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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaaa, gente! 

Lamento mucho la demora :( estuve con algunos problemas en la uni y no tuve tiempo ni cabeza para escribir nada >( pero ya lo solucioné y volví con actualzación. 

Este capítulo es tan largo como la espera que han vivido :) 

(En serio, es el más largo hasta ahora. De las dos temporadas) 

Así que léanlo con calma que está bien intenso :) 

Y por favor, si encuentran algún error, háganmelo saber. La correción puede ser obra de todos (?) (No es de floja xD yo ya lo revisé, pero siempre se me escapan errores >( ) 

Gracias por la espera. 

Espero que les guste :) 

Saludos.

Capítulo 44



Cuervo estaba pálido, como una muralla blanca sin ventanas ni cuadros. Tenía el rostro pálido y respiraba entre cortado. Estaba en shock, se notaba, y supe que debía ayudarlo. Pero lo que acababa de ver me había causado la suficiente impresión como para paralizarme también. No pude reaccionar.

El cazador subió sus pantalones, recogió su cinturón del suelo y caminó en mi dirección, sin mirarme y como si yo realmente no estuviese ahí. No miró hacia ninguna parte, en realidad.

Desperté del aturdimiento cuando él pasó por mi lado.

   —¿¡Qué acabas de hacer!? —grité y él se detuvo. Aunque no lo quería así, la voz me tembló al hablar. Lágrimas picaron en mis ojos y no entendí bien la razón. ¿¡Cuervo acababa de matar al líder de La Hermandad!?—. ¿¡Q-Qué has…!? 

Él volteó su rostro hacia mí. Sin haberlo tocado, me pareció que él estaba muy frío. 

   —Tú lo oíste… —contestó, y noté que intentaba controlar su voz y mantenerla en ese tono monótono que acostumbraba a usar. Pero no pudo engañarme; su mirada brilló por culpa de las lágrimas que estuvieron a punto de escapar de su ojo. Él no me preguntó si lo había oído o no, lo afirmó. Y tenía razón—. Estuviste aquí todo el maldito tiempo. Lo oíste y viste todo y no hiciste nada —dijo—. No hiciste nada —repitió. 

¿Por qué no había intervenido? 

   —¡S-Sí, pero…! —intenté acercarme a Steiss para comprobarlo yo mismo. Quizás no estaba muerto, quizás sólo había perdido en conocimiento por la falta de aire. Cuervo me sujetó bruscamente del brazo.

   —Déjalo —ordenó—. Está muerto —No le hice caso e intenté soltarme para seguir—. ¡Que lo dejes! —gritó. Su voz se rompió y las lágrimas que él había estado conteniendo cayeron por fin, sin que él se diese cuenta, aparentemente—. ¡Ya está hecho! 

   —¡No, no, no! —chillé y mis rodillas tambalearon—. ¿¡Sabes lo que significa esto!? —Me sentí al borde del pánico y lo único que atiné a hacer en ese momento fue darle un golpe con todas mis fuerzas en el pecho, golpe que él no pareció sentir siquiera—. ¿¡Por qué lo hiciste!? 

   —Oíste lo que él quería hacer… —contestó—. Sabías que iba en serio —apretó los dientes al hablar. El tono de su voz comenzó a ascender violentamente—. ¡Sabías que él era peligroso! —gritó, furioso—.  ¡Por eso no me detuviste! —A pesar de su agresividad, sus palabras no me acusaron ni cuestionaron nada y, más bien, se oyeron neutrales para mí, ya que eran tan sólo la verdad. Sí, sí, lo sabía. Sabía que Steiss era peligroso. Dios, me di cuenta de eso desde el primer momento. ¡Pero eso no era motivo para matarlo! 

  —¡Maldición, Cuervo! —lo golpeé otra vez—. ¿¡Qué haremos ahora!? —me sentí aterrado y con el terrible presentimiento de que todo iría mal de ahora en adelante. Cuervo se me miró como si sólo entonces me hubiese escuchado realmente, y me pareció desconcertado; como si toda nuestra conversación anterior no hubiese existido. Acababa de salir del shock y darse cuenta de qué había hecho y lo que provocarían sus actos. Giró su rostro unos segundos para mirar el cuerpo de Steiss. Él de verdad lo había matado. Tragó saliva, apretó los puños y me lanzó una mirada que me hizo estremecer, una mirada que me recordó a una tormenta a punto de desatarse; nublada, oscura, húmeda y confusa. 

   —Nadie más que tú sabe esto —dijo, estrujó mis hombros entre sus manos y apretó más de la cuenta. Su voz se escuchó tan seca que parecía que le costaba tragar—. Aprovechémonos de eso. 

   —¿¡Q-Qué!? —balbuceé—. No, no. Estás loco. No voy a… 

   —Tenemos tiempo… —intentó otra vez calmar su voz; contenerla, controlarla y enfriarla, como siempre. Pero la expresión en su rostro junto a ese tono que parecía simplemente tambalear en su garganta sólo me asustó aún más. ¿En qué pensaba? ¿Cuántas emociones intentaba reprimir? ¿Era prudente escucharlo ahora?—. Toda La Hermandad está ocupada ahora y parte de sus hombres están fuera. Podremos salir de aquí sin levantar sospechas.

   —P-Pero… —intenté decir. 

   —Tranquilízate, Reed —me dijo, pero yo no era el único que necesitaba calmarse. Ambos lo necesitábamos y ninguno de los dos podía ayudar al otro—. ¿Quieres salir de aquí o no? 

   —C-Claro que… 

   —Entonces hazme caso. 

