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Y si tú quieres… yo también quiero por Marbius

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2.- Comprensión.

 

De nueva cuenta, Georg se vio de vuelta en el consultorio médico sin la compañía de Gustav porque los análisis se habían demorado más de lo previsto en llegar del laboratorio, y el baterista había vuelto a Magdeburg por dos días para su sesión de terapia con Bianca y de paso para arreglar un par de asuntos con el contrato del piso que rentaba allá, por lo que Georg tuvo que hacerse acopio de valor y resignarse a que como adulto funcional que era, tenía que actuar como uno.

—Señor Listing, pase por favor —le recibió el doctor Martel y le señaló la silla donde la vez pasada se había sentado.

Georg así lo hizo, y apenas el doctor se acomodó frente a él detrás de su escritorio fue que comprendió que algo no marchaba bien. Tenía que ver con el ademán nervioso del médico cuando se demoró en romper el hielo con una frase inicial.

—Sin rodeos, ¿es grave? —Inquirió Georg, que ya se imaginaba un tumor complicado con cáncer y rematado con algún virus recién descubierto y mortal. Toda una sentencia de muerte que se cuenta en semanas y no meses o años.

—Tanto así como eso… Uhm, perdón si mi pregunta le resulta intrusiva, pero la persona que venía con usted la última vez, ¿qué era suyo?

—Mi… amigo —se demoró Georg, entrecerrando los párpados. ¿A qué venía eso?

—Ok. Iré directo al grano —posó Lukas Martel sus manos entrelazadas sobre el escritorio—. Después de revisar su sangre dos veces en el laboratorio, descubrimos que sus síntomas correspondían a la perfección con los de un… embarazo. Diagnóstico que confirmamos tras una tercera prueba, y que no, no tiene cabida a errores. Usted está esperando un bebé.

«Oh no», palideció Georg de golpe. «No… me… jodas…», enunció, sin darse cuenta, moviendo los labios en sincronía con sus pensamientos aunque sin vibrar las cuerdas vocales. Su médico tenía que estar en un enorme, gravísimo error. No era posible, porque las probabilidades eran tan remotas, tan inverosímiles, que tenía que tratarse de una broma muy pesada.

—¿Embarazo dice? —Murmuró Georg con un hilo de voz y carraspeó—. Pero… ¿cómo?

El médico disfrazó su risa bajo el pretexto de tos. —Por su sorpresa inicial, me atrevería a aventurar que de la manera tradicional.

—¡Pero-…! —Se quedó Georg con la mente en blanco y la boca abierta.

Embarazado. El vocablo le supo extrañamente grato a los sentidos, intrusivo, sí, sin llegar a ser calamitoso, pero al instante lo barrió el miedo de saber cómo iba a salir del lío en el que estaba metido, y peor aún, cómo explicárselo a Gustav, de quien tenía el concepto reciente de que era muy pronto como para engendrar descendencia y lidiar con ella.

—Habría que realizar otro tipo de estudios más exploratorios para dictaminar en qué semana de gestación se encuentra, ya que en el caso del embarazo masculino no hay una fecha de última menstruación que sirva de guía, pero me atrevería a creer que no supera la marca de los tres meses, así que si desea interrumpir el desarrollo del embrión, todavía está a tiempo.

—¡No! —Exclamó Georg, a quien de pronto le resultó aberrante la idea de perder esa diminuta concentración de células que se multiplicaban como desquiciadas en su interior—. Uhm, perdón. Es que yo no… Tendría que analizarlo pros y contras antes de tomar una decisión de esa magnitud.

—Comprendo —garrapateó el doctor Martel en una tarjeta que después le extendió a Georg—. En cualquier caso, me complacería que acudiera con una colega mía que se especializa en pacientes como usted aquí en Alemania. Su nombre es Sandra Dörfler, y es la mejor en este campo tan nuevo. Eso si decide proseguir con la gestación. Estará en buenas manos si así es.

—Gracias —musitó Georg, pasando la yema de los dedos sobre el nombre lacado y una dirección que se encontraba en Hamburg. Lejos, pero no tanto como para que él se resistiera a viajar para una consulta… o varias—. Y con respecto a las vitaminas que me recetó…

—Ah, cierto. Puede continuar tomándolas en las mismas dosis. Aunque también debería de complementarlas con calcio, zinc, entre otros. La doctora Dörfler le surtirá la receta necesaria.

