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Piensa sólo en mí por Dark_Gaara

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Notas del fanfic:

Hola~! ¿Cómo andan? Por si no reconocen mi usuario, soy la autora de Mi Pequeño Charles//Mi Pequeño Erik (de hecho, en el último cap aclaré que me había atrasado en la actualización por escribir un fic, que es este). Les traigo otra historia de Charles y Erik, aunque diferente. Es más que nada un diálogo entre ambos donde se habla de la aprte negativa de la telepatía de Charles, siempre apuntando a un Erik que quiere aayudarlo ya que Charles lo ayudó a él. Contiene lemon, pero aviso: no es un lemon al 100%, asíque si entraron con esa idea, advierto que pueden decepcionarse. Y si no les gusta lemon, lamento decirles que no es muy salteable ya que es el "momento cúlmine" del fic. Asíque básiccamente no sé a quién va a gustarle este fic raro de diálogo profundo-lemon xD! Espero que a alguien le guste y me lo haga saber con un review nwnU

Notas del capitulo:

Y acá el fic, para quien se anime (? Es un one-shot, por eso es taaaan largo xD también aclaro que no lo escribí todo seguido, asíque puede haber inconsistencias/repeticiones >< Y es mi primer lemon, aunque no sea al 100%, espero que no apeste mucho xD

Y por si lees esto, este fic va dedicado a vos Diana M, que siempre comentas todos mis caps del otro fic con revies súper lindos <3! Espero que leas esto y te guste nwnU

 Charles sostuvo la puerta mientras Erik entraba, cada uno con su maleta en la mano. Éste bufó bajito al ver la cantidad de gente que iba y venía en el vestíbulo. Su amigo sonrió, divertido ante su expresión de molestia.

-No pongas esa cara.-le pidió sonriendo.- No es un hotel muy grande, así que no creo que haya muchas personas. Además, es de nuestras últimas opciones, y lo sabes.

-Lo sé.-suspiró cerrando los ojos. Luego los abrió con determinación.-Vamos.

 Aquel día había sido bastante ajetreado. Habían llegado hacia unas horas, pero aún no habían conseguido dónde dormir. Por lo que les habían dicho, había un evento en aquella ciudad que había colmado todas las camas disponibles. Y si bien ellos no pensaban quedarse más tiempo allí del que les tomara contactar con  tres mutantes, no tenían más remedio que buscar un lugar donde dormir. A esas alturas, lo único que les importaba era que ese hotel tuviese un cuarto disponible.

 Ambos se acercaron al mostrador donde se encontraba el encargado. Éste hablaba por teléfono, sin reparar en los dos hombres que lo miraban con cierta impaciencia.

-Sí amor, llegaré un poco tarde hoy…Ya sabes, el trabajo, sí, es agotador….

 Charles apoyó los codos en el mostrador. De manera implícita, siempre era él quien hablaba con los encargados, o dependientes, o quien fuese. A Erik no le agradaba demasiado comunicarse, y el inglés tenía una simpatía natural que muchas veces les facilitaba las cosas.

-¿Quieres que le haga soltar el teléfono con los botones del saco?-preguntó Erik mientras alzaba su mano lentamente, con una expresión de juguetona maldad en el rostro.

-Calma, mi amigo.-lo frenó Charles. Luego se giró a mirar al encargado, y tosió sonoramente.

 El encargado volteó y los vio a ambos esperando, con sorpresa.

-Mi amor, debo colgar…Sí, sí, yo también te amo.-colgó y se volteó a verlos. Brillaba en él una gran sonrisa.- Lo siento, estaba hablando con mi esposa y….

--¿Tiene un cuarto libre?-lo interrumpió Charles sonriendo con fingida amabilidad.

 Erik volteó a verlo, sorprendido. Generalmente, Charles hubiera terminado de oír la aburrida historia del encargado, le hubiese repetido varias veces que no se preocupase, le hubiese dado los buenos días y recién ahí hubiese preguntado por un cuarto. ¿Estaría Charles tan cansado? Quizás él mismo estaba cansado, porque estaba viendo que los ojos de Charles estaban molestos, como si algo le estuviera perturbando. Suspiró. Ojalá tuviese un  maldito cuarto, así se dejaba de preocupar por tonterías.

-Déjeme ver…como sabe han venido muchas personas estos días, así que estamos un poco apretados… ¿Ustedes también vinieron por el evento?-comentó el encargado mientras miraba unos papeles.

-No.-dijo Charles secamente, aunque sin dejar de tratar de sonreír.- Sólo…queremos descansar.-dijo vagamente.

 Erik volvió a sentirse ligeramente confundido ante la respuesta de Charles. Bueno, es cierto que no iban al evento, y que querían descansar, pero esa manera tan brusca de comentarlo…

-Bueno, por suerte aún queda un cuarto disponible.

-¿Uno sólo?-contestó rápidamente Charles con un dejo de fastidio en la voz.

-Y es casi una casualidad, diría. Como verá, este hotel es muy visitado, estamos casi llenos.-ante la mirada disconforme de Charles, se apresuró a aclarar- No se preocupe, es un cuarto doble. Con dos camas separadas.

-Conseguir dos cuartos es imposible, ¿cierto?-y más allá de las palabras, aún parecía tener alguna esperanza.

-Lamentablemente, sí.

 Charles suspiró más sonoramente de lo que hubiera querido.

-Está bien.-se rindió, con tono cansino.

 Mientras el encargado buscaba la llave y Charles firmaba, Erik lo miraba impacientemente, casi esperando algún tipo de explicación. No es como si en realidad tuviese que dársela, pero todo aquello era extraño. Era la primera vez en aquel viaje que Charles insistía tanto con tener habitaciones separadas.  Y era curioso, porque no sería la primera vez que compartiesen una. A veces iban a lugares muy atestados de gente, o simplemente se cansaban de ir de hotel en hotel. El inglés jamás había mencionado que aquello le molestase. Quizás tampoco fuese así en aquella ocasión, y sólo quería asegurarse de que no había otra opción para no molestarlo a él. Erik suspiró. Él también estaba bastante cansado como para darle demasiadas vueltas al asunto.

 

-Al fin.- exclamó contento Charles mientras giraba la llave en la perilla de la puerta de la habitación 101.

 Erik miró a su amigo un tanto extrañado por tanta alegría de parte de su amigo, pero en seguida le restó importancia. Era un tanto cansador andar viajando de aquí para allá, así que supuso que a eso venía la exclamación de su compañero. Charles abrió la puerta con ímpetu y entró rápidamente al cuarto.

-¿Vienes?-le preguntó a Erik girándose sobre los talones.- Entiendo que quizás no te agrade compartir cuarto, pero….

-No pasa nada.-lo interrumpió tranquilamente. No era la primera vez que compartían cuarto, varias veces habían tenido que hacerlo a lo largo del viaje. Aun así, cada vez que ocurría, Charles parecía querer asegurarse de que a Erik no le incomodaba demasiado. Erik suspiró. El telépata ya le había confesado que sabía todo sobre él, así que era lógico que quisiera respetar su espacio personal. De hecho era una señal de preocupación y cariño, por lo que era, si bien algo molesto, algo bueno. Quizás tuviese que dejarle bien en claro que, mientras fuera con él, podía tolerar dormir en la misma habitación. Lo cual hacía más extraño el comportamiento de Charles de hacía unos momentos.

-De hecho, pensé que era a ti a quien le incomodaba esta situación.-comentó mientras arrastraba su maleta, cerrando la puerta detrás de sí.

-Ah~ Estoy tan cansado~-canturreó Charles, sin darle importancia a su compañero.

 Apenas dejó su valija en el suelo, se quitó los zapatos con habilidad. Luego, sin examinarla ni pensarlo demasiado, saltó a la cama más cercana a la puerta, que estaba a sólo unos pasos de ésta. Cayó con todo su peso en el cómodo colchón, y suspiró sonoramente, con los ojos semicerrados y los brazos extendidos.

-Supongo que a mí me toca la otra cama, entonces.- dijo Erik dejando también su valija en el suelo, sin despegar la mirada de Charles.

 Pero su amigo no respondió. Charles permanecía estático sobre la cama, boca arriba, mirando el techo, aunque sin mirarlo en realidad. Sus ojos no estaban completamente abiertos, sin embargo no estaban del todo cerrados. Entreabiertos, igual que su boca, que aspiraba pequeñas bocanadas de aire continuamente. Su pecho subía y bajaba a ese ritmo casi continuo, demasiado seguido para ser una respiración normal. Los brazos yacían al costado, inertes; las manos con las palmas abiertas, como si esperaran que algo cayera en ellas.

 Erik siguió mirándolo, esperando que su compañero dijera algo. Mas Charles no hablaba, parecía como si sólo se limitase a respirar. El alemán lo examinó mejor. Charles estaba más pálido de lo normal, si es que eso era posible. El blanco enfermizo de su piel resaltaba aún más el rojo de su boca y el azul de sus brillantes ojos. Parecía un muñeco de porcelana, muy fino, muy hermoso.  Y muy frágil.

-¿Charles? ¿Estás bien?-preguntó con un dejo de preocupación. Su silencio, su expresión, el tono de su piel, su boca semi entreabierta aspirando, sus ojos que no veían, incluso su comportamiento previo: todo le indicaba que algo en su amigo no era normal.

-Estoy bien.-contestó luego de algunos segundos de silencio, donde lo único que se oía era la respiración suave y acelerada.

-¿Muy cansado?-se atrevió a preguntar.

 La sonrisa que le devolvió Charles tenía un dejo burlón.

-Así es, mi amigo. Sólo estoy cansado.-y algo en su voz no se oía del todo honesta- Así que no tienes de qué preocuparte. Puedes ir a tomar una ducha, o dar un paseo, o lo que sea.

