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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

Hola, hola señores y señoritas.


¡Uff! Joder sí que ha costado hallar un espacio para escribir, todo es culpa de estos maestros que se piensan que puedo hacer los proyectos y tareas de la universidad en lugar de actualizar la historia… no tienen consideración para con uno :(


Pero al final lo he logrado y aquí está el nuevo capítulo para que puedan disfrutar de él.

La pegadiza música retumbaba en los altavoces empotrados en el techo de paja del Coco Mareado; que más que un bar tenía la apariencia de una enorme palapa con un llamativo letrero de neón rojo que iluminaba, como si de un faro en medio de la noche se tratase, una de las playas más concurridas de Puerto Viejo y a la que Matt, Doble B, Gwen y yo acudíamos, como buenos clientes asiduos, una noche sí y otra también.


— ¿Invitaras otra ronda, Matty? —inquirió BB agitando su vaso vacío.


— Ustedes van a dejarme en la ruina —lloriqueó palpando los bolsillos de sus desgastadas bermudas.


— No es culpa nuestra que seas pésimo jugando —le dijo Gwen.


— Buen punto —asintió—. ¿Qué quieren?


— Otro tequila —le dijo la rubia.


— Yo aún tengo —los cuatro miramos el botellín de cerveza sobre la mesa, no iba siquiera por la mitad.


— Ni hablar —BB hizo una mueca de desagrado—. Traigamos otra Matt.


— ¡Hey! —intenté protestar, pero Varjos y Bernardo se fueron de la mesa en pos de las bebidas llevándose mi cerveza a medio tomar con ellos.


— Tienes que tomarte otra, nosotros llevamos tres rondas y tú no has terminado ni la primera. No es justo —me reprendió mi compañera—. Además, con el calor que hace eso ya debía estar tibio. ¡Puag!


— El alcohol y yo no tenemos una buena relación —me encogí de hombros—. No lo tolero muy bien —era verdad, bebía apenas lo socialmente aceptable y en gran parte de las ocasiones en que no podía librarme hacía durar mi trago toda la velada. En los meses que llevaba con ellos apenas me habían hecho tomarme más de un par de cervezas en el Coco Mareado, y eso se debía en gran parte a que incluso durante la noche hacía calor.


— Eres demasiado abstemia, incluso en tu fiesta de bienvenida sólo te tomaste dos vasitos de vodka —se rió.


— No bebo en horas de trabajo.


— Como si de verdad trabajásemos demasiado… además me pregunto cuanto más podrá durar esto —su rostro se ensombreció ligeramente.


El magnate hotelero había estado hostigándonos más de lo normal los últimos días. Todos entendimos una de esas veces cuando por poco nos sacan a rastras de la playa que por más empeño que le pusiéramos, por más que nos resistiéramos y peleáramos con uñas y dientes por proteger aquel sitio terminaríamos perdiendo ante esa gente; simplemente tenían demasiado poder como para enfrentarnos a ellos en una pelea justa. Peleábamos una batalla que se había perdido mucho antes de empezar, así que ahora nos dedicábamos más que nada a esperar que nos sacaran de allí, lo haríamos sin rechistar.


Alargué la mano al cuenco de botana puesto en el centro de la mesa.


— Aún me sorprende que con todo y compromiso hayas podido venir aquí —la voz de Gwen adquirió un tono pensativamente sorprendido.


Me volví a verla con las cejas levantadas y la boca llena de frituras.


— Tu mano —miré mis manos, primero una; la otra después. Lo único que resaltaba era la argolla del dedo anular izquierdo.


La saqué de mi dedo y se la mostré para asegurarme de que eso era a lo que se refería, asintió.


— Llevas poco más de once meses aquí y eres la única de los cuatro que está casada, pero, aun así, no has mencionado nunca nada sobre ello —me quitó el anillo para examinarlo mejor—. Me da curiosidad.


Quizá fuera porque nuestras habitaciones en el cubil estaban juntas o porque ambas éramos mujeres o porque preparábamos juntas el desayuno o por mil cosas más que podía nombrar durante toda la noche, pero Gwen y yo habíamos alcanzado algo similar a una amistad, una buena amistad, por ello era la única que se atrevía a preguntarme cosas como aquella con tantas confianzas… aunque tomando en cuenta su personalidad arrebatada quizá sólo fuese demasiado confianzuda.


