Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Roca por Kiamaki

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Advertencias: Se usan personajes de la Biblia, no es con afán de agredir las creencias de cada uno. 
Esto fue escrito con el mero deseo de una amante de teología de describir la intensa relación entre Jesús y uno de sus discípulos. Muchos dirán que hace en este foro. Bueno, este foro se dedica a los relatos donde se muestren relaciones de amor entre hombres. El amor es amplio y no abarca solo lo sexual, sino que puede abarcar lo espiritual. De todos modos, la historia nos muestra un Jesús mucho más humano y como Pedro discute su amor entre el Jesús humano y la deidad que es ese misterioso hombre. Cabe destacar que esto es fiel a la biblia, muchos diálogos están basados directamente en ella, algunas cosas fueron modificadas respecto al orden para darle fluidez al relato.

La roca.


Todos los días caminando por Jerusalén no hacía más que escuchar sobre la llegada del próximo rey de los judíos, era absurdo, era estúpido, ¿es qué la gente no podía trabajar y pensar menos en cosas inexistentes? Casi siempre miraba con malhumor a los profetas que gritaban la venida del Mesías... sencillamente irritante. Bufé mientras a mi lado pude observar a mi hermano menor, Andrés, mirando interesado a los profetas, le di un codazo. 

— No sueltes las redes, debemos ir a pescar, que de palabras no vivimos —
Mi hermano despertó de su trance, acariciándose la parte de donde lo golpee.
— ¿No sería asombroso si fuera así, Simón? No tener que ir a trabajar jamás — Mi hermano extendió sus brazos emocionado —Piénsalo, con un rey todo nuestro, no tendríamos que ir a pescar. ¡Seríamos filósofos! ¡Escritores! Viajaríamos por todo el Mediterráneo ¡Conquistaríamos Roma! Y no tendríamos que soportar al idiota del César.
— Mira — Señalé el mar de Galilea — Ahí está tu rey de los judíos, de ahí viene todo nuestro sustento, así que ponte a trabajar —Le tiré las redes.


Incluso entre pescadores podía escuchar, la historia de un hombre, un supuesto “Mesías”, Yoshua, José, no recuerdo bien su nombre. Era estúpido creer que algo así podría existir. Los judíos estábamos mal, siempre estuvimos mal, no era como si fuéramos a mejorar ni con ayuda divina o sin ella.
Lo mejor era resignarse y vivir cada día derramando gotas de sudor por el trabajo duro, eso era lo real, eso era la vida de un judío. Al menos de uno analfabeta como yo y aunque le doliera, de Andrés también. Si bien mi hermano era idealista, yo no era así, yo era testarudo y terco, no me dejaba convencer con palabras bonitas.

Mi vida estaba decidida desde el momento que nací: Nací en una familia de pescadores, era pescador y moriría como pescador. Mi vida era esa y no pretendía nada más. 

Entonces lo vi. 


Entre los saltos de los peces atrapados en la red que lanzaban pequeñas gotas a mi rostro, pude observarlo. Rodeado bajo un velo de misterio, vestido con una túnica simple, blanca y pura, y caminando con unas sandalias desgastadas por ir de un lugar a otro. Pude notar cada facción de su rostro, ¿quién era ese hombre? Por más que quisiera concentrarme no podía, él se quedó parado observando a los pescadores. Era judío como yo y como mi hermano, como todos los pescadores del mar de Galilea pero él... él tenía algo, no podía decir que era, no lo sabía pero sobretodo no lo comprendía. Él me observo, me observo tan fijamente que me sentía desnudo ante su mirada; no podía mirarlo a los ojos, ¿por qué me miraba a mi? ¿Qué tenía yo de especial? Era un simple pescador. 

— He oído de él, es Jesús de Nazaret, es famoso por sus milagros — Andrés habló bajito, mi mirada continuaba baja — Hermano... esta oportunidad es única.
— Sólo somos pescadores, Andrés — Decidí cargar las redes, desviando mi mirada— Seguro sólo viene de paso a hacernos sentir como pecadores con su aura de santo. 


Él abrió sus labios, su voz era suave y amable, y nos señaló.

— Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres


Tragué saliva, ¿n-nosotros?. Él camino hacia donde nos encontrábamos, sudorosos y con olor a mar pero eso no parecía importarle. Imploraba, realmente imploraba que no me mirara con esos ojos que desnudaban cada parte de mi ser. Él me sonrió tomándome del hombro. A mi. A MI. A un simple pescador sin nada en especial.

— Tú eres Simón, hijo de Jonás, — ¿Cómo sabía eso de mi? — pero te llamarás Pedro.
— E-espera... — Quise detenerlo pero el negó con su cabeza, dándome una sonrisa cálida.
— Hermano ¡vamos!
— ¡E-espera, Andrés! 


Tiramos las redes. No sabía lo que estaba haciendo pero de algo estaba seguro, yo realmente quería comprender porque ese hombre me había elegido.

La vida con Jesús era una vida llena de viajes, a medida que conocía más a ese hombre más me maravillaba, pero a la vez estaba preocupado, MUY preocupado por él, era un hombre paciente y bueno, pero no temía romper algunas reglas para curar a las personas. ¿Salvar a una adultera? ¿Acercarse a un leproso? ¿Acercarse a una mujer con flujo de sangre? ¡Incluso llegó a acercarse a un hombre con posesión demoníaca! Eso último, noté que hizo vituperar a algunas personas, sobre una presunta actitud de hechicero, no... mi maestro no lo era. Mi maestro no era ningún hechicero, mi maestro... era... 

— Pedro, Jacobo y Juan, iremos al Monte Tabor a orar — él habló, nos miramos entre nosotros y asentimos con nuestras cabezas.


Mientras orábamos, pudimos a observarlo, mi maestro... ¡estaba iluminándose! Sus vestiduras se hacían blancas y resplandecientes, su rostro cansado y sucio se volvió hermoso. Apenas y podía verlo, era una criatura divina, yo... un pescador delante de tal perfección. Estaba cansado, quería dormir pero no podía hacer más que mirar semejante espectáculo dionisíaco. Entonces dos hombres se acercaron. ¡No lo podía creer! ¡Eran Elias y Moisés! Con apariencia casi transparente, al lado de mi maestro. Me quise acercar.

— Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías... — De pronto una gran nube inició a absorber a las figuras santas, Jacobo y Juan se lanzaron para atrás, me agarraron del hombro, teníamos miedo pero a la vez estábamos maravillados.


Este es mi Hijo amado, a él oíd. 


Una voz potente vino del cielo y cuando todo acabó caímos rendidos, extasiados y llenos de una felicidad extraña, nunca le diríamos nada a nadie pero yo sin duda había confirmado una cosa.

Mi maestro era... el tan esperado Mesías. 

Yo creía en él, confiaba en él pero no podía negar que aún... sentía miedo.


Eso lo confirmé cuando fuimos a pescar mientras mi maestro oraba. Quería darle una sorpresa, el mayor festín de su vida. Sin contar que una tormenta, se avecinaba. 

— ¡Hermano! ¡Una tormenta! ¿Qué hacemos? — Gritó mi hermano mientras la embarcación se movía de un lado a otro y el cielo negro y los truenos no ayudaban a mi concentración — ¡Hermano!
— No... no... — Me quedé en shock viendo el cielo y el mar enfurecido —No... vamos a morir, Andrés ¡Vamos a morir! — Grité perdiendo el hilo de la voz.
— Hermano... — susurró Andrés con los ojos muy abiertos.


Me había resignado, me senté en la incontrolable embarcación sosteniéndome la cabeza con ambas manos, gruñendo con frustración y dolor. Estaba asustado, no quería morir, no ahora que por fin había conseguido algo... alguien por quien vivir. 

Maldición...

Susurré.


— ¡Hermano! ¡Mira!


Andrés y los otros pescadores señalaron una figura que se acercaba hacia nosotros... era... ¡Mi maestro! Me levanté emocionado, lleno de esperanza, salí de la barca sin siquiera pensarlo. Iba hacia mi maestro, iba a ir hacia a él. Camine por las aguas hasta que lo vi, vi a mi alrededor: Negro, oscuro, lleno de truenos, me asusté, la túnica fría y mojada que se unía a mi cuerpo me hizo recordar la situación en la cual me encontraba, entonces me hundí, y cuando caí, caí en las aguas. Me estaba ahogando, intenté nadar pero no podía, el agua me arremetía hacia abajo. Pronto sentí unas manos, mi maestro me había salvado de las incontrolables aguas que ahora se volvían mansas.

