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Aún Tom aun si… por Marbius

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You were sorta hip hop, I grew up on punk rock

But you fit me better than my favourite sweater, and I know

That love is mean, and love hurts

But I still remember that day we met in January, oh baby!

 

Hay una cierta falla en el espacio-tiempo de los próximos seis meses, porque con una facilidad pasmosa es que Bill redescubre lo fácil que es volver a la rutina con el nuevo Tom, y a la vez… no.

El Tom que vuelve a casa con él después de ocho semanas en total hospitalizado, es un Tom frágil y con un temblor apenas perceptible en la pierna derecha que igual no le impide ir de aquí a allá por los pasillos del hospital, encantando a las doctoras, enfermeras, chicas de mantenimiento y hasta algunas pacientes femeninas por igual.  Después de despertar del coma, Tom se recuperó con asombrosa buena suerte, y ya que para entonces sus otras heridas físicas habían sanado, seguido expresaba su incredulidad porque el único recordatorio que llevaría consigo era una cicatriz en la palma de la mano al caer, y una placa de metal en la cabeza que de ahí en adelante volvería sus viajes por avión en una molestia imposible de superar.

El día de su dada de alta, Bill los condujo a ambos a casa, y el viaje habría sido como cualquier otro de no ser porque Ria había insistido en acompañarlos, y parloteaba a mil por hora desde el asiento trasero.

Sin que de por medio hubiera que involucrar al lenguaje verbal, Bill adivinaba de Tom que él no se encontraba del todo contento con la presencia de su novia, pero por educación se guardaba para sí sus molestias. Ya Ria lo había visitado algunas ocasiones en el hospital una vez que despertó, pero los primeros días Tom apenas si le prestó atención, y en subsecuentes visitas, la charla entre los dos (por más que Bill se esmeró en proveerles privacidad bajo el pretexto de salir a fumar) no dio grandes resultados.

—… -y te llevaré a cenar comida tailandesa en cuanto estés listo para conducir. El restaurante que más nos gusta acaba de renovar el menú así que habrá que darnos prisa en ir a degustarlo —prosiguió Ria con su monólogo interminable, y algo en ello atrapó el disperso interés de Tom.

—¿Me gusta la comida tailandesa? —Preguntó al aire.

—No particularmente —respondió Bill.

—Te encanta —dijo Ria al mismo tiempo.

—Oh —exclamó Tom—, eso es un no.

—¿Qué, pierde la memoria y también el sabor del gusto? —Inquirió Ria, cruzándose de brazos.

—No, significa que olvidó las mentiras con las que nos complació en el pasado —dijo Bill—. No lo tomes personal. Lo mismo dijo de unos jeans míos que me había jurado que se me veían bien y que en cuanto los vio después de despertar del coma me dijo que eran horribles.

Si a Ria le molestó o no el que Tom mintiera con respecto a su gusto por la comida tailandesa (al parecer, uno que sólo ella tenía desarrollado), se guardó bien de manifestarlo.

Bill en cambio anotó esa afirmación de Tom en su lista de formación reciente titulada: “Lo que creí saber de Tom y era falso”, y que a pesar del nombre, era más bien una recolección de omisiones y mentiras blancas que éste había hecho por ningún motivo oscuro más que no herir sus sensibilidades. Había empezado con la lista la misma tarde en la que Tom recuperó el conocimiento, cuando éste empezó con sus preguntas y Bill descubrió que si bien su memoria cognitiva parecía haberse esfumado, no por ello sus cinco sentidos físicos lo traicionaban. Así fue como Bill afirmó que a Tom le gustaba su cereal humedecido, pero que más tarde cuando se lo sirvieron él se lo comió crujiente y dejó lo último al fondo del tazón porque la textura reblandecida le daba asco.

—Pero… —Se dispuso Bill a protestar, pero entonces dudó de sí mismo. ¿Realmente cómo prefería Tom su cereal? Y en el acto acudió a su cerebro todas aquellas ocasiones en las que Tom acababa con su cereal antes que él, pero también cómo guardaba los últimos tres bocados para sincronizarlos con los suyos y así levantarse al mismo tiempo de la mesa. Así que en realidad era Bill quien había tenido la creencia errónea y a pesar de su error y la falta de memoria, Tom y su preferencia por el cereal seco habían prevalecido al final.

