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Vida De Perro por LePuchi

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Notas del capitulo:

¡Buenas noches, días, tardes o lo que aplique allá donde estén pequeñas almas valientes!


Primero que nada gracias a todos los que se animaron a escudriñar en mi locura y más especialmente a quienes dejaron reviews, es verdad que animan un montón :D No tenía pensado actualizar el día de hoy, pero el capítulo hace rato que está listo y no tenía caso retrasarlo innecesariamente.


ILAI INFORMA: la advertencia de incesto comienza a ser presente en este capi pero créanme, no es como la imaginan (ni entre quienes la imaginan) y tal vez desentone un poquillo pero así es la historia, de cualquier forma aviso desde antes por si a alguien no le gusta demasiado ese tema... si deciden ser valientes almas aventureras, bueno, aténganse a las consecuencias.


Sin más que reportar por el momento, espero disfruten del capítulo.

Tiro con ímpetu del borde de la manta para cubrirme la cabeza y volver a dormir una vez que el molesto resplandor del sol entrando por la ventana abierta me obliga a abrir los ojos de mala gana al mundo.

No tengo intenciones de moverme de donde estoy, ni siquiera si el techo del apartamento se derrumba me moveré de aquí… sin embargo, siento una incomodidad intensa en todo el cuerpo debido a pasar demasiado tiempo hundida en el sofá de mi sala, incluso respirar resulta cansado y exasperante. Preferiría dormir para dejar de pensar cosas sin sentido, dejar de sentir mi propio cuerpo como si se tratase de algo ajeno, dejar de mirar el apartamento que, por primera vez, resulta inmensamente grande, vacío y gris.

Luego de algo parecido a una eternidad, me levanté del mueble que se había vuelto, en los diez días posteriores a aquel desastroso jueves, el único espacio habitado por mí dentro del apartamento, para caminar con pies descalzos hasta la nevera. Cuando abrí la puerta el aire frío me hizo afianzar la frazada que colgaba sobre mis hombros y se escurría por mi espalda hasta el suelo. Extendí el brazo alcanzando el gran bote de helado que había dentro.

Lo llevé conmigo hasta la sala, no obstante, dado que los últimos días me había dedicado a ingerir toneladas de azúcar en variadas presentaciones (que abarcaban desde pastelillos de coco hasta empaques enteros de malvaviscos y gomitas de todas formas y tamaños, pasado, por supuesto, por chocolates, galletas e incontables bolsas de papas fritas, además de todos los caramelos que el grueso de mi billetera pudo pagar en la dulcería del centro de la ciudad), no quedaban más de tres cucharadas de helado sabor fresa.

— Maldición —farfullé, ahora que el helado se acabó no tenía ya más cosas en mi trinchera azucarada con las que ahogar las penas.

Coloqué el envase vacío en la achaparrada mesa junto al sofá y en su lugar tomé la foto que había sobre ella; en la imagen estábamos, como no, Yazmin y yo sonriéndole felizmente a la lente.

Recordaba perfectamente la fecha en que la tomáramos porque dos días después yo le pediría, finalmente, que se fuera a vivir conmigo…

Aquel día nos encontramos más temprano que de costumbre, yo todavía estaba medio dormida, había sido obligada a levantarme porque mi entonces novia estaba ansiosa por acudir a una exposición aburrida que a mí no podía interesarme menos; pero me interesaba ella y pasar tiempo a su lado, así me muriera de aburrimiento o sueño, bien valía la pena. Por fortuna para mí, desgracia para ella, no logramos dar con el dichoso lugar de la exposición ni siquiera tras pasar toda la mañana dando mil y un vueltas por la zona.

Exhaustas como estábamos nos detuvimos en un pequeño parque para sentarnos en una banca a la sombra de un gran árbol. Yaz se miraba desilusionada.

Ante ello todo lo que se me ocurrió hacer fue levantarme, cruzar la calle, entrar en la heladería y comprar un par de conos: de fresa para ella, de limón para mí. Así que allí estaba yo, comiendo helado mientras pensaba que hacer para alegrarle, cuando, de improviso, aprecié la fría sensación del helado siendo empujado contra mi nariz. Incrédula me llevé los dedos a la cara y los miré cubiertos por un pegajoso color verde.

Volví la mirada hacia ella, que estaba absorta en la tarea de comerse su helado, tan tranquilamente y con actitud de no romper ni un plato.

