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Si aún no es muy tarde por KiwiSonata

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Ninguno de los siguientes personajes me pertenecen, no estoy asociada de ninguna manera a Kagami Takaya, Furuya Daisuke, ni a nadie más.

 

Fandom: Owari no seraph

 

Pairing: Ichinose Guren / Hiiragi Shinya

 

Advertencias: Contenido homosexual/yaoi/BL/gay, si no te agrada, pido que te abstengas de leer o hacer comentarios ofensivos al respecto.

"Solo quería informarte: me acosté con tu fianceé"


No. No podía decirlo de esa manera. Ni siquiera podía pensarlo sin sentirse muy, muy patético.


"Es que eres patético." Le dijo una voz dentro de su cabeza. Y tenía razón, ¿quién se acostaba con la prometida de su mejor amigo? Solo alguien patético. Un idiota.


Aunque en realidad no era más que un compromiso arreglado en el que ambas partes aparentemente no tenían más opción que obedecer y ni siquiera sentían algo uno por el otro. Bueno, nada aparte de una urgencia de protección mutua. Estaban juntos en eso, después de todo.


Pero eso era algo que Ichinose Guren no sabía. Para él, Mahiru y Shinya mantenían una relación bastante seca, incluso hostil. Sabía que serían forzados a casarse, pero no que también habían escogido no decir ni una palabra en contra, por bien de ambos.


-Hey, Guren -lo llamó Shinya. El aludido levantó la vista, dejó que sus ojos chocaran contra los de su amigo. Hoy parecían de un azul más brillante, quizá estaba muy feliz. Su cabello estaba reluciente, se veía más suave que de costumbre, de un rubio que era más como plateado.


-¿Qué quieres? -preguntó con una mueca de fastidio, el rubio no dio importancia y se sentó a su lado.- Oye, apártate -se quejó-, la banca es suficientemente grande.


-Oh, pero si he venido a hacerte compañía -Guren lo miró. Esa estúpida sonrisa que llevaba Shinya en los labios le hacía querer golpearlo.


-No necesito compañía. Mucho menos la tuya.


-Ah, eres tan cruel -rio el ojiazul. Nada le quitaba su característico buen humor, ni siquiera los negativos comentarios del pelinegro al que proclamaba su mejor amigo.- ¿Qué haces aquí?


-El parque es un espacio público, puedo estar aquí sí quiero -respondió.


-Justo frente al lugar donde trabajo, ¿no te parece normal que me pregunte si...?


-Si ¿qué? ¿Si he venido a verte? Desearías tener tanta suerte -su voz era áspera, estaba de mal humor. Y es que no sabía cómo controlar las emociones que disparaba el haber tenido sexo con Mahiru sabiendo que era algo así como propiedad privada y, además, ajena... no sabía cómo decírselo. Tampoco sabía si debía hacerlo.


Llevaba sentado en esa banca una hora o un poco más, esperando justamente a que Shinya saliera a ver qué sucedía y así poder hablarle sobre eso, aunque jamás lo admitiría. Pero estuvo pensando mucho en lo que debería decir y las palabras que tenía que usar... Al final terminó con un leve dolor de cabeza, ningún plan y ahora tenía a su extraño mejor amigo a su lado.


-Eso dices, pero sé que no soportas estar apartado de mi -insistió el menor, hundiendo un dedo en el brazo de Guren, con una sonrisa que al pelinegro se le antojó muy fastidiosa. A veces verlo sonreír tanto le hacía doler las mejillas.


-Me acosté con Mahiru -soltó entonces, después de apartar la mirada hacia el cielo. Llevó las manos a la parte trasera de su cuello y se quedó así.


Pasaron un par de largos segundos hasta que el rubio suspiró. Guren volteó a verlo, para encontrarlo sonriendo aún.


-¡Oh! Mi pequeño Guren ahora es un adulto -celebró el rubio. Pronto el ojiazul envolvió a su amigo en un abrazo, pero el otro lo alejó casi al instante, con una mueca.


-¿Cuál es tu problema sonriendo así? Es tu prometida, idiota -le recordó.


-Dios, ella es libre de hacer lo que quiera. No estamos casados.


-Aún -insistió Guren.


