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Despedida por Claudia

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Despedida

“¡¿Qué, no puedes hacer algo tan simple?!”

“Duele, duele... Ikky... ¡Duele!”

“No hay otra forma, no hay otro modo de sobrevivir... Por lo menos no para ti”

Hermoso, el lugar era realmente hermoso. El inmenso llano se extendía hasta el horizonte, donde un ya desfalleciente sol se ocultaba detrás de las montañas. El ocaso, con sus traslúcidos tonos carmesís y escarlatas, le daba al ambiente un aspecto acogedor y grato.

Tupidos árboles de cerezo bordeaban el lugar, matas de arbustos creciendo a sus pies, el verde pasto por doquier y las margaritas en flor, espléndidas, brillantes en su encendido amarillo.

Una cálida brisa recorrió el lugar, haciendo estremecer las ramas de los árboles en una danza armónica y continua.

Parpadeó, mientras acomodaba su sedoso cabello detrás de una oreja. Tantos recuerdos... Ese sitio le traía tantos recuerdos, remembranzas de tiempos idos, lejanos, de tiempos mejores, sin duda alguna.

Recorrió con los ojos el lugar, en busca de un sitio en particular. Se dirigió al claro con paso lento cuando lo halló, semiescondido por las sombras de la tarde que comenzaban a pronunciarse.

Tocó el tronco del árbol que tenía enfrente, rozándolo con sus manos pudo sentir su aspereza. Sus dedos se introdujeron en las hendiduras de su superficie. Marcas de unos pequeños puños de niño, las marcas que su hermano había dejado y que hasta ese entonces no habían podido borrarse a pesar del paso del tiempo, de tantos años.

Recordó a Ikky imprimiendo sus golpes en el grueso y duro tronco, recordó las palabras que le había dicho al ver sus manos heridas: “Hermano... por favor, detente, detente, te estás haciendo daño” con voz angustiosa. “Es tu turno” le había respondido, con la mirada severa.

Dolor... Observó sus manos ensangrentadas y el dolor que se apoderaba de ellas, levantó los ojos llorosos, suplicantes hacia su hermano. “Eres demasiado débil” había dicho Ikky, dándole la espalda y alejándose “Así no podrás sobrevivir”. Las lágrimas del pequeño Shun brotaron incontenibles y se cubrió los ojos, manchando su delicado rostro y sus cabellos con la sangre que de sus manos emanaba.

Lanzó un hondo suspiro levantando el rostro hacia las tupidas ramas, luego separó sus manos y las observó. Blancas y delicadas. Las heridas de ese entonces habían sanado. Sin embargo las cicatrices de su alma y corazón aún no se habían cerrado completamente. Es más, temía que se volvieran a abrir.

“Débil, demasiado débil”. Estas palabras siempre presentes en su mente. Demasiado débil para defenderse, para sobrevivir... para negarse.

Se recostó en el grueso tronco, cruzando los brazos sobre el pecho, dirigiendo su mirada hacia el suelo. Comenzaba a hacer frío, el viento agitaba sus ropas y su cabello.

Demasiado débil para defenderse... para no depender de los demás, para sobrevivir por sí mismo...

Agitación en su mente.

***

- Sabía que estabas aquí –le dijo el muchacho, jadeando con fuerza y apoyando las palmas en las rodillas.

Shun levantó el rostro y observó al joven que tenía enfrente. Su pecho subía y bajaba tratando de regular su agitada respiración.

- Hyoga...

- Como no te encontré en la mansión pensé que estarías aquí, así que me apresuré en venir.

- ¿Pero por qué estás tan agitado?

- Corrí mucho –sus mejillas estaban enrojecidas por el esfuerzo– tenía que hablar contigo.

- ¿Cómo me encontraste? –preguntó con curiosidad, acercándose a su amigo.

- Es lógico, este lugar es donde venías a entrenar con Ikky, ¿no es cierto? ¿Dónde más podías estar?

Caminaron un pequeño trecho, luego se sentaron sobre el pasto verde.

- ¿Así que viniste a despedirte? –le dijo Hyoga, a la vez que pasaba el pañuelo blanco que Shun le había ofrecido sobre su rostro sudoroso.

El joven dirigió su mirada hacia el horizonte, donde parecía perderse en los matices naranjas del cielo.

Ambos estaban debajo de las ramas de un frondoso árbol, sus rostros iluminados a medias por los la difusa luz del sol que las hojas filtraban.

- Mañana partiré hacia Osaka y no podía irme sin visitar este lugar. –dijo Shun.

- Estarás fuera por cinco años ¿cierto?

- Sí, pero vendré a visitarlos cada verano, en las vacaciones. Las clases son muy duras así que tendré que esforzarme mucho si quiero aprobar los cursos.

- Claro que lo harás, siempre fuiste un muchacho muy decidido. La Universidad no será la excepción.

El sol casi se había ocultado y las oscuras sombras empezaban a reemplazar a la anaranjada luz que las antecedía.

- Ese árbol, es donde Ikky y tú practicaban ¿verdad? –dijo el rubio ladeando la cabeza hacia donde habían estado minutos antes– ¿Aún tienes esas cicatrices?

El muchacho de ojos verdes volvió a observar sus manos.

- Algunas, aunque no se notan mucho.

- …l siempre fue muy duro contigo. Aún lo recuerdo, nunca me pareció justo. Después de todo él era un tipo duro, recio, insensible. Irónico, a pesar de ser su hermano resultaste ser muy diferente a él.

Shun entrecerró los ojos.

- El sólo quería lo mejor para mí –dijo, soltando un suspiro y apoyando la cabeza en el árbol que tenía a su espalda.

- Nunca estuve seguro de ello. Talvez... todos nosotros somos tan culpables como él.

Shun lo miró sorprendido. Estaba a punto de preguntar sobre lo que significaba su última frase.

- Ah, casi lo olvido, toma –interrumpió Hyoga, tendiéndole una pequeña caja de cartón de forma rectangular.

