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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaaaa, gente! 

¿Creyeron que no habría actu hasta el próximo año? Pues no! No podía hacer eso, sería una crueldad. 

En fin! Este año ha estado complicado. Diría : "prometo actualizar más seguido el próximo año" Pero nunca he creído en mis promesas xD así que no diré nada. 

Se nos va el 2017, esperaré el 2018 con mis guantes de boxeo puestos :) 

Espero que todos tengan un buen comienzo de año :) 

Un abrazo


Capítulo 43




Hoy iba a ser un gran día. 

Salí a la superficie y miré el cielo claro y despejado, sin ninguna maldita nube que estorbara en medio. A mi alrededor, todo el mundo limpiaba sus armas y practicaba puntería. Estaban listos para la guerra. Ellos eran muchos y estaban de nuestra parte. Cobra no iba a poder con tanta gente. Su estúpido escuadrón en decadencia no iba a soportar tanta presión. Íbamos a ganar. 

La mejor parte de una guerra es la preparación; la expectación, la ansiedad del enfrentamiento, la espera... ese deseo retorcido que todos ocultamos por volar cabezas y patear traseros. Mañana atacaríamos a Cobra y hoy nos preparábamos para ello.

Hoy debía ser un gran día.

Me quedé viendo a un pequeño grupo de La Hermandad que entrenaba cerca de los contenedores, en donde hasta hace un par de días dormíamos, y me percaté de que Terence los guiaba. Joder, no me había dado cuenta de todo el potencial que tenía ese pelirrojo. La forma en la que se movía, la manera en que peleaba y cómo ejecutaba cada uno de sus golpes, como si fuera una maldita máquina programada para matar, me hacía sentir incómodo, porque se me hacía familiar. Conocía las técnicas que usaba.

   —¡Cuervo! —Él me saludó con la mano cuando se dio cuenta de que lo miraba—. ¿Quieres venir y aprender un poco también? —se burló.

   —Que no se te suban los humos a la cabeza, pelirrojo —contesté y me acerqué a él—. Sabes bien que te patearía el culo en un uno a uno —le entregué una botella de agua que llevaba conmigo y él la tomó sin dudar. Lo que sea que haya pasado antes y las diferencias que pudimos haber tenido habían quedado atrás por el momento. Él y su gente, La Hermandad y mis hombres estábamos sincronizados porque trabajábamos para un fin en común. El fin de Cobra.  

La mentira que Steiss le inventó a su comunidad fue tan bien tragada que yo mismo estaba a punto de creerla. Toda La Hermandad sentía esta guerra como suya.


   —Pagaría por ver eso —Ethan llegó a nuestro lado, junto a Aiden y Amy, la chica que no se les separaba un sólo segundo—. Te ves cansado, Terence. ¿Quieres que te releve un rato? 

El pelirrojo bebió todo el contenido de la botella de un sólo sorbo y soltó un suspiro.

   —Creo que sí necesito un descanso —jadeó. Había entrenado toda la mañana a los chicos de La Hermandad; niños que apenas debían sobrepasar los quince años, pero que estaban más entusiasmados que nosotros mismos en ir y enfrentarse a los hombres de Cobra—. Bien, chicos. Ethan es todo suyo —Se quedó de pie a mi lado un segundo—: Deberías quedarte y ver cómo ellos tratan de tirarlo al suelo —rió.

   —Ya lo creo —contesté. Sí, lo había presenciado un par de veces en estos días; ver a esos niños intentar derrotar a Ethan era gracioso. También era divertida la forma en la que la gente nos había aceptado en este lugar luego de que Steiss diera la noticia de que ahora “pertenecíamos” a La Hermandad. Era sorprendente la manera en la que todos parecíamos encajar aquí y la forma en la que yo mismo me sentía cómodo.

   —Por cierto, ¿alguien sabe dónde está Reed? —preguntó Terence, mientras miraba fijamente hacia una de las rejas de entrada, por donde salía un camión. Era el segundo que veía salir esta mañana. Supuse que Steiss los había enviado para armar un perímetro y así empezar a tejer la emboscada que dejaríamos caer sobre Cobra. Era una buena idea.

   —Creo que está en la enfermería ayudando —contestó Aiden. 