—Vale. Muy bien.

Haciendo un par de últimas preguntas, Georg pidió llevarse consigo las hojas con sus resultados, y en una hojeada breve, su mirada se clavó en la línea exacta en que ‘Positivo’ estaba remarcado con un círculo perfecto en tinta roja a su alrededor.

Sin proponérselo realmente, Georg decidió que cualquiera que fuera la resolución de Gustav con respecto a la vida que se formaba en su interior, él iba a seguir adelante.

Con Gustav o sin él, Georg ya había tomado su fallo.

 

—Uno entre cada mil —leyó Georg en internet las estadísticas relativas a la fertilidad masculina que les permitía a los varones embarazarse. Que sumado a las probabilidades de ser gay, bisexual, o sin tantos títulos, sólo mantener relaciones sexuales con otros hombres en el papel pasivo, seguro debían ser minúsculas. No imposibles, eso ya lo había comprobado en carne propia, pero en serio, debía ser una cifra tan baja que por ello los contados casos de los que tenía conocimiento se debían a la falta de precauciones porque a ningún varón en su sano juicio le pasaba por la cabeza cuidarse de quedar en estado interesante cuando mantenía sexo sin condón.

Así como no había manera de determinar quién era ese ‘uno de cada mil’ que nacía con los aditamentos necesarios en su organismo para engendrar vida sin la necesidad de una mujer, tampoco se contaba en la actualidad con la información necesaria para recordarle a la población masculina que además de cuidarse de enfermedades de transmisión sexual, el uso del preservativo también prevenía accidentes de ese tipo. Accidente como eufemismo de lo más insólito que le hubiera pasado en sus casi tres décadas de vida, y Georg no dudo en tachar esa terrible palabra por una que le sonaba mejor: Milagro.

Milagro que también podía pasar a la categoría de catástrofe para la banda, pero en especial para su amistad con Gustav, amistad que ya se había visto en línea de fuego desde que decidieron llevarla más allá de lo platónico al acostarse juntos regularmente y que de nueva cuenta volvería a quedar bajo los designios del azar una vez que Gustav se enterara de la noticia de que iba a ser padre y tomara una decisión al respecto.

Georg estaba decidido a no irse por las ramas con respecto al tema del bebé que se formaba en su interior, pero una vez que Gustav regresó a Magdeburg y alicaído le comentó a Georg que él y Bianca ya habían cumplido con más de la mitad de sus sesiones con la terapeuta que los atendía y que seguían sin ver la mítica luz al final del túnel, éste se decidió a esperar un poco más.

—Bianca no lo ha dicho aún, pero es obvio que está harta y quiere en un divorcio lo antes posible, lo cual está bien. Supongo —comentó Gustav subiendo los pies al sillón y destapando la cerveza fría que había tomado del refrigerador apenas cruzar la puerta del departamento—. La entiendo. Yo también estoy hastiado de tantas vueltas para acabar en el mismo sitio. La terapia no es la panacea que nos habían intentado vender, y a estas alturas, hasta dudo que tenga un uso real.

—Mmm —bisbiseó Georg, indeciso si era el momento apropiado para darle a Gustav la primicia de su paternidad o esperar un poco más—. Qué pena.

—Y tanto —dijo Gustav, poniéndose la botella contra la frente y disfrutando de su frescura. Berlín estaba que ardía, y las temperaturas rompían récords de los que habrían preferido no tener noción alguna—. Tenía la vaga esperanza de que ella cambiara de opinión con respecto al tema de los hijos, pero es inútil. Es imposible llegar a un acuerdo que nos satisfaga a los dos. No puedes sólo forzar a nadie a asumir a un papel y renunciar a otro si no está en sus deseos el hacerlo. Y así no vale la pena traer un bebé al mundo, ¿sabes? Porque no es un juguete del que estamos hablando, ni una mascota que estará bien con comida y poca atención, sino una pequeña personita de carne y hueso que va a depender de ti mínimo por los próximos dieciocho años y a quien no puedes fallarle. Es… una gran responsabilidad —finalizó con un trago largo a su botella.

