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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

¡Buenas gente!


Aquí LePuchi les trae un nuevo capítulo queridos amiguitos y amiguitas.


¡Siento que he tardado siglos en subirlo! Pero bueno, acá esta y ya que estos cambios buscos de clima no le sientan bien a mi cuerpecito me quedaré en casa todo el fin de semana gracias a la gripa. La buena noticia es que podré escribir más.


Tengo algunas cosas que comentarles, pero no quiero extenderme de más así que les dejo con las aventuras de Sara y nos leemos más abajito.

Caminando por la acera a media tarde del jueves y tal como dicta la costumbre mi estómago reclama el sagrado croissant de cada semana en el Varano mucho antes de poner siquiera un pie dentro del local.


— Joder Sara, eres más confiable que un maldito calendario.


— Hola Alan, también me alegra verte. ¿Cómo andan tus días? Yo he estado muy bien gracias por preguntar.


— Perdóname Capitana Sarcasmo —me lanzó una mirada irónica.


— ¿Cuándo será el día en que me saludes normalmente?


— Cuando los cerdos vuelen.


— Algún día un puerquito conseguirá volar y todos los que usaron esa frase se comerán sus palabras, te lo apuesto, ya lo veras.


— Recordaré tus palabras si eso sucede, hasta entonces recalcaré que si olvido en que día estoy lo sabré gracias a ti —tomó la libreta sobre la que anotaba las órdenes, pero tras pensárselo un segundo volvió a guardarla en su bolsillo—. Te preguntaría que ordenarás, pero ya lo sé así que ahora vuelvo.


Asentí acomodándome en el banco que comúnmente ocupaba. Ahora que lo pienso detenidamente soy una persona que tiene hábitos muy arraigados: como venir puntualmente cada jueves al Varano para terminar ordenando la misma comida cada vez y también tomar el autobús en lugar de utilizar el maldito auto estacionado en el aparcamiento subterráneo del edificio donde resido. Claro que eso no es del todo malo ¿verdad? Pues no, porque a veces utilizar el transporte público puede ser muy agradable, puedo leer mientras viajo o dormir cuando salgo del laboratorio más molida de lo normal.


— Me da miedo preguntarte, pero mi curiosidad es mayor —Alan deja el pequeño platito blanco (sobre el que se encuentra la taza llena de espumoso café), en la barra al frente de mí—, así que dime ¿por qué estás tan feliz?


— ¡Qué dices! Estoy igual que siempre.


— Tenías una sonrisa de idiota en la cara y parecías estar recordando algo. No me lo tomes a mal amiga mía, pero tú no sueles sonreír como boba por nada, eres algo arisca —levanta las manos en señal de defensa cuando hago el amago de querer golpearle—. La última vez que te vi con esa expresión en la cara fue antes del proyecto en Puerto Viejo, la noche en que tu esposa de mentiras iba a llegar… espera ¿eso es, volverá antes de tiempo y por eso estás tan sonriente?


— No, no es eso. Todavía falta un rato para que Yaz vuelva aquí a Glikyhomb.


— ¿Por qué sonríes entonces?


— Sé que es trillado decirlo, pero la verdad es que nunca me sentí mejor —le di un sorbo al dulce capuchino—. Al menos no en mucho tiempo.


Hacía diez días, más o menos, desde que me reuniese con Javier en aquella cafetería después de mi jornada y desde entonces había estado todo en perfecta calma, por esa razón era que me sentía tan sosegadamente feliz.


— No lo dudo, te ves realmente animada —dijo Alan—. A propósito de animadas, la fiesta de aniversario del Varano es la próxima semana.


— ¿Dos años ya? —pregunté, más al aire que a mi amigo.


— Sí, dos años desde que el sueño empezó.


— Alan, eso sonó demasiado gay.


— Descubriste mi secreto —entrecerró los ojos—. Ahora tendré que matarte.


— Al, eso no asusta tanto si lo dices riéndote.


— Bueno, dejemos eso de lado. Tienes que venir a mi fiesta.


— ¿Puedo invitar a alguien?


— ¡Uh! ¿Ahora tienes una novia secreta? —como el Varano estaba más vacío que de costumbre Alan se sentó en el banquillo al lado del mío, bebiendo a sorbitos cortos vodka con zumo de uva directo del vaso entre sus manos.


— No tonto, me refería a unos amigos.


— ¿Son los pelirrojos?


— Ajá, efectivamente.


— Puedes invitar a quien tú quieras, especialmente a los pelirrojos que son una pareja divertida. Sólo espero que no me dejen el almacén más seco que desierto, como la primera vez que vinieron.


— Son barriles sin fondo cuando se trata de beber alcohol.


— Al menos no causan destrozos —se encogió de hombros—. ¿Invitaras a alguien más?


— Tienes en mente a alguien, escúpelo.


