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Remember por aries_orion

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Notas del fanfic:

Los personajes son de Tadatoshi Fujimaki, mía es la historia.

Notas del capitulo:

Espero os guste.

Pos a leer se a dicho!!!

 


El pueblo de Lila baja la cabeza ante el caballo orgulloso y peligroso con su color de pelaje y su jinete imponente. Los niños temblaban así como las mujeres controlaban a los mismos, la cognitiva que seguía a su soberano inspiraban protección como temor pues estos guerreros eran considerados los más peligrosos hombres en combate que algún reino pudiera producir, más de algún soberano de otras tierras les había ofrecido tanto a los soldados como a los reyes de venderles alguno de su soldados, pero la respuesta era siempre la misma de parte de ambos, un rotundo no, fuerte y claro.


Las puertas de madera tan pesadas rechinaban al ser abiertas para la comitiva que se acercaba con gracia y elegancia, al frente, el rey. Un hombre que tuvo que dejar de ser niño para pensar como adulto, rodearse de hombres o mujeres que le doblaban, triplicaban la edad, experiencia y conocimientos. Aquellas reuniones que al principio le parecieron fascinantes ahora le aburrían o hastiaba. Reyes, Reinas, príncipes, princesas y los cargos que siguieran se encontraban en aquellas salas donde se exhibía el dinero y el poder.


El rey bajó del corcel. Con delicadeza y lentitud quitaba las monturas para dejar libre a su más fiel amigo y compañero. No miro a sus soldados y mucho menos a los sirvientes que temerosos se acercaban a él para ofrecer sus servicios. Ignorados. Todos ignorados salvo una doncella de pelo largo y de exóticos rasgos como él mismo.


– Mi rey. – La doncella hizo una pequeña inclinación de cabeza así como sus párpados ocultaron sus ojos café claro.


– ¿La reina? – Cortante y frío.


– Lo espera en el salón mi señor.


– Y tú en mis aposentos.


No espero respuesta. Avanzó por los enormes y decorados pasillos. Soltó el aire que retuvo desde que su pueblo apareció en su campo visual, detestaba notar las vibraciones de su gente ante su andar. El terror en sus cuerpos como en sus ojos, el respiro de alivio cada vez que observaban a su líder de escuadra unos pasos tras su espalda. Acarició los muros que una vez le escucharon reír, saludo a las pinturas que una vez le acompañaron mientras corría sumergido en su imaginación, con espada en alto mientras su nana corría tras él para que no se hiciera daño.


Extrañaba esos momentos donde no tenía que preocuparse por un pueblo que le temía.


– Madre.


Una mujer que no pasaba de los cuarenta se volteaba lentamente a observarle, enfundada en un vestido azul marino de tela delicada con encaje blanco decorando en la cintura, mangas largas, pelo suelto negro, piel blanca como la nieve y unos ojos tan azules como los suyos.


– Cada que te veo montando veo a tu padre pero con mi carácter. – Un beso fue dado en su mejilla, el gesto lo regreso. –  ¿Cómo te fue?


– Estúpidos ancianos que no sirven más que para gastar aire y comida. – Una pequeña carcajada fue dada por su progenitora.


– Respeto, mi pequeño.


– Se lo doy a quien lo merezca no a cerdos bañados en mierda.


– ¡Daiki!


El joven rey no cambió de postura o proyecto algo en su rostro. Una máscara imperturbable cubría su sentir ante quien fuera.


– Mi reina.


Ambos se enfrentaron en una batalla visual que trajo como consecuencia un gesto de desagrado de parte del hombre. Su máscara oscilaba unos instantes siempre ante la presencia de su progenitora.


–Te daré mi reporte después de la cena. – Sin agregar palabras más dio media vuelta para dejar aquella habitación sumergida en dolorosos recuerdos.


La reina soltó un suspiro con desgano. Comenzaba a preocuparle la actitud tan distante y fría que reinaba en su vástago, una actitud forjada ante su asistencia a reuniones de estado, citas políticas o de negocios, así como un sinfín de batallas libradas a tan corta edad. Volvió a suspirar al escuchar el sonido característico de aquel semental que montaba su hijo, tan indomable como peligroso, tanto a más que su hijo. Miro el cielo, el horizonte y después comenzó a rezar por que sucediera algo que cambiará la actitud de su hijo, que parecía más un hombre de cincuenta que un joven de veintiséis años.


Mientras tanto el joven rey relajaba sus facciones ante el aire que golpeaba su cuerpo, el olor a tierra mojada característico del bosque le inundaba el sistema respiratorio. La carrera dada por su caballo iba descendiendo hasta convertirse en una simple caminata dada por el animal. Suspiro. Paró al animal y bajo de este, el resto del camino lo hizo al lado de su corcel. Se perdió en sus pensamientos hasta que sintió un golpe en su espalda. Su caballo se había detenido advirtiéndole. Lo acaricio y beso. Caricias y besos que dejó de recibir el día que su padre fue encontrado herido en el bosque mismo que ahora se había transformado en su refugio personal. Caricias y besos más fueron entregados, muestras de cariño que sólo se permitía dar tras el resguardo de la naturaleza. Un golpe en la tierra le sustrajo de su mundo, un beso más y su cuerpo fue cubierto tras una capa negra rasgada y sucia. Un relincho le detuvo.


– Sabes que si te llevo sabrán quien soy. – Un pequeño resoplido dio contra su cara. – Prometo traerte manzanas gordas y jugosas ¿qué dices? – Una patada contra la tierra junto con un movimiento de cabeza fue la respuesta que necesito para retomar su camino.


La sonrisa que se había instalado en sus labios fue desapareciendo conforme se iba acercando al pueblo. Su postura cambió así como su voz. Se acercaba con sigilo, escuchaba con atención los cuchicheos mientras observaba los puestos. Su mente era atacada con constantes insultos a su persona, comentarios con respecto a su forma de gobernar, su supuesta tiranía y el terror que le invadía cada vez que él se acercaba al pueblo. El desazón al escuchar que ojala nunca el antiguo rey hubiera muerto. En aquel lugar su pasatiempo era juzgar, no preguntar y mucho menos observar. Sin embargo, el rey no iba sólo a escuchar las quejas de su pueblo sino a observar o notar lo que este necesitaba, lo que se debía reparar, cambiar o construir; de cerca podía notar el trato dado entre ellos así como la forma en que su guardia se encargaba de vigilar la delincuencia dado en sus tierras y el trato que estos le daban.


