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Creyente por Neshii

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Notas del fanfic:

Todos los personajes son propiedad de Tadatoshi Fujimaki.

Notas del capitulo:

Por asuntos que nada tienen que ver con el fic: no, no, y repito NO acepto reviews. Comentario que me llegue, comentario que BORRARÉ, sin importar de quién sea. Así que sólo disfruten la lectura, y a mí ahórrenme el tiempo de borrar n.n

Porque te amo.

Porque me amas.

Eres mío.

 

Cada letra fue repasada varias veces, el mensaje tenía que ser completamente legible. Sonrió al conseguirlo, era un mensaje hermoso, lleno de sus sentimientos por él, de una calidez que sobrepasaba los límites de la cordura. Era un sentimiento tan puro como inmenso, tal vez no inocente porque no podía etiquetarse así, por mucho que se sonrojara y fuera tímido en relación con los temas románticos y/o sexuales; dentro de él había una pequeña llama que era alimentada por la pasión. Por obvias razones cada que lo veía esa pequeña llama se convertía en un descontrolado incendio tan potente como el rugido salvaje de un tigre.

Kagami Taiga acarició la mejilla de su pareja. No era posible que se pudiera sentir más feliz al haberlo conocido, Kuroko era todo lo que siempre deseó por mucho que sus personalidades no fueran tan afines; podían entenderse sin importar que tuvieran puntos de vista distintos; Kuroko, siendo más prudente y calmado, podía aplacar la fiereza de Kagami; sin contar que ambos siempre daban lo mejor de sí… por eso Kagami no desistió hasta obtener todo lo que Kuroko representaba. Y así lo hizo. La recompensa fue exquisita: oleadas de sensaciones tan fuertes como un maremoto, orgasmos desvergonzados sin siquiera tocarlo, la visualización de un Edén dentro de los ojos azules y promesas de eternidad a través de súplicas. Kuroko lo era todo: un mundo lleno de secretos, vacío en indulgencias.

Taiga leyó por enésima vez el mensaje grabado con puño y letra con el calor que aún ardía en su interior. Se sentó en la orilla de la cama y apoyó los codos en las rodillas. Lloró. Lloró como un niño cuando se da cuenta que perdió la inocencia y tiene que madurar. Todo llega a un final; el inicio es el deseo que se va consumiendo dejando sólo la estela de un bello recuerdo. Emociones, sensaciones, sonidos, sabores, imágenes… guardados en una cajita especial, cerrada con llave, con cientos de candados en lo más profundo del mar de recuerdos; justo en el lugar adecuado para idolatrarlo como algo tan inmaculado que sus propios sentimientos corruptos y culpables no pudieran tocar.

Esa blanca inocencia, la bella sonrisa, la divinidad de su voz al llamarlo, al clamar por él, Taiga lo sabía, escuchaba ese «te amo» dentro de su cabeza cada que Kuroko pronunciaba su nombre, ¿era el tono de voz que utilizaba, la intensa mirada o su sola presencia? ¿Era necesario comprender sus motivos, las palabras que salían de su boca en cortos monosílabos de delirante pasión? Kuroko no era fácil de comprender, ¡siendo un tumulto de contradicciones cómo serlo! Pero a Kagami siempre se le facilitó, con solo verlo entendía su pensamiento.

Dejó de llorar y volvió a repasar las letras del mensaje: Porque te amo… sin duda alguna ni confusión que le complicara la existencia.

—Te amo… te amo… —susurró como un mantra que lograba tranquilizar su alma.

Porque me amas… ¿existía alguna duda de ello? Por supuesto que no.

—Me amas. Me amas, Kuroko. —Golpeó el lienzo donde grababa sus anhelos. No tenía dudas del amor que Kuroko le regalaba, sólo un poco de inseguridad, nada más que una vocecilla persistente dentro de su cabeza que insistía en ponerle signos de interrogación a su mantra.

Eres mío

—Soy tuyo —concluyó al finalizar el mensaje.

Las lágrimas regresaron, la sonrisa también. Kagami dejó caer la cabeza hasta que su frente tocó las palabras escritas. Podía sentir los latidos del corazón pulsando en su cabeza junto a la vocecilla interrogante riéndose de él. La combinación suficiente para llevarlo  a la locura, sino tuviera a Kuroko capaz de apagar su fuego interno.

A lo lejos Kagami escuchó la puerta de su apartamento abrirse seguido de pasos que se acercaban. «Kuroko» pensó en un llamado silencioso; miró hacia la entrada de la habitación, observó las palabras que había escrito y esperó a que el tiempo pasara, a que el destino fuera juez y verdugo. «Kuroko» llamó como un niño llama a su madre con la imperiosa necesidad de sentirse protegido. El dolor de sentirse vacío era un tormento de placentera fatalidad. «Kuroko» volvió a llamar. Y Kuroko no respondió.

