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Not strong enough por chrome schiffer

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Notas del fanfic:

La canción que tomé prestada para éste OS es Not strong enough de Apocalyptica. No sé si el link sirva, pero igual lo pongo por si quieren escucharla :D

Link: https://www.youtube.com/watch?v=VZwLT1mYN9Y

Adv: Ligera relación amorosa hetero con Aomine.

Notas del capitulo:

No sé porque siempre que escribo un OS me queda tan largo, igual espero y puedan llegar a entretenerlos un poco nwn

Enamorarse es un estado emocional de alegría y felicidad que sentimos cuando nos encontramos fuertemente atraídos por otra persona, a la que idealizamos y le atribuimos toda una serie de cualidades que en la mayoría de los casos magnificamos. En cada persona el enamoramiento surge por causas diferentes y específicas. Vemos en esa persona a un ser encantador que nos cautiva por una serie de cualidades que nos gustan y nos atraen, su manera de ser, comportarse, moverse, belleza, inteligencia, etc. Incluso a veces no encontramos una causa objetiva y concreta que justifique los sentimientos que experimentamos.

 

Enamorarse es algo que puede llegar a pasarnos una o varias veces en la vida. Unos dicen que sólo se puede sentir aquello tan especial sólo por una persona y que si se siente enamoramiento por otra, lo que se sintió con la primera no fue enamoramiento de verdad. Se dice que cuando eso pasa es lo más bonito que se puede llegar a sentir, también se comenta que no hay nada que se le pueda comparar.

 

Se dicen tantas tonterías acerca de aquello, y la mayoría son buenas. Pero ¿alguna vez se piensa en las personas que no son correspondidas? ¿Se piensa en ese amor que es prohibido? ¿Se piensa en la edad? ¿En el género? No, la mayoría no piensan en esas cosas, sólo hasta que llega el momento en que el amor no resulta ser tan bonito ni tan idílico como todos afirman que es, y es allí donde aprenden a vivir con ese lado, con esa mierda que es en realidad estar enamorado de la persona incorrecta.

 

Eso le pasó a Aomine Daiki, un joven de veintiocho años, de piel morena y cuerpo atlético. Posee ojos y cabellos de un azul oscuro que le sientan demasiado bien. Es alto y a pesar de no tener la mejor personalidad del mundo, es alguien quien podría tener y de hecho, tiene a sus pies a más féminas de las que fantaseó alguna vez, y si se es sincero, también a uno que otro muchacho. Ser uno de los jugadores titulares en el equipo nacional de Japón, no lo hace alguien desconocido, la verdad y puede que algo de su popularidad sea consecuencia de ésta.

 

No se puede quejar de su vida. Vive en una casa en un lado bastante exclusivo a las afueras de Tokio, que ni de niño llegó a imaginarse; hace lo que quiere, lo que le gusta desde que es solamente un mocoso, donde descubrió que el baloncesto era lo que lo hacía sentir vivo, lo que le hace feliz. Además, le pagan por eso, le pagan muy bien si se es fiel a la verdad. Tiene una novia preciosa, de largo cabello negro, piel nívea, ojos verdes y un cuerpo con las medidas que a él le fascinaron desde el primer momento en que la vio. Los senos grandes es algo que siempre le ha gustado y bueno, Kana los tiene muy bien puestos.

 

Daiki~ ¿ya tienes todo listo? No quiero que mañana tengamos que estar corriendo para poder llegar al aeropuerto dice ella, acercándosele para envolver sus finos brazos en el cuello del más alto, mientras le mira con amor, un amor que Aomine ha aprendido a aceptar y a disfrutar a la larga, porque ese tipo de amor si es correcto.

 

Yo lo tengo todo listo desde hace tiempo, Kana. En dado caso, creo que eres tú a quien yo debería preguntar si ya tiene todo listocontraatacó él, enredando sus fuertes brazos en aquella cintura delgada, apegándola a su cuerpo y dispuesto a besarla.

 

Entonces merezco un premio, porque acabo de terminar todo. ¡Es la primera vez que visitaré a tus padres y estoy muy entusiasmada! afirmó, acortando la distancia entre sus labios para besar al que es su novio desde hace poco más de un año. Ella está enamorada de él, Aomine es todo lo que una vez deseó en un hombre, y aunque algunas veces siente que no es la única para aquel moreno, se conforma con saber que si hubo alguien antes, allí se quedó, atrás, en el pasado. Y es ella ahora el presente y el futuro.

 

Lo que Kana no sabe, es que ese viaje lo cambiaría todo y ya nada volvería a ser igual.

.

.

.

Temprano estuvieron al día siguiente en el aeropuerto, donde les esperaban varias horas de vuelo hacia el que fue el vecindario donde nació y creció. Estaban en vísperas de Navidad y Año Nuevo y por ende, en vacaciones; así que no era extraño el viajar libre de compromisos a visitar a la familia y pasar aquellas fechas con ella.

 

Tengo sueño… murmuró ella ya en el avión, teniendo entrelazado su brazo al del moreno basquetbolista a su lado. no me dejaste descansar anoche~ le reclamó, más dicho reclamo distaba mucho de serlo en realidad y de eso, Aomine se dio cuenta, por lo que sólo pudo emitir un bufido arrogante.

 

Pues anoche no te quejabas dijo sinceramente, pero con ese tono soberbio que le hizo a ella acordarse de la mencionada noche, no pudiendo refutar nada porque si, había sido una muy buena noche.

 

Cállate engreído, deberías dormir también un poco~ sugirió con una linda sonrisa, antes de darle un casto beso y volver a acomodarse para en efecto, poder dormir.

 

Ajá… fue su única respuesta, y pensando que de hecho era una buena idea, cerró sus ojos esperando dormir, esperando que en su sueño aquel rubio de ojos de miel, no se apareciera; algo difícil si se tenía en cuenta que se dirigía hacia él, después de cinco años de no verlo.

 

Ese día soleado Aomine se dirigía como era usual después de la escuela, hacia la cancha de básquet que había en el barrio. Allí se encontró con sus amigos, con quienes se la pasaba horas jugando aquello que simplemente le hacía hervir en adrenalina.

 

—¡Kagami!— llamó a su mejor amigo en medio del juego, el cual contaba con catorce años al igual que él, y sólo eso bastó para tener de nuevo el balón en sus manos y con un movimiento que para muchos de los chicos dentro de la cancha resultaba imposible, encestó obteniendo dos puntos más a la cuenta, dejando un faltante de otros dos puntos para ganar, otra vez.

 

El juego continuó su curso y en menos de cinco minutos, el moreno y los que ese día conformaron su equipo, celebraban su victoria; dejando por esos instantes de alegría, olvidado el esférico que tanto los entretenía.

 

—Muero de sed~— comentó en voz alta Kagami, quien obtuvo un golpe de camaradería en su brazo por parte del moreno.

 

—Ya, ya, pesados… ya les traemos sus bebidas, era el trato después de todo— balbuceó un chico de cabello gris con tono fastidiado. La próxima vez estaría en el equipo de ese par, así no tendría que pagar las bebidas al equipo contrario.

