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Paraiso Robado. por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

 

Avisos:

 

Esta historia como todo lo que escribo es del genero yaoi, Slash u homoeróticas, pero si estas en esta página estoy segura que ya lo sabías de antemano, en este universo un tanto dispar al de la serie del Lienzo Perdido de Saint Seiya existen algunos personajes que serán alfas, otros omegas, otros betas, pero se les llamara Hijos de Zeus e Hijos de Hera, pero las partes importantes de la serie estarán intactas en su mayoría, sólo que esta historia se sitúa cuando Sasha aun es una pequeña, por lo que los personajes son un poco menores y todos siguen vivos.

 

Hace casi un año estuve investigando sobre el universo Alfa/Omega y me gusto lo que vi por lo que ahora quiero hacer mi propia versión de esto, por lo cual contiene mpreg, pero no se basa exclusivamente en eso sino en la desigualdad del genero de cada personaje,  por lo que si no te gusta el mpreg, puedes leerlo con confianza.

 

También quisiera decirles que es un mundo ciertamente oscuro en donde los papeles están definidos desde el nacimiento y es aquí en donde nuestros protagonistas tratan de escapar de su destino al mismo tiempo que cumplen con sus deberes en el santuario o el inframundo y respecto a las parejas tendremos Albafica/Manigoldo, Aspros/Manigoldo, Degel/Kardia, Valentine/Radamanthys, Minos/Radamanthys, Regulus/Cid, Sisyphus/Cid, Oneiros/Cid, Shion/Albafica entre otras.

 

Sin más les dejo con la historia, espero que les guste y mil gracias de antemano.

 

Paraíso Robado.

 

Resumen:

 

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***3***

Al mismo tiempo, bañados por la luz de la luna, Degel le mostraba el camino a Kardia, quien se preguntaba que estaban haciendo en aquel sitio, porque su compañero en más de un sentido quería mostrarle aquel aburrido valle cercano al pueblo de Rodorio.

 

— Observa el paisaje Kardia y dime que no es hermoso.

 

Solamente con él Degel parecía mostrar esa clase de vitalidad, ese amor por la vida y sus pequeños detalles, pensó Kardia con una sonrisa, limpiando una manzana contra su ropa, sacándole brillo antes de morderla.

 

— Es aquí donde construiremos nuestro hogar.

 

Anuncio abriendo los brazos, el escorpión arqueo una ceja, masticando la manzana con gusto, sin comprender con exactitud de que le hablaba Degel, quien acomodo sus lentes sobre su nariz.

 

— Una vez que abandonemos el santuario.

 

Kardia casi se atraganto con la manzana y su jugo al escuchar esa ultima parte, escupiendo los trozos al suelo, limpiándose la boca con el dorso de la mano, esperando estar equivocado, ninguno de los dos habían hablado de abandonar el santuario, no eran traidores ni cobardes.

 

— ¿De que diablos hablas?

 

Degel suspiro, esperaba que Kardia aceptara por una vez alguna de sus decisiones sin pelear, pero lo conocía bien, su amado escorpión jamás obedecería sus órdenes, él era tan impredecible como el fuego que se alimentaba de su corazón.

 

— He pensado en nuestro futuro, no quiero que mueras, Kardia, así que lo mejor será que nos retiremos cuando aun sigas con vida…

 

Kardia permaneció quieto por unos cuantos segundos, como si tratara de comprender que era lo que estaba diciéndole para después tratar de cortarlo con el filo de su uña en respuesta a esa orden velada, destruyendo el libro que llevaba bajo el brazo sin importarle ni el titulo ni su antigüedad.

 

— ¡Así que yo solo debo obedecerte, como un maldito esclavo, eso es lo que crees que soy!

 

Degel casi inmediatamente invoco su aire frio, pero no para atacarlo sino para mantenerlo a una temperatura que no le hiciera daño, logrando que Kardia enfureciera aun más, rechinando los dientes, tratando de herirlo como ocurría con cada una de sus peleas o en este caso cuando trataba de ser razonable y tomar la mejor decisión pensando en su bienestar, como Sage le encargo que hiciera cuando lo dejo bajo su cuidado.

 

— No eres un esclavo, sólo no quiero que mueras Kardia, no lo soportaría.

