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Un monstruo como yo por Syarehn

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Notas del fanfic:

¡Hola, hola, mundo! 💕

¡Qué emoción! No podía esperar para que este maratón cobalto y dorado llegara. Así que este FanFic forma parte del «Mes AoKi: Segunda Edición» organizado por el grupo de FB AoKiLovers~.

Hoy toca canción libre, pero me inspiré no en una, sino en un montón de canciones. Dejaré los datos allá abajo y los links en los títulos de cada una por si desean escucharlas.

Aclaraciones:

1) Tortura: No de los protagonista pero hay tortura y temas de abuso en personajes secundarios así como varias muertes.

2) Estructura del FanFic: El One-Shot está divido en cuatro partes. La segunda está narrada en primera persona bajo la perspectiva de Aomine, mientras el resto están con narrador omnisciente.

3) Es un Universo Alterno. Y por si se lo preguntan, Kise y Aomine están alrededor de los 25 y 26 años.  

Notas del capitulo:

También admito que este monstrito (valga la redundancia con el título) estaba en mi “baúl de los inconclusos” desde hace mucho, pero tras una sobredosis de Imagine Dragons logré concluirlo.

Lamento la longitud y la irrealidad~ espero que no se aburran.

UN MONSTRUO COMO YO

. »« .

.

I

“Quiero ocultar la verdad, quiero protegerte, pero con la bestia dentro no hay lugar donde podamos escondernos.”

 

Demons de Imagine Dragons

.

El pasado siempre te alcanza.

Y cuando Aomine abrió la puerta de la casa que compartía con Kise desde cuatro años atrás, esa premisa resonó con fuerza en su cabeza; Kise hablaba con alguien, y él conocía de sobra esa segunda voz. Un sudor frío le recorrió la espalda: sus cuatro años de felicidad pendían de un hilo.

Con los puños apretados y la mirada endurecida llegó a la sala donde Kise hablaba con aquel imbécil al que no esperó volver a ver.

—¡Daiki, hermano, cuánto tiempo! —dijo el visitante, levantándose y avanzando hacia el moreno con ambos brazos extendidos—. He estado buscándote por años. No debiste irte así.

Aomine sintió la tensión en cada músculo agarrotándole el cuerpo. Nunca imaginó que volvería a ver a Imayoshi y mucho menos en su propia casa, bebiendo y conversando tan familiarmente con Kise. Su primer pensamiento fue sacar a Ryōta de allí, alejarse a donde nadie pudiera localizarlos. Sin embargo, la propia presencia del pelinegro era la aseveración de que no estaba seguro en ningún lugar.

—¡Aominecchi! Llegas temprano. —La bienvenida de Kise fue su ancla a la realidad, y el calor de su cuerpo apegándose al suyo le devolvió un poco de tranquilidad. Aomine lo abrazó de vuelta con más fuerza de la necesaria—. Tú y yo tendremos una larga conversación, Daiki —murmuró tan suave que al moreno le resultaba inevitable sentir su piel erizándose, tanto por la advertencia como por lo erótico de la acción.

—Tienes un novio encantador, hermano —alabó Imayoshi—. Hoy tuve la suerte de platicar un poco con él mientras te esperábamos. Es muy triste que no le hayas hablado de mí…, de la familia —comentó con un fingido tono de tristeza para luego sonreír con aquel gesto que el moreno había detestado siempre: esa sonrisa de superioridad y sarcasmo que le recordaba a alguien más. Despertaba en Aomine el ferviente deseo de borrarla a golpes.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Aomine a la defensiva, presionando un poco más su agarre sobre la cintura de Kise, quien lo miró confuso; para tratarse de su hermano, el moreno parecía más colérico que feliz.

—Qué rudo. No has cambiado nada, hermano.

Un incómodo silencio se esparció por la habitación y aunque Aomine no lo admitiría, le aterraba la conversación que pudo haberse dando entre Imayoshiy Kise.

Aomine nunca se había mostrado abierto a hablar de su pasado y Kise había dejado de insistir después de un tiempo, de modo que era prácticamente un tema tabú.

—Como le decía a tu fascinante novio —habló de nuevo Imayoshi—, hay algo de vital importancia que debo comunicarte, Daiki. A ambos en realidad ya que somos familia —dijo, disfrutando de la obvia incertidumbre de su hermano.

Sin embargo, el teléfono de Kise comenzó a timbrar desde su habitación, interrumpiendo la perorata de Imayoshi. El rubio dudó entre contestar o quedarse, pero al final, con una mirada apenada, se marchó. Los hermanos esperaron hasta perderlo de vista en el pasillo y tras escuchar la puerta cerrándose, la verdadera confrontación comenzó.

—¿Cómo me encontraste? —bramó Aomine, furioso.

—Para una familia tan rica y poderosa como la nuestra, eso no significó ningún problema —recalcó Imayoshi con descaro—. Aunque debo admitir que te escabulliste muy bien, querido hermano.

—¿Qué diablos quieres? —siseó, tratando de contenerse—. ¿Qué le dijiste a Kise?

—Tu preocupación es demasiado divertida, Daiki. —El moreno dio un paso hacia Imayoshi dispuesto a golpearlo, pero terminó sosteniéndolo con fuerza por las solapas como advertencia—. Aún no le he dicho nada —aseguró tranquilo—. Ya no puedes escapar de tu pasado y mucho menos de mí por más que te escondas tras la fachada un fotógrafo común o entre los brazos de ese atractivo modelo. Qué irónico, ¿esa fue la táctica con la que te acercaste a él? ¿O fue Kise-kun quien te consiguió el empleo?

—¡No te atrevas a…!

—Shh. —Imayoshi colocó su índice sobre sus propios labios en un dramático gesto de silencio—. Recuerda que Kise-kun está a tan sólo unos pasos. No creo que quieras armar un escándalo y que accidentalmente se entere de la clase de persona que eres en realidad, ¿o sí?

Aomine lo soltó con un brusco empujón, obligándolo retroceder unos pasos. Una vez libre, Imayoshi se sacudió el traje, arreglándolo parsimoniosamente como si el contacto lo hubiese ensuciado, mientras le dedicaba a su hermano esa mirada de desdén y autosuficiencia, que Aomine ansiaba erradicar aunque tuviese que arrancarle los ojos para ello.

Aquel pensamiento lo hizo sonreír. No era una mala idea.

—Te has conseguido una nueva y hermosa familia, Daiki. —Imayoshi fijó la mirada en las fotos colocadas en la pared y la estantería. La mayoría de ellas tomadas por Aomine.

Avanzó entre ellas, observándolas con detenimiento hasta que, con un gesto arrogante, tomó la fotografía ubicada en la parte media. La imagen era de dos años atrás; un día de campo con la familia del rubio. En ella posaban los padres éste, su hermana Ritsuko y ellos dos, abrazados y sonrientes de espaldas a una inigualable puesta de Sol.

Aomine sonrió inconscientemente al recordar ese día.

—Debo felicitarte, tu nueva familia parece más sincera y unida que la nuestra —ironizó Imayoshi—. Me pregunto si te acogerán igual después de conocer tu pasado, o si ese amable novio tuyo podrá tolerar seguir viviendo junto a un monstruo.

—¡Bastardo! —Gruñó Aomine con los puños apretados con fuerza mientras se repetía que Kise podía regresar en cualquier momento—. Di lo que tengas que decir y lárgate.

—Nuestra amada abuela murió —dijo sin tacto ni sentimiento alguno de por medio—. Es justo por eso que pude encontrarte; la maldita estuvo protegiéndote desde aquel día. —Su usualmente afable actitud se desvaneció—. Pero ahora que no está, tengo planes para ti, hermanito.

—No estoy para juegos, imbécil.

—Yo tampoco, Daiki —aseguró Imayoshi—. Déjame contarte tu futuro, ese donde dejas a tu amado novio de la forma más cruel y humillante para después suicidarte ante sus hermosos ojos dorados con la bestialidad que te caracteriza. —Imayoshi sonrió de nuevo y Aomine se permitió borrar el gesto de un certero puñetazo, pero el pelinegro no se inmutó pese al metálico sabor en sus labios—. Olvidé mencionar que de no aceptar mi amable oferta, quien tendrá un dramático final será Kise-kun.