— Hombre de poca fe... —me susurró, tenía razón —, ¿por qué dudaste?


A pesar de amar a mi maestro, estaba muy lejos de ser... aquella roca.

Fallaba y fallaba, ¿cómo podía ser yo la roca en el cual mi maestro sedimentaria su iglesia? Alguien como yo, un hombre común lleno de errores. Pero yo... yo amaba a mi maestro, no me importaba que fuera el Mesías, eso iba mucho más allá. Él era mi mejor amigo, mi fuente de inspiración pero sobretodo, era aquel que le dio un significado a mi vacía vida. Sí, ese hombre manso, poderoso y divino era también... mi motivo de vida.

— ¿Según ustedes quién soy? — Preguntó mi maestro mientras comíamos, sus preguntas normalmente me hacían pensar muchas veces, no quería hacerme ver como un idiota aunque si muchas veces lo era. Asentí y respondí con sinceridad.
— Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente.


Mi maestro me miró unos segundos y sonrió enternecido, él era adorable muchas veces.

—Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos. — Mis mejillas estaban teñidas de rojo, estaba feliz, por fin no había dicho alguna estupidez, mi maestro cambió la expresión de su rostro haciéndome una pregunta con seriedad—Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? — Asentí varias veces convencido.
— Sí, Señor; tú sabes que te amo. 
— Apacienta mis corderos. —dijo señalando a un grupo de personas, para luego repetir la pregunta — Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?
— Si, Señor; tú sabes que te amo. 
— Pastorea mis ovejas —volvió a señalar, esta vez a otro grupo de personas — Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? 


Me entristecí. ¿Por qué dudaba de mi? ¿No era claro que lo amaba? En mi mirada se entretejió la tristeza.


— Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. 


Un extraño silencio nos inundó a ambos. Mi Señor extendió sus piernas y miró el cielo con una sonrisa nostálgica pero llena de humana tristeza.


— Yo pronto moriré, Pedro. 


Esas palabras me dejaron pasmado, ¿morir? ¿mi maestro? ¿mi señor? Imposible. Él era el hijo de Dios no podía morir. Quise decir algo pero mi maestro extendió su mano y rozó sus dedos con mis labios en un intento de silenciarme. 


— Es mi destino. Es la razón por la que vine a este mundo. Vine a expiar los pecados de la humanidad. Recuerda que soy el Mesías. 


Mesías o no. Yo no permitiría a nadie arrancarme a la persona que amaba ni siquiera... al mismo Dios. Yo lo iba a proteger, lo iba a cuidar aún si desafiaba las leyes divinas.

Desde entonces comenzó Jesús a advertirnos que tenía que ir a Jerusalén y sufriría muchas cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara. Patrañas. No moriría. Jamás lo permitiría.

Me mordí el labio inferior con furia y comencé a reprenderlo:

—¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás!


Hablé tan fuerte que mi maestro se detuvo apretó sus puños por debajo. Noté como una lágrima caía de su mejillas y hablaba para si mismo.


— ... No puedo ceder... por más que te ame, que quiera a todos mis discípulos... mi padre... - Volteó y me miró con furia y los ojos humedecidos —¡Aléjate de mí, Satanás! Representasuna trampa peligrosa para mí. Ves las cosas solamente desde el punto de vista humano, no desde el punto de vista de Dios.


Él me dejó solo con la mirada pérdida, por más que intenté detenerlo no pude. Mi señor... ¿por qué no lo comprendes? Te veo más que como el salvador de la humanidad. Mucho más que eso. Si tan sólo pudiera despojarte de tu lado divino y de tu misión redentora, permitirte ser más Jesús y menos el Mesías. Me bastaría. Sólo eso me bastaría.

— Moriré — repitió pero luego entrecerró sus ojos aún dándome la espalda — Pero después de que yo haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea. 
— Te voy a proteger, maestro. — Él se detuvo al escucharme — Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré
— En verdad te digo que esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces — ¡Imposible! Yo jamás negaría al maestro.
— Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré —Le dije desafiante. El Señor suspiró y se retiró. 


