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Para decirte: lo siento... por Ali-Pon

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Notas del fanfic:

Esta historia participa del evento: Aoki Month Segunda Edición del grupo AokiLovers. La canción es: Hello de Adele

Notas del capitulo:

Y pues que lloré mientras lo escribía ;n;

Es un honor para mí estar de vuelta en el mes Aoki ^^ Esero disfruten de los fics de los demás días y, por supuesto, de este.

Sin más, les dejo leer...

Para decirte: lo siento…

Nuevamente entraba a aquella casa solitaria, con las cosas exactamente como las había dejado desde la mañana. Suspiré por milésima vez en el día. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había llorado, suplicando porque volviera. Los tiempos se volvieron cada vez más crudos, más difíciles de sobrellevar. Me retiré los zapatos en la entrada con desgano y dejé mi abrigo en el perchero. Caminé por el pasillo de madera hasta llegar a la entrada de la cocina. Mi estómago rugió un poco, pues no había ingerido más allá de una fruta y una barra de cereal. Sin embargo, a pesar de tener hambre, me abstuve de entrar a la cocina para subir las escaleras y dirigirme a mi alcoba. Arrastrando los pies, pasando de largo los recuadros con fotos de tiempos lejanos y felices, crucé el pasillo.

                Al entrar en la habitación, un viento helado me hizo tiritar de frío. En seguida me percaté de que la ventana se había quedado abierta, permitiendo la entrada del viento y, por consiguiente, que varios papeles volaran y se desperdigaran por el suelo y la cama. Resoplé cansino y sin más, fui a cerrar la ventana. Afuera se estaba oscureciendo y nubes grisáceas adornaban la bóveda celeste. Miré mi cama con hojas, quizás importantes quizás no, y las retiré con un manotazo para dejarme caer y así mirar la nada.

                — Aominecci —llamó Kise, quien se encontraba recostado en el sillón de tres plazas de la sala.

                — ¿Mmmh? —exclamó el moreno volteando a ver al rubio desde el umbral de la sala.

 

                Kise miró aquellos profundos ojos azul marino, tragándose sus palabras que desde hacía tiempo tenía ganas de decir, pues el amor y devoción que se reflejaban en aquellos orbes le provocaban una sensación semejante a la de un cuchillo siendo enterrado en el corazón. Él no podía ser injusto y mucho menos lastimar a alguien que le quería y que siempre velaba por su bienestar. No, no iba a actuar injustamente. Aomine no se merecía algo como eso.

 

                —Te amo —dijo después de un silencio ganándose una mirada llena de ternura y una sonrisa radiante.

 

                —Yo también te amo, Ryota—continuó el moreno, siguiendo su camino escaleras arriba para darse una ducha.

 

                Nuevamente aquellas memorias venían a mi mente, provocándome dolor de cabeza y de corazón. No supe valorar lo que en ese momento tenía a su lado, no supe ver que con él bien pude ser feliz, pero mi egoísmo me cegó y para cuando me di cuenta lo valioso que era… Se había ido, dejando una nota y un alma desesperada porque regresara. Mis manos se aferraron a las mantas y nuevas lágrimas cayeron de mis ojos, mojando la almohada como todos los días, como todas las noches.

 

                — Ryo, me enteré hace poco que habrá una feria cerca de aquí ¿qué tal si vamos como cuando éramos jóvenes? —preguntó alegre el moreno, quien veía fijamente a Kise que se encontraba leyendo un artículo que le habían dejado corregir.

               

                Kise dejó de lado los papeles para dignarse a mirar a su pareja y suspirar. No le apetecía salir, no tenía cabeza más que sólo para sacar adelante su proyecto en la revista para la que trabajaba. Le miró por largos minutos, notando cómo la alegría con la que había llegado el moreno, se iba esfumando. Sus ojos ámbar miraban con frialdad a Aomine, quien ya no sabía cómo reanimar aquella relación.