La paciencia de Aomine se evaporó y de un rudo ademan estrelló a Imayoshi contra la pared provocando un ruido seco; la caída de varios cuadros y un prolongado quejido de dolor por parte de su hermano.

—¡Si te atreves a ponerle una mano encima…! —comenzó Aomine.

—No me intimidas, Daiki —repuso Imayoshi pese al esfuerzo que le provocaba no poder respirar debido al férreo agarre sobre su garganta.

—Ni siquiera tienes el aire suficiente para decir eso, imbécil. —Aomine sonrió imaginando lo mucho que disfrutaría quebrando la tráquea y silenciando así al pelinegro. Todo sería como siempre debió ser.

—Pero no te atreverías a matarme aquí —afirmó Imayoshi a pesar del asfixiante dolor—. No con Kise-kun presente. Mientras él esté vivo yo tengo el control, ¿lo sabes no?... Incluso si huyen voy a encontrarlos, pero la próxima vez que lo haga no voy a concederte un trato tan indulgente como este. De hecho, llegarás un día sólo para toparte con el cuerpo ensangrentado, vejado y sin vida de tu adorado modelo. —Aomine presionó más, obligando a Imayoshi a pelear por aire—. Sería una lástima… —jadeó buscando oxígeno sin obtenerlo—. Él no tendría por qué morir así, su único error fue liarse con un…

No terminó la frase debido al potente puño de Aomine arremetiendo contra su estómago, arrebatándole el poco aire que le queda en los pulmones, por lo que cuando Aomine lo soltó, cayó de bruces al suelo tosiendo y aspirando grandes bocanadas.

—Lárgate ahora o terminaré lo que debí hacer hace años —siseó Aomine.

—En aquella ocasión cometiste el peor error de tu miserable vida —rebatió Imayoshi todavía en el suelo y luchando por regular su respiración—. Así que mañana asistirás al funeral de la anciana acompañado de Kise-kun y estarán allí durante la lectura del testamento y la cena. Entonces vas a deleitarnos con tu acto final de redención —concluyó con burla, incorporándose lentamente y sobándose la zona adolorida—. El otro escenario ya lo conoces.  

Ninguno de los dos escuchó la puerta abrirse pero sí los pasos de Kise acercándose hasta llegar a la sala justo cuando Imayoshi terminaba por ponerse de pie, limpiándose discreto la sangre con su camisa.

—¿Imayoshi-san, te quedarás a cenar? Podemos pedir algo ¿O prefieres….? —Kise se detuvo a media oración al percatarse de que la situación estaba peor que cuando se fue.

Vio el desastre de fotografías en el suelo, la sangre en la manga de Imayoshi y la furia estampada en el rostro de Aomine; todo se había salido de control.  

—No es necesario que hagas nada, Kise-kun, no quiero causar molestias. Además, hay asuntos que debo atender, así que los espero mañana a medio día —le dijo afable. Luego le tendió una tarjeta con la dirección de la mansión Harasawa y se dirigió a la puerta, tambaleándose levemente para satisfacción del moreno.

—¿E-estás bien? —cuestionó el rubio al notar su estado. Se encaminó hacia él pero Aomine lo tomó del brazo—. ¿Por qué no…?

—Está bien. Deja que se vaya —acotó Aomine.

—Daiki tiene razón: no es nada —aseguró Imayoshi con su sonrisa cínica—. Recuerda que no puedes faltar, hermano. Que  tengan una tarde hermosa —dijo irónico antes de cruzar la puerta.

Aomine resopló molesto pero un poco más tranquilo; sin embargo, cuando miró a Kise, éste lo observaba con seriedad sepulcral, mientras se soltaba del agarre del moreno.  

—Entonces es verdad —comenzó el rubio—. Imayoshi Soichi es tu hermano. —Pese a su tono inusualmente seco, Aomine supo que Kise no estaba molesto de verdad.

—Es mi medio hermano en realidad —admitió. Aspiró profundo y desvió la mirada; ya no podía mentirle, no en ese punto. Aunque cómo deseaba hacerlo—. Hay cosas que debes saber, Kise, y es mejor que lo diga ahora en lugar de esperar al funeral.

El rubio lo miró confuso.  

—¿Qué funeral?

—El de mi abuela. Imayoshi se tomó la molestia de invitarnos al festín de buitres que se realizará después de su entierro —concluyó sereno, sin sentir dolor alguno por la muerte de la anciana.

—Aominecchi, lo siento, no quise…

—Es menos importante de lo que crees —se adelantó. Las condolencias no eran necesarias aunque sí bien recibidas.

Kise enredó sus brazos en el cuello ajeno como si quisiera quedarse allí por siempre y transmitirle la paz que el moreno parecía necesitar. Aomine respondió el gesto estrechando su cintura con fuerza, pensando y repensando las palabras. No había más opción que sincerarse con Kise aun sabiendo que eso significaba el fin de su relación.

El pasado iba a cobrarle factura y los intereses eran exorbitantes.

Rozó los sedosos labios del rubio con los propios en un intento de retrasar lo inevitable. Quería disfrutar de calor de Kise mientras aún lo tenía y con un cuidado impropio de su carácter lo besó lento, necesitado. Saboreó el contacto como lo que era: la despedida. Y buscó guardar en su memoria su sabor su suavidad, el movimiento cadencioso, cada gemido ahogado...

No rompió el contacto ni siquiera cuando cayeron sobre la alfombra, al contrario, se acomodó para que Kise se colocara sobre sus piernas.

—¿Qué está ocurriendo? —cuestionó el rubio, sin separar sus labios.

—Kise, mírame. No quiero que dejes de mirarme hasta que termine de contarte todo. No digas nada, sólo mírame.

Kise asintió, temeroso por la seriedad en los orbes marinos.

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II

“Si te dijera quién era, ¿me darías la espalda? Incluso si pereciera peligroso, ¿estarías asustado?”

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Monster de Imagine Dragons

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Los primeros años de mi vida fueron normales. Era una vida modesta y simple pero feliz a lado de mi madre en una pequeña casa en la Isla Nijima. Jamás salí de allí aunque estábamos a un ferri de Shizuoka o Kanagawa.

Mi madre, Aomine Misora, trabajaba en el puerto durante las mañanas, de modo que pasábamos la tarde juntos entre tareas y risas, tirados en la duela al calor de la chimenea o en el parque jugando basquetbol con Satsuki, la vecina que se convirtió en una hermana aunque nunca se lo haya dicho e incluso a pesar de... todo.

Mi madre nunca habló de mi padre a pesar de mi constante insistencia. Jamás mencionó su nombre, sus rasgos y mucho menos su relación con él. Era obvio que todo había terminado mal entre ellos, pero fue sólo cuando dejé de pensar como el crio mimado que era, que muchas cosas cobraron sentido: el tinte en su cabello, los pupilentes castaños que se colocaba sin falta cada mañana, las noches en que la sentía estremecerse a mi lado, temblando inquieta murmurando palabras incomprensibles. También estaban esos extraños momentos en los que un ruido fuerte o una voz potente le provocaban escalofríos que más de una vez la obligaron a soltar involuntariamente lo que llevase en las manos.

Tardé un poco más en comprender la magnitud del pánico constante en el que vivía. Siempre me dejé llevar por su carácter fuerte, sonrisa eterna y sus palabras dulces. No veía más allá hasta que el infierno se desató un par de semanas antes de mi catorceavo cumpleaños.

Era una tarde soleada pero ventosa como solía ser el verano en Nijima. Entré a casa entre risas después de despedirme de Satsuki, botando el balón y olvidando que no debía hacerlo en casa, por lo que fue raro no escuchar a mi madre reprendiéndome.

Dejé el balón en el suelo, buscándola con la mirada y comenzado a preocuparme al no verla en los sitios cotidianos: la cocina, la sala, la estancia. Ella solía dejar la puerta sin llave… Y pensar que siempre me burlé llamándola paranoica.