 

—¡Pero no se demoren!— gritó el peliazul, antes de soltar una carcajada al ver la mirada asesina del peligris. Pensó en que ya era suficiente de molestarlo, y se enfrascó en una conversación con el pelirrojo de extrañas cejas a su lado; hasta que escucharon una pelota rebotar y luego de eso, un llanto que obligó a los amigos a interrumpir su conversación y volver su vista a la que era su pelota de básquet rodando lejos de un mocoso rubio de al parecer cinco años, quien miraba la esfera alejarse con lágrimas en los ojos.

 

—Mami, mi balón. Se va mi balóoon…—chillaba, empezando a caminar hacia el esférico, más unas manos morenas lo tomaron antes, así que el pequeño estiró sus brazos para que le entregara lo que según él, le pertenecía.

 

—Esto no es tuyo, mocoso. Es mío— explicó Aomine, dispuesto a partir de allí pues la madre ya venía al rescate de su niño. Era la vecina de en frente, su vecina y el niño, pues su vecino también.

 

—No es cierto, yo lo encontré y por eso es mío— contradijo la “pulga”, agarrándolo con su manito de la bermuda negra que portaba ese día, obteniendo una ceja alzada de parte del más alto.

 

—¿Qué dices? No, no es tuya, ya te lo dije. Ahora suelta, suelta— no sabía cómo tratar con niños y desde luego no lo estaba haciendo bien al querer soltarse del agarre, pues ese rubito empezó a llamar a su mamá a todo pulmón, lo que ocasionó que más de un par de ojos se posara en ellos; unos con burla, sus amigos, por supuesto, y otros con desaprobación al pensar que estaba molestando al menor.

 

—Aomine-kun, lo lamento mucho si Ryouta te está molestando— se excusó la madre del menor, levantando a Kise en brazos.

 

—¡Nostoy molestando! ¡Él me quitó mi balón!— acusó, señalando al moreno con su pequeño dedo índice y con sus ojos dorados abnegados en lágrimas.

 

—Ryouta, amor… no es tu…

 

—Sí, si lo es señora. Toma mocoso— entregó el objeto de la discordia y la madre del pequeño le sonrió en agradecimiento por su buena acción, obteniendo una negativa desinteresada del adolecente. —Pero no lo vuelvas a perder bicho, ¿está bien?— dijo, removiendo esos suaves cabellos rubios, antes de despedirse de la mujer y darse la vuelta para alejarse.

 

—No lo halé— sonrió enorme, antes de fruncir sus pequeñas cejas. —y no soy bicho— si tuviera las manos desocupadas, seguramente estaría cruzándose de brazos en plan rabieta. Pero por el momento su balón era lo que llamaba su atención y con la risa en su mente de aquel muchacho que le había hecho un regalo, regresó junto a su madre a casa, feliz.

 

Daiki~, cariño ya llegamos su sueño, que más era un recuerdo de la primera vez que tuvo contacto con aquel niño rubio, se vio interrumpido por la voz de su novia, anunciándole que en efecto, ya estaban en el aeropuerto, donde seguramente al bajar del avión, se encontraría con sus padres esperándole; después de todo en eso habían quedado.

 

Trató de despejar su mente, así que se puso de pie para bajar del avión y después de haber retirado su equipaje, fueron a la camioneta de sus padres, quien por supuesto no pudieron evitar el hacerlo pasar vergüenza frente a la cantidad de gente en el lugar. Los arrumacos, abrazos y mierdas de esas no eran lo suyo, pero… llevaba cinco años sin verlos y sólo por eso, únicamente por esa razón, se los permitió.

 

Saludaron a Kana igual de amistosos y se deshicieron en halagos, algo que no estaba del todo fuera de lugar, al ser la primera vez que la veían en vivo y en directo. Su noviazgo empezó cuando él ya estaba lejos de allí.

 

El camino al que fue su hogar de infancia y de adolescencia se le hizo tan largo, pero al momento de estacionar al frente de aquella casa con el todavía hermoso jardín de antaño, pensó que no, que el camino fue terriblemente corto. Estaba ansioso, pero con cierto reparo al mismo tiempo. Quería volver a verlo, a ese niño que ahora tenía ya diecisiete años, que sería ya todo un hombrecito y que seguramente seguiría tan lindo como en sus recuerdos. Pero al mismo tiempo, temía que todo ese tiempo alejado de él,  no hubiera servido de nada; esa fue la razón de alejarse, de poner distancia, olvidar lo que estaba mal.

 

Bajó de la camioneta y tomó la mano de Kana. La llevó dentro de su hogar y obligó a sus ojos a permanecer mirando al frente en vez de desviarse y mirar a aquella casa de enfrente, donde ahora que lo pensaba, no sabía siquiera si aquel seguía viviendo allí. Fue un pensamiento que se cruzó por su mente sin más, pero que lo llenó de nuevas incertidumbres y preocupaciones, en vez de alegrarlo, de tranquilizarlo; porque si él ya no vivía allí, era lo mejor que podría pasar. No tendría que verlo otra vez, no tendría que obligarse a sentir lo que sabía bien, todavía sentía.

 

Por suerte, ese día no salió de su casa para absolutamente nada. Sus padres les tenían una cena de bienvenida y después de ésta, se quedaron conversando largamente, aunque claro, no es como si él fuera lo más conversador del mundo, así que los que hablaban eran los demás, él los complacía con su sola presencia.

.

.

Dos días pasaron desde su llegada y pensaba en ir a la cancha de siempre, ya había preguntado a su madre si aún estaba allí, obteniendo una respuesta afirmativa. Pero unos golpes en la puerta y esa voz que no escuchaba en vivo y en directo desde hace años, lo hicieron caminar a la entrada y crear en sus labios una sonrisa sincera, seguida de un fuerte abrazo con palmadas en la espalda y todo.

 

¡Hasta que te dignaste a volver, Ahomine! reprendió aquel pelirrojo en tono alegre, feliz de ver a su mejor amigo medio después de tanto tiempo a menos de un metro de distancia, y sin una pantalla de por; las video llamadas no eran lo mismo que tenerlo allí en carne y hueso.

 

Ya sé que me extrañaste, idiota, pero disimula un poco ¿no?soltó prepotente antes de reír sin discreción alguna, pero sabiendo bien que Kagami no había sido el único en extrañarlo; él mismo también extrañó muchísimo a su mejor amigo.

 

No seas idiota, mejor presenta Aomine dejó de reír para mirar hacia atrás donde su novia sonreía al ver a aquel pelirrojo que sabía, era el mejor amigo de su pareja; a quien por cierto, también conocía por medio de una pantalla de computadora.

 

La presentación fue cordial, y no hubo mucho que  decir, Kagami estaba bien enterado de todo y a pesar de que Kana no parecía una mala mujer, él sabía que ella no era la felicidad de su estúpido amigo.