Una vez en casa, Bill presentó a Tom con los perros, a quienes el mayor de los gemelos reconoció en el acto por fotografías y referencias. Pumba hizo su pantomima de amor con bufidos y cabezazos tiernos, mientras que Rosco no se pudo contener y se paró en sus patas traseras para abrazar a su dueño a quien no veía desde hacía dos meses atrás. Ya fuera que se tratara de instinto o memoria física, Tom le rascó las orejas justo como al perro más le gustaba, y Bill tomó nota mental de ello, pero sin intenciones de preguntarle a Tom, porque como cada vez que algo así ocurría, su gemelo no sabía explicarse.

—Sólo hice lo que me pareció normal  —murmuraba cada vez, apenado por no ser capaz de aclarar cómo podía ir por la vida sin recuerdo alguno previo al despertar en el hospital, pero al mismo tiempo se amarraba él solo las agujetas, pero una vez que se lo hacían notar, ya no podía repetir su proeza.

Bill lo aceptó porque, ¿qué si no le quedaba por hacer?, pero para Ria no aplicó el mismo caso, quien a partir de ahí pasó a frustrarse por lo que ella llamaba ‘la selectiva y muy conveniente falta de memoria de Tom Kaulitz para Tom Kaulitz y a beneficio de Tom Kaulitz’. De paciente y comprensiva pasó a frustrada y malhumorada, al grado en que Tom le preguntaba a Bill varias veces a la semana si en verdad esa chica era su novia de varios años.

—¿Seguro?

—Ajá.

—Pero es que…

—No hay dudas.

—Vale, vale…

A su modo, volvieron a la rutina a la que estaban habituados antes del accidente, pero con cambios mayores de por medio. Así que en lugar de salir de fiesta y a beber (Tom lo tenía prohibido por una temporada), llenaban esas largas noches conversando de todo y de nada.

—¡No lo creo! ¿Y después qué pasó?

—Pues… nada. Ahí acaba. Fue un tour largo y cansado, pero valió la pena. Fue la primera vez que en verdad sentí que conocíamos un país y no sólo el camino al aeropuerto, al hotel, al lugar del concierto y de regreso.

—Suena increíble, es una lástima —masculló Tom, quien después de asimilar que su vida era la de un músico famoso y con fama a cuestas, le dolía en el alma que todo aquello se hubiera desaparecido en las brumas del olvido—. Me gustaría tanto viajar y conocer diferentes países y culturas, y resulta que lo he hecho, pero no tengo memoria de nada. Fuck my life!

—Tenemos dinero, no es como si-… —Bill cerró la boca en cuanto los ojos tristes de Tom se posaron en los suyos.

—No se trata de eso, y creo que lo entiendes. Tiene más que ver con todo lo que he perdido, no con lo que puedo conseguir de aquí en adelante.

—Bueno —suspiró Bill—, no es que quiera ser un idiota al respecto, pero créeme cuando te digo que no todo es bueno de recordar. ¿Nuestro padre? No me hagas hablarte de eso. ¿Todas las veces que nos golpearon en la escuela por ser diferentes? Lo mismo. ¿El lado oscuro de la fama? Tan negro como el culo de Satanás. ¿Ves? No todo es un paseo por el campo y flores perfumadas.

—¿Pero lo cambiarías por una vida normal? —Le retó Tom a contradecirse, y Bill denegó con la cabeza.

—No… La verdad es que no. Me moriría si así fuera.

—Ahí lo tienes.

No todo entre los dos versaba de temas importantes y de gran importancia filosófica. A veces sólo era Tom enseñándole a Bill algo y preguntando si le gustaba o no. No porque le disgustara comprobarlo por sí mismo, como dedujo Bill en un inicio, sino porque confiaba en su juicio sin dudas de por medio.

—¿Me gusta la nieve de pistache con nueces?

—¿De qué lado de la cama me gusta dormir más?

—¿Cuál de estos dos cepillos de dientes es el mío?

—¿Me gusta más mi sándwich de pavo tostado o sin tostar?

