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Be my Valentine demon. por aries_orion

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Notas del fanfic:

Los personajes son de Tadatoshi Fujimaki, mía es la historia.

Notas del capitulo:

Espero les guste. C:

Lean TODO el texto sino no podrán entenderlo.

 

El odio del hombre, el odio de clase. Porque se odia históricamente, se odia como una función abstracta e impersonal, pero alguna vez este odio se vuelve concreto y encarna en seres vivos, que caminan y comen, que se vengan y torturan porque así se lo ordena la clase, así se lo ordena un dios misterioso que gobierna.

 

Sabía que la envidia o el odio llevaba a las personas a cometer actos crueles e inhumanos, actos que lastiman sin misericordia, que transforman un mundo al grado de pensar que se está viviendo en una pesadilla y no en el mundo real. Cerró los ojos. Su espalada pedía paz. Sus manos sangre. Su garganta el gruñir así como su cuerpo gritar por un poco de descanso. Sus ojos ardían pero no dejaría al agua salir de ellos. De sus ojos no saldrían lágrimas por algo tan… repugnante.

No supo cuánto tiempo pasó. ¿Quizá minutos? ¿Horas? No sabía. No le importaba. Había dejado de tenerlo desde la quinta embestida bestial recibida. Sin embargo, eso no quitaba el hecho de sentir dolor o asco por lo que su cuerpo era obligado a recibir con placer.

Se estremeció al sentir el soplido típico de una voz cuando te hablan cerca del oído.

–Virgen y delicioso… una puta que no jugará más…

Puta… Puta…

¿Puta era la palabra correcta? ¿Eso era?

–Espero nunca más verte por mis dominios zorrita.

La risa perturbadora, el sonido del cierre siendo subido, el sonido de cosas moviendo y el de la puerta siendo cerrado le ocasionó cierto alivio. Su cuerpo se deslizó despacio hasta que sus rodillas tocaron el suelo, la gravedad hizo su trabajo, el resto de su cuerpo cayó como si este fuera un costal de cemento y no un humano.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, de extremo a extremo, de punta a punta, de derecha a izquierda y viceversa. Se abrazó a sí mismo. Su mente no procesaba del todo lo vivido hacía unos minutos. No obstante su subconsciente actúa. Se levantó, se acomodó sus ropas manchas, junto y tomo sus cosas para salir de aquel salón con pasos calmados. Su corazón martilleaba como si fuera una estampida de caballos pura sangre salvajes.

No supo cómo llegó a casa y mucho menos cómo se metió debajo de la ducha.

Con el estropajo embarrado de jabón comenzó a tallar su piel, poco a poco el roce delicado se volvía violento, su piel comenzaba a tornarse rojiza por el daño infringido. Sus lágrimas se camuflajeaban con el agua. Lloró, gritó y golpeó hasta cansarse pero del chorro de agua no salió. Su mente se la pasaba repitiendo cual disco rayado las escenas pasadas, la voz, las sensaciones, los sentimientos, los roces, las estocadas y los arañazos.

 

A veces el sexo y la muerte se conjugan.

Porque noches de una naturaleza así, tan profundas, tan sin estrellas, son abismo para el dolor y para que ocurran las cosas irreparables.

 

Por más que trato de borrar lo sucedido unas semanas atrás no pudo, así como tampoco su cuerpo. Ser rozado o tocado por alguien, aunque ese alguien sea conocido o desconocido, el simple roce contra alguna parte de su cuerpo lograba alterarlo a tal grado de alejarse del lugar lo más pronto posible. Incluso llegó un punto donde ya no podía practicar su deporte favorito porque el constante sentimiento de ser tocado le resultaba alertador como perturbador, su cuerpo se alejaba como si se tratara de algo peligroso o mortal para su persona. Sufría de temblores, su corazón se agitaba o sentía asfixiarse como si fuera claustrofóbico.

No pudo jugar más. No lo soportaba.

Necesitaba tiempo o cambiar de deporte. Inundar su cabeza de lo que fuera, las drogas, fumar o alcohol eran inaceptables pues esas sustancias acarreaban consecuencias desastrosas para un cuerpo que se encontraba agotando fuerza y exprimiendo sus músculos hasta ya no poder más.

Le seguía gustando el básquet, lo practicaba pero sólo, no quería volver a sentir la necesidad de correr o golpear a todo aquello que se encontrara a su alrededor, pese a ello su cuerpo le exigía una rutina de ejercicios, no podía conciliar el sueño pues las energías recorrían su sistema haciendo un carnaval en él, trayendo como consecuencia el no poder ir a los dominios de Morfeo, no obstante a veces sus puertas eran bloqueadas por las malditas pesadillas.

En más de una ocasión se aferró al cuerpo de alguno de sus hermanos mayores o de su madre ante el grito, llanto y temblor a causa de ellas. Preguntaban el motivo pero nunca la verdad abandonó sus labios salvo lo típico: sólo fue una pesadilla… lo siento. Ellos ya no le creyeron después de tres semanas en constantes gritos o estruendos por objetos tirados al suelo. Insistieron, amenazaron e incluso trataron de sobornarlo pero nada dijo. No pudo. El terror le invadía al recordar siquiera el sólo sonido de aquella voz invadiendo su canal auditivo y el choque de su aliento contra su oreja.

Ya no quería recordar. Ya no quería estremecerse. Ya no quería sentir nada.

 

Su cerebro estaba amortiguado como por un vaho de irrealidad en que bailaba una idea también vaga, soñolienta, tan inofensiva que parecía referirse sólo al sueño, al deseo de recostarse y dormir, descansar.

 

Dos meses después la pesadilla regreso pero con un bono extra.

Un toque de sazón.

Un toque de repulsión.

Embarazado.

Estaba esperando un bebé.

Un niño producto de un acto tan vil y rastrero que incluso los reptiles se sentirían ofendidos por ello y, para rematar era un hombre.

Un hombre que se encontraba gestando un feto.

¡Era un hombre joder!

¿Qué nadie sabía de ciencias naturales? ¿De medicina? ¿Eran ciegos o qué?