Ambos se sumieron en un silencio abrumador. Y era así por razones distintas para ambos. A Guren se le acababa el tiempo con la chica a la que amaba y a Shinya... Bueno, él perdería su libertad. Convertirse en un hombre casado iba a obligarlo a cambiar; sobre todo al tratarse de Mahiru.


-Aún -coincidió Shinya, sin dejar de sonreír. Se levantó y se alejó un par de pasos.- Disfrutemos el tiempo que nos queda. Voy a regresar al trabajo. A menos de que quieras contarme cómo fue -lo molestó. Su sonrisa era permanente.


Después de unos segundos, se dio la vuelta y se alejó hacia su trabajo. Si Guren hubiera tenido algo a la mano, se lo habría lanzado. Se había preocupado tanto para que, al final, Shinya únicamente le felicitara y se marchara.


-Estúpido Shinya -murmuró cerrando los ojos.


• • •


El tiempo parecía correr muy lentamente. Aún faltaban dos horas para que su turno terminara, sentía que el mundo iba a explotar y él se iba a perder el espectáculo estando encerrado ahí.


-Hiiragi Shinya -lo llamaron-. ¡Hey!


Se podría decir que el aludido volvió en sí, pero eso era solo parcialmente verdad. Su mirada se desplazó de manera perezosa hasta quien le había llamado, encontrándose con los furiosos ojos de Krul Tepes, quien era la dueña del pequeño restaurante.


-¿Si? -preguntó después de unos segundos.


-¡Tienes que servir a seis mesas y no te has movido! -gruñó la mujer. Su cabello era largo y color rosa pálido, tenía un rostro infantil a pesar de tener 22 años bien cumplidos y su baja estatura no le ayudaba para nada a lucir ni un poco mayor.


-Lo siento, es solo que...


-Nada. No sé qué te sucede, pero debes cumplir con... -ella seguía regañándolo, pero el rubio parecía no estar dentro de su cuerpo.


-Si estás comprometido con alguien, aunque no haya amor... ¿Hay reglas? -preguntó distraído.


Krul se quedó mirando a su empleado por un momento, como si estuviera sin palabras repentinamente. Aunque en realidad ella siempre sabía qué decir, nada la sorprendía y probablemente su silencio se debiera a que el menor estaba retrasando los pedidos aún más.


-Hablemos cuando termines de servir.


Shinya suspiró y asintió. De cualquier manera, no tenía muchas ganas de hablar sobre Guren teniendo sexo con Mahiru. De hecho, preferiría mil veces no tener que hacerlo, aunque por su mente seguían pasando miles de frases extrañas referentes a Mahiru con Guren.


"Se siente tan mal. Tan incorrecto" susurró una vocecita en la mente de Shinya. Sus ojos comenzaron a arder un poco, mientras intentaba dispersar aquellos pensamientos de su mente.


Se dispuso a hacer su trabajo, con la sonrisa ausente en sus labios. Quien lo conociera, diría que algo andaba muy, muy mal.


"Pero nadie me conoce" pensó. Guren vino a su mente, pero lo sacudió fuera de sus pensamientos. Nadie. Ni siquiera Guren. Ni siquiera él mismo.


Nuestra novia no es el problema aquí.


Pensar en Mahiru como su novia se sentía mal. Pensar en Mahiru como novia y amante de Guren, era muchísimo peor. Pero no entendía bien por qué. ¿Esto era impotencia, acaso? Lo que estaba sintiendo, ¿era por no ser suficiente para la que iba a convertirse en su mujer? No podía decidirlo, es que jamás sintió algo así. Quería alejarla de Guren, la quería definitivamente muy, muy lejos del pelinegro.


Cuando terminó su turno, Krul estaba esperándolo en la cocina. Sus delgados brazos estaban cruzados sobre su pecho, sus ojos carmín miraban fijamente a Shinya, quien suspiró y se acercó a su jefa. La expresión molesta en su rostro cambió repentinamente al escuchar el suspiro, es que Shinya jamás suspiraba. Jamás se quejaba. Jamás dejaba de sonreír por tanto tiempo. Jamás hacía preguntas tan tontas como la que le había hecho a la mujer hacía un rato... Y ella acababa de darse cuenta.


