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Moon por Deidara Sempaii

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Notas del fanfic:

Resulta que la semana pasada estaba escuchando una canción, si, la semana pasada(? una de Bruno Mars, "talking to the moon" y se me vino a la cabeza esto. Es raro, porque no es la primera vez que la oigo xD y rao porque si ven la letra, esto no tiene mucho que ver, jajaja.

Bueno, espero les guste. Sale de mi kokoro (?

Notas del capitulo:

Lean!

Luna llena. Lo primero que observé.

Cerré los ojos, dejando caer mi cabeza contra el marco de la ventana; tomé aire y, segundos después lo inhalé, intentando relajarme de a poco. Acaricié a Moon, mi gato, que ronroneaba sobre mi. Observé impaciente la luna por enésima vez, esperando que pase, como cada noche a las nueve en punto; algo le pasaba a mi reloj de pared, porque cuando volteé a verlo me dijo que eran las nueve y diez, y aún yo seguía allí esperando.

Entonces pasó. Él pasó. El mundo se me detuvo por un momento; y, en lo único que se centraron mis ojos era en aquella figura que caminaba tranquilamente por la calle. Sentí los golpeteos de mi corazón, como único sonido; ni un musculo de mi cuerpo se movió; entonces él cruzó a la segunda cuadra y allí es cuando Moon  salta de mi ventana al balcón, al igual que yo, minucioso de que no me vea, pero luego, al doblar en la esquina, el desapareció.

Volví a la realidad y todos los sonidos volvieron, como el de mi madre diciéndome que baje a cenar.

 

 

 

—Ahá. Así que otra vez estuviste espiándolo. — me dijo Natt, mi amigo; reprochándome con la mirada.

—No estaba espiándolo. —me defendí, mientras preparaba mis cosas para la clase de yudo.

Natt enarcó una ceja, acusador.

—Subirte a tu ventana, cada noche a las nueve en punto, solo para observar a un sujeto que según tú, te gusta, ¿es acaso normal? Digo, no sé. Sin mencionar que no sabes nada de él. —me dijo— eso que haces todas las noches se llama espiaar. Eres atractivo, deberías buscar a alguien que esté a tu alcance, alguien con quien hablar. —me miró.

—¿Qué quieres decir con eso? —enarqué una ceja.

El resopló.

—Que conste que quise ser suave contigo, eh. —me miró directamente, apuntando sus ojos miel sobre mí. —¿Qué esperas de esto? Acaso planeas entablar una relación con alguien a quien nunca le has hablado? —Rio— no quiero ser malo pero, ya llevas cinco meses perdidos aquí en una ventana cada noche. Comenzaron las vacaciones de verano ¿y tú piensas pasártelo así?

Yo me lo pensé. Quería hacerlo.

Se echó sobre mi sofá —Por cierto.. Nunca me has dicho como es él. Quizá sea un Bradd Pitt y yo esté equivocado.

Pff. Si supiera.

Bueno.. —vacilé un momento.

El me miró atento. Sé que lo hace porque es mi amigo, porque yo sabía perfectamente que Natt era hetero. Nada de hombres.

—Es normal. —me encogí de hombros.

—¿Normal..?

—Normal. —repetí. —Cabello relativamente corto, castaño; sus ojos... castaños.

—¿Su ropa?

—¿Holgada? Pantalones sueltos, camiseta manga corta.

Él se rio.

—Que... sexy —se burló.

Yo le lancé una mirada.

—Da igual. Pero lo que más me gusta es su cabello.

—Su cabello. ¿Su cabello? ¿En qué estás pensando?

—Es muy suave.

—No lo has tocado. —me miró sereno.

—Pero se nota. Me gusta que sea algo rizado. Además.. hay algo en su mirada que es inquietante. Parece gélida y neutral, pero yo solo sé que es apariencia.

—No lo conoces ¿Quién sabe si es un pervertido psicópata que anda suelto por ahí? Esperando a que te asomes para atacarte. Quizá sabe de ti y está esperándote.

Yo levanté la mirada.

—¿Tú crees?

—No. — me dijo neutral. —Nunca sabrá de ti si no haces algo. —se levantó del sillón. —Pero yo sigo pensando que tus sentimientos son algo raros. Todo esto es raro.—Me saludó con un apretón de manos. —Nos vemos.