El joven la tomó entre sus manos, algo intrigado, mirando primero al brillante forro y luego a Hyoga para volver su vista de nuevo a la caja.

- Vamos, ábrelo

Shun obedeció, a pesar de su sorpresa, desatando con cuidado la cinta roja que estaba amarrada en medio.

Sus ojos se abrieron enormes, con gran asombro.

- Hyoga... ¿por qué? Yo... esto no es necesario.

Se quedó sin habla por unos segundos. Luego levantó la cadena y la envolvió cuidadosamente en su mano, observando la cruz de plata que pendía de ella.

- ¿Qué dices, te gusta?

- Es hermoso. Es el rosario de tu madre.

- Es lo más valioso que tengo, podría decir incluso que es lo único valioso que poseo. Quiero que lo conserves.

- Gracias, pero yo... no puedo...

- ¡Claro que puedes, y lo harás! –Hyoga cogió con un brazo el cuello de Shun, luego lo atrajo un poco hacia su pecho mientras que le daba leves coscorrones en la cabeza –Porque si no me enojaré y sabes lo que eso significa, ¿ne Shun-chan? –dijo con falso enojo y riendo entre dientes.

- Está bien, está bien... –respondió a su vez, riendo, tratando de zafarse. El cisne lo dejó ir finalmente.

- Gracias... –dijo, con una voz profunda– ¿Pero por qué?

- Bien, estarás fuera cinco años, significa que no podremos cuidar de ti como lo hacíamos aquí ¿Sabes tú cuántas tentaciones y peligros existen en las ciudades tan atestadas como esa? Mujeres... amigos... licor... discotecas... Demasiado para un muchacho decente. Por eso quiero que la conserves, te protegerá, te lo aseguro. Además es de buena suerte.

Shun asintió, enternecido.

- Te lo agradezco mucho, Hyoga.

Luego se dirigió nuevamente a lo que tenía entre sus manos, lo miró fijamente, como queriéndose perder en aquél resplandor, en aquella brillantez que parecía fascinarlo. Levantó una mano y comenzó a jugar con las cuentas entre sus dedos. Suaves, nacaradas. Una ligera agitación le hizo entreabrir los labios.

- ¿Te recuerda a él? –Shun levantó los ojos, encontrándose con los de su amigo. Hyoga pudo distinguir en ellos un hondo sentimiento de tristeza–. Después de todo él me lo devolvió, al regresar de la Isla Reina Muerte, cuando creímos que estaba muerto.

Muerto...

Shun sintió un nudo en la garganta, al mismo tiempo que las lágrimas se agolpaban en sus ojos, presurosas por salir. Un agudo dolor comenzó a extenderse por su pecho.

Recuerdos comenzaron a arremolinarse en su mente, imágenes de sucesos ya pasados, sensaciones que lo volvían a recorrer, estremeciéndolo. Imágenes y sensaciones de dolor y muerte. La sonrisa de Ikky, su voz, su respiración agitada, sus ojos nublándose... La sangre que cubría su cuerpo.

- Shun, yo no quería...

- No, no es tu culpa –dijo con pesar, sus palabras quebrándose– yo sólo necesito...

Extendió los brazos hacia Hyoga y se hundió en su pecho, sollozando suavemente.

- Está bien, está bien Shun, llora todo lo que quieras –dijo Hyoga con ternura, estrechándolo contra sí, comprendiendo el dolor que embargaba a su amigo –. Desahógate.

- Este lugar está tan lleno de él, de tantos recuerdos, de tantas cosas. Yo... debo ser fuerte, tengo que ser fuerte, porque si no lo hago... –continuó, sus sollozos haciéndose cada vez más intensos y profundos.

- Siempre trataste de ser fuerte, siempre Shun –lo estrechó aún más, acariciando su sedoso cabello.

Pasaron algunos minutos. Las sombras habían cubierto el lugar casi por completo y la luna comenzaba a alumbrar con haces platinados el paraje.



“Es tu turno, Shun”

Silencio.

“¿Qué no me oíste? ¡Dije que ahora era tu turno!”

“Basta...”

“¿Dijiste algo?”

“¡Basta! ¡Basta! ¡No volveré a hacerlo! ¡No lo haré!”

“Hummm... El niño está siendo desobediente de nuevo... Creo que tendré que enseñarte a obedecerme”

“Ikky... no...”

- ¿Te sientes bien? –preguntó el rubio, separándolo un poco de sí, mirándolo a los ojos.

- Sí, ya me siento mejor, gracias.

- Sigues siendo un niño llorón... –agregó divertido.

Shun sonrió levemente. En verdad se sentía mejor, haber llorado parecía haberlo liberado en algo del enorme peso que cargaba sobre sus hombros.

Hyoga observó los ojos de Shun enrojecidos por el llanto. Las pupilas verde esmeralda siempre lo habían fascinado, tan profundas y brillantes. “Como las de un niño” pensó. Eso era Shun, un niño inocente que por caprichos del destino había sido obligado a llevar una vida que no le correspondía, que de ningún otro modo habría aceptado. Si tan sólo hubiera podido elegir su destino. El destino. Ahora que las batallas y enfrentamientos habían terminado su vida podría tomar otro rumbo. Estaría lejos, tratando de olvidar un pasado lleno de tristezas y rencores, de muertes que le habían parecido inútiles, de sangrientas luchas en las que había eliminado a muchos; olvidaría que tenía que proteger a una Diosa que en más de una ocasión había ofrecido su vida por el bienestar de los demás, del mundo entero.

Sí, era lo mejor para él. El recuerdo de Ikky aún estaba presente en la mente de Shun, con el tiempo seguramente también lo dejaría atrás, presionado por la tensión de los exámenes y la agitada vida en una ciudad como Osaka no tendría tiempo para pensar en eso.