Con una bolsa de manzanas entre sus manos y un bocado en su boca se aproximó hasta un tumulto de gente a las afueras. Movido por la curiosidad se hizo paso entre las personas para encontrarse a una pequeña caravana de carroñeros. Ese grupo tenía prohibido pisar sus tierras y si lo hacían serían mandados a los calabozos o entregados a la muerte; comenzó a acercarse para recordarles ciertas leyes cuando sus pasos fueron detenidos por el relinchar de un caballo, su jinete venía sosteniendo una cuerda que se encontraba atada a las muñecas ensangrentadas de un hombre al igual que algunas partes de su cuerpo, el pobre apenas y se podía mantener de pie.


Aquello no le agradó al joven rey pues aunque ante los ojos de los demás era un maldito bastardo sin corazón (lo cual en parte era verdad) detestaba la esclavitud o el maltrato a todo ser viviente a no ser que este se lo mereciera, pero dado el historial de los carroñeros, intervino.


– ¿Qué hace una banda de carroñeros en tierras de Lila?


Todos los ojos se clavaron en su ser, los de los carroñeros mostraban fastidio, algunos eran un tanto grotescos ante sus ojos. Todos portando armas ancladas en sus cinturones.


–Asuntos que aún idiota no le competen.


–Carroñeros en Lila significa la muerte.


–La muerte pisa el suelo por donde camino, imbécil.


Una palabra más con énfasis de insultar y olvidaría donde se encontraba para golpear a los bastardos osados.


–La muerte no se rebajaría a besar ni siquiera las suelas de un rey, repito, ¿qué hacen en tierras de Lila?


Del fastidio pasaron a la tensión. El líder se bajó del caballo para encararlo. Furia ardía en sus ojos cual llamas a punto de quemar a quien se atravesara en su camino, sin embargo el hombre tendría que hacer algo mejor para poder producir algo en su ser.


–La muerte en estos momentos busca tu cabeza pequeña sabandija de mierda…


Un puñetazo, varias patadas y una amenaza después bastaron para que los carroñeros regresaran por donde vinieron sin dejar en el aire una amenaza de muerte en su cabeza, lástima, ya tenía tantas que tendrían que hacer fila. Recogió las manzanas del suelo mientras las limpiaba en su ropa. Un relincho le sacó de balanza, se giró tan rápido que algunas manzanas volvieron a probar la tierra.


Su alma regresó a su cuerpo al ver que no era quien pensaba sino el caballo del líder que hacía sonidos cerca del hombre que traían jalando. Se acercó, dos pasos le separan del hombre así como un corcel amenazante de su lado al igual que la mirada dada del hombre hacia él. Suspiró. Se acercó al caballo, le susurro palabras tan tenues junto con una caricia para que este se calmara. Tomó las riendas y se adentro al bosque, las réplicas y preguntas iban y venían de parte de las personas como del hombre que venía tras de ellos. Ignoró todo a su alrededor.


Al llegar al claro donde se encontraba pastando su corcel este se acercó un tanto agitado a causa de sus acompañantes. Le susurró, acarició y le dió la bolsa de manzanas, tomando unas cuantas para sus agregados.


– ¿Por qué estabas con los carroñeros?


–No era por gusto. – Una ceja se alzó ante tal comentario, indicándole que no estaba para sarcasmos. – Mi pueblo me dio a cambio de protección.


– ¿Protección? ¿De quién?


–De ellos.


No hubo más palabras. Le tendió las manzanas. Caminó a su caballo en busca de ciertas cosas. Regresó, tomó de un brazo al joven para levantarlo obteniendo un quejido en protesta. Las preguntas vinieron pero las respuestas no fueron soltadas. La capa que descansaba en el cuerpo del Rey paso a los hombros del hombre, sus muñecas fueron atadas nuevamente pero tratando de no producir más dolor. Lo cargó cual costal para depositarlo sobre el caballo blanco con manchas cafés.


–No hables hasta que te lo ordene.


La orden fue contundente como fría y sin derecho a réplica. Las cuerdas del caballo fueron atadas a la montura del corcel del rey para segundos después montar el mismo y comenzar la marcha El silencio era roto por las pisadas de los caballos. El hombre atado observaba sus alrededores, de vez en cuanto prestaba atención a la espalda del hombre que lo había rescatado aunque por la ropa y el porte de este suponía que había sido rescatado de un infierno para ser arrastrado a otro. Varios suspiros salieron de sus labios los cuales no fueron ignorados por el rey.


Al llegar a las puertas del castillo varios hombres se acercaron. El desconcierto era grande en el hombre atado. Las preguntas surgían en su interior incontrolables, sin embargo estas murieron al ver la mirada y la expresión corporal que mostraban las personas. El silencio del hombre era tan ensordecedor para sus sensibles oídos, no obstante, podía decir que el hombre de cabello negro con reflejos azules a la luz del sol, porte recto y musculoso, ropas finas y actitud del demonio sin duda de error este pertenecía a cuna noble. El hombre había dado unos pasos para acercarse a Daiki cuando las puertas del castillo fueron azotadas por una mujer mayor con gesto preocupado y agitado.


– ¡Mi rey! ¿Cómo es posible que sea tan cruel al traer a un hombre con título de esclavo?


El hombre que se había quedado a unos pasos del Rey detuvo su marcha, procesaba todo tan rápido como su cerebro le permitía aunque no era una persona de pensar antes de actuar por lo que gritó lo pensado antes de proponérselo.


– ¡Eres un rey, un puto rey!


La exclamación tomaron por sorpresa a todos los presentes pero su diatriba murió al sentir un golpe en su mejilla lo cual estaba casi seguro que le había roto el labio o el pómulo sin contar que terminó en el suelo.


–No me hables como si tuvieras el privilegio de hacerlo, rata de alcantarilla. – El hombre estaba tan asombrado por la forma de hablar y por esa mirada fría más que por el mismo golpe. –Pónganlo decente y llévenlo a mis aposentos, el caballo es mío.


El rey liberó a su corcel, la montura la dejó caer al suelo para después girarse y adentrarse ante las miradas temerosas de los presentes, salvo una que reflejaba sorpresa y una pequeña sonrisa se comenzaba a filtrar a sus labios.


–Diablos hombre, ¿qué tienes en la cabeza?


El mencionado no dijo nada, sólo se dejó arrastrar por la servidumbre para realizar la tarea dada por el soberano de esas tierras.


 


Las puertas negras con serpientes plateadas se alzaban majestuosas como peligrosas al final del pasillo, los pasos del dueño de la habitación se acercaba pasible. Las puertas se abrieron mostrando a una joven doncella, al lado de esta otra mujer de edad avanzada, ambas con el ceño fruncido y con las manos en los costados. Suspiro y preparó sus tímpanos. Ambas mujeres le abrieron paso junto con una inclinación, las puertas fueron cerradas y a su espina le recorrió un escalofrío.