-Bien, ¿qué te sucede? -preguntó ella sin perder el tono de su posición jerárquica.


-No me pasa nada -respondió el rubio, con una leve negación de cabeza. Era inútil intentar explicar algo, si no tenía sentido ni siquiera para él.


Ya no era sobre ser novio de Mahiru y que su mejor amigo se hubiera acostado con ella, era sobre Guren por sí mismo. A ese sujeto le encantaba meterse en problemas, Mahiru era un problema... Él había ido muy lejos esta vez.


Quería distancia entre ellos, pero no podía hacer nada por el momento. Faltaba aún dos años hasta que se anunciara su compromiso con la chica ante la sociedad y cuatro o cinco hasta que se unieran en matrimonio. ¿Quién era él para interferir con una felicidad que tenía fecha de caducidad?


-Mientes. Ahora, dímelo -demandó ella. Con un suspiro largo, Shinya cerró los ojos y negó-. Bien, pero al menos promete que arreglarás cualquier cosa que esté en tu cabeza.


-Lo haré.


-Y prométeme que irás a recoger a Mika mañana.


-Lo ha... ¿Qué? -el chico sacudió la cabeza y abrió mucho los ojos.- Lo haré, pero... Mañana es mi día libre, yo...


-¡Te pagaré por ello! Tengo una junta importante mañana -interrumpió Krul-, no tengo manera de ir por él y no puedo dejarlo con cualquiera-. La mujer seguía hablando, pero Shinya ya no prestaba atención.


Krul no tenía que pedirlo dos veces. Shinya conocía a la chica, ella era adicta al trabajo, mantener su cabeza ocupada era lo que ella más ansiaba. Con veintidós años y un hijo de cuatro, con solo tres años viviendo en Japón y dos con un trabajo suficientemente estable... La vida de la pelirrosa no podía ser tan cómoda como aparentaba. Shinya, a sus 16 años, la conoció justo cuando inició el restaurante, en ese entonces Mika se la pasaba en los brazos de su joven madre de 20 años y se negaba a caminar, aunque era capaz de hacerlo -sus pasos eran torpes, pero no se caía-. Siendo madre adolescente, Shinya jamás escuchó a Krul quejarse de algo acerca de su bebé, todo parecía color de rosa. Hasta la fecha.


-Tranquila, lo haré -dijo finalmente Shinya, con una sonrisa en los labios.


-Muchas gracias. ¿Lo recojo en tu casa a las 5?


-Que sea en la de Guren –y así terminó la conversación.


El camino a casa fue relativamente rápido. Al llegar a casa, Shinya no se topó con su prometida, ni con ninguno de sus hermanos adoptivos. Aparentemente Kureto y Seishirou estaban en la oficina con su padre, Shinoa estaba... ¿dónde estaba esa niña? Bueno, no importaba mientras no estuviera haciendo alguna especie de destrozos en su habitación. Parecía que a esa niña le gustaba más estar en la habitación de Shinya que en la suya propia.


Cuando el rubio llegó a su habitación, corroboró que no estuviera ella escondida por ahí y se lanzó a la cama. Dejó caer la cabeza sobre su almohada y escuchó un agudo "¡Ay!" que lo hizo levantarse de inmediato. Quitó las sábanas y ahí, encogida y con una sonrisa traviesa, estaba su pequeña hermana adoptiva. Su cabello lila estaba despeinado, a pesar de que lo llevaba amarrado, el marrón rojizo en sus ojos brillaba con diversión.


-¿Qué dem...?


-¡Bu! –gritó ella. A sus cinco años, la niña podía ser bastante astuta sobre sus lugares para esconderse, jamás repetía uno... quizá porque no solía esconderse, usualmente Shinya llegaba para ver cómo la niña brincaba sobre su cama.


-¿Qué haces aquí? –preguntó Shinya. Estaba cansado, definitivamente no quería jugar con ella, pero... no podía dejarla de lado, esa niña estaba prácticamente educándose sola, ya que sus padres y hermanos estaban demasiado ocupados como para prestarle atención. Lo único que ella tenía, era a Shinya, aunque para ser francos, él tampoco le prestaba la atención que Shinoa necesitaba.


-Mahiru me dijo que quería cortar mi cabello. Estoy escondida –explicó la pequeña.