— ¿Qué? —me dijo cuándo se percató que la observaba.

Levanté las cejas apuntándome la cara.

— ¡Ah! Tienes tantito helado ahí —me señaló, cómo si no me hubiese dado cuenta de ello.

Entrecerré los ojos y antes que pudiese oponer demasiada resistencia apegué mi rostro contra su mejilla.

— ¡No! ¡¡Sara, no!! —gritó empujándome la cara entre risas y muecas de asco—. ¡¡Estás toda pegajosa!!

No me importó, era la venganza, así que luego de llevarme unos buenos manotazos ambas terminamos con el rostro pegajosos a causa del helado. Francamente asqueroso, pero bastante divertido.

— ¡Que mala eres! —se quejó.

— ¡Mira quién lo dice! Tú me atacaste a traición.

— ¡Yo no fui!

— Ajá ¿fue el cielo o qué?

— No has escuchado eso de: “si las gotas de lluvia fueran de helado”

— Tonta, así no va. Es caramelo —me reí—, además fueran de lo que fueran a mí no me encantaría estar allí.

— Chillona —concluyó y sacando de su bolso la cámara hizo la fotografía antes de limpiarnos la cara.

Sí, esos fueron tiempos maravillosos…

 

Dejé la foto en su lugar pensando que necesitaba salir a distraerme o aquel sitio plagado de recuerdos me mataría. Casi al tiempo escuché la llave mover los cerrojos de la puerta de entrada, me pareció raro pues aparte de mí sólo Yazmin y Javier, un amigo, tenían llaves. Quien quiera que fuese no podía dejar que me viese alicaída así que arrojé la manta lejos y me golpeé la cara para espabilar. 

Puse la mejor sonrisa que pude.

— Con que aquí es donde te has estado escondiendo ¿eh? —dijeron, no miré, no hacía falta porque ya sabía de quienes se trataba—. ¿No vas a saludarnos?, trajimos comida —dijo Victoria levantando la bolsa plástica de la compra que llevaba en un mano.

Victoria Radosta era una de las cuatro personas en todo el mundo que hasta entonces podía llamar amigo; era una mujer alta, de cuerpo esbelto y con más curvas de las que debiera ser legal. Estaba de pie frente a mí con una de sus finas cejas rojas levantada con escepticismo alternando la mirada entre el bote vacío del helado y mi cuerpo.

— ¡Hola! —apareció tras ella un hombre sonriente que también era uno de mis amigos y hermano, a su vez, de Victoria. Comúnmente respondía al mote de Alex pero su nombre completo era Alexander Radosta.

— Qué onda —levante la palma de mi mano como saludo.

— Te ves fatal ¿comiste algo malo?

— No —puse los ojos en blanco— ¿Qué trajeron?

Me levanté del sillón para ir a curiosear en las bolsas que habían traído ignorando la inquisitiva mirada de la pelirroja melliza. Sí, no sólo eran hermanos, eran mellizos y de no ser por el cabello ondulado y los visiblemente generosos atributos físicos que Victoria poseía eran como dos gotas de agua: ambos pelirrojos, altos y fiesteros hasta la médula.

— ¿Y la comida basura? —pregunté.

— Javier no nos dejó comprar nada divertido —se quejó Alex.

— Hablando de él ¿por qué no vino? —quería verlo, pero él me conocía demasiado bien como para poder ocultarle las cosas así que agradecía un poco que no estuviera presente.

— Dijo que vendría luego, a diferencia de nosotros él es responsable así que tenía que ir a trabajar.

— Yo soy responsable.

— Seguro, seguro que lo eres. Por eso es que estas aquí metida en día laboral en lugar de estar trabajando ¿verdad?

— ¡Hey! Tengo motivos para estar aquí, además mi jefe me dio permiso —era verdad, aunque a medias.

— Dejando eso de lado ¿no tienen hambre? —preguntó Victoria, llegando finalmente junto a nosotros, pero sin dejar de mirarme con duda.

— ¿Vas a prepararnos algo?

— Sólo si quieres que tengamos un incendio o algo —Victoria tenía muchos talentos pero la cocina, así fuese el plato más simple, no era uno de ellos.

— En ese caso pidamos algo —sugirió Alexander bostezando y estirando los brazos por encima de su cabeza—. ¿Qué tal una pizza?

