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El más grande Rey por Gato-de-Cheshire

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Notas del fanfic:

Este fic lo escribí con la mejor intención de que fuera un one shot :c pero cuandome di cuenta ya se había alargado más de lo que esperaba, así que supongo que lo dividiré en 2 o tres partes, dependiendo de cómo lo termine. 

El desarrollo de este capítulo es lento ya que es casi como una introducción. Aún así espero que lean y lesguste.

Kuroko no Basket y sus personajes no me pertenecen, son de Tadatoshi Fujimaki y esas cosas.

En un majestuoso palacio construido de piedra caliza yacía una mujer en su elegante lecho. Sus cabellos eran una cascada negra que caía sobre las sábanas como largas patas de araña, sus ojos eran lapislázuli y su piel, impoluta, era oscura perlada por diáfanas gotillas de sudor.
Había entrado en trabajo de parto en el alba, y en ese momento el sol ya se estaba ocultando. Todo el palacio había entrado en un alboroto inexplicable; nadie comprendía por qué la divina reina no había dejado a su hijo nacer aún, le había retenido en su vientre durante todo el aquel día y estaba apunto ya de ser otro.

- ¡Divina señora! ¡Si sigue aplazando el parto, acabarán pereciendo ambos, reina y príncipe!- decía la menuda mujer que había estado amparándola durante todo el transcurrir del día.
- Este niño nacerá bajo la estrella más brillante de Uruk, porque será su Rey y el  más colosal de todos. Así que no te preocupes, en cuanto mis ojos logren ver el lucero, este niño nacerá.

Efectivamente así fue, en el preciso momento en que apareció en el oscuro cielo la primera estrella, el príncipe vio por primera vez la luz del mundo y su madre, que por muy diosa que era había usado todas sus fuerzas durante el parto, cayó apocada por el cansancio y durmió 24 horas.

Cuando Ninsuna, la diosa reina despertó de su largo sueño, su inquietud era descomunal. En sus sueños había indagado entre las verdades que yacían ocultas ante los mortales y supo, por este medio, del futuro de su hijo.

 La diosa se encontraba apesadumbrada; había deseado con toda su alma que los genes del padre no hicieran mella en el futuro del niño, pero esto era algo que lamentablemente ni ella podía evitar. El progenitor del niño llevaba la sangre de una estirpe que desde hace años había esparcido miedo en todo el territorio; sus batallas tiránicas y sangrientas eran temidas por todas las ciudades, tenían fama de ser crueles y sanguinarios guerreros, su nombre no podía ser ignorado, los Asirios. Ahora, esa sangre ardiente y salvaje corría por las venas de su hijo. Y en sus sueños había visto lo que este legado asirio provocaría en la personalidad del príncipe.

Ninsuna lloró, porque sabía que contra lo legado no se podía batallar. Su hijo se convertiría en un rey poderoso, fuerte, orgulloso y grandioso. Todos sabrían de su poderío, pero aun así, debido a su deleznable personalidad y comportamiento, sería temido e incluso odiado por todos los ciudadanos.

Entonces la diosa tuvo una idea. Volvió a dormir, para de esta manera poder encontrarse con aquella que podría ayudarle. Su sueño la llevó a un lugar que conocía muy bien. Se encontraba en un frondoso jardín, donde las flores, árboles, arbustos y plantas jamás dejaban de brotar, el jardín infinito. Y ahí, sentada sobre una enredadera estaba Ninhursag, la diosa de la creación con su larga cabellera verde y su desnuda piel celestina.
-Ninsuna, observadora de sueños ¿A qué debo tu visita?- preguntó con una voz profunda pero delicada.
-Ninhursag, suplico tu ayuda. Mi hijo crecerá con una ira incontrolable que dañará su futuro, te lo ruego. Debes crear una criatura que pueda mitigar el ardor de aquella sangre iracunda- arguyó la reina.
-Pues, así será. Cuando tu hijo cumpla sus 18 años conocerá a aquel que su rabia no pueda amedrentar y con su calor apaciguará su corazón.

Esta vez, Ninsuna despertó dichosa y sin más dilación ordenó que trajeran a su hijo y a todos sus concejeros ante ella. Cuando éste llegó envuelto en mantas, ya bañado y perfumado, la reina lo abrazó y lo besó. Notó con mucho orgullo que el niño era una copia de ella misma. Sus escasos mechones eran negros azulados, su piel era oscura y sus ojos eran azul noche. Los concejeros observaban enternecidos, y la reina decidió no emplazar más el anuncio.