Con un nudo en la garganta, Georg asintió, y se cuidó bien de retirar los papeles de su estudio médico que hasta entonces habían estado sobre la mesa, listos para el escrutinio de Gustav, pero que ahora podían esperar un poco más antes de salir a la luz.

Georg lo prefería así.

 

Con los gemelos volando entre Berlín y Los Ángeles, fue que Gustav y Georg decidieron imitarles al liquidar su renta del mes en Berlín y devolverse a Magdeburg donde ya al baterista le esperaba Bianca para ir en búsqueda de un abogado de divorcios que los representara a ambos en beneficio de sus bienes compartidos y todo aquello que a partir de ese instante pasaría a ser materia de juego y separación.

Gustav se quejó amargamente de ello, pero por una vez Georg no se le unió con frases de apoyo y roces que le infundieran confianza.

—¿Qué pasa?

—Tengo una cita con el médico.

—¿Otra?

—Ajá. Es una doctora que viene desde Hamburg y a quien tendré que pagarle por el traslado, pero no me importa. Al parecer es la mejor en su campo.

—Georg… —Buscó Gustav su mano—. ¿Estás seguro que todo va bien contigo? Prometí no indagar cuando me pediste que esperara un poco, pero… me asustas. Si te estás muriendo me lo dirás, ¿verdad?

Georg se atrevió a curvar un poco sus labios. —No es nada tan grave, lo juro. —«No para mí, al menos, aunque para ti…», continuó en su cabeza, temeroso de las reacciones que podría tener su amigo una vez fuera imposible ocultarte por más tiempo la verdad—. Cuando regrese lo hablamos, y ya que tú también tendrás mucho qué contarme… Más vale que metamos prisa.

—Ugh, ni lo menciones.

En un inesperado giro, Bianca había hecho reclamación por la casa que legalmente estaba a nombre de Gustav, pero que por haberse casado bajo bienes mancomunados, estaba en riesgo de venderse y tener que repartir el monto monetario en dos. Gustav en realidad ni la quería, y estaba seguro que el repentino interés de Bianca tenía motivos ocultos, así que el pleito se presagiaba arduo de sobrellevar.

Georg se despidió de Gustav en los juzgados y siguió manejando hasta el hospital privado donde la doctora Sandra Dörfler había conseguido un espacio en el cual atenderlo a pesar de su agenda ocupada.

La primera impresión que Georg se llevó de ella fue de franco terror. Porque con ojos verdes como gato y una personalidad enérgica y mordaz, no daba la impresión de que fuera a tratarlo con la delicadeza que él más necesitaba en esos instantes.

—Acuéstate ahí y descubre tu vientre —le tuteó Sandra de buenas a primeras y Georg obedeció sin objeciones como buen paciente que cruza los dedos por un diagnóstico positivo. En su situación, más de un tipo de positivo…

El examen resultó similar a como se veía en las películas, con palpaciones alrededor del vientre bajo y después la ecografía con gel helado que lo hizo estremecerse muy a su pesar.

—Aquí está —señaló la doctora un pequeño punto en la pantalla—. Demasiado pronto para adivinar el sexo del bebé, pero no hay lugar a dudas que su corazón palpita y está desarrollándose tal como debe. No hay malformaciones evidentes, y todo indica que seguirá así.

—¿Puede decirme cuándo nacerá?

—Por el tamaño y progreso de su forma, diría que en enero. Durante las primeras dos semanas del nuevo año, poco más o poco menos.

—Vaya…

—Ten, límpiate con esto y hablemos —le extendió ella un paquete de pañuelos del que Georg extrajo un par para limpiarse el gel ya tibio del abdomen.

De ahí pasaron a los sillones que servían para los familiares de pacientes que no deseaban pasar por tal trance solos, y Georg agradeció que eliminaran de por medio el escritorio y los formalismos porque no se sentía con ánimos para mantenerse en una sola pieza por mucho rato.

—Te llamaré Georg y tu podrás llamarme Sandra, ¿ok? —El bajista asintió—. Muy bien. Como ya te mencioné antes, todo en tu embarazo marcha a la perfección y sin complicaciones aparentes, pero hasta ahí llegan las buenas noticias por el momento. Debes de saber desde este instante que si decides continuar con el embarazo, necesitarás de cuanta ayuda te sea ofrecida. Parientes, amigos, pareja…

—Uhm, entiendo.

