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El Tango de Roderich por Angieliette

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Notas del fanfic:

 

Espero que este relato les guste, y si lo hace, espero que comenten. De eso me alimento. Por si acaso, si ven esta historia en FF.net, es porque yo misma publiqué allí también. No es plagio. 

Estos personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya, él tiene los derechos de autor. Yo solamente he usado a algunos de sus personajes: Roderich, Gilbert,, Elizabeta, Francis y Antonio.

¡Por cierto! La canción que inspira este fanfic es "El Tango de Roxanne". 

 

 

Austria, Zwettl, del año 1928. Era 18 de Enero y Gilbert Beilschmidt estaba de cumpleaños. Sabía que sus buenos amigos planearían algo para él, ¡y lo estaba esperando con verdaderas ansias! De sólo imaginar qué clase de cosa se les podía ocurrir a Francis o Antonio, se le ponía la piel de gallina. ¿Qué sería esta vez? ¿Una fiesta hasta el amanecer sin su mujer? ¿Algún licor que sólo podría probar algún rey? Lo que fuese, sabía que sería memorable. Ellos siempre se esforzaban por sorprenderlo, de todas formas. Y la verdad, Gilbert no estaba muy lejos de la grandiosa idea que se les había ocurrido a su par de amigos. El famoso plan era llevarlo a un grandioso burdel, a escondidas de la húngara, esposa de Gilbert. Esperarían a que se realizara la deprimente fiestecilla que ella había organizado, y en el momento perfecto, atacarían a Gilbert por la espalda, lo vendarían y se lo llevarían a escondidas.

Una mirada cómplice, una sonrisa de parte del español y un guiño, cortesía del francés. El salón estaba repleto de gente. Todos bien vestidos y bailando a un metro de distancia. Francis notó el rostro aburrido y decepcionado de Gilbert por esa paupérrima fiesta. Soltó una risa pequeña. Estaba seguro de que él estaría pensando que Antonio y él se habían olvidado de organizar una experiencia devastadora para su cumpleaños, pero estaba equivocado. El plan iba a la perfección.

— ¡Gilbert! Necesito que me acompañes a la cocina… Creo que rompí la llave.— Antonio era el encargado de llevarlo a la boca del lobo.

—¿¡Qué!? Elizabeta me va a matar, joder.

Le acompañó refunfuñando sobre el posible mal humor de su mujer, mientras Antonio solo sonreía. Una vez que ingresaron a la cocina, Antonio sacó una venda de su bolsillo y se la amarró a la cabeza, cubriendo sus ojos.

—Estabas esperando esto, ¿verdad? Ya puedes quitar esa cara de desesperanza y prepararte para la verdadera fiesta.

— Mon amour, estabas tan decepcionado allí dentro. Pero es hora de apresurarse, tu esposa no tardará en buscarte.

Sacaron al festejado por la puerta de la misma cocina, que daba con el patio de la casa de la pareja. Gilbert iba caminando a tropiezos. Sus amigos eran algo brutos, pero lo entendía. No podían esperar a que se adecúe a la falta de vista, porque era preciso que se fueran pronto.

Lo último que supo fue que había entrado a un vehículo, aun vendado supuso que se trataba del de Francis. Ese olor a perfume y sexo sólo era parte del francés. Una risa de emoción se escapó de sus labios. Elizabeta debía estar enfurecida y eso sólo le alegraba más.

— ¿Ya puedo quitarme la venda? — El prusiano se removió incómodo dentro del automóvil, tratando de acomodarse.

—Nada de eso, cariño. Debes esperar hasta que esté lista la sorpresa. —Sentenció el dueño del vehículo.

Gilbert hizo caso. La emoción recorría su cuerpo, la oscuridad parecía ayudarle a imaginar todavía más, las ansias se lo estaban comiendo. ¿Tal vez algún bar lleno de mujeres y hombres bellos? ¿Que él puede escoger a quien quiera? ¿Incluso a más de uno? La libido estaba subiendo de nivel. La sonrisa no despojaba sus labios.