-Su nombre es Aomine Daiki, siete partes de su sangre son divinas y tres partes de ella son mortales. Será el futuro Rey de Uruk y su nombre será conocido por todos los territorios de Sumer y también en los cielos- dijo la diosa sin poder evitar mirar al bebé amorosamente.

La habitación estalló en júbilo, todos los concejeros y sirvientes aplaudieron felices. La noticia fue comunicada al pueblo, y se festejó durante una semana entera. Todas las actividades de la gran e influyente ciudad se detuvieron y durante esos 7 días no se hizo más que celebrar.

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Mientras tanto, en el Jardín infinito, otro hecho importante tenía su lugar. Entre las eternas flores había nacido otro niño, tanto su cabello como sus ojos eran escarlata pura y su lastimoso llanto acongojó a todas las plantas y árboles que unívocos comenzaron a sollozar también. En ese momento la diosa de la creación le tomó entre sus brazos delicadamente y acarició sus arreboladas mejillas; el bebé cesó su llanto ante el cariñoso tacto y comenzó a reír, de ahí que todo el jardín estalló conjuntamente en felices risas. Ninhursag dio un pasó y todo el escenario comenzó a desvanecerse en una imagen etérea, cuando su pie volvió a tocar el suelo, se encontraban entre las estepas, junto al río Éufrates que fluía armoniosamente sin cesar. Depositó al infante entre la hierba; entonces, de entre la bruma de la noche, surgió una manada de lobos y observaron detenidamente a la criatura.

De pronto el cuerpo del niño comenzó a cambiar, se cubrió de rojo pelo corto y fino, de su cabeza crecieron un par de orejas gatunas y de su espalda baja nació una cola, su pelaje se cubrió de rallas negras y el bebé era ahora un cachorro de tigre. Entonces una loba con el pelaje de fuego, lo tomó cariñosamente con sus fauces y junto a su manada volvió a desvanecerse entre la bruma.

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Daiki salía encolerizado del templo Ennea, escupiendo una sarta de maldiciones mientras caminaba arrebatadamente.

-¡Dai-chan! ¡No puedes saltarte la ceremonia! Es un insulto a los dioses- Gritaba la sacerdotisa de cabello rosado mientras corría tras el príncipe.
-No molestes Satsuki, no estoy de humor para ensalzar espíritus- replicaba acelerando el paso.
-¡No es una excusa! ¡Tú madre se enfadará contigo!
- Madre no se enterará, ¿cierto?- su aura era amenazante.
-Eso no funcionará conmigo. Además, eres el rey, se supone que debes respetar a los dioses por el bien de Uruk.
-Esos malditos dioses deberían agradecerme a mí, por construir templos para ellos- dijo señalando Eanna el templo de la diosa.
-¡Ahhhhhh!- la chica estaba abatida. No podía creer que esas palabras saliesen de la boca de su amigo.

Satsuki salió corriendo hacia Eanna para pedir perdón a los dioses en nombre de su Rey.

El tiempo había pasado rápidamente. Daiki, como era de esperarse, creció saludable y fuerte, pero también y muy a pesar de su madre, había desarrollado una personalidad díscola y arrogante. El chico era en extremo hostil, huraño, arisco y perdía la paciencia fácilmente, estallando en cólera. Su forma de ser era temida en todo Uruk, y la gente evitaba acercarse a él. Se había convertido en Rey a la temprana edad de 11 años, porque así las estrellas lo dijeron, al mismo tiempo su mejor amiga había tomado el cargo de sacerdotisa, es decir, la mano derecha de su madre, la reina celestial. El convertirse en Rey le hizo aún más petulante; si las demás personas no habían podido estar a su altura cuando era un príncipe, menos podrían ahora que era Rey.

Ninsuna había tolerado pacientemente la explosiva personalidad de su hijo. Sabía que no sería ella quién podría apaciguar la ira de Daiki; esto no significaba, sin embargo, que permitiría a su hijo comportarse malcriadamente delante de ella, después de todo era su madre y el chico le debía respeto. Así que ante el atrabiliario comportar de su hijo, ella se mostraba severa y autoritaria.

De modo que cuando, mientras meditaba y observaba por el bien de Uruk dentro de un sueño,  vio a su hijo caminando despreocupadamente por el distrito de Anu; sintió como su paciencia mermaba y una vena se hinchaba en su sien.

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Daiki se había alejado lo más que pudo del distrito Eanna. Le molestaba toda la vitalidad que ese lugar irradiaba; día y noche pululaban cientos de personas entre los templos y edificios de piedra y barro. Era donde más ciudadanos se reunían debido a que allí se concentraban construcciones tanto de carácter religioso como público o monumental, además también operaba un pequeño mercado; por lo que se pude imaginar la heterogeneidad de los individuos que allí se reunían. En resumidas cuentas, los lugares concurridos era lo que el Rey Aomine Daiki más odiaba.