   —¿Y Steiss? —aproveché de preguntar—. ¿Viste a tu clon por casualidad, Aiden? —me burlé. Él hizo un mohín molesto a modo de respuesta. 

   —¿Tengo cara de una maldita caseta de informaciones? —preguntó. 

   —¿En serio me harás responder esa pregunta? —reí.

   —No sé dónde está —gruñó, pero enseguida pareció dudar—...¡Ah! Creo que mencionó algo de unas flores. 

Eso era suficiente. 

Casi lo había olvidado. Hoy era el último día en que la apestosa flor de Steiss viviría. Hoy por fin vería morir a esa cosa y podría entrar tranquilo a ese maldito invernadero sin tener que contener las náuseas. Por alguna razón extraña, y a pesar del enfrentamiento que se aproximaba, toda La Hermandad había estado atenta a ese acontecimiento. Incluso el grupito de Reed y algunos de mis hombres habían mostrado cierta fascinación por ella. Yo no entendía qué gracia veían en una flor gigante que, aparte de ser horrible, olía como cien jodidos zombies.  

Caminé hacia los invernaderos; no había duda de que él estaba ahí. Agradecí ver algunas mascarillas que colgaban en la puerta de entrada, porque el olor a carne podrida se podía sentir a varios metros a la redonda. Me puse una, pero no fue suficiente, porque el hedor traspasó la tela y picó en mis ojos. Me esforcé por soportarlo.

   —Hey... —saludé al entrar. Sólo Steiss estaba ahí. Él era el único que podía tolerar el olor por más de una hora. Sí, este podía ser un espectáculo fascinante para muchos, pero ninguno de ellos era capaz de permanecer aquí por más de treinta minutos. Aunque este hombre era distinto; el parecía tener el hedor a muerte impregnado en sus narices y no tenía asco de nada. Y en los últimos días había comprendido el por qué; tenía a su cuidado a un montón de muertos y cuidaba a uno en particular como si fuese su maldito hijo. Eso era retorcido, pero yo nunca fui juez de nadie. No lo iba a ser ahora.

   —Branwen… —clavó los ojos verdes sobre mí y alzó las cejas en forma de saludo—. ¿Qué te trae por aquí? 

   —¿Cómo está tu apestosa amiga? —pregunté, y me quedé de pie a su lado para acostumbrarme a la pestilencia de la flor. Si él podía hacerlo entonces yo también—. Está incluso más fétida que ayer. 

El rió

 —Exageras... —acarició con cuidado la parte más alta del tallo que él podía alcanzar. Esa cosa era grande, debía medir casi tres metros con su masetero—. No le debe quedar mucho, en un par de horas esta flor va a morir y me gustaría estar aquí para verlo. 

   —¿Te gusta ver morir las cosas que crías? —me burlé.

   —No es eso… —me dio la sensación de que él sonrió tras la mascarilla, pero fue tan sólo una sensación. No tenía cómo probarlo—. Pero he cuidado por años de esta planta. Alguien más la cuidó antes que yo y puso el mismo trabajo y dedicación en ello. Sería una falta de respeto no ver morir algo por lo que has trabajado tanto. Además, a la planta no le pasará nada. Sólo perecerá su flor. 

Alcé una ceja. Él tenía razón. 

   —La naturaleza es maravillosa, ¿no crees? —me preguntó—. Sus sistemas para mantener con vida a sus creaciones y para hacerlos progresar son fascinantes.  

   —¿Por eso crees que los infectados son el siguiente paso en nuestra evolución? —Él afirmó con la cabeza repetidas veces—. Eres todo un darwinista, ¿no? —Steiss rió—. Nunca me gustó el darwinismo. 

   —¿Pero podrías hacer un esfuerzo por mí, ¿no? —dijo y esta vez fui yo el que dejó escapar una carcajada. 

   —Supongo que sí. 

   —Vamos, salgamos de aquí… —acarició una vez más la apestosa planta a la que yo no me atrevía a tocar ni con guantes—. Te veré en un par de horas —le habló.

   —¿En serio le hablas a una planta? —bromeé mientras sujetaba la puerta. En mi interior estaba desesperado por salir de allí. 

