MEMORIAS DE UN ASESINO

Nos encontramos frente a tribunales para poder hablar con el doctor Yizanara a quien se le culpa de la muerte de varias jóvenes por mala praxis en su clínica. Como todos sabemos el doctor Yizanara efectuó cirugías plásticas a jóvenes que deseaban parecer más occidentales. Según nos informan los jueces se han retirado a deliberar y se le dejará en libertad a menos que ellos dicten lo contrario cuando den a conocer su decisión—dijo la reportera a la cámara mientras la turba enfebrecida gritaba a todo pulmón. Algunos eran parientes de las chicas y su enojo era evidente.

Al otro día en la clase estuvo disperso y cansado pues no había dormido bien y no pudo tomar sus notas con la debida presteza. Pidió a los otros sus apuntes y estos le mostraron sus sonrisas y sus laptops. Él era uno de los más pobres y no podía permitirse dicha tecnología, a gatas lograba pagar las cuotas de su universidad con lo que hacía trabajando y el alquiler. De la comida se arreglaba con las sobras del restaurante y alguna que otra comida rápida e insuficiente.

Estaba ante una tumba. Parado allí mientras el viento arrastraba pétalos rosados a su alrededor. Se arrodilló con una pierna y colocó una llave de bronce envuelta  en ese lugar para después taparlo con tierra. Se levantó y sintió la muda presencia un poco al lado un poco atrás. 

Estaba intentando concentrarse en la cátedra del profesor pero no lo lograba. Esas imágenes que se repetían en su cabeza no lo habían dejado descansar otra vez y el malestar general que el mal dormir le provocaba no hacía mas que aumentar mientras Kaiba no hacía mas que mirarlo de mala manera desde su asiento ubicado un tanto atrás y a la izquierda. Sus ojos melados no hacían más que intentar enfocar al catedrático de turno intentando ignorar las miradas dirigidas a su nuca, cosa nada fácil.

Todo era extraño e irreconocible y a la vez familiar. Esa situación parecía salida de una película de guerra. Esos que venían hacia él tenían unos ojos despiadados y en su interior una voz calmada resonó diciendo palabras que, sin conocerlas, entendió.

Llegaba tan ensimismado a su apartamento que no se dio cuenta de su presencia hasta que ladinamente atacó su cuello desde atrás. Los ambiciosos labios succionaron casi la nuca del rubio mientras este se apoyaba con las manos en la puerta para no perder equilibrio y en cuanto pudo voltear.

Salía de la universidad cuando vio un auto negro esperándolo. Sabía que lo esperaban y la memoria de lo ocurrido un par de días antes volvió.

Seto estaba frente al aula cuando salió ese día. Deliberadamente había salido antes y esperado al melado en la puerta. En sus ojos azules un aura extraña se desplegaba.

¿Quieres algo?—le preguntó el rubio.

Cuando llegó a la puerta de su apartamento Seto estaba en la puerta de brazos cruzados y con la espalda apoyada en el vano.

Al parecer tenías mucha tarea—dijo el castaño como ofendido porque llegara tarde.

No recuerdo haberte invitado a mi casa—contestó Wheeler.

Joseph se vestía con el traje que Ikabe le había dado pues ese sería su primer día de trabajo. Aunque no le gustaba la idea de enredarse con ese tipo tampoco quería tenerlo de enemigo pues sentía que no sería nada buena esa posición. Mirándose en el espejo medio desgastado de su apartamento barato recordó lo sucedido la tarde anterior.

Joseph y los demás salieron más tarde del apartamento luego de que le explicaran las reglas del juego. Obedecer, no pasarse de listo y que Hao sería su jefe inmediato por lo que también estas cosas aplicaban para él, especialmente cuando el tipo no miraba con buenos ojos al rubio.

Había pasado un mes desde que Joseph empezara a trabajar bajo las órdenes de Ikabe o mas bien bajo el pie de Hao Arashida. Hao sentía un especial encono por el rubio porque pese al poco tiempo que llevaba entre ellos se notaba un especial favor de la familia aunque era de entender porque el aniki lo tenía cerca de hecho lo vigilaba como halcón preguntando cada paso que daba y es porque siempre se había sospechado de su filiación con los Kebana la familia rival de los Kazeyama.

El auto se aproximaba a baja velocidad bajando las ventanillas en una clara señal que el peligro podía ser inminente por lo que en medio del escándalo que armaban Seto y Hao nadie podía escuchar el gripo de advertencia del melado que inesperadamente se echó sobre Kaiba e Ikabe que estaban cerca el uno del otro y gritó ahora siendo oído claramente—¡Cuerpo a tierra!—

Era importante reaccionar pronto y eso los tres lo sabían pues tenían cuatro contendientes preparados para atraparlos o en el peor de los casos matarlos. Cuando Joey vio que Ikabe sacaba su arma se distrajo y su oponente en el suelo se percató de ello, agarrando su arma pretendió dispararle pero Seto lo vio a tiempo y le asestó un golpe en la nuca con su rodilla.