A pesar de ser el supremo Rey de Uruk, y ser respetado por toda la comunidad, se sentía irritado. No tenía ningún sentido estar parado sobre un lugar tan alto si no existía nadie que pudiese desafiarle. ¿Qué había de emocionante en ser totalmente inmune? Nadie podía tocarle, nadie podía llegar hasta él. No sentía miedo desde que era un niño. Nunca había luchado por alcanzar algo deseado, porque a la mitad de la lucha ya lo había alcanzado todo, sin hacer ningún esfuerzo. Siempre terminaba en decepción…todos eran tan débiles. Parecía que en el mundo, la única persona que podía vencerle… era él mismo.

Sumado a lo anterior, el joven rey se había percatado de un pequeño detalle últimamente: las personas comenzaban a evitarle más de lo habitual. Anteriormente sus súbditos evitaban entrar en contacto con el muchacho por tratarse éste de un ser casi celestial, no era un secreto que era hijo de una diosa. Sin embargo, a pesar de que era avezado en el arte de ser evitado, algo había cambiado. Lo que antes parecía simple respeto se estaba trocando por miradas de miedo, casi rechazo.

No es que Daiki no supiera la razón; desde hace ya mucho tiempo se había resignado a su incapacidad a mostrase indulgente; la delicadeza y el buen tacto eran algo con lo que simplemente no había nacido y tampoco sentía necesidad de mostrarse amable ante personas que no estaban a su altura y que además, no tenían nada que entregarle.

De modo que para no asustar más gente de lo estrictamente necesario evitaba el distrito más concurrido de Uruk. Lo cierto es que desde niño prefería mil veces el pacífico y simple distrito de Anu, que estaba un poco antes que el de Eanna, se encontraba en una zona un poco más inclinada y era más tosca que la planicie donde se situaba el siguiente distrito. Constaba de un zigurat, una especie de alta torre escalonada, que estaba coronada por el templo dedicado al dios Anu, su objetivo es acercar el templo al cielo. También poseía  una amplia terraza y era esto, lo que más le atraía al muchacho. Al lado del zigurat se emplaza otro pequeño templo más sencillo.

En fin, los edificios que aquí se encontraban eran estrictamente religiosos y para rituales más específicos, por lo que no era bastante concurrido; lo que en síntesis significaba que podía vaguear todo lo que quisiera, sin tener que preocuparse de ningún tipo de miradas.

Se encontraba echado en la gran terraza, sintiendo el aire cálido estrellarse suavemente contra su piel, cuando escuchó la colérica voz de su madre en su cabeza. Maldita sea. Odiaba más que nada en el mundo esa habilidad de su madre de meterse en la cabeza de las personas. No le gustaba que le sorprendieran, aunque por supuesto, ella era la única con la capacidad de hacerlo. -“Daiki, ¿Puedes explicarme qué hace el Rey saltándose una importantísima ceremonia?”- preguntó la voz notablemente cabreada de la Reina.- ¿Acaso la Reina no sabe lo que es la privacidad?- replicó petulante el menor. De inmediato se generó un silencio de unos cuantos segundos - …Te quiero en mi habitación, ahora- ordenó autoritaria la voz, dejando en claro que no aceptaría objeciones. Daiki se estremeció, sólo un poco…Oh, la había liado en grande.

El moreno se levantó perezosamente, y emprendió su camino de vuelta al gran palacio, no le convenía desobedecer las órdenes de una diosa iracunda. Cuando su madre estaba enojada era una verdadera fiera, literalmente salían cuernos de su cabeza. El muchacho siempre había pensado que su pésimo carácter no era fruto únicamente de aquella sangre asiria.

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-Por los dioses, Daiki. Todavía no creo que a estas alturas aún no hayas comprendido tu labor como rey- le amonestaba la Reina.
-Todos en este maldito lugar viven felices porque me encargo de que así sea. No puedes decirme que falto a mi deber como rey, madre- dijo el joven notablemente alterado.
-¡Es exactamente esto a lo que me refiero! El trabajo de un Rey no sólo reside en ganar guerras y administrar la comunidad, Daiki. Si no comprendes el valor de las personas y los dioses, nunca podrás ser un verdadero rey.
-¡No me interesa! No entiendo por qué demonios tengo que adorar a dioses que nunca me han dado nada. Todo lo que esta ciudad es, es gracias a mí. Nunca la mano de un dios inútil ha intervenido en este lugar para que fuese lo que es ahora- se interrumpió cuando notó que su madre se estremecía y le miraba herida - yo… yo no me refería a ti… ¡Maldición! Sé que lo que dije está mal… Entiendo la importancia de ellos. Pero no lo entiendes… -decía notoriamente ofuscado.