Respiré profundo, enfrié mi cabeza e intenté visualizar otras opciones. Podía traicionar a Cuervo, podía salir de ahí y contar todo lo sucedido para así, con un poco de suerte, salvar al resto. Pero no era capaz de hacer eso. Los cazadores podían ser todos unos desgraciados sin moral, pero Cuervo había tenido muchas oportunidades de traicionarnos y lanzarnos a la boca del lobo y no lo había hecho. Él perfectamente podía noquearme en ese momento, huir de esa habitación y culparme de alguna manera, pero tampoco iba a hacerlo. Pensé también en inventar una excusa creíble para todo esto, algo que nos librara a él y a mí, pero no fui capaz de crear nada. Ellos no iban a creernos, iban a darse cuenta de nuestra mentira y entonces sufriríamos las consecuencias. Dios, las terribles consecuencias. La Hermandad iba a enterarse tarde o temprano y, cuando eso pasara, irían tras nosotros. 

La única opción que teníamos era estar lo más lejos posible cuando eso ocurriera. 

   —¿Qué…qué quieres que haga? —murmuré, aún aturdido. Las manos de Cuervo dejaron de presionar sobre mis hombros y él suspiró. Estaba aliviado e imaginaba el por qué. La culpa podía compartirse también y yo, de alguna forma, acababa de tomar una parte. 

   —¿Tienes un arma? —preguntó. Tenía una pistola. Quité el arma de su funda y se la entregué sin pensar, en un movimiento torpe. Me temblaban las manos—. Bien… —La tomó y se aseguró que estuviese cargada—. Diles a mis hombres que es hora de salir de este lugar, diles que yo lo he ordenado. Haz lo mismo con tu gente también. 

   —¿Qué explicación les daré? —pregunté. 

   —Y-Yo… —Cuervo titubeó. Él no había pensado en eso. Tuve una idea. 

   —Les diré que Steiss se enteró sobre mi sangre —le interrumpí. Indirectamente, había sido él quien me dio esa idea. «¿Acaso sabes lo que te haría esta gente si se enterara?», me había dicho una vez. Y todos, en algún momento de nuestra instancia aquí, imaginamos los problemas que tendríamos si La Hermandad llegaba a enterarse. Esa excusa bastaría—. No les contaré sobre lo que pasó, eso traería más complicaciones. 

    —Gracias. 

   —No me agradezcas… —pasé bajo el umbral de la puerta, respiré profundo y concentré todas mis energías en salir de ahí como si nada hubiese pasado—. Si hago esto es para garantizar que todos logremos escapar de aquí —le lancé una mirada de reproche, quería que sintiera que no estaba de acuerdo con ninguna de las decisiones que él había tomado hasta ahora—. ¿Para qué querías la pistola? —pregunté. 

   —¿Recuerdas al amigo de Steiss? —contestó. Un escalofrío que me recorrió la espalda me obligó a asentir con la cabeza en vez de hablar. Obviamente lo recordaba. La escena que vi en esa iglesia, lo que me provocó ver que Steiss alimentó a su amigo como si estuviese vivo y los sentimientos que eso me causó serían algo que difícilmente olvidaría. 

   —Claro que sí. 

Él sujetó el arma en su cinturón.

   —Pues ya no tiene nadie quien cuide de él. Debería ir y… 

   —Haz lo que tengas que hacer —interrumpí—. Sólo preocúpate de volver. 

   —Claro. Te veré afuera. 

   —Bien —respondí a secas; sin despedidas y sin «buenas suertes». No dije nada más y me eché a correr por el pasillo mientras intentaba crear en mi cabeza una historia, una excusa lo suficientemente razonable que evitara más problemas de los que ya había. Buscaba una mentira, pero yo era pésimo armándolas y nunca pude sostener una por demasiado tiempo. Soy un mal mentiroso, siempre lo he sido. Sólo esperaba que mi naturaleza nerviosa no me traicionara ahora. 

Me detuve antes de llegar al gran portón metálico que me separaba de la superficie. Debía tranquilizarme. Mis piernas temblaban como hojas al viento y mis manos se sacudían. Sentía mi rostro frío y tenso; la incómoda sensación de que mis mejillas tiraban de mis labios, y la resequedad alrededor de mis ojos. Apoyé mis manos contra la pared e inhalé y exhalé una y otra vez para calmar mi respiración, mientras repetía mentiras en mi cabeza. Debía creerlas yo mismo antes de decírselas a otra persona.

«Steiss ha descubierto mi secreto; sabe que en mi sangre está la cura. Ahora quiere tendernos una trampa. Debemos salir de aquí» 

Lo repetí varias veces antes de salir. Cuando ya me había mentalizado, cuando memoricé esa frase, cuando la volví mía como el aire que respiraba, cuando ocupó cada uno de mis pensamientos, sólo entonces me atreví a abrir la reja. 

   —¡Reed! —di un respingo al oír mi nombre. 

   —¿¡T-Terence!? —grité. Era él, estaba al otro lado del portón metálico, con su mano a punto de alcanzar la manilla. Estaba por abrir y por un momento fui presa del pánico de sólo pensar qué habría pasado si él hubiese entrado antes que yo y hubiese descubierto a Cuervo primero. Estaba seguro de que no habría reaccionado de la misma forma y ahora estaríamos en un gran problema—. ¿Q-Qué haces aquí? —Él se me acercó y rozó mi mejilla con una de sus manos. 

   —Estás pálido, Reed. ¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Te encontraste con Cuervo?

    —¿C-Cuervo? —repetí. 

   —¿No venías a buscarlo? —palmeó mi mejilla suavemente y sus dedos apretaron un poco mi piel—. La flor cadáver, ¿recuerdas? Estaba muriendo y dijiste que vendrías a buscarlo. ¿Estás bien, Reed? 

 —¿Ya murió? —pregunté.

   —Sí. Fue un apestoso y hermoso espectáculo —bromeó. 

