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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

¡Hey gente tras la pantalla! ¿cómo han estado, qué tal los trata la vida? ¿aún hay alguien que lea esta cosa?

Ya sé que no he sido la más actualizadora ultimamente (y nunca), la verdad es que no tengo mayor justificacion para ello simplemente decir que estar a punto de terminar la universidad no es nada sencillo. Pero bueno, basta de excusas baratas.

 

Disfrútenlo y nos leemos más abajo.

 

 

Había comenzado a llover.


Volví la mirada arriba al sentir una gota resbalando por mi brazo descubierto, el cielo estaba claro a pesar de que el sol no atravesaba las nubes que lo encapotaban, ni siquiera había notado llegar el amanecer por ir tan absorta durante gran parte de la madrugada sin querer llegar a ningún sitio en particular.


Los pies me palpitaban y el escozor en los ojos tras la falta de sueño me estaba torturando, además no llevaba nada con que cubrirme así que opte por dejar la lluvia fluir porque quizá ella podría enjuagar mis lágrimas. Levanté la correa de la voluminosa maleta que colgaba de mi hombro para aligerar la carga por un momento pues comenzaba a hacer mella en mi piel debido al peso, sin embargo, olvidé que horas antes esa misma mano había propinado una fuerte bofetada y terminé con un terrible ardor atravesándola. Me miré la palma, aún me punzaba, no sabía cuanta fuerza había empleado en golpearle, pero si a mí luego de transcurridas tantas horas me duraba el dolor a ella seguro que también le escocía la mejilla.


Glikyhomb se me antojaba muy distinta a como la recordaba, en cada esquina que doblaba creía avistar un nuevo edificio, un nuevo árbol, un nuevo negocio, nuevos vecinos aunque tal vez sólo fueran imaginaciones mías, después de todo dos años fuera no eran poco tiempo. El agua arreció, obligándome finalmente a rendirme pues las gotas cada vez caían con mayor constancia y volvía aún más insoportable mi lento peregrinar.


Un avión sobrevoló el cielo sobre el pequeño parque donde me había detenido.


«Ojalá yo fuese en él»


¿Hubiese sido mejor quedarme lejos de la nefasta ciudad de Glikyhomb para siempre? O por el contrario ¿hubiese sido mejor decisión no haberla abandonado para empezar?


Ya no lo sabía.


Sólo sabía una cosa y era que dejar a Sara no fue sencillo, de alguna forma ambas estábamos acostumbradas a estar juntas y para bien o mal la mitad de nuestra vida la habíamos pasado juntas. Aun así, fue lo único que se me ocurrió hacer luego de entender que aquello de vivir juntas implicaba para ella mucho más que para mí.


Cuando me ofreció mudarnos juntas sabía que me amaba a pesar de todas las desventuras que habíamos atravesado en el pasado y yo le amaba igual, pero debí saber que quedarme a formar una vida feliz y hogareña con ella iba en contra de mis principios, en contra de lo que perseguía.


Aun con dudas acepté quedarme e intentar llevar una vida con ella por la misma razón por la que la mayoría aceptamos hacerlo: porque le amaba mucho más de lo que quería aceptar.


Pasamos dos años viviendo juntas, el primero de los cueles fue magnifico aún a pesar de que no teníamos casi nada. Su primer apartamento era rustico y estaba lejos del centro de la ciudad, no teníamos una cama en regla así que dormíamos en un colchón puesto directamente en el suelo, la nevera casi siempre estaba vacía y apenas llegábamos a fin de mes con lo poco que ganábamos en los trabajos de medio tiempo que habíamos conseguido entre clases de la universidad. Sobrevivimos a base de pizza casera y lo que ingeniáramos para cocinar día a día con los ingredientes baratos del supermercado recién abierto. Eran días ajetreados y sin descanso, sí, pero nos bastaba para no rendirnos el saber que al regresar a casa la otra estaría allí esperando.


