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Café con Lágrimas por Tsundere Chisamu-chan

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Notas del fanfic:

Es la primera vez que participo en el DIK.

Debo confesar que he estado leyendo los fanfics que han subido y muchos me han gustado aunque no he tenido mucho tiempo para comentarlos, pero claro que pienso hacerlo.

Qué emoción descubrir tantas personas que gustan de este desafío y se emocionan publicando incluso varios fanfics. Yo haría eso si pudiese, pero lastimosamente no soy ni rápida escribiendo ni tampoco muy creativa inventando historias, por lo que siempre hago fanfics llenos de conflictos emocionales y discursos de mierda interminables. 

Aun así, ojalá que lo disfuten. 

Saludos ternuritas. 

Notas del capitulo:

Canción utilizada: "My Immortal" de Evanescense. 

Narrado por Reita~

Café con Lágrimas

 

 “El tiempo sanará tus heridas”. Escuché esas palabras como un millón de veces, en muchas bocas distintas que —de seguro— solo intentaban animarme porque mi vida se había desmoronado. Sin embargo “el tiempo” parecía dispuesto a hacer una excepción hacia mí, pues después de tantos años, yo no notaba ninguna mejoría en mi terrible e insulsa vida rota. El tiempo avanzaba a una velocidad irreal y muchos acontecimientos transitaban a mi lado sin que ninguno llegara a llamar mi atención realmente. Las personas se desvanecían ante mis ojos y la confusión me envolvía porque no lograba vislumbrar ningún esplendor por medio de mis ojos apagados.

Estoy tan cansado de estar aquí 
Reprimido por todos mi miedos infantiles 

Al principio supongo que llegué a sentirme algo enojado y confuso, porque de verdad estaba enamorado, pero después mi alma se convirtió en un agujero profundo, recóndito e incapaz de sentir otra cosa que no fuese miedo. Ese miedo que habitaba día y noche, encargándose de atormentar mi existencia y asediar mi soledad, convirtiendo mi vida en una lucha agotadora y anónima. Kai y yo habíamos sido pareja por un poco más de cuatro años, sin embargo, nuestro orgullo pudo más que nosotros y nos llevó a permitir que nuestro amor se estrellara contra una pared, reventándose en millones de pedazos. Evento que ocasionó turbación en toda la banda; produciendo discusiones y malentendidos que aunque al principio parecieron solucionables, terminaron arruinando las relaciones personales con todos los miembros para concluir en la disolución de la banda.

Todo por culpa de mi egoísmo y estupidez. Pues mirando hacia atrás, entendía que los problemas entre él y yo, se venían acarreando desde hacía ya bastante tiempo, sin embargo siempre fue más sencillo ignorarlos. Al final todo se convirtió en una bola de nieve enorme, que rodó y rodó por meses sin que quisiéramos detenerla, aunque por supuesto no podíamos saber que terminaría aplastando y destruyendo todo. Pero lo cierto, es que los conflictos iniciaron desde mucho antes. Recordaba nuestras discusiones continuas surgiendo desde cualquier asunto en el que no estuviésemos de acuerdo.

Problemas constantes, aparentemente aislados que nunca pretendimos resolver. Ampliándose cada vez más, y profundizándose en nuestras intenciones originales para robarnos la confianza. Sin embargo todo colisionó en medio del tour mundial “Dogmatic”, donde presentamos nuestra más reciente y última producción en tierras estadounidenses, latinoamericanas y europeas. Fue entonces que caímos en cuenta de lo frágil y egocentrista que era nuestra relación. Notamos lo mucho que nos importaba nuestro futuro juntos, y por fin comprendimos el gran error en el que habíamos caído al escudar con indiferencia nuestra propia vanidad. Intentar ocultar nuestras discordias solo había ocasionado que estas se intensificaran y calaran hasta el fondo, cubriendo de hielo todo lo que habíamos construido mediante amor y comprensión.

Aquella noche nos herimos. Nos gritamos con furia, soltando sin consideración palabras dolorosas con la única intención de derribarnos de forma mutua. Conocíamos nuestros gustos, nuestras aficiones y debilidades por lo que lastimarnos profundamente resultó ser demasiado fácil. Salimos disparados en direcciones opuestas, dispuestos a consumar nuestra venganza en un cuerpo desconocido. Recuerdo que encontré —para mi infortunio— atención en los brazos de mi mejor amigo. Pero aquello, más que consolarme, me había hecho sentir despreciable.

Luego de eso, nada volvió a ser lo mismo. Las discusiones cesaron por un tiempo en el que de hecho dejamos de dirigirnos la palabra y eso me ocasionó más desconcierto, pues el que Kai se estuviese guardando las emociones no era una buena señal. Lo que no podía adivinar era la razón de su desdén, pues nunca le dije nada de mi noche con Uruha, ni tampoco tenía intenciones de hacerlo. Podía pensar que la razón era el dolor que aún sentía —al igual que yo— por las ofensas que nos habíamos mentado, pero lo cierto era que ninguno de los dos había actuado de la manera más adecuada.

Me convencí de que disculparme con él, e intentar volver a la normalidad sería lo más maduro y mejor para ambos, aunque por dentro me sentía ahogado en culpabilidad. Quería creer que todo se iba a solucionar con un “lo siento” y que podríamos resolver nuestros problemas de una forma adulta. Sin embargo ya no me sentía capaz ni siquiera de ver directamente a sus ojos. Temía ver la mirada decepcionada, resentida y carente de afecto que había percibido la última noche que discutimos.

Así inició nuestro acelerado descenso, trayéndose consigo todo lo que nos importaba. De forma gradual todo se fue derrumbando tan rápido que no tuvimos tiempo ni de verlo venir. La frialdad que habitaba entre nosotros comenzó a extenderse como una plaga. Los chicos desconcertados, intentaron averiguar qué sucedía y aun sin conocer a ciencia cierta la razón de nuestro disgusto —porque yo nunca dije nada, y seguramente Kai tampoco—  empezaron a distanciarse. Uruha se puso de mi parte, pero Aoi y Ruki defendían a Kai asumiendo que era mi culpa puesto que él estaba mucho más afectado que yo.

Iniciaron las riñas entre nuestros compañeros. Los líos surgían por el más insignificante detalle, el resentimiento se apoderó de nosotros y todo nuestro entorno laboral se transformó en un aterrador escenario de discusiones, rencor, rabia y desprecio. Los conflictos nos acorralaron y el caos no se hizo esperar. Para nuestra desgracia, el líder que era la única persona estable y objetiva, nunca apareció para obligarnos a reflexionar. Se mantuvo al margen, ausente y apático, como nunca lo había hecho antes. Nos abandonó en medio de las tinieblas, dejándonos destruir a nuestro antojo y provocando que yo me creyera condenado al castigo eterno por haber roto su espíritu fuerte e indomable.

No pasaron dos meses antes de que ninguno de los integrantes pudiera dirigirse la mirada de forma pacífica. Las indirectas abundaban, al igual que los comentarios sarcásticos hasta llegar a los insultos y gritos. Arrasando por completo con las buenas relaciones y amistad que alguna vez nos unió en un equipo de trabajo. Conduciendo al abismo todo lo que habíamos logrado juntos, nuestro esfuerzo, proyectos pasados y futuros, así como también a nosotros mismos y la parte de nuestra vida que pertenecía a la banda y de la cual nos aferramos con vehemencia sin lograr sostenerla. Y entonces se desmoronó por completo.