 

Al final, decidieron salir un rato para jugar una vez más aquello que de niños los unió. Se despidió con un beso de su novia y Kagami con un movimiento de mano también se despidió, llegando en medio de bromas y conversaciones estúpidas a pesar de los años que ya tenían, a esa cancha que tenía ya ocupantes.

 

Fue ahí donde Aomine le vio, no pasaron ni cinco segundos para que esa cabellera rubia que corría botando el balón una y otra vez contra el pavimento, llenara sus ojos y le hiciera vibrar el cuerpo con tanta violencia que pensó se caería al suelo de la impresión. Porque no, Kise Ryouta no era el niño lindo que había dejado hace cinco años cuando se fue, fue estúpido de su parte pensar que aquel seguiría siéndolo, que siempre sería un niño; fue un gran error pensar que con el pasar de los años aquel se iba a quedar con esa belleza infantil que le hizo replantearse tantas cosas en el pasado, un pasado que ahora lo golpeaba con contundencia y sin consideración.

 

Eres un maldito declaró, sin poder apartar la sonrisa de sus labios y la vista de ese joven que aún no reparaba en su presencia.

 

No sé de qué hablas, yo solo te traje a jugar, como en los viejos tiempos, ya sabes contestó el pelirrojo, sin poder ocultar en el brillo de sus ojos que en efecto, sabía que Kise estaría ahí.

 

Está…

 

Si cortó como si supiera lo que el peliazul iba a decir, y de hecho, podría alardear de saberlo, aunque no encontraba en su cabeza la palabra correcta. y ya no es un niño añadió, haciendo que Aomine suspirara, cayendo al fin en lo que aquel pretendía.

 

Lo sé, me doy cuenta concedió sin dejar de observarlo. pero no es tan fácil, ni siquiera sé si algo ha cambiado, si lo que decía sentir hace años, sigue ahí murmuró, siendo sacado por completo de su ensoñación por la carcajada a su lado.

 

¿Y el maldito soy yo? Kagami no podía parar de reír, tanto que tuvo que sostener su vientre doblándose ligeramente, lo que sin duda provocó en el moreno un ceño fruncido y que lo tomara del pecho de la camiseta que llevaba.

 

¿Y tú de qué carajos te ríes, idiota? alzó la voz, mostrando algo de irritación, más no enojo.

 

Eres un imbécil afirmó, cesando su risa y retirando la mano de su pecho, agregó: te preocupa que él ya no te quiera, en vez de importarte lo que pueda llegar a pensar la chica que está ahora en tu casa sobre el hecho de que su novio está enamorado, y no precisamente de ella eso… Kagami tenía un punto en eso, y lo peor de todo es que no le gustaba tanto que aquel le recordara que en efecto, seguía igual de equivocado como hace años; no más ver a Kise, se lo confirmó. Aomine simplemente sonrió y pasó su mano por su rostro, pensando en que de verdad algo estaba mal con él. Kagami tenía toda la razón, y saber eso sólo le hacía sentir en verdad un imbécil, aunque no lo iba a aceptar así no más, menos en voz alta.

 

Cállate y vamos a ju…

 

Aominecchi… y así, después de años volvió a escucharlo. Así, después de años volvió a tenerlo en frente, a ese joven que era tan sólo unos diez centímetros más bajo que él, que ahora podía alardear de tener un delgado, pero muy bien formado cuerpo, lo que dejaba claro que hacía ejercicio. Kise era un chico, sí, pero a pesar de eso tenía una belleza que cualquier mujer le envidiaría, y como si eso fuera poco, tenía la sonrisa más brillante que hubiera visto en su vida. Notó que además de los evidentes cambios en su cuerpo, estaba eso que le hizo saber que sus preocupaciones de hace sólo minutos, eran sin fundamento; porque si, Kise lo veía con madurez, una madurez que no parecía acorde a la edad que tenía, y que le decía que no, que el haberse ido no había cambiado nada, absolutamente nada, y que… no podía escapar de él.

 

Aunque no era algo que no supiera.

 

—Cuanto tiempo, mocoso…— mucho, mucho tiempo.

 

Aomine no está muy seguro porqué a la señora Kise se le ocurrió que él podía llegar a ser alguien confiable y sobre todo, capacitado para cuidar a un niño de cinco años; seguro su buena obra al haberle regalado su balón de baloncesto la hubo impresionado, no encontraba otra razón. Pero ahí estaba, dentro de esa casa a la cual entraba por primera vez -y sospechaba no sería la última- como niñero del bicho amarillo y llorón. Si bien no era lo que quisiera estar haciendo en ese día -ni en ningún otro- no era tan pesimista, la mujer no se demoraría mucho y por el tiempo que permanecería allí, le pagarían. Entonces no, no todo era malo.

 

El pequeño Kise no era contrario a lo que pensó, un mocoso molesto. Era más bien bastante activo y seguía instrucciones, en pocas palabras, hacía caso y eso el moreno adolescente lo agradecía muchísimo, su paciencia no era algo de lo que pudiera presumir con orgullo. Ese primer día como niñero pasó sin mayor contratiempo, más que un par de veces cuando el pequeño Kise le pedía jugar con él, cosa que no hizo y por lo que se ganó más de un par de “pucheros” que por suerte, no pasaron a chillidos. Al final del día y cuando la señora Kise llegó junto a su marido, se encontraron con el moreno dormido en el sofá de la sala y con su pequeño sentadito a su lado, recostado sobre el costado derecho del cuerpo del adolescente, mientras en frente la pantalla del televisor mostraba caricaturas. Si, en algún momento Aomine tuvo que cambiar el canal de deportes por los muñecos animados y como extra, se había ganado a un pequeño acompañante en el gran sofá.

 

Un año pasó y lo que comenzó como un favor pago, se convirtió en algo que hacía porque le gustaba cuidar al mocoso rubio. Con el tiempo fue imposible para él no cogerle cariño, y es que, el pequeño Kise era un remolino, era energía andante y eso lo comprobó solo a los pocos días de esa primera vez, en donde seguro no alcanzó a visualizar la energía que a ese pequeño cuerpo le cabía.

 

En ese año llegó a convertirse en algo así como en un ídolo para su pequeña responsabilidad, y era agradable ver la admiración con la que la pulga lo miraba cada vez que iban a la cancha, porque Kise no se cansaba de pedirle una y otra vez que lo enseñara a jugar baloncesto. Y bueno, tener un aprendiz era algo que le gustó, a pesar de ser éste apenas un niño de seis años de edad, que se frustraba porque la fuerza de sus brazos no podían lograr que el pesado balón entrara por el aro y anotar un punto siquiera.

 

Kise, andando. Estás muy lento hoyespetó el más alto aquel nuevo día, mientras caminaban hacia la cancha.

 

—Pero, pero, Aominecchi~ ¿Qué es eso? ¿Es para mí? ¿Es un regalo para mí?— el pequeño de seis años revoloteaba alrededor del moreno de ahora 15 años, intentando sacar una afirmación a sus preguntas; y bueno, no es como si el “regalo” fuera muy difícil de identificar. Vamos que una pelota envuelta en papel de regalo no podría pasar por un bate ¿no?