¡Maldita sea! ¡Mil veces maldita sea y toda la puta orden celestial!

¿Cómo le podía estar pasando eso a él? ¿En qué juego macabro lo habían metido sin su consentimiento? ¿Cuándo firmó algún documento para permitir semejante cosa?

Su mente se encontraba en shock y a su vez trabajando a marchas forzadas para comprender lo que el doctor James había soltado. Una bomba nuclear biológica potente que incluso dejaban ver como meras explosiones de volcán las de Hiroshima y Nagasaki. No podía estarle pasando eso a él. ¡No a él por Dios Santo!

Un golpe en su mejilla le hizo regresar al mundo real.

– ¡Aparte de ser un fenómeno eres una puta marica!... Un hombre al que le gusta poner el culo al vilo. – Una bofetada recibió su otra mejilla rompiéndole el labio inferior. – ¡Eres una deshonra para la familia! Escúchame bien bastardo o te deshaces de eso o dejas de ser mi hijo.

Parpadeo varias veces tratando de comprender la situación y las palabras de su progenitor. Miro a los ojos contrarios como si estos fueran algo nuevo, como si nunca los hubiera visto en su vida. De su boca no salió nada pero sus ojos decían todo lo que sus labios no. Observó a sus hermanos, los tres lo miraba con lastima, con asco o repulsión, como si fuera un fenómeno. Su madre lloraba pero su mirada tan transparente como la de él le dijo todo lo necesario.

El médico intervino antes de que la pelea se tornara en algo mucho peor, temía por la reacción de su paciente más estimado e importante pues este lo era desde sus prácticas como médico logrando que surgiera una especie de amistad-hermandad aunque eran médico-paciente.

–Por favor señor tranquilícese, puede lastimar a su hijo de una forma irreversible así como al feto. – La mirada rabiosa dirigida hacia su persona no le amedrentó para que se callara por lo que continuó. – Como le decía, lo que posee su hijo no es algo que él haya elegido, sólo es cuestión de genética o indecisión de la misma pues los cromosomas son los que deciden el sexo del feto, quizá se volvieron débiles ante los fuertes…

–Eso no me interesa, no quiero a un fenómeno en mi familia.

–Con todo respeto señor, su hijo no es un fenómeno sino un milagro así como e…

– ¡Ningún hijo mío será un maldito desviado y mucho menos un fenómeno de circo! – El hombre se giró para quedar de frente a un shockeado chico. – ¡Y tú maldita puta, te desharás de eso! – Apuntó al vientre del menor. – No te molestes en regresar a casa a no ser que traigas un papel donde confirme que ya no eres algo antinatural.

 

El cerebro, en realidad, es un almacén lleno de orden donde el lenguaje articulado está dispuesto de tal manera que a cada sentimiento o concepción corresponde aproximadamente una frase o una palabra.

 

El negro lo envolvió. El silencio reino y, su corazón lo inundó.

Después de la advertencia del que se hacía llamar su padre cayó inconsciente. La causa, sobre estrés, mala alimentación y agotamiento tanto físico como mental. ¿Quién no hubiera colapsado ante tremenda noticia? Primero lo del salón, después las reacciones de su cuerpo, las pesadillas y para rematar su cuerpo lo traicionaba.

Genial.

Simple y sencillamente genial.

¿Es que acaso los dioses no tienen a nadie más que fastidiar? ¿Acaso no fue suficiente lo sucedido dos meses atrás?

Su familia le abandonó el mismo día de su colapso. No respondieron por él ante el hospital y mucho menos le llamaron o fueron a ver. Dos semanas solo. Dos semanas de dolor, de lágrimas contenidas dejadas en libertad, sentimientos, sensaciones y recuerdos que pensó ya sepultados regresaron con una sola palabra. Una maldita sola palabra pronunciada por la persona que más admiraba y respetaba.

Puta.

Puta lo llamó él. Puta lo nombró su padre. Y, puta se sentía.

James se volvió su pilar, su cadena a la realidad. Su charla y explicación al despertar de su situación tanto familiar como personal le hicieron pensar, darse cuenta de muchas cosas, así como el tomar una resolución con lo que le pasaba. Sin embargo la realidad es tan perra que le mordió donde más le dolía.

James se tendría que ir en un par de semanas fuera del país. Este ante tal noticia le pidió hablar con su familia, que pusiera las cartas sobre la mesa. Sólo hablar, pero él sabía que hacer aquello era como pedir que nevara en la playa.

Lo hizo.

Los resultados:

Insultado, golpeado y echado del lugar considerado su hogar por diecisiete años.

Bajo la primera lluvia primaveral camino al único lugar donde sabía no era juzgado pero si cuidado.

Mientras curaba sus heridas y revisaba su cuerpo le contó todo lo sucedido con su familia.

– ¿Cuál es el verdadero motivo por el que cambiaste cachorro?

El chico ante la pregunta dejó de hablar para verlo, con la mirada le decía que no comprendía lo dicho.

– ¿Quién es el padre? ¿Esa persona es realmente importante en tu v…?

El grito indignado ante aquellas preguntas hizo callar a James, haciendo que sus sospechas se incrementaran. Toco las cuerdas necesarias con paciencia y delicadeza para obtener a un cachorro furioso, dolido, aterrado y decepcionado contando el verdadero motivo. Minutos u horas después James tenía entre sus brazos a un niño llorando a lágrima viva mientras le pedía que no le abandonara, que le llevará con él, que se portaría bien y haría cualquier cosa que le pidiera pero que no le abandonara como si fuera un niño de cinco y no un adolescente.

James no necesito más para mover sus piezas de ajedrez ante un oponente cruel e inhumano.

Maldita perra hija de puta era la señora realidad.

 

Hay que imaginar la pena de cuando las cosas se quiebran sin remedio. Entonces el espíritu vaga sin consuelo, se quebranta, y la vida se torna de lágrimas, de ahogados gritos, de un sollozar sin límites.