Al regresar a Japón, nos separamos. Cada uno rehízo su vida gracias a proyectos personales. A fin de cuentas, pasarían algunos años antes de que cualquiera de nosotros llegara a tener dificultades económicas.  Aunque eso no cubría el vacío en el pecho al tener que disolvernos. Uruha volvió a la ciudad en la que crecimos y a pesar de que de forma ocasional nos comunicábamos por e-mail, la indiferencia habitaba en nuestro vínculo, pues al igual que todos, tuvimos algunos roces. Al resto de los chicos no los volví a ver. No sabía qué había sido de ellos, de sus vidas o sus familias.  Y aunque me dolía la ausencia de todos, Kai siempre fue mi debilidad. A él lo extrañaba como a nadie. La simple carencia suya en mi vida, provocaba una dolorosa y constante asfixia.

Y si te tienes que ir 
Desearía que solo te fueras 
Porque tu presencia todavía perdura aquí 
Y no me dejará solo 

Hundí la cara en mi almohada, cansado de llorar. Compadeciéndome de mí mismo y mi desgracia. Asqueado de la clase de persona en la que me había convertido. Maldiciendo los sentimientos de orgullo y egoísmo que habitaban en mi interior y a los que les permití acabar con mi anterior vida. Sintiéndome idiota por haber soltado la soga que nos unía sin siquiera tener el valor para afrontarlo, y los errores de un pasado náufrago me estaban consumiendo a toda velocidad. Como un incendio propagándose en el amplio y longevo bosque sin que yo pudiese hacer nada para detenerlo. Motivando a que me preguntara; ¿Qué será de mí, cuando ya no me queden fuerzas? ¿Hasta cuándo podré aguantar el suplicio y el desamparo?

Volví a quedarme dormido con la esperanza de elevarme en un sueño relleno de la alegría que alguna vez me rodeó y que solo pude valorarla cuando llegué a tocar fondo. Evocar alguno de aquellos escenarios paradisiacos en los que Kai me mostraba sus hoyuelos junto a una amplia sonrisa y luego me abrazaba por la cintura para besarme con dulzura, y finalizar con un “te amo” susurrado en mi oído, que arrasaba con toda la sensatez que podía quedar después de un beso suyo. Un sueño diferente, que me rescatara en parte, de la oscuridad en la que me encontraba sumergido. Uno que difiriese de las habituales pesadillas que abarcaban mi cabeza dormida o despierta.

Pero mi petición no sucedió. Lo supe cuando desperté con la alarma, seguro de que había transcurrido un periodo de tiempo más largo de lo que había percibido. Me levanté desganado, pues casi no había podido dormir, e ir a trabajar era lo que menos anhelaba en ese momento. Faltaba una semana para que se cumplieran 8 años exactos y “oficiales” de la desintegración de la banda y mi mente no lograba procesar ningún otro asunto. De todas formas me interné en la ducha deseando que el agua fría me devolviera la vitalidad que tanto me caracterizó en el pasado. Pues quisiera o no, debía asistir a mi trabajo.

Hacía algunos años había fundado un negocio de música, especializada en instrumentos y música electroacústica. Allí inicié a impartir lecciones de bajo y a la vez comerciando con los mismos instrumentos y accesorios, exportando, importando y vendiendo. Por supuesto, la tienda creció a pasos agigantados hasta expandirse en varias sedes que se ubicaban a lo largo de la ciudad. Había llegado a adquirir gran renombre, y por ello acudían los mejores instrumentistas de la zona a adquirir sus instrumentos y otros artículos necesarios para sus conciertos. Había invertido gran parte de mis ahorros en el establecimiento y los resultados eran muy satisfactorios. Sin embargo, eso no me daba ninguna clase de regocijo. Tenía todo lo que alguna persona podía llegar a anhelar; dinero, fama, lujos, prestigio, un negocio propio, aduladores. Pero el agujero en mi corazón era todavía más grande que todo eso.  

Salí de mi departamento, cubierto hasta el cuello y con un gorrito de lana pues hacía bastante frío y me subí en el auto soportando la fuerte jaqueca que me estaba azotando en ese momento por culpa de mi llanto nocturno. Me dirigí a una de las sucursales pertenecientes a mi negocio que quedaban más cercanas, para solucionar un asunto administrativo del que me habían notificado la tarde anterior. Bajé y me coloqué lentes oscuros, pues el sol —aun débil— en el rostro no era lo más viable para aliviar el dolor de cabeza. Entré a toda velocidad saludando por lo bajo al recepcionista, adentrándome directo hasta la gerencia y toqué la puerta. La empujé cuando escuché la voz de la gerente permitiéndome el paso. Sonrió al verme y me saludó con una reverencia para luego explicarme los detalles surgidos sobre el transporte de unos artículos y sus retenciones en las aduanas. Lo hizo de forma concisa y rápida y yo solo la escuché en la lejanía.

Por más que intentara permanecer allí en cuerpo y mente, me era casi imposible. Mis pensamientos divagaban de un lugar a otro sin que yo lograra controlarlos. La escuché en silencio y accedí a la rápida solución que ella me propuso, porque no tenía ganas de hacerme cargo. La alenté con su trabajo y le dirigí breves palabras de agradecimiento, para huir a hundirme en mi propia miseria emocional. Salí de la oficina sintiéndome exhausto, de pronto los ojos se me cerraban por el sueño y las piernas se volvieron pesadas. Giré mi cara hacia el tendero y me recosté al mostrador de cristal, luchando contra el deseo que tenía de permitirle a mis parpados que se cerraran.

—Hola Hiro —hablé arrastrando las palabras.

—Buenos días señor —respondió con respeto.

—Me gustaría que te encargaras de algo —Continué antes de que siguiera con su protocolo de empleado modelo. —En estos días llegarán unas nuevas pedaleras para bajo eléctrico. De la marca Behringer. ¿Podrías apartarme 50 ejemplares para un encargo?—

Seguramente respondió. Porque lo vi mover sus labios y su cabeza en un movimiento de asentimiento, pero su voz quedó en segundo plano cuando una voz de timbre familiar chocó contra mis tímpanos helándome de pies a cabeza.

“Buenos días. ¿Venden baquetas 5b?”. Me quedé inmóvil mientras el chico con el que estaba hablando puso su atención en el sujeto que estaba a mis espaldas y le sonrió con un gentil gesto, respondiéndole con las palabras; “Por supuesto señor, pase por acá por favor” y con su brazo le indicó el camino. Lo miré de reojo cuando pasó justo a mi lado siguiendo al tendero y admiré en cámara lenta su rostro de ensueño que tanto ansiaba volver a ver, pero en ese momento me invadía de un pánico desmedido. Admiré su espalda cubierta con una chaqueta marrón y mi corazón dio un vuelco con solo pensar que Kai, estaba frente a mis ojos nuevamente.

Estas heridas no parecen sanar 

Aspiré fuerte, percatándome de que llevaba varios segundos sin respirar y de inmediato mis fosas nasales escocieron con aquella esencia cítrica y fuerte tan característica en él. No podía moverme. Lo miré alejándose de mí, internándose en el establecimiento y conversando con el tendero. Este le ofrecía un par de baquetas y Kai de inmediato las tomaba con sus manos y las agitaba en el aire, imitando el movimiento al percutir su redoblante, hacia piruetas con ellas y las dejaba en el mostrador para hacer lo mismo con otro par. Era devastador verlo de esa manera. Se veía joven, feliz y enérgico. No había cambiado en nada. No como yo, al menos, que había abandonado mi estilo juvenil. Mi cabello había cambiado el rubio para utilizar un color castaño más sobrio y siempre andaba en la calle vestido como un indigente, cubriéndome con cualquier harapo todo lo que fuese posible.