— La curiosidad mató al gato.


— Pero al menos el gato murió sabiendo —sonrió guiñándome un ojo.


— Es complicado —dije luego de un rato de silencio.


— Si dices eso sólo haces que me dé más curiosidad, cuéntame alguna vez.


— Lo haré —prometí.


Cuando volvieron los hombres continuamos bebiendo, yo, como quien no quiere a cosa, bebí más cerveza de lo normal.


No era como si hubiese olvidado a Yazmin durante los meses que habían transcurrido, al contrario, hasta hacía bien poco la llamaba todas las noches utilizando el teléfono de monedas con que contaba el Coco y a pesar que los días en el cubil, esencialmente, eran cómodamente parecidos entre si yo le contaba santo y seña de lo que ocurría en ellos:


«¡Que hay querida! hoy el día ha estado tal; la banda esta toca realmente bien; parece que a Doble BB ya le agrado un poco más; Matt es un tipo la mar de simpático, te caería bien seguro; desde que llegué todos engordamos un poco por el basto desayuno que preparamos Chambers y yo; hace ocho días encontramos una tortuga en la arena de la playa, anteayer fue una estrella de mar; estoy aprendiendo a bailar; hoy nos dio por creernos cazadores y atrapamos una serpiente, pensamos cocinarla, dicen que tiene un regusto a pollo, pero el bicho nos dio pena y le dejamos ir; parece que mi destino es tener amigos borrachos».


Se lo relataba con entusiasmo y ella al principio también se mostraba entusiasmada contándome sus aventuras o preguntándome sobre las mías, hasta que repentinamente dejó de preguntar y de responder. Al contarme sobre ella se limitaba a decir «Ha estado bien; hoy no ha ido tan bien» y su favorita: «He tenido mucho trabajo», cuando decía aquello era un sinónimo de no más preguntas. Luego de unos meses bajo ese horrible sistema me pidió que no le llamara ya que con tanto trabajo entre manos no iba a poder atender el teléfono, accedí debido a que por su tono advertí que no iba a aceptar que le contrariara, más que por otra cosa.


— ¡Oh, me encanta esa canción! —exclamó Gwen emocionada sacándome de mis sombríos pensamientos—. Vamos a bailar —se levantó de su asiento y tomó mi brazo tirando impetuosamente de mi camiseta—. Anda, levántate.


Exhalé, sentía la cabeza nublada por los vapores del alcohol y no estaba segura de que moverme fuese una buena idea así que no lo hice.


— ¿Por qué no llevas a Matt? —pregunté.


— ¡Ah no! No, no, no —negó enérgicamente con la cabeza—. Mis pobres pies todavía sufren por sus pisotones.


— ¡¡Pero si soy un bailarín experto!! —se defendió el aludido provocando nuestras irónicas risas.


Poco después de mi llegada y durante una de las tantas fiestas celebradas en el cubil les había confesado a mis colegas que no sabía bailar; Gwen puso el grito en el cielo. Hay que arreglarlo inmediatamente, dijo y corrió a buscar el pequeño radio plásctico con forma de sol que funcionaba a base de pilas. Mauricio dijo que tampoco sabía hacerlo, quien para sorpresa nuestra sí sabía hacerlo y demasiado bien, además, era el huraño hombre del tiempo; así que entre ambos se dieron a la tarea de enseñarnos al castaño y a mí.


Yo me consideraba un asco y no me gustaba particularmente, pero a fuerza de practicar en el bar todas las noches, ya fuese con la bióloga o con Doble B, logré volverme decente a la hora de estar en la pista. Matt por otro lado… él había nacido con dos pies izquierdos porque por más entusiasmo que le imprimía no conseguía dar dos pasos sin pisar a quien fuese su pareja.


— Tienes que bailar conmigo, te hará bien practicar así que arriba, vamos.


Me reí contagiándome un poco del entusiasmo de Gwen y me levanté dejándome arrastrar por ella hasta la pista de baile; la banda local estaba ya sobre el escenario por lo que los ánimos estaban mucho más encendidos.


— Creo que estoy medio enamorada de ese hombre —dijo la rubia.