–Sólo díganlo. – Un zapato se estrelló contra su espalda. – ¿En serio Riko?


– ¡Imbécil inoportuno, ¿cuántas veces te hemos dicho que no vayas a tus estúpidas expediciones solo? ¿Acaso quieres morir? Porque si es así vas por buen camino!


–No son estúpidas expediciones.


– ¡Deja de mostrar esa puta máscara Aomine Daiki o juro que no podrás levantar lo que te cuelga entre las piernas por los próximos años!


–Que lenguaje mi lady.


Otro zapato dio a parar a su espalda. Una pequeña risilla salió de sus labios, un suspiro de su nana y un bufido de Riko; aquella muchacha rescatada de un navío en llamas mientras volvía de un viaje hacia Londres; la joven se encontraba muy lastimada, apenas y respiraba, de aspecto frágil pero con una boca más sucia que un pirata. Tuvieron que pasar juntos por varios altercados para que Daiki le diera su total confianza y ella comprendiera muchas cosas.


–Mis niños, por qué no nos calmamos.


– ¿Quién se puede calmar ante semejante… semejante espécimen?


–No sabía que te producía ciertos calores.


Esas palabras provocaron una pequeña pelea subida de tono que con una jarra de agua pudo controlar Elizabeth.


– ¡Nana!


– ¡Eliza!


Una mirada bastó para calmar al par de bestias que tenía bajo su cuidado. El rey se quitó la camisa, tomó la botella de ron para sentarse en una pose que ambas sabían su significado.


 


En una habitación tres sirvientas estaban tratando de cumplir las órdenes del rey pero su encargo no ponía nada de su parte pues para él todo era desconocido ya que su crianza en la tierra no reconocía el jabón y ropas finas. Varias horas después las pobres chicas cumplieron su cometido. El joven fue arrastrado por un guardia, pasillo por donde pasara se quedaba alucinado o asombrado ante la belleza de las paredes o lo que se encontrara en ellos, sin embargo su asombro fue sustituido por el miedo ante el repentino cambio de adornos y las puertas que se alzaban amenazantes a cada paso que daban.


Su camino fue detenido por un hombre enfundado en un traje que caracterizaba a un comandante, su porte recto y de cuerpo trabajado sumándole una mirada fría tras las gafas, sí que daba algo de mala vibra al pobre muchacho de campo.


–Yo se lo daré al rey,  puede retirarse soldado.


El soldado dejó caer las cadenas en las manos del comandante seguido de las llaves de los candados para acto seguido dar media vuelta e irse por el lugar del que habían venido.


–No digas nada, tratare de sacarte de la mira del rey antes de que te mate.


El joven no entendió nada ante la actitud del soldado que se mostró aliviado ante la aparición del hombre y las palabras del mismo pues para el primer encuentro con su actual amo no le causó nada salvo curiosidad.


El hombre de pelo negro dio un respiro hondo antes de tocar tres veces. Una voz distorsionada y tenue se escuchó tras la puerta. Ambos no dieron ni tres pasos dentro pues el sonido de un golpe los detuvo en seco.


–Hay cosas que no te competen cuestionar desecho marino.


La joven aún tenía la cara volteada ante el golpe recibido más no dijo nada. Busco y tomo sus cosas para salir de ahí no sin antes dar una reverencia, no obstante ambos hombres notaron que la joven contenía las ganas de derramar lágrimas que contenía con fuerza. Al cerrarse las puertas tras de ellos ambos voltearon ante el cristal estrellado contra la fría piedra.


– Mi rey…


– ¿Ahora que mierdas quieres Hyuga?


Su voz le provocó escalofríos pues el rey emanaba un aura amenazante.


– Hyuga no tengo tu maldito tiempo, dime a qué mierdas has venido o lárgate.


No les miro en ningún momento. Se encaminó ante las botellas que aún vivían en la mesa para tomar una y darle un gran trago. Ambos hombres se preguntaban ¿Cómo era posible que el hombre frente a ellos pudiera tomar alcohol como agua?


– Mi rey le he traído a su… esclavo…  –  Su mirada se clavó en la del rey. – Si me permite mi rey, este joven no sabe cómo dirigirse a usted y…


–Huyga.


– ¿Señor?


– ¿Acaso he pedido tu opinión?


–No señor.


–Entonces cállate, deja a mi esclavo y lárgate.


El comandante tembló de la ira ante las respuestas del rey. Tomó una gran bocanada de aire antes de caminar para dejar las llaves en la repisa que se encontraba cerca de la puerta, dio media vuelta observando a los ojos al chico mientras le susurraba un lo siento y cuídate antes de abandonar los aposentos del rey.


–Quítate las cadenas y arrójalas dentro del cofre.


Sin decir palabra el chico hizo lo que le ordenaron. Las cadenas cayeron en el cofre, respiro profundo para enfrentarse ante su  nuevo amo, sin embargo el nerviosismo recorría su sistema pues en algún momento de su vida recordaba que su madre en una ocasión le contó sobre la actitud tomada de un esclavo ante su amo; mordiéndose el labio para no gritar unas cuantas verdades al sujeto frente a él por el daño causado a la joven y a él mismo se contuvo pues las palabras dichas, actos y las palabras pronunciadas por el cuerpo de las personas le gritaba tener cuidado, no obstante nunca se ha caracterizado por ser alguien de razón.


–Puedo saber porque me ha tomado como su esclavo cuando no…


–No te he tomado como esclavo. – La incredulidad se reflejaba en la cara del joven, por lo que el rey se giró para observarlo detenidamente mientras respondía a la pregunta muda. – Lo serás fuera de estas paredes dentro haz lo que te venga en gana.


No hubo más palabras. El rey se sentó en la pequeña mesa que se encontraba en el balcón mientras leía unos documentos. El joven detalló la habitación, abrió puertas y tocó todo lo que se encontraba en ella sin saber que un par de ojos lo miraban en todo momento.


El tiempo pasó y el joven nunca más cruzó palabra alguna con el rey, sin embargo se dio cuenta de varias cosas, la primera y más importante: todos le temían, incluso su madre le tenía cierto recelo a la hora de dirigirle la palabra, algo un poco extraño pues era su hijo. La segunda era que se enfadaba ante una orden mal ejecutada pues le gustaba todo en orden y bien hecho. También noto que sólo dos personas lograban tranquilizarlo y no le temían a las cuales les tenía un poco de celos pues por más que trataba de calmarlo o de sacarle conversación alguna lo único que lograba era hacerlo enojar más, que abandonara la habitación o puros monosílabos sino es que puros asentimientos de cabeza obtenía.