 

Kardia gruño por lo bajo y después, deteniendo sus ataques, notando como había destruido esa pacifica colina con el poder de su aguja escarlata y como Degel aun seguía tranquilo, desprendiendo aire frio para mantenerlo a una temperatura constante gruño como una bestia acorralada.

 

— ¡No abandonare este santuario, ni mi destino y mucho menos a Sasha en este lugar, sólo porque tú tienes miedo de algo tan absurdo como la muerte!

 

Pronuncio furioso, dándole la espalda para marcharse de aquel sitio con pasos rápidos, ignorando el visible dolor del siempre frio y controlado Degel, quien abandono las hojas sueltas de su libro, para seguirlo con rapidez.

 

— ¡Kardia, espera!

 

El escorpión no se detuvo al escuchar su voz, pero si al sentir como dos brazos rodeaban su torso, junto al reconfortante frio que lo mantenía vivo, el que siempre era acompañado por el calor de aquellas caricias, tan delicadas y firmes al mismo tiempo, provenientes de quien jamás le daría la espalda.

 

— Temo lo que pueda pasarte, podríamos marcharnos, tener una vida común como muchos otros santos antes que nosotros, Sage lo comprendería… todos lo harán, aun Sasha.

 

Kardia no quería abandonar el campo de batalla, enfrentarse con sus enemigos era lo único que le hacía sentir vivo, eso era para lo que había nacido, sin importar lo que dijera su biología o como quisieran llamarle personas como Degel, sumidas en aburridos  libros toda su vida, buscando palabras raras, definiciones complicadas para señalar lo que simplemente era natural.

 

— ¿Y no puedes preguntarme mi opinión?

 

Degel respiro con calma, obligándole a darse la vuelta, sin soltarlo un instante, aferrándose a su cintura cuando por fin lo tenía entre sus brazos, sintiendo como Kardia se recargaba contra su hombro.

 

— Sabía que dirías que no, por eso quise mostrarte este lugar, aquí podríamos ser felices, estar cerca en el momento en que nos necesitaran… podríamos… podríamos volver a intentarlo.

 

Lo que Kardia menos deseaba era volver a intentarlo, así que negó aquella noción con un movimiento de la cabeza y aunque fueron tres meses gloriosos, en los que pudo imaginarse la vida creciendo como un milagro, pensando que le estaba ganando a su enfermedad, no pudo finalizar su misión, causándole un dolor que aun recordaba demasiado vivo en su alma.

 

— Kardia… lo que paso no fue culpa tuya.

 

Pero Kardia estaba seguro que sí lo era, que eso había sido culpa suya y de su enfermedad, por lo que de nuevo empujo a Degel, decidido a marcharse de aquel sitio, no permitiría que lo convenciera de lo contrario, ni de abandonar su puesto en el santuario, ni a Sasha, mucho menos a la pequeña Sasha.

 

— ¿Por qué no me escuchas?

 

Kardia se detuvo, respirando hondo, sabía que tenía que calmarse pero en ciertas ocasiones era tan complicado hacerlo que siempre recurría a la violencia, como en aquellas ocasiones en donde la fuerza que alimentaba su cosmos era la causa de su desesperación.

 

— ¿Por qué no dejas ese asunto en paz?

 

Degel coloco entonces con mucho cuidado sus manos en los hombros de Kardia, tratando de que viera el paisaje de nuevo, guiando su rostro hacia las montañas o las pocas luces que aun quedaban encendidas en Rodorio.

 

— Ves lo cerca que estamos del santuario, lo pacifico de este lugar, no te imaginas una vida junto a mi por el tiempo que la diosa Athena nos lo permita.

 

Kardia generalmente nunca se molestaba en pensar en el futuro, el cual ya había decidido, moriría en batalla, consumiendo su cosmos hasta el final con un adversario digno de ello, así que le era difícil imaginarse a ambos en aquel hermoso sitio, envejeciendo juntos, disfrutando de una aburrida vida de campo.

 

— Ya tengo una vida junto a ti, la que durara el tiempo que la diosa Athena nos lo conceda… no veo la necesidad de apartarnos de nuestros deberes, si de todas formas no lograre terminar con aquella tarea.