—¿De qué color son mis skittles favoritos?

Seguido las preguntas no eran tan sencillas, y Bill tenía que pensar muy bien qué respuesta darle, si es que encontraba una que le pareciera correcta.

—Si somos gemelos, ¿por qué nos gusta música tan diferente?

—¿Por qué no nos hablamos más con papá?

—¿Por qué vivimos en Los Ángeles y no en Alemania?

—¿Qué sentido tiene salir a la calle con gafas y lentes oscuros? ¿Somos tan famosos?

Pero de entre todas las preguntas que Tom le hizo durante los primeros dos meses de su dada de alta, la que más sorprendió a Bill fue…

—¿Amo a Ria? —Tom carraspeó, y aprovechando que estaban varados en un embotellamiento y Bill no podría zafarse del asunto saliendo del cuarto bajo cualquier pretexto estúpido, volvió a la carga—. Es decir, ¿somos el uno para el otro? ¿Ella es mi otra alma gemela aparte de ti?

—Bueno… —Bill se mordisqueó el labio inferior, con ambas manos en el volante y la vista clavada al frente como si en cualquier momento el tráfico pesado se fuera a disolver, pero no había esperanzas por ser viernes y en hora pico—. Han estado juntos por varios años ya. Al menos debes de quererla mucho.

—Si es así, ¿por qué no vivimos juntos?

—Porque… Uhm. —Bill encogió un hombro con lentitud—. No sé si decirte esto. La verdad es que eres muy privado al respecto, y no es un tema que discutas conmigo a menos que sea estrictamente necesario, pero una vez los escuché pelear y… ¿No te vas a enojar?

—Nah.

—Vale… Pues los escuché pelear porque Ria considera que ya es tiempo de sentar cabeza, y al menos mudarse juntos como preparación al matrimonio. Compartir facturas, cocinar juntos las tres comidas del día, dormir cada noche al lado del otro, todo el paquete incluido… Pensé que le harías hincapié en lo poco que estamos en un solo sitio cuando hay tours y te escabullirías con eso, pero en su lugar…

—Ajá, continúa —presionó Tom, recibiendo las noticias como una esponja que absorbe el agua.

Bill suspiró. —Bueno, le dijiste que era muy pronto para separarnos, o sea tú y yo con nuestro vínculo indivisible y todo eso, y que a menos que los tres aceptáramos vivir bajo el mismo techo, no iba a haber ningún cambio.

—¿Y ella que dijo?

—Que aceptaba, pero…

—¿Pero? —Inquirió Tom, jugueteando con el cinturón de seguridad.

—No lo sé. No es como si estuviera a su lado para oírlo todo palabra por palabra. Tú y ella pelearon y esa noche se regresó a su departamento, así que imagino que no llegaron a un acuerdo.

—¿Hace cuánto de eso?

—Poco antes del accidente. No más de dos semanas.

—Ah, vaya.

—Sí, bueno… Si te confieso la verdad, uhm —Bill le dedicó una mirada de soslayo—, me sorprende que hayan cumplido cinco años juntos cuando todavía no han ni siquiera cumplido esas típicas expectativas de pareja de las que todo mundo habla.

—¿Como cuáles?

—Vamos a ver —exhaló Bill—. No conoce a la Nana Kaulitz, ni tampoco se la presentaste a papá antes de que nos peleáramos con él. Del resto de nuestra familia ni te digo. La mayoría de las vacaciones somos tú y yo los que salimos de viaje; con ella habrás ido cuando mucho al otro lado de California a la playa o a un balneario, y Alemania no cuenta porque ella visita a su familia y nosotros a la nuestra, así que cada quien por su lado y ya está. Uhm… mamá no la quiere mucho que digamos… La llama por su nombre y todo, pero cuando cena en casa jamás saca la vajilla fina que le regalaron en su boda.

—Oh por Dios, ¿y yo me he dado cuenta de eso?

—Sí, pero no sabría decir si la razón por la cual no has hecho nada es porque te da igual o qué. Ahora con esto de tu memoria, quedará como un misterio sin resolver.

—Carajo —rió Tom a pesar de todo—. Me dejas… anonadado.

