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Sorry sorry por Pato359

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Notas del capitulo:

Este Fanfic ya lo tenía planeado hace mucho tiempo y había comenzado a escribirlo pero ese fragmento se borró. Volví a empezar de nuevo, y eso que iba a ser un one-shot de solo una pareja. Ahora la idea viene renobada y espero les guste. Me esforzaré mucho para escribirla pues me encanta Super Junior y merecen un gran FanFic.

Hago una dedicatoria a mi amiga Cherry, que si llega a leer esto, este es el fanfic del que le hablaba. A mi onee-chan, Dan-chan, quien a pesar de no reconocer bien a los chicos, lee mis fanfics de SuJu y comenta. Y a mi amiga Naryi con la que shippeamos a más no poder.

   Han Geng estaba feliz con su trabajo y con las cosas que estaba logrando por sí mismo en su carrera. Un sueño se estaba cumpliendo, un anhelo que había tenido desde hace un montón de años. Tal vez lo único que no estaba bien en su vida era su situación sentimental. Había estado con otro cantante llamado Kim Hee Chul. Hizo su debut hace rato y tenía muchas fans. Fuera de su gran fortuna, una personalidad realmente única. Personas como esas no se las encontraba uno todos los días.

   Fue un flechazo cuando lo vio entrando a la compañía. Las puertas se abrieron cuando sintieron su presencia –incluso si no tuviera el sensor, se abrirían con solo tratarse de él. Caminó como un modelo, dando paso y paso haciendo ver a todos los presentes su fantástica figura, la distinguida ropa que traía; llevaba unas gafas de sol y su cabello largo le caía a los lados de la cara. Han Geng llegó a pensar que alguien iba detrás poniéndole un reflector para que todo su ser desprendiera brillo. Fue un milagro cuando, en mitad de su pasarela, Hee Chul lo vio y se rió un poco antes de irse.

   –Wow –exclamó.

   –No te hagas muchas ilusiones –le dijo su amigo Shin Dong riéndose. Eran amigos desde que ambos se lanzaron al mundo del estrellato en la misma compañía. Podía no cumplir con el estereotipo de hombre hermoso, pero Dong Dong era de los mejores bailarines y raperos que había visto jamás. Su sentido del humor lo alegraba en los momentos más serios. Era otro tipo de personas que no te encuentras todos los días.

   –He visto como lo mirabas, no conseguirás ni su número.

   –¿De qué hablas?

   –No te hagas el tonto. Te escurría la baba por un lado de la boca –se paso la manga de la camisa por su cara imitando el acto de estarse limpiando.

   Han Geng se rió y cuando hizo el mismo gesto, comprobó que si se había resbalado saliva por las comisuras de sus labios. Soltó una maldición y fue el tiempo de Shin Dong, reír. ¿Por eso se había reído? Que mala primera impresión había dado.

   –Independiente de esto… No planeo hacer nada.

   –Tal vez no hoy pero si después. Por ahí he escuchado que muchas personas han intentado salir con él pero nadie ha podido. Tiene una barrera impenetrable alrededor suyo.

   –Lo dices como si fuera imposible hablar con él.

   –Hablar, no; quedar en una cita, sí –aclaró moviendo un dedo de arriba abajo.

   Han Geng lo pensó con cuidado, sin embargo nada impidió que lo intentara. Tal vez era cosa del destino el motivarlo a seguir pues una vez salió afanado de su casa y ni siquiera tomó su desayuno. En la empresa, después de cumplir unas cuantas obligaciones, fue a la cafetería que disponía a atender a los diferentes empleados. Pidió un café y un pastelillo para calmar su hambre. Todo estaba calentito, apenas para el frío que estaba haciendo.

   –Disculpa, ¿el asiento esta ocupado?

   Tosió para no atorarse con un pedazo de ponqué que iba por el camino equivocado hacía su estómago. Se cubrió la boca rápidamente y asintió.

   –Esta libre –le confirmo al recobrar el aliento.

   Hee Chul soltó una risa sonora antes de tomar asiento. Han Geng pudo escucharla mejor que el otro día. Era cantarina y escondía algo travieso, al mismo tiempo, se burlaba de su mal, pero no de mala forma. Solo por risa, diversión. Como cuando en Youtube o las noticias sale alguien que se ha caído intentando hacer alguna hazaña y todos estallan en risa, pero no porque les divierta su dolor. Es algo así.

