Belle de Jour
Por Katsumi Kurosawa
Prólogo
Diciembre 25 – Seúl, Corea del Sur 12:30 de la madrugada.
Dong Youngbae estaba en mi apartamento esa noche cuando la tormenta se había puesto más intensa y nuestro jefe nos había que dicho tomáramos ese día de descanso ya que era poco probable que algún cliente quisiera asomarse.
Sentado con suma sutileza, el rubio estaba mirándome como si reflexionara acerca de las vidas de ambos y como si quisiese decirme algo importante.
—Quiero dejarlo —susurró divagando en la ventana después de su largo pensar y la tormenta de nieve se intensificaba, así como el viento golpeando las ramas de los árboles en mi habitación.
—Yo también quiero, pero esto me ha dado todo… Papá Yang me ha dado todo… sería una ingrato si quisiera dejarlo ahora… a estas alturas… —le dije tranquilamente, mientras mi mirada se paseaba por su cuerpo esculpido.
—Pero Ji… no quiero más esto… quiero casarme, tener una familia, esta profesión no me dejará hacer eso —asumió serio— además… los clientes son unos… ¿Cómo se dice? Perturbados… y cada vez se vuelven peor…
—Eso lo sabíamos cuando huimos del orfanato y nos metimos en esto…
—Sí, pero estoy harto —fue su sentencia y devolvió su mirar a mis ojos.
Me acerqué. Nuestra relación era cálida y de años en los que juntos sufrimos en uno de los orfanatos más espantosos de Corea, así que nos amábamos como hermanos de sangre, aunque no lo éramos
Fuimos acogidos por el Señor Yang mientras vagábamos hambrientos por la ciudad. Un auto lujoso se paró ante nosotros quienes vestíamos ropa demasiado holgada para nuestra edad y nuestras caritas sucias reflejaban el hambre.
Nos invitó a su Mercedes y nos llevó a su casa.
Nos alimentó y nos dio ropa. Nos dio una nueva vida a partir de ese momento.
Después nos enteramos que la fortuna del señor Yang venía de su extenso negocio de prostitución en la zona roja de Seúl. Pese a que nunca nos lo pidió, nosotros decidimos entrar al negocio cuando tuvimos más edad.
Nos cotizó como las gemas más hermosas de su alhajero y desde entonces nos mantuvo como los empleados más valiosos de su empresa, no nos vendió a cualquiera.
Para Yang Hyung Suk… yo era el “hermoso mestizo, regalo del cielo”. Era evidente que mi madre había sido una americana.
Cuando tuve la suficiente edad me inicié en esta profesión peligrosa… pero increíblemente bien pagada…
Sobre todo, si se hablaba de Belle de Jour, la empresa por excelencia que ejercía esta profesión…
—Esto de venderme no lo quiero más… sólo cuando estoy contigo no me siento un negocio… no me siento mercancía que papá Yang pudiese vender… —dijo Bae en un susurro perfectamente audible.
Una risa irónica me contagio. ¿Acaso sentía algo por mí? Lo dudo… creo que lo nuestro era la manera de darnos cariño en la vida real…
— ¿Conmigo? —le miré asustado. Me había dado escalofríos pensar que Bae realmente tuviera esos sentimientos que no podía corresponder.
—No me malinterpretes… siento que de todos los de… aquí… sólo tú… puedes entenderme y eso se siente bien —miró a un lado como si aquello que dijo le costase mucho y es que mi amigo era de pocas palabras.
Desde siempre Youngbae no fue muy expresivo, al menos no con las palabras. Es de esas personas que parecen calladas, tímidas y hasta reservadas, pero… era un hombre gentil a su manera… dulce a su manera y de entre mis muchos amigos sexuales, mi favorito… ya que sabía tantas mañas como yo, y el sexo dejaba de ser un deber de nuestra profesión… más bien un deleite.
Se acercó a mí con parsimonia planeando sus cosas, siempre tan calculador… era como si su mundo fuese siempre planeado.
Yo solo ladeé la cabeza, sentado al borde de mi cama con aquella diminuta bata de dormir, me sentí acorralado por él. Simplemente se deslizaba sobre mí, haciéndome sentir escalofríos, pronto sentí como mi cuerpo estaba ya contra las sábanas y sus labios en mis labios besándome con gentileza.
El era uno de los dos hombres que me besan los labios. Yang me tenía terminantemente prohibido el acto… él sabía por qué.
Pero no me importaba demostrarle de esa forma mi cariño a Youngbae… era como si aquel contacto transmitiera nuestro sentir.
Planeaba ser una larga noche… una de mucho placer…
Su mano sinvergüenza entre mis piernas mientras, tanteando mi entrada, introduciendo un dedo. Yo me aferraba a su abrazo gimiendo débilmente… ese le gustaba, la persona que disfrutase de sus caricias, pero en su caso yo no actuaba y eso… es algo que simplemente amo de él.
Se deshizo de mi ropa tan rápido que mi sorpresa fue notoria.
— ¿Cuál es la urgencia de hoy? —le susurré al oído cuando se quitaba las ropas.
—Que es navidad y no nos hemos dado nuestro regalo… —siseó acariciándome y metiéndose en las sábanas y cubriéndome del frío latente, como si yo no estuviera acostumbrada al frío, como si no hubiera crecido en Seúl.
—Yo nunca he creído en Santa Claus… es un maldito pedófilo sinvergüenza…
— ¿Quién habló de Santa Claus? Yo sólo quiero el regalo que no puedo comprar… —y tomó mi boca de nuevo.
Éramos amigos… amigos que compartían la cama… amigos que compartían su pena de querer dejar un trabajo de esta calaña.
Yo, Kwon Ji Yong, soy un mestizo de madre americana y padre coreano. Rubio natural que adoraba jugar con el color de su cabello y de peculiares ojos almendrados.
Frío como el hielo… una perra en toda la extensión de la palabra. O al menos el Jiyong real lo es…
Pero en mi trabajo soy lo que el cliente pida, cuando lo pida y como lo pida…
Continuará…