-Quizá sea buena idea, ¿no te hace cosquillas en la cara? –preguntó el mayor, apartando el flequillo del rostro infantil.


-No quiero –negó con la cabeza.


-Bien, pues escóndete en otro lugar, necesito mi cama justo ahora –le dijo alzándola y poniéndola de pie en el suelo.


Shinya se recostó mientras su hermanita curioseaba debajo de su cama. Ni siquiera tenía hambre, estaba cansado, tanto que se quedó dormido y no despertó hasta las 4 de la madrugada. Se estiró un poco, su brazo chocó con el cuerpo dormido de Shinoa. Esa niña no conocía límites. Eso o realmente no quería un corte de cabello.


Con un suspiro se levantó y la tomó en brazos, dispuesto a irla a dejar a su habitación. La niña no se despertó ni siquiera cuando la dejó casi sin cuidado sobre su cama tendida. Volvió a suspirar y la cubrió con una sábana, prendió su luz de noche y salió de ahí. Bajó a la cocina y fue cuando escuchó la puerta principal ser abierta. Apenas era un rumor, pero Shinya lo había escuchado, también escuchó los suaves pasos del intruso. Se apresuró a ir a ver quién era.


No era un ladrón, menos un intruso, solo era Mahiru.


-¿Qué hora es esta para llegar? –preguntó burlón, haciendo que la chica se sobresaltara. Ella peinó su cabello con los dedos, mientras lo miraba con cierto grado de terror.


-Dios, me asustaste –se quejó Mahiru. Su dulce voz bailó en el aire, Shinya no era capaz de decir algo. Podría preguntarle en dónde había estado, pero no le interesaba y además era fácil adivinar que probablemente hubiera pasado la noche con Guren.


Guren. Ese idiota.


-Sube ya –le apresuró el rubio-, papá probablemente despierte pronto, tiene una junta a las 6:00 a.m.


-¿Quién tiene una junta a esa hora?


Shinya se quedó callado una vez más, mientras definía con la mirada la delicada y suave figura de su prometida. La piel de su cuello era invisible justo ahora, por una cortina de cabello cenizo que le impedía a sus ojos llegar a él... Las manos de esa chica eran muy suaves, probablemente aquella zona lo era aún más. Jamás había visto su cuello, no desde atrás. Y Guren probablemente hubiera besado aquél lugar ya.


Estúpido Guren.


Estúpida Mahiru.


Mahiru suspiró y dándose cuenta de que su prometido no diría nada más, se dio la vuelta y comenzó su camino por las escaleras.


-Deja a Shinoa en paz –dijo Shinya-. No la obligues a cortar su cabello, ella está feliz así.


-De acuerdo –accedió la chica, volteando a verlo sobre su hombro. Le dedicó una sonrisa que Shinya no pudo devolver.


-Y no vuelvas a acostarte con Guren.


. . .


"Pensé que estabas feliz de que lo hubiera hecho con mi novia." Había mandado Guren a Shinya a eso de las 12:30 p.m.


"Haha ¿ella te lo dice todo?" Obtuvo en respuesta.


Guren no tenía tiempo para bromas, estaba de mal humor, quería tomar un baño y quizá dormir un poco. Había rendido una prueba que se había llevado absolutamente toda su fuerza.


"No te metas en mis asuntos." Le envió Guren.


No hubo respuesta, hecho que extrañó al pelinegro. Quizá era mejor así, en realidad prefería mil veces no discutir con Shinya, pues sabía que al final el único que acababa de mal humor era él, ya que el rubio era inmune a los sentimientos negativos.


El día pasó lentamente. A pesar de que no lo admitiría ni siquiera para si mismo, Guren estuvo revisando su celular sin parar durante toda la tarde. ¿Por qué Shinya no le había respondido ya? ¿por qué no estaba siendo tan molesto como siempre? ¿por qué no había caído de sorpresa en su casa como lo hacía todo el tiempo? ¿por qué no le había llamado? Fue entonces cuando abrió su conversación con él.


"No te metas en mis asuntos"


La palabra "visto" le hacía a Guren sentir nauseas. ¿Lo estaba ignorando?


Su última conexión fue a las 3:49 p.m. o sea hacía menos de diez minutos.