 Erik entrecerró los ojos con desconfianza. No conocía a Charles hacia tanto tiempo, más en algunos aspectos sentía que lo conocía de toda la vida. Sabía que el telépata era aficionado a los juegos de palabras, a decir cosas con otro trasfondo, a ser un poco irónico, lo que a veces decantaba en su sensualidad y coquetería. Cuando su boca decía algo, a veces sus ojos decían otra cosa. No era del todo transparente. Quizás fuese porque como él podía leer la mente, todos eran transparentes para él. Lo que sea: Charles no le estaba siendo del todo sincero. Erik tenía la impresión de que Charles en realidad lo estaba…echando, por más cruel que pudiese sonar. ¿Por qué querría que se vaya? Si recién acababan de llegar…y a Charles nunca había parecido molestarle su compañía. No recordaba haber hecho nada que pudiese realmente enfadar al telepáta. No, eso no era personal con él. Aún así, le afectaba. Todo lo que tenía que ver con Charles lo afectaba de una u otra manera.

-No voy a ir ningún lado.-dijo secamente.

 Notó como Charles suspiraba con algo de molestia, frustración y resignación. Creyó incluso verle un ligero puchero en esos labios tan rojos. Algo de ternura se coló en el corazón de Erik. Pero Charles enseguida tuvo que deshacer su gesto para volver a aspirar aire con la boca. Y ese brusco cambio devolvió a Erik a la realidad: algo le ocurría a Charles. Caminó hasta el borde de la cama de su amigo y se sentó allí, al lado de su pecho.

-Vamos Charles, ¿qué te ocurre?-preguntó tratando de ser amable, pero sin dejar de mirarlo fijamente.

 Charles suspiró para sus adentros. Erik estaba muy cerca de él, más de lo que nunca había estado jamás (excepto por una ocasión accidental, ocurrida un rato antes), siendo una persona que consideraba tan vital su espacio personal. Y ese frío tipo que apenas si daba la mano para saludar a alguien estaba allí, sentado a su lado, no tan lejos de su rostro. Y clavándole esos bellos y helados ojos verdes: una mirada penetrante, de quien ha sufrido mucho. Exigiéndole sinceridad. Tuvo el infantil impulso de taparse la cara con la mano, para huir de esa mirada perspicaz, para ocultar su debilidad ante una persona tan fuerte. Incluso, en un deseo bastante superficial, sabiendo el aspecto deplorable que debía tener, quiso taparse para que alguien tan bello como Erik no lo viese en esa situación. Un rastro de raciocinio, sin embargo, lo instó a no hacerlo, así que se quedó como estaba. Sólo abrió un poco más los ojos, y su mirada vacía ya no apuntaba hacia el techo, sino hacia esos ojos verdes que esperaban.

-Estoy…estoy agotado.-fue todo.

-Bueno, es cierto que hoy fue un día pesado. Caminamos mucho, y las personas, y el estrés…-Erik suspiró, sintiéndose un idiota. ¿No sería aquello cierto? Quizás Charles sólo estaba demasiado fatigado. A fin de cuentas era un señorito inglés, un estudiante universitario, o ahora profesor, daba igual. No era como él; un viajero del mundo, un huérfano errante acostumbrado a no dormir o comer lo suficiente. Era lógico que él se cansase mucho menos que su amigo.

 Pero había algo en esos ojos vacíos, en esa boca seca y sin habla, en esa actitud hastiada, que le decían que no era simple cansancio físico. Charles se veía tan débil, tan agotado, tan hastiado, tan enfermo, tan frágil…Incluso a él, Erik Lehnsherr, cuyo último rastro de humanidad creyó muerto junto a su madre, le daba lástima. No lástima exactamente; era más parecido al deseo de querer abrazarlo y decirle que todo estaba bien. Por primera vez en muchísimo tiempo, Erik quería proteger a alguien.

Algo dentro de Erik quería proteger a Charles.

Y para hacerlo, primero tenía que averiguar qué era lo que le ocurría, para así entender qué era lo que necesitaba.

-Así es. Así que sólo descansaré aquí un poco. Tú ve a hacer tus cosas…

-No me eches, Charles.-lo interrumpió con enojo.

-No te echo.-y Charles lo miró enigmáticamente. Como alguien que ha sido descubierto.- Sólo no quiero que te preocupes de más. Lo agradezco, en serio, más aun sabiendo lo que es para ti el preocuparse por otra persona. Pero ahora no hace falta. Esto no es algo grave. No es raro tampoco…-y esto último fue un murmullo, como si no quisiera que Erik lo oyese.

-¿No es raro?-dijo Erik extrañado.- Vamos, Charles. Lo tuyo no es sólo cansancio físico, eso es obvio.-Erik bajó la mirada unos instantes, juntando coraje para la nueva posibilidad que se abría ante sus ojos. Su corazón se estrujó con miedo, una sensación que hacía mucho no sentía. Angustiado, volvió a mirar esos ojos demasiado azules.- Charles, ¿estás enfermo?-preguntó con un tono grave de voz.

 Charles lo miró extrañado ante la angustia que sentía en Erik. Pese a todo, una pequeña alegría recorrió su alma. Confiaba en que Erik no podía ser una persona despiadada y sin corazón. Pero jamás había creído que quien lo demostrase sería él mismo. Que quien lograse mover alguna fibra en Erik fuera él.

-No mi amigo, no estoy enfermo.-entonces, meditando bien la palabras, sonrió. Una sonrisa que si era bella lo era sólo porque el rostro de Charles era hermoso, porque, ciertamente, era una sonrisa terrible. Incluso una  pequeña carcajada sin gracia escapó de sus labios.-Pensándolo bien, sí, estoy enfermo.-y mantuvo su sonrisa irónica.

-¿Qué tienes?-preguntó Erik cuidadosamente, porque sabía que Charles no hablaba del todo en serio.

-Telepatía.-murmuró entre dientes, y su sonrisa se esfumó.

 Un silencio los inundó por unos instantes. Erik miraba a Charles, y le costaba reconocerlo. No sólo su aspecto físico estaba deteriorado: evidentemente, tampoco estaba de su mejor humor. No, ese tipo de allí no parecía ser el mismo que le sonreía amablemente a todas las personas, aquel que tenía su mano a cualquier desconocido que necesitase su ayuda, que reía cuando…

-No me juzgues.-murmuró Charles, y hubo una mezcla de ruego y de reproche en su voz. Luego, más alto, agregó-Lo siento, mi amigo. Es sólo que…-y su oración terminó así, en el aire.

-¿Estabas en mi mente? Sabes que odio eso.-contestó comenzando a enojarse.

-Créeme, que si pudiera no hacerlo…Ah…pero a veces es tan fuerte….A veces es tan difícil, Erik…

 Por un momento, Erik creyó que Charles deliraba. Y bueno, con ese aspecto, no sería raro que lo que en verdad tuviese fuese una alta fiebre que lo llevaba a decir palabras incoherentes. Sin pensarlo demasiado, llevó su mano a la frente de Charles. Este abrió los ojos con sorpresa: el pensamiento de Erik había sido tan veloz que no había tenido tiempo de prever su acción. Además, jamás hubiese pensado que alguien tan frío como el alemán le tocase la frente sólo para corroborar su salud. Sonrió, esta vez, con verdadera dulzura.

-No tengo fiebre.

-Pero tu frente está algo caliente.

-Lo que arde en verdad es mi cerebro.

 Erik retiró la mano de la frente de su amigo, y volvió a mirarlo fijamente. Charles parecía volver a estar perdido en algún lejano, al cual él no podía llegar. Suspiró sonoramente.

-Aún no me contestas. ¡Por Dios Charles! ¿Dónde estás?-ante la fuerte voz de Erik, Charles pareció volver en sí. Miró a su amigo, con mezcla de agradecimiento y sorpresa.- ¿Tanto te ha cansado el viaje? Creí que tenías más aguante físico. Sino no hubiese aceptado venir.

-No es el viaje lo que me agota, mi amigo.-explicó pacientemente.

-¿Entonces…?-y maldijo a su amigo por ser tan enigmático.

-Son ellas.-y cerró los ojos un momento.

-¿Ellas?-y alzó una ceja exigiendo más explicaciones.

-Ellas….ellas me cansan. Me agotan, me gritan, me rodean. Todo el tiempo. Si tan sólo pudiera….pero no, no puedo.

 Erik miró a su amigo con impaciencia y algo de enojo. Le estaba cansando ese juego. Necesitaba saber ya qué era lo que atormentaba a Charles. Éste abrió los ojos, y miró al vacío.

-Las voces.

-¿Las voces?-quiso corroborar haber escuchado bien.

-Las voces.-confirmó Charles suavemente.- Todo el tiempo hablando, contando, revelando…

 Por un momento, Erik pensó en Charles como una suerte de esquizofrénico. Pero no. Porque esas voces no eran internas, al contrario, eran totalmente ajenas. Pensamientos de otras personas que se colaban continuamente (según el propio Charles) en su cerebro.

-Aunque en verdad-continuó lentamente el telépata- no son las voces, los pensamientos, lo que me agobia. Son…las máscaras.-Charles volvió a mirar el vacío.- Las voces en combinación con las máscaras. Eso es lo que me atormenta.

-Me está cansando que seas tan enigmático, amigo.-comentó Erik mirándolo fijamente a los ojos. Voces, máscaras…todo aquello sonaba más a una novela de misterio dramático que a la realidad.

-Siempre tan directo.-le respondió Charles con una sonrisa de verdadera diversión en el rostro. Lo miró.- Lo siento. Estoy demasiado acostumbrado a verlo y saberlo todo.- y aunque sus palabras eran un tanto arrogantes, en su voz había un dejo de insatisfacción.- Supongo que saber lo que alguien piensa en verdad me ha hecho pensar que todos saben tanto como yo, por tanto no hablo con misterio. Sé con seguridad lo que alguien está pensando aunque su boca diga otra cosa. Y ese es, justamente, mi problema.

 Hubo un silencio tras estas palabras. El magnético trataba de entender cada palabra que Charles decía, pero eran demasiado abstractas. Charles suspiró y cerró los ojos. De pronto, interrumpió su silencio. Cuando lo hizo, su voz había perdido su tono suave, y éste había sido reemplazada por un tomo más duro, como un reproche.

-El taxista que nos trajo a este hotel-comenzó de la nada.- Se pasó todo el viaje hablando de su hijo, ¿recuerdas?