Me pregunté qué tan bien estaba sin mí. Y sentí envidia al verlo tan radiante aun cuando yo estaba agonizando en su ausencia. Continué contemplando sus movimientos espontáneos y los gestos de su tan encantador rostro. Quería fundirme en su sutil sonrisa, le miré los exquisitos labios y sus ojos imperturbables que podían expresar desde la más desbordante dulzura hasta la más aterradora ira. Enigmáticos en ocasiones, risueños en otras y seductores todo el tiempo. Tenía arrugas a su alrededor, pocas y adorables pero de todas formas eran una novedad para mí, y ya las amaba. Su cabello estaba largo y lo llevaba sujeto en una cola de caballo. Tan hermoso, pensé para mis adentros. Tan libre.

Este dolor es simplemente demasiado real 

Me sobresalté al divisar que se encaminaba nuevamente hacia donde yo me encontraba con el producto escogido, en su mano. Él no me había reconocido todavía y decidí que no debía hacerlo, de modo que le di la espalda y caminé hacia el lado contrario, buscando cualquier cosa para disimular. En segundos me encontré frente a la vitrina que contenía las cuerdas de guitarra y me crucé de brazos fingiendo verlas. Entonces escuché nuevamente su voz.

—Claro. Aunque las escobillas ayudan a producir un efecto diferente y yo personalmente casi nunca las utilizo —le explicó a mi empleado que le encantaba preguntar y mis ojos tras los cristales oscuros se llenaron de lágrimas, recordando lo mucho que a él le encantaba que le preguntaran solo para poder dar un discurso de esa clase sobre instrumentos, sus utilidades, música, efectos o cualquier cosa en la que fuera un conocedor.

—Oh entiendo.

—¿Pronto llegarán los pedales para bombo?

—Sí. Creemos que en estos días se realizará la entrega. Esta última entrega se ha retrasado por unos problemas en la aduana. —rio con simpatía. —Incluso ha tenido que presentarse el señor Suzuki a resolverlo.

Cerré los ojos y contuve el aire, tenso por escuchar a mi empleado hablando de más. Kai permaneció en silencio y con un volumen más bajo preguntó; — ¿Suzuki?

—Sí. El dueño de la tienda. Está justo allá. —No estaba mirándolo, puesto que me encontraba de espaldas a ellos, pero estaba seguro de que me señalaba con el dedo índice y con una expresión bobalicona en su rostro. Arrugué la cara pretendiendo no haber escuchado su conversación.

—¡Señor Suzuki! —me llamó de pronto al no tener ninguna respuesta por parte de su cliente y todo mi cuerpo tembló por el pánico que me invadía. Tragué grueso y me giré con lentitud rogando no desplomarme sobre el suelo. Cuando mis ojos se toparon con los de Kai, una ola de emoción y desesperación me golpeó con tal fuerza que casi me noquea. —Venga a conocer a uno de nuestros mejores clientes —agregó Hiro, seguro de que estaba haciendo un gran trabajo, pero con Kai mirándome así, sus palabras eran lo que menos me importaba. Los ojos conmocionados de Kai y su boca entreabierta no me ayudaban en nada y conforme la distancia entre nosotros se acortaba, su rostro parecía palidecerse más.

Avancé hasta que estuve a un par de pasos de su cuerpo y me contuve para no estallar en lágrimas sobre su pecho. Solté aire sintiéndome acribillado con su mirada que me atravesaba y apreté los labios para detener el temblor de mi labio inferior. Le extendí la mano dispuesto a estrechársela, en un acto de valentía improvisado, simulando mucha más seguridad de la que sentía y sonreí de forma forzada. Inhalé al ver su intención de corresponderme y con todas mis fuerzas solo logré pronunciar un susurro de saludo.

—Hola Yuta —mi voz se quebró en su nombre y él apretó su mano contra la mía a la vez que su rostro se teñía de un sonrojo particular, que solo tenía cuando sufría emociones muy fuertes como el enojo, la euforia o las ganas de llorar. Pero sabía que no lo haría, pues antes de llorar él prefería fruncir el entrecejo, rechinar los dientes y levantar el pecho. Y fue justo lo que hizo apenas se soltó de nuestro efímero pero abrasador contacto.

—¿Cómo? —Continuó Hiro con sus comentarios, —¿Ustedes se conocen?

Asentí con inseguridad sin quitarle la mirada de encima a mi antiguo amante, agradeciendo mentalmente el poder ocultarme tras los anteojos oscuros, seguro de que nadie pudiera observar del todo la expresión patética que tenía en mi rostro.

—Claro. El señor Yutaka y yo hemos sido conocidos por muchos años —Respondí rogando por que no se me quebrara la voz y él levantó la vista para mirarme con una expresión que me estrujaba el corazón hasta dejarme sin aire. Había vuelto a su color normal pero sus ojos estaban vidriosos y su boca entreabierta expresándome algo más que sorpresa. Tal vez algo de dolor, algo de deseo o de emoción por verme. Mi corazón palpitaba emocionado y esperanzado de que tuviese razón, y Kai estuviese tan nervioso por verme como me encontraba yo.

Hay tanto que el tiempo no puede borrar 

El tendero continuó hablando pero ninguno de los dos le pusimos atención porque estábamos inmersos en el contacto eléctrico que fluía entre nuestras miradas. Hiro se despidió colocando la factura en el mostrador junto a la tarjeta de cobertura dorada con la que Kai había cancelado su compra y se retiró. Lo más seguro era que había comprendido la tensión del momento y decidió dejar de interponerse. Miré a Kai por varios segundos, hundido en el castaño de sus ojos, reprimiendo las ganas que tenía de lanzarme y darle un abrazo, de besarlo, de llorar en su hombro, recuperar todos los años perdidos en su ausencia.  

—Yo… —bajó la mirada y parpadeó. —No sabía que ibas a estar aquí. Suelo venir a veces y nunca estás, así que pensé… —agregó con voz entrecortada y se detuvo para luego suspirar. Yo me recosté en el mostrador para no desmayarme por la impresión de verlo tan inquieto, en frente de mí. Respiró profundo y tomó sus cosas para guardarlas en su billetera. Yo me sentía asfixiado y congelado. Había esperado tanto, tanto para volver a verlo, tantas lágrimas, noches en vela, pesadillas solo por la necesidad de verlo una vez más, que no lograba reaccionar. Entré en pánico cuando lo vi girarse dispuesto a salir de la tienda, y solo dio dos pasos antes de que mi cuerpo actuara.

—Kai —llamé quedo y él se detuvo sin volverse a mirarme.

—No me llames así. —Solicitó. —Ya no soy Kai. —Continuó caminando y me sentí tan frágil que temí que las partes de mi cuerpo se desprendieran una a una. La simple imagen del contorno de su cuerpo me hacía alucinar. Sin pensarlo, caminé hasta donde se encontraba y lo tomé con suavidad del brazo. Sentí su músculo firme y marcado a través de la prenda y recordé su textura sinigual. Él se detuvo otra vez mirando hacia la puerta de cristal.

—Por favor —supliqué por un poco de su atención.

—Akira… —susurró y mi corazón latió desesperado. Nunca o pocas veces me llamó por mi nombre mientras estuvimos juntos. Respiró, tomando aire para hablar, pero antes de que lo hiciera preferí hacerlo yo.