“¿Se olvidará también de mí?” se dijo con cierto pesar por décima vez en ese día. Por lo menos tendría algo con que recordarlo. No tuvo que pensarlo dos veces. Le daría lo más preciado que tenía, la única posesión que consideraba valiosa. Shun sabía lo que ese rosario de plata significaba para él. Era el único recuerdo que de ella le quedaba, el que su madre le había entregado días antes de morir.

Sin embargo...

Hyoga bajó un poco los ojos y observó los brillantes surcos que las lágrimas habían dejado en las mejillas de Shun. Levantó la mano y las limpió cuidadosamente con el dorso. Se detuvo y reposó su palma en aquella piel, tan pálida y tersa.

Shun pestañeó, algo en la mirada y el contacto de Hyoga lo estaban perturbando.

- No sabes cuánto te extrañaré, mi querido Shun –dijo en un susurro, ladeando ligeramente su rostro y acercándolo al del muchacho.

- Hyoga... yo...

Un cálido contacto apagó las palabras que iba a pronunciar. Era Hyoga, Hyoga presionando su boca.

Abrió los ojos con sorpresa, el repentino contacto le quitó el aliento. Sentía como los suaves y blandos labios del caballero estaban posados sobre los suyos, acariciándolos con delicadeza, tiernamente.

Una abrumadora sensación lo recorrió. Tan diferente era aquél beso de los que había recibido antes, de los que en más de una ocasión le habían sido arrebatados con fuerza y violencia. Demasiado suave, delicado, sutil, tan dócil...

Shun sintió como sus mejillas comenzaban a encenderse.

Hyoga rompió el beso y no evitó sonreír ante el rostro de incredulidad y confusión de su amigo.

- Es un beso de despedida, para que nunca me olvides.

- Ahhgmn... –Shun sólo pudo articular algunas sílabas en su garganta, consternado y confundido como estaba.

- Ya es hora de que volvamos a la mansión –dijo el joven de ojos azules, volviendo el rostro hacia atrás, con dirección al recinto–. Vamos.

Se puso de pie de un salto y luego tendió una mano hacia Shun para ayudarlo a levantarse. …ste la tomó, algo desconfiado. Hyoga pasó un brazo por sobre el hombro del aún sorprendido muchacho, sin tomar importancia a los cuestionantes ojos con los que Shun lo estaba mirando.

- Si no nos apuramos no quedará nada de la cena para nosotros –agregó con una sonrisa, apurando el paso.

El chico de ojos verdes sólo asintió, dejándose conducir por aquél que lo estrechaba. Mil preguntas agolpándose en su mente, el hormigueo aún presente en sus labios, la particular sensación y sabor que Hyoga había dejado en ellos.

Miró al techo blanco, tan lejano. Si pudiera extendería sus manos hacia él, procurando tocarlo. Si sus dedos pudiesen alcanzar la lisa superficie talvez... talvez... algo ocurriría, talvez despertaría de la terrible pesadilla que en ese momento lo atormentaba.

Más era inútil, demasiado alto para que lo pueda tocar.

Demasiado real para ser un sueño.

Algo tibio se escurrió por sus mejillas. Lágrimas. Se había jurado no volver a llorar, no delante de él, no de nuevo.

Con suerte, aquello acabaría pronto.

Estaba equivocado, ésta vez Ikky se mostraba más ávido que en otras ocasiones, no apasionado, sino más bien voluptuoso.

Lo estaba torturando en manera desmedida, estaba ejerciendo en él una violencia inusual.

Ladeo la cabeza, cerrando los ojos fuertemente, su mejilla reposando contra las sábanas blancas.

Unos dedos se posaron en su barbilla, haciéndolo volver el rostro con fuerza. “Hoy estás algo tenso, itoshii” dijo la grave y sensual voz masculina. Shun podía sentir el fuerte olor a virilidad y madurez que emanaba del sudoroso cuerpo de Ikky. Conocía ese aroma, había aprendido a reconocerlo en todas las oportunidades en las que había compartido su intimidad con él. Aquél aroma y el salado sudor lo repelían en forma particular, asqueándolo.

- Ikky... detente... –susurró, mordiendo las palabras, con la voz quebrada casi en súplica.

- ¿Detenerme? Pero si recién estamos comenzando, pequeño... –sonrió lascivamente, Shun sabía lo que ese gesto significaba, que no iba a poder evitar lo que su hermano estaba dispuesto a hacerle, que no sería considerado.

- Por favor... –rogó, en un último y desesperado intento, muy a su pesar las lágrimas rodaron libres por su sonrojado rostro.

Sus puños apretaron con fuerza las sábanas cuando sintió la mano de Ikky deslizarse pos su cuello, masajear su torso y bajar hacia su estómago.

- ¿Sabes cuánto me excita verte así? –dijo Ikky, entrecerrando sus ojos.

Una incómoda sensación se apoderó de él cuando sintió al Fénix deslizarse hacia sus muslos. Comenzó a sollozar, en silencio.

- ¡Salud!

Las copas se levantaron en alto, al unísono, el resplandeciente licor ladeándose de un lado a otro dentro del brillante cristal.

- ¡Por nuestro amigo Shun!

- ¡Sí y por que deje muy en alto en nombre de los Caballeros de Athena!

Media docena de labios se posaron sobre el cristal, sorbiendo el dulce elixir.

- Ah, este vino es realmente bueno –dijo Seiya agitando la copa frente a sus ojos– ¿Saori, comprarás uno igual cuando yo estudie en la universidad?

Todos lo miraron perplejos, sin poder creerlo. Luego estallaron en risas. Seiya hizo un mohín, con una mueca de disgusto en el rostro.

- ¿Qué, acaso dije algo gracioso? –preguntó molesto.

- Discúlpame Seiya, pero antes de que tú ingreses a la universidad la Siberia se habrá convertido en un hermoso paraíso tropical.

- ¡Hyoga!

- Y los polos se habrán derretido.

- ¡Shiryu!

- Y Zeus volverá a gobernar la tierra.