   —¿Nunca has oído que hay que hablarles para que crezcan sanas? —dijo y salió del invernadero. Yo le seguí y empezamos a caminar. 

   —Esa es la estupidez más grande que he escuchado.

   —No, no —debatió él—. ¿Sabes cuál es la estupidez más grande que escucharás en tu vida? —preguntó. 

   —No. 

   —Alergia a un piso limpio —se burló de mí. Le di un golpe sobre el brazo. 

   —Idiota. Esa maldita alergia es real.

   —Sí, sí… real —rió él, a carcajadas que no me molestaron en absoluto e incluso fueron capaces de robarme una sonrisa—. ¡El gran Cuervo!  —dramatizó el tono de su voz—. Líder de un escuadrón de cazadores, ¡el mismo que es capaz de saltar de un techo y no salir herido! ¡El mismo que fue infectado y volvió de la muerte!…. no es capaz de soportar el olor de un limpiador.

   —Basta —reí—. No me hagas golpearte más fuerte. 

   —Uh, qué miedo. 

Me vi a mí mismo frente a las puertas de una camioneta y sólo entonces me di cuenta de que no tenía idea de hacia dónde nos dirigíamos, que no sabía qué demonios hacía ahí ni por qué razón había buscado a Steiss esa mañana. 

   —¿A dónde vamos? —curioseé. Él dio dos palmadas sobre la puerta del conductor. 

   —¿Recuerdas cuando dije que te daría soldados? —preguntó de vuelta. Asentí con la cabeza—. Pues, debemos organizar a los más fuertes. 

   —¿No deberíamos llevar a más gente con nosotros para organizar a los infectados? —dudé, mientras me metía a la camioneta. Si no había entendido mal, cuando él hablaba de los «soldados más fuertes» se refería a los zombies. Pero tan sólo nosotros dos nos dirigíamos allá. 

   —Calma… —contestó él—. Tendremos tiempo para eso. Ahora tan sólo haremos un pequeño recuento —cerró la puerta del conductor y echó a andar el motor—. Necesitamos saber cuántos están en condiciones de pelear. 

   —¿Condiciones? Tan sólo tómalos a todos y échalos sobre la cara de Cobra —debatí. Su respuesta fue una risita vacía y apagada. 

   —No es tan fácil... —me dio un vistazo rápido y luego su mirada volvió al camino de tierra. Comenzábamos otra vez a alejarnos de la comunidad, nos dirigíamos hacia ese terreno vacío donde La Hermandad había reubicado a sus infectados—. No lo entenderías. 

   —Ilumíname entonces. 

Steiss mordió su labio inferior, apretó el manubrio firmemente entre sus manos y volvió a mirarme. 

   —Sé que para ustedes es diferente… —comenzó y la atención de sus ojos verdes osciló entre el camino y yo—. Pero para nosotros, nuestros infectados no son sólo armas. Son personas. Nuestros familiares y amigos están ahí. 

   —Ellos ya no son tus familiares y amigos —refuté—. Ellos no te recuerdan y su conciencia está anulada. No son más que cuerpos andantes y… 

   —¿Cómo estás seguro de eso? —me interrumpió—. Joder. Por eso dije que no lo entenderías —Sí, no podía entender a la gente de La Hermandad, no podía entender a Steiss y a su forma de vivir con los zombies. Para mí ellos eran una condena, una maldición. Para mí, ellos eran tan sólo unos pobres diablos a los que, en honor a las personas que fueron antes, debía darles un tiro en la cabeza. No era capaz de comprender la idea de mantenerlos, de cuidarlos y de darles un espacio como malditos seres vivientes. ¿Cómo alguien era capaz de mantener a sus amigos infectados? Quería entenderlo. 

La camioneta se detuvo frente al terreno vacío en el que tan sólo se veía un angosto camino que nos llevaría hacia la iglesia. Ambos descendimos en silencio. Él parecía no querer hablar más del tema y yo no era capaz de decir todo lo que pensaba sin ofenderlo. Caminó hasta la maleta y sacó de ahí unas herramientas ya conocidas para mí; un par de esas lanzas que servían para pescar zombies, a los que la gente de La Hermandad les llamaba «ganchos». Me entregó una. 

