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THE CALLED por Karenlauren

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Ya había pasado una semana des del accidente. Una semana que había estado evitando a Kiba de forma totalmente satisfactoria y eficiente.

 

-Buenos días.

 

Hasta ese preciso instante.

Me giré como si fuera un animalito delante de un Lobo feroz. Su mirada me dejó plantado en el suelo, sus brazos me arrinconaron contra las taquillas. Solté un suspiró, dejando salir todo el aire que había estado aguantando al oír su voz.

 

-Ha sido todo un reto poder encontrarte... – Al ver que esperaba una respuesta abrí los labios para hablar, pero solo salió otro suspiro que me hizo avergonzarme aún más. Cogí con fuerza mis dibujos y traté de escabullirme para ir a la clase.

 

-T-tengo que irme... – le sostuve la mirada - ...llego tarde... A-además tú...

 

De repente, su mirada dejó de ser tan profunda, tan oscura, tan atrayente. Denotaba interés. Por mí.

 

- ¿Yo qué?

 

-Tú... tienes que ir a entrenar...

 

- No voy a dejarte escapar... a menos que me des otro beso.

 

Me puse rojo de golpe, ay Dios mío.

 

¡Kiba me estaba pidiendo un beso!

 

Me puse de puntillas y rocé nuestros labios en un suave momento. Era casi mágico, nuestras miradas no se apartaron ni un solo segundo. Pasó sus manos por mi cintura y me susurró una última cosa al oído antes de que recuperara el sentido y saliera corriendo hasta el aula de arte.

 

Pude oír su risa a lo lejos, hizo estremecer mi corazón. Me encantaba saber que le gustaba, me enamoraba que quisiera tener una cita conmigo. Y me llenó de energía saber que después de las actividades extraescolares me llevaría a casa en su bici.

 

Al llegar al aula me senté en mi lugar al lado de la ventana y observé el campo de fútbol, cogí mis dibujos y me di cuenta que faltaba uno. Seguramente se me habría caído cuando salí corriendo al aula. Después lo buscaría. Ahora me centre en ver a Kiba jugando, esos músculos, su rostro lleno de euforia...

 

 Rápidamente cogí un papel en blanco y dibujé con rapidez las líneas de su rostro, sus ojos, su sonrisa, su nariz, sus hoyuelos.

 

Al terminar se acercaron los demás estudiantes, unos cuatro, Sakura, Neji, Lee e Ino. Se quedaron mirando mi dibujo.

 

-Es genial... – admitió la rubia, pero Sakura no podía ver más allá de ella misma:

 

-Yo creo que no es para tanto.

 

- ¿¡Es broma!? – se sobresaltó Lee con ojos brillantes – Retrata el puro rostro de la juventud, ¡todo el ardor y la pasión que dejan entrever son inimitables!

 

-Es verdad que su técnica es muy buena, casi profesional.

 

Les dejó debatiendo y fue corriendo a su taquilla a guardar las cosas, salió del edificio y se esperó en el aparcamiento de las bicicletas.

 

Esperó allí de pie durante una hora, pero al ver que Kiba no venía bajó la mirada.... que desilusión, ¿cómo podía haberse emocionado solo por eso?

 

Era un idiota, ambos eran unos idiotas.

 

Fui a casa dónde me recibió mi cariñosa, fiel y dulce mascota: Shukaku, un tanuki de color arena con ojos brillantes.

 

Después de ponerle comida, preparé la mía y fui a dormir... Pero entonces me acordé del puñetero trabajo de historia, me levanté de la cama con pereza y empecé a escribir endemoniado.

 

Terminé hacia las tres y media de la mañana, me metí en la cama.

 

A la mañana siguiente no oí el despertador, los rayos del sol me despertaron.

 

Oh, no. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

 

Salí corriendo de la cama, como alma que lleva el diablo salí corriendo al armario, me puse el uniforme y salí pitando de la casa. Hasta casi se me olvida la mochila con el trabajo de historia.

 

 Al salir, iba tan deprisa que no me di cuenta que mi chófer había estado esperando fuera. Tan siquiera que me estaba siguiendo, menos aun cuando casi descubre mi secreto, su voz le delató:

 

- ¡Gaara!

 

Me pare de golpe, me subí de un salto a la bici que iba más endemoniada que yo.

 

Me cogí a su fuerte espalda y suspiré con alivio, a lo mejor sí que llegaría a tiempo. Por lo menos a esa velocidad...

 

Nada más llegar esperé a que se bajara de la bici y la atara con el candado. Fuimos a las aulas y me acompañó hasta la puerta.

 

-Espera. – me giré de nuevo al oírle. – Sobre lo de ayer... lo siento, el entrenador nos castigó por estar haciendo el gilipollas en los vestuarios. Tuvimos que hacer horas extras y...

 

-No importa. – dije mirándole a los ojos, es verdad que por unos momentos llegué a pensar que se le había olvidado y no era lo suficientemente importante para él. Pero no era verdad, le importaba y, además, esa mañana se había esperado delante de la casa a que saliera para traerme aun si llegaba tarde. Eso era bastante bonito.

 

- ¿de verdad? – dijo sorprendido - ¿no estás enfadado?

 

Negué con la cabeza, le sonreí y abrí la puerta de la clase sin dejarle tiempo para más preguntas. El profesor aún no había llegado así que cerré la puerta a mis espaldas y corrí a mi asiento.

 

Las clases pasaron con rapidez y Kiba volvió a venir a buscarme para llevarme a casa, durante un tiempo esta era nuestra rutina.

 

Pasaron días, semanas y hasta meses sin complicaciones, nuestra relación avanzaba viento en popa. 


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