Tanta fue la incertidumbre de Tom al respecto, que más tarde ese mismo día llamó a la puerta de Bill cuando éste ya se había retirado por la noche, y amodorrado su gemelo le dijo que pasara.

—No tienes que tocar —murmuró sin abrir los ojos y abrazado a su almohada—, nunca lo hiciste antes, no empieces ahora. Sería raro.

—¿Puedo…?

—Ven, acuéstate a mi lado —indicó Bill, y Tom así lo hizo, pegado a su espalda aunque sin introducirse debajo de las mantas—. ¿Qué pasa?

—No he dejado de darle vueltas a lo de hace rato. Con Ria —aclaró por si hacía falta, aunque Bill lo intuyó apenas vislumbró su silueta en la puerta, y al instante el sueño se le evaporó del cuerpo—. Es que… Uhm, va a sonar estúpido así que no me juzgues.

—No me atrevería —prometió Bill.

Tom chasqueó la lengua. —Creo… creo que voy a terminar con ella. Y escúchame —se adelantó a Bill, quien ya estaba por abrir la boca y opinar—. No se trata sólo de mi pérdida de memoria. Tiene más que ver con lo poco conectado que me siento con ella. Pasan los meses y no parece que estemos llegando a ningún lado con esta relación. Ria es linda y todo, pero no siento gran cosa por ella, ¿sabes? No como… contigo.

Bill se giró hasta quedar de espaldas, y su brazo desnudo rozó el de Tom. —¿A qué te refieres?

—Va a sonar confuso a morir, pero dame la oportunidad de explicarme, ¿sí? —Tom se pasó la mano por la barba—. Cuando desperté del coma todo era tan… abrumador. Caras desconocidas, me dolía horrible la cabeza, tenía náuseas, no recordaba ni mi propio nombre o edad, o dónde estaba o… quién era. Datos básicos que deberían haberse quedado grabados en mi memoria hasta el fin de mis días no estaban donde debían, y mi mente era una pizarra en blanco sin ninguna marca o señal que me diera pistas. Pensé que me iba a volver loco, que no valía la pena vivir así, pero luego te vi por primera vez… Cuando me llamaste por mi nombre, y aunque suene cursi decirlo, me salvaste del agujero en el que estaba…

Bill se quedó con los ojos abiertos, porque de parpadear, caerían las lágrimas que desde meses atrás se negaba a derramar para no mostrarse débil.

—Pensé, “es él, es él, tiene que ser él” —prosiguió Tom—, y aunque no tenía un nombre para ti o un título, supe en ese instante lo valioso que eras para mí. Podía vivir sin mis recuerdos mientras te tuviera a mi lado por el resto de mi vida.

—Tomi… —Rodó Bill hasta quedar frente a frente y lo abrazó, conmovido hasta el tuétano por el repentino brote de emoción. Tom no era de manifestarse con palabras, era más de acciones, y que de pronto se expresara así le hacía agradecer hasta el mismo instante en que la célula que los contenía se dividió en dos.

—Bill —musitó Tom—, Billie… —Empujándolo con una mano en la cintura y posicionándose encima de él. Bill dejó escapar un ‘oh’, confundido de qué estaba pasando y por qué el repentino cambio de atmósfera entre los dos, pero sus dudas se aclararon al cabo de un segundo cuando Tom posó sus labios sobre los suyos y los dejó ahí más de lo que era apropiado—. Bill…

—¿Tom? —Ladeó Bill el rostro, avergonzado por ambos—. ¿Qué-…? ¿Por qué?

—Es a ti a quien yo amo —dijo Tom forzando su mirada a encontrarse con la de Bill—. Tú eres mi alma gemela. No Ria. Tú.

—Soy tu gemelo, Tom. Hay una diferencia clave entre ambos conceptos —masculló Bill.

—¿No me amas?

—Por supuesto que sí, pero no… yo no… de esta manera que insinúas —farfulló con la lengua seca y una pesadez en las extremidades que le impidió detener los avances de Tom cuando éste volvió a besar sus labios, y después bajó por su mentón hasta el cuello.

—Tiene que ser mutuo, porque lo juro, Bill… Un amor tan grande no puede existir sin ser recíproco.