¿Qué había de hermoso en la muerte? 

   —Reed

   —¿S-Sí?                                                                         

   —¿Estás bien? —preguntó otra vez. 

   —S-Sí —tartamudeé—. Es sólo que… —le miré a los ojos para hablar y sentí que esos orbes tricolor me cubrían en una mirada acusadora, como si supiesen que le mentía. Pero eran tan sólo alucinaciones mías—. Steiss se enteró, Terence. 

   —¿Se enteró de qué? 

   —Mi sangre... sabe que tengo la cura y ahora quiere tendernos una trampa.

   —¿Q-Qué? —Terence puso las manos sobre mis hombros y los apretó con fuerza—. ¿¡Cómo se enteró!? 

   —E-Eso no importa. Cuervo lo ha llevado hacia la zona donde tienen a los muertos. Intentará distraerlo para que nosotros logremos escapar antes de que Steiss dé cualquier orden a su gente. Tenemos que salir de aquí, Terence —expliqué y me impresionó la rapidez con la que mi cerebro inventó esas palabras. Cada una de ellas era una mentira. 

   —Demonios, claro que tenemos —repitió él, mecánicamente, como un robot que procesaba una orden—. Debemos avisar a los demás —sostuvo mi mano con fuerza y ambos empezamos a caminar. Si la gente de La Hermandad nos veía correr, levantaríamos sospechas. Intenté relajarme y luché por controlar el nudo que comenzó a alojarse lánguidamente en el centro de mi estómago, como un recordatorio de lo que había hecho; le había mentido a la única persona a la que no debería mentirle. Y no era sólo eso. Acababa de encubrir un crimen también, a pesar de lo estúpido que sonaba, a pesar de que conocía las circunstancias y de que desde hace varios años que la palabra «crimen» había dejado de usarse, para ser reemplazada por términos como «defensa propia», «instinto» o «supervivencia». Es crimen cuando hay leyes que se rompen. Pero en nuestro mundo ya no había.

¿Entonces por qué me sentía tan culpable?    

   —Vas a estar bien, Reed —susurró Terence de pronto, con voz muy baja, como si apenas le silbara al aire—. Voy a encargarme de eso. 

Le sonreí, o eso intenté. Terence no necesitaba protegerme de nada, porque no había nada me cazaba realmente. No había nada que ellos quisiesen de mí. Lo único que iba a perseguirnos era una tormenta de furia que en cualquier momento iba a estallar. Y necesitábamos estar lejos para entonces.

Necesitaba decirle la verdad. No podía mentirle a Terence. No a él. 

   —T-Terence… 

   —¡Eh, Ethan! —Las palabras que había estado a punto de decir quedaron estancadas en mi garganta cuando él gritó. El moreno estaba a unos metros de nosotros y todavía entrenaba a algunos alumnos, a pesar de que la mayoría se encontraba en los invernaderos. El florecimiento de la famosa flor cadáver al parecer era todo un hito en este lugar.

Por un segundo, un nuevo sentimiento de culpa que no me correspondía me hizo pensar en Steiss. Le había oído hablar de esa flor más de una vez y de lo que significaba para él verla florecer. Él jamás la vería morir, pero irónicamente parecía que ambos dejaron de existir al mismo tiempo, juntos, como si su florecimiento lo hubiese condenado a él de alguna forma. Pensar en esto sólo me hizo sentir peor. 

Ethan se detuvo, dio por terminada la improvisada clase y trotó hasta nosotros. Una nueva oleada de ansiedad me sacudió el cuerpo. 

   —¿Qué ocurre, chicos? ¿Por qué no están en los invernaderos como todos los demás? 

   —Y-Yo…—balbuceé.

   —Ethan, Steiss se enteró sobre la sangre de Reed —explicó Terence. Directo al grano, como siempre. 

   —¿Se enteró? —La voz del hombre no se alteró, pero sí lo hizo su mirada; sus pupilas parecieron extenderse y dilatarse, como si de pronto alguien hubiese encendido un botón en él que le ordenó estar más alerta y atento, dispuesto a saltar sobre cualquier persona que se nos intentara acercar—. ¿Y él no reaccionó bien, verdad? 

   —Cuervo se las está arreglando para mantenerlo ocupado en estos momentos y evitar que dé cualquier orden. El resto de La Hermandad no tiene idea —contestó Terence, más convencido y seguro que yo. Sin saberlo, él estaba repitiendo una terrible mentira que yo me había inventado hace tan sólo unos minutos atrás—. Debemos salir de aquí rápido. 

   —Bien… —Ethan miró para un lado y luego al otro, sin voltear la cabeza y tan sólo con los ojos, para asegurarse de que nadie nos escuchara—. Debemos salir en grupos. Reed es prioridad, Terence. Vayan a buscar a Aiden, a Amy y salgan por la salida más alejada. Si pueden arreglárselas para conseguir un coche, mejor —Terence asintió con la cabeza y quise detener todo en ese mismo instante. No, yo no era ninguna prioridad. Todos lo éramos. Cuando La Hermandad se enterara dejaría caer su ira sobre cualquiera, sin discriminar—. Yo avisaré a Eden, a los hombres de Cuervo y al resto. 

   —Puedo ayudarte con eso —dije—. No creo que sea necesario que yo tenga que salir tan rápi… —Ethan se me miró con cara de pocos amigos y el peso de sus ojos, sin fondo, sobre mí me obligó a callar. 

   —¿Qué parte de eres prioridad no entendiste, Reed? —gruñó.  