Nadie iba a responder, el silencio era desesperante, afligido por sus propios jadeos a causa del llanto. Estaba solo. Estaba perdido. Terminó siendo una luz que no tenía a quién alumbrar, un faro perdido en medio del océano. Se limpió la cara para mostrarse como la persona que no era; los ojos le escocían y la boca le sabía amarga, detalles que en otros tiempos le fastidiaría el buen humor, pero que en ese momento atosigaban su melancolía hasta convertirla en una profunda tristeza. Lo único que le quedaba era esperar por lo que iba a recibir por culpa de Kuroko. Su Kuroko. Tragó saliva sintiendo la llama del incendio siendo alimentada por el viento que retazos de recuerdos desfilaban en su mente; tragó saliva mirando el mensaje escrito. La nostalgia se convirtió en amargura, en un potente odio que no tardó mucho para que estallara: desgarró el lienzo con las uñas, jadeando, exaltado, a punto de convertir su placentero infierno en un Paraíso de culpa y autocompasión. Qué miserable era. Qué estúpida manía de siempre intentar lograr lo imposible.

—Taiga, abre la puerta.

Kagami hizo caso omiso; reconoció la voz de Akashi, bufó ante la autoritaria orden que para él no tenía poder alguno. Fue la distracción perfecta, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas que ya no volvería a derramar, se mordió el labio inferior y cogió entre los puños la sábana de seda. Sobre la cama, hincado, apoyándose en el colchón la ira desapareció al intentar comprenderse y darle coherencia a la situación.

El mensaje estaba arruinado; las letras deshechas entre arañazos. Todo estaba hecho un lío. Ya no había tiempo. Las oportunidades se terminaron. Cuánta crueldad.

Kagami se sentó sobre sus propias piernas, levantó la cabeza hacia el techo y cerró los párpados. El estruendo de la puerta siendo arrancada del marco no lo inmutó. Se quedó estático ante el suave silencio anterior al desastre. Soltó una risilla al sentir que varías manos lo sacaban a la fuerza de la cama. Ya de pie, abrió los ojos. Cuánta fascinación; la sorpresa y duda dibujada en la expresión de Akashi. Sí, nadie podía entender a Kuroko mejor que Kagami, nadie era capaz de comprender sus acciones, sólo él.

Y él no podía negarle nada a Kuroko. Porque lo amaba, se amaban, era suyo.

Kagami no se resistió a salir de la habitación. Parecía un muñeco de trapo al que no le importaba ser manejado por la voluntad de alguien más; sólo dio señales de vida al momento de ver como Akashi se acercaba a la cama. Regresó a su estado de inconsciencia al escucharlo hablar. Nada de eso le importaba. Todo a su alrededor perdió sentido e interés.

—Sigue vivo… ¡Llamen a una ambulancia!

Kagami se detuvo, giró sobre sus talones y se encontró con Akashi tomándole el pulso al cuerpo de Kuroko, un par de dedos descansaban sobre el cuello del peliceleste mientras que la otra mano lo cogía con cariño y suavidad de la mejilla. Kagami cerró la boca al darse cuenta que la tenía abierta, no era posible lo que estaba viendo ni siquiera era una opción viable. Fue empujado para salir de la habitación, resistiéndose por primera vez intentó acercarse. Comenzó a forcejear hasta que la voz de Kuroko lo sumió en un estado de quietud; la tranquilidad de su voz que logra controlarlo.

«Diles, Kuroko, diles que esto era lo que tanto deseabas. Más que yo, más que cualquier otra persona. Porque me amas, sabes que te amo y soy tuyo…»

—A…yu…da…

Todo perdió sentido. Tomó la forma de lo que realmente era, encontró coherencia dentro de los lógicos pensamientos de Kagami.

La habitación rentada sólo para ellos dos.

Kagami desnudo, bañado en sangre y lágrimas.

Kuroko sobre la cama, en un estado deplorable. Creyéndolo muerto como última promesa de amor, como un último anhelo que sólo Kagami podía cumplir; con las letras grababas con un cuchillo sobre su pecho siendo desfiguradas después con las uñas, y las sábanas de seda rígidas por la sangre seca.

El tiempo, juez y verdugo, se detuvo mientras condenaba a Kagami a su sentencia: el castigo de la claridad, del significado de sus actos y la dolorosa culpa del peso de su amor hacia Kuroko.

Gritó, se arrodilló, suplicó perdón, llamó, se revolcó en su propia condescendencia. Torturado, desgarrado y decepcionado de su inmenso amor a Kuroko se prometió a sí mismo no volver a cometer el mismo error.

Notas finales:

Gracias por leer.


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