—Averiguaré su nombre. —le dije con firmeza, aunque bien sabía que eso era improbable

 

 

 

Para cuando volví de yudo, ya era de noche; era la segunda noche de luna llena; tan deslumbrante y brillante como siempre. Sonreí. Eché momentáneamente mi cabeza hacia atrás e inspiré la cálida  y relajante brisa de verano, pero todo eso se fue al demonio cuando caí en la cuenta de que debían ser cerca de las nueve. Debido a que había sido una clase de yudo más extensa de lo normal, lo había olvidado. El chico. Aceleré el paso echando a correr por la acera; crucé dos cuadras más y allí, justo en la esquina de mi casa me detuve abruptamente, aquel joven estaba pasando por enfrente de mi casa. Me escondí, con el corazón golpeándome duramente; cuando sentí sus pasos más pronunciados, me asomé y entonces lo vi; su cabello castaño moviéndose ligeramente con la brisa. Sentí de pronto una extraña corriente recorrerme la nuca y el resto de la espina dorsal.

Entonces lo pensé.

¿Es que no iba a averiguar su nombre?¿No estaba dispuesto a eso? Me había dicho que sí hasta esta noche, hasta ahora, hasta que lo vi. Ahora me daba cuenta que no. Que con solo verlo mi cuerpo entero temblaba, las manos me sudaban y los latidos de mi pecho se aceleraban.

No era capaz.

En cuanto él cruzó la cuadra siguiente, dobló a la izquierda y allí, lo perdí de vista. Me deslicé sobre el muro hasta caer al suelo. Llevé una de mis manos a mi mejilla y sentí como ésta ardía.

 

 

 

—-No es amor. —Me dijo Natt, de camino a mi casa.

—¿Por qué no? —fruncí el entrecejo.

—Porque no lo es. Tú, enamorado de alguien que no conoces, que no te parece atractivo, del que no tienes idea de nada. —Me miró. Hablaba en serio. —No tiene sentido, ni lógica.

—Me gusta. Además he visto que va a natación. Una vez, bueno, no recuerdo cuando.

—Uff —revoleó los ojos— otra vez. Ni siquiera sabes que es lo que te gusta de él.

—Su cabello.

No tenía sentido. Me lo pensé un momento. ¿Qué me gustaba de él?

Su simpleza. Eso. Su simpleza tan única. Era tan simple y común que se volvía auténtico y original.

—Me encanta. ¡No puedo dejar de pensar en él, Natt! —le solté, como excusándome.

Sin querer, el calor que sentía mi cuerpo al hablar de él, me subió hasta las mejillas y noté como Natt me quedó observando.

—¿Qué? —enarqué una ceja, molesto de sus tontas ideas.

—Solo dime, por favor, que no te has puesto rojo, por hablar de él. Dímelo. —cerró sus ojos y se llevó una mano a la frente.

Yo tragué saliva. ¿Era tan obvio?

—N-no —me volteé rápidamente, dándole la espalda, pero él me obligó a mirarlo.

—‘¿Nunca has pensado que quizá estás volviéndote loco?

—¡No! —Le di un golpe en la cabeza— Olvídalo. No sé para que te cuento. Me gusta y ya.

Y por un momento, debido a su expresión, sentí y tuve el presentimiento, de que Natt me había entendido.

—Sólo.. piénsalo. Deja de verlo todas las noches. No lo veas porque sí, como un autómata que se mueve cuando el reloj tocas las nueve. Hazlo porque lo sientes. Porque no puedes más.

 

 

 

El resto del día me la pasé pensado en Natt y sus palabras. ¿Y si solo era una obsesión? ¿Una extraña idea que se me había metido un día y nunca más salió? Quizá era cierto. Quizá no me gustaba. Quizá.

Así que le hice caso. No me asomé ni de casualidad a la ventana. Orgulloso de mi logro, me di cuenta que siquiera eran las ocho y media. Entonces me mordí el labio. En menos de una hora él pasaría. Traté de convencerme con lo que dijo Natt, pero me era difícil. Le di la espalda a la ventana y cerré mis ojos, tratando de concentrarme. Yo podía. Debía hacerlo. Intentar no verlo.

Me mantuve así un par de minutos más y me di cuenta de algo: necesitaba verlo. Su seca y gélida mirada, sus finos labios, su rizado cabello, su lento y firme andar. Bufé. ¿Cuánto faltaba? Porque ya no podía más.