   —P-Pero... nadie de La Hermandad sabe. Si vamos ambos podremos… 

   —Sácalo de aquí, Terence —me interrumpió. Él no iba a escucharme bajo estas circunstancias—. Si es que alguien llega a descubrirlos, inventen una excusa; digan que Steiss les hizo un encargo o algo por el estilo —Ethan volvió a mirar alrededor una vez más y también por sobre su hombro. Nadie nos veía, pero él estaba inseguro—. Tiene que ser rápido. 

   —De eso no te preocupes —Terence me sujetó del brazo y me dio un leve tirón. Él se estaba comportando peor que una madre—. Aiden y Amy siguen en los invernaderos, ¿no? 

   —Sí. 

   —Entonces tomaremos la salida más cercana a ellos.

   —Y podrán usar a la multitud como distracción. Bien pensado, Terence. 

   —¿D-Dónde vamos a encontrarnos? —pregunté y esta vez yo le di un tirón al pelirrojo, que estaba a punto de partir, para frenarlo. No podíamos simplemente marcharnos sin establecer un punto de encuentro.

   —No tengo idea. No sé muy bien dónde estamos parados. 

   —Yo sé —Terence volvió a tirar de mí y me obligó a caminar—. Al sur. Aproximadamente a unos cuarenta minutos o una hora de aquí, hay una avenida donde hay un conjunto de edificios y hoteles. En medio de todo eso hay una antena telefónica… —supe inmediatamente de qué lugar hablaba; el sitio en donde nos habíamos topado con la horda de zombies y donde se habían comido a Mark—. Lo reconocerás enseguida, los muertos tiraron la reja y armaron un desastre ahí. 

   —Bien. Espérenme ahí. 

   —Suerte, Ethan —Terence me forzó a caminar más rápido—. No hay tiempo, Reed —Él estaba a punto de echarse a correr. Me zafé de su agarre y deslicé mi brazo hasta tomar su mano. 

   —Vamos a estar bien, Terence —intenté tranquilizarlo, ya que él estaba más nervioso que yo, quizás porque se había tragado muy bien la mentira que inventé. Eso era injusto, pero en ese momento entendí que así es como tenía que ser. Si le contaba a Terence la verdad... si él, Ethan o cualquiera de los nuestros llegaba a enterarse de lo que realmente había pasado, podrían generarse discusiones internas. Debíamos estar unidos ahora, y esa mentira era el puente que nos mantendría conectados—. Cuervo distraerá a Steiss y saldremos de aquí sin encender las alarmas.

Él me lanzó una mirada que me hizo estremecer; sus ojos, ahora un poco más grises de lo normal, se clavaron en mí como si quisieran traspasarme y ver a través de mí. Otra vez sentí que él sabía que le mentía y que me daba la oportunidad de contarle toda la verdad. 

Y otra vez, preferí creer que eran alucinaciones mías. 

   —Lo único que me preocupa ahora es que tú estés bien, Reed —dijo, y noté que habíamos llegado a los invernaderos. Ambos bajamos el ritmo de nuestra caminata.

La multitud se había disuelto y ahora sólo quedaban pequeños grupos de personas que se paseaban en los invernaderos, entre cuchicheos y conversaciones alegres sobre el espectáculo que acababan de presenciar. Parecían relajados. Tal vez la muerte de la flor cadáver les ayudó a distraerse del enfrentamiento que tendríamos mañana, pero que nunca llegaría.

Todas esas personas, que apenas nos miraron cuando caminamos entre ellas, iban a extrañar a su líder en algún momento, iban a buscarlo y eventualmente se enterarían de lo que había pasado con él. Entonces todos esos ojos se pondrían sobre nosotros y todas esa gente nos daría caza. Pero eso sería mañana. Por ahora, ellos no sabían nada.

   —Eh, chicos. ¿Dónde estaban? —Dalian y Oliver se nos unieron a nuestra caminata. A pesar de que ya éramos aceptados en este lugar, ninguno de los nuestros había logrado insertarse en La Hermandad, quizás porque cada uno sabía que toda esta “paz” era imaginaria y que pendía, tensa, de un hilo que en cualquier momento podía romperse. De alguna forma, todos nosotros estábamos preparados para ese momento de quiebre, porque lo sabíamos; nada bueno se mantiene demasiado tiempo. 

   —Chicos… —hablé muy despacio, pero me aseguré de que ambos me escucharan—. Debemos irnos ahora. 

Los ojos de Oliver, que a veces me engañaban y me hacían ver a su hermano en lugar de él, se afilaron como si, sin yo haber explicado nada todavía, él hubiese entendido todo lo que pasaba.

   —Está bien —dijo—. Hasta hace un rato estaba con Eobard y Caleb. Los buscaré y les pediré ayuda para traer las pocas cosas que nos quedan —Terence y yo cruzamos una mirada, seguramente porque ambos pensamos lo mismo; este chico era muy perceptivo. ¿Qué tan mal se veía mi cara como para que él se hubiese dado cuenta tan rápido de la situación?—. Intentaré avisarle al resto. Supongo que esto es secreto, ¿no? 

   —Muy secreto —contestó Terence—. Nadie de La Hermandad tiene que saberlo. 

   —¿Es muy grave? 

   —Muy, muy grave —dije—. No sabes cuánto. 

Oliver me dedicó una mirada de regaño. 

   —¿En qué nos metiste ahora? —preguntó. Él tenía toda la autoridad del mundo para cuestionarme eso. Estoy seguro de que desde que llegué a la isla, cada uno de los problemas que ha tenido ha sido por mi causa. Pero esta vez no. 

   —Créeme que no fue mi culpa. 

Él sonrió. 

   —Está bien, Reed Problemas Breathe —bromeó—. Te creo. Iré a buscar a esos cazadores para que ayuden. 

   —Iremos por la salida más cercana —le informó Terence—. ¿Te bastan quince minutos? 