—El riesgo de desprendimiento de placenta prematuro es mayor en varones, y al tratarse de un fenómeno sin explicación del que sólo se han encontrado casos en los últimos diez años, la recomendación habitual es todo el reposo que te sea posible en el último trimestre y una cesárea apenas el feto llegue a término.

—Muy bien —convino Georg, moviendo nervioso una pierna.

—En cuanto al tema del padre…

—Es… un asunto delicado todavía, pero —suspiró Georg—, inevitable. ¿Hay manera de tener una impresión del bebé para llevar como prueba? Es que presiento que no me va a creer de buenas a primeras si le digo que tendremos un bebé. Él es más hombre de hechos concretos.

—Lo usual, y claro que sí. Te haré un par de copias y pondré en mi agenda tu siguiente cita, eso suponiendo que quieras que sea tu obstetra durante el embarazo.

—Sí, por favor —asintió Georg, que a pesar del respeto que la infundía su doctora, también se sentía bajo los cuidados más adecuados que pudiera pedir.

Tenía miedo, sí, pero ya no había marcha atrás.

 

Como si su costumbre no se hubiera visto alterada en todos esos meses de ausencia en la ciudad, a la hora de la cena apareció en su departamento Gustav, puntual y con una botella de vodka para celebrar que Bianca había entrado en razón y disminuido sus exigencias de divorcio.

Georg mientras tanto se mantuvo pegado a la estufa revolviendo la sopa con la que acompañarían la cena de esa noche, y Gustav se dedicó a poner los platos y cubiertos sobre la mesa mientras le contaba los pormenores de su vista preliminar.

—… igual venderemos la casa. Ni a ella le apetece continuar viviendo ahí, y mucho menos a mí; demasiados malos recuerdos para eso. Según lo que contó, sólo quiere la mitad que le corresponde. Y en cuanto al resto de los bienes que adquirimos ya casados, ella se quedará con el automóvil y yo me quedaré con la cabaña destartalada que planeábamos reformar. Y si me preguntas, no tengo quejas al respecto. Era justo lo que yo deseaba.

—Gus —le interrumpió Georg de golpe. Rígido de espalda, había estado los últimos cinco minutos reuniendo valor, pero éste escapó de su cuerpo apenas Gustav se giró en su dirección y la fuerza de su mirada se le clavó a Georg en la nuca.

—¿Sí?

«Más tarde, sí, le diré más tarde», se escabulló Georg de su resolución. —Erm, ¿podrías poner servilletas? De las de tela, no las de papel. Están en el tercer cajón a la izquierda de la alacena.

—Hecho. Y como te iba contando…

La charla de la cena se centró en Gustav y su divorcio con Bianca, así que Georg lo dejó monologar a sus anchas mientras él se tardaba infinidad de tiempo en masticar su carne, y después el postre que habían comprado para la ocasión (pastel de chocolate) iba desapareciendo de su plato en cámara lenta.

—Es bueno verte con apetito —dijo Gustav de pronto—. Hasta el color te está volviendo a las mejillas. Quién diría que un cambio de clima puede hacer tanto.

—De clima y de… trimestre —susurró Georg la última palabra, y al hacerlo Gustav se le quedó viendo fijamente con el tenedor en el aire unos segundos, y sólo salió él del trance en el que lo había puesto cuando su pedazo de pastel cayó sobre la mesa sin más gracia.

—¿Qué? —Preguntó Gustav por si acaso se había confundido. Después de todo trimestre rimaba con… Contramaestre, fuera lo que fuera eso.

—Uhm… —Georg empujó su plato al centro de la mesa—. Hay algo que tengo que confesarte.

—Ay Dios —abrió Gustav grandes los ojos—. Dios santo…

Georg inhaló para dar su gran revelación, pero Gustav se le adelantó.

—¿Estás…? ¿Tú estás… embarazado?

—Sí —fue la sencilla respuesta.

—¿Desde hace cuánto?

