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Nunca hables con extraños por Claudia

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Nunca hables con extraños

Dedicado a Shaina, con todo mi cariño y devoción. Gracias por todo… mil gracias.

“Todavía no se tienen pruebas suficientes para determinar quién es el asesino que tiene atemorizada a la bahía turística de Tórrega. La población se siente angustiada y la policía se muestra impotente ante un criminal que hasta la fecha ha segado la vida de ocho jóvenes, hombres y mujeres, de entre 15 y 21 años. Los agentes que investigan el caso no encuentran ningún vínculo posible entre las diferentes víctimas, a parte de la edad. Se sospecha que el asesino las escoge al azar. Parece que el criminal disfruta con la turbación que genera en la policía, ya que es su costumbre dejar ‘pistas’, frases o citas, que seguramente contienen la clave para encontrarlo. Sin embargo no deja ningún otro rastro de su presencia en el lugar de los hechos. Los cadáveres han sido hallados en senderos baldíos, desnudos y he aquí una particularidad: el asesino hace una incisión en la garganta, sobre la yugular o en todo caso en la muñeca. Las autopsias han demostrado que extrae más de la mitad de sangre a sus víctimas. Ninguna medida parece suficiente para contener al psicópata. Se presume que es muy hombre muy inteligente, por el modo sistemático y metódico que tiene al actuar. El sábado por la noche el renombrado especialista Frederick Cold, en una entrevista a través de la televisión esbozará un perfil del asesino, dando a conocer las motivaciones que lo llevarían a cometer esos atroces asesinatos”

Frederick dejó el periódico sobre la mesa y llevó la taza de café a su boca. No tenía azúcar y estaba muy cargado, justo como le gustaba. Era jueves, aún faltaban dos días para la entrevista que sería transmitida por cadena nacional a todo el país. Todos estaban pendientes del asesino y en todas partes se oía hablar de él, se hacían muchas especulaciones sobre quién era y donde se encontraba. El morbo de la gente era alimentado por las fotografías en diarios sensacionalistas que sin ningún pudor mostraban a las víctimas desnudas, con la piel muy blanca por la falta de sangre y el rostro congestionado en agonía por lo que seguramente experimentaron antes de morir. …l mismo había visto a los cadáveres, podía dar fe de que en realidad habían sufrido mucho antes del deceso.

Ese día había estado preparando sus notas para la entrevista, repasando las teorías psicológicas y psicoanalíticas que explicarían un comportamiento como aquél. Además de las recomendaciones del caso para las personas que lo observarían desde sus pantallas de televisor. Se suponía que el asesino raptaba a sus víctimas, las drogaba y luego terminaba con sus vidas. Cinco de los asesinatos fueron de chicos que habían ido a bailar por la noche, y que no habían vuelto a casa. Presumiblemente el asesino establecía algún tipo de relación con los jóvenes, ganando su confianza, antes de consumar el crimen. El consejo era claro, la vieja y tan usada consigna que todavía repetían las abuelas: no hables con extraños. Algunos jóvenes hacían oídos sordos de ese consejo, eran muy confiados. No se podía ser confiado en esos días.

Fred tenia la costumbre de salir de casa, cuando llegaba la noche, para cenar en un pequeño restaurante al borde de la bahía. Se sentaba junto a la ventana del local. Era un gran observador, una de sus cualidades como psicólogo. Hace siete días y mirando a través la ventana se había percatado de algo: la silueta de un joven estaba recostaba sobre el inmenso barandal del malecón, a unos diez metros de donde él se encontraba. Frederick podía jurar que no lo había visto hacer un solo movimiento durante esas inspecciones, y que permanecía allí, desde la hora en la que Fred llegaba, aproximadamente las seis de la tarde, a la hora en la que se iba, las nueve en punto. Se tomaba su tiempo para estudiarlo, mientras disfrutaba una taza de su café favorito y varias rebanadas de pastel de vainilla. Era agradable ese lugar, y nadie le decía nada si decidía quedarse allí, leyendo el periódico o un libro cualquiera, después de haber terminado lo que había pedido para comer.

Ese día decidió hablar con él, de cierta manera le causaba curiosidad. Conocía casos de jóvenes que se aferraban a la soledad como una forma de enfrentar la depresión que sentían. No estaba de más echar un vistazo. Por eso terminando la segunda taza de café, cogió el periódico que había comprado, se lo puso bajo el brazo y salió con rumbo al malecón.