   –¿Te encuentras bien?

   –Sí, no fue nada –tomó un sorbo de café y cuando miró alrededor, ninguna otra mesa estaba ocupada. De diez, solo estaba una llena, y era él quien la ocupaba. Sonrió pensando en que una oportunidad se avecinaba.

   E hizo bien con haberse hecho sus sospechas pues les toco intercambiar teléfonos para acordar otro día y verse. La conversación estuvo muy animada y a su opinión, no acabaría en mucho. Terminaban un tema, no daban lugar a un solo silencio cuando ya se encontraban hablando de nuevo.

  Y los rumores no se hicieron esperar. Después de todo, como ya le había dicho su amigo,  Hee Chul no era de los que hablaban mucho con otros.

   –Por un lado, a veces no tengo tiempo gracias a mi agenda. Ya tú sabes lo apretado que es a veces el ser una súper estrella como yo –le comentó el cantante, acomodándose el cuello de su camisa con fina coquetería–. Y la otra es que hay una particular falla en las personas que son los defectos. Todos los tenemos, nadie es perfecto. Uno de ellos es el juzgar sin conocer. Realmente me molesta. Lo he hecho y sé lo molesto que es, por eso ya no lo hago. Espero que los demás hagan eso conmigo.

   ¿Será que no salía con nadie por temor a que lo juzgaran? pero quién exactamente, ¿la sociedad o su pareja? ¿quién? Esa duda floto por su cabeza un buen rato mientras miraba el techo de su habitación cambiando con los diferentes niveles de luz que le llegaban del otro lado de la ventana.

   En las mañanas ignoraba esas preguntas para solo vivir el ahora y disfrutar sus salidas con Hee Chul. Ignoró los diferentes chismes y las preguntas que le hacían sobre la vida personal de su nuevo amigo. Él no era nadie para dar esa información. No sería el centro de escándalos ni mucho menos.

   Con casi la misma rutina fueron avanzando los días. Construyeron una relación más fuerte que no se basaba solo en compartir un secreto o un café, era también de ir al cine o cenar, llamarse entre programas y verse uno en la casa del otro. Dos meses más y no podían llamarse amigos sino novios.

   Durante una tranquila cena en casa del mayor –Hee Chul, pero no por mucho– una cosa llevo a la otra y terminaron haciendo el amor en el sofá primero y luego en la amplia cama del cuarto principal. Una noche realmente especial para ambos pues dejaron salir lo que tanto sentían y derritieron las ganas que tenían el uno del otro. No fue solo cuestión de pasión y deseo, también hubo amor y ternura.

   Entre ellos flotaba un aura rosa que empalagaba a cualquiera que se les cruzara por ahí. Uno que otro beso se daban a escondidas de los demás en las esquinas de los edificios. A veces sus manos pasaban traviesas por alguna parte de su cuerpo cuando se cruzaban y la atracción se hacía mayor. Ambas vidas andaban impulsadas de los mismos latidos, el mismo corazón. Pareja más hermosa no podría haber.

   Lamentablemente, esta el dicho que dice “lo que fácil viene, fácil se va”. Cuando cumplieron un año de relación, Han Geng cumplió su sueño de obtener el permiso para realizar una gira continental. Recorrería toda Asia cantando sus canciones y conociendo a los fans que lo estuvieron apoyando desde el inicio. Su manager, coreógrafo, maquillista, asesor, compositor y amigos cercanos le hicieron una gran celebración en un karaoke. Muchas botellas de licor se regaban entre el suelo y la mesa del centro. Luego de tres horas prendidos en fiesta, uno a uno cayó ante el cansancio y la resaca. El festejado tuvo que pisar con cuidado para no lastimar a nadie. Tomo un taxi y se dirigió a casa.

   Eran alrededor de las tres de la mañana cuando sacó su llave del bolsillo de su cartera y abrió la puerta. Entró y miró que una luz estaba prendida en la sala. Segura el ama de llaves había dejado alguna vela prendida. A veces lo hacía. Pero al irse acercando, vio que no era una sino varias velas las que estaban encendidas. En la mesa del comedor había una gran cantidad de comida y Hee Chul estaba sentado en una de las sillas, con las piernas y los brazos cruzados, frunciendo el ceño.

