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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

¡Hey, sorpresa, sorpresa!

Lo sé, lo sé, han pasado meses desde la última vez que nos leímos y apuesto que no me esperaban. En mi defensa sólo diremos que la vida cambia abruptamente y han pasado cosas en la mía que desajustaron totalmente mi ritmo; una de muchas por ejemplo es que tuve que cambiarme de casa varias veces en un tiempo muy corto e ir de un apartamento a otro llevándome la vida en el maletero de mi destartalado auto, pero no se preocupen finalmente encontré un hogar en donde coexistimos cuatro mujeres locas y un bebé… no, no es broma aunque suene como el título de una absurda película de comedia.

Debido a eso y a otras razones personales no pude mantenerme al día con la escritura, pero ahora espero retomar esta Vida de Perro más las historias subsecuentes porque el lado bueno de todo es que aunque sí dejé de escribir nunca dejé de imaginarme historias y ahora que el tiempo me queda más holgado espero plasmarlas en el papel para poder compartirlas con ustedes.

Por cierto, saludos y agradecimientos especiales a la personilla que me mandó mensaje en Wattpad, sí, sí, tú, no sé si quieras que ponga tu nombre así que no lo haré pero de todas maneras muchas gracias por recordarme que aún hay quien lee esto.

 

Joder como me extiendo con esto de las palabras innecesaria ¿no? Bueno, bueno ya, a leer señoritas y señores (¿hay hombres leyendo esto?)

Me aterré y casi seguro que mi semblante se volvió más blanco que la cera cuando divisé a Yazmin al otro lado de la calle, con las maletas a sus pies. A penas pude reaccionar debidamente cuando la vi acercarse a toda prisa con ceño fruncido y mirada iracunda.

      Iba a matarme, a descuartizarme, a destriparme, a picarme en pequeños cuadritos tan diminutos que a penas serían reconocibles... Y quizá, sólo quizá, yo debía dejar de leer a McCllelan para dejar de tener escalofriantes ideas como esas.

      Reaccioné y más por instinto que por otra razón me coloqué delante de Andy, si alguien debía ser muerta, descuartizada y picada en pequeños irreconocibles cuadros debía ser sólo yo, después de todo ella no tenía culpa de nada.

      Todo debió pasar en cuestión de segundos pero a mi me pareció que la eternidad nos apresaba en ese momento. La mano de Yazmin impactó con fuerza contra mi mejilla obligándome a girar la cara por inercia, al volver a verla tenía los ojos anegados de lágrimas contenidas.

      Aquel golpe me devolvió a la realidad que había estado negando durante meses, pues no sólo caminé por la cuerda floja, corrí salté y bailé imprudentemente durante más tiempo del que debí y finalmente la hora de caer había llegado.

      Finalmente sueño y realidad se habían encontrado...

 

      (Cuatro días antes)

      
      El viento sopló, alborotando las hojas del árbol que nos cubría, haciéndome entrecerrar los ojos pues el sol había conseguido colarse entre las ramas y darme directo en el rostro.

      Me incorporé, echando los brazos tras la espalda, aguantando el cuerpo sobre las palmas de las manos. Las puntas del césped se clavaban en mi piel provocándome picazón y a lo lejos, en campo abierto, un frisbee surcaba el aire siendo perseguido por un enorme perro de pelaje dorado que corría a toda velocidad tratando de atraparlo. El ambiente apacible lo completaban algunas familias sentadas en círculo comiendo emparedados y un grupo de amigos que jugaban con una enorme pelota amarilla.

      — Quién habría dicho —susurré.

      — ¿Cómo dices? —ella se volvió, estaba sentada al borde de la suave e imperceptible pendiente que formaba el terreno por lo que al girar la mirada hacia mí tuvo que levantar la cabeza un poco para poder verme a los ojos.

      — Digo que esto es muy agradable.

      — Oh sí, lo es —asintió sonriente. Se levantó, estirándose primero y entornando los ojos después, mirando el cielo inusualmente despejado de media tarde—. No podíamos desaprovechar un clima tan bueno ¿no crees?

      Sí, lo creía, aunque seguía pareciéndome demasiado bueno para ser real.

      Meses enteros habían pasado, retirándose como recuerdos y volviendo a llegar en forma de expectativas, en un pestañeo, tan rápida y vertiginosamente que a penas me había podido percatar de su paso. Un tiempo considerable, perfecto para ir cambiando día con día las hojas del calendario pero no lo suficiente como para poder cambiar la obsesiva rutina de mi vida que seguía manteniéndose firme a pesar de todo, repitiéndose indefinidamente casi al pie de la letra cada día.