- Athena... ¿Tú, tú también?

Seiya tenía un gesto de cómica frustración en el rostro, lágrimas salían como chorros de sus ojos.

- ¿Así? –dijo, recuperando la compostura y con una media sonrisa en los labios– Pues antes de que yo ingrese a la universidad, bien...

Entrecerró los ojos con malicia

- Hyoga podría tener una cita –el cisne acalló de pronto, sin saber que decir.

- O Shiryu pediría a Sunrey en matrimonio –el caballero casi se atora con el vino que estaba bebiendo.

- O Saori podría conseguir un novio –la sonrisa desapareció instantáneamente de su rostro, suplantada por un intenso rubor.

Se miraron unos a otros, intercambiando impresiones, Seiya sabía como molestar a los demás, era un don en él. Y en esta ocasión había dado en el clavo.

Un sonido proveniente de una esquina llamó su atención. Era Shun, conteniéndose para no soltar las risotadas que iba a lanzar. Demasiado tarde, el caballero de Andrómeda rió de manera abierta, sujetando su estómago con ambas manos, de la manera que le era usual y que todos tan bien conocían.

La sonrisa volvió a los rostros de los otros y decidieron acompañar a Shun que se desternillaba de risa y limpiaba las lágrimas que asomaban a sus ojos. Pronto todo el comedor estaba envuelto en una sinfonía inacorde de carcajadas.

- Vaya, pensé que estabas de mal humor o algo así, ya nos estabas preocupando –dijo Shiryu dirigiéndose a él y acercando el cristal a su boca.

- No es eso, sólo… sólo estoy un poco nervioso por el viaje de mañana –respondió Shun, apagando sus últimas risas.

Shun había procurado guardar silencio durante toda la velada, esquivando cautamente las ocasionales miradas del Cisne y riendo de vez en cuando de las tonterías de sus camaradas. Ahora se sentía menos tensionado.

La cena concluyó y todos se despidieron amablemente del muchacho. Al día siguiente tendrían que dirigirse muy temprano al aeropuerto que llevaría a Shun a su destino, con todo el ajetreo del viaje ni siquiera tendrían el tiempo para tales ceremonias.

Shiryu, en un acto muy propio de él recomendó una selecta lista de libros que a su criterio eran necesarios para todo buen estudiante de la universidad. Seiya, contrariamente, hizo hincapié en un número notable de pistas de baile y centros nocturnos, recibiendo, por supuesto, un sonoro coscorrón de su amigo Dragón. Por su parte Athena aseveró en el tono maternal que era tan propio de ella, que siempre, siempre podría contar con ellos, pasara lo que pasara, que sin importar lo que fuera, sus amigos velarían por su bienestar, como siempre lo habían hecho.

Shun sonrió, satisfecho y agradecido. Antes de despedirse estrechó fuertemente a cada uno de ellos, incluido a Hyoga. Mañana sería un día muy ajetreado, sin duda alguna...



De repente apagó su llanto, fue inundado por un nuevo pensamiento que había asaltado su mente. De pronto todo se había aclarado, había encontrado la solución a sus problemas, la cura para su dolor... Una suave, casi imperceptible sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.

Ahora sabía lo que tenía que hacer, lo sabía... Limpió sus lágrimas con el dorso de su mano, sintiendo como una extraña tranquilidad lo embargaba.

Se inclinó hacia delante, cogiendo de los brazos al joven que estaba sobre él, con un movimiento rápido invirtió sus posiciones, aprisionándolo contra las sábanas.

Ikky parecía confundido, aún más cuando sintió a Shun acercándose para tomar sus labios en un apasionado beso. Gimió en medio de su sorpresa, sintiendo la invasión de una ávida y cálida lengua que recorría el interior de su boca con un frenesí arrebatador.

Se sintió completamente abrumado por la onda de estímulos a los que estaba siendo sometido. Shun recorría su cuerpo con sus manos, haciéndolo contorcerse y gemir de placer, mientras que sus labios descendían a través de su torso en un húmedo recorrido, desde su boca hasta su cuello, mordiendo la piel suavemente, hasta detenerse en una de sus rosados pezones.

Ikky no podía creerlo. Shun... Shun le estaba haciendo el amor...

En todo ese tiempo nunca había podido lograr que Shun tomara la iniciativa, siempre era él quién tenía que hacerlo todo, todo. A veces se enojaba mucho por la falta de interés de su hermano, en ocasiones estallaba de manera agresiva ante eso, en otras se sentía súbitamente excitado ante la actitud sumisa y dócil de Shun.

Pero ahora, ahora...

Talvez por fin Shun lo había comprendido... talvez. Sintió su corazón enternecerse, mientras era invadido por todas esas otras sensaciones.

Sólo había querido eso, sólo eso, que Shun comprendiera porqué se comportaba así, que comprendiera porqué era necesario lo que estaban haciendo y lo importante que era para él. Lo mucho que lo amaba y lo tanto que lo necesitaba, tanto su amor como su cuerpo. Pero Shun no lo entendía, no... Y le causaba dolor el tener que dañarlo en ocasiones, el tener que herirlo, que forzarlo, pero era inevitable. Shun debía entender, debía hacerlo, tarde o temprano lo haría. Ese era el momento. Su momento.

Enredó sus dedos en el cabello del joven mientras lo sentía lamer suavemente su estómago.

- Tú... tú... y yo nos pertenecemos... –dijo suave, muy suave, tanto como la excitación que experimentaba se lo permitía– Eres mío ¿comprendes? Ah... Mío... mío... Sólo mío. Nadie más puede tocarte, nadie más puede verte, porque me perteneces, porque me debes tu vida.

Ikky arqueó la espalda cuando sintió a Shun moverse sobre sus caderas, a un ritmo constante y continuo, estimulando su sexo con el suyo en un contacto enloquecedor. Eso fue suficiente para hacerlo perder el sentido de todo lo que le rodeaba. Una corriente eléctrica pareció recorrerlo de extremo a extremo.