—No hay fecha exacta, no te puedo decir en qué posturas estábamos cuando lo engendramos, pero tres meses, restando o sumando semanas. Nacerá en enero, porque… pues me he decidido a tenerlo —dijo lo último preparándose para cualquier negativa por parte de Gustav en formar parte de la vida del bebé, pero el baterista lo sorprendió de la manera en que menos lo esperaba.

—¿Es mío?

Georg se contuvo de poner los ojos en blanco. —Si te piensas que es de alguien más, te mando matar. Y te aseguro que nadie encontrará después tu cadáver. ¡Joder!, pues claro que es tuyo. ¿De quién si no? Tú sabes que eres el único con el que me he estado acostando recientemente. Hasta la pregunta ofende, caray.

—Oh…

—Sí, ‘oh’ —lo remedó Georg—. Totalmente tuyo, de tu sangre y… semen. No tengo dudas al respecto, y espero que tú tampoco, aunque si preguntas para averiguar si hay manera de zafar del compromiso, pues… estás en tu justo derecho.

—Yo no… —Gustav carraspeó—. ¿Qué planes tienes?

—¿Planes?

—Para el bebé… Para nosotros.

Georg alzó las cejas, sorprendido de ese ‘nosotros’ que no había llegado siquiera a considerar porque Gustav estaba en pleno divorcio con Bianca, y aunque la pasaban genial juntos y había química entre los dos, en realidad no habían hablado en lo absoluto de lo que hacían y si eso significaba algo.

—No sé, es decir… Ya tengo una obstetra, es una doctora bastante escalofriante y se impone apenas entra a la habitación, pero presiento que es la indicada. Y apenas eres el primero a quien le he dado la noticia… Tienes que creerme cuando te digo que esto no estaba dentro de mis planes a corto ni a largo plazo.

—¿Embarazarte o tener hijos?

—Ambos, joder, ambos… Ha sido un shock descubrir que soy ese ‘uno de cada mil’ del que se habla en los artículos de medicina moderna, y no me voy a lamentar por ello, ¿entiendes? No es la situación idónea para traer un hijo al mundo, pero saldré adelante.

«Contigo o sin ti», pendió el resto de la oración en el aire, y fue por ello que Gustav se guardó de ofrecer más de lo que quizá Georg estaba dispuesto a aceptar de momento.

Ya más adelante lo discutirían mejor, supuso el baterista, y bajo la mesa cruzó los dedos. Eso esperaba él.

 

En vista de que el embarazo de Georg podría acarrear consigo una disputa legal más larga entre Gustav y Bianca (ella podría acusarlo de infidelidad y exigir más de lo que le correspondía por ley para que él le resarciera el daño moral), acordaron el mantenerlo un poco más en secreto hasta que fuera inevitable esconderlo por más tiempo.

Georg lo consultó con la doctora Dörfler, y ella mencionó el cuarto o quinto mes como fecha máxima, lo que no les daba mucho tiempo restante, pero al menos era mejor que nada.

Peor le había resultado a Georg el darle la noticia a su madre, quien ya sabía que su interés por el sexo iba más allá de los genitales femeninos y se tomó la nueva con relativa calma, pero que a la vez casi se ahogó con su taza de café cuando se enteró quién era el padre de la criatura.

—¡¿Gustav?! —Se llevó una mano al pecho—. ¿Gustav Schäfer o es que hay otro con el mismo nombre al que no has mencionado?

—¿Cuál otro, madre? Hablo de ese mismo Gustav de siempre, jo —dijo Georg monocorde, aliviado de haber aceptado la proposición de éste en esperar en su piso mientras Melissa se encontraba de visita con Georg, o su progenitora ya los habría acribillado a los dos con sólo Diox sabría qué clase de frases incómodas—. Y antes de que empieces con tus preguntas de la KGB, no… Cero planes de casarnos, también está en tela de juicio que va a pasar con nosotros una vez que finalicen los trámites de su divorcio, y tampoco sé el sexo del bebé. Es muy pronto para eso, pero en cuanto lo sepa con certeza serás la segunda en saberlo.

—Oh, ¿en serio? ¿Y quién será el primero? —Le chanceó su progenitora.

—Gustav, pero sólo porque ha insistido en llevarme y traerme a mis siguientes consultas. Y no te emociones, mamá, lo hace en honor a nuestra amistad.

