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Slaughter Boxing Club por Iratxe

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Notas del fanfic:

Bueno....e aquí una de esas ideas que se crean por un pensamiento guarro

 

"Oh, necesito a Aki boxeando con una camiseta sin mangas sudado uff ufff"

 

Y bingo, aquí está. 

Notas del capitulo:

Y aquí vamos con la primera tanda, solo para presentar a nuestro protagonista y a nuestra historia secundaria, a ver qué os parece ^^

 

Nos vemos abajo

Para mí el boxeo representa todo lo bueno que hay en mi vida; todo aquello que me gusta, aquello que respeto y aquello a lo que me gustaría dedicar todos y cada uno de mis esfuerzos. Sin embargo, no todo es tan simple y “cumplir tus sueños y hacer aquello que más te gusta” no siempre resulta tan fácil como lo pintan.



Para empezar nunca fui nada de lo que alguien podría esperar de un chico de mi edad: Ni tenía novia, ni sacaba buenas notas en el colegio, ni estaba obsesionado con la música rock o los videojuegos violentos... ¿Qué podía interesarme? ¿Qué podía preocuparme? Tenía un par de amigos, a veces salía los fines de semana, a veces no...no había gran cosa que me motivara. No podrá decirse que mi familia no trató de incentivarme: Clases de piano, de inglés, campamentos deportivos...pasaba por todas y cada una de esas actividades sin prestarle demasiada atención a ninguna, lo único que quería era que mis padres estuvieran lo suficientemente satisfechos con mi comportamiento como para dejarme en paz.



No empecé a boxear por afán de violencia: por muy mal estudiante que fuera no me dedicaba a molestar a mis compañeros ni mucho menos a pegarles, era más bien del tipo que pasaba completamente desapercibido en clase. Iba, hablaba cuando me lo pedían y volvía a mi casa sin hacer ruido. Me apunté al club de boxeo por dos razones principales: En primer lugar porque era obligatorio asistir a un club o a clases extra y aquello último no entraba en mis planes, y en segundo lugar porque quería descargar energía. Sorprendentemente un chico tan “básico” como yo tenía muchas cosas dentro. No hacía nada, me había dedicado a tragar con todo lo que se me venía encima durante los pocos años de vida con los que contaba...y aquello tenía que salir por algún lado. Todas las ocasiones en las que no había podido expresar una opinión, todas las cosas que había hecho a pesar de no querer...casi desaparecieron el día en el que me puse los guantes.



En el club teníamos a uno de nuestros profesores habituales haciendo las veces de entrenador, y la verdad es que no consiguió interesarme del todo...al principio no fue la gran revelación para mí. Pensé que se convertiría en una actividad más y al acabar el instituto desaparecería por completo de mi vida para ser sustituida por otra igual de insulsa.



“Haz esto, esto es un buen ejercicio, sí muy bien, aha, continua, puedes irte a casa nos vemos el próximo día.”



Sin embargo, todas aquellas ideas básicas que tenía sobre lo que era el boxeo como deporte cambiaron el día en que me subí al ring. Jamás olvidaré esa sensación: La fuerza de uno mismo, la anticipación de los golpes, los movimientos rápidos, la adrenalina que hacía el dolor de los golpes recibidos menos obvio...y el sabor de la victoria.



Una victoria un poco tonta teniendo en cuenta que tenía 16 años, era un club del colegio que no valía para nada en la vida real y el “público” que me vio ganar fueron solo mis cinco o seis compañeros que también esperaban subirse por primera vez.



Bueno, al menos el pequeño aplauso fue real.



Cuando terminé el instituto -si conseguí graduarme fue solo gracias a mi mejor amigo Shinya, mucho más aplicado que yo, que nunca se rindió dándome clases por muy burro que yo fuera.- no tenía ni idea de qué haría con mi vida, mis padres me presionaban para escoger una universidad a la que no quería asistir y el peso que llevaba sobre mis hombros como hijo único que jamás se había quejado se estaba haciendo demasiado grande como para cargarlo por mí mismo.



Llegados a ese punto lo único que sabía era que quería seguir boxeando, me había quedado prendado del deporte y lo necesitaba para sobrellevar todas las emociones a las que se enfrenta el joven promedio que debe decidir su futuro. Busqué un gimnasio en el que me aceptaran y que tuviera una buena reputación y no tardé en encontrarlo; hacían prácticamente de todo allí pero su club de boxeo era lo único por lo que recibían reconocimiento a nivel nacional. Había leído que una buena carrera en el boxeo aficionado podía ayudarme a labrarme un futuro en el área profesional, así que marqué mi objetivo ahí. Por supuesto mis padres siguieron empeñados en que debería estudiar, así que -después de una prueba física en la que casi echo un pulmón porque ni había mirado las bases y por aquel entonces era poco más que un palillo con un amago de abdominales- entré a un curso para hacerme profesor de educación física, algo que jamás ocurriría, pero al menos mis padres estuvieron contentos y el edificio donde se impartían mis clases estaba al lado de la facultad universitaria en la que estudiaba Shinya.