 

Aquella tarea, desde aquel día Kardia no mencionaba ese milagro por otro sobrenombre, como si fuera una misión más que cumplir, una que pensaba estaba maldita por culpa del fuego que se comía su corazón, alejándose de ella tanto como podía.

 

— Yo creo que podríamos intentarlo de nuevo, he hablado con Sage, el está de acuerdo si tu lo estas…

 

Nuevamente había ignorado su opinión pensó Kardia, separándose del santo de hielo, quien parecía demasiado sereno como era su costumbre, sin mostrar sus sentimientos ni pronunciar nada más de lo que fuera necesario, siempre actuando conforme a la lógica, preguntándose de nueva cuenta que era para él.

 

— ¿Cuándo ibas a hablarlo conmigo?

 

Pregunto volteando esta vez con algo parecido a la molestia, pero mucho más doloroso, temiendo conocer la respuesta de antemano, había visto otras parejas como la suya en Rodorio y en otros lugares, en donde los omegas eran poco más que esclavos pero mucho menos que un alfa, había escuchado las palabras hirientes de Shion de Aries, presenciado la obstinación de Aspros, como discutido cada una de las decisiones egoístas de Degel, no porque no fueran para su bien, sino porque nunca las consultaba con él antes, obligándolo a retarlo en más de una ocasión para demostrarle que su poder seguía intacto.

 

— La única razón por la que me dices esto es porque Sage no piensa como los demás, porque él no dará el permiso hasta escuchar de mis labios que yo lo deseo también…

 

Aun estaba fresco en su memoria el día que Sage dejo su salud al cuidado de Degel y como poco después, cuando su cuerpo reveló su verdadera esencia bendijo su decisión de ser más que compañeros de armas, uniéndolos en una ceremonia sencilla, la que duro poco, entregándolos al cuidado del otro.

 

— Porque si fuera como Shion o Hakurei o muchos otros, ya ni siquiera sería un santo dorado, porque tú tomas las decisiones no es cierto Degel y tú me quieres encerrado, seguro, sin libertad alguna…

 

Lo que él no supuso fue que esta unión funcionaba en un solo sentido, al menos para muchos así era, Kardia quería creer que Degel era diferente, que a él le interesaba su opinión, que lo veía como a un igual, pero era absurdo que lo hiciera en una sociedad en donde las mujeres ocultaban su rostro, ellas no aspiraban a ser más que amazonas sin importar cual fuera el poder de su cosmos.

 

—  Yo sólo obedezco, como todos los demás no soy otra cosa que una propiedad para ti, solo una cosa que está bajo tu cuidado… y eso me convierte en un esclavo.

 

Porque en toda su estadía en el santuario no recordaba ninguna mujer portando una armadura de oro y la única mujer que tenía una armadura de plata, que no cubría su rostro con una máscara de porcelana, era un alfa femenino, preguntándose si Sage fuera otra clase de persona, cuánto tiempo hubiera durado portando su armadura antes de que se le fuera arrebatada.

 

— Eso no es verdad Kardia.

 

Sin embargo, el escorpión negó aquello con un movimiento de su cabeza, retrocediendo otro paso más, evitando que Degel lo tocara, reconociendo aquella actitud como la que usaba cuando trataba de calmarlo cuando se molestaba por alguna de sus decisiones unilaterales, sin darle cualquier clase de merito a sus opiniones o molestia.

 

— Tú sabes que eres diferente a los demás.

 

Siempre decía esa frase, que él era diferente, pero nunca sabía en qué sentido, quería pensar en que era fuerte o astuto, lo suficiente poderoso para cuidarse solo, que Degel respetaba sus opiniones y sentimientos, aunque no lo demostrara abiertamente.

 

— ¿En que soy diferente a ellos?

 

Pregunto esta vez, deseoso de conocer la respuesta, ya que si no era alguna de las anteriores, si no era que lo respetaba como un santo dorado, en ese caso tenía razón y su compañero lo veía como una propiedad.