Notó como el automóvil se detenía y la venda había sido despojada de sus ojos. Parpadeó varias veces, buscando acostumbrarse a la claridad nuevamente, pero no era luz de día, era una luz roja que irradiaba pasión. Gilbert se acercó a la ventana y observó el lugar donde se habían estacionado. Al frente de él se levantó un majestuoso edificio con luces rojas, un gran letrero que indicaba el nombre de lo que ya había sospechado: "El Burdel de Roxanne". Sus amigos no lo habían decepcionado, sonrió ampliamente por eso.

— Estarás muy contento de saber que pagamos por el más costoso, Gil. — Antonio palmeó el hombro de su amigo. Sabía que ese regalo le encantaría. Ellos habían dado en el clavo. Estaba orgulloso del presente que habían preparado.

— Me siento tremendamente honrado, a pesar de que sé que sus bolsillos no habrán sufrido demasiado por mi causa, de todas formas.

—Lo importante, mon amour, es que vas a disfrutar.

El hombre, cabellos blancos, ojos rojos, entró al lugar. Había velas por todos lados, velas aromáticas. Si tenían esa clase de privilegios era porque el lugar ganaba bastante bien. Las sonrisas cómplices de Francis y Antonio eran percibidas por la mayoría. Fueron hacia quien atendía el lugar, un transformista con exceso de maquillaje y senos falsos.

— Es el cumpleañero. — Comunicó Francis, indicando a Gilbert.

— ¡Oh! ¡Así que usted es nuestro invitado de honor, esta noche! — La feminidad al hablar. Se puso de pie y abrió los brazos hacia el cielo, y entonces gritó.—¡Preparen a Roderich!— Los tres muchachos pudieron notar cómo volvía a su estado de tranquilidad.— Será escoltado por estas tres mujeres hermosas.

Subió dos escaleras, muy bien acompañado. Llegaron al tercer piso y notó que era la última habitación. Parecía ser la más espaciosa, porque era la única puerta. El trío de mujeres lo dejó en la puerta, indicando que ellas no podían pasar más allá. Tuvieron el cuidado de indicarle que podía abrir en cualquier momento, la puerta no tenía seguro. Sus manos estaban un poco sudadas, pero… ¿A qué le temía? ¿Que no le gustara quien sea que esté dentro? ¿O a que sea avergonzado por una prostituta experta en el campo? ¡Ah! Pero en algún momento había tenido la sensación de que era hombre. No lo pensó más y abrió la puerta, entró y observó la habitación. La cama era espaciosa, con una funda roja. El cuarto era negro, pero cada decoración era color carmín. Había cuerdas, esposas, látigos, espejos, cortinas innecesarias, joyas, una tina negra, cuadros y más. Al final había una persona girada, menuda, el cabello corto, con el cuerpo cubierto por una tela negra.

Te volverán loco.

¡Roxanne!

—Cierre la puerta, por favor. —Parecía un tono prepotente, pero el "por favor" había sido suavizado. Gilbert retrocedió para cerrar la puerta. Era un hombre, estaba seguro. Podía distinguir un mechón elevado, pero no lograba verlo bien, ya que estaba de espaldas. — ¿Gilbert, verdad?— Había acariciado su nombre con una dulzura, un respeto y una educación que sobrepasaba a toda su lista de siervos y a su mujer. ¡De pronto se giró! Se giró con la delicadeza y la educación de un noble. Sus ojos eran violetas, sólo era capaz de visualizar sus hombros, porque la tela tapaba todo lo demás. Se podía notar lo blanca que era su piel. Incluso había un lunar que acompañaba a sus labios. ¡Oh! Su cabello castaño y ese mechón rebelde en alto. Quería desordenarlo todo. El muchacho dejó caer la tela de seda, lentamente, parecía que acariciaba su piel al caer. Estaba vestido con un corsé negro, apretado, que se ceñía a su cuerpo como si fuese parte de él, decorado con tonos rojizos. Su ropa interior parecía ser parte del mismo juego, pues era un calzoncillo negro, con detalles rojos. Gilbert se planteó si eso era para hombre o para una mujer. Sus piernas estaban cubiertas por unas medias negras que llegaban a sus muslos. Iba a divertirse quitándole todo eso. La pasión se hizo presente, su corazón empezó a acelerarse y los pasos erráticos hacia él indicaban que la ansiedad lo consumía. Roderich esperó paciente a que llegara a él.

