Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

A primer libro por yoru reverie

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Había escrito esta historia hace mucho tiempo, pero lo escribí a la rapida y lo subi a la rapida, asi que en realidad nunca me gustó como había quedado. Asi que hoy, dos o tres años después, lo subo de nuevo, que lo disfruten.

 

 

A Ale siempre le gustó leer. Más que salir con amigos, mas que ver televisión, mas que las chicas o chicos, más incluso que el resto de las personas; a Ale le gustaba mucho leer, podía pasar  tardes enteras sin despegar ni un solo segundo la vista de las paginas. Incluso ahora a sus 27 años, Ale pasaba las tardes lluviosas de sabado, como aquella, leyendo.

Le gustaban las historias cortas y autoconclusivas, le gustaba ese calorcito que dejaba leer una buena historia. Los cuentos cortos y la narrativa elgante de los grandes cuentistas del sigo XIX estaban dentro de sus favoritos. Pero también disfrutaba mucho de las novelas, sus favoritas eran las de suspenso, donde habían policias y mafias; admiraba profundamente aquellos sentimientos de fraternidad y lealtad entre los delincuentes y como la trama iba torciendo la moralidad del lector. También disfrutaba las novelas de fantasía donde podía sumergirse en mundos imaginados, conocer brujas y magos, vencer a dragones y a señores oscuros, creer que todo era posible e imaginar infinidad de paisajes de ensueño, hermosos y terribles a la vez.

También le gustaban mucho las historias románticas, historias donde los protagonistas atravesaban las mas inimaginables tribulaciones para poder estar juntos, historias de amor prohibidas y épicas, también historias de amor contenporáneas; donde dos almas perdidas y deambulantes se conocían entre los vapores del café y el olor dulce de los pastelitos. Pero con aquellas historias de amor era mucho mas exigente, porque las novelas romanticas pocas veces le parecían reales y en vez de dejar en el un sentimiento calido en el pecho, solo quedaban dudas dando vueltas. No le gustaba que los personajes fueran tan arquetipicos, que ella fuera perfecta y que el, siempre guapo y elegante, se enamorara de la protagonista con apenas mirarala. Al final ella jamás tenía amor propio y carecía de confianza en sí misma, pero de alguna manera su amor puro y verdadero siempre lograba salvarlo. Aún así, su placer culplable eran aquellas escenas melosas y cargadas de coqueteos de las primeras citas y se imaginaba a sí mismo intentando coquetear con alguien en una cafetería. Siempre terminaba riendo de si mismo.

Ale buscaba en los libros un romance épico, uno que trascendiera el tiempo y el espacio y que a la vez fuera cotidiano y real. Quizás Ale debería escribir el mismo aquello que deseaba leer.

Aquella lluviosa tarde de sábado, mientras el cielo lloraba a mares sobre las inundadas calles de la ciudad, Ale leía una novela de misterio. Llevaba mucho tiempo estancado con ella, porque cada vez que empezaba a leerla se ponía a pensar en las historias románticas y en las ganas que tenía de leer una… suspiró largamente, no tenía ninguna que no hubiera leído ya, y el incesante y violento golpeteo de la lluvia sobre el cristal de la ventana lo hizo desistir de la idea de ir a librería y comprar alguna.

Giró la vista hacia los goterones en la ventana, parecían gruesas lágrimas escurriendo por una mejilla pálida y lozana. Sintió el impulso de secarlas todas. Medio sonrió, siempre había sido un romántico; incluso en aquellos lejanos días de su adolecencia, cuando a los 16 años ya se habia leído todos los libros de la biblioteca de la escuela y tuvo que empezar a ir a la biblioteca municipal.

Pero los libros en sí no era todo lo que lo motivaba para asistir cada semana sin falta a una intensiva sesión de lectura. Le gustaba el olor mezclado del papel arrugado y viejo con el aromatizante de ambientes que usaba la vieja regordeta del mostrador. Le gustaba la textuta de las hojas amarillentas y el crujir de las paginas al irlas pasando. Le gustaba el olor de la madera de las paredes y la vista de las estanterias con sus libros ordenados y perfectamente organizados le daba paz a su alma.