 

— En que eres mi omega, en que tú eres…

 

Esa no era la respuesta que deseaba escuchar en lo absoluto, porque eso significaba que tenía razón y que en el fondo Degel creía que le pertenecía, que tenía derecho sobre él, a tomar decisiones por su bien, sin consultarlas primero con su omega, una palabra que hasta ese momento veía como una maldición, de la misma forma en que los otros dos santos dorados en su misma situación lo hacían.

 

— ¿En que yo soy tuyo?

 

No era aquello lo que Degel quería decir, pero Kardia no lo escucharía por más tiempo, lo supo en el momento en que se dio la vuelta y se marcho con un paso acelerado, todo su cuerpo tenso, como si estuviera a punto de enfrentarse con uno de sus enemigos.

 

— ¡Kardia!

 

Grito Degel, tratando de llegar a él, pero esta vez el escorpión corto su cabello con el filo de su aguja escarlata, apretando los dientes, completamente furioso, advirtiéndole con la mirada que en ese momento no lo deseaba cerca, ni siquiera lo escucharía, así que lo mejor era darle su espacio, dejar que se calmara para después tratar de explicarle su respuesta.

 

— ¡Sí sabes lo que te conviene no te acercaras a mi por un tiempo!

 

Le advirtió entrecerrando los ojos, apuntándolo con su aguja escarlata, la que brillo en la oscuridad como una muestra de su seriedad, Degel se maldijo en silencio, sabía que Kardia no estaría de acuerdo, pero temía por su seguridad, no quería verlo muerto, eso no lo soportaría.

 

— Así que, solo… aléjate de mí…

 

Finalizo, dándole la espalda, sin mirarlo siquiera.

 

***4***

 

Su historia era larga y pocos la recordaban, siendo Radamanthys quien gobernó Creta primero, para después ser desterrado por su hermano de nombre Minos, cuando con ayuda del dios Poseidón, lograron derrotarlo con demasiada facilidad, porque se permitió confiar en él.

 

Ese pasado no valía ser recordado, puesto que el sentido de justicia de ambos les dio el honor de servir como uno de los tres jueces de las almas del inframundo, disfrutando de la protección de su dios Hades, quien evitaba que la vengativa diosa madre se vengara de los hijos bastardos de su esposo, o para ser exactos, de sus reencarnaciones.

 

Minos, Aiacos y él eran hermanos, dos nacidos de la misma madre, pero compartiendo el mismo padre, un dios, cuya sangre divina les permitía recordar fragmentos de su pasado, mantener la sabiduría de los años que lograban vestir su surplice con ellos, un regalo que nunca desperdiciaban, el que en algunos momentos era confuso, demasiado inquietante, pero que venía con los pocos rastros de sangre divina que aun quedaban en sus cuerpos.  

 

La misma sangre que casi se había perdido con los muchos nacimientos, pero no así el núcleo de su cosmos, el que aun brillaba como en el pasado, la misma energía que guiaba a la diosa Hera a sus reencarnaciones, un rastro que aun en ese momento seguía usando para poder vengarse de la prueba viviente de las infidelidades de Zeus.

 

Ya que no sólo Hércules había sufrido de la cacería y de la  venganza de la diosa con plumas de pavorreal, sino que cada uno de sus hijos, las mujeres y los amantes de su esposo conocían de primera mano su furia, pero algunos le habían padecido mucho más que otros, de eso estaba seguro el juez Radamanthys de Wyvern.

 

Quien aquel día había logrado escapar de su deber, abandonando a la hermosa Pandora con su gato mascota que se decía un espectro en sus habitaciones, suponía que en compañía de los dioses gemelos.

 

Sentía el malestar de su maldición comiéndose sus sentidos, calentando su cuerpo, incinerándolo con forme las nubes del inframundo se arremolinaban contra las espinas de las montañas, agradeciendo que nadie hasta ese momento supusiera a que se debía su mal humor, su incomprensible furia.

 

— No te ves bien, Radamanthys, pareces realmente incómodo.

 

Radamanthys portaba su armadura por debajo de su túnica negra con los mismos motivos que cada uno de los jueces del inframundo llevaba con orgullo, no había nada especial ni particular en su apariencia, sólo tal vez que generalmente no se le veía tan molesto al cumplir su deber, sólo cuando peleaba, en ese momento dejaba que la bestia que llevaba dentro rugiera sin control, devorara a sus víctimas, pero siempre se mantenía en control.