No tienes que poner esa luz roja.

Recorres las calles por dinero.

Y no te importa si está bien o está mal.

¡Roxanne!

Sus manos se aferraron a su cintura, con fuerza lo empujó contra él. Su rostro quedó a un centímetro del rostro del más bajo. Las miradas se habían cruzado. Podía sentir la textura del corsé que lo cubría, era duro, tenía tantos pliegues que no podía contarlos. Sus manos subieron y bajaron, como conociendo la prenda con los dedos. Sus labios se clavaron sobre la piel de su cuello y escuchó el primer jadeo. La respiración de Gilbert se había interrumpido, ya no era calmada. Sus labios se encargaron de besar cada espacio libre, cada parte de piel descubierta. Sus hombros eran visitados por sus labios, sus brazos, sus manos, todo estaba cubierto de Gilbert Beilschmidt. Era capaz de escuchar los jadeos empujados desde la garganta de Roderich y se sentía orgulloso. Una de sus manos subió por su espalda, hasta encontrar el moño que ataba al corsé, tiró de una de las puntas y las sogas iban soltando la presión. El prusiano ayudó en el proceso, desenredando esa prenda. La bajó lentamente por su cuerpo y pudo notar que su cintura había adquirido la forma del corsé, de tanto uso. Eso lo enloqueció más.

Entre besos, caricias y calor, le llevó hasta la cama, donde le dejó con cuidado y delicadeza, como si fuera una piedra preciosa que podía romper. El rostro del austriaco era digno de admirar, por esos rasgos delicados, esas mejillas coloradas. Con paciencia y lentitud retiró las medias que cubrían a sus piernas, la sacó una a una, aprovechando de acariciar su piel con sus manos mientras lo hacía. Solo quedaba su ropa interior, pero esa la dejó allí, ya tendría tiempo para quitarla. Por mientras atacó a sus piernas con besos, succiones, caricias y lamidas. Parecía perdido de admirarlo.

No tienes que ponerte ese vestido esta noche.

¡Roxanne!

—;Gilbert…— Había vuelto a acariciar su nombre, pero ya no era con respeto, sino con pasión, anhelo y la suciedad deslumbrante de un prostituto. ¡Era suyo! En ese momento lo era.

Su susurro despertó todavía más a Gilbert. Esta vez sí retiró su ropa interior, pero con la prisa y las ansias de un amante en abstinencia. Le admiró por completo y sus ojos danzaron sobre su cuerpo desnudo. Le tomó de las caderas y acercó su rostro. Dio una fuerte succión sobre su piel.

— ¡Cui-cuidado con las marcas! — Dijo Roderich, pero eso solamente alimentó sus ganas de seguir succionando. Pagaría por las noches en que no podría vender su cuerpo, si era necesario hacerlo, pero iba a disfrutar de él sin límites. Sus dientes dieron un mordisco sobre su pecho, que le sacó un grito al castaño. Juntó su falo al impropio, y se frotó contra él mientras sus labios volvían a atacar su cuello. Juntó su frente a la ajena y, al poco tiempo, besó sus labios con anhelo. Un beso intenso, descarado, digno de un prostituto y su cliente. De pronto le giró, lo puso en cuatro sobre la cama y con él detrás. La sonrisa socarrona hizo presencia sobre la boca del prusiano. Le abrazó desde atrás y lamió parte de su espalda. Sus manos fueron a parar sobre sus glúteos, apretando y masajeando, escuchó el sonido que le indicaba que lo estaba haciendo bien. Sus manos le tomaron desde atrás, de las caderas y elevó aún más su trasero para poder penetrarlo, por fin.