El joven se comenzaba a hartar ante semejante situación, detestaba estar encerrado en aquellas paredes frías y húmedas, no podía saber lo que contaban los libros que reposaban en aquellos estantes pues no sabía leer ni escribir ya que la educación sólo era un privilegio para aquellos que el líder lo dictara y no para quienes lo deseaban. Suspiro en resignación, se revolvió los cabellos ante el exceso de energía y tomó una decisión; se levantó y tomó aquel libro de pasta negra con letras en verde. Se acercó ante el rey que yacía en la mesa leyendo papeles y firmando otros, puso el libro en un espacio libre para con cuidado tomar el tintero, juntar los papeles en un montón ante la mirada sorprendida del rey.


–Ya me harte, no soy un perro el cual deba seguirte a todas partes, me aburro y tú no hablas, ni siquiera me has preguntado si tengo un nombre, sólo me jalas y das órdenes y, y, y… ya no sé… – Una pequeña risa proveniente del rey le distrajo de su discurso. – ¿De qué te ríes? ¡Oh por dios, te sabes reír!


La risa fue cortada de golpe ante el llamado en la puerta, su postura relajada fue reemplazada por una rígida y amenazante, dio el paso a una sirvienta que traía comida y una jarra de té, la puerta fue nuevamente cerrada y el semblante no cambio.


–Sabes, eres una persona extraña. – Un levantamiento de ceja obtuvo como respuesta. – Y regresamos a los gestos.


– ¿De qué vas?


–Eres un joven rey al que todos, incluyendo su pueblo, le temen, pareces más frío que un hielo pero apenas entramos a la habitación todo tú cambias, como un camaleón… lo digo, eres extraño.


–Tu nombre.


– ¿Por qué tendría que decírtelo?


–Si no dirás nada completo entonces no hables.


El silencio volvió a reinar en aquella habitación. El Rey siempre sonaba más viejo de lo que parecía. Salió de su impresión al notar como el Rey estiraba su mano en dirección del montículo de papeles. Actuó sin pensar. Lo tomo de la barbilla con fuerza para obligarlo a elevar su rostro ante el suyo.


–Kagami Taiga su majestad, y dado que estoy muerto de aburrimiento te pido que me leas ese libro.


–Suéltame.


–Las órdenes conmigo no van dentro de este cuarto.


–Suéltame. – La palabra fue dicha con tanta suavidad como lentitud que por un momento Kagami temió por las consecuencias, más el agarre no fue soltado.


–Iolita.


– ¿Qué?


–Que tienes un par de iolitas por ojos. Hermosos sin lugar a dudas.


El agarre fue soltado pero el Rey no se movió de su lugar. Miraba asombrado a la persona que se encontraba sonriéndole pícaramente ante su accionar, el miedo no se encontraba presente en sus facciones y mucho menos lo trataba como una divinidad o algo por el estilo sino que era tratado como un igual.


–Entonces, ¿me lo leerás?


– ¿Por qué no lo lees tú?


–Y yo que pensé que el Rey era alguien inteligente. – Una mirada bastó para cambiar su discurso. – Ya, pero si supiera leer no te lo estuviera pidiendo en primer lugar.


– ¿No sabes leer? –  Kagami movió negativamente la cabeza. – ¿Escribir? – La respuesta fue repetida. – ¿Por qué no?


–Los ancianos de mi pueblo eran quienes decidían quien aprendía y quien no, como te habrás dado cuento no soy precisamente alguien al que le guste el estudio pero…


El Rey se levantó en busca de un libro que yacía escondido en la cama, jalo la silla de Kagami a su lado para después retomar su asiento y mostrarle el libro.


–El libro que me has dado contiene palabras difíciles por lo que comenzaremos con uno fácil y al mismo tiempo tú aprenderás.


Kagami realizó un pequeño puchero en protesta por aquello pero conforme el rey iba hablando y explicando el joven se interesó al grado en que ambos cayeron en un mundo de fantasía y animales parlantes.


 


El tiempo se diluía como arena entre sus manos al estar siempre juntos en cualquier sitio, Kagami se fascinaba ante cualquier cosa nueva que el rey le contará mientras Aomine se enternecía con su esclavo conforme este le mostraba sus facetas o gestos, los pucheros siempre se daban cuando no le prestaba atención o le ordenaba algo, se enojaba con facilidad, lo cual era divertido para el rey. Su rutina era despertar, comer algo y después Aomine atendía sus deberes mientras Kagami se despertaba a la hora deseada, comía y practicaba para cuando el rey regresará este le tenía que dar un resumen de lo leído para acto seguido recibir un par de lecciones más. Kagami antes de acostarse le preguntaba de su día o sólo lo observa perderse en el infinito del cielo estrellado.


Pese a formar una rutina entre aquel par Kagami olvido que a su rey le temían en sus tierras y, por primera vez él también le temería.


Kagami se encontraba practicando en compañía de Riko quien al saber que el rey le estaba enseñando esta también quiso, ambos compaginaron a la perfección al grado de crear una gran amistad donde el pelirrojo le contaba sobre su tierra o cosas del día mientras Riko hacia lo mismo aunque siempre la que más hablaba era ella. Ambos se encontraban hablando en el balcón de la habitación cuando el grito de varios hombres les interrumpió, movidos por la curiosidad se asomaron para encontrarse a un grupo de soldados rodeando a Daiki mientras este golpeaba sin cesar a un hombre con la espalda manchada de sangre.


Ante aquella imagen Kagami corrió en su dirección ignorando los gritos de Riko para detenerse, se abrió paso entre los soldados y observó. Observó asco, lastima, furia y odio dirigidos hacia el verdugo. Los gritos de una mujer pidiendo clemencia mientras era retenida por un par de soldados, el rostro de Aomine no expresaba nada salvo furia. El pelirrojo no soporto más, corrió y se interpuso entre el agredido y el agresor dejando la zona con el eco del golpe en su brazo izquierdo.


–Quítate.


El sonido de la voz tan profunda y gruesa le estremeció todo el cuerpo. Kagami ancló su mirada en la contraria y lo que observo no le gustó nada.


–Quítate Kagami.


El pelirrojo negó.


– ¿Por qué lo golpeas? Nadie merece ser tratado como lo estás haciendo ahora. – El ceño del Rey le gritó que se callara pero no lo hizo. – Pensé que…


–Un esclavo no piensa sólo acata ordenes cual perro, ahora muévete.