Mi maestro estuvo conversando con nosotros, con relativa calma como si morir le importara poco, yo comía un pan, mirándolo de reojo, a pesar de la corta discusión que tuvimos, él continuaba observándome con esa sonrisa cálida que lo caracterizaba. Me dirigió un pan que negué a comer. Él de un momento al otro se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. ¿Qué haría ahora? Noté que comenzó a llenar agua en una vasija. 

— Pedro, dame tus pies — ¿Ah? ¿Mi maestro... qué tenía pensado? — Pedro, ¿me escuchaste? Quiero lavarte los pies.
— Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? — Me alarmé. Un hombre con semejante perfección haciendo algo tan indigno, a mi, a un simple pescador, no, jamás se lo permitiría, jamás permitiría a las bellas manos de mi maestro tocar mis sucios e impuros pies. Él era Dios, no un esclavo, él era el significado de mi vida, no una persona irrelevante en ella. Lo miré con sorpresa y me negué fervientemente. Vi una ligera molestia en el rostro de mi Señor.
— Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás después. —Odiaba su voz calmada en una situación así, me negué.
— ¡Jamás me lavarás los pies! — Le grité, los demás discípulos me observaron. No me importaba. En lo absoluto. Mi mirada estaba repleta de tristeza y frustración.
— Si no te lavo, no tienes parte conmigo. — Odiaba su tranquilidad, bajé mi cabeza dando un ligero gruñido.
— Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. — Lo miré de tal forma que él percibió el espíritu de reto presente entre ambos.
— El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y ustedes están limpios, pero no todos. — Él me miró — No todos están limpios.


Su amenaza me hizo regresar a la normalidad. Él inició a lavarme los pies mientras no podía evitar derramar algunas lágrimas al sentir sus manos suaves tocándome, lloraba porque no las volvería a sentir, lloraba porque él moriría, lloraba porque quizá ni lo podría proteger, lloraba porque había iniciado a querer a ese hombre divino, amando su lado humano, negándome a permitir que su lado divino me lo quite. Si tan sólo Jesús fuera Jesús y no el Mesías, si tan sólo... fuéramos simples hombres.

— ¿Saben lo que les he hecho? —mi atención fue cautivada — Ustedes Me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque Lo soy. Pero eso no me hace superior a ustedes. Así como yo lo he hecho ustedes deberán hacerlo. — Me silenció pero lo que dijo luego me dejó en shock— En verdad les digo que uno de ustedes... Me entregará. 

Todos estábamos perplejos ante tal afirmación, mirándonos con desconfianza los unos a los otros. Siseé con la boca, algún bocón habría, ahora no lo dudaba. No sería yo, pero sería algún otro, ¿Juan quizás? ¿Mi hermano Andrés? Todos traidores. No me importaba, lo mataría ahora mismo, pero tenía que saber quién era.

— Dinos de quién habla —Fui directo. Jesús explicó la situación. La mirada fue dirigida a uno de nosotros, no supe a quién.
— Lo que vas a hacer, hazlo pronto — La confusión reinó en nosotros pero no tardé en entender que entre nosotros había un traidor, cuando todos fuimos a dormir. Decidí irme al fondo de la morada. Saqué una espada, protegería a mi maestro. Pasase lo que pasase. Aún si debía derramar sangre para eso.


En la noche todos nos despertamos al escuchar una cohorte que venía hacia nosotros. Nos despertamos, vimos las antorchas y los caballos. Habían personas con armas... romanos... junto a varios alguaciles de los principales sacerdotes. Quise levantarme pero fue mi maestro él que decidió erguirse, extendiendo sus manos, protegiéndonos a nosotros.


— ¿A quién buscan? 
— A Jesús el Nazareno — No hables por favor, no hables. 
— Yo soy — dijo bajando la mirada con resignación. Ellos se sorprendieron, prácticamente cayendo al suelo — Ya les dije que yo soy. por tanto, si me buscan a mí, dejen ir a éstos — Hasta el final, él buscaba protegernos. ¡No maestro, no serías el único que nos protegería! Ahora... ahora... ¡Era mi turno de protegerte!


Saqué la espada y me arremetí contra el siervo del sumo sacerdote, él estaba demasiado sorprendido para reaccionar, pude notar la mirada pasmada de los presentes, incluso de mi maestro que gritó mi nombre, no me importaba, no me importaba absolutamente nada. Nadie tocaría a mi maestro, tiré al siervo del sumo sacerdote al suelo y entonces... todo se volvió rojo. Vi el rostro del traidor de Judas que tenía una bolsa con dinero, sus ojos estaban muy abiertos, retrocedió, iba por él. Ahora iría por él, pero miré a mi victima, a la que estaba abajo de mi. Le había... le había cortado una oreja. 

