depositó un beso glorioso en aquellos labios que encontraba por primera vez, encontrándose a sí mismo al compás de dos corazones sorprendidos, completamente seducido por las manos que fueron a parar a su cuello. Sustentado por las fantásticas y deleitables sensaciones que le recorrían el cuerpo, embriagado en lo más hondo de su espíritu, transformó su pensamiento en poeta debido a la criatura que se apretaba contra su pecho con la promesa de un amor imperecedero.

Minato, por su parte, se sonrió con un amor superior porque fue el tipo de beso del que nunca podría hablar en voz alta con nadie, por el temor a que descubrieran la maravilla de la que era felizmente preso, para no provocar celos en los oídos que le escucharan y quisieran arrebatarle al moreno. Fue el tipo de beso que le hizo entender que nunca había sido tan feliz en toda su vida, porque quien lo sostenía con vigor entre sus brazos, era el mismo en quien había cifrado su alma sus principales delicias. La vida no podía ser más dulce.

Se besaron en una calle un poco vacía por la hora, pero en la presencia de los comerciantes que ya conocían al rubio por sus vistas semanales y que conocían al Uchiha desde hacía toda la vida. Muchos murmuraron a su alrededor y algunos ocultaron la sonrisa. Otros no.

Los brazos de Fugaku se estrecharon un poco más alrededor de Minato, que gimió suavecito, haciendo que algo dentro del moreno rugiera de orgullo. Se separaron solo para tomar aire, con las frentes juntas, respirándose las sonrisas.

El moreno le besó las mejillas, acrecentando su sonrisa y la calidez dentro de su pecho.

—¿En qué piensas? —susurró Minato en su oído y buscando los ojos oscuros, transportándose a un paraíso sombrío pero placentero que lo hacía sentir en su hogar.

—En que mañana llamaré a la agencia para terminar el contrato, en que quiero que volvamos a casa para hacerte de todo… y en que le debo un favor muy grande a mis hijos —respondió Fugaku en un suspiro extasiado.

Después de todo, como bien dicen los escritores, el hombre que no ha amado apasionadamente ignora la mitad más bella de la vida.

 

 

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Notas finales:

Dice una mujer que se le dio por ser muy sabia, que el que no vive para servir, no sirve para vivir.

 

Les reitero que espero que disfruten este día, porque celebramos el FugaMina y pues porque este maravilloso planeta es para disfrutarlo. Espero que quieran compartir nuestra alegría, que le cuenten a quien quiera escucharles acerca de este día y que se animen a inventar algo lindo para la pareja ( *w* )

Ruego a Marx porque les haya gustado, o por lo menos que les haya entretenido. Mi intención siempre es esta.

Con el FugaMina no me rindo ( -.-)9 Trato, dentro de mis posibilidades, de ser una escritora constante de esta pareja. Por lo que espero que nos veamos pronto~

Ya que quiero que nos volvamos a ver los próximos 16 de enero, manténganse sexys, sanos y a salvo ( :3 )

Solo me queda reitarles mi sincero agradecimiento por posar sus ojos en mi trabajo, y preguntarles:

¿Merezco comentarios? Toda crítica que quieran hacerme será muy bien recibida, se los prometo. No muerdo.

Se despide, esperando que solo sea un hasta pronto, su más sincera y romántica servidora...

ItaDei_SasuNaru fan


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