—Quiero hablar contigo. Por favor —dije en un nuevo intento por recuperar al menos algo de su tiempo.

—De acuerdo.

Caminamos juntos sin decir ninguna palabra hasta la cafetería más próxima. Deseaba no ser tan predecible y aparentar absoluta calma como la que parecía tener él, exceptuando su ceño fruncido. Deseaba verme atractivo y seguro para impresionar a Kai, sin embargo mi cuerpo me estaba jugando sucio, temblando como gelatina, dándome bajonazos de presión sanguínea y palideciéndome la piel como a un muerto. No tenía idea de cómo pretendía ganarme el corazón de Kai de nuevo, viéndome así de patético. Entramos al cálido lugar mientras yo sentía mis labios temblando de manera incontrolable. Tal vez un poco por el frío, un poco por los nervios. Entré primero y tomé asiento en una mesa con dos sillas, para después verlo sentarse en frente de mí. Sin dirigirme la mirada, extrajo del bolsillo de su chaqueta una cajetilla de cigarros, sacó uno, lo colocó en sus labios para después encenderlo y darle una lenta y profunda calada. Todo bajo mi mirada fascinada.

Cuando tú llorabas, yo secaba tus lágrimas 

—¿Y bien? ¿De qué querías hablar? —Me miró. Sin titubeos, miedo, nerviosismo o inseguridad. La característica mirada intimidadora de Kai que —a pesar de todos aquellos años— continuaba excitándome tanto como me aterraba.

—Te he extrañado —dije cuando reuní el coraje. Su mirada pareció ablandarse solo un poco.

—¿De verdad? Te va tan bien con tu negocio que… —guardó silencio y soltó aire por su nariz en un intento de risa. Estaba seguro que se arrepintió de hacer algún comentario sarcástico y venenoso.

—Sí. De verdad. —Respondí ignorando su comentario posterior a su pregunta. —Me hubiese gustado que las cosas no terminaran así de mal —agregué con toda sinceridad, pues aún me dolían las palabras ofensivas que fluían entre los miembros de la banda los días finales de la gira.

—Cosas que pasan. —Clavó sus ojos en los míos con un dejo de rivalidad y supe que en el fondo me consideraba culpable así que bajé la mirada y la puse sobre mis manos que se movían con nerviosismo sobre mis piernas.

—Pues…  a mí me gustaría que todo volviera a ser como antes.

—Las cosas no siempre salen como nos gustaría. —Dijo con voz algo molesta, y de inmediato agregó; —Perdona ¿Podrías quitarte los lentes?

Cierto. Había olvidado lo minucioso que era Kai cuando trataba de temas serios. No le agradaba conversar con “su propio reflejo”, o eso decía siempre. Sonreí mientras los removía de mi cara, ligeramente inseguro por tener que mostrar mi rostro envejecido  y derrotado. Su mirada escrutadora me analizó.

—Estás diferente —pronunció en un susurro que se me antojó seductor aunque solo parecía estar hablando para sus adentros. —Pintaste tu cabello —comentó con naturalidad. Y tomó el menú que el chico con delantal dejó sobre nuestra mesa unos segundos antes.

—Sí —respondí intentando forzar una sonrisa. —El rubio me trae malos recuerdos. —Bajé la voz porque en realidad estaba diciendo la verdad y la razón por la que cambié mi apariencia física era por la carga emocional que traía consigo la antigua imagen de “Reita” pero lo cierto era que sin importar cuánto cambiara, los remordimientos nunca se fueron.

—Te queda bien. —Temblé ante el halago a sabiendas que solo comentaba lo que opinaba sin ninguna intención oculta. Porque él era así.

Cuando gritabas, yo luchaba contra todos tus miedos 

—Gracias —susurré y él elevó su mirada para atravesarme con ella. En ese momento la odié con toda mi alma, por enloquecerme de esa forma, por atormentarme, por lograr entrar en mi mente y leerme. Desvié la mía y entonces percibí un movimiento de su cuerpo que me llamó la atención. Con prisa, acercó su cigarro al cenicero que había en la mesa y lo apagó, sacó su billetera y dejó un billete de baja denominación en la mesa para volver a guardarla y ponerse de pie.

—Me tengo que ir —dejé caer la mandíbula dolido y sorprendido. —Tómate un café, yo invito. —Y con convicción empezó a caminar hacia la puerta sin siquiera darme la oportunidad de abrir la boca para responder.

Lo vi alejándose a pasos agigantados, dejándome solo unos cuantos segundos de tiempo para ir tras él. Hice una mueca y sollocé, apretando con mis manos la orilla de la mesa. ¿Por qué se estaba comportando tan frío conmigo? ¿Es que acaso a él no le dolía nuestra separación? ¿No lloraba cada noche? ¿No se sentía solo? ¿No había vibrado del pánico y la emoción al verme de nuevo? Contuve las lágrimas, porque ya estaba harto de derramarlas y me levanté dispuesto a soltarle todas aquellas verdades en la cara.

Tomé tu mano a través de todos estos años 

Galopeé hasta afuera y mirando hacia los lados pude ver su cuerpo alejarse, así que corrí dispuesto a alcanzarlo. No pretendía dejarlo tranquilo, no hasta desahogarme, hasta contarle la verdad y confesarle lo muy enamorado que me encontraba todavía. Llegué hasta él y toqué su hombro con brusquedad.

—¡Kai! —exclamé pero él se zafó de mi contacto en un súbito y fuerte movimiento.

—¡Deja de llamarme así! —respondió él en un grito exasperado y se giró en mi dirección. Me miró con lágrimas en los ojos y yo me sobresalté pues nunca lo había visto llorar, aunque ciertamente podía apostar que no las dejaría resbalar. Me miró con ira y dolor, sus hombros estaban temblando y sus manos —a los lados de su cuerpo—estaban hechas puños.

—¿Qué te sucede? —dije recordando el motivo que me hizo correr tras él, ignorando su rostro soberbio ahogado en cólera. —No nos hemos visto en casi 8 años y tú te vas así sin siquiera despedirte. —Reclamé también hundido en la desesperación. Lo más seguro era que las personas a nuestro alrededor nos estuvieran mirando y murmurando, pero nunca lo supe porque no les puse atención.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Akira? —gritó y yo quise acobardarme frente a su mirada furiosa. —¿Quieres que llore y me lance a tus brazos? ¿Qué pretendías? ¿Qué con una taza de café se arreglaría todo? —Enarcó una ceja y levantó los brazos, desafiante.

—Ya no somos adolescentes Yutaka. —Destaqué con una acentuación particular cuando pronuncié su nombre. —Creí que podríamos arreglar las cosas con madurez.

—¡No seas cínico! —De pronto se acercó a mí y con un movimiento violento me tomó del cuello de la camisa y me acercó a su cuerpo, llegando a hacerme sentir escalofriado del miedo. Si había algo que podía llegar a intimidarme era una amenaza de Kai. —Me reclamas sobre mi madurez y de pronto me dices que me extrañas ¿Acaso se te olvidaron todas las mierdas que pasamos? —Habló cerca de mi cara y endureció un poco más el gesto.

—¡Déjate de juegos! —espeté y me aventó un puñetazo en el rostro. El impulso me hizo retroceder y desvié la mirada tocando mi mejilla. La verdad era que el dolor de mi pómulo no era más fuerte que el de mi corazón. La gente se detuvo a observar la escena, sin embargo, nadie intervino.