Ya era de noche, y sólo las luces de los postes lejanos alumbraban el lugar. Se situó a un costado del chico y miró el inmenso mar que había enfrente. Un hermoso espectáculo para contemplar, con las oscuras aguas reflejando la luna en su superficie, el aroma del mar que el viento llevaba hasta su rostro y las formas difusas de algunas embarcaciones en el horizonte, pero estaba atento a las reacciones del muchacho. No distinguió ninguna. Finalmente dio un hondo bostezo y estiró sus brazos, aprovechando para dirigirle una mirada. Era muy joven, no más de 17 años, de ojos claros y boca infantil. Aunque sus ojos estaban fijos en el mar, parecía que su atención estaba muy lejos de allí.

—Mucho frío ¿eh? —Fred acostumbraba abordar a la gente con esa simple pregunta. Le había funcionado muchas veces. El silencio del chico no lo sorprendió, sino que lo animó a continuar— ya es de noche, ¿qué hace un chico como tú en un lugar como éste?

Frederick Cold, a sus 35 años, 10 de ellos como profesional, estaba acostumbrado a lidiar con actitudes como esa. Así que planeó utilizar una estrategia diferente, arriesgarlo el todo por el todo.

—Talvez pueda ayudarte, soy psicólogo y consejero escolar —le dijo, con tranquilidad— pero no es necesario que me contestes si no quieres hacerlo, sólo es suficiente con que asientas a las preguntas que te haga, ¿de acuerdo?

El chico no pronunció palabra.

—Correcto. ¿Estás enojado con tus padres? —comenzó el psicólogo. No hubo respuesta—. Bien, entonces… ¿huiste de casa? —tampoco obtuvo nada, se llevó un dedo a los labios, no se iba a rendir tan fácilmente.

Entonces tuvo un presentimiento.

—¡Lo tengo! Te peleaste con alguien muy importante para ti.

El chico pestañeó y su rostro se dirigió hacia él. Frederick se felicitó por eso, había dado en el clavo.

—¿Tu pareja?

El joven asintió con lentitud, una vez.

—Así que era eso… Supongo que te sientes muy dolido por esa situación. Probablemente no es la primera vez que ocurre, ¿verdad? —el silencio del joven confirmó esas palabras—. Es lógico que hayan enfrentamientos y disputas entre dos seres que se aman. El problema surge cuando uno de ellos es reacio a entender las razones del otro, cuando hay falta de comunicación pocas veces se puede hacer algo para remediar el asunto.

Vio como el joven vacilaba, parecía que quisiera decirle algo, confesarle algún secreto que lo atormentaba. Una corriente de aire frío recorrió el malecón, haciendo que la piel de Fred se estremeciera. Miró al cielo, parecía que iba a llover.



—Se hace tarde, es mejor que vayas a tu casa. ¿Queda muy lejos? —el joven negó con la cabeza—. Entonces permíteme acompañarte, me gustaría mucho seguir hablando contigo —Fred pronunció esto en sentido figurado, lo único que consiguió hasta ese momento fue un monólogo. En realidad le estaba interesando bastante el muchacho.

Caminaron un largo trecho en silencio, iban por barrios oscuros y desolados, tan diferentes de la ostentación y lujo que lucían las calles centrales de la ciudad, suburbios donde casi nadie se atrevía a caminar a esas horas. Fred no sabía si el chico iba con rumbo a su casa o no, porque recorría una larga calle para luego volver la cabeza a izquierda o derecha, como si decidiera en ese momento por donde iba a ir. Fred sólo esperaba el momento apropiado para hablar.

—¿Vives con tu familia? —preguntó, para romper ese incómodo silencio.

Esperó varios minutos e iba a preguntar de nuevo.

—No. —la voz del joven lo detuvo, no mostraba ninguna emoción, en sus palabras o en sus gestos. Fred lo miró, era la primera vez que le había escuchado en toda la noche. Eso era una buena señal.

Dejó que el muchacho lo condujera hacia una calle especialmente oscura, de casas derruidas y pasajes inhabitados, donde sólo alumbraba la luz lunar.

—Es peligroso caminar a estas horas. Hay muchos delincuentes y pandilleros ¿No tienes miedo de ese asesino que anda rondando las calles de la ciudad y que mata jóvenes? Se dice que abandona a sus víctimas en lugares desolados como éste.

