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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

Hola, hola chicos


Hoy vengo con una actualización en plan rapidito. Me disculpo si hay faltas de ortografía o cosas de ese estilo, estoy a mitad de unas prácticas que durarán media semana, pero no quería dejarles sin capítulo así que me escapé del hotel a un café internet ;) No he contestado ningún review pero sí que los he leído todos y son geniales, muchas gracias por dejarlos y apenas vuelva a casa los responderé todos y cada uno.

«Imposible», eso era todo cuanto mi sorprendida mente podía pensar. Parpadeé confundida repetidas veces con ganas de abofetearme o pellizcarme sólo para cerciorarme que la imagen ante mis ojos era real, sin embargo, aunque sentía la imperiosa necesidad de hacerlo me contuve.


— Ella es Andrea, Andy —Lena presentó, con una enorme sonrisa iluminándole el rostro, a su recién llegada amiga. Amiga cuya cara de estupefacción, supuse, sería muy parecida a la mía.


— Ho–hola —saludó con timidez, enorme timidez que me pareció terriblemente tierna.


Levanté la mano casi inconscientemente a modo de saludo, sabiendo que si abría la boca para decir algo seguramente serían, en su mayoría, balbuceos sin sentido.


Imposible, simplemente imposible, volvió a repetir mi cerebro...


 


Media hora antes de que mi cerebro colapsara de forma masiva, todavía me hallaba conversando con Helena.


— Tú no sueles beber demasiado ¿verdad? —sonrió observando el vaso de vodka naranja que un joven mesero llevara junto al Cubalibre de ella.


— No, no realmente —admití. El contenido de mi vaso, contrario al suyo que iba más allá de la mitad, no había disminuido—. Pero Alan insistió.


— ¿Conoces al dueño?


— Sí, hace un par de años que le conozco.


— Pero no bebes —negué con la cabeza—. Dijiste que venías al Varano con frecuencia ¿verdad?


Volví a decirle que sí.


— ¡Pero es un bar! —exclamó—. ¿Qué haces en un bar si no te gusta el alcohol?


— No sólo es bar, también es una cafetería.


— Bueno, sí —dio otro trago a su bebida, los hielos tintinaron al chocarse contra el cristal— Tú debes ser la única de todos los clientes que viene por el café.


— Y por tarta de manzana.


Helena emitió una sonora carcajada.


— Eres un encanto —dijo.


— A propósito de todo esto, ya sé que conoces a Alan pero me da la impresión de que no es precisamente por ser uno de sus clientes ¿me equivoco?


— En absoluto, tienes toda la razón, somos amigos desde antes del Varano.


— Eso pensé.


— Lo conocí en la preparatoria, desde entonces soñaba con tener su propio negocio, su propio bar.


Así que entonces, atando algunos cabos, ella debía ser una de las amigas que el barman me había dicho que invitaría. Tenía sentido que lo fuese, sin duda.


— Bueno, eso explica por qué hablas de él con tanta familiaridad y también explica por qué organizó esto con tanto esmero.


— El Varano es como un hijo para él.


— ¡Sara! —la inconfundible voz burlesca de Alex Radosta hizo eco en el lugar, interrumpiendo a Lena—. ¿¡Donde estás pequeña mujer!? —la llamativa cabellera de los mellizos sobresalía del resto de los ocupantes haciendo evidente que Javier y los pelirrojos venían abriéndose camino entre la multitud, Alex traía en la mano un vaso de lo que parecía ser whisky, ese hombre no perdía el tiempo.


— ¿Son esos tus amigos? —Helena enarcó una ceja.


— Sí —sonreí, eran unos tipos raros.


— Perdona el retraso —dijo Javi, gritando para hacerse escuchar por encima de la música a pesar de estar junto a mí—. Estos dos me arrastraron a comprar esto —levantó una bolsa plástica con el logotipo del supermercado y sacó un enorme bote de helado sabor vino tinto y frutos rojos.