Despertó sintiéndose mareado y preguntándose por lo que había pasado cuando Ikabe le dijo--¡Bien hecho!—Por un momento lo miró sin comprender mientras los ojos grises de Ikabe no se despegaban de los suyos. Su sonrisa lucía algo falsa—Aunque me dijiste que no manejabas armas las manejas muy bien—añadió mientras Joseph se daba cuenta que estaba en una especia de habitación de hospital.

Despertó despacio con la luz que se colaba por las ventanas del lugar. Estaba algo sediento y trató de incorporarse en la cama pero su cuerpo se rindió sin permiso antes de lograr tal acto. Extrañado miró a su alrededor dándose cuenta que no era su habitación sino que parecía una habitación de hospital.

Estaba sentado en el suelo de la habitación en que ahora estaba encerrado.

Hao se complacía en haberle pegado y lo hizo de nuevo en la comisura de la boca de modo que el rubio empezó a sangrar.

Esta bien con el muchacho pero desaparecer a Seto Kaiba por tanto tiempo va a ser un problema. Ese hombre tiene influencias y posiblemente tanto sus hombres como las autoridades están viendo la manera de hallarlo y no falta mucho para que les llegue la data de que nosotros lo privamos de su libertad—dijo Ikabe a Hao mientras se tomaba un café.

¿Es que has estado evitándome?—preguntó el castaño al parecer con humor mientras veía reflejos ambarinos en los melados ojos.

Imagino que estás pensando en como liberar a tu amado—las palabras de Ikabe tomaron por sorpresa a Joseph que fue metido en la habitación contigua a la de Seto por los esbirros de Ikabe.

Se estaba poniendo su traje. Era un traje limpio que le habían dado para que pareciera decente porque el melado iba a salir con su jefe. Estaba mirando sus manos mientras abotonaba su camisa cuando de pronto lo que veía cambió. Eran sus manos pero era otro traje o mas bien un uniforme negro del que se extendía ante sus ojos una chaqueta apoyada en los pies de una cama.

¡Hermanooooooo!—fue la cálida bienvenida del pequeño Kaiba. Seto había sido admitido en la clínica especializada en lesiones de médula hacía dos horas después de haber sido llevado por personas que lo dejaron en la entrada de emergencias sin mediar palabra.

Las manos se arrastraron hacia abajo por su vientre una y hacia arriba la otra mientras algo presionaba su trasero y otro cuerpo lo empujaba hacia la pared de la ducha con la cual chocó mientras el agua le caía en la nuca y se derramaba por sus hombros y pecho.

Mokuba se paró frente a la cama de hospital en que su hermano estaba. Su cara era de preocupación mientras veía al mayor teclear furiosamente en su laptop mientras los hombres de seguridad guardaban la entrada de su cuarto.

El jefe les había ordenado que se juntaran en la sala para darles las instrucciones finales. Después de varios días en que ambos no se habían vuelto a cruzar por las actividades de Ikabe para la familia, este le había mandado un mensaje de que se alistara con Hao. 

Un joven y apuesto oficial alemán miraba cuidadosamente la fachada de una casa oriental que nunca había visto antes. Llena de madera brillante y ventanas que le recordaban a las del Tirol con su estilo cuadriculado. Se había bajado de un auto oficial negro y del otro lado de este dos hombres hablaban.

Willhelm Shmidt se levantó temprano como acostumbraba y vestido excepto por sus zapatos, los cuales estaban en la entrada de la casa como en todo típico hogar de ese país que a la vez despertaba su curiosidad y extrañeza. Ni bien dio dos pasos fuera de su habitación dos diligentes sirvientes se avocaron a la tarea de limpiarla sin decir ni un susurro. Caminando por la estructura pudo observar con calma el lugar. Las ventanas, que ahora poseían vidrio además del típico postigo de madera, dejaban ver los añejos cerezos en flor que lo llenaban todo de pétalos como si de una nieve rosada se tratara.

De pie ante el espléndido cerezo, Wilfred miraba hacia arriba, al follaje del hermoso árbol. Los rayos de sol se colaban entre los cálidos pétalos. Hacía tiempo que no veía un paisaje pacífico. Casi pensaba que todo el horror de la guerra era una pesadilla que había tenido la noche anterior. Pero no era una persona tan ingenua para caer en el encanto de un paisaje. 

Tomaban te en una pequeña habitación. Una empleada en un bello kimono lo servía cuidadosamente de una olla en unas tacitas que antes había visto. Pequeñas y sin asas eran extrañas y bellas en su simpleza.

