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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

Buenas!!!

He vuelto después de tantos días de ausencia, que igual y no fueron muchos pero yo lo siento como si fuese una eternidad, en fin...

No tengo mucho que decirles, las prácticas fueron excelentes (a pesar de que el 60% fue pura fiesta y desastres), regresamos con un montón de especímenes para estudiar y yo regresé, también, con ideas nuevas para escribir. Sobre la ausencia tan larga sólo puedo decir que he tenido y tendré multitud de compromisos (sí, más que nada pachangas locas). Haré lo posible por actualizar constantemente.

Gracias por el apoyo y por todos los reviews recibidos, los contestaré en el transcurso del día ;)

— Diablos —le escuché murmurar quedamente.
— ¿Quieres ayuda con eso? —Andrea, ¡cómo no!, se había sentado a mí lado y estaba en plena lucha campal contra la chapa de la botella que se empecinaba en no querer salir.
— Sí, gracias —se ruborizó un poco cuando mis dedos le rozaron la mano al sostener el botellín, a mí me recorrió un estremecimiento de la cabeza a los pies y tuve que hacer un gran esfuerzo por mantenerme serena, contrario a ella que ahora me resultaba mucho más tímida que las ocasiones anteriores en medio de la gente y el tránsito.
Tal vez era eso, que estábamos en una situación diferente.
Saqué el manojo de llaves del bolsillo de mis pantalones; puse una bajo las muescas del tapón corona para tirar con fuerza de él hasta que crujió, cediendo hacia arriba y doblándose un poco por la mitad en todo el rápido proceso.
— Cielos, creía que era indispensable un destapador para abrir esas cosas —dijo mirando la botella, ahora abierta, con mueca sorprendida—. Pero sabes, la tapa de esa botella era de las que sólo tienes que darlas cuerda para que salgan —se rió, mostrándome la corcholata.
A orillas de la hendidura que ahora tenía, unas flechas plateadas indicaban sin lugar a dudas que los de la embotelladora estaban innovando pues la botella era una de esas con abre fácil que solamente había que girar para destapar.
Desvié la mirada a mis manos como si fuesen lo más interesante sobre la faz de la tierra, sin poder creer que hubiese pasado por alto esas dos marcas que hacían innecesario lo de la llave. Quien se ruborizaba esta vez era yo, que sentía las mejillas arder.
— ¿Puedes hacerlo con otras cosas? —preguntó, esperé un poco antes de volver a mirarle—. Lo de abrir la botella, digo, no era necesario, pero fue impresionante, más aún teniendo en cuenta que yo no pude siquiera abrirla por ser abre fácil —un leve rojo volvió a sus mejillas.
— Si hace palanca puedo usar cualquier objeto, supongo.
— ¿Cómo qué?
— Pues, no sé, quizá una cuchara, un mechero, un anillo, la esquina de la mesa, otra corcholata o la hebilla del cinturón —sonreí encogiéndome de hombros. 
— ¿En verdad has abierto botellas con todas esas cosas?
— Sí, alguna vez lo hice, no es tan difícil.
— Yo no podría —aseguró—, no tengo tanta fuerza.
— Requiere más habilidad que fuerza. 
— Entonces, ¿sueles leer comics y abrir botellas de cerveza con objetos raros?
— En mis ratos libres —dije, ella sonrió.