   “Demonios” se regañó a sí mismo. Ese día celebraban su aniversario y se había olvidado de llamar a su pareja, avisando que llegaría tarde. Sabía que la había embarrado monumentalmente. Hee Chul era muy quisquilloso con la puntualidad. Muchas veces había tenido que pagar por algunas de sus fallas. Pero esta tal vez no tendría una forma de pagar.

   –H-hola, amor –Han Geng caminó nervioso hacía él pero el otro levanto su mano para que se detuviera.

   –Dame una explicación en menos de un minuto o te meterás en problemas.

   –Lo siento. Se me olvido llamarte y decirte la noticia. Todos quisieron celebrar la aprobación del CEO para mi gira.

   –Felicidades –le dijo sonriendo por unos segundos y volviendo a estar serio. Se levanto de la silla y tomo su chaqueta, colgándosela al hombro.

   –¿Te vas? Aún podemos cenar…

   –Ya lo hice por mi mismo. No me iba a aguantar las cinco horas de hambre –caminó hacía la puerta de la casa y se fue. No dio ningún portazo, tampoco refunfuñó ni nada. Pero Han Geng lo conocía tan bien que sabía que estaba muy molesto.

   Tuvo que guardar la cena en el refrigerador y apagar cada una de las velas antes de guardarlas en un cajón de la cocina. Fue al baño y se lavó la cara con agua fría. La emoción le había nublado los pensamientos por un largo tiempo. Había fallado a su aniversario. No planearon nada especial ya que ambos estuvieron comprometidos con su trabajo. No contaba con que Hee Chul fuera tan atento en prepararle algo tan bonito. Se acostó con ganas de que todo lo que había pasado en la media hora pasada, se esfumara.

   Lamentablemente no fue así y la relación poco a poco se fue deteriorando. Ese pequeño fallo hizo un hueco gigante en su relación. Lo que antes eran dulces conversaciones, ahora se convertían en peleas intensas que a veces nacían de un comentario sin mucha relevancia. Todo se hizo peor cuando Han Geng comenzó a viajar. Los conciertos, eventos y firmas de autógrafos consumían su tiempo y su mente. En los meses que duró la gira, fueron contadas las conversaciones que tuvieron por teléfono, y no terminaron muy bien.

   Hee Chul fue quien primero desertó y dijo que estaba cansado de toda esa situación. Que ya no era lo mismo que antes y lo mejor sería terminar.

   –Y yo que pensaba que tú eras el indicado.

   Apenas lo dijo, se arrepintió pues vio como la cara de Chul se transformaba de una mueca de sorpresa a una de enojo. Sabía que lo había lastimado con esa frase pero ya no habría marcha atrás. Ni como amigos pudieron quedar. Hee Chul lo eliminó totalmente de su alrededor. Lo ignoraba y si se encontraban, por lo menos no lo trataba mal. Hacía como si nunca hubiera sido su compañero sentimental.

   Ahora, Han Geng había pensado las cosas con cabeza fría y él tuvo gran parte de la culpa. En todos sus problemas había puesto de su parte para avivar la llama de la rabia. Un día intentó arreglar las cosas para que fueran amigos pero lo detuvo enseguida. Sí, ya no había nada que hacer.

   Cada vez que podía, se escabullía e iba al bar donde estuvo cantando karaoke con sus amigos para celebrar. Cinco meses habían pasado ya de eso. No le gustaba ver el cuarto, le traía remordimientos a su mente. Tenía que aceptar que lo que fue, fue. Sin embargo, no podía evitar pensar que todo pudo haber ocurrido de alguna u otra forma.

   Esa noche llegó a la barra del oscuro local y el barman que ya lo conocía –no solo por su fama– y le sirvió un vaso de whisky con hielo. Bebió un sorbo y giro la silla para poder ver el resto de la gente. Algunos iban en parejas y otros solos, o con grupos más grandes. Había gente que ya las había visto con frecuencia. A veces por entretenerse, los miraba y se preguntaba como sería su vida. Lastima que eso le recordara a las palabras de Chul de nuevo.