 

Si pensó que la vida no le permitiría levantarse, se equivocó. Tardó un año con cinco meses para volver a encontrar aquella luz que una vez considero perdida. De su familia nunca supo más. No quiso. Su nueva familia lo necesita más, así como él mismo se necesitaba. Trato por todos los medios de lograr medianamente la independencia que una vez lo caracterizó pero no pudo. No se lo permitieron y muchas ganas de pelear ante sus guardias no tenía.

Un cuerpo se inclinó en su regazo logrando sacarlo de sus pensamientos.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios, se inclinó a besar la cabeza para después comenzar a acariciar el cabello logrando que el cuerpo ajeno soltase un pequeño ronroneo de satisfacción.

– ¿Daiki estamos bien?

Aomine elevo la vista en dirección de la voz que lo llamaba. Le sonrió.

– Estamos bien James.

– ¿Seguro? Sabes que acá está Sebastián para cualquier cosa y…

–Estoy bien… puedo con esto.

–James deja de agobiarlo, él puede y sino lo sostendremos y ya.

A ambos hombres les sonrío para perderse en el infinito de aquellos cabellos tan suaves y largos.

Al llegar al aeropuerto la ansiedad y un poco de miedo comenzaban a emerger en su cuerpo. El pensamiento de aún no estás listo se repetía cual mantra, logro medio calmarse al mirar a las personas que lo acompañaban. Cuatro para ser exactos. Esas personas más una que partió del mundo terrenal se encargaron de regresarle las ganas de vivir, de aprender, de conocer, de… de tanto y nada.

Se detuvo ante el marco de la puerta que le daba la bienvenida a un pasado doloroso, a uno que quiso olvidar pero nunca logró deshacerse de él; el estar frente aquella puerta significaba un enfrentamiento, una guerra, una lucha…

–Estamos contigo.

–Un paso a la vez cachorro.

Ambos hombres le apretaban sus hombros, uno en cada lado, sin embargo fue el apretón suave y pequeño en sus manos que pudo tomar fuerzas para dar un paso, luego otro y otro hasta que el marco desapareció tras su espalda.

¿Estaba listo para un enfrentamiento tan sangriento?

No lo sabía pero se encargaría de averiguar hasta dónde podría soportar mantenerse de pie y cuántas veces tendría que caer para levantarse con más fuerza aunque su cuerpo temblara por la presión ejercida por él mismo pero iba a ganar. Costase lo que costase. Iba a ganar.

 

Hay palabras cuyo uso se antoja privativo de gentes muy específica, que hacen de ellas algo enteramente personal y sustantivo.

 

Sólo le quedaban seis meses de prácticas profesionales y podría comenzar con el estudio de una especialización, lo cual lo tenía bastante entusiasmado, no obstante, en esos momentos sólo quería relajarse y disfrutar del momento; debajo de un frondoso árbol, sentado en el césped observaba cual halcón a sus dos personas más importantes en su vida.

Un par de manos le llamaban, le pedían unirse a ellos en aquel juego tan característico en Australia. Porque si, después del abandono de su familia y suplicar a James que no le dejará, ambos se fueron a otro país. Uno trataría de recuperarse y el otro de aprender y terminar su carrera. Sin embargo ninguno tenía ni la menor idea que en ese viaje no sólo cambiaría su vida sino hasta su forma de pensar. Uno encontrando el amor y el otro su propio camino, pese a ello su pasado le reclamaba así como su propia profesión el regresar al país y ciudad que lo vio crecer y padecer.

Estaba tan distraído pensando algún nuevo juego mientras caminaba hacia un pequeño establecimiento para comprar unas botellas de agua cuando su cuerpo chocó contra algo un tanto duro pero no lo suficiente como una pared. Espero el golpe cerrando los ojos pero este nunca llegó, en cambio percibió una mano en su cintura y otra en su pecho.

– ¿Estás bien?

El choque de un aliento en su oreja le hizo tensarse, aún no soportaba –y quizá nunca lo haría– el sentir una voz en su oído así como el hecho de tener a alguien invadiendo su espacio personal, lo detestaba, a duras penas podía con James y Sebastián pero con un desconocido no. Su cuerpo lo rechazaba sin miramientos. Cuando se volteó dispuesto a soltarle un golpe a la persona detrás de sí su respiración se cortó.

No esperaba encontrarse con un par de gemas rojizas tan profundas que parecían fuego en lugar de iris. Su corazón se detuvo por unos instantes. Parpadeo varias veces pues necesitaba regresar de la impresión, ese hombre joven le parecía conocido junto con sus ojos.

Ojos hermosos pensó.

– ¿Aomine-kun?

Con el llamado de su nombre en aquel tono y voz pudo regresar a la realidad. Con un manotazo deshizo el agarre en su cuerpo, se alejó varios pasos atrás mientras respiraba hondo, no quería sufrir un ataque de nervios o ansiedad por ello y menos en un lugar público y justo ahí donde ellos podrían venir y asustarse. Cerró los ojos, con una mano sostuvo de la muñeca a la otra, ambas pegadas a su pecho. Inhalaba y exhalaba profundo y pausado.

– ¿Aomine te encuentras bien?

Abrió los ojos más calmado. Se giró sobre sus talones para quedar de frente a un grupo de chicos que lo observan curiosos y preocupados así como sorprendidos. No pudo terminar de examinarlos al completo y a todos cuando el grito de ¡Aominecchi! le sorprendió, sin embargo quedó cual tabla, rígido, sin moverse y respirar al sentir un pecho pegado al suyo, unos brazos un tanto fibrosos alrededor de su cuerpo apretándolo al punto del casi asfixio. Las sensaciones asquerosas regresaron a su mente, su cuerpo tembló. No soportaba que invadieran su espacio personal con tanta rapidez, pese a ello lo que lo hizo reaccionar fue el sentir un pequeño soplido en su oído.

– ¡No me toques!

Aventó aquel cuerpo atrevido. Su cuerpo temblaba como hoja al viento. Su corazón martilleaba como si fuera un taladro. Las imágenes de aquella tarde se colaron en su mente, como pudo hizo el bloqueo de aquello, abrazado así mismo y con la respiración un tanto agitada le miró.

–No me vuelvas a tocar.