   —Sacaremos a los más débiles, a los más viejos y mutilados… —ordenó y caminó hacia la iglesia. Le seguí por inercia—. Todo lo que parezca carne de cañón. 

   —¿Para qué quieres mantener a los viejos y a los mutilados? —pregunté. 

   —Ya te lo dije. La mayoría de nuestros infectados son gente querida. No puedo enviar a la guerra a la abuela de uno de los niños de este lugar, ni a su padre que, por los años, está en huesos y ya no tiene fuerza ni siquiera para dar una mordida. Mi gente se molestaría si hago eso. 

   —¿Piensas recuperar a todos los infectados que uses para atacar a Cobra? 

   —A la mayoría, ojalá. 

Eso era una locura. 

Nunca les temí a los malditos zombies. Fui entrenado para controlarlos, a ellos y a los rebeldes que intentaran escapar del territorio, así que desde siempre su presencia me había dado igual. Pero cuando me acerqué a esa iglesia y me vi entre jaulas llenas de bestias que querían saltarme encima para obtener un trozo de mí, me sentí incómodo. Este lugar era jodidamente peligroso.

   —¿Cuál es el plan? —pregunté. Steiss se encogió de hombros. 

   —Abres la puerta, sacamos a uno, lo examino rápidamente y en caso de que sea débil lo llevaré al pequeño granero que está allá atrás. 

   —¿Y si está apto para comer gente? —pregunté en medio de una risa nerviosa.

   —Lo vuelves a meter en la iglesia… —contestó con naturalidad e introdujo la llave en el candado de las cadenas que contenían la puerta. El hierro cayó al suelo junto a un sonido pesado y seco que pareció alterarlos aún más. 

   —Claro…  —tomé la manilla de la puerta a regañadientes y esperé a que él me diese la orden—. Suena muy fácil.

   —Ya —ordenó. Abrí la puerta y un montón de infectados intentó salir. Me cargué contra la madera, intenté controlarlos y volví a meter a los que casi logran escapar. Steiss pescó a uno con la lanza y me ayudó a manejar al resto—. ¡Dios! ¡Me encanta esto! —gritó.  

   —¡Estás loco! —reí. Él sonrió como respuesta. Le dio un vistazo al infectado que tenía atrapado; era uno de los viejos, debía tener al menos tres años—. Ese no podrá —afirmé. 

   —¿Ves? —Steiss llevó al infectado consigo hacia la parte trasera de la iglesia, donde había una especie de granero del que ahora conocía su propósito. Ahora comprendía por qué las gallinas estaban afuera y no dentro de él—. Aprendes rápido. Casi pareces uno de nosotros. 

   —Tú dijiste que ahora éramos de la casa —contesté, y me relajé contra la puerta ya cerrada. Escuché los jadeos y gruñidos tras mi espalda mientras esperaba a que él volviera para realizar el ejercicio nuevamente

   —Habrá un antes y un después en nuestras relaciones luego de este enfrentamiento —afirmó, y yo abrí la puerta otra vez para dejar salir a otro de ellos—. Así que sí, ustedes ya son de los nuestros… —lo examinó, vio que estaba «saludable» y volvimos a meterlo en la iglesia. 

La tercera vez fue más fácil que la segunda, y la cuarta más fácil que la anterior y así todas las veces que lo hicimos. Era un trabajo sistemático al que me acostumbré fácilmente y, por un momento, la idea de realizarlo por un tiempo prolongado no me molestó tanto. La vida en este lugar era tranquila. A pesar de la extraña fascinación con los zombies que tenía esta gente y a pesar de todas las falencias tácticas que podían tener, ellos vivían relajados sin molestar a nadie. Por un momento, imaginé que esa vida no se veía tan mal para mí. 

Y en una hora, ya habíamos terminado el trabajo. 

   —Eso fue fácil… —observé mientras me limpiaba las manos llenas de mierda de zombie en mis pantalones—. Demasiado fácil, perfectamente pudimos haberlo hecho mañana. 

   —Lo sé, pero debo admitir que sólo te traje aquí para estar a solas contigo —confesó Steiss con descaro. Sonreí. Él era directo—. Aunque imagino que tú cita perfecta nunca fue venir a seleccionar zombies. 