— ¿Para qué demonios quieren eso?


— ¿Pues tú qué crees mujer? Lo compramos para comerlo, obviamente, además sabes que una fiesta sin helado sabor vino tinto no es fiesta —explicó Alex deshaciéndose del abrigo, al colocarlo en el respaldo de una de las sillas reparó en Helena, todavía sentada a la mesa—. Hola —le dijo dedicándole su seductora y estúpida sonrisa perfecta de gigoló casanova.


— Hola —le devolvió el saludo sonriéndole de forma extremadamente similar a la de los Radosta, algo muy inusual pues la mayoría de las mujeres y también hombres sólo conseguían apartar la mirada sonrojados ante el gesto matador de los mellizos y creo que no fui la única en notarlo porque tres pares de ojos centraron en mí su atención, echándome una mirada curiosa.


— ¿Qué me ven? —pregunté, tontamente.


Las miradas cambiaron a mi compañera de mesa.


— ¡Oh, claro! Qué imbécil —me di un golpe suave en la frente—. Ella es Helena, también esperaba a una amiga y como todas las mesas estaban llenas menos ésta vino a sentarse aquí —volví la mirada a Helena—. Estos raritos son los impuntuales de mis amigos: Javier Aznar y los mellizos Victoria y Alexander.


— Un gusto —dijo—. Bueno, creo que ahora debería irme —se puso en pie—. Ha sido un placer hablar contigo Sara.


Me levanté también.


— Tu amiga aún no aparece y el local sigue lleno.


— Sara tiene razón —Vic, Javier y Alex ya se habían sentado, era el pelirrojo quien hablaba al tiempo que rasgaba un empaque transparente que contenía cucharas negras de plástico—. Hay suficiente espacio y helado para todos.


Victoria puso el bote del helado en la cubitera metálica, llena de hielitos redondos, que había en el centro de la mesa y le sacó la tapa dejando al descubierto el intenso color carmín del postre frío. Helena vaciló, pero finalmente tomó la cuchara y dijo:


— Gracias, ese helado luce delicioso —ocupamos nuestros lugares nuevamente—. Por cierto, me sentiría mejor si me llamasen Lena.


Hablamos un rato, sobre todo Alex y Vic que le preguntaban mil cosas a la nueva e inesperada miembro del grupo; Javier y yo comíamos helado mientras nos poníamos al tanto de todo lo acontecido en la semana que corría. El dichoso helado, por cierto, estaba bueno, el sabor del vino tinto realmente podía saborearse en cada cucharada por lo que su eslogan (como beber un sorbo de vino en cada bocado) no mentía para nada.


— Creo que ya empiezo a preocuparme —dijo Lena tras terminarse la cucharada que había tomado—. Iré a buscar a Andrea.


— Queda mucho helado —dijo cortés Javier, sobraba exactamente bote y un cuarto de helado—. Cuando le encuentres pueden volver si quieren ¿verdad chicos? —los hermanos y yo dijimos sí.


— Nos vemos en un rato entonces —se levantó y me guiñó un ojo.


— Valla, valla —canturreó Victoria—. ¿Quién lo hubiese creído? Sara Moreno aceptando la compañía y tragos de una mujer extraña. El fin de los tiempos debe estar mucho más cerca de lo que profetizaron los mayas o Nostradamus.


— Desconocidas sexys —agregó Alex—. No nos olvidemos de eso, es importante.


— Fue un intercambio, yo no acepté nada.


— Lo hiciste, llámalo como quieras, el punto es que lo hiciste y además creo que le gustas.


— Javier se supone que deberías apoyarme.


— Sólo comparto mis impresiones.


— Pero no debes preocuparte —Victoria sentada a mi izquierda, se abalanzó sobre mi rodeándome el cuello con sus brazos—. ¡No dejaré que nadie corrompa tu castidad!


— ¿Castidad?


— Sí, castidad —dijo Alex riendo y poniéndose de pie junto a su hermana.