— Oh, no lo sé —fingió pensar durante unos momentos—. Sólo es un ejemplo, pero puedes invitar, y repito que es un mero ejemplo, al intelectual y musculosamente sexy restaurador que es tu amigo.


— Alan, supéralo no vas a poder conquistar a Javier.


— Ya veremos, ya veremos.


— ¿Invitarás tú a alguien en particular?


— Claro, media ciudad está invitada —sonrió, no estaba segura de sí blofeaba o no—. Pero si tu pregunta es si invité a alguien en plan más personal pues sí, vendrán un par de amigas.


 


Al salir del Varano llevaba el estómago repleto y como no tenía prisa de llegar a casa dejé pasar un par de autobuses que iban un poco llenos. Abordé el tercero que se detuvo frente a mí, lista para volver a casa y revisar la montaña de tareas que mis alumnos me habían entregado.


Nota metal para mí misma: debo dejarles menos tarea a mis alumnitos… aunque ellos no lo crean eso me hace trabajar mucho a mí también.


Todo estaba tranquilo, relativamente fluido, pero a medida que avanzábamos nuestra velocidad disminuía cada vez más hasta que de improviso mi cuerpo se precipitó al frente y atrás gracias a la repentina sacudida producida por el brusco frenado que el conductor, quien había empezado a gritarle improperios al piloto de un pequeño auto que se coló imprudentemente en el carril por el que circulábamos, se vio obligado a ejecutar.


No daba esa impresión, pero hoy, sin duda, toda la ciudad estaba vuelta un tremendo caos; reflejo de ello es el inmenso embotellamiento en que el bus se ha metido. A mí alrededor las caras largas, así como el mal humor predominan. Yo, sin embargo, estoy demasiado cómoda en el vehículo medio lleno hojeando el extraño cómic confiscado el otro día a uno de mis alumnos para preocuparme excesivamente del tránsito.


En las páginas del librillo el Capitán Blue y el Heraldo Atómico luchan contra los chicos malos de Ciudad Búfalo, pero al primero apalear villanos con su bastón de hielo perpetuo y sus flechas de escarcha no le interesa en absoluto porque él está mayormente interesado en comer papas fritas y beber soda de toronja el santo día entero (aunque irónicamente cada vez que pelea contra Scorpio, su némesis, la fábrica de Happy–Cola termina en ruinas). Todo ello, comprensiblemente, provoca la ira de su compañero de piso Richie King, alias Heraldo Atómico, que mes tras mes se ve obligado a cubrir el pago entero de la renta para evitar que Mr. Smith les ponga de patitas en la calle por adeudo y es que debido a todos los destrozos que provoca el Capitán cuando se pone en plan decidido, el Sindicato Heroico no le paga ni un céntimo ya que se ven obligados a invertir el total de su paga en reparaciones y compensaciones para los buenos habitantes de la ciudad.


El Heraldo, a diferencia de su maniaco compañero, es un ejemplo andante del buen comportamiento ciudadano, pero tiene debilidad por la cosas tiernas y esponjosas por lo que es incapaz de vencer definitivamente al Conejito Malo, su más grande rival y el más misterioso y malvado villano de la metrópoli.


»— Hazme caso Atom —dice, constantemente, Blue.


»— No me llames así, te lo tengo dicho.


»— Tú me llamas Blue y yo no me quejo.


»— Eso es porque Blue es tu nombre —explica el Heraldo armándose, como siempre que habla con el Capitán, de toda la paciencia del mundo—. Un momento ¿en verdad es ese tu nombre real?


»— Ni idea —se encoje de hombros metiéndose un puñado de papas a la boca y sin terminar de masticarlas dice—: De todas formas, Heraldo Atómico es menos aburrido que el otro nombre que le dices a todo el mundo —Richie bufó, su compañero no tenía remedio—. Como sea, el Conejito Malo es una persona disfrazada.


»— ¡¡Cómo puedes decir eso!! —exclamó—. No es más que un pequeño conejo suavecito, aunque algo descarriado.


»— Atom, el Conejito Malo es mucho más alto que un conejo normal. Eso sin mencionar que camina en dos patas y además la cremallera de su estúpidamente perturbador disfraz es visible incluso estando parado en la luna; créeme yo he estado allá arriba y he podido verlo. Seguro es un asqueroso gordo peludo con aires megalómanos, medio fetichista, que se quedó atascado dentro del traje de la última pascua…


Sí, sin dudas es una historia muy rara.


— ¡Cielos! —el automóvil da otro rebote, esta vez menos intenso, pero lo suficiente para provocar que la persona a mí lado me dé un buen empujón, pero a mí me llama más la atención la cosa que se le ha caído de las manos—. ¡Lo lamento! —se disculpa, me inclino para recoger el libro que yace en el suelo.


— No hay problema —le tiendo el libro y le sonrío, entonces la sonrisa se me hiela en el rostro.