Todo apuntaba a que no estaba en casa; así que, cansado y con hambre, me dirigí a la cocina pero al pasar nuevamente por la sala, la escuché: un sollozo ahogado, lastimero y asustado. Su voz era inconfundible y algo se removió en mí ante su tono.

Me acerqué lentamente, temeroso. Alcé la cabeza para ver sobre los sillones y allí estaba, sentada en el suelo abrazándose a sí misma, con la cabeza oculta entre las rodillas, con su largo cabello negro y sin teñir cubriéndole el rostro y las piernas, temblando.

—¿Mamá? —la llamé con una suavidad. Quería acercarme pero no sabía cómo actuar para no asustarla más. No podía verla en ese estado—. ¿Mamá, qué pasa? —Ella parecía no escucharme a pesar de que me encontraba ya inclinado a su lado.

Por instinto coloqué una mano sobre su brazo tratando de reconfortarla o por lo menos hacerle saber que estaba allí, con ella, sin embargo, cuando mis dedos tocaron su piel un grito desgarrador salió de su garganta, alejándose de mí con un movimiento rápido, brusco, como si el contacto le quemara. Perdí el equilibrio y caí de espaldas al suelo mientras veía a mi madre sollozar de terror.

—¡NO! ¡NO, KATSUNORI! ¡ALÉJATE!—gritaba alterada, retrocediendo a rastras, con sus orbes celestes cargados de horror y súplica.

—Mamá, soy yo, Daiki —le dije despacio. Ella detuvo todo movimiento al escuchar mi nombre y fijó sus ojos en mí como si tratará de reconocerme. Su mirada se suavizó cuando lo hizo.

—¡Daiki! —Me abrazó con fuerza, pero sobre todo, angustia.

Entonces comprendí realmente lo vulnerable que se sentía. Nunca la había visto llorar pero me sentí orgulloso de ser su soporte. La abracé también.

—Tenemos que irnos —ordenó, cuando consiguió que su voz regresara a ella.

—¿Qué? ¿Por qué? —Me separé para mirarla, encontrándome con sus ojos anegados en lágrimas pero con una férrea determinación en ellos.

—Es por tu padre —dijo con un hilo de voz—. Sé que nunca te hablé de él, pero… —Su frase se cortó ante el estrepitoso ruido de la puerta principal siendo azotada contra la pared y los pasos firmes de varias personas adentrándose en la casa.

Me puse en alerta y la coloqué detrás de mí. Como si un mocoso de trece años pudiera hacer algo.

—Tanto tiempo sin verte, Misora —dijo un hombre alto al entrar a la sala. Su piel era blanca pero su cabello y sus ojos tan azules que pasaban fácilmente como negros. No sé si fue instinto o anticipación pero supe de inmediato que era mi padre. Nos contemplaba desde arriba, con un aire de superioridad y desdén que me hizo hervir la sangre; la misma mirada que heredó Imayoshi—. ¿Así que este es mi hijo? —Cuestionó incrédulo— Mi madre estará encantada por lo mucho que se parece a papá. ¡Es su vivo retrato! —anunció con sorna.

Sentí a mi madre estremecerse y no supe si fue por sus palabras o por el simple hecho de verlo.

—Largo de aquí —bramé molesto.

—¡Y hasta tiene carácter! —aplaudió él, mirando a sus dos enormes acompañantes para que rieran también—. Veamos si se defiende con la misma entereza con la que habla.

—¡Vete! —le pedía a mi madre.

Ella me tomó del brazo para correr pero en un par de zancadas uno de los guardaespaldas nos dio alcancé. Ni siquiera vi venir el golpe que permitió que la arrancaran de mí. Intenté ir por ella, pero un puñetazo en la boca del estómago me impidió acercarme. A ese golpe le siguieron más, potentes e interminables.

Sé que traté de defenderme pero no logré nada.

—¡Por favor, Katsunori, es tu hijo! —La escuché gritar, suplicante.

—¡Dejó de serlo cuando te largaste, perra maldita!

Vi cómo de una seca bofetada la arrojó al suelo, levantándola después para golpearla de nuevo. Mi primer instinto fue ayudarla y sin pensar siquiera en lo que hacía, terminé clavando los dedos índice y medio en las cuencas oculares del sujeto que me golpeaba.

Sentí en mis dedos la viscosidad de los glóbulos, y créeme Kise, no es tan asqueroso como sé que estás imaginando. Admito que no reparé en lo que había hecho, en la sangre que comenzaba a brotar de las cuencas ni en los agudos y lastimeros gritos del hombre. De hecho, no fui consciente de que le había reventado los globos oculares dejándolo ciego –y de la magnitud de ello– hasta años después.

Mi único pensamiento en ese momento era alejar a mi madre de aquel imbécil que se había atrevido a golpearla.

Los gritos del guardaespaldas seguían resonando con fuerza mientras se tambaleaba y se cubría la cara con ambas manos, bramando que iba a matarme cuando me pusiera las manos encima. Todo movimiento a nuestro alrededor se había detenido. Katsunori miraba al hombre con un gesto asqueado, mi madre se cubría la boca, horrorizada, y el otro guardaespaldas se abalanzó sobre mí lleno de rabia, misma que parecía darle más fuerza.

No pude más. El dolor de los golpes anteriores y la potencia de los nuevos me hicieron caer al suelo. Vi a mi madre hacer el amago de llegar hasta mí pero su intento fue derribado junto a ella de una certera patada en el vientre y una grotesca mano tirando con bestialidad de su cabello.

—Tú y yo tenemos cuentas pendientes, Misora —le dijo Katsunori—. El escándalo que armaste me trajo demasiados problemas, zorra desagradecida. —Jaló con más fuerza su cabellera negra hasta levantar el delgado cuerpo de mi madre hasta su altura.

Mientras, yo me rebatía en el suelo soltando golpes que a veces acertaban y a veces no, pero que no eran suficientes para quitarme a ese imbécil de encima.

—¿Desagradecida, dices? —Ironizó mi madre—. ¡No tengo nada que agradecerte, bastardo!

—¡Ibas a tener el honor de procrear a mi heredero, estúpida! —Le gritó, golpeándola de nuevo—. Pero tenías que revelar información clasificada y armar tu numerito de mujer violada. ¡¿Sabes las pérdidas que tu idiotez trajo a la empresa?!

—¡Eso era justo lo que quería! ¡Verte a ti y a tu repugnante familia en la ruina! —se defendió mi madre.

Lo vi abofetearla una vez más, haciéndole sangrar el labio y la nariz.

—Pues fallaste, querida. ¿Creíste que ibas a escapar tan fácil?... Te haré pagar lo que hiciste. —Tras un golpe más, el férreo agarre en su cabello era lo único que la mantenía en pie—. Mi estúpida esposa me pidió tu vida a cambio de no divorciarse y hundir más el nombre de la familia, así que terminar contigo es un gusto doble, Misora. Ella sugirió que te quemara pero tengo mejores ideas para nosotros.

Grité de cólera al ver cómo le desgarraba el vestido…

El resto puedes deducirlo solo, Kise.

¿Sabes? Es curioso que llores cuando ella no lo hizo. Era demasiado orgullosa y no le dio el gusto. Vamos, levanta el rostro, prometiste no dejar de mirarme y esta es sólo la primera parte.

Los ojos claros de mi madre se posaron en los míos cuando Katsunori desenfundó el arma y la colocó en su pecho. Grité, lloré, supliqué… pero el maldito guardaespaldas no me daba tregua de modo que sólo podía mirarla y llamarla. Entonces ella me sonrió; estaba despidiéndose. Lo último que salió de sus labios fue mi nombre antes de que se cerraran para siempre tras la detonación.

Deseé correr hacia ella, evitar que su cuerpo tocara el suelo sucio, pero sólo conseguí emitir un lastimero quejido y estirar patéticamente la mano en su dirección en un vano intento por tocarla. Dejé de pelear y permití que el dolor se apoderara de mí. No podía despegar la vista de madre, de su cabello sedoso y húmedo por la sangre que cubría también su rostro.