La manera en que lo apretaba era sublime. Se vio obligado a gemir el nombre de Roderich, por una vez. Se había introducido por completo en él, su miembro estaba siendo recibido por las paredes internas del prostituto. Sin esperar demasiado comenzó con las estocadas, una tras otra, firme, intensas, profundas, gemidos, jadeos, gritos, y sus manos que no paraban de empujarlo contra sí. Una y otra vez. Mordió su hombro mientras le penetraba y Roderich ni siquiera tuvo el tiempo de rogar por las marcas de nuevo. El sudor se hacía presente, como una capa que cubría a sus cuerpos perdidos en deseo. Gilbert elevó la cabeza para volver a gemir su nombre. ¡Irrepetible! Terminaron exhaustos sobre la cama.

No tiene que venderle tu cuerpo a la noche.

Una vez por semana, Gilbert no dormía en su cama. Hace un mes salía los sábados y no regresaba hasta la mañana siguiente. Ella sabía que tenía una amante, pero no podía hacer demasiado sobre ello. Era la vida de una mujer, la vida que tenía que pagar por todas las comodidades que ofrecía ese matrimonio. Se veía obligada a aceptar que él buscara placer en otras manos, y aunque eso la enloquecía, nunca dijo nada.

Ella estaba en la razón, pero había un pequeño error. Él tenía un amante, no una amante. Lo visitaba los sábados y siempre pedía ser el último, el que borrara toda esencia de otros hombres en ese cuerpo, el que le impregnara de su olor y su placer hasta el siguiente día, él último hombre en el que tuviese que pensar a lo largo del día, el que tenía que durar más en su sueño. Debía ser él, Gilbert Beilschmidt.

Había descubierto un poco más sobre Roderich. Siempre tenía la mirada en alto, su cuello largo y esa mirada de desdén que daba a veces. Le gustaba la música clásica, sobre todo a Mozart. Era culto y bien hablado, educado. No solía perder los estribos con facilidad, parecía una persona calmada, pero cuando el prusiano lo molestaba, se enojaba rápido, su ceño se fruncía y lo trataba de salvaje, aunque sólo lo susurraba, porque sabía que él era el cliente. Si acariciaba su lunar, si lo besaba, si lo rozaba, Roderich perdía la cabeza y lo complacía como nunca. Claramente se aprovechaba de ese poder, aunque había ocasiones en que el austriaco quería impedírselo, pero nunca lo lograba, siempre le ataba de manos y hacía o deshacía a su antojo.

— ¿No crees que últimamente hablas demasiado sobre Roderich?...—Preguntó Francis, con cuidado, atento a su reacción.

— ¿Qué estás tratando de insinuar, Francis? Di las cosas de frente.— Su tono se voz había cambiado, era fuerte y conciso.

— Sólo digo que tengas cuidado, mon amour.

— Sé cuidarme las espaldas, tranquilo.

Esa conversación terminó allí, pero algo dentro de Gilbert le decía que el francés tenía razón. No paraba de pensar en el austriaco. Las veces que estaba en la cama de su mujer, no dejaba de pensar en el cuerpo de Roderich, en su lunar, en su cabello corto, y se molestaba cuando volvía a la realidad, a tener que darse cuenta que era su mujer quien estaba debajo de él. No era Roderich. Su cabello era largo y sus pechos notorios. Solo no era él.