¿Y si él era mi ideal? Nunca imaginé uno, así que lo más seguro era que él lo fuera, porque sino, ¿Qué otra explicación había?

Sacudí mi cabeza, creyendo que así, él saldría de ella, y me dejaría en paz. Pero entonces una voz me llamó desde afuera.

—¡Gabriel! —Lo oí. Era Natt

Me asomé al balcón y lo vi allí abajo, con una sonrisita.

Me hizo una seña para que bajara.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no llamaste a la puerta?

—¡Shh! ¡Baja, rápido!

Yo suspiré resignado. Me las ingenié para bajar del balcón. Me encantaba hacer deportes y creí que eso ayudaría. Pegué un salto, directo al suelo, pero lo único que hice fue rasparme todo el pantalón.

—Me debes uno. —lo miré.

—No sabes lo que sé. Deberás pagarme tú uno.

—¿Qué pasa? —pregunté con curiosidad.

—Se llama Mike.

Yo quedé perplejo. El corazón se me aceleró.

—¿Qué?

—Mi-ke.

—¿Mike?— fui esbozando una sonrisa enorme. —¡Mike! —reí bobalicón.

—¡Shh! —me tapó la boca — Ya debes estar por venir.

—¡Cierto! —me acordé. —espera, espera, creí que tú..

—Si, si, como sea, no es que haya cambiado de opinión, pero ya sabes. Eres mi amigo, y si mi amigo es un lunático, yo también lo seré. —me sonrió.—¿Sabes que más me enteré? —me hizo mirarlo a los ojos. —Es el hijo de Marys.

Yo lo miré. No tenía idea de quien era Marys.

—¿Quién?

—Marys. La dueña de Port. Dack es su marido.

—¡Ah! La de natación. —recordé. — Es la que se toma vacaciones en verano. Como la olvidé. —me reí.

Marys era la dueña del club de natación que quedaba por aquí cerca. Una vez lo había visto en un club, una vez; quizá se había cambiado a este que estaba más cerca.

—¿Qué? —Tardío reaccioné —¡Demonios, Natt! ¡Eres genial!

—Ya, ya, cálmate. Guarda esa emoción para Mike. Y, hablando de él... —me miró con una sonrisa.

Yo observé a la esquina de la cuadra de enfrente; se estaba acercando. Rápidamente jalé del brazo a Natt.

—¿Sabes a dónde va?—le susurré.

—Espera. —hizo memoria. — ven, sígueme.

Cuando él cruzó a la siguiente cuadra, Natt y yo cruzamos hacia la que estaba enfrente nuestro, y desde allí lo seguimos sigilosamente. Pero cuando Mike dobló a la izquierda, mi amigo me detuvo.

—Ve por el otro lado, por la lateral.

—¿Para qué? No quiero ir solo. —fruncí el entrecejo.

—Solo hazme caso. El pasará por allá. En serio. Cuando esté cerca te llamaré.

Yo lo miré durante unos segundos, dudoso. Pero luego accedí. Después de todo, quería verlo.

Natt siguió caminando detrás de él a una distancia considerable, mientras yo tomé por el otro lado, aunque no sabía si Mike seguiría de largo o doblaría, encontrándose conmigo. Ojala sea la primera.

Caminé un poco más, teniendo como única ayuda la luz de la luna. Y pensé que mi mamá me mataría si se enterase de que no estaba en casa.

Distraído, observaba el suelo, hasta que sentí esos pasos, ese sonido peculiar de aquellos zapatos y, al mismo tiempo el celular me vibró en el bolsillo; yo lo saqué. Pero con lo que no contaba, y aún no sé por qué, el altavoz estaba puesto, y justo cuando el pasaba por mi lado, la voz de Natt sonó.

—Ya dobló. ¿Lo viste?

Yo apreté mis labios.  Maldita sea.

Vi entonces sus ojos castaños levantarse hacia mí, nuestras miradas se encontraron y yo me ruboricé... Impávido ante su presencia tan cerca de mí. En parte quería que la tierra me tragase por culpa de Natt, pero por otra, quería seguir allí, mirándolo, el tiempo que sea. Pero el simplemente me miró neutral, por lo que no supe diferenciar si había algo de molestia en su expresión, pero si de asombro. Lo que era normal. Normal si escuchas algo como eso.