— ¡Esa pureza tuya es toda nuestra! ¿verdad hermanito? —Alex asintió, abrazándome del lado opuesto que Vic y entonces me dieron un sonoro beso en la mejilla opuesta cada uno al mismo tiempo.


— ¡¡Argh!! —me abrazaron aún más fuertemente—. ¡Déjenme! ¡Me llenan de babas, no! ¡Javier maldición, diles algo! —pero era inútil pues mi alto amigo se carcajeaba.


Al rato me soltaron y volvieron a acomodarse perfectamente, como si nada hubiese pasado, sólo que ahora quien estaba sentado a mi lado era Alex y frente a mí estaba Vic. Los clientes de las mesas contiguas nos miraron como si estuviésemos locos durante todo el resto de la velada, lo cierto era que muy probablemente lo estábamos.


— Mugrosos mellizos cabeza de cerilla —me arregle el pelo y la ropa—. Son un par de fastidiosos ¿Cuántas veces les he dicho que no hagan eso?


— No las suficientes —Vic me guiñó, suspiré pesadamente—. Pero volviendo al tema es raro que bebas alcohol y más que lo hagas con una extraña.


— No quise parecer descortés.


— ¡Claro! Hiciste un gran esfuerzo por resistirte ¿no? —dijo Alex.


— Es mi segundo vaso —apunté el vodka—, tú acabas de llegar y ya llevas como cinco seguidos.


— Tengo sed —se excusó—. Además, no es malo que lo hayas aceptado.


— Absolutamente —dijo Vic—, sólo es sorprendente. Aunque si quiere algo contigo tendrá que hacer fila, yo voy primero.


— ¿Cómo que tú primero? ¿Y fila para qué?


— Para cuando te hartes de las noches solitarias, allí estaré yo para, amiga mía, animarte —sonrió coqueta.


— ¿Ves esto? —levanté la mano izquierda—. Mientras éste anillo rodeé mi dedo no haré nada con nadie que no sea Yazmin.


— ¡Oh por Dios! ¡Venga ya! —exclamó—. ¿¡Hace cuánto que no tienes sexo eh!? ¡Como veinte mil años!


— Eres una exagerada.


— ¡No soy exagerada! ¡Te he dicho un trillón de veces que no lo soy!


— ¿Un trillón?


— Victoria tiene razón, ya tienes menos vida sexual que Javi… bueno quizá no tan poca.


— ¡Hey! —protestó el pelinegro.


— Sabes que te quiero hermano, no me lo tomes a mal —le palmeó un hombro.


— Que no seamos tan extremos como ustedes no significa que nos puedan catalogar de castos. Malditos pelirrojos lujuriosos y pervertidos.


— ¡Exacto! Cada quien es libre de hacer lo que le plazca.


— Bueno, en ese caso deja que te pregunte algo Sara —Vic sonrió mirándome—. Dijiste que mientras tengas eso en la mano no harás nada ¿estás segura?


— Eso dije.


— Muy bien, si es así entonces… ¡Alex, sujétala! —los brazos del mellizo me rodearon el cuerpo antes de que me diese cuenta.


— ¿Qué rayos?


Victoria me tomó la mano, Javier intentaba apartarle, pero antes que lo consiguiera la Radosta me quitó el anillo del anular.


— Ahora ya no está en tu mano —sonrió pasándose un rojo mechón tras la oreja—. ¿No te sientes un poco más libre?


— ¡Y un pepino me siento más libre! Dame mi alianza —le extendí la mano.


— No, no, ahora es mío.


— Te la daremos mañana, hasta entonces tendrás que divertirte —susurró Alex en mi oído, sonreí tontamente, eran unos mellizos idiotas.


— Claro que si lo quieres ahora puedes venir por el —Alex me soltó, me puse en pie de un salto, rodeando la mesa para llegar donde Victoria—. Pero vas a tener que buscarlo.


Levantó el circulito y lo dejó caer dentro de su escote, el pequeño anillo fue a parar a alguna parte dentro de su sostén. Ese pequeño bastardo dorado, maldición.