Entre dientes, Melissa masculló algo que sonó como “amistad mis polainas, ese chico te quiere a ti y el bebé”, pero que  por no ponerse a discutir con ella, Georg optó por mejor pasarlo por alto.

—Mi punto es que se va a hacer responsable del bebé pero lo mantendremos en un estricto nivel profesional. Todo por el bien de la banda y nuestra amistad de años.

—¿Siguen durmiendo juntos? —Inquirió su madre con picardía, y Georg le dedicó una mirada de incredulidad que resumía bien su estupor.

—¡Madre!

—Tomaré eso como un sí —cerró ella el tema con un último sorbo de su café antes de ponerse en pie—. Y sabes que me encantaría quedarme a charlar contigo, lo habría hecho si me hubieras preparado de antemano, pero quedé de ir a visitar a unas amistades que hace una buena temporada no veo y no quiero llegar tarde.

—Bien. Te acompaño a la puerta.

Bajo el dintel, Melissa le dio a Georg un abrazo fuerte y lo aguijoneó una última vez. —¿Se lo dirás a tu padre? No lo dejes a lo último. Se dolerá contigo si se termina enterando por la prenda sensacionalista. Ya sabes que hace lo posible por ser parte de tu vida, pero tan lejos y tan ocupado con su trabajo…

—No lo haré, será el tercero en enterarse —prometió Georg—. Sin falta le llamaré más tarde y después te contaré qué tal me fue.

—Excelente. Cuídate, cariño. Y dale saludos a Gustav de mi parte —le besó una última vez la mejilla Melissa antes de darse el adiós definitivo y ella desaparecer en el rellano en dirección al elevador.

Georg cerró la puerta, y recargando la espalda en la madera, suspiró al tachar un nombre de la larga lista mental que había hecho apenas enterarse que iba a ser padre. O madre. «O lo que sea», pensó Georg acariciándose el vientre por encima de la camiseta pero sin notar ningún cambio sustancial.

«No todavía, pero pronto», y con ello en mente, agarró valor y cogió su teléfono móvil. En la agenda buscó ‘Robert L.’ y sin tanto preámbulo presionó el botón verde.

Los tres tonos de marcado que precedieron al “¡Hola!” le parecieron muy cortos, y el lapso entre el saludo y su primera palabra larguísimos, pero bastó recordar por quién lo hacía y el resto fluyó como la seda.

—¿Papá? Hey, ¿qué tal?… Tiempo sin hablar, y te tengo algo que contar… Espero estés sentado, porque no lo vas a creer…

 

Una vez informaron del suceso a familiares y amigos cercanos (los gemelos se lo tomaron con bastante tranquilidad, en cambio que la familia de Gustav estalló de júbilo porque sería el primer nieto), Georg supuso que el siguiente paso racional sería sentarse a hablar y delimitar lo antes posible qué roles cumplirían en la vida del bebé. Ya que el dinero no era ningún problema para ninguno de los dos, Georg esperaba que los arreglos fueran breves, sencillos y platónicos, y en su lugar…

—Uhm… —Con la vista en el techo y a Gustav entre sus piernas, Georg se mantuvo indeciso entre interrumpir sus atenciones o permitir que prosiguiera, pero ganó el lado izquierdo de su cerebro que vivía con temor de aplazar un tema de suma importancia y después lamentarse—. Gus, detente.

—¿No te gusta? —Murmuró éste aflojando la succión de su pene y retirándose lo suficiente para hablar, pero no tanto para que su labio inferior perdiera de todo contacto con la sensible piel del frenillo.

—No se trata de eso, sino de… Te invité a cenar y a hablar, y en lugar de eso mira dónde estamos. Así no es como planeé nuestra conversación.

—¿Qué con eso? Podemos charlar después. Son eventos consecutivos, no excluyentes.

—Mmm, me gusta tu lógica…

—A mí me gusta tu sabor —dijo Gustav antes de pasar la lengua por la extensión de su terso glande. Georg se mordió los nudillos para no gemir pero fue en vano.

