No sabía cuantos días habían pasado, pero en el instante en que me vi al espejo esa mañana, supe que eran muchos. Mi barba crecida y desprolija revelaba el tiempo transcurrido sin asearme decentemente y las pronunciadas ojeras debajo de mis ojos denotaban las pocas horas de sueño conciliado.
¿Cómo no me había dado cuenta de mi estado deplorable si todos los días me veía al espejo?... No lo sé. Seguramente odiaba ver mi reflejo por la culpa e ignoré las señales que mi cuerpo me iba dando con el transcurso de los días.
—Realmente soy un asco —murmuré con fastidio observando nuevamente mi rostro al detalle y cerré mis ojos exhausto.
Desde que Steve estaba hospitalizado no había salido de la habitación en ningún momento, solo me apartaba de su lado cuando tenía que usar el baño y nada más. Había sobornado a todo el mundo para convencerlos de permitirme quedar y estaba decidido a hacerlo hasta que él reaccionara.
—Por favor… Steve… despierta —imploré sofocadamente y al instante llevé una mano a la boca para tapar mis repentinos e incontrolables gemidos. El estrés ya era intolerable y me desplomé frente al lavabo sosteniéndome del mismo mientras soltaba las lágrimas que había intentado aguantar.
Ya no soportaba más el verlo así acostado en esa cama, conectado a un respirador, suero en brazo y cables monitoreándolo. Y aunque el dolor y la angustia eran terribles decidí ponerme de pie para secar mis lágrimas, cambiar mi camisa y afeitarme. Estaba resuelto a no rendirme jamás, convencido que necesitaba mantenerme fuerte para evitar desmoronarme. El debía verme bien en cuanto abriera los ojos, no precisaba tener preocupaciones de más.
Al salir del baño, caminé cabizbajo en dirección a la silla que venía ocupando desde que me había instalado allí y al instante de alzar mi rostro lo vi removerse inesperadamente. En seguida sus ojos se fueron abriendo lentamente y no tardó mucho en encontrarme con la mirada.
—¡Steve! —. Corrí rápidamente a su lado aguantando las lágrimas que nuevamente intentaban brotar—. Creí… creí que jamás despertarías—. Lo tomé delicadamente de la mejilla y abracé su cuello acercando mi rostro a tan solo unos centímetros del suyo.
—Tony… —susurró apenas audiblemente y con mucho esfuerzo alzó la comisura de su labio en una pequeña sonrisa—. Gracias al cielo… tú estás bien —habló fatigoso y pude notar como las facciones de su rostro se iban ablandando; probablemente de verme con tan solo algunos magullones después de lo sucedido en aquella batalla.
—Eres un idiota Steve… siempre preocupándote por los demás. ¡Jamás vuelvas hacer algo como eso! —recriminé mirándolo tristemente y cerré mis ojos apoyando mi frente sobre la almohada junto a su rostro.
—Lo siento Tony… sabes que soy capaz de hacer cualquier cosa… por la persona que amo—. Levantó su brazo con trabajo hasta posar su mano sobre mi espalda y acariciarla delicadamente.
—Lo sé… y sabes que te odio por eso ¿no? —. Lo escuché reírse y en seguida alcé mi rostro para observarlo seriamente—. En serio, Steven Grant Rogers, vuelves a preocuparme así… y te juro que me conocerás.
El simplemente sonrió dulcemente y yo, contagiado por su tierna sonrisa, no pude evitar cambiar mis líneas serias por unas alegres.
—Di que me amas Tony y… asunto cerrado—. Acarició mi mejilla con dificultad y rápidamente sostuve su mano con la mía. Cerré mis ojos agradecido por su contacto y cedí la tensión de mi cuerpo.
—Claro que te amo Steve —susurré suavemente y sentí vibrar su cuerpo.
Viendo que sería incapaz de moverse, acerqué mis labios a los suyos y lo besé suavemente en un beso simple y puro lleno de amor y cariño. Lo oí suspirar complacido y de igual manera lo hice yo. Luego me senté a su lado en la silla, apoyé mi cabeza sobre la cama y nos quedamos mirando por largo rato sin decir nada más. A los pocos segundos vencido por el cansancio me quedé profundamente dormido sintiendo el calor de su mano acariciándome los cabellos.