— ¡Eso es juego sucio!


— ¡Oh querida! Aún no has visto cuan sucio puedo jugar, pero puedes tomarlo como venganza por el beso en mi frente de la mañana.


— Joder, muchas veces joder —murmuré bajito.


Regresé sobre mis pasos y clavé mi cuchara en el helado, sacando una buena porción para metérmelo en la boca de una sola vez.


— ¡Ah! —me había dolido la cabeza.


— ¿Estas molesta? —me preguntó Alex.


— No. La verdad que no, no puedo evitar divertirme con todas sus ocurrencias locas.


— Vic sólo quiere que te diviertas y yo le apoyo en eso. Han pasado muchas cosas extrañas, sobre todo en tu vida y necesitas distraerte con otra cosa además del trabajo… Vic y yo no somos como Javier, estas cosas tontas y locas son la mejor manera que tenemos para alegrarte.


— Gracias —le sonreí—. Intentaré divertirme.


— Eso espero —sonrió igual—. Mereces un respiro, has estado jugando demasiado a la buena esposa ¿no te parece? De todas formas te devolveré tu anillo sano y salvo mañana.


— A veces no sé si planean esta clase de cosas desde antes o si solamente improvisan sobre la marcha.


— Tenemos todo fríamente calculado.


Pedimos otra ronda de tragos.


Creo haber dicho ya que no me considero alguien con demasiada suerte; jamás he ganado un sólo premio, cuando lanzan una moneda no suelo acertar, al tirar los dados el noventa y ocho por ciento de las veces no caen los números que me harían ganar y al jugar piedra–papel–tijeras no es raro que pierda. Así pues, soy una persona normal con una suerte promedio pero esa noche, cinco o diez minutos luego de pedir nuestras respectivas bebidas, tuve la certeza que no había nadie en toda la ciudad, en toda la región, el país, el continente, el planeta, en toda la maldita vía láctea, en todo éste universo o cualquier otro que pudiese ser más afortunado que yo misma en ese instante.


— Andy, ella es Sara —Lena me señaló—, tuvo la amabilidad de compartirnos su mesa y ellos son sus amigos: Victoria, Javier y Alexander, fueron ellos los que me dieron ese helado tan delicioso. Ella es Andrea, Andy, mi mejor amiga.


Imposible, sí, aquello fue lo primero que me vino a la mente cuando Helena presentó con una enorme sonrisa a su amiga.


— Así que ustedes eran los amables que ofrecieron mesa a mis amigas —llegó Alan, sostenía una charola con gesto experto y con la misma habilidad la colocó en la mesa, repartiendo las bebidas entre mis amigos y yo—. Debí imaginarlo cuando Lena dijo que un par eran pelirrojos, pero en mi defensa, tener a mis seis mejores clientes sentados en la misma mesa sonaba demasiado bueno para ser verdad.


Jamás estuve tan de acuerdo con Alan como entonces, tenía toda la razón del mundo porque aquello resultaba asquerosa e increíblemente bueno.


— Ho–hola —saludó Andrea con timidez, enorme y terriblemente adorable timidez.


Casi sin ser consciente levanté la mano a modo de saludo, sabiendo que si abría la boca para decir algo seguramente serían, en su mayoría, balbuceos sin sentido o quizá mi voz estallaría en un impactado, ansioso y medio desquiciado «¡¡Eres tú!!» que se escucharía hasta China porque sí, la mejor amiga de Helena era la misma mujer del lluvioso día aquel, la mujer del autobús, la mujer fan de McClellan, la mujer de ojos marrones con vetas verdosas que se había negado a salir de mis pensamientos todo este tiempo.


Y me alegré, y sonreí, por supuesto, porque ella es de esas personas con las que vale la pena tropezar mil veces.

Notas finales:

Espero que lo hayan disfrutado mucho, nos leemos pronto.

Pórtense mal :P


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