   —Ni tampoco lo fue escalar una antena telefónica —me burlé y le ayudé a colocar la última cadena en su lugar. El rió en voz baja. 

   —Volvamos a casa —dijo. 

«¿Volver a casa?» Por un momento, esa frase me causó escalofríos. 

No pude evitar detenerme ante la jaula de Brent, el amigo de Steiss, cuando pasamos cerca de ella. Era la segunda vez que lo veía y me llamaba la atención cómo Steiss cuidaba de él, cómo se preocupaba de alimentarlo y de mantenerlo «vivo». Recordé que la primera vez que vi a ese chico, que ahora no era más que un cadáver bien mantenido. Él fue el único de una docena de personas que decidió ayudar a Steiss, quien apenas podía moverse. Quizás por eso este hombre lo cuidaba ahora.

   —¿Cómo se convirtió? —pregunté, e instintivamente di un paso atrás cuando el zombie saltó sobre su jaula al verme parado frente a él.

   —Fue durante una de nuestras primeras misiones de reconocimiento… —contestó Steiss, con los ojos pegados sobre el cuerpo de su amigo infectado—. Llegamos aquí días después de que tú nos liberaste. Aunque en ese tiempo La Hermandad no era llamada de esa forma y estaba conformada apenas por unas treinta personas que ni siquiera tenían un líder. 

   —¿T-Treintas personas sin un líder? —balbuceé. Eso no tenía sentido.  

   —No teníamos líder... no teníamos nada. Apenas unos contenedores, un invernadero y un pequeño granero, como ése que está allá atrás, donde mantenían a sus familiares infectados. Eso fue lo primero que aprendimos cuando llegamos aquí. 

   —¿No matar infectados? —bromeé. 

   —No temerles —debatió—. Por eso Brent no tuvo una pizca de miedo cuando le mordieron. Sabía que yo iba a cuidar de él —puso una mano sobre la jaula de su amigo y éste volvió a saltar sobre la reja como si quisiese tirarla para abalanzarse sobre él. Steiss ni si quiera se inmutó, sólo esbozó una pequeña sonrisa y caminó hacia la camioneta. Le seguí. 

   —¿Nunca les temiste? —pregunté, cuando nos sentamos en el vehículo.

   —¿A quiénes? 

   —A los muertos.

Steiss puso a andar el motor y la camioneta partió.

—¿A los muertos? —repitió y soltó una carcajada—. No hay que temerles a los muertos, cazador. Hay que temer de los vivos.

   —Los vivos no van a intentar comerte —resoplé y me acomodé en el asiento.

   —No. Los vivos sólo intentarán secuestrarte, golpearte, torturarte, violarte y hacer de tu vida un infierno —gruñó, con los ojos fijos en el camino y sin despegar las manos del volante. Sentí sus palabras como una indirecta, no dirigida hacia mí necesariamente pero que, de alguna u otra forma, me involucraba. 

   —¿Hablas de Scorpion? —pregunté. Él no respondió. No me miró, sólo mantuvo la vista en frente—. Deberías olvidarte de lo que pasó en esa guari… 

   —¿Olvidarme? —me interrumpió y apretó con fuerza los puños contra el cuero del volante, tanto que creí iba romperlo—. Olvidarme de eso sería convencerme de que nada pasó y justificar lo que ese sujeto hace. 

Me removí en mi asiento, incómodo por estar teniendo esa conversación en ese preciso momento y guardé silencio. Él tampoco volvió a abrir la boca por un buen rato. La situación era penosa; yo no era capaz de sentir una pizca de empatía por él y no comprendía cómo después de tantos años él no era capaz de olvidarlo y dar vuelta la maldita página.

 Pero, una vez más, quería entender. 

   —¿Lo odias? —le pregunté cuando la camioneta se detuvo. Habíamos vuelto. 

   —No sabes cuánto —Él no abrió las puertas y mantuvo las manos en el manubrio—. ¿Alguna vez has odiado a alguien, Branwen? ¿Sabes lo que se siente fantasear sobre la muerte de una persona? —di un leve respingo sobre mi asiento cuando oí su pregunta. Fue algo automático. 