—¡No me hables de juegos, imbécil! —Gritó furioso y de pronto su voz temblorosa me hizo

elevar la mirada y presencié, por primera vez en mi vida, las mejillas de Kai empapadas en lágrimas. —¡Te acostaste con Uruha! —agregó sonando conmovedor y adolorido. De pronto nos miramos, remontándonos a aquel pasado tormentoso. La noche más terrorífica de nuestras vidas, la misma en la que nos rompimos para no volver a ser los mismos. Sus palabras lacerantes se unían a las mías igual de hostiles y retumbaban en mis oídos. ¡Tanto tiempo esa escena había permanecido en mi memoria! ¡Cuánto me arrepentía por haber abierto la boca para gritarle aquellos improperios!

Pero tú todavía tienes, todo de mí 

—Eso jamás significó nada para mí —respondí algo más tranquilo, sabiendo que negarlo sería algo absurdo, deseando devolver el tiempo y borrar todo. Miré a Kai temblar encolerizado y analicé sus lágrimas que salían de manera continua aunque escasa.

—Lo hizo para mí. Te esperé toda la noche solo, en nuestra habitación. —Tragó grueso y ladeó el rostro para dejar de verme. Miré sus apetitosos y húmedos labios escupirme esas palabras desde su hígado y yo dejé de respirar, atónito. El silencio nos rodeaba en una burbuja de cristal tan frágil como nuestra antigua relación, manteniéndonos separados del ruido de la ciudad en la que nos encontrábamos; los autos y los curiosos que se habían acercado a mirar y murmurar cosas entre ellos. Arrugué la cara porque en cuestión de segundos una cantidad exagerada de desconsuelo había caído sobre mí, noqueándome, provocándome repulsión y haciéndome recordar con más agonía.

 Él me había esperado. Siempre creí que había acabado en la cama de alguien, igual que yo, vengándose de forma infantil, enredándose con cualquiera que se encontrara para consolar su amargura. Pero si él me había esperado —tal y como decía— entonces toda percepción del asunto cambiaba. Automáticamente yo me convertía en el culpable de todo, un ser despreciable que abandonó a su pareja para rematar una disparatada venganza. ¿Cómo podía ser tan idiota, egoísta e ingrato? Quería poder regresar el tiempo y confesarle que sí seguía enamorado de él, borrar las mentiras que mencioné acerca de cuánto odiaba su personalidad y su actitud y en vez de eso, hacerle saber lo mucho que me importaba, decirle que continuaba siendo mi ídolo por sus capacidades y que no me arrepentía de haberlo conocido. Rehacer una historia por encima de la verdad insoportable que había deformado al Kai que yo solía conocer y le había fracturado el alma.

Me acerqué a él, a paso lento y a pesar de su semblante lleno de repugnancia no retrocedió. Sin embargo, apartó mis manos cuando las coloqué sobre sus hombros.

—¡No me toques! —Gritó y mostró los dientes destilando furia. Gruñó como un animal salvaje y de pronto recobró la compostura. Sus ojos herméticos me devolvieron la mirada y con la palma de su mano limpió los rastros de lágrimas que quedaban en su rostro y que habían dejado de emerger. Suspiró y su postura se relajó. —Aunque ya nada importa. —agregó con voz resignada. —Da igual lo que sucedió. Ya no podemos cambiarlo.

Negué sutilmente con la cabeza. Pensando que estaba a punto de dejar ir a Kai una vez más y la impotencia era lo único que habitaba en mi mente. Porque él tenía razón, y un resentimiento alimentado por tantos años no se solucionaría tan fácil. Si él elegía irse, no lo culpaba. Aunque las ganas de suplicar nunca faltaban. Tenía un nudo de remordimiento atorado justo en la garganta que no me permitía hablar ni respirar, solo por pensar en todo el daño que había causado sin darme cuenta, pues en aquel entonces me encontraba tan inmerso en vanidad que nunca lo supe ver.

Lo miré con atención, deseando poder entrar en su cabeza como él lo hacía conmigo pero su gesto era impenetrable y eso me causaba una irrevocable cobardía. Incluso aventajado por un par de centímetros de estatura, reconocimiento y posición social no podía dejar de sentirme insignificante en frente de él. Lo miré suspirar y cerró sus ojos para después girarse y dándome la espalda, empezar a caminar. No pude detenerlo, o no quise hacerlo. Era su decisión y de hecho —en parte— la apoyaba, pues comprendía que era lo mejor para él; alejarse de quién solo lograba aportar pena y tristeza a su vida. Sin embargo, no dejaba de doler.

Me quedé petrificado, mirándolo. Caminó en línea recta, abriéndose paso entre la multitud sin voltearse ni una vez, hasta que se perdió de mi vista. Entonces hice lo mismo y di media vuelta en busca de mi automóvil. Se encontraba a un par de calles, lo había estacionado justo en frente de la tienda, por lo que caminé muy despacio para no desplomarme en cualquier momento. Mis piernas flaqueaban y mis ojos se encontraban empañados en lágrimas, dándome un panorama nublado e indefinido por el que transité desorientado. Me envolví con mis brazos reparando en el frío que sentía y me encontraba abriendo la puerta de mi auto cuando me percaté de mi torpeza al olvidar en el restaurante mis lentes favoritos. 

Me encerré sentado al volante y acaricié este de forma casi inconsciente. Había perdido todo atisbo de esperanza o motivación y me encontraba lesionado que no sentía ni siquiera ganas de llorar. Enrosqué mis dedos en la cobertura aterciopelada intentando exteriorizar la frustración, pero esta era tan excesiva que me estaba ahogando. Las lágrimas permanecían estancadas en mis ojos sin ser derramadas y mis manos temblaban sin parar. Me creí incapaz de conducir hasta mi hogar, aunque en esas circunstancias me daba lo mismo quedarme allí para siempre o morir. Apreté mis dedos con fuerza en torno al volante y recosté mi frente en este, intentando respirar con normalidad al tiempo que cerraba los ojos.

El oxígeno no parecía querer entrar en mi organismo y mi cuerpo empezó a sufrir espasmos, de pronto sentí mi estómago revuelto y queriendo devolver el ligero desayuno que había consumido esa mañana. Sentí una arcada y tapé mi boca con la mano luchando contra las náuseas, porque a pesar de todo, no deseaba vomitar sobre el tablero de mi auto. Con un movimiento repentino e instintivo abrí la puerta y asomé la cabeza gacha pensando en que si iba a vomitar, lo mejor era hacerlo en la calle. Pero nada salió de mi boca, solo tosí un par de veces y limpié con la manga de mi suéter, la saliva que quedó en las comisuras de mis labios. Suspiré y levanté la mirada topándome con los ojos de uno de mis empleados que se encontraba aseando el exterior de los ventanales.

—¿Se encuentra bien señor? —preguntó con educación y preocupación.

—No mucho. —Contesté sincero. —¿Podrías llamar a Ryu?

Asintió y de prisa ingresó al establecimiento. Ryu era uno de los chicos de mantenimiento. Callado y centrado, siempre dispuesto a ayudar en cualquier cosa. Nunca hablaba si no era necesario ni se metía en los asuntos de otros por lo que fue la primera persona en la que pensé. Pasaron unos instantes antes de que llegaran ambos con la intranquilidad plasmada en sus rostros.

—¿Me llamaba señor? —preguntó en un volumen bajo pero con seguridad.

—Si. La verdad es que estoy algo mareado y no quiero conducir así. —Respondí fingiendo estar en mejores condiciones de las que sentía. —¿Me llevarías a casa?