Frío y carente de emociones fue la voz empleada. Esa voz que durante un tiempo se volvió suya y que con el paso del tiempo se había ido regresó al sentirse amenazado. Le miro, lo reconoció y le mando la mirada más fría y siniestra junto con una clara advertencia al osado.

No dijo más. Se giró en sus talones para perderse entre la multitud de gente.

Mando un mensaje a Sebastián y otro a James.

Necesitaba respirar y pensar. No pensó que los vería tan pronto. No así.

 

Era una etapa solitaria, llena de nieve y sin abrigo…

 

Los pasillos blancos. Las ventas transparentes. Las cortinas blancas. Los sonidos de los equipos médicos, el olor a desinfectante, a sangre; los gritos, el llanto, las risas; el sonido de los zapatos chocando contra el suelo, el sonido al correr, el de las camillas… todo eso tan característico de un hospital producían en él una especie de calma tan alarmante que a veces pensaba que ese lugar era más su hogar que donde dormía al acabar su turno.

Las sonrisas de las enfermeras le daban un incentivo extra al lugar pues estas eran las que tenían más contacto con los pacientes.

Le gustaba ese lugar. Le fascinaba. Lo amaba.

Le extasiaba como en un sólo lugar se puede apreciar la vida y la muerte en constantes roces y batallas en las cuales a veces ganaba una y perdía la otra o cuando sólo se quedaban neutras, pacientes, silenciosas, en espera de ese algo para moverse.

Bendecía el momento en el que intentó quitarse la vida pues si su depresión y desespero así como el sentirse un monstruo le incitaron a tomar aquel pedazo de cristal para incrustarlo en esa zona donde unas de las tantas venas principales atravesaban sus muñecas; el filo atravesando esa tierna piel, la calidez de la sangre recorriendo sus  brazos junto con la pesadez de sus párpados le llevó a ser un habitante del hospital hasta que los fenómenos decidieron abandonar su cuerpo.

Grito, lloro y maldijo a James al despertar. Dos días después apareció Sebastián. Si tan sólo hubiera sabido que sería el cupido de esos dos se hubiera reído de tal manera que bien pudo convertirse en un habitante del ala psiquiátrica. Las sesiones con Sebastián ayudaron muy lentamente, sin embargo, el aliciente fue su demonio angelical lo que logro hacer que los engranes de su cuerpo comenzaron a moverse como si fuera un reloj dañado por el magnetismo de un objeto al acercársele.

Aquel hombre encadenado al hospital, con sonrisa zorruna, cuerpo de dios griego y carácter de los mil demonios le hizo descubrir tantas cosas y aceptar otras más que incluso pensó estar enamorado de aquel hombre de treinta siendo él un chiquillo fenómeno puberto. Como lo extrañaba. Lo necesitaba tanto por las noches que durante un tiempo prefirió el turno nocturno que el diurno pues la noche le recordaba a su hombre demoníaco.

Un llamado le sacó de sus recuerdos. Corrió hacia el grito de un niño quien lloraba a lágrima viva aferrado al cuerpo de un hombre desvanecido en el suelo. Llamó a las enfermeras y pidió una camilla. Trato de calmar al niño para que soltara el cuerpo de su padre. Agradeció que otro doctor llegara a asistirlo pues no se podía hacer cargo de dos pacientes a las vez, no cuando uno era un menor de diez y el otro quizá un veinteañero.

Cuando por fin la situación se calmó fue junto con el niño en brazos a agradecer al doctor, pese a la sonrisa en el rostro de ambos una se esfumó como el humo de un cigarrillo al hacer contacto con el aire natural. Frente a él se encontraba uno de sus mejores amigos en compañía de otro sujeto.

– ¿Mi-Midorima?

Su mirada se movía hacia el sujeto enfundado en un traje azul marino con una playera blanca con los tres primeros botones desabrochados. Un cuerpo trabajado se podía apreciar bajo esa ropa, quizás unos centímetros más alto que él, un rostro varonil con unos ojos refulgiendo así como unos labios tan carnosos que invitaban a ser devorados. Sexy.

– ¿Aomine qué haces aquí?

– ¿Aomine?

¡Dios que voz!

El moreno se encontraba perdido en la mirada de aquel hombre que por alguna extraña razón le conocía. Sin acercarse ni soltar al niño preguntó:

– ¿Quién eres? ¿Quién es él Midorima?

Su amigo había quedado en segundo plano pues por alguna razón que desconocía aquel hombre le atraía como si fuera dulce para una abeja.

–Ya lo conoces Aomine, sin embargo no has contestado mi pregunta ¿qué haces aquí y vestido así? No me digas que…

– ¡Doctor Aomine, doctor Aomine!

El moreno no dijo nada, dejó que la enfermera llegara hasta él. Con la mirada le interrogaba, no obstante dio un par de pasos hacia atrás cuando esta llegó pues se le había acercado mucho.

El pequeño movimiento no pasó desapercibido por los ojos de Midorima pues desde el encuentro en el parque ese comportamiento tan esquivo era sumamente extraño incluso en alguien como Aomine lo cual le intrigaba.

–Hay un problemas con uno de sus pacientes, el doctor Aoi solicita su apoyo doctor.

–En un momento voy Mika, gracias. – Volteo a ver al niño para sonreírle. – Rin me tengo que ir pero te quedaras con Mika, ella te cuidara hasta que tú papá se despierte ¿de acuerdo? – El pequeño solo asintió. Aomine lo bajo y después miró a Midorima. – Creo que tu pregunta ha sido contestada Shintarou pero la mía no, ¿quién es él?

–Kagami Taiga, idiota.

El moreno quedó sin habla. No podía creer que ese hombre tan guapo sea el Kagami que él conocía. Imposible. Eso era algo totalmente imposible. No pudo terminar de asimilarlo pues fue jalado por Sebastián a algún lado.

Eso era algo totalmente imposible.

¡De ninguna forma él podría ser Kagami Taiga!

 

Era preciso. Era preciso que sobre los corazones quebrados por la desolación, por el desprecio, cayese la luz, se abriera una bahía de transparencia donde los ojos pudieran cerrarse con tranquilidad, esperanzados en algo nuevo y lejos de las sombras.