—No lo estoy negando, es sólo que… tú y yo… hemos compartido útero, por Dios. No es correcto.

—¿No?

—¡Claro que no! Tom, basta —detuvo Bill los avances de Tom, quien para entonces ya había deslizado una de sus manos por debajo de las mantas y acariciaba el elástico de los bóxers que vestía. La única prenda que impedía entre los dos un contacto más íntimo, y también el asidero de su cordura que amenazaba con suicidarse al saltar por la ventana más próxima—. Estás confundido.

Tom se congeló en su sitio. —Al contrario. Jamás había estado tan seguro de algo en mi vida.

—Por supuesto, porque tu vida empezó dos meses atrás, no me jodas —estalló Bill—. No eres tú quien carga con recuerdos de los dos jugando en la playa, ni todos los resfriados que compartimos, ni de la separación de mamá y Jörg. De eso no entiendes nada, y te parece tan sencillo salir con tus locuras.

—¿Que yo te ame te parece una locura?

—Que me ames así lo es, Tom. Y lo siento, pero no… sólo no.

Sin darle oportunidad a recuperarse, Bill saltó fuera de la cama y abandonó la habitación con el firme propósito de darle tiempo a Tom para reflexionar y volver a sus cabales. Tiempo que también le sentaría bien a él para recobrar la calma y… asumir, que tal vez, sólo tal vez, Tom no iba tan desencaminado en cuanto a lo que se gestaba entre los dos.

—Mierda…

 

Big dreams, gangster

Said you had to leave to start your life over

I was like, “No please, stay here,

We don't need no money we can make it all work,”

(…) But when you walked out that door, a piece of me died

I told you I wanted more, but that's not what I had in mind

 

En menos de tres días Tom rompió con Ria e hizo maletas para un viaje al que por indicios Bill no estaba invitado a acompañarle.

—¡¿La India?! —Farfulló el menor de los gemelos cuando entró al cuarto de Tom a confrontarlo y lo encontró eligiendo cuántos pares de calcetines, camisetas y pantalones se llevaría al otro lado del mundo con un boleto que al parecer era sólo de ida. Como nunca se arrepintió de haberle contado su sueño sin cumplir de visitar ese país—. Tienes que estar mal de la cabeza.

—De hecho —dijo Tom sin emoción—, lo estoy. Amnesia, ¿recuerdas? Ja —rió sin humor de su propia broma cruel.

—Tom, por favor, sentémonos a hablar esto. ¿Qué pretendes? ¿Es por lo que te conté, que siempre hemos querido ir ahí? Era broma. Ok, nos atrae el colorido, la magia que seguro se respira en el aire, y que no comen carne de res, pero esas son fantasías. ¿En verdad crees que no habríamos ido a estas alturas si lo quisiéramos en serio? Pero no es así. Porque aunque me duela admitirlo por los dos, somos unos fanfarrones que jamás han puesto un pie en algún país tercermundista sin vacunarnos contra todo. Carajo, ni en México bebemos nada que no sea agua embotellada, ¿y ahora te quieres ir a la India donde tiran a sus muertos al Ganges? Por una vez, pongamos los pies en la tierra y seamos realistas.

Tom lo ignoró y continuó guardando la ropa doblada dentro de la maleta hasta que quedó llena en cada resquicio y la cerró con gran esfuerzo de su parte. A juzgar por todo lo que se llevaba, en sus planes no estaba volver pronto.

—No puedo tomarte en serio —masculló Bill.

—Pues no lo hagas. Parece ser que es lo que mejor se te da cuando se trata de mi persona, así que prosigue sin mí. Tú te quedas, yo me largo, y los dos contentos.

De nada sirvió que Bill esgrimiera razones de peso como que Tom no podía sólo marcharse sin más a la India porque así se lo dictaban sus caprichos. Sin más compañía que la suya propia, sin memoria de la que fiarse y dejando a Bill atrás… Para el propio Bill no había más motivos en contra que esos tres, con especial énfasis en el último, y así se lo informó a Tom cuando a éste le llegó por correo la confirmación de su vuelo y le avisó por llana cortesía que partía en dos días y no era viaje redondo.