-No lo escuché demasiado. Sabes que no me interesan esas cosas.- contestó sinceramente Erik. La verdad es que él había estado todo el viaje pensando en llegar a un hotel que tuviese una habitación disponible para poder dormir después de un día agotador. Le resbalaba lo que tuviese que contarles el taxista. Él jamás hablaba con la gente, porque no le importaba lo que tuviesen que decirle. Excepto Charles, claro. Pero él sí decía cosas interesantes. Y si no lo eran en sí mismas, cobraban interés al tratarse de él. No era como el inglés, amable con todo el mundo, y siempre dispuesto a oír historias aburridas e incluso comentarlas con una sonrisa.

-Hablaba del grandioso médico que va a ser, y lo feliz que eso lo hacía, porque quería que su hijo fuese exitoso. Y también estaba pensando en eso, en el hijo que le tocó. Claro que no dijo toda la historia. Al parecer, su hijo en verdad quiere ser una estrella de rock, y aunque pone todo su empeño en ello, su padre no puede dejar de pensar en que es una estupidez. Lo está obligando a estudiar medicina, porque no quiere que termine como él, manejando un taxi. Quiere que sea un gran médico, pero no para que su hijo tenga el futuro asegurado, sino para tener un orgullo que exponer a los demás, y que le tengan envidia a pesar de lo fracasado que se considera. Aún a costa de los deseos de su hijo.

 El tono grave, de sentencia, que empleó Charles, sorprendió un poco a Erik. Es cierto que en el viaje en taxi Charles no se había mostrado tan cordial como de costumbre: recién ahora, que le decía todo esto, se daba cuenta de ello, y entendía, poco a poco, sus razones. Antes de que pudiera decir algo, Charles siguió hablando.

-Cuando llegamos me ayudaste a bajar del taxi. Me diste tu mano desde afuera y tiraste de mí, y por un momento quedamos abrazados…

 Por un momento, un espasmo frío recorrió la espalda de Erik. Claro que recordaba eso. Lo había hecho automáticamente, casi sin darse cuenta. Cuando estaban a punto de llegar al hotel, el taxista había dejado de parlotear de lo que sea que estuviese hablando (que, ahora se enteraba, era de la carrera de su “flamante” hijo) y Charles y él habían comenzado a pensar en qué harían en caso de que ese hotel también estuviese totalmente lleno. Uno de las opciones, en broma, había sido dormir en un banco de plaza, y quizás por el cansancio, la idea se les había hecho particularmente divertida (ahora Erik pensaba que también había podido influir que Charles estaba incómodo con la charla del taxista, por lo cual la broma lo había despejado de su incomodidad haciéndosele más divertida de lo que en realidad era). La cuestión es que el taxi se había detenido mientras aún bromeaban, y entre risas, con el ambiente entre ellos tan relajado e íntimo con su chiste interno, Erik no midió lo que estaba haciendo. Simplemente salió del auto, y al ver que Charles se acercaba para bajar también, le ofreció su mano como ayuda. Y aun riendo el inglés la tomó, con suavidad y firmeza a la vez. Cuando sintió esa mano, Erik sintió cómo su calidez le recorría todo el cuerpo. No, no era entusiasta del contacto humano, pero esa mano, tan cálida y suave, definitivamente no era humana (y casi diría que ni siquiera era mutante). Lógicamente, tiró de ella con fuerza, para darle un empuje a Charles, y éste, quizás también embelesado con el calor ajeno, o tal vez sólo distraído por el cansancio y la risa, cayó un poco hacia delante, demasiado ligero para quedar de pie firmemente. En un acto reflejo, Erik dio un paso para quedar frente a él y atajarle la caída. Charles cayó literalmente en sus brazos, y aún aferrado a su mano, le sonrió dulcemente mientras le agradecía el gesto. Estaban más cerca de lo que jamás habían estado y de forma imprevista, así que Erik no pudo evitar ponerse nervioso y sonrojarse. Y, ahora que lo recordaba, quizás Charles se hubiese dado cuenta de su ansiedad en aquel momento. Dios, qué molesto podía ser estar con un telépata.

 Y ahora meditaba sobre lo molesto que debía resultar ser el telépata.

-En aquel momento pasó a nuestro lado una señora, algo mayor.-Erik se había perdido en su pequeño recuerdo, porque aunque odiaba pensar en ello, lo cierto es que la expresión de Charles en aquel momento, y su cuerpo abrazado al suyo, le hacían sentir un cosquilleo interno amenazador y encantador a la vez. Y cuando Charles lo sacó a colación creyó que sería para reprocharle algo, o para mencionarle que ya sabía lo que había sentido. Pero, al parecer, no. Suspiró para sus adentros.- Nos miró de arriba y abajo, y pensó…que éramos pareja.- Charles rió un poquito, perdiendo por un momento el aire lúgubre que había adoptado.

-¿En serio?-comentó Erik tratando de sonar casual, y sonriendo a su vez.

-¿Me creerías si te digo que no es la primera vez que pasa?-los ojos azules brillaban entre divertidos y ansiosos, y un ligero rubor cubrió las mejillas de Charles, que estaban tan pálidas, que ante el menor color resaltaban. Erik no pudo evitar pensar en lo bello que se veía  así, con esa sonrisa nerviosa, como un niño al que han descubierto en una jugarreta. Él mismo sonreía estúpidamente ante aquella confesión. ¿Por qué la gente los confundiría con una pareja? No es como si fuesen tomados de la mano o algo así. ¿Sería por cómo se miraban mientras hablaban? ¿Por la atmósfera que se producía cuando un íntimo silencio se colaba tranquilamente entre ellos?

-Esta señora también pensó que era un desperdicio que dos hombres tan apuestos y de buen parecer estén juntos. Al menos nos tiró una buena.-Ambos sonrieron soberbiamente ante el halago. Pero entonces, una sombra cubrió nuevamente el rostro de Charles. Sus espesas pestañas taparon sus ojos un momento, y cuando volvieron a descubrirlos, su mirada era dura. Su tono ya no era jocoso, sino apagado.- Sin embargo, había demasiado desagrado en sus pensamientos. Pensó que éramos unos pervertidos, que deberíamos ir presos por abrazarnos en la calle, incluso… ¡Dios, de todo!-Charles enarcó mucho las cejas y casi escupía las palabras, como si esta vez se tratase de algo personal.- Rezaba para que ninguno de sus hijos le saliese así, deforme, enfermo, casi maldito.-suspiró, y su expresión se aflojó con resignación.-Para cualquiera que la viese caminando por la calle parecería una amable mujer, pero sus pensamientos no eran precisamente bondadosos, al menos con nosotros.

-O lo que ella creía de nosotros.-aclaró Erik, para ver la reacción de Charles.

-Da igual lo que somos. Para los personas, vale lo que parecemos ser.-sentenció Charles, quien no tenía interés alguno en desmentir si la señora creía que eran pareja o si lo eran realmente.

 El corazón de Erik estaba algo agitado. Ciertamente, a él también le habían afectado los pensamientos que, según su amigo, había tenido esa mujer sobre ellos. Al menos agradecía que Charles se sintiese igual, porque era una buena señal. Aunque un instinto casi asesino luchaba por apoderarse de él, como si los hubiesen herido. Pero no valía la pena; aquella señora tan sólo había pasado a su lado, y ya hacía rato. De hecho, si el inglés no se lo decía, él jamás hubiese siquiera sospechado sobre esos pensamientos tan rencorosos y oscuros. Y lentamente se dio cuenta: ése era el problema de Charles.

Él siempre oía esos pensamientos.

-Y luego ese encargado del hotel.-siguió Charles, con el  mismo tono de desaprobación.- Estaba hablando por teléfono cuando llegamos, te acuerdas, ¿no?-no esperó respuesta.- Dijo que estaba hablando con su esposa. Y bueno, era verdad. Le estaba diciendo que llegaría tarde por culpa del trabajo y comentándole cuánto la ama. Y eso…eso ya no es verdad.-la mirada del inglés se perdió en el techo.- Mientras hablaba con ella, en esos mismos momentos, él pensaba en su amante. Entiendo que haya gente que esté confundida, que aún estando casado con alguien, conozcas a otra persona…pero no era el caso. Él sólo pensaba en lo bien que lo pasaría con su amante esa misma noche sin que su mujer sospechase nada, la “muy ingenua”. Y luego nos sonríe con amabilidad, disculpándose como un bobo enamorado.

 Charles calló, como si no tuviera nada más que decir, y lo cierto es que así era. Miraba el techo, ahora no con la mirada perdida, sino más bien concentrado en él para no pensar en nada más. Erik lo miró, y quiso saber qué pasaba por su mente en aquel momento, porque esa expresión de enojo y frustración no era común en su amigo. Pero no necesitaba preguntar, porque ya podía imaginarse lo que le ocurría, a raíz de todo lo que le había contado.

-Es por eso que no te mostraste tan amable como siempre con él.-comentó, para mostrarle que lo había oído.

-Es que a veces es tan frustrante saberlo todo…-Charles suspiró suavemente. El enojo pareció desaparecer de su rostro para dejar paso a la fatiga.- Ver las máscaras que las personas usan, y a la vez, oír sus verdaderas voces. El contraste que producen puede ser muy fuerte, mi amigo.

-Y pensar que tú eres el primero en defender a los humanos.

-Los mutantes también usan máscaras, Erik.-corrigió.

-Bueno, en defender a las personas. Siempre eres amable con todos y pretendes que todos lo sean contigo y entre sí.

-No odio a las personas.-aclaró Charles, mirándolo fijamente.- Y no creo que sean malas. Oír sus pensamientos abre mucho mi perspectiva. No puedo encasillarlos así como así. Además, también me permite ver bondad donde otros no la ven.

-¿Cómo en mí?-y lo miró con los ojos un poco brillosos, pero seriamente.

 Charles sonrió tiernamente.

-Algo así, mi amigo. Pero contigo es diferente.

-¿Por?-quiso saber, intrigado.

-Porque tú eres auténtico, Erik.-y su sonrisa se ensanchó, y sus ojos azules brillaron.- Es lo que más me gusta de ti.

 Erik enmudeció unos segundos ante el inesperado halago. Charles lo miraba divertido, pero el alemán podía advertir un cierto sonrojo en sus mejillas.