Ya no quedaba nada.

Katsunori le ordenó a su hombre que dejara de golpearme. Caminó hacia el sujeto herido como quien avanza hacia algún tipo de desecho y colocó una mano en su hombro para que dejara de gritar. El hombre, al sentir el contacto se removió y gritó con mayor ímpetu.

—Cállate y tranquilízate, idiota —ordenó Katsunori. El sujeto se quedó quieto al instante, tal vez por miedo, tal vez porque confiaba en su jefe—. Descúbrete el rostro. —Obedeció, dejando ver las cunecas ensangrentadas con un líquido blanco y viscoso escurriendo por ellas—. No es tan grave, estarás bien —le alentó, y no necesité ser médico para saber que le mentía. Segundos después Katsunori le disparó a la cabeza dejándolo caer inerte—. Un hombre que pierde tan fácilmente contra un chiquillo no me sirve de nada —sentenció.

Luego se giró hacia mí, lo escuché acercándose pero tenía la vista borrosa. Estaba cansado, adolorido y no había dejado de llorar como el crio que era. Sentí su pie sobre mi cuerpo, girándome hacia él mientras me miraba con desprecio. Me mordí los labios para no gemir por el dolor.

—Tu abuela quiere conocerte, Daiki —dijo parsimoniosamente, con la misma cadencia al hablar que posee Imayoshi—. Tu genética te ha salvado hoy, mocoso. Sácalo de aquí —le ordenó a su guardia—. Llévalo cerca de la carretera, algún automóvil debería encontrarlo con facilidad. También incendia el lugar, no quiero evidencias.

Después de eso perdí el conocimiento. No sé cuánto tiempo pasó pero lo siguiente que recuerdo es la blancura de una habitación de hospital y el olor a fármacos, así como la cálida voz de una mujer mayor a mi lado preguntándome cómo se sentía: era la madre de Katsunori.

—En verdad eres idéntico a tu abuelo, corazón —Me dijo con dulzura, acariciándome el cabello.

Me  removí enérgico para alejar su tacto. La odiaba a ella y todo lo que su familia representaba.

—¿¡Dónde está mi madre!? —Grité de inmediato—. ¡¡Quiero verla!!

—Daiki, tu padre me contó lo ocurrido.

—¡¡Él no es mi padre!! —Volví a gritar colérico, recibiendo únicamente una tranquila mirada por su parte.

—Ella está muerta —anunció afable—. Cuando llegué estaban por incendiar la casa.

Me incorporé de golpe, resintiendo cada magulladura y fractura que aquel sujeto me había provocado. Ella me sostuvo en un gesto suave, sus ojos estaban cargados de comprensión, pero su actitud cariñosa sólo lograba enfurecerme más y hacerme detestarla por su hipocresía.

Sin embargo, la anciana era lo último que me interesaba, lo relevante ahí era mi madre, mejor dicho, la carencia de ella.

Sentí los ojos húmedos, las mejillas mojadas y un inmenso nudo instalándose en mi garganta e impidiéndome respirar mientras la ira y el dolor se hacían uno en mi interior. Era como si estuviera muriendo en vida, como si un profundo vacío se instalara en mí, uno que sigue latente, gélido y lleno de soledad y miseria.

Y más allá del dolor estaba el sentimiento de abandono, de pérdida. Como si todo camino se hubiera borrado dejándome en medio de la nada; no había un lugar a donde ir o al cual regresar ya no encajaba en ningún sitio. El desamparo se apoderó de mí. Nada tenía sentido ni significado. No había ni habría alguien esperando por mí. No más abrazos, ni cariño ni palabras de confort. No tenía nada.

Ser consciente de que estás total y plenamente solo no se puede poner en palabras, Kise, pero va más allá del miedo o la desolación.

Sé lo que estás pensando, rubio tonto, no tienes que decirlo, especialmente cuando vas a retractarte en cuanto termine de hablar. Aunque otro beso así sería muy convincente.

Ahora mírame y escucha. Mi abuela era cruel y asquerosamente directa. Conmigo intentó ser diferente pero ninguna acción lograría amainar mi odio.

—Tengo algo para ti —dijo suave, tal vez sintiendo lástima. Pero yo no podía pensar, sólo deseaba despertar de esa maldita pesadilla.

Al notar mi falta de respuesta, colocó una pequeña caja sobre mis piernas. En un principio no entendí de qué se trataba pero el significado llegó a mí de forma tan repentina y arrolladora que mi único impulso fue aferrarme a las cenizas de mi madre.

Cerré los ojos y en aquella oscuridad me pareció ver su mirada cristalina llena de cariño y casi podía percibir su aroma. Cuando los abrí ella seguía muerta y el chico que fui en aquel entonces también.

—También traje esto —añadió, entregándome una fotografía. En ella estaba junto a mi madre después de que mi equipo ganó el torneo interescolar de baloncesto.

Sí, es esa misma foto que tú, tan dulcemente, colocaste en la encimera de nuestra habitación. Es también la única que tengo de ella.

—¿Por qué? —pregunté, arrastrando las palabras.

—Porque sus acciones desataron la ira de la familia. —Una respuesta simple, fría.  

—¿¡Qué clase de justificación es esa!? ¡Mi madre está muerta! ¡¡Exijo saber por qué!! 

—Tan enérgico como tu abuelo —alabó—. Pero no tiene caso hablar del pasado. Eres mi nieto, él único que merece llevar el apellido Harasawa y liderar a la empresa que tu abuelo llevó a la cima. Con la instrucción adecuada serás un digno sucesor y ni tu padre ni el resto de sus vástagos podrán oponerse. 

—¡Ese bastardo no es mi padre! ¡Voy a matarlo! —No me importaba su dinero, sólo quería la sangre de Katsunori regada bajo mis pies.

—No digas tonterías, hijo. Tienes que recuperarte y retomar tu vida, llenarte de rencor no te llevará a ningún lado.

—¡Violó y mató a mi madre en mi cara! —grité—. ¿¡Cómo espera que no haga nada!?

—Él te matará antes de que siquiera intentes algo. —Me advirtió sin perder la serenidad—. Es mejor que dejes todo como está. Pagaré tus estudios, viajaremos a otro país para que olvides lo ocurrido y…

—¡NO! ¡No quiero nada de ti! ¡Nada de él! ¡¡Largo!!

Esa fue la primera y única vez que la vi, aunque a partir de ese día siempre llegaba algún excéntrico regalo de cumpleaños. ¿Entiendes ahora por qué regalé aquel Camaro?

Cuando salí del hospital –cuyos gastos corrieron por su cuenta– me enfrenté a la verdadera soledad. Satsuki y sus padres me ofrecieron su hogar pero decidí marcharme, ocultarme tal como mi madre lo había hecho y regresar en el momento justo de mi venganza.

Estudié a fondo a la presuntuosa familia Harasawa.

Sí, Kise, la dueña del inmenso emporio farmacéutico. ¿En verdad te sorprende que sean unos hijos de puta?

Conocí cada detalle de sus miembros. Sus gustos, fijaciones, aptitudes, debilidades, horarios. Todo.

Supe que mi madre fue la asesora financiera de la empresa. Ella descubrió no sólo las desviaciones y violaciones a las leyes fiscales, también los inhumanos proyectos experimentales que realizaban en diversos países. Sin mencionar el constante acoso al que Katsunori la sometía.

Como imaginarás, mi procreación no fue algo consensuado. Al parecer la monstruosidad es un gen de familia.

Mi madre reveló la información a los medios e interpuso la demanda por abuso. Según parece, mi anciano abuelo no resistió la presión mediática y murió de un infarto. 

Por otro lado, Katsunori Harasawa es el segundo hijo de mis amados abuelos. El primogénito murió y podría jurar que mi repulsivo padre tuvo mucho que ver en ello.  