 

La respuesta a las preguntas del rubio, quien por cierto se estaba ya frustrando al no recibir ni una palabra de su amigo, llegó al ellos arribar a la cancha. En efecto se trataba de un balón, uno de básquet, o bueno, por uno podría pasar si el dichoso balón no fuera de plástico, de esos que no pesan nada.

 

—¡Wow! ¡Un balón, un balón!— gritaba con alegría el pequeño rubio, a la vez que saltaba como canguro con su regalo entre las manos. Mas se acordó de algo importante y con mucho cuidado, dejó su balón en el suelo y se abrazó a las piernas del más alto. —gracias, Aominecchi. Lo cuidaré tanto como el otro que me regalaste— afirmó el pequeño con una sonrisa que al moreno le hizo sentir extraño, Kise tenía una sonrisa muy linda, muy linda.

 

—Más te vale, enano— contestó aun con ese pensamiento en su cabeza, mientras veía como de inmediato el rubio empezó a hacer rebotar la pelota contra el suelo alardeándole a un sonriente pelirrojo su nueva adquisición; y notando que era mucho más ligero y que saltaba mucho más alto cuando lo hacía rebotar una y otra vez.

 

Ese día Kise encestó su primer punto y no podía de la felicidad, tanto así que fue un verdadero reto para Aomine sacarlo de la cancha para marcharse a casa. Tuvo que prometer que irían al día siguiente y al siguiente a jugar, algo que no era difícil de cumplir, puesto que eso hacían casi siempre que lo cuidaba, a menos claro que lloviera, en ese caso tenían que quedarse en casa.

 

Su rutina había cambiado y a pesar de que salía con Kagami y sus demás amigos, con Kise pasaba buen tiempo y el estar ahora con el pequeño sentado sobre sus piernas, saltando feliz al ver que el equipo al que apoyaba había encestado un triple, no era muy raro. Lo raro era que el movimiento sobre si causaba reacciones en su anatomía y como veces anteriores que eso había pasado, se dijo que era un adolescente con las hormonas alborotadas y un estímulo en su entrepierna no importando si es un niño saltando sobre ella, lo haría despertarse sí o sí. Por lo mismo y porque no quería que el pequeño sintiera lo que pasaba bajo su pantalón, lo tomó de la cintura y lo bajó de sí, pidiéndole que no lo hiciera; aunque claro, Kise no atiende a razones y en menos de lo que se demoró él en bajarlo de su regazo, el niño ya estaba sobre sí de nuevo con el mismo plan de cogerlo de trampolín.

 

—¡Que te bajes, joder!— esa era la quinta vez que lo bajaba y esa vez, con una casi completa erección, su malestar fue mayor y allí el niño lo entendió al fin. Pero se dio cuenta que los ojos dorados se habían llenado de agua y se sintió mal por haberlo gritado de esa manera, ¡pero es que ya se lo había dicho muchas veces! Sin embargo, no era excusa. —ya enano, lamento haberte gritado— se excusó, recostándose en el espaldar del sofá, mientras cerraba sus ojos y respiraba hondamente para tranquilizarse allá abajo.

 

Pero sin esperarlo y cogiéndolo totalmente desprevenido, unos pequeños labios tocaron los suyos y mierda, seguro el terciopelo se sentía así contra la piel. No reaccionó en un primer momento, y por lo mismo, más besitos eran presionados contra sus labios, y sintiendo ésta vez humedad por las lágrimas del menor, tomó a Kise de los brazos y lo separó sin brusquedad; solo poniendo distancia.

 

—¿Qué crees que haces?

 

—Aominecchi está enojado y… y cuando mami está enojada… cuando está enojada con papá, él la besa y se le pasa…— lograba decir el menor entre sollozos, con lágrimas de verdadero dolor que bajaban por su suave piel blanca. —no te enojes con Ryoutacchi… no vuelvo a subirme en ti pero…— el rubio no pudo seguir hablando porque el llanto se había apoderado completamente de él y articular palabra alguna era imposible.

 

—Kise no… joder, no llores. Lo siento, no estoy enojado así que ya no llores— sus fuertes brazos envolvieron el cuerpo que se sacudía ante los espasmos del llanto desconsolado. Lo apretó fuerte y sintió que su corazón se partía al ver al siempre sonriente rubio llorar de esa manera, por su culpa. Era un imbécil por enojarse con él por algo que no había sido adrede, fue el hecho de haberse empalmado de esa manera lo que le hizo gritarlo.

 

Aquella vez Aomine logró calmar al pequeño Kise, pero tan ocupado en tratar de cesar su llanto, no le explicó algo que de hecho era importante y que dos días después si tuvo que hacer, cuando al estar quedándose dormido en la cama del pequeño, ya que los señores Kise no estarían en la noche y él había quedado encargado de permanecer al cuidado; esa boca pequeña volvía a juntarse con la suya para darle las “buenas noches”.

 

Explicó lo pertinente y satisfecho porque el menor parecía haber entendido, no tocó el tema de nuevo. Pero Kise siempre se las arreglaba para robarle besos inocentes, dignos de un niño de su edad y por más que le decía que no estaba bien, aquel pequeño no entendía a razones y eso se volvió en algo que al final, no detuvo porque se sentía bien, esos suaves labios pequeños se sentían muy bien sobre los suyos y le gustaba.

 

Los años pasaron y Aomine estaba enojado, estaba frustrado porque ahora con veinte años, el asunto de los besos con Kise se estaba saliendo de control. En un momento dado a los dieciocho años cuando el rubio lo vio besarse con su novia, se había enojado y reclamó uno de esos besos, no uno como los que se daban siempre. Pudo evitar más de una vez que Kise le besara como pretendía, ganándose con eso no un berrinche, porque el rubio ya tenía once años, ya era grande, pero en cambio, insistía en que iba a decirle a su madre que se besaban, algo que le traería problemas, problemas que le daba flojera enfrentar. Entonces, un día cualquiera, después de años de no tener a Kise sobre su regazo, el menor lo asaltó y él no lo detuvo como veces anteriores, el menor actuó y se colocó a horcadas sobre él, besándolo al instante, buscando que su ídolo le besara como lo hizo con esa chica que a sus dorados ojos, no se merecía al mayor porque seguramente ella no lo quería tanto como él sí lo quería.

 

En un inicio Aomine trató de alejarlo, sobre todo porque su boca estaba siendo llenada de saliva por doquier, algo que no era raro si se tomaba la obvia inexperiencia del rubio. Pero como en aquella vez hace años, Kise por inercia movía las caderas sobre su ingle y simplemente no pudo evitar colocar sus manos en las mismas casi abarcando con sus grandes manos los glúteos del más pequeño y sin más… moverlo. Friccionaba aquel cuerpo a gusto contra su entrepierna buscando su propio placer, evocando uno de los muchos sueños que ha tenido con el cuerpo del menor, al tiempo que su boca empezaba a besarlo como el menor quería y le había exigido que lo hiciera. Colando su lengua en la aún, pequeña boca y saboreándola por la que esperaba no fuera la primera vez. Sus propias caderas también se habían empezado a mover por la necesidad inminente de embestir, sus manos se aferraron más a las caderas pequeñas y gruñó frustrado cuando un quejido seguido de un ataque de tos había invadido al menor.