Puse una mueca de molestia.

— No tiene que ser eso. Puede ser otra cosa —dijo el pelirrojo interpretando mi gesto como que no quería comer pizza.

— Alex —intervino Victoria—. Olvidamos comprar cervezas.

— Borracha —le dije. Me miró feo.

— ¿Puedes ir por un six pack?

— ¿Yo por qué? —protestó el mayor de los mellizos.

— Porque yo digo.

— Vas a tener que darme algo a cambio —Alex la miró sonriendo traviesamente. 

Victoria bufó pero se acercó a su mellizo plantándole un beso en los labios, no me inmuté ante aquello, llevaba conociendo a los Radosta desde que teníamos nueve años así que su relación no me era en absoluto extraña; además ambos tenían una hipersexualidad que saltaba a la vista incluso desde que éramos niños, así que ni Javier ni yo hicimos demasiado alboroto el día en que les sorprendimos en una situación bastante comprometedora durante un campamento escolar.

— Chicos —carraspeé cuando el beso empezó a subir de tono—. Estoy aquí delante saben. Me harán vomitar con sus muestras de cariño heterosexual.

— ¿¡Heterosexual!? —exclamaron separándose— ¿Qué hemos hecho para que tengas ideas tan equivocadas de nosotros? —cuestionó Victoria.

— Encasillar el amor en esos términos tan feos ¡qué insensible! —Alex fingió sollozar—. Nos conocemos ¿qué no? Ya sabes que Vic y yo tenemos amor para todo el mundo. 

— Sí, sí —convino su hermana—. Tenemos un corazón que no nos cabe en el pecho de tanto amor.

— Eso en tú caso sí que se nota, tienes un corazón taaaan grande —dije, mirándole descaradamente los pechos.

Rompió a reír en sonoras carcajadas.

— Hermano, me encanta esta mujer —me apuntó con ambos índices.

— Somos dos —Alex me palmeó un hombro levantándose de la mesa—. Iré por caramelos, no hagan nada que yo no haría —dijo risueño antes de salir. 

Vic se sentó en el sitio que hasta hace unos segundos era ocupado por su hermano, justo a mi lado.

— Me preguntaba porque no habíamos sabido nada de ti en todos estos días —empezó ya sin rastro de risa en los labios—, pero ahora creo que lo entiendo ¿qué pasó?

— Vic, ¿de qué estás hab…?

— Sabes muy bien de que estoy hablando —contestó—. No me pongas cara de confusión ahora, tú no rechazas la pizza por nada, es tu maldita comida favorita —oh, oh—. Mi hermano es lento a veces y no se entera, pero yo no soy él, así que dime que rayos pasó. 

Me debatía internamente si debía contarle sobre lo de Yazmin, no se lo había dicho absolutamente a nadie después de todo y esperaba que los Radosta no se percataran del deplorable estado de ánimo que traía encima. Pero Vic era perspicaz, igual que Javi, le bastó un vistazo para que lo notará; sabía que no me daría tregua hasta que escupiese toda la verdad y para evitarme más líos se lo conté, de cabo a rabo.

 

A pesar de mis múltiples intentos por conseguirlo, Yazmin no era especialmente apreciada en mi círculo amistoso. Javi y Alexander, aunque tenían sus reservas, le toleraban pero Victoria era otro cuento porque ni ella ni Yaz podían permanecer juntas en un mismo sitio sin que estallase una batalla campal de comentarios sarcásticos, ironía y fulminantes miradas de desprecio.

Estar en medio de todo aquello era incomodísimo, sobre todo porque si decía algo me caía a mí la bronca. Mujeres… 

Por las miradas de molestia que ponía la pelirroja mientras le relataba los hechos pasados tuve certeza de que la mala fe que le tenía a mi mujer no había si no empeorado.

— Esa imbécil —gruño cuando terminé de hablar, pero el ruido del teléfono interrumpió sus alegatos y como fue más veloz al reaccionar alcanzó el aparato antes que yo me levantase siquiera—. ¿Qué? —le respondió a quien estuviese del otro lado de la línea—. Sí, sí, es aquí… no —respondió con una risilla—, soy su amiga. No —me miró— está ocupada siendo una tonta —una pausa, estaba escuchando lo que le decían.