Aquel adolescente flacuchento y largirucho que era en ese entonces se la pasaba los sábados como aquel detrás de un libro diferente cada vez, con una modesta pila de otros títulos sobre su mesa y una suave sonrisa en su cara. Su única pausa, era para subirse los anteojos cada vez que resbalaban por su nariz.

Nunca prestó atención a algo más en aquella biblioteca que a los viejos libros que lo acompañaban, ni siquiera recordaba el rostro de la vieja regordeta del mostrador. Nunca se dio cuenta del poco público que tenía la biblioteca y jamás vio otro paisaje que el le mostraba la ventana junto a la mesa de siempre, porque jamás usó ninguna más; solo la penúltima mesa de la fila junto a la ventana.

Nunca se dio cuenta de que como él, había gente que asistía casi sagradamente todos los sábados; como la hija de bibliotecaria, que pasaba sus tardes jugando en el pequeño jardín exterior, o como aquel anciano, que tardó casi medio año en leer un enorme volumen de historia universal solo los sabados por la tarde. Tampoco captó jamás la mirada tímida y curiosa que le escudriñaba dos mesas más hacia la derecha, cuando se tomaba descansos en su arduo estudio, y asomaba la cabecita pelirroja por arriba de los grandes volumenes de matematicas para observar a Ale leer.

Toda aquella rutina amada cambió sin más un sábado cualquiera.

A decir verdad Ale no se acordaba si ese día estaba lloviendo o hacia sol, o si había ocurrido un cataclismo de proporciones bíblicas fuera de la biblioteca, solo se concentró en aquel tercio final del libro que estaba leyendo, en aquel punto donde ya no podía parar de leer y derrepente se dio cuenta que desde el capitulo 18 se saltaba al 22 … ¡Aquel libro habia sido cruelmente mutilado! se acercó hecho un vendaval hacia el mostrador para consultar a la bibliotecaria si habia otra copia del libro, porque cuando lo sacó del estante no vio ninguna más, pero tanto era el desespero de su andar que sin darse cuenta de pronto chocó con algo sólido como una pared y cayó hacia atrás.

Cuando se le pasó el atontamiento de la caída se dio de que cuenta de que habia chocado contra otra persona, un joven más o menos de su edad: era pelirrojo y de su misma estatura, tenía unos ojos verde desteñido y una mueca de dolor fruncía su boca mientras se sobaba un brazo con la mano libre.

-l-l-lo siento-Tartamudeó torpemente Ale-no me fijé que venía alguien dando la vuelta.

-no te preocupes, se que no ha sido a propósito-aclaró el otro joven

Ale solo pudo hacer un puchero. El otro chico se rió y un violento sonrojo cubrió las mejillas de Ale.

-Vaya desastre-comentó el otro chico. Al chocar habian botado al suelo varios libros de la estantería que de alguna forma habia amortiguado la violencia de su golpe.

-¡por dios! tenemos que levantar todo esto antes de que la vieja del mostrador nos vea- el otro chico se volvió a reir, al tiempo que se ponía de pie y recogía algunos libros.

Les tomó aproximadamente 15 minutos recoger y acomodar todos los libros que habian tirado, para cuando terminaron el chico pelirrojo invitó a Ale a tomar un café en la maquina que estaba en el hall de la biblioteca, lejos de la sala de lectura. Ale aceptó, de todas formas ya se habia desconectado de su lectura.

Aquel incidente, un sábado cualquiera 11 años atrás marcó un cambio en su rutina sabática. Los libros siguieron siendo los protagonistas de inmureables tardes, pero Ale ya no se sentaba a leer solo, junto a el siempre había un chiquillo pelirrojo estudiando para algún examen o haciendo alguna tarea y todos los sábados, a las cuatro y media, había una pausa obligatoria para tomar café, donde ambos muchachos dejaban a un lado el mundo de las letras y pasaban a los sonidos y a las palabras; al pequeño mundo real e inmaginado que habían comenzado a construir un sábado cualquiera.