 

— No es el momento para que tu visites los salones del juicio Minos, a menos, que haya algún asunto que quieras tratar conmigo.

 

Nadie nunca se atrevía a responderle que si existían asuntos que solucionar, porque generalmente quería decir que no creían en su buen juicio, poniendo en duda la decisión de Hades, un acto imperdonable para el juez que había jurado obedecer a su dios, aunque esto le causara demasiado dolor en el proceso.

 

— Es como tu hermano mayor que vengo a verte, para darte una advertencia Radamanthys.

 

Ni siquiera en aquel momento el segundo juez del inframundo hubiera confiado en una advertencia como esa, mucho menos ahora con la sabiduría de todas sus vidas y con su larga historia durante la primera.

 

— ¿Cuál sería esa Minos?

 

Minos llevo una de sus manos a su mejilla despejando su rostro de algunos mechones de cabello, observándolo con detenimiento, con la misma sonrisa que caracterizaban sus facciones de tiburón o de lobo hambriento, para después alejarse con lentitud.

 

— Se dice que Pandora ya lo sabe y que en estos momentos piensa en la forma de vengarse por tu silencio, o usarte como moneda de cambio, sabe que no puedes desobedecer sus órdenes.

 

Eso era imposible, había tenido mucho cuidado para que ella no lo supiera, para cubrir sus huellas, aun así, era imposible que la dama negra del inframundo pudiera pasar por alto su desaparición, su desesperado intento por ocultarle la verdad, suponiendo que solo le conllevaría más humillación, no un Alfa que él no aceptaría.

 

— Se siente defraudada y tú sabes que aquella insufrible mujer es una perra desalmada, mucho más con aquellos que le fallan, o le mienten, por lo que si yo fuera tú, buscaría un alfa que pudiera cuidar tu espalda, protegerte de tus enemigos y de tu señora.

 

Los ojos de Minos estaban ocultos por su cabello, pero su sonrisa seguía presente, aquella que helaba la sangre de sus enemigos, menos la suya, por lo cual, levantándose de su asiento, tratando de usar su estatura como su masa muscular como un arma para amedrentar al juez, señalo la puerta aun en silencio.

 

— Uno que estuviera dispuesto a cuidarte.

 

Como respuesta Radamanthys invoco su cosmos, tratando de impactar su puño contra el rostro de Minos, el cual detuvo su brazo con la fuerza de sus hilos, casi cortando su armadura, riéndose de su torpe intento por lastimarlo, pero obedeciendo su orden silenciosa.

 

— Sólo piénsalo Radamanthys, no eres tan feo y si muy poderoso, además, tu cercanía al dios Hades te hace un premio invaluable.

 

Radamanthys en más de una ocasión había pensado en aquella posibilidad, pero nunca se había atrevido a pronunciarla, escuchando como el sonido de los pasos de Minos se hacía cada vez más débil, hasta que ya no lo escucho y en vez de eso, el sonido de un par de alas irrumpió en el salón del Juicio.

 

— Llegas tarde…

 

Le informo a su fiel harpía, quien simplemente se inclinó con respeto, esperando alguna orden suya o cualquier sonido además de aquel regaño, el cual llego cuando Radamanthys al sentir el inicio de aquel malestar lanzo los pergaminos de su escritorio al suelo, gruñendo, furioso como cada año desde que había comenzado su padecimiento, dispuesto a destruir el salón del juicio, derruir cada una de las piedras que lo conformaban, como si eso lo liberara de su maldición.

 

 — Mi señor Radamanthys.

 

Valentine observaba su actuar con preocupación, hincado en el suelo, vistiendo su armadura como si estuviera preparado para enfrentarse a uno de sus enemigos, o defenderse de alguna de sus técnicas.

 

— Márchate.

 

Radamanthys estaba vestido con su túnica negra con tocados rojos, sin el oro que le adornaba, sintiendo que este y la armadura lo sofocaba tuvo que quitárselos, recargando sus manos contra la liza superficie de su escritorio de piedra, el cual termino cediendo bajo la presión, quebrándose con un sonido estrepitoso.