Le quise preguntar quién era pero levanto un índice contra sus labios para hacerme entender que me callara.

— ¿¡Cómo!? —su cara seria se transfiguró en una de sorpresa—. ¿¡Cuándo!? —preguntó— ¿¡Pasado mañana!? —jadeó sorprendida abriendo los de par en par—. Lo hará… no, no, yo misma me encargaré de ello. Sí, sí, allí estará —y terminó la llamada.

Nos miramos durante largo tiempo sin decirnos nada.

— ¿Quién…?

— ¿¡Acaso se te atrofió el cerebro!? —me gritó.

— ¿Qué? —me sorprendí—. ¿Quién era?

— Tu jefe.

— ¿Mi jefe? —repetí.

— ¡Estas mal de la cabeza! —volvió a gritarme—. ¿Cómo se te ocurre rechazar algo así?

«¿Rechazar?» pensé, sin acabar de comprender que ocurría.

— No sé qué… —me interrumpí, cayendo en cuenta— El proyecto —murmuré—. ¡Te contó lo del proyecto!

— ¡Claro que me lo dijo! Creyó que era tu esposa.

— ¿Mi qué cosa?

— ¿Qué mierda pensabas al rechazarlo? —dejó pasar mi pregunta.

— Yo no he rechazado nada —me defendí—, necesitaba meditarlo y...

— ¿¡Meditar!? ¡¡y una mierda con tus meditaciones Sara!! —se puso a dar vueltas por el apartamento como animal enjaulado, me hacía gracia—. ¡Idiota! ¡¡grandísima imbécil!! ¡estúpida loca! ¡no te rías! —exclamó amenazante—. ¡¡Qué no te rías, joder!! 

Me dio un golpe en la cabeza.

— ¡Auch! ¿por qué me golpeas?

— Por tonta —respondió, un poco más sosegada su ira—. ¿Qué necesitas meditar?

— Muchas cosas Vic, es un largo período, no estoy segura de querer irme tan lejos tanto tiempo. Además está lo de Yazmin.

— ¡Ah no, eso sí que no! —me dio otro golpe—. No me salgas con esas excusas baratas ahora, esa mujer está lejos y no le importa ¿por qué a ti sí?

— Es mi esposa —me sujetó por los hombros y me zamarreó violentamente—. ¡Ya! ¡¡déjame!! —me soltó frotándose el cabello desesperadamente con las manos—. Por Dios Victoria, eres una dama, actúa como tal.

— Es culpa tuya por decir, no, por hacer tonterías —respiró profundamente un par de veces antes de volver a hablar—. No sé porque lo piensas tanto, has deseado algo como esto desde que conseguiste ese título universitario tuyo ¿o no?

— Sí, pero…

— Pero nada, iras a ese cochino proyecto, aunque tenga que atarte y llevarte contra tu voluntad —se calló un segundo y sonriéndome provocativamente con su perfecta dentadura blanca añadió—: Pensándolo mejor resístete para poder atarte.

— Ya te gustaría poder atarme —me levanté a encararla.

— No me provoques Moreno, eres una mujer casada —torció la boca con desagrado.

— Cómo si mi estado civil te importase —me burlé. 

— No, pero a ti te importa, por lo tanto, compórtate o yo no me haré responsable de lo que pueda pasar —acarició mi mejilla con el dorso de su mano—. Ahora mueve tu lindo trasero a la habitación, pasado mañana habrá un avión esperando por ti para llevarte a la playa y dejarte allí un año entero, tenemos mucho que empacar —pasó a mi lado rumbo del cuarto, le seguí agitando negativamente la cabeza con una sonrisa en la cara.

Quizá tenía razón y vivir un año en la costa, lejos de casa, lejos de los recuerdos, era lo que necesitaba para no deprimirme miserablemente, tal vez allá el sol fuese lo suficientemente intenso como para evaporar mis lágrimas contenidas.

Ya lo descubriría.

Notas finales:

¡El final!, por ahora.


En el próximo capítulo veremos lo que le deparará a Sara en su viaje, sabremos, también, de qué va el proyecto playero y a que se dedica… aparte de a comer dulces echada en su sofá.


Ilai espera que les haya gustado y les informa que todo cuanto se les ocurra comentarme (desde buenos deseos, criticas, abucheos, etc. etc.) será bien recibido en los reviews.


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