      Bueno, más o menos.

      Todavía veía extrañas películas en el recién adquirido televisor de los mellizos a altas horas de la noche mientras ellos salían de juerga a saber dónde, todavía subía con Javier a la azotea del edificio para ver los autos transitando por allí, paseaba por las calles de Gliky cuando el tiempo no era tan malo o leía los perturbadores libros de McCllelan mientras bebía chocolate tibio y miraba las gotas de lluvia descender por el cristal cada vez más a prisa en su carrera hasta la cornisa cuando el clima era inclemente y no podías abandonar tu hogar. En resumen, continuaba haciendo todo lo que acostumbraba, incluido visitar el Varano cada jueves para beber café y recibir las burlas de Alan o incluso negándome tercamente a utilizar el automóvil, pero una parte del conjunto se había modificado drásticamente pues ya no implicaba sólo un «yo» ahora era un «nosotras» compuesto por Andrea Tolento y yo misma.

      La cosa con Andrea es que ella no era una mujer de rutinas, al menos no de tantas como lo era yo, así que de alguna forma se las ingeniaba para romper con ellas, de manera sutil pero contundente, muchas más veces de las que creería porque efectivamente la vez del Shellby y Casa Blanca había sido la primera pero no la última. De pronto parecíamos tener la imperiosa necesidad de hacer todo juntas y aunque al principio intenté resistirme tal vez estaba demasiado absorta contemplando el universo de posibilidades que parecía extenderse a nuestros pies por el simple hecho de estar juntas como para percatarme de lo que implicaba ese «nosotras» o quizá simple y llanamente no quería notarlo porque así todo era más simple, porque así podía seguir disfrutando de la manera en que perturbaba mi rígida vida rutinaria sin pensar en lo que sentía o no sentía por la diseñadora.

      Suspiré, tumbándome otra vez con los brazos tras la cabeza, cerrando los ojos.

      Sinceramente, si lo pensaba uno bien ¿que demonios estaba yo haciendo? ¿por qué seguía aceptando salir con ella o invitándola yo? Alguna de las dos debía estar loca y lo cierto es que temía ser yo quien hubiese perdido la razón.

      Y sin duda debía ser yo.

      Sólo había que pensarlo, era hora de clases y no estaba ni cerca de la preparatoria. Aunque el día sí que había iniciado normalmente, conmigo preparándome para impartir clases, células aquí, mutaciones y cosas divertidas por allá, algo de química orgánica tal vez y al terminar necesitaba abastecerme con algunas compras en la tienda cercana a casa para preparar la cena. Al final del día seríamos un buen espagueti con tomate y yo, una buena cena romántica en toda regla aunque tendríamos que obviar la luz de las velas o acabaría jodiendome más la vista al leer los libros de McCllelan a media luz.

      Sonaba aburrido y solitario, pero más que eso yo esperaba que fuese relajante, las últimas semanas el trabajo del laboratorio había sido un asco con miles de informes y pruebas por hacer, Jared estaba que echaba espuma por la boca despotricando contra los jefazos, era un espectáculo digno de ver pero era agotador soportarlo también a él y además el rector me había echado la bronca por reprobar a más de la mitad de mis alumnos.

      Sin embargo, no tenía muchas esperanzas de que fuese una noche tranquila, casi seguro alguno de los Radosta iría a montar alboroto como era regular, o quizás lo harían ambos llevándose consigo una botella de vino pues seguramente el jugo de uva de mi nevera sería muy aburrido para ellos. Adoraba a ese par pero podían llegar a ser extremadamente irritantes cuando se lo proponían.

      Y sin embargo, no, nada de eso había pasado. Primero que nada porque ni siquiera había puesto un pie en la escuela, Andy se las había arreglado para acorralarme a la salida del apartamento y convencerme de faltar, lo cual era extraño teniendo en cuenta que yo ya no era estudiante y mi ausencia en lugar de fastidiar a algún profesor cascarrabias habría seguro alegrado a una veintena de estudiantes. Tampoco habíamos ido de compras, en lugar de ello dimos un paseo por la parte antigua de la ciudad así que el espagueti acabaría siendo una no menos sabrosa pizza del local de la esquina del apartamento. Y finalmente habíamos llegado al gran parque que circundaba la catedral de la ciudad.

      «¿Cómo es posible?», pensé negando «Maldita sea, me siento como uno de los adolescentes de mi clase» sonreí, negando de nuevo.