-Es cierto que puedes ser un poco frío u hostil….Pero es sólo al principio. Ahora mismo, por ejemplo, me estás escuchando como si realmente te importaran los tontos problemas de ser un télepata.

-Me importan en serio.-sentenció seriamente, sin despegar la mirada de aquellos ojos azules.

 Charles lo miró un poco sorprendido, mas siguió sonriendo afablemente.

-¿Lo ves? Eres amable, mi amigo. Sólo hace falta escarbar un poco. Pero no te muestras de una manera diferente a la que eres. Si te cuesta mostrarte amable con todos es por lo que has sufrido, y eso es respetable. Sin embargo, las actitudes que te acabo de contar, no son respetable en absoluto. Tú…tú no usas máscaras, Erik. Y eso es mucho más grandioso de lo que crees.-suspiró con cansancio, pero un poco más feliz que antes.

 Ambos callaron, porque, por un momento, no había nada más que decir. Charles cerró suavemente los ojos, y su respiración un poco agitada llenó la habitación. Erik trataba de procesar todo lo que su amigo le había dicho, y todo lo que, irrefrenablemente, sentía. Era una persona muy inteligente, pero sentía que no podía comprender del todo al inglés. Y su corazón latiendo desbocadamente ante aquella sonrisa y esas dulces palabras no ayudaba en absoluto. Necesitaba calmarse y dejar un poco de lado su alegría si realmente quería ayudar a su amigo.

Y vaya si quería ayudarlo. Costase lo que costase.

-Hay cosas que aun no entiendo, Charles…-comenzó sin dejar de mirarlo.

-Creo que entender del todo a otra persona es imposible, mi amigo.-respondió sin abrir los ojos.

-Hablo en serio. Me refiero… ¿Por qué estás así? Me hablas de voces y máscaras, y créeme que lo comprendo, porque no me gustan las personas, por más que, a pesar de  todo, tú sigas defendiéndolas. Pero dejemos eso aparte por el momento. Es cierto que no nos conocemos hace tanto tiempo, aún así, jamás te había visto de esta manera. Tan débil, tan cansado, tan…

-¿Hastiado?-completó Charles.

 Erik asintió en silencio. Charles abrió los ojos, y lo miró con cierta inquietud.

-Y de hecho, hace un rato dijiste que no era la primera vez que te pasaba. ¿Cómo puede ser entonces que jamás te haya visto así? ¿Por qué no me lo comentaste?

-Supongo que nadie se enorgullece de sus debilidades.-fue su explicación.

 Erik alzó una ceja con desagrado.

-Y menos el arrogante Charles Xavier.

-No soy arrogante.-dijo enarcando las cejas, dolido.- No del todo.

-¿Entonces….?-exigió saber.

 Charles suspiró con pesadez.

-Odio admitirlo, pero aún no controlo del todo mi mutación. Siempre pensé que a esta edad ya sería fácil, ya no tendría estas etapas…supongo que me sobreestimé.

-Charles-suspiró Erik  esta vez.- ya sé que tienes estudios universitarios en genética, y que ahora mismo estamos reclutando mutantes para entrenarlos y enseñarles a controlarse. Pero eso no quita que no eres tan mayor como crees. No es como si ya tuvieses que saber todo de ti mismo. Además, tú nunca tuviste a alguien que te guiase o te entrenase. Yo creo que bastante bien lo estás haciendo, más con una habilidad tan delicada como la tuya.

 Erik le dedicó una mirada a Charles entre dura y compasiva. El oji azul suspiró con resignación. Estaba halagado por las palabras de su amigo, mas sabiendo que no se las dedicaría a cualquiera. Además, sabía que el “entrenamiento” que había tenido el alemán no había sido algo bonito precisamente, sino más bien uno de los mayores traumas que angustiaba su alma. El inglés sonrió levemente, sin alegría alguna.

-Gracias por lo que me dices. Ya sé que no soy tan mayor…pero aún así, es tan molesto…Es cierto que cada vez me ocurre con menos frecuencia, sin embargo, es cansador.-clavó su mirada en el techo.- Nadie lo sabe. Eres el primero.

 Erik abrió mucho los ojos, sorprendido.

-¿Pero, cómo…?

-No me gusta que los demás me vean en este estado.-y frunció el ceño.

-¿Y tu hermana? No es como si fuera tonta. Debe haberse dado cuenta.

-No me subestimes.-y sonrió con su típica arrogancia.- Si no quiero que alguien se entere de algo, créeme que será un secreto. Raven es inteligente, pero es inocente, y a veces me cree más fuerte de lo que en verdad soy. Y como soy una persona  solitaria, a nadie le sorprende que cada tanto me encierre en mi habitación sin querer ver a nadie.

-Cuando en realidad lo único que quieres es un poco de tranquilidad…-completó.

-Lo más posible.

-Supongo que en un viaje era complicado evitar que alguien se diera cuenta.-y ahora él sonrió con suficiencia.

-Ni tanto.-rió sin humor. Era una risa hueca, poco característica del telépata.-Casi lo logro. Si tan sólo tuviéramos habitaciones separadas…

-¿Por eso te enojaste tanto?-y le cayó como un balde de agua fría. Había tenido razón en sospechar sobre la insistencia de Charles en conseguir cuartos separados.

-Exacto.-sonrió coqueto.- ¿Por qué otra cosa sería sino? No me molesta en absoluto compartir habitación contigo.-y alzó ambas cejas casi imperceptiblemente.

-Veo que por lo menos aún conservas el sentido del humor.-replicó sonrojado. Y con algo de reproche, agregó- También por eso intentaste echarme, ¿cierto?

 La sonrisa del rostro del telépata se borró. Suspiró bajito.

-No lo digas así, Erik.

-Pero es la verdad.

-Bueno, en parte, sí.-miró al techo.- No es algo personal contigo. En estos momentos ni siquiera me soporto a mí mismo. Si pudiera echarme, lo haría sin problemas. Si pudiera callarlos a todos, por un momento…

 La frase quedó colgada del aire, y el cansancio en el rostro de Charles volvió a hacerse presente. Erik decidió perdonarlo, porque su amigo tenía un buen punto. Además, realmente daba lástima. Tan débil, tan cansado…

-¿No hay ninguna manera de que tu mente se calme? ¿Al menos por un rato?-indagó, dudoso.

-No que yo sepa. No digo que no exista una manera-siempre tan optimista, pensó Erik- pero la desconozco. Me encantaría conocerla.

-¿Ningún calmante te sirve?-y por un momento se esperanzó.

 Charles hizo una mueca de desagrado.

-Lo he probado varias veces.-frunció el ceño.- Pero prefiero evitarlos. Suelen sumirme en un estado de semi-consciencia, donde las voces llegan si bien más débiles, distorsionadas. Es como una fiebre inducida, un estado de delirio del cual no puedo escapar. Casi que prefiero oír las voces chillándome el cerebro.

-¿Y dormir?

Charles sonrió, compadeciéndose de la inocencia de su amigo.

-El sueño es un estado de la mente. No puedo dormirme con tanto griterío adentro. Y aunque me durmiese, probablemente ocurriría algo parecido a cuando tomo calmantes. Como cuando en tu sueño se cuelan ruidos del mundo consciente. ¿Entiendes?

 Erik afirmó en silencio, con aire grave. Realmente no se le ocurría nada más para solucionar el problema de su amigo. Su mutación era bastante más intrincada de lo que siempre había creído. Oh, y encima él estaba ahí, tan cerca, siendo tan sólo una mente más para atormentar el cerebro de su amigo. Otra voz en su cabeza, gritándole, molestándole. Suspiró para sus adentros. Quería ayudar a Charles, y odiaba sentir que sólo era un problema más. Como siempre. Quizás debería irse, como se lo había pedido su amigo…

-No te vayas.-murmuró Charles.- A pesar de las voces de tu mente, me gusta que estés aquí conmigo.

 Erik lo miró con una mezcla de sorpresa, felicidad, y enojo.

-¿Puedes dejar de hacer eso?-preguntó un poco más rudo de lo que hubiese querido, porque no soportaban que tocasen su mente.

-¡Ojalá pudiera!-respondió con ahínco.-Si tan sólo supiera cómo…

-Ya sé que no puedes detener todas las voces, pero al menos no te metas en mi cabeza…

-No puedo, Erik. No puedo evitarlo.-y clavó sus zafiros en los ojos ajenos con intensidad.

 Erik lo miró sin comprender. Charles suspiró.

-Supongo que tienes esa creencia popular de que los telépatas elegimos en qué mente nos metemos, ¿verdad?

-¿Hay otra manera de ser telépata?

-Digamos que es otra perspectiva. A ver…-y recurrió a sus habilidades de enseñanza para explicarse- Es como que estás parado en un salón con muchas puertas. Cada puerta es una mente. Seguro crees que lo que hace el telépata es elegir cuál abrir, ¿no?

-Bueno, ciertamente…

-Déjame decirte que esto no es así, amigo mío. En mi caso al menos, todas las puertas están abiertas.-Erik se sorprendió.-Todas.-remarcó.- No abiertas de par en par, pero sí entornadas. Por ellas se cuelan, entonces, las voces, los pensamientos, cómo quieras llamarles.

-No puedes cerrarlas.-concluyó, expectante.

-No, no puedo. Aunque quiera. Puedo no abrirlas, pero siempre quedarán un poco abiertas.

 El silencio cayó en la habitación. La respiración de Charles era agitada, y era el único ruido que se oía. Erik miraba fijamente a su amigo, tratando de comprender cómo se sentía. Éste miraba al techo, con los ojos  semicerrados. Puertas abiertas… ¿ante cuántas estaría Charles en aquel mismo momento? ¿Cuántas voces se colarían en su mente? ¿Cuántas veces habría intentado, sin éxito, cerrar alguna de ellas? ¿Es qué realmente no había manera de que el telépata pudiese tener unos instantes siquiera de paz? Erik pensaba a mil por minuto tratando de hallar una solución al problema. Le dolía ver a Charles tan agotado, sin fuerzas si quiera para pensar en una respuesta. Entonces, su cerebro se iluminó.

-¿Y qué ocurriría si entrases en una de esas puertas?