   Apuro otro sorbo. ¿Era tan difícil dejar de pensar en él?

   Termino su bebida, dejo dinero y se dirigió a la puerta. Cuando salía, un chico venía en dirección contraria y lo estrello. Ninguno de los dos se disculpó y siguió su camino.

 

***************

 

   –Ki Bum, vas llegando tarde –le dice le jefe del bar a su empleado que venía entrando.

   –Lo siento, jefe –fue tras de la barra y dejo su maleta y su chaqueta. Se arremango las mangas de la camisa y se dispuso a comenzar su turno en ese sitio.

   Ki Bum seguía intentando acostumbrando a ese país. Él había crecido en Estados Unidos. Desde pequeño quiso hacer realidad su sueño de ser cantante. Lastimosamente, muchas cosas no fueron a su favor, una de ellas, que sus padres no tuvieran el dinero suficiente para pagarle una universidad o unos cursos. Apenas salió de la escuela, comenzó a trabajar dejando totalmente su sueño. Si ese no era su camino, no se molestaría en forzar las cosas.

   Ahora se había mudado ahí. Era la tierra natal de su madre y ella, en sus últimos alientos, quería pasar tiempo en su hogar. Ki Bum, como buen hijo, la acompañó. Era un mundo nuevo que no conocía, aunque el lado bueno es que había gente que tenía sus mismos rasgos. En Estados Unidos no había muchos como él. Sin embargo, no le impidió seguir adelante.

   Continúo trabajando para conseguir el dinero que su madre necesitaría si se le internara en el hospital. Ki Bum la observaba cada día. Su salud decaía de a pocos y llegaría el momento que no podría moverse más por la casa haciendo las labores hogareñas. La situación le recordaba su sueño de pequeño. Si era cantante y ganaba dinero, les daría a sus padres la vida que merecían y así no tendrían que trabajar más. Tendrían una hermosa casa donde quisieran y ropa cómoda. Todos los días habría comida en la mesa.

   Pero aquí estaba, como un simple barman. Conseguir el trabajo fue fácil pues el dueño estaba desesperado por conseguir alguien que atendiera la barra. Fue algo casi milagroso que Ki Bum entrara al local para averiguar sobre el puesto. Lo difícil fue aprender toda la cuestión de los licores y como se mezclaban entre ellos para formar otros. Muchas veces en sus inicios llegaba temprano y practicaba arduamente, limpiaba las copas y organizaba el local. La paga no era muy alta, pero era suficiente.

   –Un poco más y al jefe le da un ataque al corazón porque no aparecías –le dice su compañero de trabajo Dong Hae.

   Ese chico fue su primer amigo al llegar. Cuando no conocía a nadie, una vez se tropezaron y el pececito lo saludó feliz.

   –Mi nombre el Lee Dong Hae –estiró su mano.

   –Kim Ki Bum –se la tomo.

   –Eres nuevo, ¿verdad?

   –Sí.

   –Es bueno tener nueva gente por aquí. Espero te adaptes al vecindario y todo eso –le sonrió emocionado. Parecía casi hiperactivo, como si tuviera la energía de un pequeño niño.

   Fue coincidencia que Dong Hae también trabajar ahí. A veces se veían entre sus horarios o al salir de casa. Se mudo hace ocho meses y es como si llevaran una amistad de toda la vida.

   –Había trafico afuera –se excuso cogiendo un trapo para poder limpiar una copa.

   –Es bueno saberlo. Y yo que quería llegar temprano a casa. Tengo que estudiar.

   –¿Otro examen?

   –Sí. Esta vez para la clase de actuación.

   –Te irá bien –un cliente lo llamó y al tener la orden en la mente, prosiguió con la preparación.

   Dong Hae suspiró y sonrió.

   El local se fue llenando conforme la tarde se fue haciendo noche. Era viernes así que sería el día de música en vivo. Mucha gente venía a escuchar al gran Yesung –como ponía en su nombre artístico– que destacaba bastante por su voz. No le sorprendería que algún día un cazatalentos llegara al bar y al verlo cantar, se lo llevara de una vez a su disquera. Eso sería un gran paso para el cantante que seguía cursando su universidad.