      — ¿De qué te ríes? —me cuestionó la mujer de ojos verdes, colocándose un mechón de rebelde cabello café tras la oreja, subiendo la pendiente para sentarse a mi lado.

      — Creo que eres una mala influencia para mí, me has hecho faltar a clases.

      — Tampoco te resististe mucho a venir —se encogió de hombros.

      — No, no lo hice.

      ¿Como iba yo a resistirme? Mejor aún ¿como podría alguien decirle que no a Andrea Tolento? ¿existía acaso alguien en el mundo que pudiese resistirse? No, suponía que no.

      — Sara, llevamos ¿cuánto de conocernos?

      — Hará poco más de seis meses, creo, nunca se me ha dado bien recordar fechas.

      — Exacto y aún hay algo que no sé de ti.

      — ¿El qué?

      — Dime tu color favorito —susurró recostándose a mi lado.

      — No tengo un color favorito.

      — Debes tenerlo —protestó hundiendo su dedo en mis costillas—, al menos uno que te guste más —enarqué las cejas, apartándome un poco de su tacto—. Vamos, ¿sólo un poquito más que el resto?

      — No sé Andy —fruncí el entrecejo—. Me gusta el tono de las hojas en el otoño así que creo que el naranja, ¿tal vez?

      — Lindo color.

      — ¿Cuál es el tuyo?

      — El amarillo.

      — ¿El amarillo?

      — Sí, el amarillo, como los pollitos —levantó el brazo, apuntando al cielo—. O como el del sol.

      —Creo que no conozco alguien más a quien le guste el amarillo.

      —No es un color popular, lo que me recuerda, que tengo algo para ti —estiró la mano por sobre mi cuerpo, pero no logró alcanzar su objetivo por lo que se dio la vuelta y quedó con medio tronco encima del mío, sentía su abdomen y parte de su pecho presionando contra mi estómago.
      
      Me congelé instantáneamente.

      A veces Andrea solía hacer movimientos igual de bruscos e inesperados como aquel dejándome perpleja, sin saber que hacer y sin querer moverme mucho por miedo a quedar todavía más cerca. Apreciaba mi espacio personal y con ella ese concepto parecía ni siquiera existir.

      Finalmente se incorporó, luego de tortuosos segundos, tras alcanzar una pequeña mochila que había llevado y extrajo una caja envuelta en papel de periódico, con un gran moño rojo en una esquina.

      — Ten —me dijo, poniéndome la caja sobre el pecho, sin darme a penas tiempo de protestar.

      Me le quedé mirando atontada, sosteniendo la caja y alternando la mirada entre ella y Andrea.

      — Deja de mirarme así y ábrela, anda.

      Con el obsequio sobre las piernas volví a sentarme, sin dejar de mirarlo con incredulidad. ¿Por qué me daba un regalo?

      Lo abrí, era una galleta. Una gran galleta con chispas de chocolate, pero no era de verdad, sólo estaba envuelta con tela de manera que eso era lo que simulaba ser. En realidad, era una irónica forma de envolverla, pues era una lata de galletas. Oh, pero no sólo eran galletas, no, eran galletas de coco.

      —No me digas que ya lo olvidaste —me increpó e hizo un puchero.

      No sabía que decirle, aquella repentina cercanía me había dejado el cerebro helado y en blanco.

      — Yo no... tú... —cerré la boca al darme cuánta que estaba balbuceando incoherencias.

      — ¿Qué te pasa? —me preguntó con risa.

      — Dame un respiro —me quejé.

      — El Daydrem, ¿te suena?

      — Sí, claro que me suena es el parque de diversiones —dije, tratando de despejarme la cabeza—. Fuimos hace como dos semanas porque querías subirte al ese juego que inauguraron pero no... oh, sí, esa cosa —mi cerebro reaccionó por fin.

      — Sí, "esa cosa"

      Semanas atrás Andrea me había pedido ir al Adventure Daydreemland, el parque de diversiones a las afueras de Saint Louis, la ciudad vecina de Glikyhomb, porque habían inaugurado una nueva atracción: el Thunder Whip. Su nombre sonaba fatal, sea lo que fuera uno no podía esperar cosas buenas si el nombre literalmente era Látigo del Trueno y la vista del armatoste no era mejor, una enorme mole de acero pintados los rieles de negro mate y azul eléctrico, demasiado alta para ser saludable.