—No.

Estaban ahora entre dos casas antiguas, abandonadas, con piedras de las construcciones caídas en el suelo. Frederick se detuvo y le sostuvo el brazo.

—Pues deberías… —dijo Fred sonriendo, cambiando el tono de su voz, con un brillo maligno en sus ojos. Sin consideración lo puso contra una pared, cogiéndolo de los hombros. Comenzó a buscar en el bolsillo interior de su gabardina el bisturí que siempre cargaba con él.

Tenía una mano en el cuello de su ‘presa’, la cual no demostraba ninguna emoción hasta ese momento. Sólo miraba fijamente al piso. Fred no leía nada en su rostro, miedo o confusión. Eso lo perturbó un poco. Le gustaba ver el temor reflejado en el rostro de sus víctimas. En cinco años había hecho un trabajo impecable. Habían sido 8 hasta el momento. Las recordaba porque se esmeró en darles un final distinto a cada cual. También tenía fotos, y por supuesto, los frascos llenos de sangre, con los nombres de cada una de las víctimas pegados en la superficie de vidrio. Planeaba con meses de anticipación sus asesinatos, procurando que nada se le escape de las manos, que todo sea perfecto y preciso, ninguna huella, ninguna marca, nada que atestiguara que había sido él. Era lógico que la policía no diera con el culpable. ¿Quién pensaría que era el mismo que dentro de dos días ofrecería una entrevista para hablar sobre el asesino? ¡Otro que no era más que el mismo Frederick Cold! Siempre le habían gustado las emociones fuertes, pero llegó un momento en que nada lo satisfacía, así que decidió probar algo nuevo, algo completamente nuevo… Había sido divertido el poner a prueba la inteligencia de los investigadores y de los hombres de prensa. Todos eran una sarta de estúpidos, todos estaban equivocados, de ninguna manera él podía ser un psicópata. Sólo… le agradaba ser el centro de atención, tanto si era conocido como no.

Pero esa iba a ser la última vez, el último asesinato que cometería, de allí en adelante sólo estaría atento a lo que se dijera e investigara sobre él. Pasaría a la historia en el más completo anonimato, como en su momento lo había hecho Jack, el famoso asesino inglés.

Este chico era una excepción, no lo había planeado, pero la ocasión era propicia, irresistible, una oportunidad para demostrarse lo bueno que era.

Ahora le entusiasmaba que el joven no se mostrara asustado. Le daría un trato especial. Lo desangraría allí mismo. Y mañana, en los periódicos sería publicado un enorme artículo sobre su último asesinato. El corazón le latía de excitación. Era una pena que el joven fuera tan bello, nunca había visto a nadie igual…

Levantó el bisturí y lo hundió profundo en el brazo del muchacho, quería escucharlo gritar, luego le aplicaría la inyección con morfina que traía en el otro bolsillo para doparlo. La sangre comenzó a manchar la chaqueta del joven, tiñéndola de un rojo brillante. Pero el chico no gritó, no movió uno sólo de sus músculos. Fred frunció sus cejas. Cogiendo el bisturí comenzó a darle vueltas, como un torniquete, para desgarrar los músculos y agrandar la herida. En los segundos siguientes el chico permaneció igual, sin reacción alguna. Fred se hizo un poco para atrás, sorprendido. ¿Acaso estaba sufriendo un shock?

En eso el muchacho levantó los ojos y parpadeó, sus labios temblaron por unos instantes, luego se separaron, como si estuviera ahogando un grito en la garganta. Su rostro se dirigió hacia la derecha, a la calle vacía. Comenzó a caminar hacia allí, y se arrancó el filoso instrumento del brazo como si no le causara ninguna incomodidad, luego lo dejó caer al piso, junto a los pies de Frederick.

—Daniel… —le oyó susurrar al chico, viendo como se acercaba a un hombre rubio que en ese momento se había materializado de la nada.

Fred sintió arder sus orejas, señal de que estaba furioso. ¿Cómo se atrevía ese extraño a interponerse entre él y su presa? Volvió a coger el bisturí. Iba a matarlos a ambos en ese mismo lugar. No… primero iba a terminar con el intruso y luego se encargaría de su presa.