   —Estaré en menos allá —afirmó—. Nos vemos —Y se despidió con la mano mientras se marchaba a buscar a los demás. Terence y yo volvimos a mirarnos. 

   —Quién iba a pensar que hace un par de semanas él era un chico colérico que estuvo a punto de matarte —bromeó, sin dejar de mirarme. Le di un codazo.

   —No exageres. Sólo me dejó una mejilla hinchada —reí. Terence siempre me sacaba una sonrisa, de alguna u otra forma. 

   —¿C-Chicos? —La nerviosa voz de Dalian hizo me volvió a la realidad—. ¿Van a decirme qué pasa? 

   —Steiss se enteró que Reed tiene la cura —explicó rápidamente Terence y Dalian hizo un gesto, tan universal entre los seres humanos que no me extrañaría que él no se hubiese dado cuenta que lo hizo; llevó la mano al cuello de su camiseta e intentó aflojarlo, como si de un momento a otro se hubiese quedado sin aire. Vi la manzana de Adán subir y bajar rápidamente en su garganta. 

   —Uf. Está bien —suspiró—. Eso sí es grave. 

   —¡Eh, Reed! —El rostro de Aiden destacó entre un pequeño grupo de personas que estaba cerca, como una aparición divina, iluminada por una luz especial que lo hizo resaltar entre todos los demás, o esa fue la impresión que me dio el verlo ahí. Él no era un santo, ni ninguna clase de ser celestial y tampoco había una luz alrededor de él realmente, pero se mostró en el momento preciso, justo como lo haría un ángel. Fue una especie de milagro encontrarlo tan rápido. Y estaba junto a Amy.

Los tres les hicimos gestos para que se nos acercaran. 

   —Hombre, ¿qué pasa? —preguntó cuando llegaron a nuestro lado—. Los vi secreteándose con Oliver. ¿Ocurre algo? 

   —E-Es Steiss… —contesté y me pregunté si podría contarle la verdad a él. Aiden era sensato, mucho más que Ethan y Terence al menos, y me parecía que conocía a Cuervo un poco más que el resto de nosotros. Quizás él reaccionaría más tranquilo ante la noticia. Y yo necesitaba urgentemente traspasar este sentimiento de culpa, compartirlo y alivianar la carga que, sin quererlo, había caído sobre mi espalda—. Se enteró sobre mi sangre. 

Pero no iba a contarle. No ahora, al menos. 

   —¿C-Cómo? —Amy estuvo a punto de gritar y me causó algo de gracia su reacción, exactamente igual a la de Ethan; miró a un lado y luego al otro, como si buscara espías que nos oyeran entre la gente. De tal palo, tal astilla—. ¿Dónde está él ahora? 

   —Con Cuervo... —Terence puso una mano en el hombro de Amy y otra sobre Aiden—. Lo está distrayendo. Él aún no ha dado ninguna orden y así es como debe mantenerse hasta que salgamos de aquí. Pero no queda tiempo, debemos irnos ahora —les obligó a caminar a ambos y Dalian y yo les seguimos—. Mierda, si él llega a zafarse de Cuervo y dar aviso, estaremos jodidos. 

   —E-Espera, Terence. ¿Dónde está Ethan? 

   —Él ya lo sabe y fue a avisarles a los demás. Saldremos en grupos por los distintos puntos de acceso que hay en toda La Hermandad, para no levantar sospechas. Nosotros somos el primer grupo y nos reuniremos con el resto afuera. 

   —Pero… 

   —Pero nada —le interrumpió Amy—. Es una buena idea. ¿Acaso no confías en papá? 

   —C-Claro que sí. 

   —Bien —Terence les soltó—. Solucionadas las confianzas, vámonos. 

   —¿Hay algún plan? —preguntó la chica. 

   —El plan es salir por la puerta más cercana, ojalá en un coche. Si alguien pregunta, Steiss nos hizo un encargo. 

   —Bien. Supongo que es suficiente. 

Nadie más habló mientras cruzábamos los invernaderos. Intentamos pasar lo más desapercibidos posible, como si sólo fuéramos un grupo de cinco inocentes que paseaba por ahí tranquilamente. Pero nada estaba bien y mucho menos yo. Mientras más nos acercábamos a la puerta, más pesadas sentía las miradas sobre nosotros, aunque la gente de La Hermanda apenas reparó en nuestra presencia. Pero, para mí, todas esas miradas desatentas eran ojos acusatorios de personas que, en mi paranoia, conocían toda la verdad y tan sólo esperaban el momento preciso para atacarnos, reducirnos, y acabar con nosotros. 

Toda esa ansiedad que se apiñaba en mi estómago, y subía y bajaba por mi abdomen en forma de arcadas que me obligué a tragar, aumentó cuando Aiden se adelantó y se acercó a uno de los chicos que resguardaba las puertas.

   —¿Q-Qué hace? —susurré. 

   —No tengo idea. 

Quise correr tras él y detener cualquiera fuera la conversación que tenía con el guardia, pero tan sólo caminé lentamente hasta ellos. Quería verme calmado por fuera, pero estaba a punto de colapsar por dentro.

   —¿Qué les ordenó? —alcancé a oír parte de la charla. 

   —Unas armas quedaron tiradas en la última excursión que hicieron, ¿no es así Reed? —preguntó Aiden y yo asentí con la cabeza dos veces—. Steiss dijo que no podíamos perderlas, así que nos envió a recuperarlas.  

   —¿Y para qué tantos de ustedes? Tan sólo son unas armas.

   —¿Alguna vez has cruzado estas murallas, jovencito? —Aiden se le acercó un poco al chico e invadió su espacio personal, para hacerle sentir intimidado—. ¿Tienes idea de lo numerosa que era la horda que los atacó en esa excursión? ¿Acaso no sabes que los hombres de Cobra están allí afuera? ¡Uno de los tuyos fue asesinado fuera de estas murallas! ¿Y te parece que cinco personas es demasiado? 