      Cuando salí del shock inicial, pues la estúpida montaña rusa sobresalía por mucho de las otras atracciones del parque, fue demasiado tarde para decir alguna cosa en contra, nos estábamos ya en la fila para subir y para ser honestos no era una fila pequeña.

      La pregunta que todos deberíamos hacernos es ¿porque a tanta gente le gustan esas cosas? La sensación es horrible y es malo para la espalda y el cuello.

      — Andrea, no me malinterpretes pero tengo veintiséis años, soy muy joven y no quiero morir todavía.

      — No pasa nada, es muy seguro subirse a estas cosas, además sólo dura unos cuantos segundos.

      No estaba segura que fuese a gustarme y los gritos que proferían los pasajeros no ayudaban en nada para disipar mi angustia, pero ya estábamos allí y lo más que podía hacer era resignarme. Aunque literalmente las manos me temblaran y una voz en mi cabeza repitiera sin cesar «Esto es mala idea, esto es mala idea, esto es mala idea»

      — No te gustan los lugares así ¿verdad?

      — No demasiado —admití sonriéndole desganada.

      — Podemos irnos si quieres —propuso, pero tampoco yo quería volver a casa tan pronto así que me arme de valor que realmente no sentía y le dije que no, que nos quedaríamos.

      La diseñadora sujeto mi mano con una leve sonrisa al sentir el leve temblor que, por supuesto, se aplacó luego de un rato sintiendo su tacto.

      Después de unos veinte minutos de espera nuestro turno llegó y aunque sí el juego se veía muy seguro, los cinturones apresando mi pecho no hicieron más que aumentar mi pánico. Ahora definitivamente no había vuelta atrás.

      — Voy a tener que comprarte una caja de galletas de coco semanalmente durante un mes por esto —me sonrió volviendo a tomarme la mano y un segundo después el cochecito se puso en marcha.

      Al siguiente día me dolía la garganta por gritar como posesa durante todo el trayecto.

      — No creí que fuera en serio.

      — ¡Claro! Fue genial subir al Látigo y tú subiste por mí así que es la manera de darte las gracias.

      — Si me darás galletas cada vez que hagamos algo loco cuánta conmigo mujer —abrí la lata, saqué una galleta y le ofrecí a ella que sacó otra. Volvimos a tumbarnos sobre el césped, con la lata entre nosotras, al poco rato lo único que quedaba de las galletas eran algunas migajas.

      Las campanas de la catedral repicaron, sacándome del momentáneo sopor que se había apoderado de cada músculo de mi ser tras devorar media lata de galletas, torcí la cabeza aún acostada para mirar el reloj en la torre: seis en punto de la tarde.

      — Subamos al campanario —propuso.

      La ciudad era preciosa desde allí arriba, no era el sitio más alto pero lograban verse con claridad los alrededores y daba la sensación de estar en otro lugar muy lejos de Gliky.

      Los tonos púrpuras, rojos y rosas del atardecer pintaban completamente el cielo despejado mientras el sol, envuelto en un resplandor naranja, emitía los últimos instantes de luz por aquel día, brillando agonizante e intenso. Nunca esperé que me sorprendiera tanto algo tan simple como subir al campanario de la catedral y ver el atardecer caer sobre Glikyhomb, charlando con Andrea mientras alguna música alegre sonaba de fondo.

      Pero lo fue, una gran sorpresa, como todos los días desde que la conociera.

      Creo que justo en eso momento mientras la noche llegaba fue cuando me di cuenta que Andy me gustaba, me gustaba muchísimo y cada fibra de mi ser quería besarla. De saber lo que me aguardaba tal vez lo habría hecho, tal vez la habría besado y todo hubiese salido bien para todo el mundo. Pero no lo hice y la oportunidad se me escapó entre los dedos.

 

Notas finales:

Hola de nueva cuanta gente, espero lo hayan disfrutado... no, en serio disfrútenlo porque:

Spoiler Alert

Drama is coming!!

Intentaré mantenerme al día con las actualizaciones, sin embargo ténganme un poco de paciencia si demoro más de la cuenta. Aún hay cosas a las que no me acoplo completamente y me lío yo sola así que tengo que organizar bien el tiempo. Implorémosle a los dioses que pueda subir el próximo capítulo en los siguientes días.

Hablando de eso también subiré próximamente la historia a mi estupenda y nada abandonada cuenta de Wattpad que pueden encontrar clicando éste sexy link:

http://www.wattpad.com/user/LePuchi

Es todo por ahora, se despide de ustedes Ilai "la de la vida caótica" Tsamura, pórtense mal.


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