— Enséñame a hacer eso ¿podrías?
— ¿Abrir botellas? —asintió—. Bueno, también soy profesora así que tal vez pueda enseñarte, sí —le pasé la llave—. Ponla bajo la tapa, sujétala con una mano y con la otra agarra la botella.
— ¿Y ahora qué?
— Haz palanca.
Lo intentó, no pudo hacerlo.
— Es más difícil de lo que parece.
— Inténtalo de nuevo.
Falló de nueva cuenta.
— ¡Rayos! —se quejó—. ¡Una vez más!
Jamás, por ningún motivo debe abrirse una cerveza agitada, todo el mundo lo sabe o eso creo, pero si lo sabía no atendió a mis advertencias.
— ¡Sí! —lo consiguió luego de que la pobre cerveza fuera víctima de muchas sacudidas—. ¡Ah! No, no te salgas.
— ¡Tómale! Tienes que tomarle —la felicidad del logro había durado poco pues apenas la abrió la espuma comenzó a escaparse del interior. Era como un volcán, un pequeño volcán de cerveza derramándose sobre las dos.
— ¡Diablos! —masculló antes de llevarse la botella a los labios y beber frenéticamente para detener la bebida. Mientras tanto puse las manos bajo su barbilla para que el ambarino líquido no se escurriera así que tenía las manos, parte del suéter y los pantalones cubiertos de espuma que sin lugar a dudas iba a dejarme un intenso olor a cerveza toda la noche, pero ni con ello pude evitar echarme a reír a carcajadas.
— ¡Te dije que no la agitaras! —exclamé entre risas.
— ¡Esto sabe horrible! —se quejó cuando pudo dejar de tomar, riéndose también a carcajadas.
Andrea continúo poniendo muecas de desagrado y yo seguí riéndome con tanta fuerza que al rato me dolía la barriga.
— ¿Qué carajo hacen ustedes dos? —inquirió Lena volviendo a la mesa junto a los mellizos y Javier, había olvidado que no estaban sentados con nosotras.
— Nada, nada —respondió Andrea todavía con una sonrisa en la cara—. Sólo estaba aprendiendo a abrir la cerveza con una llave.
— ¿Con una lleve? —Lena enarcó las cejas. Dedicándonos una mirada inquieta.
— Por cierto que al final sí que lo lograste —le sonreí, sin darme cuenta de la mirada de Helena.
— Gracias a ti —me devolvió la sonrisa, se fijó en la mancha de mi ropa—. ¡Oh no! Lo lamento mucho —dijo tomando velozmente una servilleta de papel pasándola por el hombro del suéter para absorber un poco la humedad.
— No hay cuidado —le dije—. Tú también estas empapada.
— Pero la peor parte te la llevaste tú, lo siento.
— Esta bien, discúlpame un momento. 
— Claro —me levanté de la silla y me dirigí al baño de damas del Varano. 
Abrí el grifo dejando que el agua corriera libremente para después lavar mis manos que por intentar detener la espuma habían quedado pegajosas. Cerré el paso del agua y levanté la mirada al pulcro espejo mirando mi reflejo en él; algunos de los mechones de mi cabello castaño, ya oscuro de por sí, adquirieron un aspecto casi negro cuando me pasé las manos mojadas por la cabeza, mis ojos, igualmente café oscuro, todavía tenían rastros de risa por la noche tan agradable que estaba teniendo.
Antes de volver procuré adecentar mi ropa, así como el cabello también por lo que tuve que deshacer la coleta para poder ordenar los mechones rebeldes, el flequillo no había crecido lo suficiente así que tuve que pasarlo tras la oreja y aun así no se quedó quieto.
 