 

— Tal vez debería recuperarse en su habitación…

 

Esa era una palabra que no utilizaría, porque pasaba cada año, en la misma fecha, dividiendo su poder a la mitad y dejándolo prácticamente indefenso, furioso al mismo tiempo que demasiado excitado, ansioso por arrancarse las ropas que lo confinaban en una prisión de tela.

 

— ¡Lárgate!

 

Valentine apenas pudo esquivar la mano de su señor que intento sostenerlo por el cabello, dándose cuenta que su sudor bañaba su cuerpo, gruesas gotas que recorrían su frente caminando insinuantes en dirección de sus mejillas, ambas sonrosadas, las que de momento se sintió tentado en probar.

 

— ¡O te juro que te arrepentirás por eso, Valentine!

 

Ese dolor era causado por la diosa Hera, a quien odiaba más que a ningún otro dios del Olimpo, aún más que a la débil Athena, la que le impuso esa maldición, la que por suerte Pandora desconocía, o eso era hasta ese momento, de lo contrario su servicio bajo su mando sería por mucho peor de lo que ya lo era.

 

— Debería… debería descansar, protegerse en sus habitaciones, yo montare guardia…

 

Valentine no comprendía que su presencia hacia que su maldición fuera aun peor, que su fiebre se desencadenara y que su cuerpo le exigiera un descanso, tenía hambre y sabía cómo saciarla, de qué manera podría ignorar ese fuego que lo consumía, pero al mismo tiempo, sabía que nunca podría apagarlo de la manera en que se lo exigía su propio cuerpo.

 

— Tu no me dices que hacer, Valentine, supongo que no lo has olvidado…

 

Radamanthys recargo sus manos a ambos lados de la cabeza del hombre de cabello rosa, susurrando en su oído, como si le prometiera un castigo de seguir con sus consejos, con su promesa de protegerlo, tal vez sintiéndose insultado, recorriendo con las puntas de sus dedos la mejilla de su fiel Harpía.

 

 — No mi señor Radamanthys, no lo he olvidado.

 

Valentine cerró los ojos al sentir las puntas de los dedos de Radamanthys recorrer su mejilla, temblando ligeramente, como si un choque eléctrico recorriera su cuerpo, relamiéndose los labios, ignorando el calor que manaba de su señor, el delicioso aroma que despedía de cada uno de sus poros, una fragancia que lo volvía loco, la que era el más dulce de los tormentos y el más impuro de los éxtasis que jamás podría admirar.

 

— Sólo creo que eso sería lo mejor…

 

Radamanthys llevo la mano con la que lo había tocado hacia su propio rostro, frotando sus dedos por unos instantes, como si estuvieran impregnados de una sustancia etérea que solo él podía ver, para después, lamerlos con lentitud, reprimiendo un gemido cuando su deseo solo empeoro.

 

— Márchate.

 

Valentine por un momento pensó en obedecer, pero su cuerpo se negaba a moverse, el deseo que sentía por este hombre, cuyo secreto sólo conocía él, se lo evito, tragando un poco de saliva, movimiento que Radamanthys no pudo dejar de admirar, llevando su lengua a la pequeña gota de sudor que recorría su cuello.

 

 — O quédate a mi lado y te prometo concederte lo que deseas.

 

Esa promesa era dulce, pero una mentira amarga, porque Valentine no estaba dispuesto a tener una probada del paraíso para que al final, cuando esos pocos días terminaran, su señor regresara a ignorarlo, aunque la perspectiva le pareciera sumamente hermosa.

 

 —Usted no sabe lo que yo deseo.

 

Se quejó, retrocediendo algunos pasos para que los dedos de Radamanthys dejaran de tocarlo, dificultando su decisión de permanecer a su lado sin dejar que sus propios instintos, los que gritaban enloquecidos por tomar aquello que se le era ofrecido, aquella criatura sin dueño para sí, marcarla como suya, actuando como un salvaje o como cualquier otro hubiera hecho con una oportunidad como esa, lo traicionaran.

 

— Deseas mi cuerpo.

 

Pero no sólo su cuerpo, aquello tal vez hubiera podido tomarlo mucho tiempo atrás, la primera vez que aquella maldición provocada por la diosa Hera golpeo a su amado señor, con tanta fuerza que no era capaz de realizar cualquier clase de decisión por su propia cuenta, dejándolo indefenso ante cualquier alfa de tomarle para sí, una ocasión que aún estaba grabada en su memoria.