Un sonido lo detuvo. El jovencito había estampado una furiosa bofetada en el sujeto que tenía frente a él, que era más alto y se veía más fuerte. El cabello rubio del hombre siguió la dirección de su rostro, hacia la izquierda.

—¡No vuelvas a hacer esto Daniel! ¡Ya estoy cansado de esto! Desapareces por meses enteros de mi vista, tal como hacías cuando eras humano. Y yo no tengo ninguna posibilidad de encontrarte, porque tus pensamientos están cerrados para mí. Me has tenido muy preocupado, no sabes cómo me he sentido... ¡Eres un estúpido Daniel! ¡Un maldito estúpido!

A Fred le sorprendió la manera en la que el aspecto y actitud del chico cambiaron de repente. Había dolor y reproche en su voz mientras hablaba, incluso una inusitada ira que antes no habría imaginado en él, su rostro estaba contorsionado de enojo, sus grandes ojos castaños se hicieron vidriosos, como si estuviera a punto de llorar. Pero sus siguientes movimientos no correspondieron con sus palabras. Abrazó al hombre y lo besó en la boca. El rubio le correspondió desesperado, acariciándolo con devoción, como si le estuviera pidiendo disculpas.

Fred no acababa de entender la situación, pero no importaba. Ese chico no se le iba a escapar de las manos. Estaba a punto de ir contra ellos, cuando una voz lo dejó inmóvil, una voz en su mente que le decía que se detenga, que no se mueva. Y aunque no sabía de donde procedía, y aunque no quería hacerlo, obedeció. Dejó caer el bisturí, y quedó arrodillado sobre el piso. Estaba horrorizado, le ordenaba a su cuerpo que se moviera, con toda su voluntad, y éste no respondía.

—Sólo mírate… —pronunció de nuevo el joven, cogiendo el rostro del hombre entre sus manos— ¿hace cuánto que no te alimentas? Necesitas beber algo, ahora.

Avanzaron hacia donde Fred se encontraba temblando de impotencia y con los dedos crispados sobre las rodillas. El jovencito le cogió la muñeca y haciendo la manga de su gabardina hacia atrás, mordió su carne. Frederick lanzó un grito al experimentar la sensación de algo muy filoso penetrándole la piel, rasgando sus venas. El joven se apartó y la sangre brillaba en sus labios.

—Ven Daniel… mi amor. Bebe, aliméntate. Luego volveremos a casa —dijo dulcemente, con suavidad, ofreciéndole al hombre a su costado la muñeca abierta de Frederick—. Vamos, tómala, querido.

El rubio de ojos violeta miró por mucho tiempo la herida. Luego, agachándose, procedió a sorber la sangre, con inmenso placer. Un minuto más tarde se irguió para alcanzar el cuello.

Lo último que recordó Fred antes de que la oscuridad cayera sobre él fue haber oído un nombre dentro de su cabeza. Ese nombre era »Armand». Esa voz decía: »Lo siento, perdóname, te amo Armand. Armand… Armand… Armand… Armand… Armand… » Sus labios blancos dibujaron el nombre en silencio.

Fin.

Nota: Y bien, ¿qué les pareció? Tenía ganas de escribir esto. En verdad quería hacerlo. Me pregunto a qué niveles se puede llevar el Shonen Ai, es decir, si se puede incursionar en los géneros de terror y suspenso con él.

Es inevitable sentirse inspirado al leer libros tan interesantes como los de Anne Rice, con todos sus personajes extraños y fascinantes. Stephen King es también genial, sus historias de terror son las mejores de todos los tiempos, y he leído tanto de éstos dos que era ilógico que no escribiera algo como esto.

Gracias por leerlo.

Claudia.

08 de junio, 2004: Bien, todavía hay un largo camino por recorrer. El llevar a niveles literarios un escrito Shonen Ai, hacer que las personas sean cada vez exigentes con lo que leen y que intenten escribir con nuevos estilos, nuevas perspectivas. Me parece que el género debe salir de los límites en que autoras y autores intentan cercarlo. Algo más allá de un mero encuentro íntimo. ¿Podrá más de una vez un amante de la buena literatura encontrar interesante una historia yaoi o shonen ai? Esa es la cuestión, ese es el reto. ¿Habrá tiempo para esto? ¿Habrán autoras que continúen esforzándose por entregar escritos de calidad, que escapen a los comunes?

Aún hay mucho por hacer. El reto es grande.

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