La habitación estaba en penumbras, un profundo y hondo silencio hacía presa del lugar, evidenciando lo avanzado del anochecer.

Se giró sobre su flanco derecho, cubriéndose con las blancas sábanas en un intento de conciliar el sueño. Era imposible. En esas tres largas horas no había conseguido apaciguar sus agitados pensamientos con el fin de hallar el tan deseado descanso.

¿Y cómo hacerlo, si había cometido esa locura? ¿Cómo, si casi sin pensarlo había cedido ante sus ansias, ante su necesidad de besar a ese hermoso muchacho?

Hyoga se irguió a medias, apoyándose en sus codos para sentarse sobre las sábanas, con un movimiento rápido encendió la lámpara que estaba sobre la pequeña mesilla al costado de la cama.

- ¿No es un poco tarde para que estés despierto? –preguntó, mientras se restregaba los ojos, que se habían resentido un poco ante la repentina claridad.

Había una silueta en medio de la habitación, las débiles luces de la pequeña lámpara apenas podían definir sus contornos, manteniendo ocultos los rasgos de ese rostro. Sin embargo esa voz era inconfundible.

- Dime, ¿por qué lo hiciste? –la voz sonaba severa, firme, resonando en todos los rincones de la habitación.

El joven dio un suspiro, mientras ladeaba la cabeza para huir de la mirada inquisidora de aquellos ojos color de esmeralda que lo observaban fijamente a través de la velada oscuridad.

- ¿Por qué más podría hacerlo? Podría decirte que fue algo que no había querido hacer, que no había planeado, pero la verdad es que lo deseaba, hace mucho.

- ¿Por eso lo hiciste, por eso...?

Hyoga sonrió levemente, dirigiendo su mirada hacia el muchacho de ojos verdes.

- ¿Y qué quieres que te diga? –pronunció, con una media sonrisa en el rostro y levantando las palmas, para luego dejarlas caer pesadamente sobre las sábanas– ¿Que me he enamorado de ti, de mi mejor amigo, de un hombre? ¿Que soy raro o algo por el estilo? ¿Qué me gustas, que te amo? Pues sí, es eso, es la verdad. Te amo. Te amo Shun.

Apretó las sábanas blancas en sus manos, con fuerza. Lo había dicho, sí, por fin lo había confesado. Sabía que no era el momento ni el lugar indicados, pero talvez no tuviera ninguna otra oportunidad de hacerlo. Menos aún sabiendo que el muchacho partiría a una ciudad muy lejana, que no lo vería durante mucho tiempo.

¿Desde cuándo había amado a ese joven de ojos verdes?

No lo sabía exactamente, talvez desde el día en que lo vio por primera vez, cuando lo encontró llorando detrás de un árbol porque algunos de los chicos del orfanato lo habían golpeado. O talvez cuando regresó de su exigente entrenamiento como caballero, viéndolo tan crecido, convertido en un apuesto adolescente, pero aún conservando esa pureza e inocencia que lo habían caracterizado desde muy niño, las mismas que lo habían conmovido desde su primer encuentro.

En más de una ocasión había acariciado largamente ese deseo. Esos delicados labios con los suyos, esa dulce tibieza mezclándose con la suya...

No era algo que hubiera premeditado, sucedió sin que pudiera evitarlo. No había podido contenerse, simplemente.

Se había sentido irremediablemente atraído hacia ese chico, fascinado ante sus hermosas facciones, ante la tersura de su piel de alabastro, teniéndolo tan cerca, perdiéndose en las profundidades de esas pupilas esmeralda, viendo de cerca esos labios rojos entreabiertos, irresistibles.

Ahora tendría que pagar las consecuencias por ceder ante su pasión. Shun se había notado algo tenso durante la cena, talvez se alejaría de su vida, sin esperar explicaciones ni aclaraciones de su parte.

Era un tonto y un necio por actuar de manera tan atropellada e impulsiva. Mas ¿cómo evitarlo después de tanto tiempo de haberlo deseado?

Parpadeó varias veces, con la mirada baja, mientras los mechones de cabello dorado le ocultaban los ojos, junto con el ligero rubor que se había agolpado en sus mejillas.

¿Qué haría ahora? ¿Qué?

- ¿Estás satisfecho ahora? –dijo Hyoga cansadamente, como queriendo terminar con esa estúpida declaración.

Sintió una cálida mano en su mejilla que le hizo volver el rostro suavemente. Se encontró frente a frente de nuevo con esas brillantes pupilas, mirándolo con fijeza, pero había una extraña seguridad en ellas, algo que no había visto hasta ese entonces y que extrañamente lo hizo sentir intimidado. Esos ojos verdes lo miraron profundamente, como queriendo hallar algo dentro de los suyos. De pronto parecieron suavizarse, haciendo menos severa la expresión de ese rostro.

En un gesto imprevisto, Shun se acomodó al lado suyo, tendiendo indolentemente su cuerpo entre las desordenadas sábanas, apoyando su cabeza en las piernas de Hyoga.

Hyoga se sintió muy sorprendido ante el extraño proceder, y sintió su corazón latir más rápido, mientras entreabría los labios para decir algo.

- Shun...

El joven respiraba débilmente, los tenues haces de luz hacían brillar su cabellera en cambiantes tonos azules y verdosos. Hyoga no resistió la tentación de enterrar sus dedos en la sedosa melena.

- Cuando era pequeño, muy pequeño, recuerdo que había una mujer que me tenía en brazos, alguien que me hablaba con ternura, con cariño. Todavía sueño con esos ojos, mirándome con afecto. –comenzó a decir Shun.

- ¿Era tu madre?

- No lo sé, creo que sí. Esos ojos, su voz tan dulce, es lo único que me queda de ella. Todavía guardo esos tiernos sentimientos que me inspiraba. Siempre pensé que existiría en el mundo alguien que fuera capaz de hacerme sentir lo mismo, de hacerme sentir amado y apreciado aunque yo fuera alguien pequeño, aunque fuera débil y desvalido.