               

                —De acuerdo —accedió el rubio, más por obligación que porque en verdad quisiera ir. Más por no dejar ver el poco interés que empezaba a tener en su relación que porque en verdad quisiera reavivarla.

 

                Aomine sonrió feliz de que hubiera resultado y, con gozo, abrazó a su pareja y le llenó de besos su rostro. Sin embargo, aquel fin de semana que supuestamente iban a ir, Kise le dejó plantado.

 

                Aún recuerdo su rostro triste, su mirada rota, su cuerpo encorvado por la desilusión al verme en la casa sentado en el sofá con una taza de café en las manos. Ni siquiera me reclamó, ni me miró sólo advirtió que se tomaría una siesta. Cuan doloroso debió ser aquello, pero yo no lo quise ver pues por voluntad propia me quedé horas extra en el trabajo para evitar ir a la feria, porque no quería, porque me estaba cansando de su insistencia, porque… no le valoraba.

 

                Mi corazón se encogió otro tanto al recordarle completamente destrozado por mí, por mi estupidez. Comprendía su partida, no obstante, anhelaba su regreso. Llevaba esperando que él apareciera frente a mi puerta, con su sonrisa, con su chamarra de cuero negro, camisa tipo sport, pantalones de mezclilla y unos zapatos negros que le hacían ver tan varonil, cerca de dos años. Y me era inevitable pensar que algún día sucedería: que el volvería a mí otra vez.

 

                —Kise, llevamos esta relación desde los dieciocho —explicó Aomine con cautela — ¿no crees que estás siendo injusto?

                —¿Injusto dices? —reclamó indignado el rubio, viendo con enojo a su pareja.

                —Sí, injusto. ¡Por un demonio, ¿qué no te das cuenta?! ¡Esta relación se está yendo al caño! ¡Y todo porque ya ni te esfuerzas para estar tiempo conmigo! ¡Tu trabajo siempre es primero, siempre lo antepones! ¡¿Y yo qué?! ¡A todo el mundo le presumes de lo bien que te va y de mí te olvidas! ¡Siempre tengo que presentarme cuando se trata de ir a una fiesta contigo, porque no tienes la puta decencia de hacerlo tú!

                —¡¿Acaso tiene de malo que me vaya bien en mi trabajo y a ti no?! ¡¿Es eso verdad?! ¡Me dices esto porque estás siendo un fracaso en lo que haces! ¡A mí no me eches la culpa!

                Aomine se llevó las manos a su rostro riendo irónico.

                —¡¿Lo ves?! ¡Siempre me tienes que decir lo mismo! ¡Por el amor de Dios, ya tenemos veintiocho! ¡Deja de actuar como un chiquillo malcriado!

                —¡No! ¡Tú eres el que actúa así! ¡Siempre me atosigas, siempre estás tras de mí no dejando que haga mis cosas! ¡Es un fastidio que hagas eso! ¡No sabes cuánto deseo que te largues de mi vida de una vez por todas!

 

                Ante sus últimas palabras, Kise se percató de lo que había dicho cambiando su semblante colérico por uno culpable. Aomine no podía creer lo que escuchaba, quiso decir algo más pero un nudo en su garganta le impidió siquiera decir algo, porque dolía y más cuando te lo decía la persona que más amas.

 

                —Aomine yo… escúchame, no quise… —trataba de disculparse Ryota pero lo dicho, dicho estaba.

 

                —No, ya no quiero escucharte —sentenció antes de salir de la habitación dando un portazo.

 

                Si me preguntaran ¿cuándo fue que cometiste la peor estupidez de tu vida? Yo les respondería: cuando lastimé al amor de mi vida. Porque Aomine era el amor de mi vida. Mi cuerpo se volvió frío cuando su ausencia se volvió insoportable. Anhelaba sus caricias conciliadoras, su devoción al tocarme y besarme, sus ojos llenos de amor viéndome mientras nos volvíamos uno cada noche, su voz diciéndome un <Te amo> dulce y reconfortante. Me hice ovillo en la cama, abrazando mis piernas con fuerza y llorando audiblemente. Ya nada me importaba, ni siquiera mi salud, había bajado cerca de veinte kilos y seguía en descenso. De la revista me despidieron al ver que mi rendimiento bajó y tras eso, busqué un trabajo pútrido como intendente en un bar de mala muerte. Mis pocos amigos dejaron de hablar conmigo cuando supieron cómo le había roto el corazón a Aomine.