–No, merece un juicio por lo que sea que haya hecho no que lo golpees cual ani… – Un latigazo cayó sobre su cuerpo. El silencio reino y él al suelo dio a parar. Su mirada cristalizada reflejaba el dolor ante aquel golpe de fuerza, sin embargo no se movió. – Daiki para, darle otro castigo que… – Otro latigazo recibió su cuerpo.


– ¡No te atrevas a hablarme por mi nombre! ¡Para ti soy el rey o tu amo, ahora muévete si no quieres recibir los mismos golpes que él!


–No. ¡Es un hombre, una persona no un maldito cerdo qu…!


Sus cabellos fueron tomados con tal fuerza que un pequeño grito escapó de sus labios, su rostro quedó a milímetros de distancia del contrario.


–No te pregunte si querías ser su defensor, te ordene que te movieras.


Las palabras pronunciadas congelaron su cuerpo, no sintió como Aomine lo había arrojado lejos para caer en el suelo y cortarse el otro brazo. Mientras tanto el rey más furioso de lo que ya se encontraba, ordenó encadenar al hombre bajo el sol por cuatro días, después ser llevado al calabozo y a la mujer dejarla fuera de su castillo. Ante la orden dada todos se movieron tan rápido como sus cuerpos se lo permitieron ante el miedo infundado por su rey. Sin embargo todos se detuvieron ante el caminar del monarca en dirección del esclavo pelirrojo que fue tomado nuevamente por sus cabellos para ser alzado a la altura del contrario.


–No sabes lo que has desencadenado, bastardo necio.


Tomo su brazo para jalarlo dentro del castillo, a quienes se encontraban en el pasillo detenían su andar para pegarse lo más que pudieran contra la pared para no estorbar o convertirse en el blanco de la ira de su soberano.


Las puertas de serpientes fueron abiertas y azotadas para cerrarse. El pelirrojo que fue arrastrado por medio castillo fue azotado contra el piso para acto seguido ser tomado con brusquedad del rostro.


– ¿Sabes de la estupidez que has hecho? ¿Siquiera tienes idea de lo que has evitado con tu maldita intervención grandísimo idiota?


Kagami lo miraba con cierto desafío y temor, lo que provocaba que su ira aumentara.


– ¡Maldita la hora en la que te salve de los carroñeros!


El pelirrojo no contestó pero su cuerpo fue arrojado a las sabanas y, fue ahí donde reaccionó.


–Eres un rey, un líder, no puedes castigar a todos sólo porque no cumplieron tus ordenes al pie de…  – Un golpe lo callo.


–Eres un idiota, no sabes nada.


– ¡Pues dime! ¡Decirme porque era importante golpear aquel hombre hasta que muriera! ¡Decirme qué es lo que desencadene!


–Una mula de carga no entendería ni porque se le explicara con manzanas.


El pelirrojo iba a protestar pero fue interrumpido por unos labios que buscaban dañar los suyos.


–Dado que estoy tan furioso y no pude desahogarme como quise, – Se posiciono sobre el cuerpo ajeno, lo escaneo de arriba abajo y una sonrisa afloro en sus labios. – Espero que tu cuerpo resista pequeño zorro de sacrificio.


No había dolor que se le comparará a lo que sentía en ese momento, había sido lastimado en cuerpo y alma por aquel a quien había empezado a amar, se sentía inquieto y temeroso un poco sucio y molesto, lo habían castigado y su ser estaba tan herido como su piel.


Al despertar se encontró con Elizabeth y Riko que se encontraban limpiando la habitación, trato de incorporarse pero su cuerpo protestó.


–Mi pequeño, no intentes esforzarte.


Kagami miró a ambas mujeres y deseó haber muerto en manos de los carroñeros.


–Taiga, sentimos tanto que…


–Creo que debí escucharte ¿no? – Trato de mostrar una expresión de diversión pero por los rostros de las mujeres supo que había logrado lo contrario. – ¿Tan mal me veo?


–Peor que mierda.


– ¡Riko!


– ¿Qué? – La expresión de Elizabeth dijo todo. – Pero si el pregunto.


–Está bien Eliza, no regañes a Riko…


–Nunca había visto a mi niño tan furioso pero no es bueno quedarse con el dolor dentro pequeño.


Sus lágrimas ya recorrían su rostro cuando Elizabeth ya lo tenía a medio abrazo, se aferró a ella como nunca se lo permitió su madre. No supo cuánto tiempo se la paso aferrado a ella y mucho menos noto los movimientos de Riko en la habitación. Cuando por fin pudo calmarse entre Eliza y Riko lo metieron en la bañera, lo ayudaron a lavarse, mientras era curado por Eliza Riko cambiaba las sábanas. Al termino de vestirse lo guiaron hasta la mesa para que comiera algo, a la mitad del plato comido el rey hizo su aparición.


Kagami se tensó y sujeto con fuerza las faldas de Elizabeth, mientras Riko hacia una pequeña reverencia.


–Mi Rey. – Ambas mujeres pronunciaron más no lo miraron.


Ante tal acción Aomine supo que aquello no se lo perdonarían tan fácil, sin embargo en aquellos momentos no tenía mente para arreglar disgusto de sus mujeres mientras tenía a su madre y a un grupo de ancianos por una guerra que a Lila no le concierne. Suspiro, busco un cambio de ropa pero antes de adentrarse a bañar les hablo.


–Cuando salga espero no verlas aquí.


Las puertas fueron cerradas y con ello los presentes volvieron a respirar. Kagami temblaba levemente ante las palabras dichas pues no deseaba quedarse a solas con el soberano, miró suplicante a las mujeres pero estas negaron ante su petición.


–No te hará nada más.


Y con aquella oración ambas dejaron la habitación.


Kagami trato de seguir comiendo pero no pudo ni pasar el pequeño bocado que ya tenía en la boca. Trato de calmar su creciente miedo repitiéndose quien era y que no le temía a nada, después de todo era un guerrero, pero por más que se lo repitiera el poco valor que junto se diluyó ante la presencia de ojos iolita. Bajo la mirada hasta sumergirla en el plato.


–La cama es tuya.


El escalofrío que recorrió su cuerpo ante aquella voz fue tan fuerte y visible que incluso el moreno lo notó, tomó uno de sus libros para distraerse de la presencia del pelirrojo y de todo aquello que asaltaba su mente.


Taiga observó a Daiki perderse entre las páginas y el cielo estrellado. No le quito la vista hasta que se enterró entre las sábanas.