 

En ese momento se dio cuenta que estaba fuera de sí y cayó al fin en el error tan descomunal que había cometido. Se cegó ante sus bajos instintos y como si el cuerpo de Kise quemara, lo alejó de sí poniéndose de pie con muchas más preocupaciones que la dolorosa erección que tenía entre las piernas.

 

—Aominecchi yo…— Kise apenas se estaba recuperando de la tos y le miraba con ojos suplicantes. —yo lo siento pero ya estoy bien y podemos otra v…

 

—No— lo cortó de inmediato, mientras caminaba hacia la puerta buscando alejarse de lo que desde hace un par de años desea. —Kise esto está mal, ya te dije porque no nos podemos besar hace mucho y…

 

—Y aun así me lo permites— contraatacó el menor. —¿por qué es diferente ahora? son besos igual, con la lengua pero besos al fin y al cabo ¿no?— el rubio en verdad lo entendía o creía entenderlo, no era tonto y tener acceso a internet en casa ayudaba mucho. Pero a pesar de todo no podía ver lo tan malo que era, es decir, él quería a Aomine y éste lo quería a él, no tenía duda de eso, entonces ¿por qué?

 

—Bien, mi culpa— aceptó el más alto. —pero eso no pasará ya más, Kise. Eres… eres un mocoso ¡mierda!— todo estaba tan jodidamente mal que lo único que atinó a hacer fue percatarse que el rubio estaba bien, para segundos después irse de allí y no volver a esa casa. Kise ya era grande y no necesitaba de alguien que lo cuidara, así que el tiempo pasó y a pesar de la insistencia del menor, ya no se veían, hasta el día en que Aomine se fue de la región, donde nunca, jamás en la vida se podrá olvidar de la expresión desolada y las palabras de ese rubio de doce años.

 

—Estas confundido, Kise. Tú me quieres pero no como crees.

 

—Yo sé cómo te quiero, Aominecchi. Yo te quiero como se quieren las personas adultas…

 

­—Kise…

 

—¿Acaso es que tú me odias por quererte?

 

Aomine no quiso quedarse a escuchar más porque lo que hacía lo hacía por el bien de ambos, a pesar de que si, por muy mal que estuviera y por muy aberrante que fuera el solo pensarlo, él si quería al rubio como los adultos, él amaba a Kise.

 

Al fin sentía que tenía algo de fuerza, la suficiente para alejarse.

 

Kise sabía que alguna vez lo volvería a ver, lo sabía muy bien. Sabía que algún día lo vería de nuevo y sabía también que sentiría al fin alivio, pues todo ese tiempo aun siendo niño, sentía morir porque aquel no estaba. Sin embargo, no estaba preparado para que su pecho comenzara a palpitar como lo hace ahora, y menos esperaba que su cuerpo le traicionara empezando a temblar. Han pasado largos años queriendo, deseando verlo de nuevo y ahora que está en frente, no puede contener su alegría, no puede evitar sonreír como lo hace, no puede apartar su vista de aquel que en esos cinco años no es que haya cambiado mucho, pero lo poco que ha cambiado, lo nota… aunque claro, no es como si cada vez que transmiten un partido del Equipo Nacional de Japón él no estuviera ahí frente al televisor observándolo y maravillándose con lo excelente jugador que es y claro, por lo tan malditamente sexy que se ve con su cuerpo perlado en sudor y ese rostro serio que le pone, le pone mucho; aunque no tanto como su sonrisa, esa maldita sonrisa altanera que ahora mismo le está dedicando.

 

Pero si bien Kise piensa que Aomine ha cambiado, desea que el cambio más grande sea ese que en el pasado no le permitió quedarse con él. Espera y hará lo que sea necesario para hacerle ver que ahora las cosas podían ser diferentes, que lo había esperado aun en su inmadurez, entendiendo o esperando que la razón de su partida hubiera sido algo tan básico para cualquier ser humano como el miedo. Rogaba que hubiera sido eso y no que en efecto, el moreno no lo quisiera como se quieren los adultos. Sabe que tiene novia, lo ha visto en la televisión y admite que le hierve la sangre, pero aspira a que logrará hacerla a un lado; si, es egoísta pero su amor es así y no le parece malo o incorrecto. Tiene claro lo que siente y lo que quiere, y sólo espera por una señal que le diga que puede actuar, que puede botarse al agua y no ahogarse; mas piensa que esa señal no es tan necesaria, él se botaría sin pensarlo igual. Si Aomine es quien piensa en lo correcto por ser el adulto, pues bien, él será quien actúe, como el adolescente impulsivo que es.

 

—Bueno, vinimos a jugar, Ahomine. ¡Así que andando!— Kagami se dio cuenta del ambiente que se creó, y por un momento pensó en golpear a su peliazul amigo, se le notaba en toda la cara que no había olvidado a Kise. Es más, podría hasta afirmar que en su interior, viendo a ese rubio ya hecho prácticamente un hombre, las cadenas que lo tenían alejado del menor, se estaban haciendo débiles e intuyó que en cuando éstas se rompieran al fin, Aomine no se contendría y atacaría, reclamaría a quien siempre quiso, a quien siempre estuvo ahí, dispuesto para él.

 

—¿Podemos unirnos, Kagamicchi? Somos dos también, así que un dos contra dos estaría bien, ¿les parece?— su cuestionamiento fue hecho a ambos mayores, pero sus dorados ojos estaban enfocados solo en el moreno y éste vio en ellos decisión, algo que le hizo reír desconcertando un poco a ambos hombres a su lado.

 

—Maldita sea, Kise. Aquí el adulto soy yo y no es posible que me hagas sentir como un cobarde— ese pensamiento a pesar de estar riendo, no le parecía tan gracioso en realidad. Como bien pensó, él era un adulto y no era tan sencillo el iniciar algo, ese algo que siempre quiso; tenía una pareja y eso no se le olvidaba. Más estaba casi seguro que en el momento en el que se dejara llevar por alguna situación junto al rubio, todo el jodido mundo desaparecería a su alrededor y… ¡la espera ha sido muy larga, carajo! ¡Simplemente no es tan fuerte para alejarse! No otra vez…

 

Así pues, esa tarde jugaron dejándose llevar por la adrenalina que les causaba el jugar ese deporte que tanto les gustaba; Kise y los demás dándose cuenta del por qué Aomine era un titular de su equipo de baloncesto; era demasiado bueno, asombroso. Pero el moreno también se dio cuenta que ese rubio consentido de hace años, tenía un talento natural que lo dejó sorprendido; suerte que le llevaba algunos años de experiencia, que si no, seguro lo superaría. Nah, eso no pasaría nunca.