Sí, conocía esa sensación. Alguien más me libró de ella, hace mucho tiempo. 

   —Por supuesto —fue todo lo que contesté. Steiss volteó el rostro hacia mí y sonrió. Accionó el seguro de las puertas y por fin apartó sus manos del volante. Se acercó y me besó sin avisar. 

    —Entonces, ayúdame a acabar con Scorpion —pidió—. Tú conoces sus puntos débiles, tú sabrás dónde atacar. 

    —Te pedí que lo dejaras fuera de tu fiesta… —contesté y abrí la puerta del copiloto para bajarme del vehículo. Él me siguió—. Dije que él no volvería a molestar, ¿no es suficiente? 

   —No, no lo es… —Ambos, sin habernos puesto de acuerdo anteriormente, caminamos en la misma dirección. Pasamos por pequeños grupos que aún entrenaban y también cerca de los invernaderos. Miré hacia el que era hogar de la flor cadáver y le di un pequeño vistazo cuando la tuve en mi rango de visión. A esa cosa debía quedarle menos de una hora; iba a morir y algo me dijo que Steiss iba a perderse el espectáculo por discutir conmigo. Quise decírselo, pero él volvió a hablar—. Además, sabemos que ese hijo de puta es como una maldita mosca. Nunca dejará de molestar.

   —¿Por qué? —pregunté cuando abrí la puerta de entrada a los subterráneos. Íbamos hacia la oficina de Steiss—. ¿Por qué simplemente no te olvidas de él?  —Me detuvo, me sujetó por los hombros y me empujó, con cierta violencia, contra la muralla. Enredé mis dedos en su cabello cuando él acercó su rostro al mío. 

   —Porque al parecer tiene algo que yo quiero —susurró, con voz muy baja a pesar de que no había nadie más allí—. Continuemos esta conversación adentro… —mordisqueó mi labio inferior—. No querrás que el olor a limpiador del pasillo te mate. 

   —Bien… —acepté, entre risas, y reanudamos el paso. Por mí me habría quedado en ese pasillo y habría seguido su juego hasta que él olvidara el tema de nuestra conversación. Pero quizás esto era necesario. 

Supuse que esta era mi última oportunidad de convencerlo. 

  

 

   —Piénsalo, Branwen… —Steiss se paseaba con pericia de un lado a otro dentro de su oficina. Era todo un gusto verle caminar. A pesar del parecido con Aiden, yo era capaz de notar las grandes diferencias que había entre ambos y, joder, esas diferencias me encantaban. Me gustaba la soltura con la que Steiss se movía, me gustaba la confianza que me mostraba mientras, sin dejar de mirarme con los apagados ojos verdes, me realizaba tan insólita propuesta—. El día en que me salvaste me di cuenta de que eras demasiado para él —se detuvo frente a mí. Me gustaba también la forma en la que me miraba y la manera descarada en la que me coqueteaba. Este hombre quería follarme todos los malditos días de su vida y la honestidad con la que lo demostraba no hacía más que tentarme a dejarle hacer lo que quisiera—. Supongo que tú ya te diste cuenta, por eso lo dejaste. 

El único problema que él tenía era precisamente esto: todavía discutíamos sobre su maldita obsesión con Scorpion. 

Rodé los ojos. 

   —¿A qué viene todo esto, Steiss? —pregunté.

   —¿Te he dicho cuánto me gusta cómo esa boca pronuncia mi nombre? —coqueteó. 

   —Sé de otras cosas que hace esta boca que van a encantarte —le seguí el juego. Ya había comenzado a disfrutar de estos coqueteos. Joder, yo era libre. No me debía a nadie y él me gustaba.

   —¿Ah, sí? —se acercó un poco más, puso una mano sobre mi pecho y me guio hasta el escritorio. Mi espalda chocó contra la madera—. Yo también tengo algunos trucos que me encantaría enseñarte —susurró en mi oído y yo mordí el lóbulo de su oreja para provocarlo—. Ah, cazador. No sabes cuánto he esperado esto. 

Sonreí. ¿Él en serio había estado esperando?