Había perdido la cabeza. ¡Tenía que ir todas las noches, ser el último! Lo sabía. Los latidos en su corazón se lo decían. Las cosas habían llegado a un punto en que no podía regresar atrás. Lo amaba, lo amaba con todo su corazón, quería ser suyo, quería que fuera de él, lo necesitaba por las noches, deseaba ser el último, porque no soportaba la idea de que duerma con otro olor que no fuese el suyo; sobre su cama. Quería sacarlo de allí, quería darle la vida que tenía Eli a su lado, pero mucho más placentera, porque habría amor. Lo entendió, lo comprendió. Se había encantado con la belleza del muchacho, con su personalidad arisca y distante, con los secretos que iba descubriendo sobre él, con su forma de hacerle el amor. Todo, todo de él lo encandilaba, lo maravillaba, le hacía amarlo todavía más. Esa sonrisa que daba a veces, solo a veces, pero él lo quería siempre sonriendo. Estaba dispuesto a pagar lo que fuese por su libertad, a crear otro burdel en otra ciudad para el dueño. Dinero no le faltaba, era cosa de ofrecerlo.

Sus ojos sobre su cara.

Su mano sobre su mano.

— No necesito que me saques de aquí, Gilbert. Hablas como si mi trabajo fuera una penuria, un sacrificio, pero no es así. Estoy bien aquí. — Esa fue la sentencia de Roderich. Le cayó como un balde de agua fría. Gilbert no se lo creía, quería replicar, quería alegar, gritar.

— ¡Vas a tener los mismos privilegios que aquí! ¡Incluso más! ¡¿Por qué no?! —Exclamó con cierta ira.

—Porque yo no voy a ser tu esposa. Soy un hombre, un prostituto y estoy bien así. No seré un mantenido. —Con la cabeza en alto, la determinación estaba presente en sus ojos.

— ¡No tienes que venderte! No serás un mantenido… Roderich, yo te amo, créeme cuando lo digo. Me enamoré de ti y me quema por dentro. Te necesito.

— Tu tiempo acabó. Tienes que irte, voy a descansar.

De esa forma se terminó la conversación. No podía creérselo. Había sido rechazado por él, luego de haber ofrecido todo de sí. Él solo le había rechazado y se había quedado en el burdel. Pateó una pared cuando salió del lugar, gritó con furia. Prometió no volver a visitarlo. Su promesa no duró más de dos días. No podía permanecer lejos de ese hombre, que lo recibía con los brazos abiertos si de sexo se trataba. Ese hombre que lo atendía con devoción, pero Gilbert no notaba que ese era su trabajo, que para eso le pagaban y que eso hacía con el resto de hombres. Aun así no se dio por vencido. Los "te amo" se le escapaban de la boca cuando llegaba al orgasmo. Más de una vez le exigía saber que seguía siendo el último en su noche, que su cama quedaba llena de su aroma. Pero también discutían, porque Gilbert estaba siendo más y más insiste, le pedía que se fuera con él, que pagaba lo que sea, pero Roderich se negaba y con un portazo en su cara lo despedía. Habían llegado a los gritos, en ocasiones y la situación se extremó tanto que el castaño se vio obligado a pedir que no le dejaran entrar.

— ¿Roderich pidió que no me dejaran entrar a su cuarto? — Era una daga en su corazón, una traición, pero él era un Beilschmidt, nadie le decía no.

— Así es. No podemos dejarlo entrar más… Pero tenemos a otros hombres y mujeres que pueden complacerlo si es lo que…r13; Fue interrumpido.

—Pagaré tres veces su valor. Usted me va a dejar entrar.— Su sonrisa se hizo presente al ver el rostro de quien le atendía.

— ¡Preparen a Roderich! —;Escuchó mientras iba subiendo las escaleras, hacia la habitación del castaño.

Cada escalón lo disfrutaba más. Uno por uno, cada vez más cerca de su príncipe. No tardó mucho en llegar a esa habitación, reconocer esa puerta y entrar sin esperar. Cuando Roderich se giró, observó cómo su cara se descojonó.