— ¿De verdad te gusta beber eso? —pregunté al volver a la mesa y encontrarme con Andrea aun bebiendo sorbos cortos de la cerveza.
Eran cosas mías sin duda, pero la cerveza no parecía ir con ella, tenía un aspecto demasiado dulce con su suéter color caramelo y sus pantalones rojos para ello. En ese momento la oscura botella de Coirm’s Bitter Ale era más adecuada en manos de un camionero.
— Pues —hizo una mueca dejando la bebida sobre la mesa—. Si no es Cubalibre esto es lo que Lena toma casi siempre, yo no soy de beber mucho, pero abrí esta así que creí que debía tomármela, aunque sabe muy amargo.
— Se supone que sea así —me reí—. Aunque creo que yo te invitaría un trago más no sé… algo más adecuado, más femenino.
— ¿Femenino?
— Sí, yo, bueno… no sé —estupendo, me dije, ahora vas a empezar a tartamudear como tonta ¡perfecto!
— ¿Siempre tartajeas y dudas tanto? —preguntó risueña.
— Esta noche parece que sí —me encogí de hombros.
— Creo que es tierno —¡madre! Me dará algo, seguro que sí, porque esto que siento no es normal ¿verdad que no? Tal vez sea el principio de problemas cardiacos, un infarto, sí, eso era, probablemente—. ¿Así que vas a invitarme algo? Un trago de señorita, ¿tal vez?
— ¿De señorita?
— Así llaman Lena y mi madre a todos los cocteles “para chicas”
Miré la mesa, no había más que botellas de cerveza. La hora del vodka naranja y del Cubalibre había terminado.
— No encontraremos nada decente aquí ¿vamos a la barra?
— Seguro, Alan estará por allí y nos dará algo bueno.
Nos levantamos de la mesa, Andrea fue donde Helena para decirle algo que no pareció gustarle mucho a esta última porque frunció el ceño y negó enérgicamente a las palabras de su amiga. Fingí hablar con Victoria, aunque realmente no me enteré de mucho de lo que decía, mientras observé de reojo la mirada que me lanzaron: Andrea con una media sonrisilla y Lena con expresión inescrutablemente seria.
— Vamos —dijo Andrea luego de un nuevo intercambio de palabras entre ella y Helena.
La noche había avanzado de manera extraña, aunque no sabía bien qué hora era con exactitud pues no había revisado el reloj en absoluto desde las nueve en punto, tenía que ser muy entrada la noche pues varios clientes estaban yéndose ya y en quienes permanecían dentro comenzaban entreverse los inicios de lo que al despertar sería una buena resaca.
— Chicas ¿qué milagro? —dijo Al cuando nos sentamos frente a la barra.
— ¿Un saludo sin chistes raros sobre mí, te sientes bien? —me burlé.
— Estoy molido por servir tantos vasos de alcohol, deja que me recupere y ya verás chica jueves.
— ¿Chica jueves?
— Es su apodo.
— No es mí apodo —protesté.
— Es lo que te ganas por ser una criatura de costumbres. ¿¡Puedes creer que viene sólo cada jueves, a la misma hora y a comer lo mismo!?
— ¿Vienes cada jueves?
— Sin falta —exclamó el barman—. Bueno, excepto el año que te fuiste a Puerto Viejo ¡estuve todo un año sin saber qué día era!
— Creo que ya te has recuperado del todo Al así que deja de molestarme y sírvenos algo.
— ¡Claro! ¿Qué van a…? —se interrumpió súbitamente—. Un minuto, ¿estás bebiendo? ¿¡Tú!?
— Sí.
— ¡Pero eres aún más abstemia que Sara o que un autobús lleno de monjas!
— Sólo me he tomado media cerveza como mucho.
— ¿Cerveza? Eso ni siquiera te gusta —se extrañó Alan.
— Sara me estaba enseñando a abrirlas con una llave y creí que debía tomármela.
— Oh cielos, cielos —negó Al—. ¿Llevas un par de horas conociendo a mi amiga y ya estas pervirtiéndola, eh?
— ¡No me está pervirtiendo! Yo quería una cerveza.
— Andy no deberías beber, ¿olvidaste lo de la última vez?
— Para nada, sólo se me antojó una.
— De acuerdo, de acuerdo ¿qué quieres entonces?
— Sara me invitó.
— Ah… ¿qué tal vodka, todavía queda?
— Queda tanto vodka que alcanzaría para bañar a un elefante si quisieras.
— Excelente, pero debe ser con zumo por supuesto. ¿De qué te gusta? —le pregunté a Andrea.
— Durazno.
— ¿Y tú?
— Piña, si fueras tan amable.
Alan se retiró un poco para preparar las bebidas por lo que pude preguntarle a Andrea algo que me daba mucha curiosidad y que también me hacía sentir un poco culpable.
— Andrea, me siento algo culpable por invitarte a beber —me sinceré. 
— No pasa nada, estaré bien. Por cierto, puedes llamarme Andy sí quieres.
— Andy, así que entonces ¿hace tiempo que no bebes?
— Tendrá poco más de un año y dos o quizá tres meses. Vine con Lena a celebrar, pero como no suelo beber mucho no soporté su ritmo y al rato ya estaba bastante ebria.
— Sí, fue todo un espectáculo —dijo Alan volviendo con nosotras—. Se cayó y me destrozó una silla, afortunadamente no se lastimó.
— No fue tan grave, Lena se reía.
— Helena se ríe de todo, no se toma las cosas en serio.
— ¿Está bien que beba alcohol entonces? —le pregunté a Alan.
— Bueno, no ha bebido mucho y tampoco tú así que no creo que haya problema.
— Salud —dijo Andy—. ¿Quién está poniendo la música de la rockola?
— Es horrible ¿verdad? —Alan se cruzó de brazos—. Es la hora de los borrachos depresivos.