Oí unos pasos tras de mí, pero no les presté demasiada atención y tan sólo me volteé a ver disimuladamente. Oliver había vuelto y estaba con Caleb y Eobard, los dos cazadores con los que últimamente habíamos comenzado a llevarnos bien. Ninguno de ellos dijo una palabra cuando se nos unieron. 

   —Y-Yo… —Las manos del guardia temblaron mientras él buscó algo en su bolsillo—. T-Tiene razón —Eran las llaves de un auto—. Lo siento. Son las del coche que está allá.

   —No es tu culpa… —Aiden las metió en su bolsillo y mantuvo en todo momento ese rostro serio que tenía—. Pero es momento de que despiertes, chico. El mundo exterior es salvaje.

   —Sí, señor. Gracias.  

Le di un codazo a Terence cuando noté que estaba a punto de estallar en risas.

   —Ni te atrevas a abrir la boca —susurré muy bajito. Ni siquiera sé si él me escuchó realmente.  

Aiden volteó hacia nosotros, con una sonrisa nerviosa dibujada en su rostro tenso. Pude notar que su labio inferior temblaba. —¿Nos vamos, chicos? —preguntó. 

Suspiré todo el aire que tenía en los pulmones

   —Vamos. 

Aiden se puso a la cabeza para encaminarnos y nosotros sólo atinamos a seguirlo, enfilados como un diminuto ejército. Me posicioné tras Caleb y delante de Terence. Ambos eran más altos que yo y estar entre ellos me hizo sentir protegido y oculto. Quería pasar desapercibido; para esas alturas me temblaban las rodillas y temí que alguien se diese cuenta de mi estado y levantara la alarma de que intentábamos huir. En ese momento, segundos antes de atravesar al portón, el nerviosismo simplemente me volvía loco.

Subí al auto, un Jeep que estaba en mejor estado del que me habría imaginado, y sólo entonces pude respirar. Creí que estaba al borde de un ataque de pánico.

   —¿Estás bien? —preguntó Terence cuando se sentó a mi lado. 

   —Creo que voy a morir —le dije. Él pasó su brazo por mi cuello para abrazarme y traerme hasta su pecho. 

  —Vas a estar bien. Relájate ahora —Y, como si él fuese un mago de voz hipnotizante y sus palabras órdenes que debía obedecer, cerré los ojos y mis pensamientos viajaron entre la ansiedad y el alivio, de ida y de vuelta. Sólo iba a estar relajado cuando nos halláramos muy lejos de aquí. 

   —¿No deberíamos esperar a los demás? —preguntó Dalian y su voz rompió el silencio que se había formado dentro del coche. 

   —Establecimos como punto de encuentro el sitio donde fuimos atacados por la horda el otro día —dijo Terence—. Creo que lo mejor será aferrarnos al plan. Además, el resto no debería salir por esta puerta, para no levantar sospechas —me estrechó aún más contra su pecho cuando yo intenté moverme. No me resistí demasiado a sus brazos. 

Aiden dejó escapar un suspiro y encendió el motor del auto. 

   —Él tiene razón. ¿Para dónde, Terence? 

   —Al sur. 

Las puertas se abrieron y el coche partió. Lo habíamos logrado.

 

☠ ☠ ☠

    —¿Qué hacen? —Desperté de un salto y asustado por una voz desconocida hasta ese momento, pero que se me hizo extrañamente familiar de alguna manera. Una garganta desgarrada que pedía auxilio y los gritos eran algo que no se olvidaba fácilmente y que alertaba a cualquiera. La mano de David me detuvo cuando intenté levantarme—. ¡Suéltenlo!

   —No te muevas —me ordenó, y sostuvo también a Ada de la misma forma cuando ella se movió—. Que ninguno de los dos se mueva. Escuchen. 

   —¿Qué pasa? —pregunté, aterrado. Era mi tercer día en ese maldito barco y sí, había oído algunas cosas perturbadoras, pero ninguna de ellas me alarmó tanto como la desesperación que noté en esa voz. 

   —¡N-No! —Una segunda voz se unió a los alaridos. Sostuve la mano de David y la apreté con todas mis fuerzas.  No sabía qué ocurría, estaba oscuro y sólo oía gritos—. ¿¡Qué van a…? 

La puerta de los calabozos se abrió junto a un sonido metálico y las antorchas se encendieron. Los gritos callaron a medida que unos pasos pesados, como si dejasen gigantescas huellas en el suelo, comenzaron a acercarse. Reconocía bien el sonido de esos pasos, sabía perfectamente quién era esa persona a pesar de que apenas le había visto una vez. Era el hombre que mató a mi hermana y nos trajo a este barco. Un prisionero que habían sacado de los calabozos estaba arrodillado en el medio del lugar.

Sin haber presenciado nunca un episodio como éste, supe que las cosas irían mal. 

   —Sujeto número veintidós; Anthony Randall… —dijo Shark, el dueño de este lugar, cuando se acercó al hombre. Su gruesa voz parecía llevar el ritmo de sus pasos—. ¿Sabes por qué estás en ésta situación ahora mismo? 

   —N-N-No, señor —La voz de Randall tembló como si la tarea de hablar le fuese imposible. Estaba aterrado y yo era capaz de compartir ese miedo. Shark era horroroso. Él era encarnación misma de todos los males de este mundo.