Ya ha pasado mucho tiempo desde aquella época en la que salía de clase, iba a casa a comer y preparar cualquier prueba o trabajo que tuviera pendiente y volaba para ir a entrenar. Mi modo de vida no ha cambiado mucho: Tengo 27 años, paso las mañanas de monitor en el mismo gimnasio, dando clases de defensa personal a un montón de chicas entre los 16 y los 65 que creen que algún día conseguirán una cita después de clase con su profesor. Por las tardes me dirijo al piso de abajo, donde entreno hasta morir.



El boxeo aún no me da de comer, dar el salto al deporte profesional es mucho más complicado de lo que yo pensé al principio, y me estoy haciendo mayor. ¡Pero hay mucha gente que ha debutado como profesional más tarde que yo, así que no tengo de qué preocuparme! Al menos por el momento vivo bien, y me apasiona lo que hago. Sí, apasionar es una palabra muy grande para alguien con un pasado como el mío.



Sin duda lo que más ha cambiado he sido yo mismo. Además del cambio físico que viene con el deporte -y la edad-, me he vuelto mucho más decidido, mucho más “lanzado” hacia aquello que me gusta, y más dado a decir que no. ¡Hasta el punto en el que incluso algún compañero me calificaría como impulsivo! ¡Yo, el chico que siempre pasó desapercibido!



Lo que son las cosas; he mejorado en la forma de expresar mis emociones, aunque Shinya diga que sigo siendo igual en el fondo.



El caso es que todo iba bien en mi vida, hasta que una mañana encontré un extraño cartel colgado en la sala de empleados: Al parecer el gimnasio había sido traspasado, y una enorme lista de cambios se encontraba debajo del aviso. Leí los que se encontraban en la rama de los cursos y no vi nada que me afectara especialmente, así que por la tarde bajé a entrenar con normalidad sin saber lo que me esperaba:



–¡Aki!–mis compañeros se acercaron a mí, alarmados–¡Han cancelado tu combate del viernes!–



–¿Ah?–



–¡Ha sido el nuevo entrenador!–gritaban como borregos



Mi peor pesadilla, que la pequeña anarquía en la que vivía este club, que nunca se había tenido que supeditar al resto de actividades que se realizaban en el gimnasio, se rompiera. No me importaba cambiar de entrenador, no había tenido un gran vínculo con el anterior de todas formas, pero al menos aquel tipo bajito y rechoncho me había dejado hacer lo que me venía en gana todos estos años siempre que atrajera público a las gradas.



–Dónde está ese tío.–



Llevaba dos años siendo el máximo vencedor de este gimnasio; le sacaba más de cinco victorias de diferencia al segundo en el ranking, y hoy no tenía el día para que un cualquiera cancelara mis combates sin siquiera consultármelo. Qué clase de cambios estaban implementando.



–Creo que me buscas a mí.–me di la vuelta y ahí estaba, un tipo alto y delgado que no parecía haber tocado un saco de boxeo en toda su vida, vestido con ropa de deporte de marca y sonriéndome como un imbécil–Shimada Anis.–me tendió la mano, y no se la di–Tú debes ser Aki. Hablemos en mi despacho, sígueme.–



–Ya, ya sé dónde está.–le contesté de mala manera y fui por delante de él



Nos encerramos en el despacho y me ofreció asiento; pero no quise aceptarlo.



–No vas a combatir, ponte como quieras.–al parecer ya se había cansado de mí



Pues no tenía ni idea de lo que le esperaba



–Por qué no, ¿porque tú lo digas?–me crucé de brazos



–Sí, básicamente. Las cosas van a cambiar en este gimnasio a partir de ahora, y no quiero mandarte a pelear hasta conocer tus capacidades.–



–¿Qué quieres? ¿Una prueba? Sube al ring conmigo si eres valiente.–lo reté



Se rió en mi cara.



–Cuánta energía.–se levantó–No estoy aquí para eso. Solo es algo rutinario, todo esto ha sido un poco precipitado y se han cancelado todos los combates, no solo los tuyos. En cuanto todos los trámites burocráticos estén listos podremos comenzar de nuevo: Ve a entrenar y si veo que avanzas bien te aseguro que serás el primero de este club en pisar el ring de nuevo. –



–¿Qué te crees, que soy un novato? ¿Que voy a hacer lo que tú digas como un corderito?–



–Bueno, no te queda otra si quieres seguir en este club, ¿verdad?–una sonrisa de gilipollas



–Psch.–salí del despacho azotando la puerta



**



El inicio de un nuevo año siempre da pie a marcar nuevos objetivos; propósitos, y desde el luego los más aclamados son dejar de fumar y ponerse en forma. Quedando lo primero completamente descartado, pasamos al segundo:



Me llamo Subaru y tengo 23 años. Mido 1,63 cm y normalmente peso 63 kilos; todo muy redondo. Mi peso es algo con lo que llevo batallando durante toda mi vida, aunque no sea algo exagerado no me gusta la forma en la que la grasa extra se acumula en mi cuerpo: Tengo una barriga no muy prominente pero sí muy flácida, y mi zona pectoral se parece más al pecho femenino que a otra cosa.



