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Heredero de Maldiciones por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Capítulo piloto de una propuesta que tengo, si estás interesado en que se continué solo deja un comentario con tu opinión. Gracias por leer.

Heredero de Maldiciones

Capítulo Piloto

—Tinta Escarlata—

 

    El calor de la biblioteca lo abrasaba, motivo por el cual se soltó las vestiduras dejando ver sus pieles sudorosas; con una mueca expresiva de cansancio se sentó en la butaca, tomó la taza de té frío y pegó un sorbo ahogado, pues abría la boca tan grande para poder recuperar los líquidos perdidos. Barrió su ojo por la estancia y sintió hervir en furor, dichoso trabajo no era digno de la cabeza de los Phantomhive, pero tampoco lo era perder los estribos. Suspiró hondo y, levantándose deseoso de terminar aquella tarea, caminó hasta el enorme montículo de libros viejos, algunos tan antiguos como la humanidad misma, otros en tan mal estado que sus hojas amenazaban con quebrantarse en polvo.

   

    Colocó el último libro en la ranura sobrante, dio pasos atrás para apreciar el resultado de su arduo trabajo. Una sonrisa triunfal bien ganada se dibujó en su comisura, limpió el sudor de su frente y con el pecho hinchado de orgullo se dispuso a marcharse de la tétrica biblioteca abandonada. Las diminutas flamas de las velas apenas alumbraban nada, y sus auras brillantes danzaban en las paredes formando figuras ficticias que Ciel aprendió a ignorar después de varios sustos vergonzosos, por ello, no le dio importancia a una sombra que pasaba de aura en aura, hasta que un ruido lo detuvo en seco, con la mirada perdida para concentrar toda su capacidad sensorial en los oídos, asegurándose que en efecto, ese ruido no fue un error. Regresó sobre sus pasos hasta el origen del sonido, unos cuantos libros se cayeron del estante. Miró en todas direcciones tratando en balde de que su mirada penetrara en la oscuridad donde la luz no se atrevía a ir. La biblioteca era subterránea, sin accesos de aire, y los estantes estaban saturados generando presión para que ningún libro se soltara por su cuenta. Con la piel erizada se hincó de rodillas para levantarlos, fue cuando lo vio; un libro púrpura de pasta gruesa, sus grietas avanzaban como dolorosas cicatrices. Parecía muy antiguo y prosaico, pero algo en esa situación atraía a Ciel, hipnotizándolo, y antes de darse cuenta yacía en el escritorio de lectura con el libro frente a él. Lo abrió con mucho cuidado tratando de no romper nada, las hojas formaban una mezcolanza de amarillo y café, sin duda estaban podridas. La curiosidad de Ciel se vino abajo cuando hoja tras hoja mostraban nada, no podía terminar de ese modo, era imposible, no desistió de seguir pasando las páginas, un indicio de personalidad en aquella obra misteriosa sería suficiente para saciar su sed. ¿Una novela? ¿Un libro de hechizos? ¿Un simple diario? ¿Qué? Cada vez más irascible y sin importar dañarlo cerró el libro de un manotazo; se levantó apretando los dientes de furia y se dirigió como una fiera a la salida.

    —Darle tanta importancia a algo tan estúpido —se dijo a sí mismo sin detenerse.

    Un nuevo ruido lo apaciguó, se detuvo y miró sobre su hombro, el libro estaba en el suelo. Sacudió su cabeza y volvió a caminar, otro ruido, ahora el libro estaba abierto. Ciel se acercó a mirar, de la agrietada hoja comenzó a dibujarse una línea amorfa, caminaba sobre el papel como una vena, girando de aquí por allá, desapareciendo y reapareciendo; finalmente se completó una palabra escrita con un pulso indolente, enfermo, casi aberrante. Ciel pudo rescatar de aquellos garabatos una sencilla palabra que, con todo lo sucedido, no pudo menos que helarle la piel, citaba: ‹‹Sangre››.

 

    Si Ciel volviera la memoria a ese momento, seguramente tampoco encontraría una excusa viable que le indicara el por qué lo hizo, simplemente sacó una navaja de su vestimenta, se cortó la mano y dejó caer su sangre sobre el papel. La hoja comenzó a beberla, absorberla, las venas del libro volvieron a formar una palabra, esta vez con letra fina, recuperada de una enfermedad que la mantenía en cama: ‹‹¡Más!››, y Ciel lo alimentó. Finalmente las hojas del libro se tiñeron de blanco, las cicatrices de la portada desaparecieron, y como si el viento quisiera leer su contenido, se hojeó hasta quedar en la primera página, donde en la parte de arriba se escribía con hermosa letra obscura de maldad: ‹‹Propiedad de Ciel Phantomhive›› y justo debajo ponía la fecha de su nacimiento seguida de una raya y un espacio en blanco, el espacio donde iría la fecha de su muerte. Luego la portada se cerró, dejando ver el símbolo de su ojo, ahora dibujado en un hermoso color violeta brillante, el libro tenía como título: ‹‹Heredero de Maldiciones››.