— Tengo un par de monedas sueltas, vallamos a poner otra cosa antes de que todo esto se ponga más lúgubre —le dije a Andy.
La rockola era un enorme aparato de mil y un colores que funcionaba al ponerle una moneda. Ubicada estratégicamente al fondo del Varano desde donde su sonido podía extenderse perfectamente por todos los rincones.
— ¿Qué te apetece? —pregunté pasando las portadas de los discos por tercera vez.
— ¡Ese! —señaló uno.
— ¿Tommy James and the Shondells?
— Claro ¿no te gustan?
— Sí —asentí—. ¿Qué tal esa?
— ¡Perfecta! —seleccionamos el álbum y la voz del viejo Tommy comenzó a cantar Hanky Panky. 
Andy cantó y yo canté con ella, sentadas a la barra. Nos gastamos todas las monedas que teníamos, cuando un álbum se terminaba nos levantábamos a poner otro de inmediato de esa forma circularon varías horas de charla y risas sin que nos percatáramos del tiempo… por lo menos hasta que Lena y los demás llegaron con nosotras y nos percatamos que éramos los únicos seis clientes que quedaban en el bar. Las sillas estaban sobre las mesas y Alan había despachado a los últimos comensales hacía rato en un taxi debido a su gran borrachera.
— Tenemos que irnos, son casi las tres y media de la madrugada, me gusta la fiesta, pero no dormir lo suficiente es malo para la piel —dijo Victoria.
— Lo bueno es que mañana no hay trabajo —bostezó Alex.
— El subterráneo no abrirá hasta dentro de dos horas ¿puedo quedarme en tu apartamento? —preguntó Javier.
— Por supuesto hermano, mi casa es tu casa ya lo sabes —le palmeé el hombro.
— ¿Cómo te sientes Andy?
— De maravilla.
— ¿Nos vamos a casa?
— Sí.
— ¿Viven juntas? —preguntó Vic. Le agradecía que lo dijera porque yo también me lo estaba preguntando.
— Sí, compartimos apartamento, aunque algunas veces es como si viviera sola porque Lena pasa mucho tiempo fuera por su trabajo —respondió Andrea.
— Es una suerte que hayas podido venir a la fiesta —dijo Alan sonriente, Helena no dijo nada.
— ¿No te sientes mareada? —preguntó Andy a Lena.
— No, estoy bien, no te preocupes, puedo conducir.
Empezamos a despedirnos y a decir que había sido un gusto habernos conocido mientras salimos a la calle iluminada por las farolas, ciñéndonos los abrigos esperando que Alan cerrara el Varano.
— Bueno —le dije a Andrea sin saber que más decir.
— Bueno —dijo ella a su vez.
Nos miramos largo rato, yo no tenía ganas de despedirme, tampoco sabía que decir para hacerlo y me parecía que ella tampoco.
— Yo… —empezó Andy, pero fue interrumpida.
— ¡Oh por favor! —exclamaron a la par Vic y Alan, eran los que más cerca estaban de nosotras.
— Si seguimos esperando que digan algo amanecerá ¿no crees? —preguntó Victoria.
— No lo dudes ni un minuto —Alan sacó del bolsillo un papel—. Toma, es su número —señaló a Andy.
— ¡Alan! ¡¡Dame eso!! —Andrea reaccionó e intentó quitarle el papel al cantinero.
— Oh muchas gracias —Vic lo aceptó, ignorando las protestas de Andy, tomó mi mano y extendiendo la palma depositó en ella el trozo blanco.
— Deberías llámala cuando quieras, podrían salir o algo por el estilo —sonrió Al—. Estará más que encantada créeme.
— Lo hará —respondió la pelirroja—. Quizá puedan ir al cine o algo ¿eso estaría bien?
— Perfecto —Alan pasó un brazo por encima de los hombros de Andy—. Nos vemos, llámale algún día.
— Nos vemos —respondió Vic.
Andrea y yo fuimos arrastradas por nuestros respectivos amigos sin acabar de entender que había pasado hacía sólo unos momentos, pero antes de irnos volvió para despedirse de mí con un beso vacilante en la mejilla, luego echó a correr junto a Alan y Helena de pie junto al solitario sedan gris aparcado delante de la entrada, yo partí con mis amigos rumbo al edificio de apartamentos; con las bromas comunes de los pelirrojos, la mirada cómplice de Javier y con una sonrisa tonta en el rostro mientras las manos embutidas en los bolsillos del pantalón sujetaban fuertemente el papel con el número de Andrea anotado en él.
Cuando nos despedimos todavía estaba oscuro, la fiesta inolvidable del Varano había concluido. Y sí, había sido una noche fenomenal, llena de muchas emociones, me había divertido muchísimo, estábamos cansados sin lugar a dudas, pero a cambio un nuevo día estaba comenzando. Al llegar al departamento me derrumbe en la cama después de darle un par de mantas a Javier para que se quedara en el sofá.
Dormí varias horas, y al despertar aún seguía sonriendo.
Notas finales:

Hola (de nuevo) ojalá les haya gustado el último capítulo de la fiesta en el Varano.


Como siempre ya saben que cualquier cosa loca que se les ocurra pueden plasmarla en un bello review y si notan algún error de redacción u ortográfico también háganmelo saber para que mejoremos juntos esta historia loca y porque a veces yo no los noto de tantísimas veces que leo el cap XP


No beban mucho, coman frutas y verduras.


 


Por cierto a #TeamGwen y a todos los fanseses de la bióloga rubia no pierdan la esperanza de que en el futuro volverá a aparecer ;)


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