 


Los días pasaron para convertirse en semanas que se transformaron en pesadas cadenas para todos los habitantes del palacio de Lila pues el rey parecía una bestia a punto de ataque ante cualquier discusión. Riko y Elizabeth trataban de calmarlo en la privacidad de la habitación pero sus esfuerzos eran casi nulos. Kagami se congelaba ante la voz tan fuerte y los sonidos de cosas cediendo ante la fuerza de Daiki, varias veces intentó acercarse para tratar de sosegarlo pero los recuerdos de aquella noche no ayudaban mucho en su cometido.


Las puertas fueron abiertas con fuerza un día en el que Kagami y Riko se encontraban practicando su lectura.


– ¡Daiki eso es muy peligro, piensa en tu madre, en el pueblo!


–Me importan una mierda.


El joven rey se dirigió al armario para tomar una bolsa y llenarla de ropa, mientras su nana trataba de hacerlo entrar en razón ante algo que ni el pelirrojo y la castaña no comprendían.


–Arregla tus cosas, tú vienes conmigo.


La mirada dada junto con la orden lo sacó de balance pues no comprendía qué pasaba. Veía a Daiki moverse de un lado a otro mientras tomaba y metía cosas a otra bolsa.


– ¡Con un demonio vieja deja de gritar! – Miro a Taiga. – ¡¿Piensas que tengo tu tiempo?! ¡Te ordene que juntaras tus cosas y no veo que muevas el culo!


–Yo…


– ¡Muévete ya!


No necesito de otro grito para por fin salir de su letargo y hacer lo ordenado. Ambas mujeres decidieron mejor ayudar en lugar de seguir gastando saliva ante algo que sabían no obtendrían respuesta hasta que él lo decidiera.


–Daiki ¿qué sucede?


–Sólo camina.


En las puertas de la entrada, en el marco la reina los esperaba con gesto preocupado..


–Hijo no es necesaria tu presencia en…


–No te estoy pidiendo permiso madre, sólo te aviso que me voy y te quedas a cargo del reino hasta mi retorno.


El moreno caminó hasta su caballo que lo esperaba ansioso.


–Cuídalo, te lo pide una madre no la reina.


El pelirrojo no alcanzo a contestar pues la reina ya se encontraba retornando al castillo, miró sin entender a Eliza y Riko mientras pedía consejo ante la forma de actuar pues ellas no estarían a donde sea que Aomine los llevaba.


–No te preocupes, sólo trata de darle por su lado o simplemente no digas nada pequeño.


–Y sino golpéalo, total estarán fuera de territorio de Lila. – Una sonrisa pícara le regaló Riko que contestó con otra un poco nerviosa.


–Sólo tranquilízate y trata de hablarle como un igual. – Mientras Eliza le decía aquellas palabras que calaron hondo en su mente esta le colocaba por los hombros un par de capas con capuchas hechas por su mano pero que implícitamente le pedía que le diera la extra al rey que ya se encontraba montado sobre el caballo.


– ¡Maldita sea Kagami mueve el culo!


El pelirrojo les sonrió, se giró y se montó en el caballo que se convirtió en su guardián ante su primer encuentro.


– ¡Mi madre sigue siendo la reina del pueblo de Lila por ende le deberán tratar como tal en mi ausencia! ¡¿Entendido!?


– ¡Mi rey! ¡Mi rey! ¡Mi rey!


Con aquel grito en respuesta ante su orden cabalgó hasta que los caballos se perdieron en el espeso bosque de Lila.


 


 


Las tierras de Lila fueron dejadas tras cada galope dado contra la tierra. Kagami poseía un sin fin de preguntas ante el repentino viaje ordenado por el rey; se extrañaba ante los paisajes que se mostraban y, así como iban apareciendo también notó la sonrisa nacida por estar nuevamente al lado del monarca.


El tiempo no se sintió hasta que un poblado cercano al mar se mostró. Las dudas crecían y ninguna podía ser esclarecida. Galoparon hasta las puertas del castillo donde un joven ya los esperaba. El rey no dijo nada. Se adentro al lugar como si fuera propio y no espero a su esclavo, quien se sentía tan desorientado como sorprendido.


–Sígueme, te llevaré ante tu rey.


La voz le había asustado ya que no noto el momento en el que un joven se acercó a ellos. Sin palabras le siguió hasta una habitación al aire libre, con una joven sentada de pelo singular portando un vestido verde-agua, entre sus manos una copa de vino y a su lado un Aomine convertido en un animal encerrado pues se movía de un lado para el otro mientras blasfemaba a diestras y siniestra, no obstante quien más captó su atención fue el trasfondo.


–Veo que te ha gustado la vista.


–Es bellísimo, aunque prefiero más los bosques.


–Directo y honesto, me gusta este chico Daiki.


Al escuchar aquel nombre, el pelirrojo volteo hacia su interlocutor para encontrarse a la joven y a un moreno con una media sonrisa observándolo.


–Taiga, debería ser más observador.


El pelirrojo trato de defenderse pero lo único que salió de sus labios fueron palabras sin contexto pues el volver a escuchar aquella voz dirigía hacia su persona le había puesto nervioso.


– Tú deberías dejar de burlarte del joven, después de todo él no sabe quién soy o dónde se encuentra ¿cierto? – Un chasquido fue dado por el joven rey y una negativa de cabeza de parte del pelirrojo. – ¿Qué se le va hacer? Me presento, soy Momoi Satsuki reina de Lira.


– ¿Re-re-reina? – Un asentimiento le dio la reina ante su pregunta. – Siento mi impertinencia, mi reina, yo no sabía que…


–Deja de disculparte, ella no lo merece.


– ¡Daiki!


Después de aquella charla de regaños dirigida hacia el moreno, Taiga conoció a la verdadera reina de Lira y, un pueblo costero, pesquero y minero; amable, traviesa y nada parecida a las típicas princesas o reinas que el joven pelirrojo haya conocido, y, al igual que su rey ella también tuvo que ascender al trono siendo todavía una niña y que en una de esas tantas fiestas a las que tenía que asistir se topó con el joven príncipe de Lila, donde, después de una pequeña pelea ambos quedaron con una amistad que hasta la fecha aún sigue vigente y más fuerte. Mientras contaba su historia, varias anécdotas que involucraban a un niño sonriente y divertido le mostraban el pueblo en compañía del rey y unos cuantos escoltas.


Al caer la noche Kagami noto que compartiría habitación con el rey, incrementando sus nervios y un poco su miedo ante la situación.


– Que fastidio.