No quería perder su "dignidad" mandando otro mensaje, pero es que él no lo había dicho enserio. La mayoría del tiempo, Guren solo hablaba por hablar, ni siquiera sentía algo negativo por Shinya, ¡era su mejor amigo! El único que lo aguantaba... ¿quizá eso había terminado? Imposible. Imposible, imposible.


"No lo decía enserio, ¿dónde te metist...?" comenzó a escribir, pero borró de inmediato las palabras y en lugar de eso le llamó.


El teléfono timbró cuatro veces hasta que lo atendieron.


-Hola, Guren... -el aludido casi pudo imaginar la sonrisa de su amigo frente a él. Sonaba alegre, mucho.


-¿Se puede saber por qué me ignoras? -atacó de inmediato el pelinegro, pero se arrepintió al instante.


-Ah, ¿te refieres al mensaje? No tenía nada que decir -una suave risa flotó a través de la linea-. Estoy llegando a tu casa, ¡sorpresa! ¡ábrenos!


-¿Nos?


-Ah, lo olvidaba... ¡Saluda, Mika! -el sonido en el teléfono fue molesto mientras Shinya se encargaba de acomodarlo en las pequeñas manos del niño.


-¡Sorpresa! Hola, Gureeeeeeeen -saludó el menor.


Guren conocía a ese niño y podía decirse que le agradaba, le agradaba mucho, de hecho. Era diferente a otros niños que conocía: atento, inteligente, tranquilo, amable y con una gran y sincera sonrisa. La verdad es que sus preguntas no le molestaban en absoluto, incluso cuando estaba en los terribles cuatro y su curiosidad le ganaba todo el tiempo.


-Hola, Mika... ¿podrías pasarme a Shinya?


-¡Si! Ten, para ti.


-Ah, Guren, ¡al menos charla con él! -se quejó Shinya.


-Pudiste avisarme, ¿sabes? -gruñó el pelinegro. En realidad tener a Shinya y a Mika en su casa, incluso de sorpresa, no era ningún problema para él, pero no podía aceptarlo.


-Si te avisaba, no sería sorpresa.


Por supuesto que no.


Cuando Shinya llegó, con Mikaela tomado de su mano, Guren tenía puesto el pijama, no podía seguir soportando los jeans y la camisa que había llevado a la escuela. Nadie debería ir a la escuela un sábado, mucho menos a rendir exámenes.


-Oh, te ves como... -inició Shinya, luego le dio un rápido vistazo a Mika, que veía a ambos chicos con atención- Te ves realmente muy mal.


El pequeño rubio rió, mientras se abalanzaba hacia las piernas del pelinegro y las abrazaba. Así era él. Siempre fue así, desde la primera vez que Shinya lo llevó a su casa, Mikaela había abrazado a Guren tan pronto como lo veía.


-Hola, hola -dijo el niño.


-Hola, Mika -murmuró en respuesta, poniendo una mano sobre su cabello y lanzándole una mirada llena de cansancio a su mejor amigo, una que le avisaba completamente que no estaba de humor para sus comentarios usuales.


-Hoy vinimos a ver tus postres -anunció el rubio mayor, tomando al niño en brazos y caminando hacia la cocina.


-Dijiste que veníamos a asaltarlo -dijo Mika, con el ceño fruncido.


-Me refería a quitarle sus galletas.


-Ah -murmuró el niño-. Pero Guren jamás compra galletas.


Pero quizá Guren si lo había hecho esta vez. No era fan de los dulces, Shinya sabía eso a la perfección. También sabía que a veces, cuando tenía un buen día, Guren compraba algunas cosas dulces para él. Shinya amaba los dulces y era el culpable de que hubiera siempre mermeladas en casa del pelinegro... Y como Guren recientemente había tenido un buen día...


"Acostarse con mi hermana-prometida debería haber sido lo suficientemente bueno como para... ¡BINGO!" Pensaba Shinya, ignorando los escalofríos que cruzaron su cuerpo por menos de medio segundo, mientras buscaba las galletas en la alacena; luego habían aparecido repentinamente en su rango de visión.


La sorpresa en el rostro infantil era tan grande que Shinya no pudo evitar sonreír más de lo usual.