— ¡Malco! — Gritaron los sumos sacerdotes. Pero seguía sin importarme, pero cuando decidí dar el estoque final, mi maestro sostuvo mi mano.
— Mete la espada en la vaina. — Me dijo de forma estricta, abrí los ojos con dolor y tristeza — No le hagan nada... — Mi señor se puso frente a mi, para luego caminar hacia el hombre que acababa de herir, curandole la oreja. Varios hombres se acercaron a él — Tomenme si desean — Y no opuso resistencia. Jesús fue atado. Los discípulos fuimos detenidos para la interrogación. 


Voces de muchas personas, gritos de mujeres, hombres, ancianos y niños, insultando a nuestro maestro. Yo continuaba mirando hacia abajo... roca... yo debía ser la roca en el cual el maestro tuviera estabilidad, pero no lo era, porque en aquellos momentos me estaba desmoronando. Era una roca frágil, una roca movida por los vientos de estación, un día a la izquierda, otro día a la derecha, no era fuerte, ni poderoso. Yo era una mentira. 

— ¡Es él! ¡Es él! ¡Es un discípulo de ese hombre llamado Jesús! — Gritó una mujer. Era una esclava. ¿Yo? ¿Un discípulo? ¿Luego de lo que hice? En aquellos momentos lo dudaba mucho.
— No lo soy — Escuché al gallo cantar — No soy su discípulo. 
— ¡Lo eres, yo te vi con él! 
— ¡Qué no lo soy!
— ¡Mientes!
— ¡NO SOY DISCIPULO DE ESE HOMBRE QUE MORIRÁ! — Grité, pero luego me sorprendí por mis propias palabras. Mi maestro pasaba por mi lado, me miró con sus grandes ojos, se encontraba atado, con una cruz en su espalda. 


Nuestros ojos se juntaron. Reflejándonos en la mirada del otro. Tenía miedo, tenía asco, de mi mismo. De mi actitud cobarde, de mi intento desesperado de salvar mi patética vida. Corrí, corrí lejos. No merecía ni podría ver a mi maestro morir. 

Los días pasaron, pasaba mis días pescando, intentando regresar a mi antigua vida, pero era inútil, ese hombre, Jesús había nacido para quedarse en mi mente ¡Más allá de salvar a la humanidad! Él salvó mi existencia del olvido absoluto. Andrés venía cada tanto a contarme las buenas nuevas, cosas buenas y cosas malas. Hace poco nos enteramos que Judas Iscariote se suicidó. Por mi mente pasó “Menos mal” pero en aquellos momentos no tenía derecho de decir nada, porque a su lado, yo era igual de traidor por negar al maestro, no una... sino tres veces. 

— ¡Pedro! ¡Pedro! — Una voz femenina llamó mi atención, salí de la barca mirándola, era María Magdalena — Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo han puesto. — Partí de inmediato, la sola idea de que alguien profanara el cuerpo del maestro me hacia enfurecerme. Fuimos a la tumba, efectivamente, estaba vacía, gruñí por lo bajo. Nos miramos entre nosotros, tuvimos que irnos.
— María, muévete.
— Yo me quedaré, estoy segura que el maestro...
— ¿Resucitar? Por favor, María... por más que me agrade la idea, el maestro... está... está... — Apreté un puño — muerto. Haz lo que quieras, pero me voy. 


Decidí irme, para luego notar como esa mujer corría desesperada, volteé al sentirla tocar mi túnica algo agitada.

