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De ataques y abandonos. por Baozi173

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A todos los que no se
angustian desde temprano
no comen en media hora
y piensan que la felicidad
es un trabajo estable.
Congratulaciones.
-Javier Payeras.

—Ya levántate.

El menor agitó las sábanas, dejando expuestos los muslos del mayor. Este solo se removió sin abrir los ojos, si lo hacía tendría que enfrentar un nuevo lunes, y él no tenía ganas de hacerlo. Prefería quedarse en casa hasta que el olor a incienso desapareciera.

Sehun había presenciado su depresión ya varios días. Había dejado de comer y negado a salir de sus ropas de dormir. Sabía que KyungSoo no podía sentirse peor. Se seguía culpando, una y otra vez. Comenzó a considerar buscar ayuda, su estabilidad se perdió entre pesadillas que tenía con los ojos abiertos. Sehun temía por la seguridad de KyungSoo.

—Hyung, —lo llamó. El mayor estaba despierto, lo sabía, aunque él no quisiera despertar— Lo que pasó con Jongin no fue tu culpa.

Apenas el nombre fue mencionado KyungSoo se encogió más, gimoteó tirando de las sabanas. Cubrió su rostro, sus ojos se humedecieron rápido. El pequeño no había tenido ningún episodio desde el martes pasado, no quería alterarlo, prefería mantenerse ligero con respecto al tema. Sofocarlo no era la mejor opción.

—Tienes que dejar de castigarte, por favor. No es bueno para ti.

—¿No fui yo?

—No.

Pero KyungSoo, por más dulces que pudo sentir las palabras, ni el cantarcillo de su voz, no logra cambiar de opinión. Estaba convencido de que fue su culpa, y ni siquiera Sehun podía cambiar eso.

La idea había anidado entre sus pensamientos. Le susurraba suave y constante sus pecados antes de dormir. Como un arrullo materno.

«Está desarrollando una especie de psicosis, esquizofrenia tal vez.» Le explicaron a Sehun mientras KyungSoo dormía. Él no pudo evitar soltar un gritillo ahogado. Los leves ataques que se le presentaban al mayor desde el accidente provocarían que su historial médico diera inicio.

Cambios bruscos, cuadros de pánico y alteración constante.

Las imágenes en su cabeza seguían ahí. KyungSoo no podía sentirse más pesado. El cuerpo. Las manos, brazos, piernas y ojos cargaban molestia. El rostro de Jongin, su cuerpo sacudiéndose en círculos con sus manos aferradas al volante del auto. Podía percibir la sangre oxidada que según él se acumulaba bajo sus ropas. Caminaba, daba un paso y sentía los huesos de su prometido crujir, que su aliento flotaba por su columna y sus labios lo esperaban cálidos bajo las llamas de la estufa.

Sehun estaba cada vez más asustado. El cuidar del prometido de su ahora difunto mejor amigo era tenebroso cuando él gritaba por la noche. Dormido se quejaba del dolor, y despertaba a desgarrarse los pulmones llamando a Jongin, pidiendo un abrazo.

Por la mañana no lo recordaba y temblando tomaba una taza de té. Y dolía más porque KyungSoo solo podía escuchar los gritos.

Discutir con Jongin de madrugada, cuando las pistas en Seúl están medio vacías y los semáforos solo cambian las luces porque así lo manda el sistema. Nada de eso parecía demasiado importante cuando las tres de la mañana y el mal humor de una mala reunión eran lo principal.

«¡Cuidado!» Su voz se ahogó con el giro. Dieron vueltas, evitando al siguiente auto. Las llantas bailaron con la sacudida.

—Hyung, tienes que vestirte. –le recordó Sehun.

El mayor salió por un momento de su trance, y asintió con la cabeza levantándose de su lugar en dirección a su cuarto. Las plantas de sus pies quemaban como el caucho, su piel ardía y las paredes empezaban a moverse.

Sehun aún se cuestionaba si era buena idea llevarlo al velorio. El expresar los pesares en reunión era tradición, y KyungSoo como el prometido tenía la obligación de presentarse. Pero sacarlo de su encierro era peligroso.

Él no quería tocar las paredes, ellas lo acusaban. Y al entrar al taxi de traje Sehun sostenía fuertemente sus manos puesto que sus dedos traviesos tenían la intención de alar de la corbata. Quería probar que tanto resistían sus hilos y que vería cuando el aire se le acabase.

—No debimos ir en auto, lo siento, creí podrías soportarlo.

—No importa. –interrumpió pausado.

Sus ojos se aguaban. Mordía con fuerza sus labios. El interior de sus mejillas sangraba, pero KyungSoo estaba convencido de que la sangre de Jongin era más dulce y espesa.

Las líneas pasan tan rápido que se convierten en una sola marcada en el suelo. Tenía sueño de nuevo, sus parpados caían. Y de nuevo todo chocaba. Los gritos regresaban y el aroma a perdida le inundaba las fosas nasales. KyungSoo podía verse a sí mismo, despertar frente a un Jongin sangrante, que pronto iba helándose. Gritaba en sueños, pero la voz no salía, no había nadie que ayudase. Jongin moría a cada minuto que pasaba. Sus lágrimas se gastaban junto con el oxígeno.