 

Se despidieron sin ningún contacto, ya bastante contacto habían tenido dentro de la cancha y para el más alto era suficiente; no así para Kise, pues sin esperarlo siquiera, unos brazos níveos que tenían la suficiente musculatura como para apresarle del cuello como lo hacían, lo retuvieron en su lugar sin dejarlo mover una pulgada. Estaban tan pegados que sus ropas parecían no estar ahí en medio, y lo que esa inminente cercanía provocó en ambos fue demasiado, fue suficiente como para ocasionar que Aomine levantara sus brazos dispuestos a apresar la cintura de Kise; algo que no hizo al final, porque era el adulto, porque había tomado todo de si alejarse antes.

 

Te extrañé mucho, Aominecchi, y… te he esperado, ya no me hagas esperar más…

 

Y me mata cuando estas lejos,
me quiero ir y me quiero quedar,
estoy tan confundido y es tan difícil elegir

entre el placer y el dolor.

 

 

Sus ojos se conectaron al separarse, y aunque Kise supo que su abrazo no fue correspondido, no le importó. No era algo que no se esperara, pero la mirada que esos ojos zafiro le devolvían, lo hizo sonreír porque pensó que ahí, estaba su señal.  

 

¿Te has dado cuenta de cómo me miras, Aominecchi? Gracias por amarme todavía, esta vez todo será diferente, lo será…

 

No hubo más palabras, cada uno emprendió su camino y la mente del moreno estuvo en conflicto durante esa noche, y por lo que casi se convertía ya en un mes; un larguísimo mes donde los juegos de uno a uno se habían hecho una rutina de todos los días. Kise nunca le ha ganado y sabe que pasará un largo tiempo para que algo como eso llegue a ocurrir, pero no es algo que tenga relevancia. Ama cada segundo que pasa en esa cancha, no solo porque está jugando con Aomine, sino por el básquet en sí, el deporte al que ama con el alma y al que agradece el haber conocido al hombre que desde niño le robó más que su admiración.

 

Se despiden como todos los días, con un movimiento de mano y unas cuantas palabras que dejan en claro que el día siguiente se volverán a encontrar para jugar, para sentirse, para transmitir con sus ojos lo que su ser siente y que a cada segundo juntos, incrementa.

 

—Creo que debemos hablar, Daiki— acaba de llegar a casa y su novia no se ve feliz ese día, auqnue no la culpa. No le ha prestado la atención que requiere, la que se merece por estar encandilado con un mocoso que le provoca de todo.

 

—Deja me ducho y estoy contigo— dice, pasando por su lado y pensando mientras está bajo el agua fría que le baña, si es correcto el terminar. Ella no se lo merece porque ha sido una buena mujer y la quiere, eso no lo puede negar; pero entiende bien que tan solo quererla no es lo que ella quiere, lo que ella necesita.

 

Un mes es poco tiempo, pero el problema es que no ha sido solo un mes el que él ha estado con ese sentimiento que le dice que está equivocado y que si quiere en realidad ser feliz, no es con ella con la que debería estar. Sabe que es lo que está bien y lo que está mal, pero a pesar de eso, no logra conseguir olvidar. Lo ha intentado y creía antes de volver que lo estaba apenas logrando, pero vaya mentira más absurda. Kise no ha intentado nada, no ha vuelto a decir cosas como las que le dijo el primer día en que se vieron, pero si es sincero, no necesita que las diga, no con su voz por lo menos; ya dice suficiente con sus expresiones, con su cuerpo. Todo Kise grita por aceptación, grita una verdad que cada día se le hace más pesada.

 

Al final después de su ducha, la conversación con Kana va tranquila, sin gritos porque no son necesarios; son adultos y como tal han de comportarse. Aomine no pretende dar por terminada una relación estable que no le llena, pero que le satisface, sin embargo. Cree que lo ideal es disculparse porque en poco tiempo partirá de nuevo y tendrá que vivir de nuevo sin el rubio, tal como lo ha estado haciendo desde hace cinco años atrás, con ayuda de la mujer a su lado.

 

Kana no le dice nada, sabe que algo no está bien con su pareja. Más que su pareja es su amiga e intuye que algo, que alguien lo tiene así; y en su interior, llámese intuición femenina o lo que sea, sabe que es inútil luchar contra ese alguien, quien quiera que sea. Se besan suavemente quedando bien; no obstante, acepta que es cuestión de tiempo para que todo termine y desde ya se hace a la idea. Dolerá, pero lo superará porque no es una mujer para nada débil.

.

.

Ese día, salen de casa de los Aomine dispuestos a dar un paseo, es quince de Enero y la pelinegra quiere salir en plan cita. El moreno no se niega porque en el fondo siente que se lo debe y por ello acepta; decidiendo ir al cine y después a comer algo, ya luego tal vez vayan a algún bar para terminar el día.

 

 El día pasa sin ningún contratiempo, se divierte con ella y olvida por un momento que su ser palpita por ver al rubio, casi es un día en que no lo ha visto, un día en el que ha estado alejado. En la noche como había pensado, llegan a un lugar de ambiente donde piensan bailar un rato y beber algo de alcohol. Aomine es un deportista y no debería beber, en navidad y año nuevo lo hizo, pero porque son excepciones y bueno, ese día puede ser también una de ellas.

 

A pesar de no beber no es fácil embriagarse, por lo que ya siendo pasada la media  noche, se siente bastante bien y animado. Ha bailado y la ha pasado bien, después de todo es joven y ella todavía más. Siente que ha sido un buen día y está satisfecho con ello, hasta que claro, ve esa cabellera rubia bailar en medio de las personas que hay en la pista y el pensamiento en el que su día terminaría bien, se acaba de ir al carajo.

 

Kise baila con ese chico con el que tontea desde hace un tiempo. Ama a Aomine, pero eso no quiere decir que se prive de las necesidades básicas que su cuerpo de hombre adolescente le pide. Es apuesto, es bello y lo sabe, por eso nunca falta chica o chico que quiera algo con él, y aunque con Haizaki, con quien ha durado más que con otros ha llegado más lejos en cuanto a contacto íntimo, no ha llegado a tener relaciones sexuales todavía y lo tiene claro, no las tendrá.

 

Ha estado persiguiendo a la pareja feliz todo el día, arrastrando claro al peliplatino que baila muy pegado ahora con él. Pero es que últimamente se ha sentido inseguro, ver que el moreno permanece a su lado y no muestra indicio alguno de querer empezar con algo, rayos, lo que sea; le tiene dudoso, indeciso. Quizá y ha estado equivocado todo el tiempo y simplemente creyó ver en el mayor lo que quería ver, quizá se cegó y el ansia por sentirse correspondido ahora que había vuelto le habían nublado la mente haciéndolo ver lo que no era. Pero…

 

Me miras a los ojos,

Me despejas de mi orgullo

y mi alma se rinde,

Y haces que mi corazón se arrodille

 

Piensa en algún momento de la noche ir e invitarle una copa, aunque lo que en verdad quisiera es bailar con él en la pista, sentir su cuerpo moverse junto al propio y perderse en los ojos y movimientos del otro; pero está con ella y no es conveniente. Está enojado, está supremamente celoso y cree que podría llegar a cometer alguna locura. Pero a pesar de haber dicho antes que seguiría sus instintos impulsivos, ahora no está tan seguro. Teme un rechazo, en verdad lo teme porque ahora no es un niño y su depresión no va a durar tan solo unos meses, esta vez podría ser la segunda vez que le rompen el corazón y no sabe si es lo suficientemente fuerte como para ponerle otro parche esperando que su ser no sucumba y se rompa al fin.