 Charles lo miró sorprendido e intrigado.

-Si entrases sólo a una de ellas. ¿Se cerrarían las demás?

-Bueno, normalmente, cuando entro más de lleno en una mente, las otras voces se calman un poco. No es como si las dejase de oír por completo, pero no chillan.-respondió aún con curiosidad.

-Entonces haz eso. Entra en una puerta.

 Charles lo miró, esperando una explicación. Erik se acercó lentamente al cuerpo de Charles.

-Entra en mi mente.-murmuró, pero estaba tan cerca, que su amigo lo oyó igual.

 Los zafiros de Charles se abrieron enormemente, brillando con ferocidad. Si la cercanía de Erik no era suficiente para ponerlo nervioso, sus palabras hacían el resto.

-¿Me estás pidiendo que entre en tu mente? ¿Tú, amigo mío? ¿La persona que más valora la privacidad que conozco?

 Notó que su amigo dudaba. Se removió, inquieto. Y se alejó un poco, como si contemplase la situación una vez más antes de responder.

-Sí.-fue su seca respuesta.

 Charles pestañeó varias veces, tratando de comprender la situación. Al final, sonrió con mucha dulzura.

-Gracias…

-Si entras sólo en mi mente-lo interrumpió emocionado, como si hubiera estado juntando fuerzas para decir aquellas palabras- no oirás las demás voces con tanta fuerza. Sólo tienes que abrir mi puerta, y meterte de lleno adentro. Así… podrás descansar un poco.

 Charles volvió a sorprenderse ante las palabras de Erik. Siempre había sabido que más allá de su frialdad había bondad en él, pero no esperaba que fuera tan grande. No cuando sabía que Erik era demasiado sensible a las personas, por lo que su mente, su corazón, su privacidad, eran algo sagrado.

 Algo sagrado que le estaba ofreciendo a él.

-Muchas gracias Erik-sonrió más ampliamente. Sus ojos y sus mejillas brillaban.- Sé lo que significa lo que me  estás ofreciendo.-una sombra cayó sobre sus ojos, y Erik sintió una punzada.- Pero…No creo que sea una gran idea.

-¿Por qué?-preguntó consternado.

 Charles arrugó los labios, dudando en responder. Suspiró. Erik merecía una respuesta.

-Tu mente es maravillosa, Erik. Es compleja, es interesante, eres muy inteligente y eso es algo que siempre me ha fascinado….-desvió un poco la mirada.- Pero estás muy herido, amigo mío. Sé que no es tu culpa y, de hecho, me encantaría poder ayudarte a calmar tu mente. Ahora mismo no puedo, pero cuando esté mejor…

-Entiendo.-lo interrumpió Erik secamente.

 Antes de que Charles pudiese agarrarlo, se alejó, aún quedándose sentado en la cama. Ya no miraba a su amigo, no se atrevía; prefería  mirar hacia el vacío, donde pertenecía. La única vez que quería realmente ayudar a alguien, y sus propias heridas no se lo permitían. En el fondo, por más que le doliese admitirlo, sabía que Charles tenía razón. Su mente era abrumadora incluso para él, no podía imaginar lo que sería para otra persona. Era retorcida, oscura, tenebrosa. Nadie querría entrar en ella. Y menos para buscar tranquilidad, que es lo que ahora necesitaba su amigo.

-Erik, yo no…-comenzó Charles, pero la mano de Erik le indicó que se detuviese.

 El telépata frunció el ceño. No dejaría que Erik fuese herido así como así. Juntando las pocas fuerzas que tenía, tomó la mano de Erik que lo había detenido y la apretó con fuerza.

-Puedo intentarlo.-y aunque sonó seguro de sí mismo, el alemán oyó cómo le temblaba la voz.

 Erik volteó a verlo. Charles estaba un poco levantado para llegar a sostener su mano. Estaba cansado, pero sus ojos mostraban mucha determinación. Se preguntó qué pasaría si Charles entrase en su mente en aquel estado de agotamiento.  Seguramente, los recuerdos de Shaw, del holocausto, de su madre; todo ello comenzaría a golpear al telépata sin piedad, y éste, estaría sin defensas. Su mente podía herir mucho a un indefenso Charles. No, no lo permitiría.

-No, tienes razón. No es buena idea.-concluyó.

-Aun así, me gustaría intentarlo.-refutó rápidamente.

 ¿Por qué? ¿Por qué no podía ayudar a esa persona que más lo había ayudado a él? Sólo quería darle paz a quien lo había salvado. ¿Era mucho pedir?

 Entonces Erik se dio cuenta. Quería ayudar a Charles porque él lo había ayudado. No, más que eso. Lo había salvado. En el instante mismo en que se habían conocido, sin pedir nada a cambio.

Ahora era su turno.

-¿Quieres que lo intentemos?-preguntó mirando fijamente a Charles.

 Éste asintió, sin entender por qué Erik hablaba en plural.

-Espera a que yo te lo indique.-le señaló el alemán.

 Erik cerró los ojos. Su respiración regular mostraba que estaba sumamente concentrado. Charles lo miraba, aprovechando para estudiar los rasgos faciales de su amigo, a quien nunca había tenido tan cerca. Erik era muy atractivo. Si tan sólo pudiera delinear esas facciones con el dedo sin asustarlo…

 La mano de Charles que sostenía la mano de Erik se vio apresada. Erik apretaba su mano con fuerza, y fruncía el ceño. Sea lo que sea que estuviese haciendo, se estaba esforzando. Charles iba a decirle que se detuviese, cuando Erik súbitamente se relajó. Apenas abrió los ojos.

-Ahora puedes entrar.

 Charles suspiró hondamente. Ya había entrado en la mente de Erik, así que podía suponer lo que le esperaba, y no era precisamente agradable. El alemán había sufrido mucho,  y su angustia era punzante. Aún así, confiaría en él. Siempre confiaría en Erik.

 Cerró los ojos y comenzó a introducirse en la mente de Erik. Sin embargo, no se encontró con angustia, rencor o dolor. Una sensación cálida comenzó a invadirlo. Era extasiante, y adictiva. Sólo quería sentir más de ese calor, así que se metió de lleno en la mente de Erik. Podía sentir, de manera lejana, los recuerdos dolorosos. Pero lo que más sentía era una calidez suave, una caricia al alma que lo hizo sonreír dulcemente, despreocupado de todo cuanto problema pudiese haber tenido antes. Se sentía en las nubes, como si todo estuviese bien. Como si allí adentro nada ni nadie pudiese herirlo, ni siquiera ese murmullo de dolores, ni los susurros de las voces de otras mentes.

 Aún en ese estado, podía sentir la mano de Erik, un poco temblorosa, pero aun tomando la suya. Charles la acarició con el dedo, suavemente, y el temblequeo se detuvo.

Oh, Erik…-murmuró en su mente.- Esta sensación….esta calidez…es hermosa. Podría quedarme aquí para siempre. Pero, ¿cómo…?

No estás siendo herido por mis recuerdos, ¿verdad?

No. ¿Cómo es posible?

Los estoy alejando. Quiero que tengas un lugar para descansar.

No te sobre esfuerces, amigo…..-y apretó su mano.

No lo hago. Quédate tranquilo.

Créeme que lo estoy. Jamás había tenido esta sensación de calidez. Es como…como si alguien acariciara mi alma.

 Charles sintió cómo Erik, en el mundo real, sonreía.

Dime, ¿cómo has logrado esta sensación?-preguntó intrigado.

Estoy recurriendo a un recuerdo en especial.

¿Puedo verlo?

 Erik se removió, un poco inquieto.

Te hará mal esforzarte en no mostrármelo. Suficiente esfuerzo estás haciendo ya….

De pronto, la calidez desapareció por completo, siendo reemplazada por un frío glacial, congelante. El telépata sintió el agua, y la falta de aire, y la desesperación y el dolor y el rencor. Y sintió algo detrás, una fuerza abrumadora y sorpresiva. Unos brazos lo abrazaron por detrás, y sintió como un torrente de calidez lo inundaba. Esos brazos no sólo acariciaban su cuerpo: acariciaban su alma. Lo protegían, no sólo de perder la muerte por la falta de aire, sino de sí mismo; de perder la vida por su propia terquedad. Lo llevaron hacia arriba, lo elevaron sin que esa calidez se perdiese. Y cuando por fin estuvieron fuera, Charles se vio a sí mismo, mojado y cansado, diciéndole que no estaba solo. Y ante esas palabras, el torrente pareció explotar, porque la sensación de seguridad y cariño llegó a cada rincón de su cuerpo, dejando la frialdad y los sentimientos negativos de lado.

-Esta sensación de calidez…-murmuró Erik con su voz real.- Me la diste tú, cuando nos conocimos. Cuando me salvaste. Y…cuando me dijiste que no estaba solo. Desde entonces, cada vez que siento que voy a estallar, o que no tengo nada porqué estar en este mundo, recurro a este recuerdo. Y vuelve a invadirme la misma sensación de bienestar.-su voz tembló un poco.-Espero que no te moleste.

 El corazón de Charles se agitó, emocionado y confundido.

-Jamás creí-murmuró débilmente con su voz- que causaría una sensación tan bella en alguien. Y mucho menos en ti…

 Erik se removió, nervioso. Charles apretó su mano, y la jaló suavemente hacia él. El alemán lo miró,  descubrió que el telépata sonreía. No había ni un rastro de burla en su sonrisa: sólo había nervios y emoción. Podría mirar esa sonrisa todo el día. Podría acercarse a ella…

 El ruido que hizo el puño de Charles contra la mesa de luz lo detuvo en seco.

-¿Qué ocurre?-preguntó preocupado, porque el telépata había estado evitando moverse desde que habían entrado al cuarto, y ahora sin previo aviso golpeaba un mueble.

 La sonrisa de Charles se había desvanecido. Su expresión volvía a ser agotada y frustrada. Erik oyó que en el pasillo del hotel unos pasos se alejaban.

-Era el botones.-comentó el inglés.- Estaba verificando si había alguien en la habitación o podía entrar a ver qué podía llevarse. Nos vio en el vestíbulo y pensó que podíamos tener algo de valor. Así que hice ruido para demostrarle que estamos adentro.-explicó con cansancio.