 

La misma imagen se repetía en su mente como si fuera un mantra, alguna clase de película donde el único cuadro se repetía como poseso con las imágenes de unos ojos rojos y después un cuerpo de dios griego. Demonios, ¿qué le pasaba? Él no era así. Su cuerpo y mente le recalcaban que no podía estar cerca de personas, que tenía prohibido entregarse por completo a alguien más; el aceptar que alguien más invadiera su mente era algo que se encontraba fuera de sus ligas. El amor se le había prohibido hace tiempo atrás y, sin embargo sentía que eso estaría fuera de su control, pensó y analizó pero nada le daba un panorama claro; su cuerpo no dejaba de rechazar el contacto ajeno o era su mente que le bombardeaba con pesadillas o sonidos de aquella tarde.

Por encontrarse perdido en sus laureles obtuvo varias reprimendas. Una de ellas le llevó hasta la presencia de Midorima quien le hizo preguntas referentes a su posición en el hospital al igual que sus estudios; durante un descanso acompañados de su fiel amante la cafeína hablaron sobre los chicos y de lo que se había perdido a causa de su desaparición, fue amena y divertida la plática; él fue la conexión con el resto del grupo quienes aceptaron gustosos reunirse para hablar y jugar.

Con temor y ansiedad el día llegó y junto con el Kagami Taiga.

Trato por todos los medios de no observar de más a Kagami pero le era una tarea titánica, era como si este le llamara para contemplarlo como si fuera una pintura de Picasso. Los roces con los chicos le ponían los nervios de punta, se mordía el labio inferior por dentro para no soltar un grito exigiendo su espacio personal o que de plano no lo tocaran, sus manos apretaban fuertemente uno de sus muslos para tratar de contener sus brazos en su lugar y no soltar un puñetazo, por momentos dejaba de ponerle atención a la conversación para repetirse con quienes estaba y donde, sin  embargo eso lo llevaba a la persona frente a él que sentía ser consumido por un fuego altanero y sumamente peligroso así como ardiente y sexy.

Para el partido se excusó diciendo que tenía una lesión en la muñeca por lo que el botar el balón sería una tortura para su recuperación. Con un poco de desilusión los chicos aceptaron, se sentó en la banca, diez segundos después un hombre se sentó a su lado.

–La lesión es falsa ¿verdad?

Al escuchar aquella voz tan profunda, gruesa y varonil su cuerpo se estremeció al completo y, por inercia se llevó ambas muñecas al pecho en un claro gesto de protección. Su mente se sobrecargo de tantas preguntas pues el tema de sus muñecas era tan delicado como el de su cuerpo.

–No sé de qué hablas. – Trato de que su voz no temblara ante la cercanía junto a él.

–He notado cómo proteges tus muñecas pero no es por lesión sino por algo más… ¿Me pregunto qué será? ¿Alguna enfermedad, un corte o…?

–Para. – La dirección de las preguntas no le gustaba para nada y mucho menos quien se las cuestionaba.

–Acerté ¿no? – Aomine volteo el rostro al lado contrario en respuesta muda. – Vaya… ¿qué clase de corte sería? Sólo hay dos motivos por los que se protege una parte del cuerpo pero… Sal conmigo en una cita ¿Qué dices?

El moreno se volteó tan rápido que incluso sintió su cuello protestar por el movimiento tan brusco. Aquello tenía que ser una broma ¿verdad? ¡¿Cómo carajos el idiota se pudo dar cuenta?! Porque vamos, el Kagami que él conocía era un completo idiota que sólo pensaba en jugar y ya; la inteligencia no era su fuerte además de ser tan despistado que a veces rayaba en lo estúpido y ahora se le presentaba este nuevo Kagami que de idiota o estúpido no tenía ni un pelo… porque vamos ¿cómo con sólo un par de horas dedujo algo tan íntimo y personal así como de delicado lo eran sus muñecas? Además de pedirle una cita… cosa que le produjo un acelerado ritmo cardiaco que incluso traía consigo una amenaza de color rojizo en sus mejillas, aparte de no habérselo esperado pues la plática iba por otros lares cuando este cambia de dirección tan bruscamente con esa pregunta que parecía más una orden.

– ¿Qu-qué?

–Sal conmigo y te prometo no decir nada de tus muñecas. – El pelirrojo se paró, se acercó a su rostro con la distancia justa para después tomar una de sus manos, elevarla hasta sus labios, voltearlo y besar sus marcas.  – Te veo el sábado Aomine.

Tan cerca. Tan cálido. Tan perturbador.

Volvió a besar sus marcas y después su torso, le dio una sonrisa ladeada para acto seguido girarse sobre sus talones y desaparecer de la cancha de básquet sin agregar palabra alguna.

Todo bajo la mirada atónita de Daiki, quien no podía creer que su cuerpo le dejara tal acceso hacia su persona.

Impresionado y mudo quedó.

Aquello presagiaba una marea turbulenta.

 

Alguna causa central, alguna causa llena de historia, alguna causa maldita debía existir para que las cosas ocurrieran de esta manera.

 

– ¡¿Qué hizo qué?! ¡Pero ese hijo de… su santísima madre cómo se atrevió! ¡My baby!

Si James estaba atravesando un ataque de histeria, Aomine pasaba por uno de shock. Sebastián por primera vez no sabía cómo actuar ante una situación tan… extraña. Toda aquella situación le provocaba incertidumbre pero sobre todo curiosidad ya que Daiki nunca dejaba que nadie atravesara sus límites de espacio personas desconocidas, sabía que al joven causante de aquel revuelo se le conocía pero no al grado de tal concesión. Aquello era divertido pero frustrante pues él había sido uno de los poco que observó en primera fila por lo que tuvo que pasar el moreno para siguiera dejar que ellos lo tocaran.

Suspiro. Masajeó el puente de su nariz. Tomo lo primero que encontró arrojándolo a su pareja histérica quien se calló al sentir el roce del proyectil enviado por su pareja enojada.

–Daiki.