Mi adolescencia fue complicada porque comía por ansiedad: Si tenía un examen importante o muchos trabajos pendientes acababa con una bolsa de patatas...una tableta de chocolate...hasta el punto en el que traía prácticamente una cesta de dulces a mi habitación para pasar la tarde.



Un chico normal hubiera optado por porno.



Total, quién iba a querer a un tío gordo y vago como yo...crecí con ese pensamiento en la cabeza hasta que me gradué y empecé a buscar trabajo -eso de hacer estudios avanzados no iba conmigo-. Después de una semana de patearme toda la ciudad en busca de un sitio en el que aceptaran a un tío sin experiencia como yo, acabé en una tienda de ropa de mujer que no tenía tan mala pinta y...en el escaparate colgaba un pequeño cartel de “se busca dependiente”:



–Ah...perdón...–me acerqué al mostrador, esperando a que el encargado, ahora de espaldas, me atendiera



–¿En qué puedo ayudarle?–se dio la vuelta



Y ahí estaba, con el pelo teñido de mil colores; alto como una torre y con un montón de perforaciones adornando su cara...



–Vengo por lo del cartel...–le tendí mi pobre curriculum–Me llamo Subaru...–



–¿Mm?–le echó un vistazo–No tienes experiencia.–



–No... ¡Pero tengo muchas ganas de aprender!–le aseguré



–Bueno, me gusta tu estilo.–me miró de arriba abajo–Y necesito a alguien.–



–¿Eso es un sí...?–



–Claro, podemos probar, pareces un buen chico.–me sonrió–Bienvenido a bordo, soy Kuina.–



Dos meses después de esa conversación me pidió salir. Ha sido mi primer y único novio. Al principio me sentía algo inseguro con el tema de mi físico, ya que él siempre ha sido muy alto y delgado, y creía que me veía como una bola a su lado.



–Mm...–nos estábamos besando en el sofá de mi casa la primera vez que el tema salió a la luz–Ah...–Kuina metió su mano bajo mi camiseta, y me revolví un poco



–¿Mm?–me miró–¿Todo bien?–



Yo ya le había hablado de que nunca había tenido sexo con otro hombre, pero no era eso lo que me preocupaba.



–Es que...–



–¿Es que...?–



–Estoy...gordo...–



–Gordo.–volvió a subir sus manos, acariciando mi pecho, y me morí de vergüenza por lo blando que debía estar a comparación del suyo



–Sí...–



–Aha.–levantó mi camiseta y agachó su cabeza para besar mi abdomen, primero en el ombligo, luego un poco más abajo–Ya veo.–subió con su lengua hacia mi pecho



–Ah...–



–Pues mira cómo me has puesto.–se pegó a mí para que notara su entrepierna sobre la mía



–¿Mm?–me sonrojé



–Eres muy sexy.–un beso en mi barbilla–¿Lo sabías?–



–...–



Nunca en toda mi vida me habían dicho algo parecido.



–¿Qué pasa?–me miró–Eres mi novio, me gustas.–otro beso en mi nariz



–Y tú a mí...–



Kuina siempre me ha apoyado; llevamos más de tres años juntos y aunque hemos tenido peleas ninguna ha sido seria: Trabajamos bien juntos, somos buenos amigos y el sexo es increíble.



Pero aquel día de enero...cuando me subí a la báscula y esta marcaba los 65 kilos...me vine abajo. Había engordado durante las celebraciones navideñas, y me veía con una pinta terrible.



–Buenos días.–Kuina entró al baño detrás de mí–¿Mm? ¿Qué pasa?–



–He vuelto a engordar.–me bajé de la báscula



–¿Mm? No pasa nada, son fiestas, ahora que volvemos a trabajo verás como todo vuelve a su lugar.–



–No...–



–¿Mm?–



–No puedo estar así más...–



–Pero cariño, tú estás bien así, no pasa nada.–me dio la mano–No tienes que preocuparte.–



–Voy a apuntarme al gimnasio.–



–¿Ah?–



Y este propósito no va a estancarse cuando llegue febrero, os lo aseguro. 

Notas finales:

Y hasta aquí!

 

Espero que os haya gustado

 

La verdad no creo que este fic tenga una gran acogida, es algo muy concreto con parejas que me gustan especialmente a mí pero bueno, aquí no estamos para hacer lo que quiera la gente xD

 

¡Nos vemos en el próximo!


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