   –¿Alguno de ustedes ha visto a Jong Woon? –preguntó el jefe. Estaba exaltado.

   –No señor.

   –No señor.

   –Ese chico no aparece y si no lo hace se arruinara el evento de la noche y le pasara algo al local y…

   –Wow, jefe, cálmese –Dong Hae lo llevó a una silla y le echó aire en la cara. –No se preocupe, lo llamaré.

   Ki Bum se quedó pendiente del hombre mayor. Ya su cabello era entre cano y en su cara destacaban algunas arrugas. Era barrigón y tenía las piernas pequeñas. Había viajado a Italia cuando era pequeño y allá se crió con su tía-abuela. Luego volvió a Corea y abrió este bar. Era el lugar de sus sueños. Muy importante para él. Cualquier mínimo detalle debía ser perfecto.

   –Señor… creo que hoy Jong Woon no puede venir –llegó Dong Hae mordiéndose el labio.

   –¿Por qué?

   –Dice que tiene asuntos que atender y se le olvido avisarnos ayer.

   Ambos chicos tuvieron que sostener a su jefe.

   –¿Qué hacemos? –exclamaba dramáticamente–. Sin un acto para esta noche, los clientes se irán y no recomendarán más este lugar… nos iremos a la quiera y…

   –Dong Hae, canta tú. Así lo hiciste la última vez que Jong Woon no vino –dijo Ki Bum.

   –Pero hoy mi turno termina más temprano y ya te dije que tengo trabajo que hacer.

   Los tres guardaron silencio, sin embargo, se escuchaba el habla de la gente y las copas siendo puestas contra la mesa o chocando unas con otras.

   –¡Ki Bum! ¡tú puedes hacerlo!

   –¿Qué?

   –Me dijiste que cantas desde pequeño.

   –Como cualquier aficionado.

   –Pero cantas genial…

   –N-no, no lo haré –dijo seriamente, resistiéndose.

   Dong Hae y el jefe intercambiaron una mirada cómplice. Siguieron su trabajo como si nada. Dong Hae se fue una hora antes del evento y llegó otro empleado al que rápido se le comunicó lo que iba a pasar después.

   Un reloj anunció las siete.

   Hora del show.

 

***************

 

   –¿Jung Soo?

   –Hee Chul, qué sorpresa –sonrió sentándose en el sofá blanco que decoraba su sala. Se quitó las gafas para poder descansar los ojos.

   –Sí, soy yo. Hace mucho no hablamos.

   –Sí, es verdad. Casi dos años ya.

   –Es verdad. Pero ya tú sabes, yo con mi carrera, tú amargado como siempre.

   Jung Soo soltó un suspiro. Otra vez vendría la charlita de siempre.

   Park Jung Soo y Kim Hee Chul son amigos desde que están en el jardín de niños. Estudiaron en las mismas escuelas pero en diferentes salones. No es como si los dos se juntaran demasiado en esos tiempos, pero siempre que necesitaban hablar de algo importante, acudían al otro para comentarlo. Entre ellos se guardaron muchos secretos. Cosas que ni sus más allegados conocían. De igual forma, se comprendían el uno al otro. Que a veces tenían sus diferencias pero no impedía que su amistad se echara a perder.

   –Bueno, no creo que quieras hablarme de eso por teléfono.

   –No, tienes razón. Nos veremos en el bar de siempre para ello. No vayas a faltar –y colgó.

   Volvió a soltar un suspiro y dejó a un lado su celular. Descruzó las piernas y dejó los documentos que estaba leyendo anteriormente en la mesa de centro. Podía revisar esas cosas cuando llegara, a lo mejor y la conversación no duraría mucho. Se levantó y fue a su cuarto para sacar una chaqueta que lo cubriera del frío. Activo el sistema de seguridad. Con la llave desactivó la alarma de su coche antes de subir en él y manejar hasta el lugar.