 

— Eso puedo dártelo.

 

Aquella dulce promesa de nuevo pensó Valentine, retrocediendo un paso más, sonrojado como siempre que su señor invadía su espacio personal, decidido a no caer en la tentación, mirándole de pies a cabeza, era obvio que Radamanthys no estaba pensando con claridad.

 

— Usted no piensa con claridad mi señor, sólo está actuando como su instinto se lo dicta, como en sus batallas.

 

Radamanthys dejo que se alejara de su cuerpo, encajando sus dedos en la pared de piedra, desmoronándola a causa de la fuerza que aplicaba en contra de aquella superficie, temblando ligeramente cuando el deseo podía mucho más que su sentido común, dispuesto a tomar por la fuerza el cuerpo de su fiel Valentine, quien lo rechazaba, creyéndolo incapaz de tomar una decisión por su propia cuenta.

 

— Aceptar lo que me ofrece, por hermoso que pueda parecer, es también un acto cruel, porque sé que me odiara cuando despierte de su estupor y no podría sobrevivir a eso.

 

Radamanthys cayó de rodillas, golpeando el suelo con ambos puños, apretando los dientes con tanta fuerza que bien podrían ceder ante la presión de un momento a otro, permitiendo que Valentine se marchara, escuchando como sus pasos se alejaban de aquella habitación, dejándolo solo de nueva cuenta durante aquella maldición, sin comprender porque no deseaba permanecer a su lado si tanto decía quererlo.

 

— Existen algunos omegas que no saben elegir una pareja, optando por un alfa débil cuando podrían tener a alguien más, un alfa mucho más apto. 

 

Esta vez su visitante era Aiacos, quien había llegado tarde a su puesto en los salones del juicio, observándole con una mueca divertida, como si su dolor le pareciera entretenido, pero al recibir la mirada cargada de odio de sus ojos amarillos, levanto las manos en son de paz.

 

— No me mires a mí, yo prefiero a las mujeres omegas, a una en particular.

 

Radamanthys se levantó con lentitud, tratando de ignorar a Garuda, quien puso una mano en su hombro para evitar que se marchara, una acción que rara vez cometía, conociendo que no le gustaba que invadieran su espacio personal, mucho menos que lo tocaran.

 

— ¿Que deseas?

 

Pregunto, sosteniendo la mano que osaba tocarlo, dispuesto a pelear con su colega, quien se liberó con rapidez, alejándose algunos pasos, comportándose como todo mortal que se encuentra con una fiera acorralada haría.

 

— Advertirte que Minos parece estar interesado en ti.

 

Radamanthys no dijo nada, pero no era necesario, él recordaba su pasado tan bien como sus dos colegas, todos reencarnaciones de uno de los muchos hijos de Zeus, pero de todos, el segundo juez era quien había atraído la ira de la diosa de los nacimientos, al insultarla en el mismo inframundo, contradiciendo sus designios, además de casarse con la madre del propio Hércules, al que odiaba más de todos los bastardos de su esposo, un acto estúpido que su honor le hizo cumplir hasta el final.

 

— Pero lo único que lo detiene es su recuerdo de haber sido hermanos, pero con cada reencarnación esa barrera se vuelve mucho más vaga, yo tendría cuidado.

 

Sí eso era cierto, debía escuchar sus consejos, pero no en la forma en que le hubiera gustado al traicionero Grifo, quien seguramente trato de adelantarse a la decisión de Pandora, como él debía hacerlo, pero el único que le apetecía, quien lograba que su corazón latiera, lo había rechazado, dejando en claro que no estaba dispuesto a tomarlo como su compañero, sin importar lo mucho que decía amarlo.

 

***5***

 

En ese momento Cid pudo ver la desagradable muestra de territorialidad del que se decía el futuro Patriarca, el siempre controlado Aspros que no era diferente a todos los demás Alfas que veía en esa taberna, muchos de ellos asustados por la agresividad o el poder que mostraba Manigoldo, quien ante sus ojos estaba demasiado nervioso, podría decir asustado.

 

 


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