—Por supuesto.

Bajé de mi asiento y rodeé el auto con el estómago en la garganta. Mi cabeza palpitaba y empecé a ver puntos blancos. Subí deprisa en el asiento del copiloto, temiendo desplomarme sobre el suelo y extendí mi mano con las llaves hacia el muchacho que había subido a mi lado. Le dije el nombre del edificio en el que vivía y fueron las únicas palabras que intercambiamos. No hacía falta advertirle que no sentía deseos de hablar puesto que él en seguida lo dedujo, o tal vez no, pero afortunadamente no trató de averiguar la razón de mi malestar como lo hubiese intentado hacer Hiro.

Llegamos luego de un tortuoso recorrido en el que las náuseas se unieron a la sensación de fracaso, trayéndome a la mente cada una de las palabras que habían salido de los labios de Kai, sus gestos, su mirada cargada en resentimiento y emanando lágrimas. ¿Por qué había tenido que verlo justo ese día? No quería creer en la malevolencia de ninguna entidad divina ni en la crueldad del destino, estaba exhausto de culpar a todos por mi desgracia. Más que reconocer mi culpa, debía resignarme. Kai no deseaba verme y no me sentía con la valentía necesaria, o la fuerza para intentar una reconquista y soportar otro posible rechazo. Estaba frágil, cansado y roto.

Tu solías fascinarme 
Por tu reluciente luz 
Ahora estoy atado por la vida que dejaste atrás 

Llegamos al edificio y tercamente bajé del automóvil, ignorando las palabras de Ryu, que insistían en que me detuviera para poder ayudarme. Caminé tambaleándome hasta el elevador, antes de entrar en este, me giré y le indiqué al jovencito que me seguía, que se regresara con mi auto y que yo lo recogería al día siguiente. Este me miró sin decir nada, aunque pude leer la pesadumbre revelada en sus ojos amarillentos. Sonreí en un absurdo intento de serenarlo y entré al elevador, presioné el botón que me llevaría a mi departamento y su imagen desapareció tras las puertas metálicas cerrándose.

Me recosté en una de las paredes espejadas del pequeño cubículo y cerré los ojos resoplando. Sus palabras se repetían en mi cabeza una y otra vez con ahínco, atravesándome cada vez de una forma más desgarradora. Las náuseas retornaron con la imagen de sus ojos llorosos y cubrí mi boca con el antebrazo temiendo devolver mi desayuno de cereal y leche, en el pulcro piso del ascensor. Arrugué la cara e intenté inhalar muy profundo. Las puertas del elevador se abrieron y sin esperar ni un segundo más, salí galopando hacia mi departamento. Entré, corrí al baño y llegué justo a tiempo para aventarme al suelo de rodillas y regurgitar en el sanitario todo lo que había ingerido en el día.

Además del corazón, ¿Qué otra cosa se encontraba estropeada dentro de mí? Me mantuve recostado en la taza del retrete como un ebrio con una resaca espléndida. Las arcadas volvían sin avisar y el malestar no desaparecía. Las lágrimas salían de mis ojos precipitadamente y no sabía si era por la terrible sensación en mi estómago o por la desesperación de mi pecho. Cuando hube terminado de vomitar el cereal, apareció en mi boca el sabor amargo y desagradable de los ácidos estomacales. Tosí muchas veces porque sentía todo mi aparato digestivo queriendo escaparse por la boca. 

Estuve allí por un largo tiempo dormitando y listo para recibir un nuevo espasmo, hasta que estos se detuvieron. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que llegué a casa pero me sentía muy cansado, de modo que me dirigí a la habitación y me dejé caer sobre las desordenadas sábanas de color gris satinado. Quería dormir y no despertar. Estaba solo, rodeado de éxito económico y social pero completamente solo. La única persona importante en mi vida ya no me quería en la suya y me sentí desorientado luego de vivir un encuentro como el de ese día. Quedé desecho y a la deriva.

Tu rostro ronda por 
mis —alguna vez placenteros— sueños

Cerré los ojos queriendo apaciguar los de él; llenos de odio y su voz quebrada que se manifestaba en mi cabeza impidiéndome un sueño tranquilo e inmediato. De pronto sentí mis pestañas húmedas y mi nariz tapada, dejándome comprender que estaba llorando de nuevo, así que apreté entre mis puños la almohada en la que tenía recostada mi cabeza. Porque no quería hacerlo. Lo había hecho por tantos años que creí entender que no resolvería nada con ello, pero no podía evitarlo. Hubiese querido tener algo de compañía. Alguien que me escuchara, que me apoyara o al menos que me brindara su hombro para no sentirme tan desamparado. Pero no existía nadie así en mi vida. No había nadie quién se preocupara por mi vida personal o mi estado de ánimo. Para mis empleados yo era el señor Suzuki; poderoso e imperturbable, imagen que a pesar de mis esfuerzos, nunca logré eliminar. El amo adinerado a quién no lograban tratar como a uno de los suyos.

No tenía amigos, familiares o vecinos a los que pudiese acudir en ese momento para escuchar una simple palabra de aliento. Durante tanto tiempo mantuve mi motivación en reencontrarme con Kai que después de hacerlo todo parecía tan insulso. Todas mis predicciones se habían destrozado en pocos minutos y por unas cuantas verdades. No hubo paz, abrazos o reconciliaciones como las que aparecían en mis fantasías. No lo volvería a ver y tampoco podía esperar un mensaje o llamada de su parte. Sabía que no había arrepentimiento en su corazón porque yo era el maldito culpable de todo. Debía empezar una vez más. Aprender a vivir, a amar, a anhelar, a ser, y todo eso bajo la sombra de la persona que alguna vez había vivido en mi cuerpo y de la que casi no quedaba rastro.

Las horas vespertinas se fueron volando mientras yo terminaba de enterrarme en mi desdicha. Cuando llegó la noche, me sentí peor. Siempre me sentía peor durante la noche. Para mi infortunio, esa noche no dormí ni un solo segundo. Me mantuve en vela, rogando porque el sueño cayera sobre mí y me permitiera descansar por un tiempo de mi tormentosa realidad. Pero mis ojos no se cerraron para descansar, solamente lloraron hasta quedarse sin lágrimas. Viendo las horas amenazadoras transcurrir tras un abismo monstruoso que se ensanchaba solo para devorarme. Llegó el sol de la madrugada y apenas si pude mirar hacia la ventana, soportando el ardor en mis ojos fatigados e hinchados. Parpadeé resignándome a la idea de que ya no podría dormir y me levanté de la cama en la que había girado toda la noche buscando un solo minuto de sueño que nunca encontré. Era como estar muerto. Si existía alguna razón para levantarme y continuar con mi vida, no la recordaba. Nadie me necesitaba. Nadie iba a llorar si yo moría ni rezaría por mi alma. Mis empleados no me extrañarían y nadie dejaría jamás flores en mi tumba ¿Qué sentido tenía seguir?

Caminé hasta la cocina y extraje de la refrigeradora el envase del jugo de naranja para abrirlo y empezar a tomar directamente de su tapa. El estómago rugió de ardor y tosí, escupiendo el contenido que había en mi boca. Dejé de beber y me cubrí la boca con el antebrazo predispuesto a recibir otra arcada. Tenía muchas horas sin comer y la mayoría de ellas, las había pasado vomitando, por lo que mi estómago debía estar sumamente sensible. Cuando supe que no devolvería nada más, dejé el envase en cualquier parte y caminé descalzo hasta el baño. Allí me miré en el espejo. Mi exterior estaba casi tan lamentable como me sentía por dentro. Me avergoncé del tamaño de mis ojeras, de mi cabello enmarañado, mi rostro sucio y mi mirada destrozada. Por suerte no había nadie que pudiese verme en ese estado, aunque no estaba muy seguro de que eso fuese algo positivo.