Katsunori tuvo cuatro hijos más aparte de mí: Imayoshi Soichi, el mayor y al que tuviste la desgracia de conocer; Yoshinori Susa, Wakamatsu Kōsuke y Sakurai Ryō, éste era el menor y el único de su esposa. Al imbécil le gustaba tener hijos regados y a mi abuela le entretenía recolectarlos. Ninguno ostenta el pomposo apellido Harasawa, sino el de su respectiva madre –incluso su hijo legítimo– debido a la demencial obsesión de mi abuela con la genética y con su marido.

Asimismo, Katsunori se fingía un padre abnegado y esposo modelo ante el mundo, incluso tenía el respeto y lealtad del resto de sus vástagos. Imbéciles ilusos.

Sin embargo, el destino juega sucio, Kise y cuando regresé dispuesto a vengarme, Satsuki trabajaba para ellos; era la asistente de Imayoshi.

En un principio pensé en contarle todo y sacarla de allí, pero mi sed de venganza fue más fuerte y terminé usándola como medio de información. Con ella podía conocer cada movimiento sin tener que acercarme o delatarme. Era mi espía involuntaria.

El día esperado llegó cuando mi abuela salió de viaje llevándose consigo a sus nietos y a Satsuki, dejando a Katsunori y su esposa en la mansión.

Toda mi vida había deseado esa oportunidad y sin querer, pasé la madrugada previa mirando la foto de mamá, preguntándome cómo habría sido mi vida si Katsunori no hubiera aparecido. Pero me bastaba con ver la sonrisa de mi madre y recordar la forma brutal en que fue borrada de su rostro para olvidar mis dudas y convertirlas en la más rabiosa furia. Una que había pulido con el odio y la sed de venganza de los años vividos entre la soledad y la amargura.

Mi primera víctima fue el guardaespaldas de Katsunori, el mismo que me había golpeado aquella vez. Decir que disfruté reventándole los órganos a golpes es quedarme corto. Fue un placer bestial, pero supremo, y tan visceral que me llenaba de la más insana satisfacción. Sentir sus huesos rompiéndose contra mis puños o bajo la suela de mis botas; su sangre saliendo a borbotones, ahogándolo; y sus gritos llenos de dolor y súplica, significaron un reconfortante aliciente para mi alma.

La mañana transcurrió mientras destrozaba su cordura a base de golpes. A veces me detenía sólo para verlo agonizar y alagar su sufrimiento. Murió justo cuando mi abuela y su comitiva partían en una lujosa camioneta.

Revisé por enésima vez que los cartuchos estuvieran dentro del arma y el silenciador. Me colé por la barda trasera en el ángulo ciego de la cámara de vigilancia. Permanecí allí hasta que la noche cayó, teniendo el recaudo de cortar las comunicaciones mientras los empleados se retiraban. Aun así, la primera descarga de mi arma fue a la cabeza del mayordomo, seguido por la mucama y el cocinero.

He de agradecer que la mayoría de los guardias se habían ido con la anciana aunque para ese momento, matar ya no me resultaba difícil. Era poco menos que aplastar una cucaracha.

Cerré la mansión por dentro y disfruté de la exquisita decoración del salón principal. Tomé uno de los finos habanos que yacían en la mesilla de centro y me senté en el sofá, encendiéndolo y disfrutando del sabor amargo del tabaco mientras esperaba que el encargado de seguridad, Katsunori y su esposa salieran del despacho.

Me regodeé internamente cuando me vieron sentado, sonriente y con los cadáveres de sus empleados a mí alrededor. La cara usualmente impasible de Katsunori palideció, la mujer dio un grito agudo y el hombre de seguridad hizo el amago de desenfundar su arma pero lo alcanzó primero una de mis balas. Cayó inerte provocando un golpe seco en el suelo.

La mujer siguió gritando, completamente aterrada y a nada de un ataque de pánico pero Katsunori ya había recuperado la tranquilidad y frialdad que lo caracterizaba.

—Qué  grato placer verte, hijo. —Me saludó con cinismo, provocándome, burlándose de mí—. No me digas que vienes a matarme, pequeño idiota. Basta con oprimir una tecla del celular —dijo mostrándome juguetonamente el aparato—, y toda la guardia de la que dispongo… ¡AH!

No lo dejé terminar. Sabía que era verdad, pero no estaba allí para fallar tan patéticamente, así que le perforé la mano derecha de un disparo. Sólo un grito salió de sus labios, pero fue el indicio de que iba a gozar descubriendo su umbral de dolor.

Su esposa intentó huir, pero sin tener que moverme del asiento disparé a su rodilla. Se arrastró gritando y rogando, intentando alejarse. Katsunori intentó tomar el arma de su hombre, y fue gratificante verlo incapacitado para cerrar el puño.

—El placer es todo mí, padre —dije levantándome y avanzando hacia él—. Sé que esta mujer no significa nada para ti, pero igual la mataré en tu cara. Tal vez la imagen de ella retorciéndose de dolor remueva algo en tu nauseabundo ser.

No pude negarme el gusto de romperle la nariz de un puñetazo. Quiso defenderse, lanzó un golpe patético con la mano sana, intentando con patadas al ver que fallaba en cada movimiento. Sonreí divertido; no era nada sin sus guardaespaldas.

Lo golpeé hasta dejarlo inmóvil, tendido en la alfombra. Luego avancé los pocos metros que había recorrido a rastras su esposa.

—Si mal no recuerdo, querías quemar a mi madre. —Le sonreí, tomándola suavemente de los hombros para elevarla a mi altura. Ella detuvo sus gritos y me miró con odio, sabiendo por fin quién era. Se removió con fuerza buscando golpearme o liberarse pero al final terminó escupiéndome el rostro—. Hoy te permitiré morir de esa misma manera.

Su rostro perdió todo color, sus labios rojos se abrieron con sorpresa y miedo. Sus ojos me miraron llenos de terror.

Te mentiría si dijera que no lo disfruté.

La solté y su rodilla lesionada le impidió seguir de pie, cayó sin despegar la mirada de mí. Pensé en arrojarla a la chimenea encendida pero la obsoleta lámpara de petróleo que decoraba la habitación me dio una mejor idea. Avancé hacia ella, gozando con su mirada aterrada pues intuyó de inmediato lo que haría.

Se arrastró con desesperación, suplicó, dijo que me daría el dinero que le pidiera, que haría lo que quisiera. Qué estúpida. Lo único que deseaba era verla sufriendo y sus ruegos me causaban más placer y diversión de lo que ella imaginaba.

Gritó enloquecida cuando arrojé sobre ella parte del contenido de la lámpara. En su desesperación comenzó a frotase con fuerza, esperando quitarse los restos de petróleo del cuerpo. Verla me provocaba una sensación de satisfacción que ningún ser humano debería sentir al torturar a otro.

Aún no he terminado, Kise, mírame. ¡Mírame, maldita sea! No importa si es con sorpresa o repulsión, no dejes de hacerlo.

Cuando estuvo cubierta de petróleo arrojé el habano encendido. El combustible en su vestido fue lo primero que se encendió. Gritó más fuerte e intentó romper la tela y sacárselo pero el petróleo en sus brazos comenzó a prenderse. Rogó por la ayuda de Katsunori, él parecía demasiado impresionado como para moverse.

Los gritos pronto se volvieron alaridos que llenaron de gozo mi retorcida alma. Disfruté tal vez demasiado del sádico espectáculo, de sus intentos vanos por apagar el fuego rodando en la alfombra y arrastrándose por ella sin conseguir nada. Pero la mejor parte fue cuando dejé caer la lámpara sobre su cara y cabello. Los cristales la obligaron a llevarse las manos ardientes al rostro por inercia, quemándose y cortándose por igual.

Y mientras ella agonizaba en el peor dolor, mi atención se centró en Katsunori, que seguía tendido en el piso. Ahora tenía el arma en la mano izquierda, pero el único disparo que logró fue tan malo que falló por varios metros.

—¿Te parece divertido tomar mujeres a la fuerza, padre? —Su cara de entendimiento a lo que seguía me sacó más de una carcajada—. Será patético que no tengas con qué hacerlo… ¿Usarás los dedos? —Me burlé.