Georg adivinó que Gustav sonreía complacido y lo pateó en el costado para quitarle lo orgulloso, pero por lo demás lo dejó continuar hasta que a base de usar los labios, la lengua y las manos lo hizo correrse en tiempo récord contra su paladar. En recién descubierto talento, Gustav se tragó todo su semen sin mayor esfuerzo, pero lo acompañó con un par de sorbos del vaso de agua que tenía preparado con anterioridad antes de pasar a recostarse a su lado.

—Hey… —Se le refregó al costado, su erección húmeda dejó un rastro cristalino contra la piel de su cadera.

Georg se giró hacia él, y Gustav lo rodeó con un brazo y una pierna para obtener de él un contacto más cercano. Su boca se cerró sobre la de Georg y éste le correspondió en un beso lánguido y sin prisas, idéntico al ritmo que Gustav mantenía al frotarse con insistencia contra su vientre bajo.

Un detalle que Georg apreciaba de Gustav porque no todo en sus encuentros era penetración y la meta el orgasmo, sino que se tomaban su tiempo y en el proceso suplían para el otro la falta de una pareja sentimental, que por cuestión de tiempo y comodidad, no buscaban en otros medios.

Al cabo de un rato Gustav se corrió, y Georg que estaba más excitado que nunca cortesía de las hormonas del embarazo, le siguió de cerca.

—No te levantes, ya voy yo —le indicó Gustav, y al cabo de unos segundos volvió con una toalla húmeda que utilizó para limpiar primero a Georg y después a sí mismo.

Nada diferente a lo acostumbrado, pero había una cierta pausa con cada trazo que Gustav hacía con la toalla sobre su piel, una ternura que antes no se encontraba ahí, que Georg se entregó a una breve fantasía donde se lanzaban a tierras inhóspitas y por capricho decidían darle un título a eso que hacían y que por conveniencia lo mantenían lo más ligero posible.

—¿Pasa algo? —Preguntó Gustav, atento al ceño fruncido de Georg.

—Sólo… pensando.

—¿Puedo saber en qué?

—Cosas.

—¿Cosas? —Presionó Gustav.

Georg se rascó la nariz. —Nada importante.

—Oh, vale… —Gustav se levantó a tirar la toalla al canasto de ropa sucia, y hesitó desnudo y parado a un escaso medio metro de la cama—. ¿Quieres que me quede esta noche o…?

Georg anhelaba su compañía, el silbido de su respiración cuando se acostaba bocarriba y comenzaba a roncar, el calor de su costado cuando le daba la espalda y acomodaba los pies fríos entre sus pantorrillas, y la certeza de saber que si estiraba el brazo ahí lo iba a encontrar, pero saberse tan necesitado le hizo tener dudas. No quería ser el débil de los dos.

—Si tú quieres…

Ajeno a su desasosiego, Gustav se metió con Georg bajo las mantas, y sin tantos ambages, le rodeó por la cintura con el brazo, justo por encima del ombligo y de la extraña protuberancia que se le estaba formando en ese preciso sitio.

—Woah, esto no estaba aquí hace rato —murmuró Gustav contra la nuca de Georg, abriendo amplia la palma callosa sobre la fina piel.

Georg se retorció porque el toque le producía cosquillas. —Es el bebé, idiota. Siempre ha estado ahí, sólo que ahora es más… evidente su presencia.

—Entonces me alegro, erm, de no haber intentado ir más lejos contigo esta noche. No quisiera lastimarlo.

—No exageres. Ya lo discutí con mi doctora y está bien el sexo con penetración mientras no sea tan… salvaje o acrobático, como aquella vez en el balcón del departamento de Berlín, ¿recuerdas?

—Casi te caíste por el barandal, y del susto se me fue la erección. Claro que sí recuerdo —gruñó Gustav, pegando su pelvis al trasero de Georg—. Así que adiós al sexo salvaje y hola a hacer el amor. Qué cursi.

—De hecho… —Georg se abrazó a la almohada que tenía bajo la cabeza y sonrió. Nah, no era cursi, era una bonita idea, pero ni loco lo diría en voz alta porque no valía la pena revelarse como el idiota de los dos que sentía más que el otro a pesar de las reglas preestablecidas del juego, en donde quien amaba primero, era quien perdía. En su lugar, posó su mano sobre la de Gustav y automáticamente éste entrelazó sus dedos.

El sueño que los acogió después estuvo plagado de total sosiego.

 

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