               

                Fui un desalmado que, por impulsividad, dije cosas hirientes. Y ahora, durante dos años, estaba viviendo un infierno siendo mi castigo por imbécil. Al momento en que mis lágrimas se detuvieron, me reincorporé y, pisando los papeles de bancos, impuestos y otras mierdas, me dirigí hacia el baño para levantar mi playera frente al espejo y ver que se marcaban mis costillas y los huesos de mis caderas. Leves hematomas había en mi torso por caídas en el trabajo o por causa mía. Mi rostro demacrado se asemejaba a un esqueleto: las cuencas de mis ojos hundidas y con matices oscuros alrededor, labios resecos, piel cuarteada, pómulos resaltados y cabello un poco verdoso. Estaba completamente descuidado, pero no me interesaba.

 

                Como todas las noches, bajé a la sala de estar donde ya había pocos muebles, pues muchos los tuve que vender para pagar algunas deudas, me dirigí al teléfono fijo que ahí había. Me senté en el sillón individual, descolgué el teléfono y marqué un número que sabía nunca sería respondido. Cada noche, lo marcaba, sabiendo que la persona que esperaba que respondiera no lo haría. Pero algo cambió esa noche, algo que me rompió en mil pedazos.

 

                El número que usted marcó no ha sido asignado.

                Ése número ya no existía. La tristeza me invadió por completo y ya no sabía qué hacer. Grité desconsolado, me agarré de los cabellos y comencé a tirar de ellos por la frustración que comenzaba a comerme vivo. Miré el teléfono como si fuera el culpable de mis desgracias por lo que lo tomé y lo arrojé hacia la pared más cercana. Caminé en círculos en la sala, pensando una y otra vez qué haría. Las llamadas sin responder eran mi bálsamo, dejaba mensajes pidiendo disculpas, rogando porque alzara la bocina y me permitiera escuchar su voz de nueva cuenta.

 

                —Todo ha sido tu culpa, Ryota —sentenció Akashi con su mirada desigual fija en el destrozado rubio. —Esto es lo que recibes como pago por tu estupidez.

 

                Sí, todo era mi culpa. Yo fui el estúpido, yo fui el incompetente y el frívolo. Fui yo.

               

                Sin más me quité la playera que tenía puesta y comencé a golpearme con fuerza el torso, arañando mis brazos y maldiciéndome sin parar. Me golpeé la cabeza en una pared cercana, gritando a que Dios se apiadara de mí. Cuando sentí que ya mi cuerpo no podía dar más, me desplomé en el suelo, derramando las últimas lágrimas de aquel terrible día.

 

 

                Con dificultad abrí mis ojos, percatándome que estaba recostado en el suelo frío. Observé mi rededor, no recordando que era mi casa por breves instantes. Intenté recordar que día era, pero tenía un dolor agudo en mi cabeza que me impedía razonar debidamente. Traté ponerme de pie notando al instante que me había sobrepasado la noche anterior, me dolía horriblemente mi abdomen y mis piernas las sentía débiles al igual que mis brazos. Me apoyé en la pared más cercana, posando uno de mis brazos sobre mi abdomen. No sabía la hora que era, aunque creí que era de madrugada pues aún no salía el sol.