 Erik se mordió el labio, resistiendo las ganas de levantarse y buscar a ese imbécil. No sólo por querer robarles, sino por recordarles que estaban en un hotel, en el mundo real, y por romper el ambiente que con tanto esfuerzo había creado para Charles. Éste sonrió.

-No te molestes, amigo mío. No vale la pena.-y no parecía tan convencido.

 El alemán volteó a verlo. A pesar de todo, su prioridad seguía siendo Charles y su bienestar mental. Eso lo llevó a darse cuenta.

-¿Cómo oíste sus pensamientos?-preguntó entrecerrando los ojos con suspicacia.

 Charles suspiró sonoramente.

-No te ofendas, Erik. Ya te lo había dicho. Las voces no se detienen. Pueden apaciguarse, pero jamás callarse. No lo he logrado nunca. Y a veces creo que nunca lo lograré. Que simplemente aprenderé a vivir con ello. Todos debemos aprender a convivir con las dificultades que nos traen nuestras mutaciones, ¿no lo crees?-y sonrió dulcemente.

 Erik lo miró fijamente.

-Creo que tienes razón, Charles. Jamás aprenderás a controlar las voces.-respondió sonriendo, mostrando sus dientes de tiburón.

 Charles frunció el entrecejo, sintiendo su orgullo herido. Una cosa es que él no confiara en sus capacidades, y otra muy diferente era que Erik lo hiciera. Iba a responder, cuando su amigo lo interrumpió.

-Por eso, necesitas a alguien que lo haga por ti.

-¿Qué dices?-comentó abriendo mucho los ojos.

-¿El arrogante Charles Xavier necesitando ayuda? Pues sí, eso creo.-y sonrió aún más.-Quizás no puedas hacerlo solo, pero con ayuda de alguien, se podría lograr.

-¿Tú hablándome de dejar que alguien me ayude?-rió con ganas.- Erik, es el mejor chiste que me has contado.

-Oh no, no es un chiste, amigo.-y seguía sonriendo enigmáticamente.

-Vamos, Erik.-y ante la expresión de su amigo, se puso serio.-¿Lo dices en serio?

-¿Qué tienes que perder?-y era tan fácil ser tentado por sus palabras.- Tú me salvaste. Quiero devolverte el favor.

 Charles se mordió el labio inferior, tratando de decidirse. No es que no confiase en Erik, pero aún estaba sorprendido de estar en esa situación: él, tirado como un enfermo en una cama, y Erik sentado a su lado, muy cerca, ofreciéndole su ayuda de una manera un tanto misteriosa. ¿Qué estaría planeando? Podría meterse en su mente y fijarse. Pero era tentador dejarse llevar por sus palabras y descubrirlo por él mismo. Y las voces seguían allí, molestándolo, sin dejarlo pensar con claridad. ¿Por qué no confiar en Erik, y en esa sugerente sonrisa de tiburón que adornaba su atractivo rostro en aquellos momentos?

-Está bien-y clavó sus zafiros en los ojos ajenos.- Intentémoslo.

 La sonrisa de Erik se ensanchó, y el corazón del telépata se agitó.

-Entra en mi mente otra vez.

-Con gusto.-respondió coquetamente, cerrando los ojos.

 Otra vez la sensación de calidez lo invadió. Por dios, ¿cómo hacía Erik para proyectar tan bien su sensación? ¿Es que realmente él lo había hecho sentir así? Sólo esa afirmación bastaba para que todo valiese la pena.

-¿Te gustaría sentir esa calidez más a pleno, Charles?

 Oyó la voz de Erik como lejana, pero clara. Había algo en su tono que lo hacía sugerente, aunque no podía determinar a ciencia cierta qué era. Quizás era que había sonado más cerca de lo que recordaba estar del alemán. Abrió un poco los ojos, y descubrió que, efectivamente, su amigo se había acercado un poco. Eran pocos los centímetros que los separaban, y al alemán no parecía incomodarle, excepto por el leve temblequeo de su mano sobre la suya. Charles sonrió, porque no dejaría que Erik se diera cuenta de que él también estaba nervioso. Cerró los ojos aparentando tranquilidad.

-¿Crees que se pueda?-preguntó con curiosidad.

-¿Quieres probar?-y su voz fue casi un murmullo.

 Un murmullo que Charles oyó a la perfección, debido a lo cerca que estaban.

¿Qué puedo perder?-fue su respuesta mental.

 Sintió que Erik sonreía.

 Y de pronto, sus finos labios sintieron otros labios, más gruesos, pero igual de suaves. Erik había cortado la poca distancia que los separaba, inclinándose hacia el telépata, y capturando sus labios en un movimiento preciso. Sus manos aún estaban juntas, y ambos sentía el temblor ajeno. Charles se sobresaltó un poco ante el inesperado beso, pero enseguida se repuso, para demostrar que no le molestaba en absoluto. Aún con los ojos cerrados, se esforzó para controlar el torrente de emociones que en él se habían desatado, para devolver la caricia. Su corazón latía agitado, y su propia respiración había comenzado a acelerarse. El beso de Erik, que había comenzado siendo casi un roce, estaba ahora acelerándose. Los labios del alemán se movían con destreza, obligando a la boca ajena a abrirse para darle paso a su lengua. Delineó el contorno de los labios demasiado rojos con su punta, para luego introducirse en su cavidad. Charles no pudo evitar gemir cuando sintió la lengua de Erik en su boca. Lo habían besado muchas, incontables veces. Pero jamás se había sentido así, y menos un simple beso: tan agitado, tan extasiado, tan tentado, tan excitado. Quizás tuviese que ver su agotamiento, o la mente de Erik llenándolo de una calidez casi infernal.

“Tan suaves…” El pensamiento de Erik acerca de los labios de Charles se coló en su mente, produciéndole un cosquilleo en el estómago.

 No pudo reprimir la sonrisa que se formó en sus labios. Erik, aún besándolo, se percató de ello,  y enseguida cayó en cuenta en que pensamiento debía haber sido oído por el telépata. No dejó de besarlo, pero su beso se volvió algo más inseguro. El inglés se dio cuenta, y, entonces, una revelación hizo eco en su mente. Las voces, los pensamientos de los demás, seguían poblando su mente, aunque su intensidad había bajado considerablemente debido a Erik, a su mente y a su beso. Pero había más que eso: el alemán mismo tenía sus propios recuerdos que lo atormentaban todo el tiempo, volviéndolo una persona fría y poco dispuesta a estar con otras personas. Y ahora estaba ahí, no sólo acompañándolo, sino besándolo con pasión y cariño. Erik no sólo estaba calmando las voces de la mente de Charles; estaba calmando las suyas propias, para poder ayudarlo. Y eso, a Charles, le resultó la muestra de cariño más grande que alguien hubiese hecho por él, sabiendo lo terribles que podían ser los fantasmas del magnético.

 Emocionado ante este descubrimiento, Charles enredó su mano en los cabellos ajenos, atrayéndolo con fuerza hacia sí, profundizando el beso. Abrió su boca completamente, pero antes de que pudiera ingresar la lengua de Erik, su propia lengua se abrió paso con precisión en la boca del alemán. Comenzó a recorrer su cavidad casi con hambre, porque de pronto necesitaba sentir más a Erik. Y necesitaba que él sintiera su necesidad.

 Erik se sorprendió un poco por el repentino movimiento, pero internamente lo agradeció, ya que por un momento su autoconfianza había estado a punto de irse al tacho. Sin perder tiempo se inclinó aún más sobre Charles, devolviendo la caricia con la misma pasión que su amigo. Su mente sólo podía pensar en los suaves que eran los labios del inglés, en el color intensamente rojo que siempre los decoraba, y que él ahora estaba saboreando. Y, a propósito, comenzó a mandar sus pensamientos a la mente de Charles. O, más bien, levantó la barrera que siempre ponía con el telépata para que sus pensamientos llegasen casi sin filtro a él. Cuando Charles se percató de esto su corazón se agitó, porque Erik le estaba dando bastante acceso a su privacidad, a su bien más preciado. De golpe comenzaron a llegarle los pensamientos del alemán sobre sus labios, sobre su lengua, incluso sobre su adictivo aroma. El inglés ronroneó, demasiado contento de saberse tan atractivo para el magnético. Él mismo no podía dejar de pensar en las caricias ajenas, en la belleza de Erik, en sus dientes mordiendo ligeramente su labio inferior, en su boca depositando suaves besos en la barbilla para volver a buscar la boca ajena.

Era muy curioso, porque sólo hacía unos minutos antes estaban separados, y ahora sentían que no querían separarse nunca.

 Luego de unos minutos así, Erik comenzó a besar sólo la barbilla de Charles, despegándose poco a poco, hasta separarse completamente del telépata (aunque esto era relativo, ya que el “completamente” sólo eran unos centímetros). Erik miró el rostro del inglés: los ojos azules se abrieron ante la separación, y brillaban con intensidad, aunque el cansancio seguía instalado en ellos. El cabello estaba todo revuelto, el rostro normalmente pálido estaba completamente sonrojado, los labios estaban más rojos que lo usual (lo cual ya era mucho) y brillaban un poco, además de estar ligeramente hinchados por las mordidas. Charles lo miraba fijamente con la boca entreabierta, tratando recuperar el aire, respirando agitadamente. El alemán se preocupó por un momento, porque Charles, contrario a verse más relajado, como era su plan, parecía más agotado aún.

-Creo que sólo te estoy agotando más…-comentó, pero sin alejarse.

-Es un tipo de agotamiento diferente.-respondió rápidamente el telépata, recuperando el aire que le faltaba, mientras sonreía.

 -¿Y es mejor este tipo de agotamiento?-preguntó el alemán con gracia, sonriendo lujuriosamente.

-Mmm…bastante.-respondió el inglés, sonriendo con burla, al tiempo que Erik inclinaba su rostro hacia el costado del rostro de Charles.

 Charles no pudo evitar gemir roncamente cuando sintió que le mordía el cuello con lujuria.

“Eso suena más que bastante” pensó Erik, porque su boca estaba demasiada ocupada en besar el cuello ajeno como para hablar con su voz real.