Ninsuna abrazó a su hijo amorosamente. Ella sí lo comprendía. Era su madre a fin de cuentas. Le conocía desde hace 17 años.

 Recordaba perfectamente que cuando Daiki era un niño y escuchaba sobre las hazañas de los grandes héroes sus ojos brillaban de emoción; lo único que deseaba el infante era volverse un rey heroico como todos los antiguos reyes de Uruk, por esta razón había entrenado más que nadie. Desde muy pequeño se había dedicado a pulir su fuerza y sus habilidades de guerrero. Practicaba el arte de la guerra junto con los jóvenes futuros soldados; en un principio fue emocionante y entretenido, un verdadero desafío para un niño de su edad. Efectivamente, ésta sería definitivamente la época más dichosa en la corta vida del chico. Pero lamentablemente no duró largo tiempo. Daiki se hacía cada vez más y más fuerte, a la edad de 11 años no existía ningún joven del ejército del país de Uruk que pudiese vencerle y cuando había cumplido los 13 no había nadie en todo el territorio de Sumer que fuera capaz de enfrentarse a él. Era invencible. Poseía una fuerza brutal mayor a la de cualquier adulto, tenía instintos propios de un dios, que empleaba eficazmente en sus enfrentamientos, era tan ágil que no parecía humano y poseía una agudeza mental que le permitía mantenerse frío e impávido, sin caer en cólera como se esperaría debido a su naturaleza violenta. En pocas palabras, era una máquina de luchar.

El rápido ascenso a la invencibilidad fue tan rápido que ni siquiera consiguió saborear lo que se sentía realizar su sueño de niñez. Sólo quedaba decepción. Ninsuna, que todo lo veía y todo lo sabía, no necesitaba de sus habilidades  para saber que todo hombre necesita objetivos y ambiciones para otorgarle un sentido a la vida y desear vivirla. Pero su hijo, lamentablemente, no poseía ya ninguna ambición; estaba hostigado de la vida y su única forma de desquitarse de su absurda existencia era arremeter contra todos los demás seres vivos en el planeta.

 La morena entendía su aversión hacia los dioses; después de todo se supone que existen en este mundo para ayudar a sus mortales. Sin embargo, ¿cómo van ayudar a un hombre al que no le falta nada?

La verdad es que existía un método, y se había puesto en marcha hace 17 años; ese mismo día cuando las 2 diosas se habían juntado para cambiar el curso del destino del quinto rey de Uruk. Ahora sólo faltaban unos meses para que llegara aquello que cambiaría la vida del joven, bien para mejor, bien para peor; la mujer no podía saberlo, porque sus destinos aún no se habían unido. Sin embargo lo sentía, estaba a punto de suceder.

-Daiki, ven conmigo- le dijo suavemente mientras se separaba de su hijo.

La mujer comenzó a caminar y el joven la siguió en silencio; había sufrido un colapso emocional y ahora se sentía alicaído. Salieron del palacio y luego de caminar en silencio durante un buen rato llegaron a los pies de una gran torre de exactamente 5 pisos.

-Yo sé que la conoces, pero creo que es preciso que te recuerde su importancia. Esta torre ha estado en este lugar por 5 generaciones. Cada vez que nace un nuevo rey, para él se construye un nuevo piso- le decía su madre mientras miraba la torre con reminiscencia- Ese quinto piso es el tuyo, fue construido en el momento en que naciste porque yo sabía que serías un gran rey.
-Ya me sé esa historia, madre- dijo el chico.
-Daiki- la voz de su madre se enserió- Todos los reyes de Uruk han sido grandes, lo sé porque yo los he conocido a todos y puedo asegurarte que en este momento tú no te equiparas a ninguno de ellos.
-¿Qué me falta?- preguntó el chico con creciente interés. No podía imaginarse a un rey más grande que él.
-Algo que ahora mismo tú no tienes y que tampoco comprendes- le dijo la madre mientras acariciaba los cortos y lacios cabellos de su hijo- pero dentro de poco te harás de él, estoy segura.
-… Así que todos esos ancianos fueron mejores que yo, ¿eh?- dijo dibujando nuevamente una sonrisa arrogante- Cuando mi nombre resuene hasta en sus tumbas, me pregunto si lo escucharán y se retorcerán bajo la tierra- dijo el chico con renovada energía. Su actividad favorita nunca había sido competir contra difuntos, pero le regocijaba saber que aún quedaba un poco de camino por recorrer.
-No hables así de tus ancestros, hijo- dijo la bella mujer intentando que sonara como un regaño, pero su sonrisa le restó severidad. Amaba ver a su hijo así de enérgico.

