Era ya normal que Minho y y yo nos quedásemos explorando el laberinto hasta el último minuto. Siempre salíamos a tiempo, pero esta vez se había hecho más tarde de lo normal, no nos habíamos quedado encerrados desde la vez que entré en el laberinto para ayudar a Minho con Alby, pero se estaba haciendo ya tarde, el laberinto estaba a punto de cerrar y nos quedaba casi medio camino antes de que los laceradores comenzaran a atacar.
—¡Date prisa, Minho!—grité al ver que se había quedado por detrás. La única respuesta que obtuve fue un quejido. Me di la vuelta y vi a Minho cojeando.
—¿Qué te pasa?
—Me he torcido el tobillo, joder—se quejó cayendo casi de bruces contra el suelo. Me detuve y acudí en su ayuda, lo levanté y trate de ir lo más rápido posible, pero justo en ese momento escuchamos el laberinto cerrarse.
—Mierda—musitamos a la vez. Nos miramos y echamos un vistazo a nuestro alrededor mientras aquellos sonidos estridentes chocaban entre las paredes.
—Deberíamos tratar de escondernos antes de que vengan—susurré.
Fuimos en un trote suave y constante, aun no habíamos visto a ningún lacerador. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando escuchamos a uno de aquellos monstruos detrás nosotros. Divisé una enredadera y me dirigí a ella para tratar de ocultarnos entre sus ramas y pasar desapercibidos, ya que no podíamos seguir corriendo. Levanté como pude una rama de la planta, pero en vez de sentir la pared bajo la enredadera vi que estaba vacío, que no había nada, ninguna pared, estaba hueco. Levanté más la rama y me percaté de que se trataba de una especie de cuevecilla, no era muy grande pero podríamos caber los dos.
—¿Sabías esto?—le pregunté, empujando a Minho dentro, él se sentó puesto que la altura era muy baja y solo cabrían de esa manera.
—No—susurró tirando de mí antes de que el lacerador pudiera verme, sin poder evitarlo caí sobre él. Me quedé paralizado al notar que estaba frente a nosotros, aguantamos la respiración hasta que lo que para mí me parecieron largos y largos minutos. Solté el aire de golpe al verme incapaz de retenerlo más, Minho frunció el ceño y apartó la cara.
—Ya podías echar el aire hacia otro lado—se quejó en un susurro.
—Lo siento—me disculpé sentándome como pude a su lado. Estábamos muy pegados por culpa del espacio y aquello era agobiante.
—Foder—musitó—¿No hay más espacio hacia allá, verducho?
Me moví un poco y ahora ambos estábamos un poco más cómodos.
Minho resopló. Nos quedamos en silencio unos segundos. Una corriente de aire frío nos azotaba.
—Hace frío—susurré.
—¿Y qué quieres? ¿Que te abrace? Aguanta, ''princeso''.
—Mierda, no me refería a eso.
Volvimos a escuchar a un lacerador acercarse y nos quedamos callados nuevamente hasta que pasase el peligro. Comencé a temblar sin poder evitarlo, apreté mis dientes para no tiritar pero era inútil, la gélida temperatura del viento era jodidamente baja.
—Aagh, maldita sea—noté uno de los fuertes brazos de Minho sobre mis hombros, apegándome a él—Ni se te ocurra morirte de frio.
—Claro, lo haré por que me gusta. ¿Q-qué quieres que haga?—el aire me cortaba hasta la voz.
—No morirte—contestó secamente.
A pesar de que el brazo de Minho era más cálido que la temperatura de allí, continuaba temblando y tiritando. Él también tenía frío, lo notaba porque a cada rato se mordía los labios y su piel se ponía de gallina. Nos juntamos un poco más. Yo ya no sentía los labios, estaban practicamente helados y mi respiración empezaba a ser cada vez más pesada.
—Thomas—me llamó pero hacía demasiado frío para moverme—Thomas, mírame—me dijo.
Lo hice. Sin esperarlo colocó una mano en mi nuca e inesperadamente juntó sus labios con los míos, casi ni pude reaccionar. No era uno de estos besos suaves y lentos, no. Era todo lo contrario. Se separó dejándome casi sin aliento. Traté de normalizar mi respiración.
—¿P-por qué…?—jadeé y él me interrumpió.
—No te emociones. Agradeceme que ya no tienes los labios morados del frío.
—¿Eh?
—La fricción genera calor, que es lo que necesitamos ahora, ¿no? Pues ya está—se cruzó de brazos. Lo miré estando entre asustado y sorprendido, mi corazón latía a más de mil por hora y me sentía muy raro. No sabría describir las emociones que me carcomían por dentro. Otra corriente de aire frío nos golpeó y me dio un escalofrío. Minho me miró, estaba tiritando tanto como yo.
Sin poder hacer nada mi respiración se volvía pesada, intentaba concentrarme en respirar pero era un trabajo dificultoso. Sabía que no había perdido la consciencia porque notaba los latidos de mi corazón, pero ya no veía nada.
—¿Thomas?—oí la voz de Minho.
—¿Mmh?—musité mientras se me estaban cerrando los ojos.
—No te duermas—cuando entreabrí los ojos vi que Minho me había agarrado de la mano, y me atraía hacia él, pero mi cuerpo pesaba más de lo normal—. Mierda, pingajo, te he dicho que despiertes.
Su voz sonaba temblorosa. Con unas fuerzas, que no supe de donde sacó, tiró de mí y me colocó encima de él. Solo oía voces lejanas de los bichos esos y la de Minho.
—Lo siento—agité mi cabeza y intenté recuperarme un poco.
—Thomas, tenemos que salir.
—No puedes correr con ese pie.
—Haré lo que pueda…—musitó cerrando los ojos.
—¡Minho! ¡no!—le di una leve bofeta y conseguí despertarlo. Entonces me di cuenta de que estaba completamente sentado en su cadera, necesitaba despertarnos. Pasé mis brazos como pude por alrededor de su cuello y lo besé tal y como él hizo antes. Las manos de Minho rodearon mi cintura y me apretó con los dedos, lo que era buena señal, no estaba muerto.
Nos separamos cuando ya no teníamos aliento.
—Está bien, salgamos—dije tirando de él para levantarnos, estamos mucho mejor. Miramos a un lado y a otro, agarré la mano de Minho y empezamos a correr.