— Lo vi, al maestro... él... él... ¡Ha resucitado!
— Mientes... — susurré, pero volteé y me encontré con una sonrisa amigable, era... era... ¡Jesús! Retrocedí asustado. Él nos enseñó sus manos y sus pies. No lo soporté más, me lancé a abrazarlo, siendo correspondido. No había palabras para describir mi felicidad. Él era Dios, él realmente era Dios. Me puse a llorar — Gracias... gracias a ti que no estás muerto... yo... yo... 
— ¿Dudabas de mi? —comentó burlón. 
— Maestro, no se burle de mi — Me limpié las lágrimas con una mano. Él me revoloteó los cabellos y me lanzó un suave respiro al rostro, acercándolo bastante al mio.
— Sígueme — me comentó, pude ver que Juan se infiltró, eso no parecía molestar a mi maestro pero a mi sí.
— ¿Y éste, qué? — Señale al intruso, Jesús dio una risita.
— Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme. — Nos detuvimos cerca a un monte — Pedro, yo he de regresar con mi padre. Vivir en su gloria, alejarme de este plano existencial. 
— P-pero...
— Yo confío en ti, realmente confío en ti — ¿Por qué? Era un hombre inestable — Eres testarudo, terco e impulsivo pero tienes agallas y jamás te rindes. Yo estoy seguro que tú serás la roca, la roca que mantendrá mi palabra por siempre.
— Yo no quiero que te alejes... de mi lado, además...— Lo miré — Yo no soy como tú, soy idiota, impulsivo... 
— Las rocas se moldean con el tiempo, además...— Jesús me sonrió — Siempre he admirado ese espíritu tuyo. Confío en ti para que cuides mis ovejas.
— ¡No desaparezcas de mi vida! ¡Por favor!
— ¿Desaparecer? Yo estaré siempre a tu lado, Pedro. Incluso cuando no me veas — Tomó mis labios — Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos. 
— Maestro... 
— Nos volveremos a ver — Él miró hacia arriba — En la gloría de los cielos. 


Y así es cómo conocí a ese grandioso hombre, pero sobretodo me conocí a mi mismo. Mis días de juventud tuvieron muchos altibajos, muchos problemas, pero a pesar de mis arrebatos, algo se mantuvo perenne todos estos años: Mi amor por la persona que le dio significado a mi vida. Incluso cuando se alejó de nosotros, el hecho de predicar su palabra me hacia sentirlo cerca de mi. Por todo el mediterráneo, por todo lugar donde mis pies me llevarán, no importándome cualquier tipo de senilidad en mi, yo tenía que contar las maravillas de ese hombre que cambió mi vida. De un hombre magnifico que no podría olvidar pero que sobretodo nunca dejaría de amar.

— Y ese hombre, se llama Jesús — dije conversando con algunas personas — Él no eligió al mejor hombre, ni siquiera al más estable ni al más santo. Él me eligió a mi, un cúmulo de errores alejado de cualquier canon de perfección, entonces... ¿por qué no podrías ser tú?
— Es hora de partir — Unos centuriones romanos me tomaron de cada mano, las personas al interno de la sinagoga iniciaron a huir, no diría nada — Ordenes de Nerón. 
—... Bien — Dije con voz baja. No tenía nada que temer, no tenía nada por lo cual temblar. Mi vida había sido rica, rica en emociones, rica en espiritualidad. Me sentía pleno, completo, alejado de cualquier tipo de arrepentimiento.


Frente a los romanos, muchos susurraban la crucifixión, mis lágrimas aparecieron, antes de mirar a un soldado romano. Él notó mi mirada puesta en él.

— No merezco ser crucificado — Comenté en voz baja. Él quiso reír por mi atrevimiento — No así. No soy digno de morir como mi Señor.
— ¿De qué forma, entonces?
— Boca abajo — Comenté. Todos los soldados prácticamente cayeron para atrás, morir crucificado de la forma normal era indigno, morir de aquella forma era incluso peor, pero era mi último deseo antes de morir. Ellos se observaron asintiendo. 


Mientras me clavaban, no podía evitar pensar en el dolor que tuvo que sufrir mi maestro, en sus lágrimas que nunca salieron, en la crucifixión que no vi por mi cobardía. Pero a la vez me veía a mi mismo, estaba feliz, estaba realmente feliz de encontrar a un hombre por el cual valiera la pena volverme un mártir, no quería ser recordado como un santo, no quería ser recordado como un hombre perfecto. Esta es mi historia, soy Simón Pedro. Un hombre imperfecto que amó y que fue amado por alguien perfecto. Mi imperfección fue moldeada, mi inestabilidad fue sólo un recuerdo del pasado, en aquellos momentos ni para la derecha ni para la izquierda, me sentía fuerte, poderoso, firme y estable.

— Mi señor... creo que por fin soy...


La roca.

Notas finales:

Si les gustó, comenten :3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).