Taiga se quedó tan rígido como una tabla tras el barandal del balcón ante la entrada de Aomine. Escucho ruidos más no se movió ni un ápice,  no quería molestar y mucho menos tenía energías ni fuerzas para enfrentarse a su verdugo y amor imposible.


–No te haré nada, así que por favor háblame.


Un pequeño beso fue depositado en su hombro izquierdo pero ni eso logró despabilarlo pues nunca en el tiempo que llevaba al lado de aquel arrogante y frío ser le había escuchado la palabra por favor ninguna vez hasta ahora. Se escabullo hasta la habitación de baño para ducharse y pensar. Al salir se encontró con un moreno en cama leyendo, respiro hondo y se acercó ya que durante sus minutos de soledad llegó a la conclusión de darle una oportunidad, además extrañaba las noches de información (como lo había catalogado después de escuchar las historias sobres las constelaciones).


Sin darse cuenta por cada paso que daba realizaba una pequeña mueca observada por un par de ojos que escondía su sonrisa tras paginasamarillas.


Una sonrisa nerviosa hizo gala de presentación ante su acercamiento a la cama, se metió entre las sábanas acercándose lo más que pudo al cuerpo contrario, tomó aire y beso la mejilla ofrecida involuntariamente. El rey lo miraba sorprendido ante su accionar.


–Te daré una sola pero la próxima que intentes algo como la otra vez te golpeare tan fuerte que tu rostro quedara desfigurado… y no me importa si eres el rey o un dios, te golpeare ¿entendido? – No hubo respuesta. – Bien, buenas noches astro rey.


Mientras el pelirrojo se dejaba arrastrar a tierras de Morfeo el moreno no se movió pero si con el pasar del tiempo y a su vez su cerebro digería las palabras y amenaza dadas a su personas una sonrisa genuina y grande se dio paso en sus labios que minutos después tuvo que bloquearlos ante el ataque de risa originado por su esclavo lunar.


 


El tiempo que estuvieron el Lira logró acercar nuevamente aquel par tan singular, sus riñas, sus ataques, sus constantes competiciones le mostraron al otro varias facetas que en Lila es imposible mostrar, así como sus pequeños roses, sonrojos o desvíos de miradas cuando se encontraban; todo observado y callado por la reina de aquellas tierras paradisíacas. Sin embargo Taiga noto que cada vez que se reunían los reyes en privado Daiki salía con un humor peor o igual que aquella noche y la reina quedaba con una sonrisa triste. Varias veces intento saber lo que sucedía pero el moreno lo ponía a leer o cambiaba de tema, lo mismo con la reina, sino cambiaba de tema sólo lo miraba mientras le decía nada es lo que parece, observa no veas y después caminaba.


 


–Sabías que el amor para los reyes está negado.


–No es verdad.


–Hace un tiempo un anciano rey me contó que el precio a pagar por sostener una corona era el no sentir amor por nada ni por nadie.


–Daiki, eso es imposible, todos sentimos amor, de diferentes maneras pero…


–El amor es algo negado para aquellos que poseen el poder adornado en una corona.


–Pero yo te a…


Aquella frase fue silenciada por una mano. Una mirada le gritaba y rogaba que no terminara la frase.


–El amor es un lujo que no me puedo dar Taiga, así que te pido no vuelva a decir ninguna frase con aquello a lo que no me es permitido entrar.


Un beso fue depositado en aquellos labios carnosos, la mano que antes se encontraba en ellos se deslizó hasta la nuca y la otra a la cintura, y, mientras el beso se intensificó, Kagami no terminaba de creer la situación tan irreal que vivía en esos momentos pues días atrás el rey le había dado su amistad, ambos habían vivido días muy divertidos, con sus altibajos y todo por cuestiones de deberes reales, también, porque el segundo motivo del viaje era ayudar a la reina con el comercio y la infraestructura de su pueblo, claro está que el primer motivo nunca supo cual fue.


A su regreso del mercado se encontró con el hermano pequeño de la reina, Ryouta, un joven de quince años, energético y muy cariñoso, con una sonrisa plasmada en el rostro quien en varias ocasiones le involucró en sus travesuras, recibiendo regaños del moreno rey en privado. El miedo recorría su cuerpo cada vez que Aomine se enfureció, detestaba cuando adoptaba la actitud indiferente y cruel pues su mente le gritaba que se alejara de él como si de una plaga se tratara pero aquello en lugar de lograr que se alejara hacia lo contrario, se quedaba a su lado sin importar nada.


Así como el caer en la cama mientras unos labios reclamaban los tuyos como si fueran agua para un desierto. Tu cuerpo ser tocado con rudeza mezclada con gentileza para sentir los pétalos de rosas en tu pecho y las espinas en tu espalda. Te muestran el universo tras tus párpados pero tu corazón es anclado por una trampa de oso que el rey evita caer.


Los días siguientes no salieron de la habitación por órdenes de la reina, dando paso al día de despedida de Lira.


Al despedirse de Ryouta con un efusivo abrazo este le dijo:


–Si alguna vez necesitas de una mano, la mía siempre estará extendida en Lira para ti hermano de travesuras.


Un asentimiento, más abrazos y un grito después se encontraban sobre caballo galopando hacia Lila.


 


Kagami deseo que el tiempo se detuviera para no retornar a Lila, donde el moreno levantaba todo el tiempo aquella muralla que apenas logró hacerle un hueco para pasar. Suspiro. Suspiro con añoranza por aquellos días en Lira donde el moreno sonreía más, donde no escapaba a mitad del día o la noche, donde no le trataba igual o peor que a un perro y donde no se veía el miedo reflejado en los rostros de las personas que lo rodeaban. Sin embargo agradecía el cumplimiento de su palabra al no lastimarle cuando se encontraba enojado, el límite puesto para esos momentos eran sus labios y no más de aquel límite exigía el Rey. A veces terminaban en un pequeña riña a golpe limpio para terminar rodando en la cama en compañía de ósculos salvajes.


Algunos días no veía al moreno por culpa de la carga de trabajo a causa del viaje y otros simplemente le ignoraba o la reina le pedía cosas.


–Vayamos a montar.


Kagami apenas y podía mantener los párpados abiertos, Aomine se movía de un lado para el otro gritando quien sabe que, el pelirrojo se encontraba tan cansado a causa de lavar todas las caballerizas el día anterior, por orden de la reina, que hasta respirar le costaba. Sentía las prendas caer en partes de su cuerpo pero ni eso le lograban despabilar. Hasta que fue pateado fuera de la cama.


– ¡Con un demonio, levántate ya Kagami Taiga!