Tu voz ahuyentó 
toda la cordura en mí 

Miré hacia un costado donde guardaba mis artículos personales y extraje del botiquín una navaja de afeitar. La miré con parsimonia convenciéndome de que era demasiado cobarde, incluso para algo como eso y la dejé donde estaba para dirigirme nuevamente a mi habitación y envolverme en las cobijas hasta que tuviese la voluntad de levantarme y afrontar mi propia existencia. Las horas pasaron, con ellas los días. Nunca supe cuántas horas dormí, cuántas lloré y cuantas me levanté solo para vomitar los líquidos que mantenía al costado de mi cama y que bebía cuando me entraba la sed atroz. Estaba echado a morir en una gran ola de depresión de la que no podría salir solo.

Desconocía el transcurrir de las horas y había perdido la cuenta de los días de la semana. Mi celular se había extraviado en mi departamento mientras se encontraba apagado. Y ciertamente no había hecho el intento de encontrarlo puesto que no me importaba mucho. En el estado que me encontraba, no tenía pensado hablar con nadie. Por eso supe que aún quedaba algo de orgullo en mí. Orgullo por el que moriría de deshidratación antes de que alguien se enterara de mi condición. Aunque me daba algo de gusto saber que podía sentir algo.

Un día desperté sobresaltado y segundos después me enteré de que alguien llamaba a mi puerta. Corrí por instinto a abrir y justo antes de hacerlo, me detuve a pensar en si quería atender o no. Me asomé por la mirilla de la puerta enterándome de que se trataba de Uruha y guardé silencio. Él volvió a golpear con más fuerza gritando mi nombre y una extraña dicotomía se apoderó de mi mente. Llevaba varios días sin ver a nadie y me sentía conmovido porque alguien llegara a visitarme, aunque no estaba tan seguro de desear socializar con alguien.

—Akira… sé que estás en casa. ¡Ábreme la puerta o la botaré de una patada! —gritó nuevamente mientras le propinaba a la madera de la puerta, varios puñetazos. Suspiré y dirigí mi mano al cerrojo, a punto de hacer lo que me pedía, pero mi cuerpo me propinó un fuerte escalofrío casi doloroso. Retrocedí, envolviéndome con mis brazos y de pronto mis piernas dejaron de responder haciéndome caer de rodillas al suelo haciéndome emitir un quejido que —estoy seguro— Uruha percibió, pues pude escucharlo azotando la puerta con violencia antes de que mi cuerpo cayera rendido por completo en la inconsciencia. ¡Cómo deseaba morir!

***

Desperté desorientado. En medio de mi sueño recién interrumpido escuché un pitido constante y sentí de inmediato un dolor agudo en el estómago que me hizo llevarme la mano allí automáticamente. Me froté por encima de la ropa el abdomen y me removí percibiendo un pinchonazo en la mano. Intenté abrir los ojos cuando alguien tomó mi brazo y lo extendió y entonces visibilicé un rostro conocido a la orilla de mi cama que me hizo despertar por completo.

—No te muevas —ordenó con voz dulce pero intranquila.

Era Kai. Me le quedé mirando como si me hubiese topado con un fantasma y fue entonces que reparé del lugar en el que me encontraba. Un hospital. Con dos camillas, de las cuales una estaba vacía y en la otra me encontraba yo. Un sofá, una ventana, y varios estantes con artículos médicos. Tragué grueso cuando pasé mi mirada a revisar mi cuerpo y me encontré con una aguja dentro de la vena de mi muñeca derecha y adherida con cinta transpore. No hacía falta recalcar el pánico que me ocasionaban las agujas por lo que me quedé mirando congelado y a punto de desmayar. Volví a mirar a Kai quién se encontraba sentado en un banco justo a mi izquierda, clavándome la mirada y me sentí desconcertado. Porque estaba apareciendo en frente de mí la persona a la que menos creí ver. Apenas habían pasado unos días desde nuestra discusión y había sido un martirio el tener que lidiar con su pérdida. ¿Por qué había vuelto?

Estas heridas no parecen sanar 


Parpadeé varias veces para limpiar su imagen borrosa. Y la intensidad con la que me miraba me dejó sin aliento. Me había encontrado desprevenido y lo cierto es que me sentía por completo, delicado. Como si solo su respiración pausada pudiese derribarme. Allí estaba sentado el causante de todos mis problemas, dilemas y soluciones. Mirándome con aparente angustia en su semblante y haciéndome desfallecer por su arrebatadora forma de mirar. ¡Maldito hombre de mis sueños, que me provocaba fantasías sin pronunciar una sola palabra! Abrí los labios para hablar, y susurré con aire y sin voz; su nombre. “Yutaka”, él asintió y frunció en entrecejo. Justo como cuando no entendía lo que le estaban explicando. Negué con la cabeza y tragué saliva. Con él a mi lado, toda mi vida parecía tener una dirección, y aunque solo fuese por unos minutos, me alegré de tenerlo una vez más en frente de mí.

—Takashima vendrá en un momento —pronunció débil y se levantó de su asiento sin que yo pudiera decirle una palabra. Lo miré con el corazón en la mano alejándose, sin poder salir del shock. Y al abrir la puerta divisé a mi “mejor amigo”, fuera del recinto, mordiéndose las uñas. Reaccionó cuando vio salir a Kai y se dirigió hacia dentro de la habitación en la que yo me encontraba. La incomodidad se expandió desde la mirada que se dirigieron al cruzarse hasta todo lo que los rodeaba, luego me miró y me sonrió de forma sutil.

—¡Cómo te odio! —me reprendió al momento que se sentaba sobre el banquillo en el que había permanecido Kai, por quién sabe cuánto tiempo. —Me has dado un susto de muerte.

Sonreí sin ganas. —También me has hecho falta —respondí con sarcasmo. Nos quedamos en silencio por algunos minutos sin saber qué decir.

—¿Qué sucedió? —preguntó suavemente. Yo me encogí de hombros y negué con mi cabeza. —Tienes anemia, Reita. Y una maldita úlcera. No me digas que no sucedió nada.

Hice una mueca y cerré los ojos, conteniendo las lágrimas. Porque mi pena había permanecido tanto tiempo atrapada dentro de mí, que el tener a alguien escuchándome era pavoroso. Llevé mis manos a mi rostro y gemí sin poder dejar caer ni una sola gota de mis ojos.

Este dolor es simplemente, demasiado real 

—No puedes cerrarte tanto. —Tomó mi mano izquierda y la apartó de mi rostro para que le devolviera la mirada. —Sabes que siempre puedes contar conmigo. Deja de sufrir solo.

Suspiré al quedarme sin aire y escuché sus palabras de aliento, que sonaban más como un regaño pero que necesitaba tanto. Tan asertivo en ocasiones.

—Tenía la esperanza de morir sin que nadie se enterara. —Respondí intentando bromear sin percatarme de que cada una de las palabras, era verdadera.

—Oh Dios… Yutaka tiene razón. Cada día estás más idiota. —Entorné los ojos, sorprendido.

—¿Yutaka?

Sonrió. —Ja… sí. Ya no le gusta que le digan “Kai”.