 

La copa es solo la excusa para poder hablarle, aunque sea para que le pregunte de dónde sacó el dinero para pagar o que por qué esta allí si es todavía menor de edad, quizá que le riña por estar bebiendo o que tal vez… le pregunte por qué está con aquel otro chico si a quien dice amar es a él…

 

—Vamos que ver un poco de celos sería bueno…— murmura, sin percatarse que su pareja de baile se acercó para darle un beso, uno que corresponde porque no es algo raro, no es algo que no haga usualmente. En primera instancia corresponde porque Haizaki lo toma por sorpresa al estar él ensimismado con pensamientos sobre el moreno, mismo que ahora que es consciente, desea le esté mirando para ver algo, alguna reacción, lo que sea, así sea desinterés; al menos así sabría que en verdad ha estado esperando por  nada todo este tiempo.

 

Pero espera y espera y nada pasa, y casi siente ganas de llorar; porque en medio del beso ha abierto los ojos y se ha dado cuenta que Aomine si los estaba mirando. Todo queda claro para él en ese instante y cuando la canción termina le pide al otro que se vayan, argumentando que está cansado, algo que no es del todo mentira, estar tras los pasos de la pareja todo el día sin que Shougo se diera cuenta había sido algo complicado.

 

Esa madrugada llega a su casa y llora, llora tanto que recuerda como hace años también lloró con la misma desesperación y con el mismo desconsuelo, aunque esta vez es ligeramente diferente, porque ahora sabe que no hay esperanza y que todo está perdido. No se confesó pero no hizo falta, al final fue lo mejor… o tal vez no. Quizá cuando ese cretino lo hubiera rechazado, él hubiera podido haberlo golpeado por haberlo hecho esperar, aunque de hecho quien esperó por propia cuenta fue él mismo… No importa, darle un golpe a esa atractiva cara sería un pequeño y casi insulso alivio para su ser que llora.

 

Pasan un par de días donde su ánimo no mejora, y no sale de su habitación como todo buen adolescente en pleno berrinche por tener el corazón roto. El tercer día tampoco piensa salir y se lo dice a su madre quien al otro lado de la puerta le insiste en que alguien ha venido a verlo y que salga para que lo atienda. ¿Qué lo atienda? ¡Si estaba casi anocheciendo! rodó los ojos y se encogió más sobre sí.

 

—Dile a Haizaki que estoy muerto y que se vaya— está bien, eso no fue lo más inteligente que pudo decir y seguro su madre se asustó un poco al pensar quizá que esa frase no es tan al azar como la dijo. Pero sinceramente no tiene ganas de levantarse y decirle que nunca por muy mal que la esté pasando, sería capaz de quitarse la vida, es tonto, pero no tanto.

 

—Pero no es…— ella no termina de hablar porque alguien se lo impide, siendo su puerta abierta desde fuera al segundo siguiente y aquella voz resuena en medio del desorden que en sólo tres días se ha convertido su habitación.

 

—Quiero que te levantes, te bañes y te alistes porque vamos a salir, mocoso. Tienes quince minutos— no dijo nada más, no permaneció por más tiempo en su cuarto, simplemente salió dejándolo con una negativa en la boca, pero con su corazón latiendo a mil por hora y su cuerpo temblando sobre la cama.

 

Estaba confundido y mucho, pero su cuerpo pareció conectar más rápido que su cerebro y cuando se dio cuenta, estaba ya duchándose y al instante siguiente, vistiéndose y haciendo lo mejor posible porque su rostro no se mostrara tan horrible como estaba. A ver que haber estado llorando por casi tres días iba a dejar huello ¿no?

 

—Lo traeré a tiempo— decía el más alto a su madre cuando llegó a la sala, vistiendo un atuendo que lo hacía ver realmente bien pero que con las ojeras en su rostro y su expresión entre triste y enojada, no es que ayudara a complementar su linda ropa.

 

Aomine estaba tan atractivo como siempre, no, se atrevía a decir que tal vez estaba más arreglado y más sexy que antes y por un momento se sintió tiritar al pensar que su arreglo y apariencia arrebatadora era porque iban a salir juntos. Basta, basta ya de soñar despierto. Se reprendió, pero no tuvo tiempo de más porque su mano fue apresada por una morena que lo sacó de ahí ante la vista medio seria de su madre, y entonces se preguntó desde cuanto hace el ojiazul estaba en su casa y si es que había estado hablando con su madre…

 

—Suéltame que puedo caminar yo solo— espetó enojado porque no entendía nada. Estaba con la persona que amaba pero no era lo mismo, ahora era la persona a la que menos quería ver en la tierra.

 

Aomine no le hizo caso y terminaron a pesar de sus forcejeos que después de unas cuantas cuadras cesaron; en un parque, un muy verde y a sus ojos aburrido parque. Lo hizo sentarse en una banca y tomó asiento también a su lado.

 

—mira idiota, no tengo tiem…

 

—Lo siento, Kise— lo cortó el más alto y el rubio cerró su boca sin saber que decir. Es decir, ¿Por qué se estaba disculpando? ¿Por haberlo dejado botado hace años? ¿Por ser un cretino? ¿Por no corresponderle? ¿Por no… quererlo?

 

—No entiendo qué…

 

—Me ha tomado tiempo pero es inevitable, ya no puedo estar alejado por más tiempo, ya no.

 

—Espera no, yo no sé de qué…

 

—Esa noche cuando te vi besándote con ese otro tipo…— Aomine tenía cerradas sus manos en puños y su boca fruncida, apretada en lo que de seguro, era enojo, furia. —no fue una maldita buena manera de despertarme, Kise. Pero lo lograste mocoso, al final huir resultó imposible y yo ya no pienso hacerlo más…

 

—No, no, no, ¡No bromees con eso, idiota!... — Kise se había levantado abruptamente del banco y con su dedo señalaba a quien todavía estaba sentado, mirándolo en apariencia serio, pero con una profundidad e intensidad que lo pusieron a temblar. —no bromees porque yo… ¡argh!— gritó limpiándose con fuerza las lágrimas que habían empezado a caer de nuevo por sus mejillas. ¡No quería llorar más, rayos! Pero, pero aquel que se levantaba y se acercaba haciéndolo retroceder hasta toparse con el tronco de un enorme árbol; se estaba declarando ¿verdad?