El rugido de parte del rey lo despertó más que el golpe recibido. Le miró ceñudo para acto seguido realizar la orden silenciosa dada. Cuando salió del castillo la noche todavía reinaba los cielos y los caballos ya les esperaban ensillados y ansiosos por salir. Apenas se montaron los caballos tomaron las riendas. Miró con preocupación a Daiki pero este solo mantenía la correa libre entre sus manos y una sonrisa en su rostro, suspiró, dejó hacer al animal.


Llegaron hasta una cascada, iba a desmontar pero el mismo corcel se lo impidió pues se adentro al río para pasar bajo la misma. Lo oscuridad reinó por unos momento para darle el paso a un pequeño paraíso resguardado por agua.


–Veo que te gusta.


–Es hermoso.


–Lo sé, lo encontré durante una de mis expediciones.


–Daiki. – El aludido lo miro. – ¿Qué hacemos aquí?


–Ya lo descubrirás.


Los caballos fueron libres de hacer lo que quisieran, mientras tanto Daiki le mostró el lugar. Por primera vez el moreno habló sin cesar, le contó sobre su vida, lo que había vivido y un sinfín de cosas más que al pelirrojo le sacaron varias sonrisas. El desayuno fue patrocinado por las cocinas del castillo, la comida y la cena por Aomine al pescar en el río. En varias ocasiones sus labios probaron los ajenos. Las caricias no se hicieron esperar al igual que las bromas o las risas.


Quienes los vieran no se darían cuenta que ante ellos se mostraba un rey y un esclavo tratándose como iguales, que uno era un ser cruel e indiferente, el otro, amable y bondadoso.


La noche hizo su aparición al igual que el fuego frente a ellos. Daiki comenzó a contar historias relacionadas con las estrellas pero fue interrumpido por una mano en su boca.


– ¿Por qué estamos aquí? – Aomine le quitó la mano del rostro para montarse sobre él. – ¿Aomine?


–Estamos aquí, porque quiero que me tomes. – Le dio un beso. –Hazme el amor Taiga.


– ¿Estas demente?


–No.


– ¿Qué te fumaste?


–No fumo.


– ¿Estas ebrio?


–Ni una gota ha tocado mis labios.


– ¿Por qué?


–Porque quiero, – Tapo la boca contraria al notar que volvería a hablar. – deja de buscar excusas, ¿me tomaras si o…?


Las palabras fueron cortadas por unos labios, así como fue girado a la mitad del beso.


–Realmente eres un rey.


–Lo soy.


Las palabras murieron. Los besos tomaron control. Las manos se convirtieron en exploradores y el tiempo se volvió lento. El frío fue sustituido por el calor. El sonido de la naturaleza fue invadido por la sinfonía dirigida por el placer. La luna fue testigo fiel de aquel acto generado por el rey. La noche pasó lenta para el par de amantes tan desiguales.


 


Los gritos eran fuertes y desgarradores, Kagami detestaba los sonidos altos y más que estos lo despertaran. Las puertas fueron abiertas con tal fuerza que lograron sacar de la cama al pelirrojo que aún se encontraba en la cama. Al girarse para gritar al osado sus palabras murieron al ver a Elizabeth y Riko llenas de hollín y sangre en sus ropas. No puedo ni preguntar el porqué de su estado cuando ya ambas mujeres se encontraban alistando en una pequeña bolsa ropa y cosas que no alcanzaba a ver desde su posición.


–Sal de la cama y vístete.


La respiración acelerada junto con la de mando de parte de Eliza le obligaron a realizar lo pedido, sin embargo su lengua se moría por producir el sonido de preguntas ante los ruidos y la desaparición del moreno.


–No preguntes, sólo camina.


Riko le dio la bolsa mientras Eliza le ponía las capas utilizadas en sus viajes. Fue arrastrado pasillos abajo y escondido en cortinas para que nadie le viera, no obstante antes de llegar a las cocinas no pudo más, necesitaba saber que sucedía para ser sacado a la mitad de la noche y así se los hizo saber al detenerse, hacer resistencia al instarle seguir caminando.


–Bien, tú ganas ¿recuerdas al tipo que salvaste de encontrar la muerte en manos de Daiki? – El pelirrojo asintió ante la pregunta de Riko. – Es el líder de una campaña para derrocar a la familia real Aomine, si hubiera muerto nada de esto estaría pasando, ahora ¿puedes seguir caminando?


Mientras digería la información dada, su preocupación por el moreno iba en aumento al igual que sus ansias por encontrarlo. Estaba a punto de preguntar por él cuando este hizo su aparición frente a ello peleando con un hombre. Un par de golpes después el hombre cayó, ese movimiento bastó para correr en su dirección. Un abrazo y beso después el moreno habló:


–Tienes que irte.


–Lo siento, lo siento, debí haberte escuchado pero…


Sus disculpas fueron cortadas por un beso apasionado y devastador para ambos.


–No importa, sólo vete.


–No, me quedaré y…


–Te amo. – La cara de Taiga reflejaba la sorpresa ante aquella confesión. –Te amo Kagami Taiga y por eso es que te iras, si estas a mi lado no puedo concentrarme en la lucha.


–Eres un imbécil, idiota, bastardo, hijo de puta, maldito…


–Oye, deja de…


Un beso fue dado.


–Pero así te amo Daiki.


El moreno volvió a besar a Kagami. Las miradas decían todo lo que sus labios no podían, segundos o minutos después el rey llamaba a su corcel.


–Sube.


–No, no en él, lo necesitas… – Sus argumentos fueron cortados al ser cargado sobre el caballo. – No Daiki, no…


–Peleare mejor si sé que mis dos preciadas joyas se encuentran a salvo.


–Daiki.


–Espero encontrarme en otra vida contigo mi amor.


Antes de que el pelirrojo pudiera decir más, el rey golpeó al caballo logrando que saliera a todo galope. Observó como su esclavo se perdía entre el bosque en compañía del último regalo dado por su padre.


–En otra vida mi amor.


Se giró para enfrentarse a una guerra que su padre retrasó lo suficiente para que él madurara, para que encontrara solución a esa situación generada por su abuelo ante su ambición. Lástima que todos sus intentos fueron en vano pues la traición se encontraba en el mismo lugar que él llamaba hogar.


–En otra vida.


 


Así será, mi joven rey.


 

Notas finales:

Espero les haya gustado.


Se acepta cualquier critica y si hay mayoría de votos habrá continuación sino se quedará en final abierto. :)


Perdonen las faltas de ortografía.


Nos seguimos leyendo.


Yanne, :D


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