   —¿No sabes? —remedó a modo de burla, con una sonrisa que podía perfectamente encender todas las llamas del infierno. Hizo un chasquido con la lengua y se agachó para quedar a la altura del pobre prisionero a quien los soldados sujetaban y mantenían inmovilizado frente a él—. No te preocupes, yo voy a iluminarte…

   —Y-Yo no hice nada… —Randall comenzó a llorar. Una mujer que estaba dentro de uno de los calabozos también lo hizo. Debía ser su esposa—. Por favor, Shark… 

   —¿Estuvo buena la comida hoy, Randall?  —preguntó Shark.

   —¿Q-Qué?

   —Pregunté que si te gustó… —repitió y un gemido ahogado escapó de la boca de Randall. Shark le había dado un golpe—. ¿Creíste que no nos daríamos cuenta de que te habías llevado una doble ración de comida? 

   —¡N-No, Shark! ¡Eso no…! —La esposa del hombre intentó gritar, pero fue callada por sus compañeros de celda

   —Y además, cuando el cocinero dudó de ti y te preguntó si ya habías comido, tuviste el descaro de mentirle. ¿En serio creíste que te saldrías con la tuya?

   —M-Mi hija tenía hambre —contestó el hombre, con la garganta tiritante y la voz rota, como si hubiese tragado un montón de vidrio molido antes de hablar. Busqué refugio en David y cerré los ojos, a pesar de que era poco lo que veía con tan sólo la luz de las antorchas. Él nos abrazó a Ada y a mí.

  —Lo lamento, chicos. Pero tendrán que acostumbrarse a esto —dijo y levantó mi rostro y me obligó a abrirlos de nuevo—. Mira bien, Reed. Debes aprender las reglas de este lugar. Tienes que observar y darte cuenta de tus circunstancias. 

   —¿Sabes lo poco que me importa tu hija, no? 

   —¡Lo lamento mucho, Shark! ¡Prometo que no volverá a pasar! 

   —¡Claro que no volverá a pasar! —gritó y sujetó la cabeza del hombre entre sus grandes manos. Intenté bajar mi vista al suelo, pero David volvió a levantar mi mentón. No quería ver, no podía. Sabía lo que estaba a punto de pasar, lo presentía de alguna forma. Pero me mantuve ahí, con los ojos apenas abiertos, e intenté esforzarme por observar y aprender, como David me había ordenado. 

   —No me respondiste la pregunta —increpó Shark—. ¿Estuvo buena la comida al menos? 

   —S-Sí, señor. 

   —Abre la boca, Randall. 

   —¿Q-Qué? 

   —¡Abre la maldita boca! —Shark tomó su rosto y le obligó a hacerlo. Pude verlo claramente, a pesar de que no quería y a pesar de la poca iluminación. Fue como si justo en ese instante todos mis sentidos se hubiesen agudizado para permitirme verlo con lujo de detalles. Shark metió su mano en la boca del hombre, sujetó su lengua y la cortó con un cuchillo.

   —¡Mphmm…! ¡Mphm! —Randall quiso gritar, esos eran claramente gritos de dolor que me erizaron la piel, pero no pudo. Simplemente no podía sacarlos de su boca—. ¡Mhmm! —estrujé el brazo de David con todas mis fuerzas e intenté no llorar. Juro que lo intenté. 

   —¡Esto es lo que les pasará a los mentirosos de ahora en adelante! —Shark lo soltó y Randall cayó al suelo para retorcerse, como una especie de gusano al que acaban de cortarle parte de la cola—. ¡Devuélvanlo al calabozo! 

   —Está bien —murmuró David contra mi oído, intentando calmarme—. Está bien, Reed. 

 

 

   —¡Reed! —Alguien me sacudió por los hombros y desperté, con el corazón en la garganta y la incómoda sensación de que el tiempo se había detenido. Respiré varias veces, profundamente, para intentar centrarme de nuevo—. ¡Reed, muévete! —aclaré la vista para despertar completamente, pero todo parecía sacudirse lentamente a mi alrededor—. ¡No podemos quedarnos aquí! —El rostro de Terence sobre mí fue lo primero que logré reconocer. Él estaba aterrado, por alguna razón. 

   —¿Q-Qué ocurre? 

   —¡Nos atacan! —gritó y entonces el tiempo volvió a correr a su velocidad normal. Las voces y ruidos a los que mi mente, apenas despierta, no había tomado atención entraron en mis oídos con violencia y aterricé brutalmente en la realidad otra vez. Tomé la mano que tendía hacia mí y me impulsé para salir del coche rápidamente. Salté lo más lejos que pude y me agaché, con as manos en la cabeza. Una ráfaga de balas pasó muy cerca de mí. 

   —¡La Hermandad! —chillé, y ambos corrimos hacia una cobertura desde donde Aiden nos hacía señas—. ¡Deben ser ellos! —Lo sabían todo, lo descubrieron, sabían que uno de los nuestros había matado a su líder. ¿Dónde estaba Cuervo? ¿Lo habían capturado? ¿Huyó cuando se vio acorralado? ¿Dónde estaba el resto?

   —No, no son ellos —Aiden me entregó una pistola cuando llegué junto a él y me arrepentí de haberle entregado la mía a Cuervo. Casi no teníamos armas—. Míralos bien, ellos son cazadores de Cobra. 

   —¿¡C-Cobra!? —Eso era aún peor. 

   —¡Chicos! —Oliver, quien estaba con Caleb, Eobard y Dalian, salió de su cobertura, un coche a medio destruir, y disparó hacia el grupo de cazadores que nos atacaban desde sus camionetas—. ¡Debemos refugiarnos! ¡Se acerca una horda! 

Esto no podía ir peor. 

   —¿Dónde está Ethan? ¿Dónde está Cuervo y el resto de los cazadores? —preguntó Terence, mientras disparaba. Logró derribar a dos—. ¡Mierda! ¡Esta cosa no tiene más balas! 