Sobre la tarima estaba un hombre de mediana edad interpretando, con su aterciopelada voz grave, una canción que hablaba sobre un trabajador hombre de campo. Él era Ignacio el vocalista del Pineaple Club una agrupación de jubilados, tanto hombres como mujeres, que habían sido amigos desde pequeños y ahora que estaban retirados, que sus hijos eran ya mayores y no tenían demasiadas obligaciones se habían organizado para ser la banda oficial del Coco Mareado.


— Es agradable —concedí.


Nos quedamos en la pista unas canciones más y antes de que empezara otra, mi compañera de baile se tambaleo un poco alcanzando a sostenerse de mis hombros para no caer.


— Dios… me he mareado un montón —dijo—. Creo que necesito sentarme.


— También yo —tomé a Gwen por la cintura pasándole un brazo por los hombros, ella hizo lo mismo conmigo.


Íbamos rumbo de la mesa, pero al ver que Bernardo y Matt se hallaban fumando cigarrillos cambiamos de dirección a la playa porque coincidimos que el humo del tabaco sólo conseguiría marearnos más.


Gwen Chambers se desplomó en la arena, teñida de un suave tono rojizo por las luces del bar, arrastrándome a mí con ella. Quedamos tendidas de cara al cielo una al lado de la otra.


— Creo que se nos pasaron los tequilas —me reí.


Empezaba a adormecerme cuando la rubia sujetó mi izquierda y me quitó la argolla del dedo.


— ¿Todavía te da curiosidad? —pregunté.


Asintió, no pude verla, pero lo supe porque se había acurrucado contra mi hombro y pude sentir el movimiento de su cabeza; me pasó el brazo por sobre el estómago. Fui consciente de la tremendamente comprometedora posición que era aquella pero no me importó en absoluto.


Tenía la cabeza obnubilada por el alcohol.


— Es un recordatorio, no, más bien como una promesa —murmuré—. Sólo es simbólico, pero no pierdo la esperanza de que algún día pueda en serio casarme con ella en toda regla.


— Lo sabía —susurró Gwen.


— ¿El qué?


— Que caminas por la otra acera.


— ¿Por qué?


— No caíste por Matt, ni por Bernardo —soltó una risita—. Era obvio.


— Tampoco tú.


— ¡Y quien dice que no! —se indigna.


— Llevo aquí once meses Gwen, si estuvieses babeando por alguno de los dos ya lo habría notado, no soy tan lenta como para no darme cuenta.


— Cierto, pero, yo ya tengo una relación.


— ¿¡En serio!? —me sorprende escuchar eso, sinceramente.


— Sí, es una relación muy intensa…


— El tequila no cuenta como relación —le interrumpo.


— ¡Rayos! —se queja.


Esta vez me reí yo y reafirmé el pensamiento de que la rubia era una mujer encantadora.


— ¿Cómo la conociste?


— ¿A quién?


— ¡A tu esposa! De ella estábamos hablando ¿no?


— Creí que hablábamos de tu relación sentimental con el señor Tequila —me golpeó el hombro levemente—. Fuimos a la preparatoria juntas.


— Wow —exclamó—. ¿Llevas desde entonces con ella?


— Salimos un tiempo, pero jodí un poco las cosas y dejé de verle muchos años.


— ¿Cómo que las jodiste?


— Pues así, era muy joven y era muy mujeriega.


— ¿Ya no? —le dije que no—. Lástima —me reí incómodamente—. ¿Cómo terminaste con ella?


— Creo que nunca dejamos de querernos realmente —suspiré—. Cuando cumplí veintitrés fui a una reunión de exalumnos, naturalmente allí estaba ella; fue como si esos cuatro años no hubiesen pasado nunca. Retomamos la relación y pasado un año se mudó oficialmente a mi apartamento.


— ¿Oficialmente?


— Pasaba allí todo el día y casi todas las noches, fue más que otra cosa una formalidad ceremoniosa. Les dijimos a sus padres y metimos en una maleta las escasas cosas que no estaban ya en el piso.


— ¿Por qué casi no la mencionas?


— Hará poco más de un año encontré una carta en la correspondencia, decía que todo estaba listo para que fuese a hacer prácticas fuera del país tres meses. Le pregunté por ello dijo que no tenía importancia que sólo eran tres meses, planeaba irse así sin más. Cuando los tres meses se cumplieron fui por ella al aeropuerto, resultó que no iba a regresar en dos años…


— ¿¡Dos años!?


— Eso mismo dije yo, luego me ofrecieron venir aquí y el resto es historia.