—¡Maldito mocoso! ¡No sabes cuánto disfruté sometiendo a la zorra de Misora! ¡Es una lástima que no pudieras escuchar sus gritos!

Lo callé de una patada en la boca. No fui consciente de la fuerza empleada hasta que sentí el dolor del impacto en mi propio pie y vi un par de dientes ensangrentados rodando por la alfombra.

—Si te arranco la lengua puedes seguir gritando, ¿no? Porque quiero que grites —le dije encaminándome a la otra lámpara de petróleo.

Me maldijo más de una vez antes de que lo obligara a tragar el combustible. Forcejamos más de lo que esperaba pero al final terminé incendiándole la boca.

Tú siempre me preguntaste por la cicatriz circular en mi mano, Kise. Bueno, ahora sabes que fueron sus dientes y no un animal rabioso, aunque es lo mismo.

Y lo golpeé más. Lo golpeé con toda mi fuerza y sin contenerme. Él sólo podía abrazarse a sí mismo, emitiendo sonidos guturales entre el dolor de los golpes y las quemaduras. No podía detenerme. Era un gusto sádico y placentero, enfermo.

No supe cuándo fue que la mujer dejó de gritar. Sus tendones y su piel se habían quemado ya, pero seguía ardiendo y respirado.

Dejé de golpear a Katsunori al ver que su estómago se inflaba, quizá por alguna hemorragia interna, pero yo no quería que terminara tan rápido, mi plan de tortura acababa de iniciar y las ganas de castrarlo con mis propias manos eran inmensas. Sin embargo, la tormenta que cayó esa noche empañó mi venganza.

La puerta principal se abrió y escuché risas; los vuelos se habían cancelado obligando a la familia a regresar, por lo que de un momento a otro tenía ante mí a los cuatro hijos de aquel imbécil, a mi abuela y a Satsuki mirándome, así como a cinco guardaespaldas que al procesar la situación apuntaron hacia mí.

No tuve tiempo para analizar nada pero la firme voz de mi abuela les ordenó que bajaran sus armas.

Escuché al menor de mis hermanos gritando, lo vi correr desesperado hacia su madre y fue como verme a  mí mismo a los trece años. Algo en mí sintió lástima y mi único impulso fue soltar un tiro a su cabeza en un enfermo intento por evitarle el dolor que yo padecí.

Dos de sus hermanos corrieron hacia él y más por inercia que por raciocinio les disparé también.

Deja de cubrirte la boca, Kise. Te aseguro que fueron muertes rápidas. ¡Carajo! Si hasta tienes la misma mirada de incredulidad y susto que tenía Satsuki.

Aunque la tuya hiere más.

Y hablando de Satsuki, ella también gritaba, llamándome y suplicándome que me detuviera. Desvié el arma hacia Katsunori y los gritos de Satsuki fueron más atronadores que antes. Así fue como lo supe. La miré sorprendido, sus ojos rosas estaban fijos en él, llenos de preocupación, de amor.

Qué irónica es la vida: Katsunori le regresaba la misma mirada. Estaba aterrado, ansioso como jamás pensé verlo, incluso había lágrimas en sus nefastos ojos.

Aquel par de idiotas estaban enamorados.

Maldije a Satsuki por ser débil y caer ante un imbécil como él. ¡Era mi amiga! ¡Mi hermana! Y sin querer era la mujer que mi asqueroso padre amaba. Ella era su punto débil, lo que más le dolería perder y por mucho que me doliera a mí, apunté a su pecho. Katsunori me miró, suplicándome sin palabras que no le hiciera daño, pero yo buscaba su dolor.

—Lo siento, Satsuki —le dije antes de jalar el gatillo y verla caer en brazos de Imayoshi, quien jamás se enteró que su asistente y futura esposa no lo amaba a él, sino a su padre.

Katsunori lloraba y azotaba los puños contra el suelo. Y yo, yo estaba satisfecho.

Imayoshi estaba arrodillado llorándole a Satsuki y tuve el estúpido pensamiento de que le lloraba por las lágrimas que yo no derramaría. Avancé hacia la salida asesinando a los guardaespaldas de mi abuela y uno de ellos alcanzó a rozarme el brazo, dejando la cicatriz que viste la primera vez que lo hicimos.

Salí pasando de largo a mi abuela –a quien al parecer le debo todos estos años de tranquilidad– y a Imayoshi, un error que no debí cometer.

Mi venganza estaba consumada y con eso mi vida perdía todo propósito. Todo estaba hecho y de pronto volvía a ser el mocoso sin rumbo que lloraba abrazando las cenizas de su madre. Mi último proyecto fue dejarlas en el cementerio y usar la misma pistola para darme un tiro y terminar con todo. Pero cuando llegué cementerio tú estabas allí, dándole vida a un lugar lleno de muerte con tu su sola presencia.

Chocamos por accidente, ¿recuerdas? Y tus ojos llorosos por la pérdida de tu abuelo me hicieron saber que no debía permitir que esa radiante luz se apagara. Fuiste tú quien me dio un motivo nuevo, una vida nueva. Sin saberlo enterraste en ese mismo cementerio a un sádico homicida y sacaste de las tinieblas al niño perdido.

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III

“Será mejor dejarte libre y renunciar a ti. Sólo ondea tu mano, di adiós y permítete vivir sin un monstruo como yo.”

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A monster like me de Mørland & Debrah Scarlett

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En algún punto del relato, Kise se había separado de Aomine. Sus ojos seguían conectados con los azul cobalto aunque no por gusto; no le agradaba atestiguar la vaciedad que reflejaban.

Aomine guardó silencio esperando respuesta, los segundos le parecían un tormento eterno.

—Debes estar bromeando —dijo Kise por fin, aunque con voz trémula al saber que no era así—. ¿Estás… Estás diciéndome que…? —No pudo terminar.  

—Estoy diciéndote que soy un monstruo —confirmó Aomine. Le tomó del mentón y aunque anticipaba que el rubio rehuiría de su tacto, que en verdad lo hiciera le partía el alma.

—Tu amiga, Satsuki-san. La mataste. —El tiente de reproche en su voz era evidente.

—Ella era lo que más quería Katsunori. —Fue la única explicación de Aomine. 

—¡La usaste! —gritó Kise levantándose de un salto—. ¡Era tu amiga! ¡Ella seguramente te quería de verdad!... ¡Maldición, Aominecchi! —Kise se giró, confuso y desesperado, caminando en círculos antes de volver a hablar—. ¿Cómo pudiste? —susurró—. ¿¡Cómo has podido dormir tranquilo todo este tiempo!?

—Porque duermo contigo entre mis brazos —reconoció el moreno con una sonrisa amarga, aún sentado en el suelo—. Lo peor es que no me arrepiento de nada. Lo haría de nuevo, lo planearía mejor. La agonía de Katsunori sería infinitamente más grande, más retorcida. Incluso la de Satsuki ¿y sabes por qué? —preguntó, levantándose lentamente y acercándose al rubio—. Porque no importa que la culpa me consuma, ni siquiera la muerte más sádica sería compensación suficiente por los años de miedo y angustia de mi madre.

—¡Por Dios! ¿¡Estás escuchándote!?

—¡Esto es lo que soy, Kise! Lo que siempre he sido —reconoció—. Sé que te mentí, que no soy quien esperabas, pero nada de eso cambia lo que siento por ti. Contigo soy algo más que un asesino lleno de resentimiento. —Su mano buscó la del rubio y éste aceptó el gesto.

—No puedo creer que estuvieras mintiéndome todo este tiempo ¡Ni siquiera sé si confiar en lo que estás diciendo ahora! —le gritó Kise, aunque sin deshacer el contacto.

—¡No podía perderte! ¿¡No lo entiendes!? ¡Jamás saldrías con alguien como yo de haberlo sabido! ¡Mucho menos vivirías con un asesino!... De hecho, ahora mismo estás deseando alejarte, ¿no? —Kise desvió la mirada—. No voy a forzarte a estar a mi lado, pero Imayoshi quiere vengarse y la única manera de mantenerte a salvo es ir al estúpido entierro. Después de eso podrás olvidar todo y rehacer tu vida.