Hyoga ahora masajeaba suavemente la piel de su rostro, mientras escuchaba pacientemente lo que Shun decía.

- Pero también tenías a Ikky.

- …l siempre me protegía, estaba allí cuando yo lo necesitaba. Pero no dejaba de considerarme alguien débil, incapaz de defenderse por sí mismo. Es más, siempre me reclamaba el hecho de haber sido enviado a la isla Reina Muerte. Nunca me pudo disculpar eso, nunca. Y yo nunca me lo pude perdonar, siempre me sentía culpable cada vez que él me reclamaba, siempre haciendo lo posible por conseguir que olvidara aquello, que dejara de atormentarme con aquello. Pero no, él no podía olvidarlo.

Hyoga se sintió enternecido, no había esperado tales confesiones de su amigo. En todos los años en los que habían estado juntos había creído conocerlo. No pensó que Shun estuviera pasando por todo ello.

- …l decía que yo era muy débil, que no sería capaz de sobrevivir, que por eso debería depender de él, para protegerme, para ayudarme, como cuando éramos niños. Que de algún modo yo había hecho de su vida un infierno, que por mi culpa él había tenido que sobrevivir a todo eso.

La voz de Shun se quebraba mientras estaba hablando, y Hyoga se sintió impotente al no poder consolarlo, sólo continuó con sus caricias sobre su piel, escuchándolo, sabiendo que en ese momento era lo único que podía hacer.

- …l dijo que yo tenía que pagar de algún modo por lo que había hecho, por todo lo que le había hecho pasar, por todas las veces en las que salvó mi vida. Y cuando eso ocurrió, yo...

- Shun –Hyoga interrumpió, interviniendo finalmente, con un tono de voz muy suave–. Ikky, Ikky está muerto, talvez sea doloroso de aceptar, pero es la verdad. No vale la pena que sigas recordando todo eso. Aquellas experiencias tan dolorosas ya quedaron atrás, ahora tienes todo un futuro por delante, puedes elegir por ti mismo aquello que deseas, lo que tú quieres. Ya no tienes que proteger a Saori, ni tienes que saldar cuentas con tu hermano.

Shun hundió su rostro entre las sábanas, disfrutando de las agradables caricias de Hyoga en su piel.

- Debes procurar olvidar todo eso. Ya pasaron seis largos meses. Shun, sé que extrañas mucho a Ikky, que su muerte te dejó muy triste, a pesar de todo lo que pasó entre ustedes, pero...

- No comprendes Hyoga. Yo... yo, lo maté.

Se separó de las sábanas, pausadamente, levantando el rostro para encarar al del joven rubio. Hyoga tenía un gesto de asombro en el rostro, como si no hubiera escuchado bien lo que Shun acababa de decir. Frunció el entrecejo mientras sus ojos se encontraban con los de Shun.

- ¿Qué…?

- Lo que oíste Hyoga, yo asesiné a mi hermano.

Hyoga no hizo ninguna reacción, no podía ser cierto lo que oía, no podía serlo. Miró con ojos perturbados a Shun, asombrado ante la tranquilidad en su rostro, ante su voz tan serena, exenta de toda emoción. No, no podía ser. Eso no podía estar ocurriendo. Ladeo la cabeza de lado a lado con lentitud, como queriendo sacudirse de esa terrible declaración.

- Shun, tú no...

El joven caballero se abrazó a su torso, apoyándose en su hombro y cubriéndolo con sus brazos.

- Necesitaba decírselo a alguien –susurró, esta vez había inquietud en su voz–. Tampoco esperaba que lo comprendieras.

Hyoga se mantuvo en silencio, incapaz de decir una sola palabra.

- Cierra los ojos. –Escuchó Hyoga, a la vez que sentía como era estrechado aún con más fuerza que antes. De no haber estado tan aturdido por la revelación de Shun habría correspondido a esa caricia como era debido.

Y obedeció inconscientemente cuando sintió la suave energía de Shun extenderse por su cuerpo, recorriendo cada uno de sus músculos, de sus nervios. Esa sensación de absoluta posesión, de completa entrega de sí mismo, ya la había sentido antes. Sí, era como en aquella ocasión en la que había sido reanimado por la misma energía al estar moribundo en la casa de Libra, ya hace tantos años.

Todo su ser se relajó, y sintió sus pensamientos vaciar su conciencia mientras las deliciosas oleadas de esa suave tibieza se extendían por su cuerpo, mientras se abandonaba a las agradables y reconfortantes sensaciones que estaba experimentando. Entreabrió ligeramente los ojos, tratando de discernir lo que estaba ocurriendo, cuando sintió unos gráciles dedos en sus párpados.

- Cierra, cierra los ojos Hyoga... –fue lo último que pudo escuchar, antes de que una profunda oscuridad lo embargara por completo.



Nunca pensó que acabaría así, nunca. Fue rápido y preciso, él casi no lo había sentido, de eso podía estar seguro, un golpe certero y exacto, justo en el lugar apropiado.

Shun se levantó de la cama con lentitud y comenzó a vestirse, buscando algunas de sus prendas en el suelo, donde habían ido a dar al ser desnudado sin mayores consideraciones la noche anterior.

Un cuerpo yacía inerte sobre las sábanas. Lo miró largamente, tristemente.

¿Por qué lo había hecho, por qué?

Aún no estaba seguro de ello... ¿Era la única forma de liberarse de él, del dolor que le inflingía a su cuerpo y a su alma?

Una profunda melancolía comenzó a invadir su ser, haciéndolo estremecerse. Se llevó ambas manos al rostro mientras se sentaba en una banqueta al lado de la puerta para poner en orden sus pensamientos, sus agitadas emociones.

¿Qué había pasado, qué?

Es como si hubiera entrado a un estado de demencia o algo parecido, que lo había hecho comportarse de esa manera, que lo había hecho actuar de modo muy diferente a sus conocidas reacciones.