Lo volvió a llamar pero este no contestó. No reaccionaba así que recurrió a un método doloroso. Dos segundos después tenía una mano adolorida y a un joven arrinconado al extremo más alejado de su persona en el sillón con los ojos abiertos gritando: no te me acerques. Si, aún existía el rechazo pero ¿Qué hacía a Kagami Taiga inmune a eso o, será que su cuerpo reaccionaba tardíamente con él?

– ¿Daiki, estamos?

–S-sí. – El moreno se reacomodo en el sofá, sus manos seguían junto a su pecho mientras trataba de tranquilizarse pues el contacto había disparado el latir de su corazón.

–Bien, ahora…

– ¡¿Qué demonios me pasa Sebastián?! – Sebastián se volvió a sorprender ante la explosión de su pequeño paciente. – ¡Nunca antes nadie se había acercado con tanta facilidad! Y… él no cuenta porque... porque ¡no sé! ¿Qué me pasa? ¿Por qué Kagami se acercó y mi cuerpo no lo rechazo y…?

Sebastián decidió reducir su oído para tratar de juntar paciencia. Joder, eran sus vacaciones, las cuales un muy atónito Aomine había interrumpido en su momento de placer con su pareja sólo porque el moreno vino a él por inercia. Bueno, al mal paso darle prisa.

– ¡¿Qué pasa?! Él sólo me beso…

–Daiki puedes calmarte y tomar asiento por favor.

El moreno detuvo su andar así como su discurso sin sentido, lo  miro más no se sentó, sólo lo observó. Sebastián suspiro.

–Daiki, no tengo ni la menor idea de porque tu cuerpo ha reaccionado así ante él, te recuerdo que cada persona es diferente, quizá… no sé con certeza que significa pero lo que sí puedo decirte y sugerirte es que salgas con él y lo averigües tú mismo.

Lo observo por unos segundos para después levantarse y perderse en el pasillo en dirección de la habitación.

Las otras dos personas en la estancia sólo lo observaron, no hablaron y mucho menos se movieron de sus lugares por un largo momento hasta que Daiki se dejó caer en el sofá para perderse en el infinito del techo mientras las palabras de su médico bailaban en su mente.

 

¡Oh, viaje pesado y negro!

Navegaría aún por cuarenta y tantas o más horas, como se navega siempre en el mar, con el corazón turbado y el espíritu en duda; como se navegaba siempre esas aguas inmensas sin fin ni principios, bajo la idea, apenas insinuada, pero firme e insistente, de que se marcha sin destino, al azar, persiguiendo cosas vanas e ilusiones distintas.

 

Su corazón no paraba de latir. Sus manos sudaban en reacción al nerviosismo que corría por su cuerpo. Sus mejillas a veces las sentía tan caliente como algunas partes de su cuerpo que era rozado por él. Su mente a veces le jugaba malas pasadas con aquello pero siempre era regresado a la realidad con el sonido de su voz o la mirada.

A veces se preguntaba como un mantra ¿Qué cojones hacía ahí con él? Empero la respuesta no llegaba, lo perturbaba su presencia, la embriaguez de su olor a menta, caucho y bosques, extraña combinación pero era lo que su olfato detectaba. Sus ojos lograron llevarlo al universo de fuego al grado de a veces perder el hilo de la conversación o de saber a dónde se dirigían. No obstante, su cuerpo reaccionaba tan violentamente cuando se le acercaba de la nada logrando que el momento se volviera incómodo, sorpresivo y con el miedo bailando a su alrededor; el moreno bajaba la mirada e intentaba marcharse pero siempre era detenido con el contacto gentil y suave de una mano, algunas veces el miedo y el estado de guardia que su cuerpo adoptaba le lastimaba pero sabía que nada podía hacer.

Perdió la cuenta de las salidas aceptadas de parte de Kagami. No sabía y mucho menos comprendía cómo se llenaba de ansiedad a la salida de cada turno en espera de la llamada del pelirrojo, sin embargo cada vez que pensaba en él se colaba una imagen bajo la luz de la luna y el manto estelar junto con el sabor de sus labios al momento de convertirse en una víctima de robo de besos, un asaltador de labios, un invasor de cavidades bucales. La sorpresa fue tal que no supo cómo actuar, el sentir la respiración contraria chocando con su rostro, el movimiento lento, suave y gentil contra sus labios le llevó a un estado que no supo cómo nombrar. Sus manos se aferraron a la camisa contraria pero en posición de defensa, se dejó llevar y eso, le arrastró al recuerdo de aquella tarde donde fue arrastrado al terror por el resto de su vida.

Se despegó del contacto, lo golpeo mientras el grito de: no me lastimes abandonó su garganta, su cuerpo temblaba, no podía calmarse, el miedo aturdió su cuerpo y los recuerdos lo llevaron al pasado. Se alejó corriendo del lugar como si este fuera un campo de práctica de armas del ejército. No dejó ser encontrado por el pelirrojo, las llamadas fueron ignoradas así como su presencia fuera del hospital, empero el recuerdo de sus labios persistía en sus propios labios, el sabor en su boca y el recuerdo en su mente.

Pese a sus intentos de escape el maldito destino o su jodida suerte se confabularon para su encuentro en el evento de navidad en la escuela donde trabajaba Kuroko y Himuro, lo cual él no sabía y menos que todos sus amigos se encontrarían presentes. No supo cómo reaccionar o cómo actuar, el momento se volvió un tanto incómodo pero sus ángeles llegaron en su rescate y quizá en su salvación con respecto al pelirrojo.

– ¡Mami!

Dos cuerpos pequeños rompieron la formación de los chicos frente a él para segundos después sentir como un cuerpo se abalanzaba contra su persona.

–Mami si viniste.

–Mami ¿el tío James si te dio el permiso o te escapaste?

–Ni lo uno ni lo otro, mi turno terminó por lo que soy completamente suyo hasta mañana por la noche.