   —¿Qué tienes para proponer? —pregunté, y dejé que su lengua rozara mis mejillas, mis labios y bajara todavía más.

   —Pronto tendremos a Cobra fuera del camino… —mordió mi cuello; despacio, con cuidado y yo sólo deseé que clavara ya todos sus dientes en mi piel hasta despedazarla. Pero era capaz de esperar un poco más—. ¿Pero por qué quedarnos ahí? Podemos acabar con Scorpion también. 

   —¿E-En serio quieres acabar con él? —balbuceé y gemí cuando me acarició por sobre el pantalón. Estaba tan duro que casi paso por alto lo que había dicho.

   —Ahora que ya no son aliados podemos acabarlo… —Su boca descendió un poco más. Me quitó la chaqueta y subió mi camiseta para lamer mi abdomen y continuar su juego. Su lengua sobre mis cicatrices ardió de una manera agradable—. Oh, joder. ¿Quién te ha hecho todo esto? —me perdí en un escalofrió cuando su boca topó contra el borde de mi cinturón y lo mordisqueó ansiosamente. Acaricié su cabello para que continuara—. No puedes engañarme. ¿Fue él, verdad? 

   —A-Ah, joder —jadeé. Si él no hacía algo con lo que tenía entre las piernas, iba a volverme loco—. ¿A quién le importa? 

¿A quién demonios le importaba ahora?

Mi cinturón cayó al suelo. 

   —Juntos podemos quitarlo del camino —insistió, entre gemidos que suspiró contra la piel de mis caderas. Enterró levemente sus uñas en la parte inferior de mi espalda y me hizo temblar.

   —A-Ah, ¿vas a seguir con eso? Él no volverá a molestar, ni siquiera se les acercará de nuevo. Déjalo y fóllame de una vez —Mi voz se escuchó más como un ruego que como una demanda.

   —Eres consciente de todo lo que ese monstruo ha hecho… —continuó y algo me hizo reaccionar cuando dijo eso. Mis ánimos bajaron y me sentí como si despertara de un sueño—. Lo mataré con o sin tu ayuda, Brann. Deberías saberlo —le detuve justo cuando estaba a punto de devorar mi entrepierna y me incliné para quedar a su altura—. ¿Qué ocurre? 

Posé ambas manos sobre sus hombros. 

   —Deja eso —sentencié—. No puedes matar a Scorpion.

   —Tengo los medios para haberlo matado tres veces ya… —se levantó y se lanzó contra mi cuello nuevamente para besarlo y mordisquearlo. Estuve tentado a olvidarme de esa conversación y pasarla por alto, estuve tentado a entregarme a su lengua que bordeaba mis hombros y mi cuello. Demonios, Steiss era delicioso—. Si no lo había hecho antes era porque tú estabas ahí, pero ahora…

   —¿D-De verdad vas a hacerlo? —gemí, cuando sin previo aviso metió una mano bajo mi ropa interior. 

   —De verdad, cariño —respondió. Su voz se escuchó tan firme que me vi obligado a detenerle nuevamente. Lo aparté para tomar su rostro entre mis manos y mirar directamente a esos ojos vacíos, llenos de un odio que no alcanzaba a comprender. Un odio que, de alguna forma, no quería cerca. 

   —Dímelo a la cara —ordené. 

   —Mataré a Scorpion… —dijo, sin titubear. Sus amenazas iban en serio y enfriaron todo el calor en mi cuerpo—. De hecho, me he tomado la molestia y un grupo de mis hombres ya va camino a su guarida —¡Mierda! ¿Cómo no me di cuenta? Los camiones que había visto salir esta mañana… efectivamente montarían una emboscada, pero no a Cobra sino a Scorpion—.  No descansaré hasta ver a ese imbécil muerto —gruñó, con voz seca.  

En ese momento, entendí que este hombre no hablaba sólo por hablar, como el resto de las personas que decían odiar a Scorpion. En ese momento entendí que él no sólo fantaseaba, entendí que él había estado creando, que él había planeado todo esto frente a mis narices y yo estaba demasiado distraído para notarlo. En ese momento comprendí que él iba en serio. 

Volví a la realidad drásticamente. 