—¡No me puedes dejar así! —Chilló Bill cuando el raciocinio se agotó y su única arma de convencimiento resultó ser la desesperación—. ¡No te vayas, Tom! ¡No te vayas!

—Ven conmigo —propuso éste, revelando que desde un inicio había adquirido dos asientos y reservado en el hotel en el que se iba a hospedar una cama doble para él y su ‘acompañante’.

Quizá se debió a la extenuación mental, física y emocional a la que se había visto sometido desde aquella espantosa tarde de diciembre en la que ocurrió el accidente, y que por fin el peso de todo terminara de hacerle mella, pero Bill no estaba para análisis exhaustivos. Con un camino bifurcado que prometía a Tom y la India, o casa y la soledad, tomar una decisión no resultó tan complicado como temía en un inicio.

Igual que ocurrió cuando firmó los documentos que autorizaban la intervención de Tom y la posterior placa de acero en su cráneo, por no hablar del resto de las demás consecuencias con las que todavía lidiaban a diario, Bill aceptó en un impulso y se arrepintió de ello más tarde.

O de eso se convenció él.

 

La India resultó ser tan caótica como Bill temía, y también llena de matices como Tom le prometió ya tarde en el vuelo mientras cruzaban el mundo y sus manos se entrelazaban por en medio de los asientos.

Su primera parada, y la única que Bill recordó por nombre, fue Calcuta. Ciudad de malos aromas y miedo por ser asaltado en cada vuelta de la esquina, pero de donde curiosamente salieron indemnes salvo por un par de diarreas atribuidas a la comida y bebida local.

Tom le convenció de ser un par de turistas más entre la multitud que a diario se lanzaban a las calles a visitar templos, palacios y atracciones populares, pero Tom también presionó hasta hacerlo salir de su zona de confort y recorrer las calles con los mismos ojos de asombro que los suyos.

—Todo es maravilloso.

—Y tan caliente… Maldito clima.

Bill sobrellevó mal el calor de finales de primavera y que sólo empeoró con la llegada oficial del verano. A petición suya, fue que Tom accedió a moverse vía rickshaw en lugar de recorrer la ciudad a pie, y de ese modo fue como cubiertos por el toldo plástico los sorprendió la primera lluvia de la temporada.

—La chica de recepción me dijo el nombre. Sonaba a algo como… uhm, kai baisakhi, y ocurren cada año más o menos por esta temporada. Mejora la temperatura, pero también es el inicio de la temporada de lluvia más fuerte.

—Genial, lluvia… Lo que nos faltaba —arrugó Bill la nariz, quien luego de más de un mes en la India, todavía no se habituaba a los aromas que impregnaban el aire: Una mezcla repulsiva de sudor, bosta, curry y suciedad. La muerte acechaba siempre a los más pobres, y el cabo de varias semanas, ya se había habituado a ser testigo de innumerables ritos funerarios a plena luz de día porque al parecer la sobrepoblación les daba para un muerto por minuto.

—Agradece que no es un monzón en toda regla.

De los labios de Bill brotó por sí solo el coro de su canción más conocida, pero Tom lo contempló con simple curiosidad, sin que en sus facciones se dibujara cualquier gesto de reconocimiento.

—¿Se supone que es esa canción nuestra, la más famosa que nos lanzó a la fama?

—Sigues sin recordar nada —musitó Bill, al menos agradecido porque el rickshaw sorteaba los baches sin problemas y sólo se habían mojado los bajos del pantalón.

—No —dijo Tom—, pero yo que lo he perdido todo, no lo echo de menos. Y en cambio tú…

—Te perdí a ti.

—Sigo aquí…

—No lo entiendes —sorbió Bill, y giró el rostro de lado. Tom comprendió que lo mejor era dejarlo en paz, y durante el resto del trayecto se calló, pero de vuelta en el hotel, Bill los sorprendió a ambos al rodear a Tom por el cuello con los brazos y unir sus bocas en un beso violento.

—¿B-Bill? —Trastabilló Tom, oponiéndose a ser un experimento para su gemelo, pero éste volvió a la carga con besos más tiernos y sinceros.

—Dices que me amas como los hermanos no se deberían amar entre sí. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?