 

                Tenía hambre, frío y cansancio. Sabía que debía descansar en mi recámara, pero ya no encontraba las fuerzas para estar ahí sin recordar lo maldito que fui. Sin saber si hacía lo correcto, si ya había perdido totalmente la cordura, volví a ponerme la playera del día anterior, me puse mi abrigo y salí de mi casa, sin importar que había dejado la puerta abierta de par en par. Hacía demasiado frío; sin embargo, seguí adelante calle abajo. No tenía idea adonde me querían llevar mis pies, simplemente les dejé guiarme sin miramientos.

 

                Seguí andando hasta llegar a una de las avenidas del centro. Un viento de la madrugada me hizo tiritar; sin embargo, seguí caminando, hasta que llegué a una tienda de regalos donde vi un oso enorme que me recordó a la vez que Aomine me dio uno parecido por motivo de nuestro primer aniversario. Recordaba aquel día con alegría pues fue un dilema siquiera meter el peluche sin romper algún jarrón o retrato. Una lágrima traviesa cayó y tras ella otras tantas. Seguí mi andar viendo cómo poco a poco el sol iba saliendo.

 

                Las calles comenzaron a llenarse de gente y los empujones y malas miradas no se hicieron esperar. “Andrajoso”, “Vagabundo de mierda”, “Sucio” y demás apelativos que me daban igual. Llegué al cruce peatonal esperando a que el rojo detuviera a los autos, no obstante, unos jóvenes atrás de mí murmuraban de “hacer algo divertido”. No tenía interés en saber de qué se trataba su jueguito hasta que sentí cómo era empujado con mucha fuerza hacia el arroyo.

 

                Todo ocurrió demasiado rápido: el empujón, un carro oscuro acercándose a mí con mucha fuerza, el impacto, gritos de personas y pronto todo negro.

 

                Y en uno de los bolsillos de aquel abrigo viejo yacía una carta con destinatario. Y aquel destinatario resultó ser el causante de su deceso.

 

                Aominecci:

 

Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que te escribí una carta. Fue cuando terminamos la carrera ¿verdad? Cuando éramos jóvenes y nuestro amor se palpaba en el aire. ¿Sabes? Aún recuerdo el día que me pediste que saliéramos: tu cara roja como un tomate, tan nervioso que tartamudeaste hasta la última palabra, tan seguro de lo que decías, tan guapo. No sabes cuánto lamento haberte lastimado cuando tú nunca lo había hecho conmigo.

 

                Quizás leas esta carta o quizás no, pero aquí quiero desahogar un poco mi corazón. No sabes cuánto te extraño, cuán difícil me ha sido seguir mi vida (si a lo que yo tengo se le puede llamar así), cuán triste era llegar a casa y seguir repitiendo “He vuelto” cuando nunca recibiría respuesta.

 

                Hablando de respuestas ¿por qué nunca alzaste la bocina cada que llamaba? ¿Sigues odiándome? ¿En verdad? Lo entendería, yo tal vez seguiría con el rencor por un buen rato… Así que…

 

                Las mañanas son frías, la comida ya no me sabe igual, las tardes de los fines de semana se volvieron banales, las noches interminables y la soledad desesperante. No sé qué más escribir, tengo tantas cosas que decirte que ahora mi mente no tiene idea de por cual comenzar, salvo una. Ésa que siempre tendré fija hasta el día de mi muerte: Te amo. Te amo más que a mi vida; te amo más que a los días soleados y cálidos; te amo más que mi reflejo; te amo más que mis sueños; te amo como eres; te amo como fuiste y te amaré como serás. Porque, después de un tiempo, me di cuenta de que te perdí. De que te dejé ir como si nada. Y fui estúpido, fui idiota…

 

                Si ya estoy muerto y tú encuentras este papel, quiero decirte que siempre has sido tú el amor de mi vida. El motivo de mis sonrisas y de mis sueños.

 

                Y si te llamaba cada día era para decirte: lo siento.

 

                Con amor.

 

                Kise Ryota.

Notas finales:

¿Y bien?

De antemano gracias por leer y si quieres comentarle a esta autora se libre de escribir un rev hermoso >wO

Que tengan un bonito día

AliPon fuera~*~*


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