—¿Así de sencillo? —El rubio apartó su mano de golpe mirándolo con reproche—. ¿Todo se soluciona así? ¿Como si no sintiera nada por ti, como si no me hubieras mentido por cuatro años? ¿¡Como si no me sintiera traicionado!? ¿¡Crees que puedo olvidar esto como si olvidara podar el césped!? —concluyó gritando.

—Kise…

—¡No! —sentenció, apuntándolo acusatoriamente—. No quiero escucharte. Ya no. No iré a ese estúpido entierro y no me importa lo que tu hermano quiera hacer.

—¡Claro que iremos! —rugió Aomine, asombrando a Kise por lo violento de su reacción. Retrocedió involuntariamente; ése era el Aomine Daiki que no conocía—. Iremos porque no voy a permitir que te ponga una mano encima.

Kise, ya repuesto de la impresión, soltó una carcajada de incredulidad.

—Estaremos en su casa, con su gente —le recordó el rubio—. No puedes ser tan estúpido; es una trampa.

—Estarás bien.

—¡Mataste a Satsuki, Aominecchi, y él va a matarme a mí! No necesito ser un genio para saberlo. ¿¡Y mi familia!? ¿Qué hay con ellos? ¿¡Sabes en lo que los has metido, idiota!?

—¡Confía en mí, Kise! No dejaré que nada les pase, voy a solucionarlo.

—No puedo confiar en alguien a quien ya no conozco, a quien no conocí nunca.

El tono fúnebre del rubio le dejó en claro que ese era el final. Las vanas esperanzas que había guardado se hicieron añicos mientras el silencio se instalaba entre ambos.

—Kise… —Volvió a llamarlo sin querer resignarse a perderlo.

—Ritsu-Nee llamó —cambió el tema, sin mirarlo—. Quiere que vaya a verla al estudio.

Aomine comprendió el significado real de aquellas palabras: no quería tenerlo cerca.

—Sabes que es peligroso.

—¡De cualquier manera moriré mañana! —Ironizó Kise—. Al menos quiero despedirme.

—¡Idiota, ya te dije que no dejaré que nada te pase!

—No llegaré a dormir —anunció, ignorando el comentario. Aomine sintió que caía a un foso más oscuro y profundo del que el propio Kise lo había sacado cuando lo vio abrir la puerta—. Debo dejar todo en orden antes de… —Se mordió el labio—. Estaré aquí por la mañana para ir al entierro.

—Saluda a Ritsuko de mi parte —pidió resignado. Kise no lo miró.

Aomine quiso decirle que se quedara, tomarlo en sus brazos y no soltarlo, pero ni siquiera el Sol ilumina la zona abisal de los océanos.

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. »« .

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Imayoshi pasó la tarde asegurándose de que todo saldría de acuerdo a lo planeado. Ordenó la más fina cosecha de vino, el pescado más fresco, el caviar más caro. Colocó los retratos más grandes de sus hermanos en la sala, el cuadro de su madrastra y su padre cerca de la chimenea, la fotografía de su abuela al centro y, por supuesto, el de Satsuki cerca de la entrada al comedor.

Todo estaba diseñado para incomodar a Aomine. Si el imbécil creía que moriría tan fácil entonces era un iluso.

Sus guardias le informaron que Kise estaba con su hermana en el estudio fotográfico y dio por hecho que pasaría el resto del día con ella, aunque no por eso dejó de vigilarlo. Su hermano no salió de casa y él no podía hacer más que reír.

Esa noche durmió como no lo había hecho desde que su familia fuera asesinada.

Al día siguiente fingió un inmenso pesar frente al féretro pero sonrió internamente al ver llegar a Aomine y Kise. La distancia entre ambos era obvia y él sólo podía regocijarse.  

Al funeral asistieron miembros lejanos de la familia y la junta administrativa de la empresa. Todos esperando recibir algo de la fría mujer que los relegó desde siempre. Quizá por ello nadie tuvo el recato de ocultar su sorpresa al escuchar que Aomine Daiki era el heredero universal.

Ese fue el único momento en el que Kise le dedicó una mirada.

En cuanto Imayoshi los dirigió al comedor, Aomine se detuvo un segundo a mirar la fotografía de Satsuki y la sonrisa dulce de la chica le provocó una sensación de vacío; ¿Qué clase de ser reconoce la magnitud del daño que ha provocado a inocentes sin sentir pena por ello?

Escuchó la risilla ligera de Imayoshi a su lado y se obligó a reprimir la suya cuando, al caminar, sintió contra su tobillo el metal de su arma, esa que había usado años atrás justo en esa sala. Maldita ironía.

Por su parte, Kise veía desfilar a pequeñas familias cuyo rimbombante apellido Harasawa se había diluido con el tiempo, sustituyéndolo por otros. Observó algunos niños y adolescentes, sonrientes e ignorantes del trasfondo de aquella reunión y por un momento la desolación lo paralizó. ¿Qué estaba haciendo?

Entonces miró a Aomine, su rostro inexpresivo y el cuerpo tenso, tal como lo conoció años atrás. Sus miradas se cruzaron y de pronto a Kise le pareció que el sentimiento que lo atosigaba era estúpido, trivial.

Imayoshi sonrió cuando todos estuvieron sentados y bebió gustoso su copa de vino, pero el calor ameritaba algo más frío y la ocasión algo más fuerte, de modo que pidió whiskey con hielo. Todos agradecieron la elección.

Aomine iba por su segundo vaso cuando notó la mirada de reproche de Kise. Quiso decirle que necesitaba algo de alcohol para lo que seguía –y que nada tenía con el plan de Imayoshi– pero no lo hizo.

Los orbes inquisidores de Imayoshi se posaron en ellos. Kise advirtió su desconfianza y, con una sonrisa, colocó su mano sobre la del moreno para guiar el vaso hasta sus propios labios, bebiendo todo de un elegante trago.

Con ello el pelinegro decidió que era el momento.

—Quiero pedirles a todos su atención, ya que Daiki tiene un importante anuncio que darnos. Especialmente a ti, Kise-kun. —Ambos se tensaron mientras los cuchicheos comenzaban. Aomine repitió mentalmente su plan y deslizó despacio su mano hasta su tobillo—. ¿Qué pasa, hermano? —preguntó risueño. El moreno se debatió entre sacar el arma o no al ver que los guardias lo miraban—. Vamos, no seas tím… —Se vio interrumpido por un ataque de repentina tos.

Los comensales esperaron a que pasara pero uno de los miembros de la junta también comenzó a toser, seguido por otra persona, y otra. Todos se miraron alarmados. 

—¿Imayoshi-san? —le llamó Kise, yendo hacia el pelinegro al ver que el ataque de tos no se detenía.

Aomine pensó lo peor cuando Kise comenzó a toser también, al igual que muchos de los invitados. Él mismo sintió un extraño ardor en el estómago pero lo dejó de lado al escuchar a Kise pidiendo ayuda cuando Imayoshi comenzó a toser sangre a borbotones, cayendo al suelo cuando el rubio no pudo sostener su peso, siendo arrastrado con él.

Los guardias se acercaron y uno de ellos apuntó a Aomine con su arma; tenia ordenes de matarlo si algo le ocurría a su jefe. Sin embargo, ver al moreno doblarse del dolor mientras Kise tosía sangre, lo hizo dudar. Bajó el arma, al parecer no era un truco y lo que sea que estuviera pasando, estaba infectando a todos; su mejor opción era largarse antes de infectarse, así que salió de prisa del lugar.

Otros más se rindieron al dolor y la gravedad dejando que la fina alfombra se tiñera con espesa sangre.

—¡Llamen a una maldita ambulancia! —gritó Kise. Sólo entonces la paralizada servidumbre se movilizó—. Todo estará bien, Imayoshi-san —le dijo despacio.

El pelinegro señaló a Aomine con dificultad, ahogándose al intentar hablar para culparlo. Miró a Kise con desesperación al sentir que la respiración se le cortaba, sin mencionar que el terrible dolor en su estómago era como si le quemaran las entrañas.