 Charles sonrió divertido, llevando su mano a la cabeza ajena para enredar sus dedos en los cabellos rubios. Los labios de Erik, su lengua, sus dientes, sus cabellos, su respiración, su olor; ocupaban gran parte de la mente del telépata. Otro gemido escapó de sus labios cuando Erik mordió el lóbulo de su oreja, tirando hacia abajo.

-¿Las voces han disminuido un poco su murmullo?-susurró en el oído ajeno, haciendo que su aliento lo recorriese, lo que provocó un ligero espasmo en su compañero.

-Sí, han disminuido un poco.-contestó, frenando la tentación de presionar la cabeza de Erik contra su cuello para que siguiese besándolo.

Suspiró cuando oyó el pequeño bufido del alemán.

-Hey, mi amigo-y tomó el rostro ajeno entre sus brazos, alzándolo para mirarlo a los ojos.- No te frustres. Esto no tiene nada que ver contigo. Jamás he podido…

-Si tiene que ver contigo, tiene que ver conmigo, ¿recuerdas?-lo interrumpió, haciendo alusión al acuerdo que habían hecho hacia sólo unos momentos.

-….Pero eso no significa que no disfrute estar así contigo.-retomó su idea anterior, porque quería dejarlo claro.

-Pero no completamente.-volvió a inclinarse al cuello ajeno.

-Aún así, me gusta estar de esta manera contigo.

-No quiero que te guste. Quiero que lo necesites.

 El cuerpo de Charles tembló ante el tono casi posesivo de Erik, y reprimió un gemido.

-Erik, no hace falta…

-Charles.-Erik dejó bruscamente su posición y se acomodó para mirar fijamente los ojos azules.- No quiero darte un rato de gusto. Quiero darte un momento de relajación total.

 Quiero darte la paz mental que tú me diste cuando más la necesitaba confesó su mente.

 Charles sonrió tiernamente.

-Erik, calmar a las personas es mi especialidad. Es mi habilidad. Es por eso que no puedo calmarme a mí mismo. Nadie puede hacerlo. Quizás otro telépata…

-Sí podemos.-y el plural encantó al inglés.- Pero tienes miedo.

 Charles lo miró, incrédulo. Abrió la boca para contestar, pero no puedo emitir palabras, por lo que sólo quedó una sonrisa vacía. Luego de unos segundos, pudo articular las palabras.

-¿Miedo? ¿Qué quieres decir?-preguntó ofendido.

-Tienes que ir al límite, Charles.-dijo duramente.- Tú harás que tus alumnos superen el miedo que tienen a sus mutaciones. Al dolor que les causa. Mírame a mí. Me dices que mi mutación no depende de mi ira, y yo no puedo creerte del todo. Es…más fácil pensar que es así.-suspiró.- Lo mismo va para ti. Yo te digo que puedes superar, por un momento, tu propia mutación.

-Yo te ayudaré, Erik. Te demostraré que tu ira no te controla. Que tus poderes pueden surgir de lugares muchos más bellos.-y sonrió con  dulzura.

-Y yo te ayudaré a ti, telépata terco.-sonrió con suficiencia.-Haré que te superes a ti mismo. Sólo tienes que hacer lo que te diga.

Confía en mí. Y fue más una súplica que una afirmación. Tú me ayudaste antes. Déjame ayudarte ahora.

 Charles le dedicó una larga mirad a su compañero, cuyos ojos verdes seguían clavados en los suyos con insistencia. Por fin, suspiró, para luego sonreír.

-Está bien. ¿Qué quieres que haga?

 Erik se acercó lentamente, y comenzó a besarlo otra vez.

 Piensa sólo en mí.

Erik, sabes que no puedo pensar sólo…

Charles, yo haré mi esfuerzo, tú harás el tuyo. No te digo que sea fácil. Pero estamos juntos en esto. Así que hazlo. Bueno, trata de hacerlo.

¿Acallar las voces?

No. Pero concéntrate sólo en mí. En mi mente. En mí.

Bueno, no es como si me estuvieras pidiendo algo desagradable. Y sonrió entre medio de los besos.

-Charles-Erik se alejó de sus labios y plantó un beso en su cuello.-Harás todo lo posible para pensar sólo en mí. Y yo haré todo lo posible para que pienses en mí.

-¿Todo lo posible?-preguntó intrigado.

-Haré cualquier cosa para lograrlo.-movió su mano.

 La hebilla del cinturón de Charles se soltó, al tiempo que el cierre bajaba.

 El inglés se sobresaltó indisimuladamente.

-Atravesaré cualquier límite.

Que me permitas, claro.

 Charles abrió mucho los ojos. Giró la cabeza, quedando frente a Erik, que lo miraba fijamente. Estaban muy cerca. Erik estaba un poco agitado, con el pelo revuelto, los ojos brillando con un dejo de lujuria, la boca mostrando sus afilados dientes. Charles pensó que él debía verse igual de… ¿excitado? No, él debía verse peor aún. Porque su corazón latía como loco, entre el deseo y la ternura, entre la lujuria y la calidez de estar así con el alemán. Las voces eran más lejanas ahora, porque se estaba concentrando en ese rostro. Si sólo mirar a Erik de esa manera podía mandar tan lejos las voces, ¿a dónde se irían si sentía más de él? ¿Si sentía sus dedos, sus manos recorriéndolo? ¿Y más aún? La sola pregunta lo hacía estremecerse de placer.

-No quiero que hagas nada de lo que puedas arrepentirte.-fue su respuesta sincera. No quería perder a Erik, menos por su propia debilidad.

-Darte placer mental y corporal no es algo de lo que me arrepentiría jamás.-sonrió mostrando sus dientes de tiburón.

 Charles también sonrió, entre nervioso y enternecido. Pero también estaba excitándose, por lo que se mordió lentamente el labio inferior, mirando fijamente a su amigo. Erik suspiró con tan sólo esa imagen. Los labios de Charles eran muy rojos y brillantes. Demasiado.

Voy a tomar eso como un sí. Anunció su mente, y se lanzó a besarlo apasionadamente.

 Charles sonrió lujuriosamente antes de que su boca fuese capturada otra vez por el alemán. El beso era sumamente apasionado y demandante, ya sin dudas por parte de ninguno, sabiéndose deseados por el otro. Mientras su lengua recorría la cavidad ajena, una de las manos de Erik comenzó a deslizarle por el cuerpo acostado del telépata. Frenó de golpe, cuando llegó a la entrepierna. Rozó la zona con la yema de los dedos, sin dejar de besar al inglés. De golpe, su mano se cerró sobre el miembro del inglés, al tiempo que cortaba el beso alejándose unos pocos centímetros para ver su reacción. Charles gimió muy fuerte, abriendo los ojos. Sus orbes turquesas brillaban con ansiedad. Erik sonrió con suficiencia.

-Recuerda que tienes que hacer tu parte, Charles.

-Erik…-gimió aun sintiendo la mano ajena alrededor de él.

-Voy a hacer que no puedas pensar en nada más.-murmuró roncamente, clavando sus ojos verdes en los ajenos.

 Charles observó, entre incrédulo, asombrado, ansioso y excitado, como Erik descendía lentamente hacia su entrepierna. Todo había pasado demasiado rápido, pero quizás esa vorágine de acontecimientos fuese la que le permitiese alejar por un rato las insistentes voces. El hotel estaba lleno, como bien les habían dicho cuando habían llegado. Y estaban en una ciudad en una fecha de festival: miles de personas se movían en la calle, tan sólo unos pisos por debajo de ellos. Los pensamientos eran muchísimos, se sucedían constantemente, algunos verdaderamente intensos. Pero Charles era consciente de que no debía dejarse atrapar por ellos. Debía evitar caer en el abismo de voces. Erik estaba ayudándolo a que así fuese, así que él debía hacer sí o sí su parte. Y no es como si quisiera desechar la ayuda de Erik. Debía concentrarse en otra cosa. Erik le había dicho que pensara sólo en él…y por más que su mente estaba trastornada, seguramente en esos momentos sería un lugar pacífico como hacía  unos momentos. Charles entró lo más de lleno que pudo en los pensamientos del alemán. Y tampoco le costó demasiado concentrarse en él cuando sintió cómo bajaban sus pantalones. Ahogó un gemido cuando Erik volvió a tomar su miembro, esta vez con sólo su bóxer cubriéndolo.

-Erik…no hace falta que tú…-comenzó a decir entre pequeños respingos.

-Vas a tener que entrar en mi mente si quieres oír mis respuestas, Charles-lo interrumpió sin parecer querer  detenerse.- Porque voy a tener la boca ocupada.

 Tan sólo aquellas palabras bastaron para que al telépata lo recorriese una oleada de placer. Era increíble cómo lo excitaba Erik con tan sólo palabras, con tan pocos toques, con sólo verlo, inclusive con su mente. Apenas entró en la mente ajena, percibió que su amigo estaba tan excitado como él. Era casi palpable.

Dices que no hace falta, pero  creo que tu cuerpo dice otra cosa. Oyó que pensaba el alemán, al tiempo que acariciaba su entrepierna suavemente. El telépata supuso que se refería al hecho de que estaba muy duro, además de ya estar mojado. Decidió seguirle el juego a su amigo. Por su actitud y su mente, era obvio que no estaba haciendo todo aquello por algún tipo de obligación moral. Y que, si así era, igual lo estaba disfrutando. Eso le bastaba al inglés.

-Entonces podrías apurarte un poco.-respondió alzando una ceja.

 Erik alzó la vista, le sonrió lujuriosamente, y sacó su lengua, para luego pasarla a lo largo de todo el miembro erecto de Charles. Éste gimió casi guturalmente de placer. Erik le bajó los bóxers, y comenzó a lamerlo. El inglés no podía dejar de gemir. Pero no podía perder el foco: tenía que tratar de concentrarse en no alejarse de la mente de Erik. Porque incluso durante el sexo oía las voces, aunque mucho más lejanas que en otras situaciones cotidianas.

Charles. Charles. ¿Charles?  La voz de Erik en su cabeza llamándolo fue una suerte de hilo conductor que lo llevó hasta la mente ajena.