Aomine beso la mejilla del par de torbellinos que tenía por hijos. Uno era una niña con el tono de sus cabellos pero un poco más oscuros, sus ojos de un azul un tanto claros, piel acaramelada, enfundada en una playera negra con un piano estampado, unos shorts cortos y unos tenis blancos, el otro, un niño con la misma mirada y color de ojos que él, sus cabellos azules, su piel igual de acaramelada enfundado en unos pantalones de mezclilla azul oscuro, unos tenis blancos y una playera blanca con la bandera de Australia en ella. Ambos de siete años, alegres, amables y unos traviesos mejor conocidos como los hermanos de la calamidad o travesura.

–Aomine ¿los conoces?

Tres pares de ojos casi idénticos observaron al profesor de cabellos negros. Aomine no contestó pues no sabía cómo actuar y menos cuando una mirada que crepitaba y amenazaba con quemarlo si no decía algo en su defensa; en esos momentos cómo le gustaría que Sebastián, James o él estuvieran a su lado.

– ¡Wah! Profesor Tatsuya no lo vimos.

–Hola ¿Cómo está?

La niña comenzaba y el niño terminaba las oraciones, siempre eran así, les gustaba jugar con su parecido y frustrar a los adultos.

–Bien chicos, pero no se supone que deberían estar con su grupo y no aquí.

Ambos niños rieron.

–Profesor nuestro grupo ya está listo.

–Además no nos necesitan para vestirse profesor.

–Cierto, además queríamos saludar a mami antes del evento.

–Prometió que llegaría antes y al parecer hoy cumplió la promesa. – Como siempre, uno comenzaba y el otro continuaba, era alucinante lo que ese par de mellizos eran capaces de hacer, sin contar que casi siempre su sonrisa arrogante, superior o divertida aparecía dependiendo de la situación pues esta era su fiel acompañante.

–Que yo recuerde siempre cumplo mis promesas.

–No siempre mami.

Ambos menores le sonrieron a Daiki para después abrazarse a su cintura y depositar un beso en ella.

–Mami ¿te quedaras hasta el final?

–Acaso no dije que soy suyo hasta mañana por la noche. – El moreno levantó su ceja izquierda en compañía de una sonrisa ladeada, para después escuchar la risilla amortiguada de los niños.

Por otra parte el grupo se quedó un tanto turbado por lo que presenciaban pues el ver al moreno actuando así era como ver al antiguo pues el nuevo era más reservado, casi no hacia expresiones y siempre parecía estar a la defensiva agregando que unos niños aparecieron de la nada diciéndole ¿mami? y no papi. Extraño fue el pensamiento de todos los presentes.

–Dai-chan ¿Quiénes son ellos?

–Cierto mami Who are they?

They are tall and handsome.

Tall and handsome? Atenea, seriously?

Aquello sorprendió a todos los presentes y más a Himuro pues era él quien les impartía clase a ese par y nunca se dio cuenta que ambos dominaban un segundo idioma al igual que el moreno que por lo visto tenían alguna clase de parentesco.

–Sip, además el pelirrojo alto es muy apuesto.

–Apoyo la noción de Atenea mami, aunque papi es mucho más guapo.

– ¿Desde cuando hablan así ustedes dos?

–Tío Sebastián y papi.

–Debí suponerlo. – El moreno soltó un suspiro ante aquello.

–Aomine perdón por interrumpir pero ¿tú tienes parentesco alguno con ellos? ¿Son tus sobrinos o algo parecido?

– ¿Sobrinos?  – El moreno lo miraba como si le hubiera salido otra cabeza o algo por el estilo, sin embargo la risa estridente de los infantes le llamó la atención pues se carcajeaba como si hubieran escuchado el mejor chiste del mundo.

–Profesor que divertido.

–Cierto, pero no somos sus sobrinos. – Ambos se limpiaban las lágrimas así como Aomine intentaba controlar su risa que era obstruida por sus manos.

–Mami es mami.

–Quizá deberíamos presentarnos bro.

True! Who goes first?

Together?

– ¡Vale! Yo soy Aries… – El niño realizó la misma pose de pereza que solía hacer Daiki.

–Y yo soy Atenea… – Se colocó a su lado pero su brazo doblado fue puesto sobre el hombro contrario.

–Y somos los hermanos Black-Aomine, Daiki Aomine es nuestra madre. – Ambos hicieron el mismo gesto de superioridad del moreno antes de perder ante Seirin y el cual siguió haciendo.

Cabe decir que todos los presentes se quedaron de piedra ¿Aomine con hijos, tan joven? Mientras el moreno dejaba fluir la risa pues ese par era el único que lograba hacer que sus defensas bajaran al punto de convertirlo en el viejo él.

–Mami, nos tenemos que ir.

–Te esperamos en nuestro salón.

–Te queremos ver en la obra mami. – Atenea giró su cuerpo hacia Daiki.

–Ahí estaré, ustedes diviértanse.

– ¡Cierto! Mami Aries tendrá una competencia de nado ¿iras? – El moreno asintió en afirmación mientras el niño se sonrojaba por la mención de su hermana sobre su competencia.

See you later mami.

Ambos niños le jalaron de la playera para que se agachará, acto seguido recibió en ambas mejillas un sonoro beso, se alejaron corriendo, se detuvieron antes de llegar al final del pasillo para después gritar.

– ¡I love you mami! – Ambos niños soltaron una risita para después retomar su carrera.

El moreno solo les saludo. Segundos después sentía la mirada de todos en su persona así como la intensidad de cierta mirada que parecía en cualquier momento saltarle a la yugular.

–Ellos son mis hijos no mis sobrinos o algo parecido Tatsuya.

– ¿Por qué no lo dijiste? Además ellos hablan perfecto el inglés y…

–No tenía por qué hacerlo.

–Aominecchi ¿acaso no somos tus amigos?

–Incluso los amigos tienen secretos.

–Aomine…

–Y lo segundo creo que lo pueden deducir con lo que ya les conté, si me disculpan tengo un café que visitar y una competencia que presenciar.

El moreno giró sobre sus talones para perderse entre los pasillos de la escuela. No miro atrás. No podía pues el hacerlo su valor caería así como sus protecciones mentales amenazaban con ceder. En esos momentos no deseaba que nada perturbara su momento con sus hijos. Quizá después les contaría o quizá no pero por ahora no quería ni recordar.