—No lo sé, pero eres tú el que me besa a mí. ¿Cómo crees que me hace a mí sentir eso?

Como respuesta, Bill empujó su pelvis contra de la Tom, y el gemido que éste dejó escapar de sus labios lo resumió todo.

—Si te doy lo que quieres… si de una vez por todas lo expulsas de tu sistema… ¿volverás a ser el Tom de antes, mi Tom?

—Todavía soy tu Tom —murmuró él, pero Bill no estaba para tecnicismos si es que se utilizaban en su contra.

Con una maestría obtenida a base de lecturas obscenas y mucha teoría de lo que oía a terceros, Bill se desnudó y después desnudó a Tom, y ocultos tras las nubes y el ruido de la lluvia en Calcuta, permitió a su gemelo hacerle el amor como sólo entre dos quienes se aman desde el alma les es posible.

Trágico para él porque no era esa clase de amor el que buscaba recuperar…

 

I will love you 'til the end of time

I would wait a million years

Promise you'll remember that you're mine

Baby can you see through the tears?

Say you'll remember, oh baby, say you'll remember, oh baby ooh

I will love you 'til the end of time

(…) I just want it like before

You just need to remember....

 

Tres meses después de su partida y con un bronceado que es mitad gracia del sol y la otra cortesía de la mugre que el agua de la India no pudo limpiar, los gemelos vuelven a su casa en Los Ángeles con el agotamiento de su estancia en territorio extranjero y asuntos por resolver echados a cuestas en la espalda.

Muchos asuntos por resolver, según comprueban al conectar los teléfonos a la corriente eléctrica, y apenas encenderlos, recibir lo que da la impresión de ser un millón de mensajes distribuidos en correos, sms y whatsapp. La mayoría de sus padres, con quienes se comunicaron un total de cinco veces en los meses de su ausencia, y a quienes por mucho que intentaron tranquilizar de que estaban bien y sin peligro, al parecer no convencieron, a juzgar por los monólogos interminables que les habían escrito vía correo.

—¿Debería actualizar instagram o esperar? —Preguntó Bill en voz alta, y Tom se encogió de hombros—. Las fans no han dejado de comentar, y no sólo en las fotos recientes. Al menos merecen eso.

—¿Después de todo este tiempo? Vale pues, toma una foto y juntos revisamos las facturas, que el buzón de entrada está por reventar y es un milagro que todavía haya línea.

Del carrete del teléfono Bill eligió una imagen de las pocas que habían tomado en la India, porque por una vez y en acuerdo mutuo, tanto él como Tom habían preferido guardar los recuerdos de su estancia para sí mismos. Optando por una foto en la que salían ellos dos vestidos de jeans azules y camiseta blanca, Bill la subió con esa misma descripción. Al instante aparecieron las notificaciones, y el menor de los gemelos apagó la pantalla. Más tarde lidiaría con eso.

En la sala se encontró con Tom, quien traía consigo los brazos llenos de sobres y papeles diversos, y los depositó sin ceremonia sobre la mesa del café.

—Debemos agradecer que todavía hay electricidad, y agua, pero por lo que entiendo de la factura del gas, nos lo han cortado luego del tercer aviso.

—Vaya… Espero acepten pago por internet.

Sirviendo para los dos tazas grandes de café, Bill pasó a sentarse descalzo en el suelo para desde ahí separar las facturas por orden de prioridad, mientras Tom se encargaba de hacer las transferencias desde el sillón y con su portátil en el regazo. Antes de dos horas ya habían acabado, y para entonces su teléfono había sonado al menos una veintena de veces.

—Seguro es mamá, y como ahora no la manda directo al buzón debe estar furiosa porque no contestamos —dijo Bill.

Para Tom, quien su madre no representaba gran cosa después del accidente a pesar del cariño con el que ella se lo había intentado ganar desde entonces, esas llamadas le crisparon los nervios.

—Cuando hables con ella dile que estoy dormido, en la ducha o algo…

—¿La sigues evitando?

Tom suspiró. —Será raro hablar con ella.

—¿Por?