 

—Siempre has sido un llorón, desde niño— el alto murmuraba en el oído del más bajo, mientras sus manos retiraban con suavidad la humedad que le bañaba las mejillas y que llegaban hasta sus labios, los cuales delineó con su dedo pulgar con lentitud. —nunca me ha gustado que llores, y ahora estoy en un dilema porque… sé que lloras por mí y eso me jode, pero por otro lado te ves tan… tan vulnerable que si no me pones un alto ahora, estoy más que dispuesto a robarte el alma a través de tu aliento— afirmó, acortando la distancia entre sus labios para poder besarle como desea hacerlo desde esa última vez donde su ansiedad casi logra ahogar al rubio.

 

—No es justo…— Kise sollozaba. —no puedes venir y decirme que… Aominecchi yo te amo de verdad…

 

—También yo, Kise. Te amo de verdad, desde niño te he amado como se aman los adultos— Kise rompió en llanto en ese instante y sus brazos fueron a parar a la espalda ajena, donde entre sus puños apresaba la chaqueta que cubría del frío a quien más lo ha hecho llorar en toda su vida. Se aferraba a él como si su vida dependiera de ello y al momento de levantar su rostro y que sus ojos conectaran, sus sollozos fueron ahogados de la mejor manera. De la única manera en la que debía estar permitido acallar el llanto.

 

Se besaron primero con lentitud, reconociendo de nuevo los labios ajenos y aceptando que ya no eran los mismos, sobre todo Aomine quien tenía en su boca el tacto de unos labios mucho más pequeños, de una boca mucho más inexperta, pero igual de exquisita y adictiva. Kise por otro lado, recordó lo que es un beso que le roba el aliento, que le roba el alma y que provoca que todo su cuerpo tiemble como si de una hoja de papel al viento se tratara.

 

Se separan un poco y el hilo de saliva que los une no se alcanza a romper cuando ambas bocas vuelven a encajarse uno contra la otra, esta vez con más anhelo y más ansia, con necesidad y deseo de suplir en ese contacto todo el tiempo que estuvieron separados. Ahora a Aomine no le importa lo que está mal o lo que está bien, ha tenido suficiente de sentirse morir sin la presencia del rubio, el mismo rubio que ahora subió los brazos y los enredó en su cuello, mientras él bajó sus manos y las posó en las caderas ajenas, en esas que una vez ya sostuvo con unas intenciones que no distan mucho de lo que desea hacer ahora. Sus lenguas luchan y el beso se convierte en besos cuando la falta de aire les hace romperlo y comenzar uno nuevo que los está perdiendo en deseo, en anhelos, en ilusiones. Pero cuando Kise gime tan gravemente, Aomine se da cuenta que ha estado moviendo su pelvis contra la ajena en un vaivén que sin lugar a dudas dejaba claro que estaba haciéndole el amor sobre la ropa.

 

—Aominecchi no… no podemos… no aquí…— dice el menor y el mayor ríe con gracias porque, siempre es él quien detiene todo, siempre es él quien mantiene la cordura y no permite que las cosas avancen, siempre es él quien actúa como adulto; solo que ahora está cansado de hacer lo que es correcto y quiere dejarse llevar por su instinto, ese que clama por hacer suyo a Kise ahí, ahora.

 

—No me importa— gruñe antes de con un movimiento alzarlo y obligarlo por acto reflejo a que enrede sus largas y fuertes piernas en su cintura. Lo ataca con una nueva ronda de besos mientras de nuevo empieza a empujar y frotar su pelvis contra la de aquel chico que agradece ya no tenga el cuerpo de un niño. Lo sostiene del trasero y le hace suyo aun con les telas de por medio, a la vez que siente la necesidad de besar y hacer suya con su boca la piel que a su disposición se encuentra, por lo que, el cuello blanco de Kise se convierte en su blanco al igual que sus clavículas y hombros que ha desnudado lo suficiente como para poder hacerse con ellas.

 

Kise se da cuenta que puede tener diecisiete años, ya casi dieciocho, pero que sigue siendo un niño en comparación a Aomine y eso no le molesta. Le agrada sentir como aquel se impone y al mismo tiempo le deja tan claro la necesidad que tiene de él, de todo él, no sólo de su cuerpo, mismo que ahora no reconoce al estar éste correspondiendo con tal necesidad y sumisión.  Le jadea y gime al oído, el cual lame y muerde instantes después, a la vez que sus manos están aferradas por completo al cabello azul, cuyo dueño no parece percatarse de los jalones que le está propinando.

 

—¿Qué se supone que están haciendo? — pero su burbuja de lujuria se rompe, un oficial que vaya a saber de dónde diablos salió, los está alumbrando con su linterna y les mira de forma acusadora. Aomine gruñe fastidiado, y sonríe porque al soltar al menor éste también bufa molesto.

 

Al final tiene que dar algo de dinero al hombre para que no los lleve a la estación por estar dando un espectáculo en vía publica, y con su mente ya más centrada, le cuenta camino a casa de su ahora pareja, que ha hablado con su madre y que lo que le ha dicho parecía no haberla tomado por sorpresa. “Lo sospechaba” había dicho ella y sabe que a pesar de no estar del todo de acuerdo, no está tampoco en un rotundo desacuerdo, lo que le hace pensar a Kise que su madre piensa en él y sabe que su llanto y tristeza es por Aomine, y si no lo sabe, por lo menos lo intuye; así son las madres. Mas es importante también recalcar que la señora Kise no ve nada raro en una relación homosexual, tal vez si un poco en los nueve años que se llevan, pero eso tiene arreglo.

 

—Prometí a tu  madre que te traería temprano y si pretendo tener algo serio contigo, es mejor cumplir— Kise se sonrojó y abrazó a su novio antes de besarlo suavemente. El caminar a casa y el frío de la noche les sirvió para bajar su calentura y pudo pensar en algunas cosas importantes.

 

—Sí, está bien— Kise no tiene muy claro qué tanto ha hablado su madre con Aomine, pero ahora hay algo que le preocupa más. —… ¿y ella?— su titubeo no fue tan evidente, pero la respuesta del mayor le tranquilizó. Demorar tres días en ir a buscarlo fue por eso precisamente, porque antes de empezar nada con él, debía terminar todo con ella. No fue fácil, pero era lo correcto, así que después de acompañarla al segundo día al aeropuerto, fue hora de hablar con sus padres, quienes afortunadamente lo entendieron y a pesar de haberle cogido cariño a Kana, Kise era alguien a quien conocían de toda la vida y no podían estar más felices por su hijo, porque era imposible no verle el cambio en su ser cuando hablaba de él. Así que se podría decir que todo estaba bien por ahora, pero todavía les quedaba una vida por delante donde de todo puede pasar. Saben que lo principal está ahí y aunque no lo es todo, es un buen principio.

 

No importa cuánto Aomine haya luchado por mantener la distancia, siente que desde siempre ha visto al otro como el fuego, un fuego al que como si de una polilla se tratase; no puede evitar acercarse. Estar alejados ya no es una opción, porque ahora siente que nada está mal, porque ahora ya no le importa lo que sea que pueda pasar. Porque ahora, no es lo suficientemente fuerte para alejarse.

 

FIN

 

Notas finales:

Si llegaron hasta aquí, muchas gracias <3

y si se animan a dejar algún rew, gracias de antemano ;)


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