Talvez era la tensión de saber que estaba siendo ultrajado por Ikky, o talvez el no haber podido reaccionar hasta ese entonces de una manera más violenta o agresiva con él. Simplemente dejaba que Ikky hiciera esos juegos violentos sobre su cuerpo, asistiendo a su propia violación de manera impasible, sumisa... sollozando de vez en cuando, suplicando en otras, pero nunca con el coraje ni valentía suficientes como para apartarlo definitivamente de su vida..

Al principio, creía que de alguna manera ese era el pago justo por lo que había hecho pasar a Ikky, por todo el sufrimiento y dolor que había experimentado. Era una forma de expiación, de autoflagelación por lo mucho que había padecido su hermano por su causa.

Pero aquello no tenía fin, no tenía cuando acabar. Y su cuerpo y alma violentados clamaban desesperadamente por un pronto alivio, por una duradera y renovada paz, la que no hallaría si seguía siendo víctima de su propio hermano, de su avidez, de su particular modo de hacerlo pagar por todo aquello que supuestamente le debía.

Sintió su corazón contraerse en un espasmo doloroso. Y separó sus manos de su rostro para colocarlas en sus rodillas, donde sus delgados dedos se enredaban entre sí tratando de calmar en algo la ansiedad que lo embargaba.

Pensó si talvez algo de la locura de Ikky lo había afectado, como si el verse expuesto a ese extraño ser, de tan particular temperamento y condición, lo había a su vez trastornado. Como si Ikky le hubiera transmitido algo de su demencia en todo el tiempo en el que habían estado juntos.

Y ahora estaba muerto... muerto. No volvería a ver su mirada lujuriosa ni a escuchar sus palabras sensuales en su oído, a sentir sus caricias ardientes en su sensible piel. No. Pero para ello lo había asesinado... había asesinado a su propio hermano.

Por todos los Dioses ¿Cómo pudo hacerlo, cómo? No tenía excusas, no las tenía, no eran suficientes ¿Cómo explicarles eso a los demás, a sus amigos, a Athena...?

La angustia comenzó a invadirlo, y en un acto desesperado pensó en terminar con su propia vida, con el fin de de acabar para siempre con toda esa entupida representación que había hecho hasta entonces, con la triste escena que había sido su existencia, con el doloroso remordimiento que comenzaba a morderle las entrañas ante la muerte de su hermano.

Fue cuando ocurrió. El techo de la cabaña comenzó a arder en diferentes lugares, la madera crepitaba consumida por el incesante fuego. Las ventanas estallaron ruidosamente, haciendo que los vidrios salieran despedidos hacia adentro en afilados fragmentos que se dividieron en varios pedazos al golpear con fuerza contra algunos muebles.

Gimió de dolor mientras sentía como la sangre escurría abundantemente de su pierna. Con algo de esfuerzo arrancó el gran trozo de vidrio que fue a incrustarse en su muslo derecho, observando el refulgente cristal teñido de escarlata, de su propia sangre.

Luego una explosión tras otra, como si estuvieran bombardeando la casa por cada uno de sus flancos. El sonido era ensordecedor, tanto que le hacía zumbar los oídos. Una intensa ola de calor le hizo volver el rostro, cubriéndoselo con ambos brazos. Sentía como si una ráfaga ardiente le estuviera quemando la piel con su contacto, haciendo arder todo su cuerpo en llamas. No recordó nada más, había perdido el conocimiento.

Cuando despertó estaba en la cama de un hospital, vendado por todas partes, con muchas agujas proveyendo de líquido vital a su necesitado cuerpo.

Luego de dos días de recuperación le habían dado la trágica noticia. Unos antiguos enemigos de Ikky habían ido a zanjar algunas cuentas pendientes con él. Y encontrándolo inadvertido y desprevenido habían atacado sin consideración la cabaña en medio de un bosque apartado de la ciudad donde solía alojarse. Era una suerte que él, que Shun, haya sobrevivido a toda esa explosión y estallido, aún con heridas de consideración podía juzgarse un verdadero milagro el que siguiera con vida. Pero el pobre Ikky. Oh, cielos. Había quedado tan incinerado que su cuerpo casi no se podía identificar. Las ropas, su cabello y piel habían quedado completamente calcinados... era irreconocible.

Pobre Shun... ¿quién sería el encargado de decírselo? Saori tuvo la penosa tarea de informarle.

Shun parecía impasible al escuchar la trágica muerte. Pero todos podían adivinar en su interior el inmenso y hondo dolor que estaba sintiendo.

Entonces las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro, abundantes, incontenibles.

Así había ocurrido, sin que nadie se llegara a enterar de lo que había hecho, de lo que en realidad había pasado...

Abrió los ojos con lentitud, parpadeando varias veces, tomando poco a poco conciencia del lugar donde se encontraba, de lo que había ocurrido.

Estaba otra vez en su habitación, iluminada a medias por la pequeña lámpara. Estaba sentado en su cama, aún con el cuerpo de Shun estrechando el suyo.

Shun...

Las lágrimas que inconscientemente había derramado durante su letargo se mezclaban ahora con las que se escurrían de sus ojos, rodando libremente por sus mejillas, hasta alcanzar su barbilla.

Shun se apartó pausadamente y Hyoga se cubrió ambos ojos con las manos, sacudiendo la cabeza con violencia, con verdadera violencia, queriendo apartar las horribles imágenes que hace un momento había observado en su mente.

Lloró amargamente, mientras sus gemidos se hacían más profundos ¿Eso... todo eso que había visto era cierto?

Shun entre los brazos de Ikky... siendo forzado... siendo ultrajado...

Toda la violencia, toda la angustia, la impotencia. Las punzantes sensaciones mezcladas con todo ese dolor...

Y de algún modo Shun lo había hecho experimentar todas esas sensaciones, esos sentimientos y emociones. Era para enloquecer, para enloquecer de dolor. Era repulsivo... angustiante... horrible...