Gabriel, aquél era el nombre del nuevo amigo de Ale, le contó que iba a allí cada sábado a estudiar porque tenía 3 hermanos pequeños y en casa no se podía concentrar, que le gustaba mucho tomar café y que quería ser arquitecto. Ale le contó que le encantaba leer y que los sábado estaban reservados en su agenda para esta tarea, por eso los aprovechaba al máximo, le contó que soñaba con algún día llegar a hacer libros y que siempre que terminaba de leer uno se quedaba sumido en la melancolía.

 

A Gaby, en algún momento en algún sábado Ale comenzó a llamarlo así, le gustaban esos ojos que se escondían timidos detrás de los anteojos y entre las paginas de los libros y a Ale le encataba escuchar hablar a Gaby, y todas aquellas tonalidades de rojo distintas que tenía su cabello.

Corrían los sábados en paquetes de a cuatro, y la pausa del café era cada vez más larga y conversada. En algún momento las historias y los estudios quedaron resagados e ignorados sobre las mesitas redondas de la biblioteca. Cada tarde se volvió sagrada y cada despedida al anochecer venía con la promesa tácita de volver a verse la semana siguiente, sin excepción.

Ale siempre recordaría aquellas tardes con nostalgia, anhelo y una sonrisa; porque fue entonces cuando descubrió por fin algo que le gustaba mucho mas que leer.

El sonido de un trueno lejano lo trajo de vuelta desde las profundidades de sus recuerdos, suspiró y sonrió con dulzura. Todavía llovía fuertemente y un viento implacable azotaba las ventanas. Entonces miró la hora y la novela de misterio quedó de nuevo olvidada sobre el pequeño sofá en la cocina. Había pasado mas tiempo perdido en sus pensamientos del que habia creido, tampoco había sido su intención perderse así en sus recuerdos.

Se puso de pie con desidia y caminó lentamente hasta la encimera de la cocina, preparó café y se apoyó sobre el frio marmol mientras este se calentaba, mirando de forma ausente por la ventana de la cocina. A punto de perderse nuevamente de sus pensamientos, un ruido en la puerta principal lo sobresaltó, se acercó a la entrada del departamento justo para ver aparecer en el umbral puerta una cabeza pelirroja mojadísima envuelta en una bufanda.

-¡Gaby! ¡estás empadado!- se apresuró a quitarle la bufanda estilando de la cabeza, mientras Gabriel luchaba por salir de su chaqueta.

-Las calles parecen rios-dijo Gabriel por fin saliendo completamente de la pieza de ropa, dejandola en el suelo. Cuando se vio por fin con las manos libres, tomó la cintura de Ale y le besó tiernamente.

-tardaste mucho-Ale hizo su puchero caracteristico y se acomodó los anteojos que insistían en resbalar por su nariz.

-había mucho tráfico-contestó Gaby. Caminaron hacia la cocina y mientras Gaby se secaba el pelo con una toalla Ale se dispuso a servirle una taza de café humeante y espumoso, recién hecho.

-Sabía que esto iba a suceder, así que preparé café-sonrió mientras se servía su propia taza y se sentaba frente a Gaby en el desayunador.

La semana que venía cumplirían su aniversario número 8 viviendo juntos y Ale estaba haciendo esfuerzos sobre humanos para que Gaby no se diera cuenta de que estaba tramando algo y mientras ambos se sumergían en su propia rutina en su mundo real e imaginado, la novela de misterio, desde el sofá, le hacía desprecios a Ale por dejarla siempre de lado, ignorada y rechazada, cada vez que Gaby volvía de trabajar y  se reía como se reía 11 años atrás, cuando Ale encontró algo que amaba más que a los libros. En ese momento Ale no solo se olvidó de la novela de misterio, si no también de aquella novela de romance que tanto quería leer.

Aquella era su propia historia de amor; una real y épica, donde nadie era perfecto, pero de la que Ale jamás cambiaría algo, todo aquello para el era mas hermoso y épico que todo lo que Shakespeare pudo haber escrito alguna vez, aquella era su propia historia de amor.

Ale buscaba en los libros un romance épico, uno que trascendiera el tiempo y el espacio y que a la vez fuera cotidiano y real. Ale buscaba en los libros un romance como el que tenía con Gabriel.

 

 

 

 

 

  

 

Notas finales:

Y eso fue :p  

espero que les haya gustado, no olvide dejar un review 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).