   

    Ciel se quedó paralizado, ebrio de confusión. No sabía si dejar el libro en la biblioteca o simplemente llevárselo consigo, su mente se ahogaba en un mar de garabatos grises, deseaba ayuda, que alguien lo salvara. Una mano enguantada lo tomó.

    —Joven amo, ¿qué ha hecho? —en el rostro de Sebastian estaba crispada en dolor.

    Ciel tardó en regresar de su parálisis. Sebastian tomó el libro y lo abrió, su furia se mezclaba con tristeza y odio, sus expresiones se contrajeron en una masa deforme, su belleza de siempre se opacó con la oscuridad cuando las velas fueron apagadas.

    —Sebastian, ¿qué sucede? —articuló Ciel con el poco valor que armó.

    —Su historia de vida ha comenzado, joven amo —respondió Sebastian colérico.

    —¿A qué te refieres?

    En respuesta el mayordomo le enseñó la página tres del libro, las venas ahora rojas y más vivas que nunca danzaban tétricamente sobre el papel, escribiendo. Ciel se acercó a leer, justamente lo que el joven heredero vio, fue lo mismo que ustedes ya conocen.

 

    En el descanso se colocaron sus capas, Sebastian no había emitido ruido alguno desde hace rato, y simplemente se encerró en su mente, tal vez procesando lo sucedido, o  pensando en lo que le deparaba de ahora en adelante. Por su parte, Ciel se encontraba en una situación desconocida, sus ojos no lograban recibir luz para entender todo, lo que sí cabía en su mente, era que el libro ocultaba un oscuro secreto, y su mayordomo lo sabía, pues su semblante endurecido de disgusto era menos que aterrador. Ciel planeaba disculparse, pero antes de poder abrir la boca para decir nada, Sebastian empujó la pesada puerta de madera, esta chirrió de manera escalofriante, logrando cortar la gélida piel de Ciel.

    —Es hora de partir a la mansión —dijo a secas Sebastian.

    Ciel salió de la biblioteca dejando que a su espalda se sellara nuevamente la puerta. Sebastian encendió una antorcha para que su amo no se perdiera y encaminaron el sendero flanqueado por hectáreas de bosque, de vez en cuando el violento aleteo y graznido de un cuervo sacaba a Ciel de su prisión. Su mente era una tormenta de incógnitas, estaba cansado de no saber nada, cansado de que Sebastian se enojara por nada, y sobre todo, del maldito libro que tenía entre los brazos. Se plantó sin decir nada, Sebastian de igual manera se detuvo unos pasos adelante, el silencio apenas quebrantado por el ulular del viento entre las ramas de los arboles los acompañaba.

    —Soy tu Lord, Sebastian —dijo finalmente Ciel sin atreverse a sostenerle la mirada. No era una pregunta, pero aun así Sebastian asintió. —Entonces, explícame lo que acaba de suceder con este libro —lo presionó contra su pecho.

    —Es un libro llamado ‹‹El diario del maldito›› —comenzó Sebastian después de una larga pausa. —Son creados por unos pocos demonios bajo circunstancias específicas, My Lord, yo lo oculté para evitar lo que desgraciadamente pasó.

    —Y si es un diario, ¿por qué es tan malo que lo tenga?

    —Tal vez se dio cuenta cuando lo… —hizo una pausa buscando la palabra que mejor se adaptara al entendimiento común —…‹‹activó›› —continuó —es un ser viviente, mientras nosotros deseamos el alma, ellos desean la sangre, justo ahora, todo esto que está sucediente se escribe en el diario con su sangre.

    Ciel lo había visto en la biblioteca, y pensar en ello no hacía más que sofocarlo.

    —El truco está en que al final el contratista muere, ya sea desangrado o cuando las hojas se agoten.

    —Pero si ese es el caso…

    —No existe forma alguna de detenerlo —completó Sebastian, tan sereno como sólo un demonio frío y sin sentimientos era capaz.

    El cuerpo de Ciel se estremeció, sus manos temblaron dejando caer el libro al suelo, brillaba con una intensidad violeta que luchaba contra las lúgubres garras del bosque.

    —¿Cómo puedes estar tan tranquilo? ¿Cómo puedes quedarte ahí parado y decir todo eso como si fuera un objeto? —la furia de Ciel comenzaba a emanar de su boca, tan agria y dolorosa para Sebastian.

    —Mi joven amo, dispense usted si no lo demuestro, pero le aseguro que no me perdono lo que acaba de ocurrir, todo ha sido mi culpa, ese libro se había olvidado totalmente de mi memoria, un factor tan fundamental en nuestra relación y yo…

    Ciel nunca lo descubrió, pero bajo la capa Sebastian trituraba sus manos hasta arrancar tiras de piel, pues de otra manera era capaz de destruir el bosque entero sólo para fundir su cólera en forma de golpes devastadores. El viento sopló más fuerte sacudiendo las capas violentamente, en el cielo las nubes grisáceas comenzaban a amasarse en una enorme esfera eléctrica.

    —Apretemos el paso, ya tendremos tiempo para discutir esto en la mansión. Es mejor que levante el libro del suelo, debe cuidarlo como su vida, porque ahora lo es.

   

—Fin del Piloto—


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