— ¿Qué… haces aquí? Yo ordené que…

—Tú no ordenas nada, quien tiene el dinero aquí soy yo.—;Y tan pronto terminó de hablar fue hasta él, le tomó de la muñeca y le giró contra la pared, con su cuerpo empujándolo contra ella. Su boca fue hasta su oído izquierdo y susurró.— Tú te vas a venir conmigo, Roderich. Te amo y no te vas a librar de mí… Y sé que eso te gusta.

Cada noche al lado de Roderich lo enamoraba más. Sus gestos, sus risas, sus sonrisas ante los regalos, sus expresiones de placer, sus gemidos. Todo le volvía loco, todo le apasionaba más. Un día quiso ir antes, quiso pagar el doble por más horas a su lado, pero tuvo que esperar a que el cliente anterior terminara y eso lo trastornó. Esperaba por él en la sala de estar, enojado, con furia, con ira, su mirada quemaba, el vaso que tenía en su mano era presionado por su fuerza, tenía que ver el rostro de ese hijo de puta, ese maldito que estaba disfrutando de su cuerpo. Su mano estaba temblando por la fuerza aplicada, su pierna no dejaba de moverse. Su mirada iba al reloj que no avanzaba nunca, un minuto era una eternidad. No dejaba de pensar en qué estaría haciendo, con qué clase de viejo pervertido que embarraba su cuerpo de la saliva de cerdo que, seguramente, tenía. No podía más, iba a verlo.

Subió las escaleras, se mantuvo al final del pasillo, esperando a que el hijo de puta saliera de allí. Escondido detrás de un piano que servía de adorno al pasillo, lo vio. Su corazón pareció partirse, la locura pareció seguirlo, su respiración se agitó, sus manos temblaban, su cuerpo se llenaba de furia caliente a cada segundo. Era Antonio, su amigo Antonio, ¡¿Qué mierda hacía allí?! ¿En las manos de su señorito? ¡¿Qué hacía allí?! Iba bajando las escaleras muy tranquilo, como si nada. Salió de su escondite dispuesto a seguirlo, pero se nubló a la mitad. El nombre Roderich se hizo presente y su cuerpo lo llevó a la habitación, lo encontró desnudo, despeinado, cansado y transpirado. Era la prueba de su engaño, de su engaño con cada hombre que pasaba por esa habitación.

Sus labios acarician su piel.

Es más de lo que yo puedo soportar.

— ¡¿Qué estabas haciendo con Antonio?! — Gritó fuera de sí, fuera de lugar. No estaba pensando con la cabeza. Su ira se había apoderado de su cuerpo y Roderich estaba asustado. Corrió a esconderse en el baño. Gilbert golpeaba y pateaba la puerta. — ¡RODERICH! — Era un animal. Roderich estaba llorando, lleno de miedos. — ¡Me engañaste con mi mejor amigo! ¡Roderich! ¡RODERICH! — Pateaba y pateaba esa puerta. El pomo se estaba soltando, la puerta se estropeaba con cada patada, iba a ceder, en algún momento iba a ceder. Tomó el fierro con el que se movían los brasas en la chimenea y con él, volvió a golpear la puerta, cada vez más fuerte, interceptando con patadas, la puerta estaba por ceder y Roderich rogó por ayuda.

¿Por qué llora mi corazón?

Son sentimientos que no puedo controlar.

—¡Auxilio! — Pero antes de siquiera dar otro grito, la puerta se abrió de par en par. Gilbert se abalanzó sobre él, le tomó del cuello y lo estampó contra la pared del baño, una y otra vez, Roderich lloraba, le rogaba por ser soltado, pero el demonio no escuchaba, no entendía que no fue un engaño, que Roderich no era suyo, no le pertenecía, no era su esposo, era un prostituto.

Tienes libertad para dejarme.

Pero no vayas a engañarme.