- Así que aquí estaban- una suave y delicada voz les llamó la atención. Satsuki se encontraba caminando hacia ellos rápidamente, mientras respiraba dificultosamente. Al parecer, llevaba un largo rato buscándolos.
- ¿Qué sucede, Satsuki?- preguntó la reina.
-Los aldeanos dicen que tienen un problema. Desde hace días una bestia anda merodeando las estepas cercanas al rio Éufrates, lo cazadores no pueden salir en busca de presas, ni tampoco pueden ir los aldeanos en busca de agua- explico con delicadeza la chica.
-¿Y por qué no la han matado? ¿Qué clase de bestia es?- preguntó el muchacho un poco interesado. Tal vez hoy podría mitigar su aburrimiento.
-Ese es el problema- respondió la sacerdotisa- Es muy fuerte, dicen que han intentado cazarla, pero todos los que se han atrevido han acabado muertos. Ante las palabras de la chica, la Reina dio un respingo de sorpresa que pasó desapercibido.
-Supongo que ya tengo algo interesante que hacer hoy- dijo el moreno con una sonrisa sanguinaria. Hace bastante tiempo que no mataba una bestia salvaje.
-¡Oh, no!- replicó la reina, para sorpresa de ambos jóvenes- Claro que no. Tú tienes que terminar la ceremonia, jovencito. No te escaparás. Si quieres matar bestias, tendrás que hacer lo que te he mandado primero- explicó la reina en tono autoritario.
-¡Agh! ¡Pero!- quería replicar, pero la mirada fría de su madre se lo impidió- ¡Bien!- exclamó finalmente y se fue encolerizado al dichoso templo.
-Bien. Satsuki. Necesito que me hagas un favor- dijo la reina una vez el joven se había marchado.
-Lo que usted me pida, su majestad- dijo la muchacha solícita.
-Necesito que vayas a las estepas y que le eches un vistazo a esa bestia. Si es quién yo creo, tú que tienes afinidad con la naturaleza, podrás traerla al Palacio- dijo la mujer pensativa.

Se suponía que aún faltaban unos meses para que aquella criatura llegase a la vida de su hijo. No se explicaba por qué el destino de la bestia roja estaba a punto de chocar con el de su hijo en estos momentos. De modo que decidió volver al palacio para colocarse en contacto con la diosa de la creación, Ninhursag.

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-Sabía que vendrías- dijo la hermosa mujer de cabellos verdes. Se encontraban nuevamente en ese jardín perenne que jamás paraba de crecer.
-Entonces también sabrás el motivo de mi visita- le respondió la morena.
-Precisamente. No debes preocuparte, Reina de Uruk. Sé que dije que el encuentro tendría lugar cuando el Rey tuviese 18 años. Sin embargo, he visto  cómo el corazón de tu hijo se vuelve cada vez más frívolo. Tu hijo no sabe cómo reinar sobre humanos, tampoco sobre animales, ni menos sobre dioses. Normalmente, esperaría a que la fecha llegase, pero si permito que el corazón de tu hijo se enajene cada vez más de las criaturas vivas del mundo, en el momento en que mi hijo llegue a su vida, ya no habrá nada que él pueda hacer, ya que no existirá corazón humano en el rey para cambiar.
Ninsuna asintió gravemente- comprendo- dijo. Ella también era consciente del agravamiento de la situación- que se haga como tú dices- Y con estas palabras se desvaneció.

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Satsuki había llegado al lugar de las estepas acompañada por una pequeña guardia de 3 guerreros bien entrenados. Aunque ella dudaba que en este caso fuesen de mucha ayuda. Se encontraba husmeando entre el terreno enjuto cuando, detrás de ellos, sintió la presencia de un ser mágico. Se dio vuelta inmediatamente y lo vio. Era un animal gigante de aspecto felino que estaba acompañado por una docena de lobos; su pelaje era de un rojo atigrado, su altura alcanzaba el metro y medio y emitía un aura de grandeza loable. Era majestuoso.

Esta historia continuará... Tal vez (? 

Notas finales:

Alguien conoce la epopeya de Gilgamesh? xD

Bueno, hasta aquí va el capítulo, en el próximo Aomine conoce a Kagami <3 

Qué les pareció? Vale la pena continuarlo? xDD 


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