— Perdona que lo diga —habló luego de una pausa prolongada—, pero ¡cielos! Es una maldita.


— Quizá lo es —no era la única que me lo había dicho así que tal vez tuviesen algo de razón.


El cielo estrellado era impresionante, no tanto como en el cubil porque aquí si había luces y eso, pero igual era bello, lo contemplé un rato estrujando de mi adormilado cerebro los nombres de las constelaciones. No conseguí recordar más que a Orión con su cinturón hecho de tres puntitos brillantes.


— Quédate aquí, en Puerto Viejo, con nosotros.


— ¿Cómo? —pregunté, más que por la sorpresa porque no había escuchado bien lo que me había dicho.


— Dije que te quedes aquí con nosotros, en el cubil.


— ¿Quedarme?


— ¿Y por qué no? —dejó de abrazarme para incorporarse y mirarme directamente, yo permanecí acostada sobre la arena—. ¿Tienes algo mejor que hacer? Seguro que si hablas con los de tu empleo te dejan aquí un tiempo más, dijiste que lo único que les importaba era que su empresa apareciese como protectora del planeta ¿o no?


— No sé Gwen, el año por el que me pagaron casi termina. Me agrada este lugar, pero el dinero en mi cuenta no es eterno y los recursos de la selvilla tampoco durarán toda la vida. Además, nos sacaran de esa playa más pronto que tarde ¿qué haríamos entonces?


— Podemos hacer un trato con el magnate de los hoteles —la voz de BB nos hizo espabilar a ambas. Gwen se sonrojo ligeramente, yo me pregunté cuanto llevarían allí parados.


— ¿Cómo que un trato? —cuestioné.


— Bernardo y yo hemos estado conversando desde hace unos meses, desde que intentaron sacarnos de la bahía.


— ¿Chicos de qué están hablando? —preguntó Gwen.


— Bueno, estamos aquí porque queremos proteger esa parte de la playa, pero quizá podamos llegar a un acuerdo con el dueño de la cadena para que construya un hotel amigable con la naturaleza, así ganaríamos todos —explicó Matt.


— ¿Qué tiene eso que ver con lo que charlábamos Gwen y yo? —cuestioné.


— Necesitarán a alguien que se ocupe del hotel, allí entramos nosotros —dijo Doble B—. Llevamos un buen tiempo viviendo en Bahía Plak, la conocemos mejor que nadie, es nuestro hogar así que quizá podamos convencerles de hacernos socios del hotel.


— Suena bien ¿pero qué ganas ellos?


— La simpatía de los activistas —sonrió satisfecho.


— ¡Es un buen plan! —secundó Gwen alegremente.


— ¡Claro que lo es!


— Volvamos al Coco a planear las negociaciones —propuso BB.


Así lo hicimos, mis tres colegas estaban en verdad animados.


— Entonces ¿qué? —me susurró Gwen—. Vas a quedarte con nosotros ¿verdad?


— Tengo que pensármelo —dije, pero no había nada que pensar, aquella vida en la playa relajada y natural era buena. Sin dudas el sueño de varias personas, pero no el mío, yo no adoraba la playa tanto como para quedarme en ella toda la vida, mi sitio no estaba en el cubil, ni tampoco estaban las cosas que amaba: el varano y su tarta de manzana, mi biblioteca particular en expansión, Vic y sus acosos, Alex y Javi, mi familia, mi empleo… todo aquello pertenecía a la ciudad, ajetreada y repleta de contaminación, igual que yo.


Eso sin mencionar que había algo en mi interior gritando que no me quedara, que tenía que volver a la ciudad.


El último mes de mi estancia llegó y se fue tranquilamente, igual que los otros once de aquella aventura… para cuando me percaté las 8760 horas de paraíso habían terminado, la hora de volver a casa finalmente había llegado.

Notas finales:

Llegamos al final por el momento, como siempre espero que les haya gustado mucho, pensaré que si han llegado hasta aquí es porque así ha sido. En el próximo capítulo nos volvemos para la ciudad a ver qué cosas depara el futuro a nuestra protagonista.


Hasta entonces espero que tengan una buena semana y que sean felices. Ilai se despide recordándoles chicos y chicas que todos los comentarios serán bien recibidos (he descubierto que es verdad que animan a escribir).


Pórtense mal… pero no demasiado ;)


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