-Galletas -susurró el niño a la oreja de Shinya, con miedo de que la caja de galletas desapareciera si lo decía demasiado alto.


-Galletas -confirmó quien lo llevaba en brazos.


Guren observaba a los dos rubios intercambiar palabras en voz baja, cada uno con una sonrisa diferente. Emoción en los ojos de Mika y ternura en los de Shinya. Ese al que llamaba su mejor amigo era buenísimo con los niños, probablemente porque le encantaban.


El pelinegro bufó. Shinya era totalmente lo opuesto a él cuando se trataba de infantes. No era que a Guren no le gustaran, de hecho le encantaban y la idea de tener algún día una familia... Sencillamente era algo que él siempre había deseado. Una casa, quizá un perro -aunque le gustaban más los gatos-, una esposa -ojalá Mahiru- y niños. Muchos niños. O quizá uno. El punto es que él realmente quería que alguien le llamara "papá".


Una sonrisa se instaló en los labios de Guren, una que Shinya pudo ver a escondidas, de reojo. Le gustaba ver a su amigo sonreír así... Es que casi nunca lo hacía.


"Es que me fastidia mucho verte." Le explicaba su amigo cada que le preguntaba por qué no sonreía más.


Shinya sabía que eso no podía ser verdad. Guren le había dicho algunas veces que eran mejores amigos, los mejores amigos no se fastidian tanto, ¿verdad que no? Por supuesto que no.


Pero Guren era un gruñón, era orgulloso y un completo idiota y por eso jamás accedería a sonreírle con facilidad.


Sin embargo, ahí estaba. Sonriendo como si estuviera bajo un hechizo, quizá un encantamiento.


"Bueno, es que soy encantador." Diría Shinya. Guren lo conocía bien, era un hablador, le gustaba tentar a la gente, incomodarla, hacerla sonrojarse. Pero Guren ya no se sonrojaba fácilmente, a diferencia de cuando era más joven. Mucho menos por las encantadoras, pero vacías palabras de su mejor amigo.


"No sonrío por ti, idiota" le respondió mentalmente a las imaginarias palabras de Shinya.


Los minutos volaban, antes de darse cuenta, Shinya estaba medio dormido, acostado en la alfombra de la sala. Mika estaba ya dormido a su lado, usando sus brazos doblados como almohada.


Guren suspiró.


Era como tener a dos niños, ¿no? El buró que había puesto junto a su sillón estaba lleno de envolturas de galletas, dos vasos de leche casi vacíos yacían en medio del desastre.


El pelinegro se levantó para llevar aquello a la basura, seguramente ambos rubios buscarían su bebida al despertar, así que dejó la leche ahí. Eran casi las 5, ¿cómo habían logrado comer tanto y dormirse en menos de una hora? Con el niño era fácil de entender, solo tenía 4 años, necesitaba una siesta, pero Shinya tenía 18 años y él no tomaba siestas. Nunca. Pero no iba a despertarlo ahora que había decidido tomar una.


Al volver a la sala, decidió acostar a Mika en el sillón, él estaría más cómodo ahí. Lo levantó entre sus brazos y se quedó quieto por un momento, observando las pacíficas facies del menor. Una débil sonrisa estaba brillando en los labios dormidos de Mika.


No se dio cuenta cuánto tiempo se quedó mirando al niño durmiendo entre sus brazos. Suaves rizos rubios lucían desordenados en su cabeza.


Su cabello no era totalmente rizado, quizá solo las puntas... Pero definitivamente no era lacio. El que si era lacio era el de Shinya, quien poseía un color rubio más pálido, casi blanco, con destellos plateados. Los ojos azules de Mika tampoco eran iguales a los de su amigo, los del niño eran claros, pero no tanto como los de Shinya, que lo eran mucho más.


Recostó a Mikaela sobre el sillón y luego se sentó en el espacio libre. Sus ojos se posaron sobre Shinya. No había manera de que él lo cargara y llevara a otro lugar, no porque pesara demasiado, pero Shinya probablemente exageraría todo y lo molestaría mucho.