— ¡¿POR QUÉ?! ¡RODERICH! — El fierro en alto y un golpe sobre su cuerpo, dejaría un moretón azul a lo largo de su espalda. El grito agudo que escuchó… Nunca antes se lo había oído. Y quiso más. Lo tomó de los hombros y lo levantó, pero recibió un puñetazo. Él era un prostituto, pero Gilbert había sido militar. Con el mismo fierro volvió a golpearle, una y otra vez. Soltó el arma y comenzó a golpearlo con los puños, con las manos, lo levantaba y volvía y golpearlo hasta dejarlo en el suelo. — ¡RODERICH! ¡CRÉEME QUE TE AMO!— Gritó otra vez. Ahora quien lloraba era el prusiano, pero no podía detenerse. El brillo en los ojos del castaño se iba perdiendo, pero sus golpes no cesaban, su rabia no se detenía, su furia no aplacaba. El fierro en mano otra vez, golpes en la cabeza, en el cuello, en su piel perfectamente blanco, pero azul ahora. No se detenía.— ¡RODERICH!— Lo empujaba contra las paredes, lo volvía a golpear con el maldito fierro, volvía a escuchar sus gritos agudos de dolor. Su nombre no dejaba de ser pronunciado por él y su furia se mantenía presente. Tiraba de su cabello sin límites, lo arrastraba por el baño, mientras el chico intentaba liberarse, pataleaba, pero nada era suficiente. Estampó su cabeza contra el lavado y la sangre se hizo presente cuando cayó al suelo, aun así no se detuvo y siguió expresando su ira contra él. Ensartó el fierro contra su pecho y no escuchó sus quejidos de nuevo. Las manos de Gilbert estaban bañadas en sangre y sudor. Su respiración estaba agitada y recién volvía a la realidad. El objeto de su locura no respiraba, no daba alguna señal de vida. Se acercó al cuerpo y le tomó del rostro, ya desfigurado por tanta ira que había explotado sobre él. Sus ojos se llenaron de lágrimas y un sollozo escapó desde su interior. Lo había matado. Abrazó el cuerpo inerte, la tragedia lo golpeaba con tristeza, el llanto salía desde su corazón y no dejaba de sollozar. La desesperación y la miseria habían acudido a su mente. La habitación de Roderich era la más alejada, ¿habría escuchado alguien? No importaba. Se lavó las manos y luego de un beso sobre su boca, se fue.

Había salido por la ventana, con una soga echa de sábanas. Aún no creía lo que había pasado en esa fatídica noche. Sus ojos no dejaban de llorar. Su pecho se agitaba a cada segundo, de dolor. Caminaba desecho por las calles, su cuerpo iba arrastrándose contra los muros a su costado, mientras susurraba: — Roderich…— Cada paso era más errático que el anterior. Su cuerpo estaba frío, era la noche más fría de Austria, en Zwettl, con casi 37 grados bajo cero contra su cuerpo, la noche del 11 de febrero del año 1929. Sus lágrimas, que habían bañado su rostro, se congelaban. Ya ni siquiera podía expresar su tristeza. Su cuerpo cayó sobre una calle cualquiera, sus dedos congelados, sus piernas en el mismo estado y cubierto de nieve blanquecina. Aún con todo ese dolor, no paraba de intentar susurrar su nombre: — Roderich…Te amo.— Lo último en congelarse fue su corazón.

Y, por favor créeme cuando digo que te amo.

¡Roxanne!

Las noticias volaron rápido. La muerte de Roderich y Gilbert habían golpeado al bajo mundo de la ciudad. Roderich víctima de los celos y Gilbert de la locura. Un diario publicó la historia que pudo rescatarse y de las mujeres de la alta clase social se escuchaba "¿Qué se puede esperar? Se dedicaba a complacer los bajos placeres de los hombres". Y Elizabeta no quiso escuchar más. Viuda de un hombre enamorado de otro. Una vergüenza delante de sus amistades, pero eso no era lo que le importaba, sino pensar en lo mucho que Gilbert había amado a Roderich, como para caer en la locura desquiciada de asesinarlo.

Notas finales:

¿Les gustó? ¿Fue un buen final? ¿Inesperado? ¿No? ¡Espero les haya gustado!

 


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