Inexplicablemente ahora su hermano y Shmidt san se estaban llevando bien desde el día que se quedaran solos, cosa que avivaba un poco la curiosidad de Ikabe.

Miraba el estanque artificial en la residencia de los Kaiba, era un espejo de agua hermoso, los cerezos en flor habían alfombrado su superficie. A su lado Ikabe bebía su té en una de esas simpáticas tacitas mientras ambos se sentaban en tela. Más temprano todos los habitantes de la casa habían compartido una comida en dicho lugar pues al parecer era una tradición japonesa el picnic bajo los cerezos en flor.

¿Acaso te has vuelto loco?—fueron las palabras que llegaron a Wilfred Shmidt a mitad del pasillo, provenían de una habitación cercana y las había oído porque fueron dichas en un inusual tono fuerte para los habitantes de la casa. Al parecer el amo y señor de esta hablaba con alguien—Nuestro emperador ha elegido a tu hermano para una gran causa. ¿Planeas interponerte en los deseos del emperador?—

ATENCION LEMON

Contemplar el atardecer desde la sala vistosa donde se dejaba correr un panel que era toda la pared de dicha habitación hacia el jardín era una costumbre en esa casa. Esa noche Ikabe tenía que atender unos asuntos en el cuartel y sus padres habían ido a visitar la casa de un cónsul. 

Será un regalo de mi para ti, después de todo ya eres todo un hombre—le dijo la ronca voz a un lado de su oído.

Wilfred se duchó como se acostumbraba en ese extraño país antes de entrar a la tina de agua caliente. Se sentía tan bien entrar en esa cosa. Reposó su cabeza en el borde mientras pensaba en esa aburrida reunión que había tenido horas antes con el embajador en Japón.

Es...pera al…guien puede ver…nos—dijo sin poder hablar de corrido el alemán mientras el otro se sujetaba a él bajo el agua.

Aquí estoy yo, tratando de decidir que hacer mientras miro una fiesta en la que debería mezclarme. Casi todos son extranjeros que quieren socializar con veladas intenciones  pero bien podría sacar de ellos algún provecho. Y sin embargo estoy aquí en el pasillo superior mirando la fiesta desde una de las verandas, apoyado en la baranda.

Seto—dijo la voz a su lado y el ojos mieles se volvió hacia atrás pues allí miraba Ikabe para ver a la figura ahí parada en las escaleras. Su garganta se cerró de inmediato, sintió algo raro en su pecho mientras miraba los ojos que le miraban directo. La culpa nunca había hecho que desviara la vista pero esta vez lo hizo--¿Qué haces aquí?—

Se iba a meter en su futon cuando unos sonidos en su puerta le hicieron mirar. Sabía de quien se trataba pues no era ilógico que él estuviera ahí después de lo acontecido. La verdad es que había estado esperándolo todo ese tiempo pero ahora dudaba en lo que tenía que hacer.

El hombre leía con atención los datos apuntados en la carpeta. Levantó la vista para mirar al rubio que frente a su escritorio fingía mirar por la ventana aunque estaba muy atento a sus movimientos.

Era un día como cualquiera en la prisión para criminales de guerra de los Estados Unidos en Alemania occidental. Recientemente el cabo a cargo de su custodia y cuidados se había llevado su bandeja de alimentos y como siempre el ex Sturmbannführer Shmidt miraba sin ver una de las paredes de su celda. De pronto el cabo Smith se acercó a su puerta y le dijo cortante.

Muy bien, me voy—anunció el muchacho con mirada melada mientras se terminaba de anudar la corbata de su traje negro.

Seto estaba ante sus ojos pero el rubio no podía creerlo en verdad. ¿Acaso sus ojos le engañaban? Se preguntó mirando al hombre de impecable traje blanco y con un bastón en su mano derecha.

Seto estaba aun parado en frente suyo lo que hacía difícil al rubio pensar mientras sacaba el sonoro aparato de su bolsillo.

Mein liebe—dijo el ojos mieles fumando un cigarrillo acodado en la barandilla del balcón de cierto apartamento.

Creo que la conversación se ha acabado, Kaiba—dijo Ikabe levantándose de su asiento mientras el melado aun les miraba.

Los ojos melados estaban helados mientras miraba a los grises con fijeza.

¿Qu..—era difícil hablar con un cañón insertado en la boca.

Sabes, lo estuve pensando pero… no lo vale—dijo el ojos mieles mirando a los ojos del pelinegro mientras con su arma apuntaba al tipo tras él—Como antes me llena la indulgencia—

Los labios de Seto sintieron el cálido tacto de los de Joseph mientras las bocas se abrían más para profundizar el contacto, las lenguas salían a saciar su curiosidad y se abrazaban después de mucho tiempo de no tocarse.