Y ni él, ni él ni nadie habían podido darse cuenta... nadie. Ni la misma Athena. ¡Maldita sea! ¡Malditos todos por no darse cuenta!

¡Maldito Ikky!... ¡Maldito bastardo!

Su amado Shun... Su dulce e inocente Shun...

¿Cómo no lo había sabido, cómo? Se suponía que lo amaba, que su bienestar y felicidad le importaban más que la de ningún otro.

Y de alguna manera había dejado que eso pasara.

Ese mal nacido… Si lo hubiera sabido antes lo hubiera asesinado con sus propias manos... con sus propias manos.

Apretó los puños mientras cerraba los ojos con fuerza.

¿Cómo pudo ser tan ciego, cómo pudo?

- Hyoga... –abrió los ojos al oír su nombre, ladeando su rostro hacia el del joven.

Con una mano temblorosa trató de alcanzar su mejilla, pero desistió de su intento. Algo lo detuvo, no supo precisar exactamente lo que era, talvez culpabilidad, talvez vergüenza, talvez reproche.

- Ikky... él te...

Shun no lo dejó terminar, colocó sus dedos sobre los trémulos labios de Hyoga, mientras asistía levemente.

- Está bien Hyoga... todo eso ya pasó, ya quedó atrás... sólo quería que lo supieras.

- ¿Por qué… por qué no me lo dijiste?

Shun suspiró, hondamente.

- No lo sé –dijo, al no encontrar respuesta a la interrogante.

Entonces Hyoga lo estrechó fuerte, tan fuerte como se lo permitieran sus brazos, haciendo que Shun abriera los ojos con sorpresa.

- Todo está bien ahora, nos tenemos el uno al otro... Ya nada puede estar mal. Disculpa por no haberlo sabido a tiempo, por no haber podido evitar todo eso que tuviste que pasar...

- Está bien Hyoga, no fue tu culpa. Ahora todo está bien.

Shun se separó un poco del joven, mientras observaba su expresión. Sabía que Hyoga entendería, sabía que comprendería. Y se sintió repentinamente feliz al saberse amado a pesar de lo ocurrido, a pesar de todo lo que había pasado. Creyó recordar en la entrega de su amigo todos aquellos sentimientos que de niño había experimentado.

Había sido débil, y aún así era amado. Había sido violento hasta el extremo de asesinar a alguien y aún así era amado. Limpió las lágrimas de Hyoga con sus labios. Se había dado cuenta de sus sentimientos... talvez por fin había hallado aquello que durante mucho tiempo había buscado sin poder encontrar. Sí, había sobrevivido a todo el sufrimiento, a todo el dolor... Talvez era el momento de olvidar y comenzar, de nuevo.

Hyoga le hacía sentir todo tan diferente. Sin miedo, sin rencor, sin dolor. Por eso se había conmovido por el beso que había recibido, tan cargado de emoción y a la vez tan inocente. Distinto a lo que había sentido con anterioridad, no creía que podía existir algo como ello, que alguien pudiera hacerle sentir algo como eso después de lo que le había ocurrido. Y sin embargo...

- Hyoga... ¿Quieres besarme de nuevo?

El cisne lo miró perplejo, pero inmediatamente tomó sus labios con ternura, en un delicado beso.

La lamparilla continuaba encendida, mientras ambos cuerpos se deslizaban al mismo tiempo hasta tenderse en la cama.

- Te amo... –se escuchó en la habitación, antes de que la lámpara fuera apagada, dejando en completa penumbra la estancia.

***

El aeropuerto estaba más atestado que de costumbre, las personas saturaban corredores y recibidores, algunos con maletas en la mano, otros haciendo conmovedoras escenas de despedida, otros abrazándose alegremente por un esperado reencuentro.

- Ya es hora –dijo mirando a su reloj de pulsera.

Sus amigos lo miraron acongojados, sabían que pasaría mucho tiempo antes de que volvieran a ver a ese joven de ojos verdes, que su presencia se haría extrañar después de tanto tiempo de haber estado juntos, de haber compartido tantas cosas.

- Buena suerte –dijo Seiya mientras volvía a abrazar a Shun.

El joven miró apesadumbrado a sus amigos, finalmente sonrió con dulzura.

- Athena, amigos... gracias por todo. Nunca los olvidaré, lo prometo.

- ¿Me pregunto donde estará ese tonto de Hyoga? –dijo Seiya mirando hacia todos lados.

- En la mañana toqué a la puerta de su habitación, pero nadie contestaba, supongo que se quedó dormido.

- Aún así es extraño que no llegue para despedirse.

- ¿Y quién dice que no me voy a despedir?

Hyoga llegó corriendo, por uno de los corredores del aeropuerto, muy agitado por el esfuerzo.

- Disculpen... –dijo, a la vez que tomaba grandes cantidades de aire– me quedé dormido. Cuando me di cuenta ya todos se habían ido, y vine lo más rápido que pude.

- Pensamos que no ibas a venir... –le dijo Shiryu

- ¿Y sin darle la despedida a nuestro amigo Shun? No, claro que no.

Hyoga miró dentro de los ojos verdes, recordando fugazmente todo aquello que habían pasado la noche anterior. Cogió las manos de Shun entre las suyas. El joven parpadeó, algo confundido.

- Nunca me olvides, mi querido Shun... –pronunció suavemente, como para que sólo ellos dos pudieran escucharlo, luego susurrándole al oído– La próxima vez seré yo el que tome la iniciativa ¿de acuerdo?

Shun sintió sus mejillas enrojecer mientras asentía levemente.

El avión ascendió por los aires, seguido de un estruendoso ruido. Unos ojos azules siguieron su recorrido hasta perderlo de vista.

- Hasta pronto...

- ¿Qué fue lo que le dijiste a Shun? parecía algo avergonzado...

- Oh, nada Seiya... nada importante.

FIN

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