—¿Y tú qué crees? —Le retó Tom con una ceja alzada, pero en vista de que Bill jugaba a hacerse el desentendido, se lo dijo fuerte y claro—. Te he cogido a diario por los últimos dos meses y en todas las posturas del Kama Sutra. También me has cogido tú a mí. Así que disculpa si hablar con nuestra madre me pone un poco irritado.

Bill se removió incómodo. —Cuando lo dices así suena tan… sucio. Inmoral.

—Seguro no era lo que pensabas cuando mi lengua estaba en tu-…

—¡Tom! —Chilló Bill en su voz más aguda, pasándose un mechón de cabello por detrás de la oreja. Después de darse por vencido de encontrar un peluquero decente en la India, había tomado la decisión de teñirse de negro y dejárselo crecer, así que traía consigo cinco centímetros más de longitud de los que llevaba al partir, y lo siguiente en su lista sería agendar un decolorado y corte en la brevedad—. ¿Es necesaria tanta vulgaridad?

—¿Es necesario que actúes tan avergonzado estando solos los dos? Tampoco soy idiota como para contarlo frente a cualquiera.

—Ya no sé qué más pensar de ti. Eres Tom, eres mi gemelo, y eres Tom… Así que perdona si me confundo porque estoy en mi derecho.

—Bill, vamos… —Dejando el portátil de lado, Tom pasó a sentarse al lado de Bill y echarle el brazo por los hombros. Por instinto Bill se acurrucó en la curva de su clavícula, y juntos disfrutaron de un momento silencioso en el que las expectativas y los miedos de su recién descubierta relación amorosa no existían.

En palabras que Bill había dicho después de la primera vez que durmieron juntos en el sentido sexual de la frase, había amor, sin lugar a dudas era amor, pero del tipo en que sólo servía como cortinilla para ocultar la esperanza que todavía sentía por recuperar al Tom de antes.

A ciencia cierta Tom no sabía hasta qué punto Bill habría sacrificado su relación actual por la que existía antes del accidente, pero de haberlo podido vislumbrar, se le habría roto el corazón. Bill lo amaba, de eso no le cabía ni la más mínima sospecha, pero ya fuera por la manera en la que desviaba el rostro para que su boca se posara en su mejilla y no en sus labios, o el deseo que brillaba en sus pupilas porque de pronto una epifanía de proporciones titánicas le hiciera recuperar la memoria de las últimas dos décadas y media de su vida, Tom no tenía a qué aferrarse para mantener el engaño.

Ante la disyuntiva de perderlo, o perderlo del todo, Bill se había aferrado a él cediendo en contra de lo que todo su ser le dictaba. Se había vendido y cuerpo y alma como amante por las migajas de amor fraternal con las que Tom lo había atraído a su regazo, y bajo ese entendimiento era que habían aprendido a sobrevivir en un medio que les era hostil.

No, Tom no se iba a engañar bajo la falsa ilusión de que Bill lo amaba como él lo amaba. Y el sentimiento era recíproco, porque ahí donde Bill sólo sentía amor fraternal, a Tom le hervía la sangre en cuanto las yemas de sus dedos tocaban cualquier centímetro de piel de su cuerpo. A su manera, por conveniencia, cada uno había accedido a ceder a los deseos del otro con la fantasía de que algún día la que prevaleciera fuera su voluntad.

—Te amo, Bill —dijo de pronto Tom. «Como amantes».

—Te amo, Tom —respondió Bill. «Como hermanos».

Atrapados en un punto medio que sólo en la medida que el otro daba su brazo a torcer complacía sus exigencias, terminaron por hacer lo que hasta entonces les había funcionado en la vida: Buscar apoyo en el otro. Por primera vez, no su mejor opción, no el aliado infatigable en quien confiar, pero que dadas las circunstancias, era merecedor de toda su confianza.

Cerrando los ojos, Bill volvió a pedir al destino, al azar, a quien moviera los hilos de su existencia, por una única petición: Mi Tom. Mi Tom. Mi Tom.

En tandas de tres, porque comprobaría hasta el final de sus días y con el mismo deseo en labios, las manías mueren con uno.

 

I will love you 'til the end of time…

 

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Notas finales:

Final agridulce, que espero haya sido del agrado de mis tres lectoras.
Graxie por leer hasta aquí.
B&B~!


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