No sabías el momento exacto en que todo había ocurrido.
Estabas bien con tus comienzos de informante.
Investigar infidelidades, dar defectos de empresas a sus rivales. Quizás dar datos para una extorción ligera, pero nada más allá de eso. Nada completamente ilegal o peligroso, después de todo; estabas en la escuela, vivías en casa con tus padres, tu madre se preocupada por ti, estaban tus hermanas pequeñas… no era momento para hacer nada estúpido, eras demasiado inteligente para saberlo.
En tus tiempos estudiaste psicología, leíste cada libro que pudiste encontrar de eso. Sabías exactamente cómo funcionaba la mente humana, como funcionaban los sentimientos, qué se hacía para que alguien perdiese la cabeza y cómo hacer para que tú mismo no la perdieses.
Entonces, ¿Qué pasó?
¿Cómo terminaste en esta situación?
Sí. Lo sabías, lo sabías perfectamente.
En el momento en que tus ojos se posaron en él, no pudiste despegarlos. Algo te atraía, te atraía algo de él.
Él te atrajo a lugares que jamás habías pisado en tu vida, te extendió la mano a un mundo oscuro que no querías conocer, te adentró tan profundo en aquello que al momento de probarlo, jamás pudiste dejarlo. La adrenalina. Adrenalina de saber que lo que hacías era grave, muy grave y aun así te salías con la tuya limpiamente.
Él te había atraído, porque él era diferente al resto de personas que caminaban por las calles.
¿Diferente? ¿Diferente cómo?
¿Por qué?
¿Por qué él?
… no lo sabías.
Porque Shiki, después de todo, aún con todos sus años trabajando juntos, era un completo misterio para ti.
Lo tenías investigado, maldición. Terriblemente investigado. ¡Su archivo personal debía tener unas setenta y siete hojas y seguía en proceso! Fue, quizá, el trabajo más grande que hayas hecho hasta la fecha, y no te pagarían por él.
Porque eso era para ti.
Y de nuevo volvías a la misma pregunta: ¿Por qué?
¿Por qué lo investigabas con tanto esmero? Sabías todos, absolutamente todo lo que había pasado en su vida, hasta podrías estimar cuantas veces había respirado desde que nació, la cúspide de todo tu potencial estaba ahí, sin embargo, no ganarías nada con ello, y, más importante, algo seguía faltando.
Las setenta y siete hojas podrían irse a la basura.
Por más que investigabas, no sabías realmente nada.
No podías predecir sus movimientos, no podías saber en qué estaba pensando, qué tramaba, qué sentía, cómo actuaría, ¡Nada! ¡Nada de nada!
Shiki Haruya, importante miembro del grupo Awakusu-kai.
El único humano por el que Izaya Orihara perdía completamente la cabeza.
¡Ah! Y aquí viene la parte más graciosa: no sabía el porqué.
Todo había empezado como un simple trabajo. Dio su pequeño salto hacia algo más allá y se enteró de información que podría ser crucial para Shiki. Se lo hizo saber, prácticamente le había salvado de un viaje al hospital seguro en aquella ocasión en el pasado. Pero aquél hombre no se inmutó y pasó de ti completamente, ¡Quién se creía!
Así, comenzó el pequeño tira y afloja.
Querías que él confiara en ti. Que se sorprendiera de tus habilidades, que no eran cualquier cosa.
Querías ver alguna reacción de él.
Pero no.
Nada funcionó.
Ahí seguía, siempre, aquella sonrisa de superioridad. Sentías como él te leía, leía cualquier movimiento que hacías, cualquier gesto; y pensaste qué, probablemente, con sólo esas pocas cosas, él ya sabía todo lo que habitaba dentro de ti. Junto a él te sentías desnudo, intimidado. Y eso te encantaba.
Un humano, un humano que podía hacerte temblar.
Ese era Shiki Haruya.
Tu mayor problema.
Y, naturalmente, volvías a pensar en él. Todos los días, a ratos. Mientras bebías café, cuando te despertabas, cuando caminabas por las calles, cuando Shizu-chan te perseguía.
Suspiraste encogiéndote en la silla frente al ordenador, entrando a la papelera de reciclaje y restaurando el documento denominado Shiki Haruya. No, las setenta y siete páginas no podían irse a la basura.
No aún.
Aún Shiki-san no te había mostrado una faceta diferente.
Aah.
Así, todo volvía a él.