   Jung Soo venía de una prestigiosa familia. No solo eran buenas personas sino también, ocupaban una de las cadenas en tecnología más grandes y reconocidas del mundo. A pesar de que él no era el mayor de su familia, su padre lo escogió para ser su sucesor en el mandato del negocio. Habían comenzado solo como un pequeño mercado en un local de arriendo. Con la fama e innovación que le fueron agregando a los dispositivos que creaban, hicieron conexiones con las personas correctas y ahora estaban donde estaban. El trabajo de tantos años no podía desaparecer y no cualquiera podía manejarlo.

   –Mira hijo, cuando seas grande, todo esto puede ser tuyo –le dijo su padre cuando era en pequeño, en una visita que hicieron a la fabrica. Había muchas personas trabajando ahí y Jung Soo se alegró porque el trabajo de su padre no solo era bueno para el público sino también para generar empleo.

   “Sí, ya espero ese día”, pensó para si mismo.

   Pero todo cambio cuando estaba en preparatoria y sus amigos estaban empeñados en querer bailar. Les siguió la corriente al unirse a un grupo de baile y le terminó gustando. Se preguntaba como sería estar en un escenario, parado frente a miles personas que gastaran parte de su dinero para ir a verlo. Sonaba tan maravilloso. Sin embargo, al mismo tiempo, muy surrealista.

   En la universidad, ignorando su nueva creciente pasión, ingresó a estudiar administración de empresas. El año pasado recibió su titulo de graduación, al mismo tiempo que varios de sus amigos hacían lo que ellos querían. Así fue con Hee Chul que estudió canto y modelaje. Un cazatalentos lo encontró y comenzó a pulir su talento.

   Cuando su amigo se entero de lo que realmente iba a estudiar casi le pega. Sabía lo mucho que anhelaba ser un artista y sin embargo se decidía por otra carrera.

   –No puedo dejar atrás el sueño de mi padre –le dijo en su defensa.

   –Sí, pero y el tuyo qué, Jung Soo. Apreció que quieras tener ese detalle con tu padre pero tienes que admitir que ya no sueñas con esa empresa con la misma intensidad.

   Tenía razón, no lo hacía. El tiempo había cambiado sus pensamientos. Todo su ser había madurado y veía las cosas de modo muy diferente.

   Dejo el auto en el parqueadero y camino al oscuro bar. Su amigo ya ocupaba una mesa doble y tenía unas gafas de sol como si eso lo camuflara completamente. Ya no tenía el cabello tan largo como antes, su piel se veía mucho más suave. Todo lo de la fama le había hecho cuidarse más de lo que ya lo hacía. Se sentó.

   –Perdona si te hice esperar.

   –Acabo de llegar también –un camarero trajo un vaso con un Martini y lo dejó frente a Hee Chul.

   –¿Qué desea ordenar?

   –A mí deme un Savajon.

   El camarero volvió a desaparecer entre la gente.

   –El lugar esta muy lleno hoy –comentó Jung Soo.

   –Sí, es verdad –tomó un sorbo de su bebida. Se quitó las gafas y las colocó sobre la mesa para mirar directamente a su acompañante. –Ahora toquemos el tema importante.

   Jung Soo se puso nervioso y asintió.

   –¡Por qué no me habías dicho que entraste a estudiar música! –exclamó Hee Chul riendo. Le dio un golpe en el brazo y reía muy feliz.

   El empresario se relajo y rió también. Se supone que iba a mantener en secreto esa cuestión.

   Últimamente había estado pensando mucho en ese momento que tuvo que rellenar su formulario para la universidad y tuvo que borrar el nombre de “música” para poner “Administración de empresas”. Se arrepentía por su decisión. No le gustaba nada sentirse así. Todos los días su estomago se revolvía y el recuerdo se reproducía una y otra vez como la escena de una película. Como nunca es tarde para aprender, llenó su formato de inscripción e hizo lo que hace años no fue capaz. Era joven y se mantenía en forma. A veces bailaba y le gustaba tararear sus canciones favoritas. Estaría bien.

   –¿Cómo te enteraste?

   –Te vi saliendo de allá que día y solo pase a investigar –sonrío. –Estoy orgulloso de ti.

   –Suenas como un padre.

   –¡Cállate! –le gritó en voz alta. Volviendo de nuevo a su estado normal, le dijo–. No todos toman la iniciativa que has tenido.

   –Gracias, Chul.