—N-úmero equivocado. —atiné a decir, y oí como mi voz tembló.

—¿Cómo que número equivocado? —Me contestó — ah, ya entend-

Antes que siguiera, corté la llamada, y seguí hacia adelante. El colgante del celular se soltó, pero no le di importancia, solo quería irme de allí.

Miré por encima de mi hombro viendo como Mike se marchaba.

—Voy a matarte. —le dije en cuanto me reencontré a Natt.

—¿Y ahora qué?

—No tenias que ser tan obvio! Lo oyó. Ahora creerá que soy un loco. Un loco acosador.

—Lo eres.

—¡Eso no importa!

—Además, te lo dije a ti no a él. ¿Cómo escuchó?

—El altavoz estaba puesto. No se cómo, quizá lo apreté por error. —resoplé.

—Eres un tonto.

 

 

Luego de llegar a mi casa, maniobrando para que mamá no me oyera, me dirigí al baño.

—¿Qué pasa, cielo? —me dijo mi madre.

—Parece que la novia lo dejó. —dijo mi hermana pequeña.

—Sabes que no tiene novia, —pero al ver mi mirada, cansina, agregó. —¡Sara! ¡No molestes a tu hermano!

Entré al baño y observé mi rostro. Mi negro cabello despeinado y mis ojos del mismo color. Estaba cansado, y solo quería dormir. Observé, pese a eso, mi sonrisa. Esa que se me formó al recordarlo, a él y su nombre.

Mike. Era perfecto. Y si, estaba loco ¿y qué? Loco por enamorarme de alguien que no me conoce, y del que sé poco y nada.

 

 

 

A la noche siguiente me asomé al balcón, ansioso. El corazón me bailaba de tan solo saber que lo vería. Sin embargo, unos minutos pasaron y no lo vi. Eran nueve y quince. Debió pasar y no lo vi. Poco después me giré para volver a ver la hora, y entonces me di cuenta que no pasaría.

Entré entonces por la ventana y luego de cerrarla me acosté en mi cama. Sentí como un peso se establecia sobre mis piernas. Asomé mi cabeza por encima de las sabanas y vi a Moon, acomodándose. Sonreí. Gato sinvergüenza. Había desaparecido un día; al parecer su “otro dueño” le dio de comer bastante. Tenía la costumbre de irse, aunque no estaba seguro a donde, por un rato, una tarde, o días.

Lo acaricié, y cuando lo hice, noté que en su collar traía puesto mi colgante.

 

 

 

Tres días más pasaron, y lo mismo ocurrió y pensé que quizá, lo más seguro fuera que se espantó de mí. No lo sé. Quizá sabía que era de esa zona y no quería volver a toparse conmigo.

Bien, por lo menos sabia de mi existencia.

Dos semanas más, y él seguía sin aparecer. Ya habían comenzado nuevamente las clases, luego de ese breve período de descanso.

Salí del colegio a eso de las cinco de la tarde, me encontraba solo, ya que Natt se había ido por otro camino. Yo seguí el mio, el mismo de siempre. Sentí una opresión en el pecho. Quería verlo. Necesitaba verlo. ¿qué tenía que hacer para eso?

Me llevé una mano a mi pelo desordenado, y la arrastré hasta mi cara.

—¡Maldición! —grité. —¡Quiero verte!

Y por suerte pocos pasaban por ese camino. Me senté en el suelo, recargándome en la pared de una casa.

Sentí un maullido muy cerca de mí. Era Moon. El muy desgraciado llevaba una galleta en la boca.

—¿A quién se la robaste? —le sonreí, acariciándolo.

El volvió a maullar.

Lo miré bien, y vi que llevaba puesto algo en el collar.

—Ven aquí. ¿Qué llevas ahí? —lo acerqué y vi que tenía un papelito metido.

“Ahora es mio”

Tomé la chapita metálica, donde debía estar mi dirección; pero ahora se hallaba otra. Le di la vuelta para ver el nombre de su dueño. “Mike”.

Tragué saliva y, con inquietud, levanté la mirada hacia el balcón de enfrente.

Era justo esa dirección.

Mike estaba sentado sobre el marco de la ventana, observándome.

 

Y así de diferentes éramos. El de día, y yo de noche.


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