— ¡Eres tú! —me dice la chica que hace poco más de semana y media me encontré el lluvioso día que viera a Javier, aquella chica por la que mi corazón dio un vuelco violentísimo—. Gracias por levantarlo.


— De nada —balbuceo torpemente—. Es un buen libro —digo y entonces ella me mira como si hablase en un lenguaje extraterrestre.


— ¿Conoces el trabajo de Anouk McClellan? —pregunta escéptica mirando el comic del Capitán. Me encojó en mi asiento un poco avergonzada, rehuyéndole la mirada y con ganas de explicarle que realmente no es mío, que pertenece a uno de mis alumnos.


Pero no puedo decirle nada. En primer lugar, porque la historia de los superhéroes de Ciudad Búfalo me ha gustado de verdad; segundo y algo menos importante debido a que las palabras no me salen de la boca con la fluidez adecuada.


— Claro, es una de mis escritoras favoritas.


— Dioses —murmura—. No puedo creerlo, eres la segunda persona que conozco a la que le gustan los libros de McClellan.


— Bueno, es que no es muy conocida y es joven, además. Si recuerdo bien ahora tiene justos diecinueve años ¿no?


— Sí, es demasiado joven —sonríe ampliamente—. Y aunque los críticos digan lo contrario yo creo que tiene talento.


Ignoraba cómo había podido entablar una conversación tan amena sobre una de mis escritoras favoritas, todo en medio de un atasco monumental y con una mujer a la que sólo había visto una vez antes. No iba a negar, sin embargo, que era realmente agradable encontrar alguien aparte de Alan que compartiera mis gustos literarios porque lo cierto era que los críticos tenían razón en una cosa: los libros que esa chica escribía no eran aptos para cualquier persona, había demasiados psicópatas, mucho suspenso, terror más que suficiente y cantidades descomunales de sangre y tripas en sus páginas.


Alex era al único que había hecho leer la mitad de uno de sus libros y le pareció tan horripilante que durante varias semanas tuvo pesadillas… estaba hecho toda una niñita chillona.


— A los críticos casi nunca hay algo que les guste, pero de que sus libros son buenos, son buenos.


— ¿Verdad que sí? —un brillo de emoción inundaba sus ojos verdosos.


— Sí —contesto embelesada, sintiendo que podría decirle que sí a cualquier cosa que dijera y… espera, espera, frena tu carro Sara ¿qué demonios es lo acabas de pensar?


— Mi favorito es Raíces al Infierno —dice, arrancándome de mis reproches mentales—. ¿Cuál es el tuyo?


— Después del Camino.


— ¡Había olvidado ese! Es bueno, pero es demasiado corto.


— Si fuese más largo perdería su esencia, es perfecto tal como es.


La escandalosa sirena de una ambulancia intentando abrirse paso entre el mar de carros y el atronador sonido de las bocinas protestando por el nulo movimiento vehicular se tornaban ensordecedores a ratos, más nosotras, continuábamos hablando sin tomarle demasiada importancia a todo el barullo, ensimismadas en la charla como si fuésemos viejas amigas.


No acababa de entender qué clase de maldita casualidad del destino me había hecho toparme con ella otra vez, porque todo aquello parecía extrañamente premeditado, es decir, la ciudad no era muy pequeña que se diga, fácilmente podías perderte en ella y con todo, fueras donde fueras, terminabas encontrándote, casualmente, con alguien conocido. Volví a sonreír tontamente cuando mi cerebro se puso a agradecerle a toda la corte celestial “bendito sea el universo, bendita sea la hora en que subí a este autobús, bendita sea la demora” y a suplicar cosas sin demasiado sentido: bendito embotellamiento, por favor ¡no te acabes nunca!


Definitivamente no volveré a usar el mugroso auto de nuevo.

Notas finales:

¡Hey! ¿Qué tal, eh? ¿les ha gustado? Espero que sí y antes que nada gracias por leer.


Ahora sí, ya que el capítulo llegó al final puedo extenderme un poquillo. La cosa es que el otro día estaba respondiendo los reviews que dejaron en el último capítulo y bueno tengo que decir tres cosas al respecto:


Uno, noté que al menos un par de ustedes pensaron que Sara iba a termia con la encantadora mujer que es Gwen ¡pero nada! Jajajaja me hizo mucha gracia la verdad y me da curiosidad preguntar: ¿por qué pensaron eso? Número dos: me di cuenta que ya hace poco más de un mes que estoy aquí subiendo las peripecias de Sara Moreno y pensé ¡dioses, dioses! ¡cómo pasa el maldito tiempo!


Último, pero no menos importante, quería agradecerles por las lecturas y por los review que sinceramente son geniales muchas, gracias, suben mi ánimo un montón. De nuevo muchas, muchas gracias por darle tanto apoyo y aceptación a ésta locura mía.


Y nada más chicos y chicas. Déjenme un review si se les antoja, ya saben que Ilai La Agripada Tsamura los responderá con mucho gusto.


Pórtense mal ;)


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