   –Solo mantente bien. Ser una súper estrella y en especial llegar a un nivel tan alto como el mío es tan fácil.

   El camarero llegó con la botella y la copita. Jung Soo se sirvió y tomo su bebida. Hee Chul lo imitó e hicieron un brindis por ambos. Para que la vida mejorara para ellos.

 

***************

 

   –Ki Bum, al escenario.

   –Señor, con todo respeto, ya le dije que no subiría al escenario –sirvió el coctel que le habían pedido y limpió unas copas sucias.

   El jefe con la expresión seria y toda la determinación, llamó a su otro camarero y le dio la señal.

   –Lo siento mucho –era más pequeño que Ki Bum pero cuando pudo levantarlo del suelo y llevarlo al cuarto que usaba Jong Woon como camerino, demostró ser más fuerte.

   Le quitó el delantal e hizo un arreglo rápido a su cabello. Le abrió dos botones de la camisa que dejara ver parte de su pecho. Le echó polvos para que no le brillara la piel ante los reflectores. Todo el tiempo Ki Bum se estuvo resistiendo pero su jefe lo retenía con sus grandes manos. Los dos cómplices lo sacaron y comenzaron a empujarlo hacía el escenario.

   Y ahí terminó. Ki Bum casi cae de cara contra el suelo pero logró mantenerse en pie. Las demás luces se apagaron y un reflector se encendió, casi cegándolo.

   –Damas y caballeros, buenas noches. Hoy tenemos un invitado especial a nuestra noche de música –decía un chico muy animado que habían contratado para manejar el sonido y las luces para esos días. –Denle un gran aplauso a Ki Bum –alargaba las vocales de su nombre. Muchos de los presentes comenzaron a aplaudir y gritar.

   Una canción comenzó a sonar. Ki Bum la conocía. La iba escuchado muchas veces sonando por ahí. Se la sabía de pies a cabeza. Pero el ver a toda esa gente con los ojos puestos en su persona lo ponían tenso. Cogía el micrófono con tanta fuerza que ya le sudaban las manos. Comenzó a golpear el pie contra el piso, acompasado con el ritmo. Se imagino a sí mismo en su casa, cantando solo a sus padres que disfrutaban de oírlo. Sin pensarlo, su boca se movió por si sola y comenzó a cantar como nunca antes. A medida que la canción avanzaba, soltaba su cuerpo para moverse por el escenario y hacer varias cosas. Le sonreía al público y escuchó muchas chicas comenzando a gritar y haciéndole coro. Cayó en toda la nota, no tuvo errores y se divirtió como nunca. Supo que nunca había sido tan feliz en su vida. La última nota larga y fuerte fue la que selló su presentación con broche de oro. Todos comenzaron a aplaudir y silbar emocionados. El ánimo en el bar subió y pedían otra interpretación. A Ki Bum le latía el corazón con fuerza. Se tocó el pecho y lo sintió latiendo acelerado.

   –¡¡¡¡¡¡Silencio todo el mundo!!!!!! –escuchó que alguien gritaba.

   El chico que manejaba las luces hizo girar un reflector hacía esa persona. Ki Bum lo observó atónito. Lo había visto en televisión. Era Kim Hee Chul.

   –Tú –lo señaló– ¿cuál es tu nombre?

   –Kim Ki Bum –respondió agitado. Trago el nudo que se estaba formando en su garganta.

   Vio caminar al famoso por toda la parte de atrás del bar hasta encontrar el camino libre para llegar al escenario. Subió los escalones y lo tuvo frente a él. Era casi de su misma estatura y lucía mucho mejor en persona que en las fotografías. Se metió la mano al bolsillo y luego estiro su brazo hacía Bum, teniendo entre sus dedos una tarjeta.

   –Espero pronto escuchar un disco tuyo –le sonrió y salió como si nada. Su acompañante lo siguió.

   El público se volvió loco al ver la estrella de la música pop y muchos lo siguieron en busca de autógrafos. Mientras tanto, un anonadado Ki Bum bajaba la cabeza para mirar la tarjeta. Tenía el sello de una compañía disquera y era una especie de invitación a una audición que se haría en dos días.

   –Una audición… yo… participar en una audición…

   ¿Acaso era un sueño haciéndose realidad?


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