El mayor con manos temblorosas cría poder desabrochar el cinturón, pero las marcas del recuerdo no se dejaban de alterarlo.

—¡KyungSoo, despierta!

Los gritos inconscientes asustaban al conductor y Sehun abrazaba a su amigo con fuerza. Este se aferraba a su saco y echaba a llorar. Alabó a la muerte tomando con los dientes las costuras de la ropa del más alto.

—Salgamos, ya llegamos. —Le dijo tomando su rostro entre sus manos— Solo un rato, circula y respira. Luego te llevaré a casa.

Asintió ansioso por el final. Tomó aire, un profundo respiro por última vez antes de salir del taxi. La recepción ya empezada, para el próximo entierro del cuerpo.

Ahora el bullicio humano era más fuerte que de costumbre. Era eso o que sus oídos adormecidos por el silencio de su habitación lo mantenían somnoliento.

Solo fueron minutos los que pasaron antes de que sus sentimientos reaccionaran a la anestesia que representaban los gritos en su cabeza. Solo tenía la garganta bloqueada y no se permitía alguna ninguna palabra. No paraba de llorar. El ataúd que tenía en frente estaba cerrado, no dejaba ver al hombre que reposaba dentro, muerto.

Quién estaba dentro quería olvidar. El cuerpo inerte centrado en la sala hacía que el ambiente se cortara. JongIn hubiera querido abrazar a su prometido.

Él parecía ser el centro de atención de varias personas al rededor.

Sintió un poco de vergüenza pero no se atrevía a retener el llanto, parecía ser el único que no retenía sus hipos y se negaba a limpiar sus lágrimas. Colocaba sus manos sobre sus estrechos hombros, se acunaba a sí mismo, era lo que quedaba.

Volteó caminando hacia la puerta. Antes de cruzar el umbral observó el retrato de Jongin que adorna la sala. Sonriente como siempre, regalando alegría, como era usual.

KyungSoo no creía resistir más, sabía que es su culpa que ese funeral se estuviera dando durante la obertura del verano. Recordaba que una vez Jongin entre sus filosofías de media tarde y un café en la mano le había mencionado que quería, en cuanto le llegara la hora, que fuera durante la primavera.

También recuerda que una vez antes de dormir el castaño le mencionó que morir de viejos era su sueño. Ir a acostarse y al cerrar los ojos, ambos ancianos y canosos, pudieran no despertar al siguiente amanecer, sus corazones detenidos juntos en una medianoche interminable.

Quiso pensar que su prometido seguía a su lado, que su boda se celebraría en junio y la discusión sobre la ubicación de las mesas y el color de las flores no habría sido en vano.

Casi podía sentir sus manos cálidas sobre sus hombros. KyungSoo intentaba alcanzarlas pero solo choca contra su propio saco. No quería soltarlo, sentía sus manos sostenerlo. Sabía que estaba a punto de caer y algo lo mantenía, no sabía que era, quería pensar que era su prometido. Pero seguía siendo solo un deseo cliché que lo perseguía.

Otro recuerdo atacaba y su llanto disminuía un poco el volumen. ¿Es su mente que lo torturaba sin parar? Un funeral no era el mejor momento para recordar pasajes tan tontos como una frase que soltó Jongin sin un trasfondo exacto.

La playa nunca fue un lugar al que KyungSoo le encantara ir, pero la vez que fue obligado a ir y casi se ahoga intentando nadar más que ese niño que lo retaba con la mirada no lo olvidaría nunca. Fue una promesa de morir juntos, y si no era así este vagaría a su lado hasta que su hora también llegara, recibiendo junto a la dichosa luz que todos dicen ver antes de pasar a mejor vida.

KyungSoo sintió claramente la mirada que le dedica su exsuegra. Pensó que nunca más tendría que lidiar ni con sus malos tratos ni la humillación indirecta y se sentía peor. Jongin siempre estuvo para hacer que esos insultos mudos no lo hirieran.

Las paredes parecían escuchar sus pensamientos, era sofocante el simple hecho de estar rodeado de gente viva.

«Debí ser yo.»

KyungSoo dio vuelta y se dirigió a la salida. Estaba escapando de la guardia de Sehun, luego le pediría disculpas, pero necesitaba curarse. La clara sensación de ser observado no se separaba. Inclinó su cabeza, un cuadro de Jongin sonriente adornaba un lado de la sala. Se permitió sonreír, triste, pero lo hizo.

Quiso alcanzar a Jongin. Ese deseo lo acosaba insaciable. Una vez Jongin dijo que en su sana opinión una forma de morir digno era admirar por última vez, ver a su alrededor y saltar al infinito y más allá.

KyungSoo salió de la sala. Las habladurías empezarían en cuanto saliera y era consiente. El viaje de dos horas hasta poder divisar el Río Han le permitió respirar y pensar en paz. El puente era seductor y las luces embriagantes.

Jongin seguro estaba al fondo del río. Le estaba extendiendo los brazos y le susurraba al oído que él lo atraparía.

KyungSoo no había llorado al despertar, las lágrimas se habían secado. El desayuno no fue prioridad y no se había quejado por el hambre. Y confiaba en que la felicidad era alcanzable, porque a su difunto prometido las sonrisas no se le gastaban.

Un salto de fe.


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