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Dharma por HokutoSexy

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DHARMA

(Sánscrito, ley universal, ley interna, ley sagrada, piedad correcta)

 

 

 

Para Juno, diez años después…

 

 

 

 

Antes que fuesen echados los cimientos de la tierra. Tú eras. Y cuando la llama subterránea rompa su prisión y devore la forma, todavía serás Tú, como eras antes, sin sufrir cambio alguno cuando el tiempo no exista.

Fragmento Rig Veda.

 

 

 

1. ¿No soy piadoso?

 

 

Vacío estelar. Vacío cósmico. Vacío energético. Vacío espiritual. Vorágine nefanda, espiral que desemboca en una prisión personal de la que nunca escapó, aunque en su fuero interno él era el vencedor indiscutible, él era el sobreviviente… él era el trueno que surcó el cielo para destrozar la Tierra, y todo lo que en ella había… o quizás el trueno cayó en la Tierra para tocarla en medio de una tormenta… porque no había otra forma de llegar a ella.

 

La cicatriz que seccionaba la frente, atravesando la marca execrable del ojo en medio de ella, y bajaba hasta la mejilla, con el tiempo, con los años, se había hecho menos dramática, seguía siendo una de aquellas medallas que a Taishaku-ten le gustaba mostrar, seguía teniendo el mismo efecto en todos: una mezcla entre el terror y el respeto. En todos salvo en Zohchoh, General del Sur, y en Kujaku… no tenía un título para describir la abominación que era Kujaku, fruto de una relación incestuosa, no sabía si llamarlo oráculo, nigromante, demonio… o simple desgraciado.

 

Echó hacia un lado la pierna femenina que se enredaba como serpiente por su cuerpo, la mujer ni siquiera se despertó, sólo se revolvió entre las sábanas, visiblemente en medio del desparpajo de la extenuación del sexo unas horas atrás.

 

A sus años… que eran muchos, demasiados, nadie esperaba que viviese en santa castidad, no después de tanto pecado, de tanta impiedad, es más, él no se concebía a sí mismo como un redimido.

 

Se sentó en la cama, estiró el cuello, los hombros, la espalda, al final los poderosos brazos… vacíos brazos, el cabello laxo platino, se acomodó de nuevo sobre sus hombros, sobre la curva exquisita de su espalda, como si cada hebra temiera al mismo Taishaku-ten.

 

Volvió la vista a la mujer: seguía imperturbable.

 

Estiró la mano, y sólo por ser perverso, acarició brevemente con una de sus largas y puntiagudas uñas, armas de por sí, uno de los pezones rosáceos de la mujer. Se quejó, se volvió a mover, pero no abrió los ojos.

 

El Dios del Trueno sonrió, sólo que su sonrisa no llegó a sus ojos siempre glaciales.

 

—¿No soy piadoso? ¿Acaso no soy piadoso… Ashura-ō, hijo de la gran puta? ¿No es piedad matar para que no se viva sin la persona amada? —Preguntó con voz profunda, arrebatadoramente varonil, en la justa hora en la que ya no es de madrugada ni tampoco de día.

 

La justa hora en la que no hay oscuridad, pero tampoco luz.

 

Una amarga descarga de sílabas, palabras, oraciones, que no lograban describir lo que se le atoraba en la boca del estómago.

 

Aunque a su compañera parecía que nada se le atoraba, los gemidos tal vez y las ganas de volver a sentirse llena…

 

Estaba cansado.

 

De no haber sido por su hartazgo quizás habría reconsiderado el volver a la cama para calentarse… o fingir que se calentaba.

 

—Debe ser mucha mi piedad… donde lo único después de ti, fueron mujeres…


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