Disfruto y río todo lo que pudo con las ocurrencias de sus hijos en el café navideño que montaron junto con sus compañeros de clase. Se entusiasmó y se llenó de orgullo cuando su pequeño Aries ganó la competencia de nado. Su pecho se infló aún más al ver la obra de teatro con sus hijos interpretando dos de los papeles importantes en la obra. Su dedo casi nunca se despegó del botón de la cámara fotográfica para guardar esos momentos que nunca más se volverían a repetir, no de infantes al menos.

Al término de las actividades busco a sus hijos para encontrarlos jugando y riendo entorno a una fogata junto con sus profesores y amigos. Se quedó parado junto a la ventana observándolos reír y correr. No escucho la puerta siendo abierta y cerrada. No hasta que una voz invadió su canal auditivo.

–Sabía que te habías vuelto una caja de pandora pero nunca pensé que algo así guardarás affetto.

Aomine se estremeció de pies a cabeza. Lo que evitó por algún tiempo se hacía presente sin siquiera notarlo. Se movió unos pasos lejos de él, más no hablo.

– ¿Porque no lo mencionaste Daiki?

–No… no tenía porque.

–Eres tan… ¿Por qué huiste del mirador? – La respuesta no llegó. – Daiki háblame. – No hubo nada. – Dai please, speak to me.

–No lo hagas.

– ¿El qué?

–Rogarme, no lo hagas… no lo dije porque el hacerlo conllev… ¿Por qué haces esto? ¿Por qué yo? ¿Quién eres Kagami Taiga?

–Porque… me pides un porque cuando pensé que era lo suficientemente claro, me gustas Daiki, me has gustado desde la preparatoria, el día que pensaba declararme desapareciste sin más, te busque en tu escuela, le pregunté a Momoi e incluso fui hasta tu casa donde me dijeron que tú ya no pertenecías a esa familia…

Aomine se estremeció ante la mención de su familia, más no contestó. Kagami continúo.

–Regresas pero eras alguien diferente, la sorpresa de verte en el hospital con una bata fue grande, tu actitud esquiva, ya no eras el que conocía, tu lenguaje corporal gritaba tristeza así como no soportar el hecho de que invadieran tu espacio personal. La protección de tus muñecas y ahora esto… he intentado conocerte pero…

–Taiga, – Aomine lo interrumpió. – todos cambiamos, las situaciones que vivimos nos cambian, hoy no soy el mismo de ayer así como no seré el mismo mañana.

–Lo sé.

El silencio reino entre ellos por unos instantes pues era cortado por el movimiento de las cortinas al bailar junto con el viento que invadía la estancia.

–Años atrás me fui de esta ciudad, el motivo no lo diré, en Australia pase por cosas que quizá ninguna persona podría y menos una mujer… mis muñecas son sinónimo de debilidad como de lucha, mis hijos son mi luz, son mi todo, por ellos me levanto cada día, por ellos es que sigo vivo...

–Daiki…

El moreno ancló su mirada en la contraria pero no se movió.

–Para mí el amor está prohibido. Mi cuerpo lo rechaza…

–No digas eso, yo te quiero, te invite a salir para conocerte y conquistarte, pensé que…

–Para mí tú eres una tormenta, una a la que le temo, no quiero que mis mares se turben por nada, no cuando apenas logró que se calmen.

– ¿Te gusto?

Taiga se giró para quedar de frente al cuerpo contrario. El moreno se giró de igual manera. Se observaron. Uno claramente podía notar el amor, la incertidumbre como la seguridad de sus palabras; el otro veía miedo y a veces nada.

Aomine soltó un suspiro, cerró los ojos y al abrirlos camino en dirección de Taiga quedando a unos pasos de distancia de él.

–Mi corazón le pertenece a sólo dos personas. Mi mundo gira entorno a ellas… – estiró su mano temblorosa, acarició la mejilla contraria pero no dio un paso más. – Nadie en su sano juicio se acercaría a alguien como yo…

– ¿Qué ocultas?

–Es mejor vivir en la ignorancia a saber la verdad.

– ¿Qué quieres decir?

–No sé si me gustas, no entiendo a mi cuerpo cuando estoy cerca de ti, yo tenía una imagen totalmente diferente de ti, la que me presentas ahora me atrae pero me perturba, el miedo está pero no está… sin embargo sé con certeza que me gustas más no sé si estoy dispuesto a dejarte entrar pues no sólo entrarías en mi vida sino en la de ellos…

El mundo se volvió nada.

Para el fuego el océano se volvió su todo así como para el océano el fuego se volvió su todo.

El viento y las cortinas se transformaron en una melodía silenciosa que sólo ellos podían escuchar más no estaban dispuestos a bailarla.

Una pequeña sonrisa junto con un carmín en las mejillas se acercó a Taiga. La explosión de un fuego ardiente y peligroso se presentó ante el ósculo que le era regalado por un Daiki tembloroso. Con la respiración acelerada, el aire siendo robado por los labios contrarios que se podía apreciar gracias a la baja temperatura existente en aquel salón, así como las miradas calientes puestas en el contrario con sus frentes unidas.

Fuego centelleando contra océano calmado. Positivo contra negativo y, el negativo se negaba a aceptar la atracción así como la manzana al caer de su árbol por la fuerza de gravedad.

–Mi océano no quiere tormentas y tú representas una… una muy peligrosa Kagami Taiga.

 

La mente es algo curioso y casi inverosímil. Tiene una extraordinaria semejanza con un escenario de esos muy profundos –tanto que se sentirían vértigo– que tuviese una serie sucesiva de decoraciones imprevistas. Primero una, después otra y otra, sin acabar jamás, porque la mente, en el fondo, es insondable.

José Revueltas - Los muros de agua

 

Notas finales:

Les gusto?

Este fics sería un shot pero con forme vi las cosas se fue convirtiendo en un two para después pasar a un three-shot.

Por cierto él citado es de José Revueltas de su libro Los muros de agua.

Perdonen las faltas ortográficas


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