Aquí estoy, Erik. Le respondió mentalmente para mostrarle que su mente también estaba allí.

No olvides tu parte.

Tsk, ¿cómo…?¿cómo podría? A Charles inclusive le estaba siendo difícil articular sus pensamientos debido al placer que Erik estaba causando en él.

 Sintió que el alemán sonreía.

¿Te gusta, Charles? ¿Te sientes bien?

¿Cómo preguntas…? Quiero decir, ¡Por Dios, Erik! Estoy en el maldito cielo.

No, no del todo. No aún.

 Notó que Erik comenzaba a acelerar el ritmo. Su lengua se movía con agilidad sobre su cuerpo, igual que sus manos, que se encargaban de acariciarlo. Además de lamer su miembro, el alemán comenzó a lamer y besar su ombligo, para luego descender más aún. El telépata prácticamente no sentía sus piernas, con tanto cosquilleo concentrado en su entrepierna y su ombligo. Las manos ajenas también ampliaban su recorrido, acariciando cada rincón de su cuerpo. Charlas agarró con fuerza las sábanas, extasiado por el aumento de velocidad.

Tienes que seguir concentrándote, Charles. Ya sé que aún oyes las voces. Pero trata de oírme sólo a mí. De pensar sólo en mí. Es más, no sólo mi mente. Tienes que concentrarte en mi cuerpo también. En mis dedos….y lo demás te lo dejo a ti.

Charles gemía sonoramente, agitado. Con una de sus manos soltó la sábana para llevársela a la cabeza, tratando de concentrarse. Y no es que fuese muy difícil…sólo podía pensar en los dedos de Erik recorriéndolo y acariciando suavemente, en su lengua mojándolo todo a su paso, en su labios depositando pequeños besos y mordidas a lo largo de todo su miembro, en su aliento pegando  contra su desnuda piel, en su propia temperatura aumentando a un ritmo preocupante. El placer que Erik le estaba dando era tremendo. Sí, tenía razón: las voces seguían allí, aunque ya mucho más lejanas que antes. Además, a Charles no le importaban demasiado mientras Erik siguiese allí abajo.

¿Estás seguro que proporcionar tanto placer no es parte de tu mutación? Su boca estaba demasiado seca de jadear como para articular las palabras con su propia voz.

Tú eres  el profesor de genética, ¿no?  

 El hecho de que Erik le respondiese en su mente, porque como bien había dicho, su boca estaba ocupada, excitaba muchísimo a Charles. Era la primera vez que podía usar su telepatía abiertamente durante el sexo con alguien. Y era genial.

-Erik…-se escapó de sus resecos labios, demasiado excitado.

¿Siguen allí, cierto?

¿Y eso qué importa? No son más que un murmullo ahora.

No voy a dejar que sean siquiera un murmullo.

 Charles sintió que tiraba de la mano que aún sostenía las sábanas. Dejó que la guiara, y fue a parar directo a la cabellera rubia. No dudó  en enterrar sus dedos en ella, tironeando un poco. Sentir el cabello de Erik, ciertamente, era lo que le faltaba para estar completo. Pero Erik iría un paso más allá.

Amo sus gemidos.  El pensamiento le llegó a Charles casi como si se hubiese escapado de la mente ajena. Charles trató de concentrarse un poco más en la mente de Erik, sin perder de foco el placer infernal que estaba sintiendo.

Podría escuchar esos gemidos todo el tiempo. Y más si dice  mi nombre.

-Erik….-y sintió que el cuerpo ajeno se estremecía, aunque sin detenerse.

Su piel es tan suave…Y al mismo tiempo está tan duro. Me pregunto si alguna vez habrá estado tan duro. Sólo me dan ganas de acariciarlo más y de lamerlo una y otra vez. Es tan delicioso. Quiero tenerlo en la boca y saborearlo todo, hasta que no le quede nada. Hasta que grite mi nombre y no pueda pensar en nada que no sea placer, placer y placer.

 Charles se estremeció. Los pensamientos de Erik llegaban desordenados, porque no iban dirigidos a él realmente: eran las sensaciones de ese momento de su amigo, que había levantado del todo su barrera mental para que llegasen al telépata sin tanto esfuerzo. Y cada palabra que llegaba a la mente del inglés parecía aumentar aún más su excitación. Sentía que si oía una palabra más, explotaría. O si Erik seguía lamiéndolo así, metiéndose y sacándose de la boca su miembro una y otra vez mientras sus manos jugueteaban por ahí. Definitivamente nunca había estado tan excitado en toda su maldita vida. Pero, ¿por qué? Lógicamente, varias personas le habían practicado sexo oral, y algunas de maneras increíbles. Sin embargo, jamás se había sentido tan al límite como ahora, tan en el cielo, tan fuera de sí mismo, entregado a un placer extremo. ¿Qué hacía Erik diferente?

 Entonces cayó en cuenta.

 Erik se estaba entregando completamente.

 Erik no estaba pensando en su propia erección, sofocándose en sus pantalones. No estaba esperando a terminar su tarea para disfrutar él. No le estaba exigiendo absolutamente nada a Charles, sólo le pedía que disfrute. E incluso sus pensamientos reflejaban esa actitud entregada al placer ajeno. Erik le estaba dando todo lo que podía, tan sólo para que él tuviese un segundo de paz. Su única misión era esa, sin pensar en nada de sí mismo, alejando incluso sus propios problemas para él. No, no era una entrega mutua. Es cierto que Erik lo estaba disfrutando demasiado, pero era más una consecuencia que una causa. Lo importante era el placer de Charles.

Y ese descubrimiento bastó para que Charles explote.

Charles gritó con fuerza el nombre ajeno, mientras la mano que sostenía su cabellera no podía evitar presionar hacia abajo. Sintió una descarga de placer que le atravesó toda la espina dorsal, llegando hasta su entrepierna, y liberando toda la tensión en el orgasmo más grande de su vida. Porque fue más grande que eso: por unos segundos, la mente de Charles Xavier quedó en blanco. No había allí ninguna voz ajena. Sólo paz, tranquilidad, y sobre todo, silencio. Charles se sintió en un cielo carnal y un cielo espiritual a la vez. Fue el placer más profundo que jamás había tenido. Cuando comenzó a volver, lentamente, las voces siguieron siendo un murmullo, menos una. Charles sonrió, mientras su cuerpo terminaba de relajarse, a la vez que su mente. Sin darse cuenta había cerrado los ojos. Cuando sintió que volvía a ser un solo ente terrenal, se dio unos segundos para recobrar sus sentidos. Estaba en una cama cómoda. Y Erik seguía allí. No había sido un sueño. Abrió sus ojos muy despacio, mientras su boca aún trataba de buscar algo de aire, completamente agitado. Y relajado. Al terminar de abrir los ojos, vio que Erik estaba mirándolo fijamente, frente a unos pocos centímetros de él. Ya no estaba en su entrepierna, sino que había subido a la altura de su rostro. Tenía los ojos brillosos por el placer y el agotamiento. Charles notó que su mente también estaba reacomodándose. Y estaba un poco ansioso.

-¿Funcionó?-y casi se le hizo raro oír su voz normal y no en su cabeza.

 Charles sonrió lo más que pudo, dado la falta de fuerzas que tenía. Tomó con ambas manos la cabeza de Erik, acercándola a la suya.

-Emmm, Charles, yo tragu…

 Charles no le hizo caso al comentario de su amigo y lo besó suavemente en los labios. Se besaron tranquilamente, mientras ambos recuperaban el ritmo normal de respiración. Charles notó que la mente de Erik se relajaba, y volvía a ser hermética como siempre. Aunque se lamentó un poco, eso lo volvía a hacer valorar lo que el alemán había hecho al presentarle abiertamente sus pensamientos. Sonrió en medio del beso, y lo interrumpió para mirar esos ojos verdes que tanto lo atraían.

-Gracias, mi amigo. Fue la primera vez que realmente tuve un momento de paz.

-Entonces mi deuda está saldada.-comentó Erik, sonriendo a su vez.

Charles enarcó sus cejas.

-No vas  decirme que lo hiciste solo por eso.

 Erik rio suavemente ante la cara de frustración de Charles.

-¿Y qué si lo hago?-lo desafió.

-Bueno, parecías disfrutarlo demasiado como para ser sólo una saldada de deuda.-y le guiñó el ojo sensualmente.

-Cállate, Charles.

 Charles rió. Cerró sus ojos unos segundos.

-Estoy tan relajado….creo que hoy voy a dormir como nunca.-comentó, completamente feliz.

-En ese caso…-sitió que Erik amagaba a pararse, seguramente para dirigirse a su propia cama.

 Charles lo tomó del brazo, impidiéndoselo.

-Duerme conmigo.-le pidió, mirándolo fijamente.

 Erik suspiró, y se acostó a su lado. Charles apoyó su cabeza en su pecho.

-Gracias, mi amigo. Por todo.

 Erik enredó sus dedos en el cabello castaño, jugueteando suavemente con él.

-Me gusta saber que pude darte al menos unos segundos de paz.-dijo con cierta timidez.

-Me diste más que eso, Erik. Me das más que eso.-respondió rápidamente, acariciando el pecho ajeno con sus dedos.

 Su corazón saltó de emoción cuando sintió la sonrisa posarse en el rostro ajeno.

-Y te prometo que algún día lograré hacer lo mismo por ti.-dijo decididamente el inglés.

-¿A qué te refieres? Yo no soy un telépata.-comentó extrañado.

-Eso no quiere decir que tengas paz.-Charles alzó la cabeza y clavó sus ojos azules en los orbes verdes.- Te prometo que, así como hoy callaste las voces externas de mi mente, yo callaré las voces internas de la tuya.- y para cerrar el trato, lo besó suavemente.

Confía en mí, como yo confié en ti. Dijo en la mente de Erik, porque tenía los labios ocupados en el beso.

¿Seguro que lo lograrás?

Lo lograremos.

 Erik sonrió.

Y pensarás sólo en mí. Pensaron ambos al unísono.

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¿Y? ¿Muy raro? ¿MUy malo? Agradecería de todo corazón que me dejasen un review, en serio

Nos leemos~!


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