Más pronto que tarde nos graduamos, conseguimos trabajos estables y la vida comenzó a cambiar: compramos una cama de verdad además de otros tantos muebles, la renta ya no representaba un problema, no sobrevivíamos con lo justo, podíamos salir a cenar fuera sin preocuparnos excesivamente por el dinero y nos conseguimos un nuevo apartamento en el centro de la ciudad. Al poco estábamos hablando de mudarnos a una casa más grande en los suburbios, de adoptar un perro, un gato, incluso llegamos tan lejos como para discutir si queríamos tener o no hijos.


Allí me percaté de lo que hacía y me asusté.


Con casi veinticinco años aquella no era la vida que quería llevar, no quería una casa en los suburbios con jardín, perro y niños incluidos, me gustaba el apartamento del centro y no quería una familia tan pronto. Quería vivir mi vida, quería salir a fiestas con nuestros amigos, quería beber margaritas hasta decir basta y experimentar toda clase de cosas que me faltaran con Sara estando a mi lado.


Pero siempre supe que teníamos diferentes visiones de nuestro futuro.


El día que decidí irme pasaron dos cosas importantes: primero llegó una carta donde me ofrecían realizar prácticas fuera de la ciudad por tres meses. La segunda, la más importante, Sara llegó a casa con un anillo de compromiso; no me lo dio y tampoco me dijo que lo había comprado, lo descubrí en el fondo de un cajón. En cuanto vi mi propio nombre grabado en él me alegré tantísimo que decidí sacarlo, probármelo y pensé en tirarme a sus pies para siempre diciendo sí, acepto.


No sé cuánto permanecí contemplándolo embelesada, imaginándome una vida perfecta y maravillosa a su lado hasta que entendí la magnitud de lo que acababa de pensar y me aterré en cuanto lo vi de nuevo apresándome el dedo.


Aquella no era yo.


Sara tenía las fichas para formar un puzzle casi perfecto, uno donde la imagen fuese alguna especie de casa en medio del otoño con niños correteando en el jardín tras un lindo perro marrón y lo único que le faltaba para terminar ese rompecabezas era la pieza que conformaba la cara de la persona en el pórtico junto a ella. Esa persona no era yo, pretendía que sí, pero no. Yo era la propietaria de un rompecabezas con fichas que muchas veces no encajaban ni entre sí y entendí que si no me iba no sería capaz de irme nunca más.


Empaqué mis cosas, le dije adiós a todo y corrí lo más lejos lo más rápido que pude. No puedo decir que no me comporté como una imbécil al hacerlo a escondidas sin siquiera mencionarlo pues sabía que al abrir la boca ella renunciaría a todo por seguirme, no estaba equivocada.


«— Es repentino todo esto ¿no? —me dijo justo al llegar al aeropuerto—. No traje una maleta conmigo ni nada, pero iré contigo a donde sea, sólo tienes que pedirlo.


— No hace falta que vengas —le respondí—. Son sólo tres meses —y supe, por la manera en que me miró tras decir aquello, que algo entre las dos se rompería irremediablemente sí me largaba».


Mientras estuvimos allí no dijo nada más acerca de irnos juntas, únicamente me ofreció el anillo antes de embarcar y durante todo el vuelo lo llevé puesto, pero a la que volvía a mirar se había perdido en el fondo de mi maleta, olvidado y solitario.


Lo único complicado que tuve que hacer fue irme, pero una vez estuve lejos la vida resultó ser sorpresivamente sencilla de llevar. Pisar otras tierras era emocionante y nuevo.


Había esperado que las llamadas telefónicas bastaran, quería creer que hablarnos esporádicamente serviría para que siguiéramos existiendo para la otra. Pero no. Durante dos años no fuimos más que una voz, un etéreo sonido que poco a poco se iba convirtiendo en un fantasma. Tras ello la vida sorprendentemente placentera que tenía comenzó a cansarme, de pronto ya no tenía más ganas de estar allí, deseaba con todo mi ser volver a casa con Sara y era lo único en lo que podía pensar.