   —Steiss… —acaricié su rostro y sentí una molestia en mi garganta que apenas me permitió hablar. Demonios, su piel era increíblemente suave—. Lo lamento. 

   —¿A qué te…? —me abalancé sobre él para besarlo en los labios. No tardó en abrir la boca y entonces todo el ardor de su lengua me recibió y transformó ese beso en uno caliente, húmedo y apasionado. Se sentía cálido, se sentía delicioso, se sentía tan bien que estuve a punto de arrepentirme por lo que estaba a punto de hacer, pero ya lo había decidido. Fue un instinto casi animal el que me hizo actuar sin pensar. No, no podía dejar que él hiciera eso. 

Por un momento había creído que pertenecía a este lugar. Por un momento, creí que podía pertenecerle. Pero toda esa basura era demasiado buena para ser verdad. Los finales felices nunca fueron para mí. 

Mis manos rodearon su cuello y presionaron con fuerza. Forcejeamos, pero no le solté en ningún momento y sólo apreté, sin cuestionarme si lo que estaba haciendo era correcto o no, sin preguntarme si había otra solución y sin pensar en las consecuencias. Había matado a muchos hombres de muchas maneras a lo largo de mi vida, pero ésta no era una de ellas y definitivamente se sentía peor que las otras. El extraño nudo en mi garganta persistió y estuve a punto de soltarlo. Pero no podía permitirlo. Intentó golpearme y zamarrear. Mordió mis labios, en un intento desesperado por liberarse, hasta hacerlos sangrar, pero el dolor sólo me motivó a continuar mi tarea. Sus manos intentaron apartarme una y otra vez, tiraron de mi cabello y finalmente respondieron mi agresión de la misma forma. Arañó mi cuello y sus dedos temblorosos se aferraron a mi garganta para cortarme el aire también. Pero yo había reaccionado antes; yo había comenzado y él ya no tenía fuerzas. Quiso decir algo… lo que sea que haya balbuceado, no fui capaz de escucharlo. Mi mente estaba cerrada y sorda a su voz. Caí sobre él y atrapé sus piernas entre las mías para controlarlo. Ya no había marcha atrás, ya la había cagado, ya no podía arrepentirme. 

Le estrangulé hasta que dejó de resistirse y moverse, hasta que sus ojos estuvieron a punto de salir disparados de sus cuencas. Sin piedad, sin pensar, sin vuelta atrás… lo hice hasta que su piel perdió todos sus colores. 

   —L-Lo siento, Steiss… —balbuceé, aún con mi boca contra sus labios y aún con mis manos temblorosas alrededor de su cuello—. Pero no podía dejar que lo hicieras. Lo siento. 

Lo sentía. Joder, lo sentía. Lo sentía de verdad.

Me aparté de su cuerpo cómo si su tacto me quemara la piel y lo miré por un momento, a la espera de que se levantara. Pero no lo hizo. Mi respiración estaba entrecortada, tenía un nudo en la garganta y tiritaba por una nueva sensación que no conocía y que me hacía estremecer, junto a un dolor que jamás había imaginado. Tuve miedo. Por un segundo, temí de mí mismo.

¿Qué había hecho?

¿Qué demonios acababa de hacer?

Respiré, reprimí y repetí el ejercicio varias veces. No, no varias. Lo hice un millón de veces, lo hice hasta aclarar mi vista, lo hice hasta que dejé de temblar y hasta que logré respirar correctamente. Lo hice hasta convencerme de que había hecho lo correcto, hasta convencerme de que no había otra forma y hasta que mi mente quedó completamente vacía y en blanco. 

Era lo que tenía que hacer. 

Cuando levanté la mirada, unos conocidos ojos me miraron horrorizados desde el umbral de la puerta.

Notas finales:

NADIE
ESPERABA
ESTO

Lo sé, porque todos creían que Scorpy le iba a partir la madre a Steiss por robarle a su puta, pero no! NO! La puta se defiende sola >( 

Ok, a pesar de reírme de ello, me siento un poco triste por esto. A Cuervo le va a afectar un montón, va a haber consecuencias que le harán arrepentirse de haberlo hecho :( Pobre de mi bebé, seguirá sufriendo. 


¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review :) 



Y Feliz Año Nuevo, gente!


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