Por un par de segundos, Guren se quedó mirando fijamente a su mejor amigo. Su mirada paseaba por el lacio y desordenado cabello, su nariz, delgada, pequeña, casi como la de un niño. Su piel era blanquísima, también era suave, incluso más que la de Mahiru, aunque jamás se lo diría. Sus labios no eran muy gruesos, pero tampoco muy delgados, eran de un color extraño, un rosa que no había visto en otro lugar. Quizá tan suaves como su piel.


Los párpados le pesaban, su vista aún clavada en Shinya... El cansancio pronto comenzó a pesar más, mientras seguía viendo al rubio que dormía en su alfombra.


Sus manos. Las manos de Shinya. Eran pequeñas para ser de un chico de 18, aunque si eran más grandes que las de las chicas de su clase. Esto lo había pensado ya antes, muchísimas veces, pero siempre sentía la misma culpa: Shinya era hermoso, como una muñeca de porcelana, una bien hecha. Sus facciones eran finas, su cuerpo también, a pesar de que acostumbraba hacer ejercicio. También había pensado en la palabra "precioso", pero eso sonaba aún peor en su cabeza.


Mientras el sueño comenzaba a llevarlo a través de la oscuridad, a su mente llegó el recuerdo de Shinya sosteniendo al niño. Luego lo suplantó Mahiru. Luego Shinya. Todo daba vueltas, era muy confuso.


¿Cómo se vería Mahiru sosteniendo a un niño?


"No tan bien como..." Comenzó a pensar. Pero no tuvo tiempo de terminar.


-Ese idiota... -susurró justo un segundo antes de caer dormido.


-¡Guren! -un grito lo hizo despertar. Un par de ojos carmesí lo miraban de cerca, flequillo rosa pálido y un rostro algo infantil se sacudían a causa de la risa que salía de los labios de la madre de Mikaela.


-¿Cómo...? -empezaba Guren, pero ella no le dio tiempo de continuar.


-Shinya me dejó entrar -respondió a la pregunta no formulada.- Gracias por cuidar a Mikaela.


El pelinegro gruñó, torciendo los labios. ¿Había dormido mucho? Volteó a ver el reloj, eran las 5:30 p.m. y al buscar a Mika en el lugar donde lo había dejado, se dio cuenta de que lo tenía despierto, pero aún adormilado, sobre sus piernas. Parpadeó un par de cientos de veces, los ojos del niño chocaron con los suyos y una suave y perezosa sonrisa se acomodó en los labios infantiles.


-Tenía frío -dijo Mika, acurrucándose contra el torso de Guren, como si estuviera dando una explicación y pidiendo perdón al mismo tiempo.


Demonios, por eso Krul reía, Guren se negaba a cargarlo frente a la mujer, incluso frente a Shinya. Probablemente él también había estado riéndose o algo por el estilo. El pelinegro siempre alegó que no le gustaban los niños, incluso que le causaban alergia, aunque la verdad era todo lo contrario y Shinya lo sabía.


"Ah, si eres muy amable en el fondo, Guren" canturrearía su mejor amigo.


Y Guren, con seguridad y alegría, le propinaría un buen golpe.


• • •


"Holaaaaa~"


"Gureeeeen~ ¿adivina quién está en tu sala?"


"Despierta ya, ¡sorpresa!"


Esos y otros cientos de mensajes provenientes de la misma persona le hacían a Guren sentirse más y más irritado.


Maldito sea Shinya y el día en que Guren le había dado una copia de la llave de su casa. El maldito celular no dejaba de timbrar y el pelinegro no tuvo más remedio que levantarse a encarar al molesto rubio que había irrumpido en su casa en la madrugada.


-Maldita sea, Shinya, son las 4 de la mañana... -se quejó Guren mientras se acercaba a la figura de Shinya que era iluminada por la lámpara de lectura bajo la que se había acomodado-. ¿Qué demonios quieres?


-Ah, ¡vine a saludarte, amigo mío! -rió el rubio, alzando el rostro y ofreciéndole una sonrisa al otro.


-Bien, ya lo hiciste, ahora vete -ordenó Guren.


-No puedo dormir -respondió Shinya. Su voz era repentinamente muy pesada, arrastraba las palabras y debajo de sus ojos, al mirarlo con detenimiento, Guren pudo ver unas ojeras muy marcadas.


Guren suspiró y le hizo una seña con la mano, para que lo siguiera.

Notas finales:

I hope you liked it!


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