Pese a querernos el tiempo y la distancia habían mermado nuestra relación –si es que verdaderamente puede llamarse relación a no verse las caras por dos años y escucharse a través de un aparato menos veces de las que debería–, pero no fue hasta que la vi abrazada con tanto sentimiento a otra mujer que lo comprendí.


Quería enfadarme con ella, quería gritarle, reprocharle muchísimas cosas que no vendrían al caso pero que necesitaba desesperadamente decir, no obstante, estaba más enojada conmigo misma que con ella.


Toda yo era una contradicción andante: había albergado la esperanza de que la distancia se llevara mis sentimientos por ella pero no lo había hecho, una voz sibilina en el fondo de mi cabeza me susurraba «No se irán, sabes que nunca se irá» y al volver esperaba que ella estuviese allí para mí como siempre había estado, con las promesas del anillo, la casa, el perro y los niños pero no estaba más, no había nada esperando por mí.


Eso era lo más duro, que no volviera, que ni yo misma fuera lo suficientemente valiente para ir con ella a exigirle explicaciones. No podía exigirle nada ya que no había sido yo quien se quedase atrás y eso nunca es sencillo.


Repentinamente el agua dejó de caer sobre mí. Levanté la mirada, incrédula de que pudiese parar de llover de un momento a otro con tanta facilidad, el cielo gris había desaparecido reemplazado por la impermeable superficie negra de un paraguas.


— Buen clima ¿no? —Sara miraba al frente, sosteniendo el mango de la sombrilla que nos cubría del agua—. Sabía que te encontraría aquí —me dedicó una sonrisa. Una sonrisa incompleta en la que sólo las comisuras de sus labios se curvaron hacía arriba, el borde izquierdo levemente más arriba que el derecho formando una extraña y torcida mueca. Quise decir algo, hacer cualquier gesto o corresponderle la sonrisa, pero no pude. Durante la madrugada no me había detenido a mirarla y estaba muy distinta de cómo la recordaba así que notarlo tan de cerca me abrumó.


Las gafas habían vuelto a adornarle el rostro, su cabello había crecido, ya no lo llevaba suelto sino que ahora lo mantenía atado en una coleta, un brillo diferente refulgía en sus ojos e inclusive parecía más en forma que antes, no sonreía tan ampliamente como algunos años atrás pero aun con ello la nueva sonrisa le sentaba mejor, era más suave y franca.


— Hey, no, no llores —murmuró y vaciló antes de levantar su mano hacía mí. Estoy segura que esperaba un rechazo, algún violento manotazo para que se apartara y aunque así lo hubiese querido no tenía fuerza para ello, en cambio su pulgar me rozó la mejilla consiguiendo enjugar una rebelde lágrima que decidió fluir sin mi consentimiento.


También su tacto era distinto, absolutamente todo en ella era diferente y reconocerlo lastimaba de una forma increíble porque la Sara que se sentaba frente a mí poco o nada tenía que ver con la que moraba en mis recuerdos.

Notas finales:

Hemos llegado al final, ¿qué les ha parecido? ¿qué piensan de los motivos de Yazmin, son buenos, malos, justificables, inesperados? ¿les ha gustado conocer otro punto de vista? A mí en lo persoal me resutó difícil escribir desde otra perspectiva que no fuera la de Sara, supongo que me había acostumbrado a ello. Pero bueno cuéntenme ustedes sus impresiones al respecto.


Oh, cierto, antes de despedirnos tengo un par de cosas que compartirles:


1) Me apena mucho esto pero estamos ya en a recta final de la historia, no puedo alargarla más y aunque aprecio mucho a mis protagonistas hay otras historias que quiero compartir con ustedes.


2) He empezado a subir Vida de Perro a mi polvorienta cuenta de wattpad, corregiré los errores que tenga y quizá agregue un par de capítulos nuevos así que si alguno desea echarle un vistazo estare más que feliz de leernos también por allá. 


Y ahora sí, recuerden dormir bien y comer todos sus vegetales, sin más que agregar Ilai "la de la ajetreada vida" Tsamura se despide.


Pórtense mal.


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