Asentí triste. —¿Qué dijo de mí?

Uruha me miró con lástima mientras limpiaba las comisuras de sus labios en un gesto inconsciente.

—Cosas…me contó que se encontraron y discutieron. Estaba muy preocupado por ti. Me llamó para que te fuera a buscar. —No respondí, solo bajé la cabeza y miré mis piernas. — ¿Aún lo amas? —preguntó y reuní los restos de mi coraje para responderle.

—Más de lo que imaginas.

Shima bajó la mirada y juntó las cejas, suspiró y volvió a mirarme, ahora con un dejo de compasión.

—Aki…—me colocó la mano en la rodilla y suspiró. —No quisiera tener que decirte esto. Pero… Yutaka y yo, ahora somos pareja.

Giré mi rostro como si me hubiese propinado una bofetada con todas sus fuerzas. Aparté mi cuerpo con repulsión, intentando alejarlo de su contacto. Sus palabras repercutieron en mi cabeza por varios segundos. Lo escuché en la lejanía disculpándose a toda velocidad e intentando darme explicaciones que de nada servían si lo que decía era verdad, y lo cierto era que no tenía ninguna razón para mentir.

Hay tanto que el tiempo no puede borrar 

—¿Cuánto? —pregunté en un susurro, interrumpiendo su presuroso discurso.

—¿Eh?

—¿Hace cuánto? —repetí elevando la voz.

—Casi un año.

Guardé silencio sintiendo como todos los fragmentos de mi corazón se dispersaban y se incrustaban por todo el interior de mi cuerpo, flagelándome el alma y robándose mi esencia. No pude llorar a pesar del dolor que me estaba causando. Quise desaparecer porque las únicas dos personas que podían significar algo en mi vida, me habían traicionado. Podía escuchar el universo cayéndose a pedazos y abriendo un abismo a mí alrededor.

—Vete ya.

Quiso reclamar algo pero negué con la cabeza sin mirarlo. No tenía el valor para hacerlo. Lo escuché levantarse y caminar hasta la puerta, que se abrió y luego de unos segundos se cerró. Suspiré agobiado y flexioné las rodillas para abrazarlas y hundir la cara entre mis brazos. Apreté los dientes y temblé porque la desesperación me estaba consumiendo. Suplicando al cielo por un poco de fortaleza o valentía ¿Cómo podía seguir doliendo tanto?

 —Akira —escuché de pronto a una distancia mínima de mi cuerpo y me sobresalté. Levanté la cabeza y miré a Kai de pie al lado de mi camilla, cuando yo ni siquiera había reparado en su presencia. Abrí los ojos sorprendido y arrugué la cara cuando lo vi acercándose más y sin vacilar, tomó asiento sobre el colchón delgado de mi camilla. Acercándose lo suficiente para acariciarme el cabello con la punta de sus dedos. 

—No te enfades —pidió con voz amable y una mirada suave. —No fue apropósito.

Me perdí en sus ojos y en el roce de sus manos mientras decía aquello. ¡Cómo maldecía a ese hombre de apariencia sublime y mirada paradisiaca! Me quedé quieto recibiendo sus tan anheladas caricias.

Cuando tú llorabas, yo secaba tus lágrimas 

—Me sentí muy solo sin ti. No quería seguir sufriendo —continuó sin que yo le prestara mucha atención a sus palabras. Solo quería disfrutar de su permanencia mientras durara. Soltó aire.

—Creí que estabas molesto con él —comenté con la intención de prolongar su compañía. Y él sonrió haciéndome vibrar por completo.

—Estuve molesto y no solo con él. Aborrecí todo por mucho tiempo…—detuvo sus dedos paseantes en mi cabeza y posterior a un largo parpadeo, me dirigió una mirada más intensa. —Aunque a ti, nunca dejé de amarte —confesó y sus palabras solo lograron agudizar mi suplicio. Porque ¿De qué me servía su amor si se iba a marchar?

—Lamento haberte golpeado aquel día —agregó y dirigió su mano a mi mejilla. —Estaba tan alterado por verte y te veías tan apuesto. ¡Mierda!, qué ganas tenía de besarte. —Sacudió la cabeza y sonrió dejando ver sus hoyuelos. Volvió su mirada hacia mí; me miró los labios ocasionando que mi pulso se disparara y regresó sus ojos a los míos.

Cuando gritabas, yo luchaba contra todos tus miedos

—Hazlo ahora —pedí y él me miró debatiéndose entre hacerlo o no. Lo supe por la vacilación de sus dedos que luchaban en la dicotomía de acercarse a mi boca o separarse de mi rostro. Finalmente accedieron a mi petición y se pasearon sobre mis labios con delicadeza. Kai siempre había sido demasiado dulce y considerado en cuando a muestras de afecto y aquel contacto íntimo me transportó a todos los besos suyos que había recibido y que no había codiciado tanto como cuando dejé de recibirlos. Se acercó despacio y cuando estuvo a un par de centímetros se detuvo mirándome con inseguridad.

—Solo uno más —imploré y me besó. Un beso lento, húmedo y profundo que saboreé detalladamente a sabiendas que sería el último. Porque Kai ya no me pertenecía. De hecho, nunca lo había hecho. Él era un alma libre y espirituosa que creaba el trayecto con su audaz vuelo dejándonos a todos los demás rezagados. Aunque eso no había podido comprenderlo antes. Puse mis manos sobre su pecho queriendo adherirme a su piel y correspondí con todas la energía que aún había en mí, queriendo saciar la sed aberrante que ocho años de su ausencia habían ocasionado. Tenía sed de Kai. Las lágrimas brotaron de mis ojos y se unieron a nuestro agridulce beso antes de que nos separáramos. Jadeó sobre mi boca y me regaló un beso más. Sobre los labios, casto y ligero para sellar aquel desmesurado amor que fluía a nuestro alrededor como juegos artificiales; iluminando y encendiéndonos de pies a cabeza. Estaba tan vivo si no hubiese sido asesinado jamás.

Nos miramos tristes. Hubiese querido pedirle que se quedara conmigo, pero no tuve la valentía de hacerlo. Pues a través de mis manos podía sentir en el interior de su pecho, la agonía que abarcaba dentro de él. Kai también había caído al abismo y había sufrido tanto como yo. Él también estaba roto y afortunadamente tuvo la suerte que yo evadí, de encontrar a alguien que lo comprendiera y escuchara como se merecía. Que le ayudó a recobrar fuerzas y reanudar su briosa forma de vivir.

¿Cuántas lágrimas habían derramado esos ojos agraciados por mi culpa? ¿Muchas?, ¿Ninguna? No lo sabía, pero estaba seguro de no merecer ni una más. Por lo que pensé que estaría mejor sin mi presencia nociva.

Tomé tu mano a través de todos estos años 

—Adiós Akira.

Asentí comprendiendo que no se disculparía, y me sentí aliviado de no ver vacilación en sus ojos, pues en caso, su despedida hubiese sido mucho más difícil. Se levantó y caminó con determinación hasta salir del recinto. Llevándose consigo todo lo que me importaba, mi vida y mis deseos. Ya no los necesitaba sin él. Porque solo quería que fuera feliz, que sanara como debía, completara sus metas, disfrutara y se olvidara de la herida que alguna vez yo había ocasionado.

—Te veré en mis sueños.

Pero tú tienes todavía, 
Todo de mí 

  





Notas finales:

Me disculpo por los errores. Aún soy pésima en signos de puntuación, pero estoy trabajando en ello. 


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