—É-él —intentó articular—. E-se… mons-truo…

—No te esfuerces —instó Kise. Imayoshi no prosiguió sólo porque lo único que salía de su boca y nariz era sangre. El rubio apartó unos mechones negros de su sudorosa frente y se inclinó a su oído—. Beber es un pésimo vicio, ¿sabes? —Susurró con dulzura—. Pero nada de esto habría ocurrido si no te hubieses metido con Aominecchi.

Sólo en ese instante Imayoshi notó el tono de burla. Un par de dedos sutiles se deslizaron al bolsillo de su saco.

—T-tú… —No terminó. El aire ya no estaba llegando a sus pulmones con la sangre obstruyendo la tráquea.

La desesperación lo cegó y comenzó a arañarse la garganta como un irracional método por obtener oxígeno. El pecho le ardía, pero no tanto como el orgullo o la frustración.

—Hasta nunca —musitó Kise, saboreando internamente la mirada de odio del pelinegro antes de levantar el rostro—. ¿¡Por qué no ha llegado la ambulancia?! —gritó con fingida desesperación y los ojos escociéndole.

Una de las sirvientas se acercó para ayudarlo, diciéndole que los paramédicos estaban entrando. Sólo entonces se giró para mirar a Aomine; estaba en el suelo, sus ojos color cobalto fijos en él, llenos de preocupación mientras tosía al igual que él mismo.

—Todo está bien, Aominecchi —afirmó el rubio con la misma sonrisa tranquilizadora que le brindaba en sus noches de pesadillas.

En ese momento entraron los paramédicos.

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IV

 “La inocencia se ha ido y todo lo que estaba bien, está mal […] así que desnudo mi piel,  cuento mis pecados, cierro los ojos y lo acepto.”

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Bleeding out de Imagine Dragons

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—Envenenamiento por acónito —explicó el detective del caso a un Aomine convaleciente, recostado en una cama de hospital mientras Kise tomaba su mano y fingía sorpresa—. Fue colocado en el caviar, aunque debido a la cantidad servida no representó un peligro real.

—Y aun así hay muertos —dijo el moreno, incrédulo.

—También hallamos trocitos de cristal en los estómagos de los cadáveres durante la autopsia. Estaban disueltos en el hielo de las bebidas; por su diminuto tamaño no eran perceptibles pero hicieron pequeñas heridas en la tráquea y el estómago, permitiendo que el acónito llegara al torrente sanguíneo más rápido y se esparciera hasta órganos vitales —aclaró el detective—. Quienes no bebieron, o al menos no tanto, son los que están vivos.

—Qué horror —murmuró Kise—. ¿Ya tienen al culpable?

—Hay un sospechoso, pero nadie sabe nada de ella —declaró el detective, sacando una foto de su bolsillo y tendiéndosela al moreno—. Los forenses la encontraron en el saco de Imayoshi y las cocineras concuerdan con que una chica con sus características fue quien entregó el pedido de comida ayer por la tarde. Lo corroboramos con los videos de vigilancia de la casa. También descubrimos el cadáver del verdadero trabajador de la distribuidora de alimentos en un basurero y la camioneta fue reportada abandonada en las afueras de la ciudad.

Aomine evitó mostrar expresión alguna o mirar a Kise cuando observó la fotografía, esa que él mismo había tomado dos años atrás cuando Kise y su hermana habían querido jugarle una broma en el estudio. Casi se le escapa una sonrisa al recordar al rubio intentando seducirlo vestido como una castaña de impresionantes ojos azules.

—¿La conoces, Aominecchi? —El moreno no supo si reírse o sorprenderse por el tono inocentón de su novio y asombrado por la frialdad y elaboración de su plan.

—Sí —admitió, regresándole la foto al detective. Kise estaba aturdido—. La vi hace años con Imayoshi. Mi abuela decía que era su desfogue del momento —mintió—. Si mal no recuerdo él iba a casarse con su asistente.

—Tiene sentido —concordó el detective después de un momento—; una amante despechada. Sin embargo, no es todo lo que encontramos. —El rubio se tensó pero lo disimuló sin dificultad—. Imayoshi-san estaba vigilándolos, hay pantallas en la mansión Harasawa que conectan con cámaras instaladas en su casa.

—Y… ¿Van a ver esos videos? —cuestionó Kise—. Es decir, hay… Bueno, es… Son cosas privadas.

Su súbito sonrojo logró cohibir al detective, quien después de titubear le aseguró al modelo que al no ser sospechosos podían quedarse con ellos. Aomine rodó los ojos; Kise y su innata facilidad para bajar la guardia de los demás y seducirlos de paso.

—Eso es todo. Lamento lo ocurrido y si encontramos algo más, se los haremos saber. —El pelirrojo detective se marchó y Kise, aprovechando la intimidad de la habitación, se permitió reír.

—¿Cómo…? —comenzó el moreno, dejándose besar por su novio. Éste le sonrió y se acercó a su oído para hablar a media voz para que sólo Aomine lo escuchara, aunque no había nadie más.

—Escuché a Imayoshi cuando te amenazó en casa —confesó—. No iba a permitir que te hiciera daño, Aominecchi. Pero no soy estúpido mostrarte apoyo lo habría puesto en alerta. Lo mejor era dejarlo creer que todo estaba saliendo como quería, así que aproveché la llamada de Ritsu-Nee para salir de casa. Tomé esa ridícula foto de tu cajón, las pastillas para dormir y el resto fue fingir bien.

»Admito que me dolió que me ocultaras cosas, pero no puedo culparte. Tampoco iba a abandonarte, así que disolví las pastillas en el té de mi hermana y mientras ella dormía yo me devanaba las neuronas buscando la manera de sacarnos de esto. Algo me decía que tú ibas a resolver todo a tiros y tenía que adelantarme.

»Cuando encontré un plan coherente me vestí lo más distinto a mí, guardé un par de cambios de ropa, incluida la estúpida peluca castaña y todo lo que creí necesario. Usé el ducto del drenaje para salir a un par de cuadras y créeme, fue repulsivo. Voy a cobrártelo de alguna manera —musitó juguetón—. Tardé un poco en hallar la procedencia de la comida para el banquete pero cuando lo hice me vestí de chica, le dije un par de palabras lindas al tipo del camión y el resto te lo contó el detective.

Aomine se tragó un jadeo, impresionado. Lo estrechó con fuerza sintiéndose estúpido, como el peor bastardo de la historia.

—Kise idiota, no tenías que hacer esto —dijo enojado, aunque no con el rubio, sino consigo mismo—. Yo te orillé a hacer esto. No debí…

—Fue mi decisión, Aominecchi —le interrumpió, colocando un dedo sobre sus labios—. Lo haría de nuevo —repitió las palabras que el moreno había dicho respecto a su venganza—. No importa si el mundo nos llama monstruos, te seguiré amando igual. —Sus orbes doradas lo miraron con intensidad.

Alguien una vez dijo que todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y el mal, por eso a Daiki no le sorprendió el brillo impasible –casi perturbador– en los irises ambarinos; sin importar qué, Kise lo amaba y él amaba a Kise. Pues así como el mar oculta su naturaleza indómita y destructiva tras una fachada de azulina calma, el Sol lo hace tras su radiante luz, embelesando al mundo y haciéndolo olvidar que una imperiosa marea o una potente llamarada podrían arrasarlo todo, sin contemplaciones ni remordimientos.

Aomine tomó el afilado mentón de Kise entre sus dedos y éste se humedeció los labios antes de sellar larga y cadenciosamente aquella siniestra complicidad. 

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Notas finales:

» “Todo lo que se hace por amor se hace más allá del bien y el mal” es una frase es del impresionante Friedrich Nietzsche.

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Siento que me quedó como teleserie, de esas bien dramáticas que ven las señoras a la hora de la comida xD

¿Saben, amado mundo? Me gustaría conocer su concepción de «monstruo». Yo aún pienso en Mike Wazowski xD Sé que son chicos tímidos pero platicar con “Sya la Loca” una vez al año no hace daño… creo~


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