   —¡Ellos deberían llegar pronto, debemos aguantar hasta entonces! 

   —¡No con esa horda acercándose! —gritó Dalian. 

Debíamos pensar en algo ahora. Vi la torre de telefonía donde Cuervo y Steiss se habían refugiado antes. Sería fácil librarse de una horda de muertos desde la altura, pero sólo en caso de que la horda fuera nuestro único problema. Si subíamos seríamos blanco fácil para los cazadores. Debíamos intentar atrincherarnos en uno de los edificios que estaban a nuestro alrededor. Pero muchos de ellos estaban cerrados. 

No podíamos salir todos de nuestra cobertura, o iban a acribillarnos.

   —Creo que uno de nosotros debe salir —propuse y le entregué mi arma a Terence—. Buscaré un edificio que esté abierto o forzaré la entrada de uno, pero necesito que los distraigan. Aprovechen la distancia, disparen todo lo que puedan, ellos no deben darse cuenta de que salí. 

   —Olvídalo —debatió Terence—. Iré yo. 

   —No, olvídalo tú —llevé una mano a su rostro y le pellizqué la mejilla; era un gesto que él solía hacer conmigo, generalmente para hacerme sentir seguro. Pero en esta ocasión era él el quien necesitaba calmarse y confiar—. Soy más bajo que tú y con esa cabellera escandalosamente roja llamarás demasiado la atención. Tú sólo cuídame la espalda, por favor. 

   —Pero… 

   —Confía en él, Terence —dijo Aiden.

   —Está bien. Sí, confío en ti —contestó y me besó en los labios. Fue apenas un contacto, un leve roce entre nuestras bocas que se sintió tan sólo como un pequeño cosquilleo suave sobre mi piel, pero que me dio el valor y la fuerza de una armada completa. 

   —N-No me esperaba eso —balbuceó Aiden—. E-Es decir, lo sospechaba pero… 

   —No te hagas el sorprendido ahora, Aiden —bromeé y me preparé para salir. Les hice gestos a Dalian y al resto para que se enteraran de nuestro plan—. Comiencen a disparar en tres…dos…uno. ¡Ya! —Los chicos obedecieron y yo aproveché el caos que se armó en ese momento para, medio agachado, salir de la cobertura y correr hacia los edificios más cercanos. No miré hacia atrás, no me preocupé de si ellos habían logrado darse cuenta o no de que había salido, sólo corrí y me abalancé contra las cadenas de la puerta del primer edificio cerrado que vi. Forcejeé unos segundos y, al darme cuenta de que no podría abrirlo, corrí hacia el segundo. La horda se acercaba, lenta y pesadamente; ellos sólo caminaban sin apresurarse, como si de alguna forma supieran que nosotros nos mantendríamos aquí. A veces creía eso; que los muertos eran capaces, muy instintivamente, de darse cuenta de las circunstancias que les rodeaban. Pero en ese momento preferí pensar que ese comportamiento lánguido se debía a que todos ellos estaban demasiado deteriorados como para ir más rápido. 

La segunda puerta también estaba cerrada, pero el candado estaba más débil y las cadenas oxidadas. Tuve un buen presentimiento y busqué una navaja multiusos que me habían entregado antes de partir para comenzar a trabajar. Nada sabía yo de abrir cerraduras, pero había ciertas cosas que podía hacer casi automáticamente. La mente era un baúl de sorpresas maravilloso, uno que podía almacenar un montón de información innecesaria que sólo se volvía importante cuando ese baúl se abría y la evocaba. Millones de escenas de películas, videojuegos, reportajes y allanamientos policiales en casas de traficantes, que pasaban por la T.V los domingo por la noche, llegaron a mi cabeza como imágenes rápidas y relampagueantes. Todo servía, toda información, después de tantos años, sería útil ahora. Me temblaban las manos por la ansiedad y los disparos me ensordecían, pero no podía fallar ahora. Busqué la herramienta más delgada de la navaja y mi mente seleccionó las escenas apropiadas para ese momento. El cerebro humano era asombroso.

   —¡Aquí! —Me detuve y tomé algo que nunca imaginé que una navaja suiza podría tener; una lima de uñas metálica. ¿Para qué estas cosas llevaban algo tan simple? No me importaba, en ese momento esa lima era la llave que abriría las puertas de nuestra salvación. Metí la punta en la cerradura con cuidado y moví los dedos precavidamente en maniobras que jamás había hecho antes, pero que conocía. Realmente no era yo, parecía que mis manos se movían solas. Era algo sencillo, pero toda mi concentración estaba en ello; en sentir el roce del metal con metal y estar atento para escuchar el tan deseado «clic.»

   —¡Reed! —Terence me llamó. No pude prestarle atención. 

   —¡Ya casi está! —grité y seguí forcejeando. «Clic» fue justamente el sonido que hizo la cerradura cuando ésta cedió y se abrió. Reí, una risa nerviosa que buscaba librar toda la tensión que reprimía—. ¡Ya está! —festejé—. ¡Terence, chicos! ¡Pueden venir aho…!

Mi garganta se cerró cuando me volteé a verlos. 

   —¿Qué intentabas hacer, chico? —Un rostro no humano, que se asemejaba más al de un reptil, apareció frente a mí. Reaccioné y salté hacia atrás y luego corrí hacia un lado para intentar rodearlo, pero él siguió mis movimientos y logró atraparme. Forcejeamos. Sus brazos pesaban—. ¿¡Querías huir, cabrón!? —me tiró al suelo e hizo una llave para inmovilizarme. 

   —¡Suéltame! —grité. 

   —¡Reed! —La voz de Terence me llamó y ésta vez sí la atendí. Él y los demás habían sido reducidos también. Nuestro plan no había funcionado. Habíamos perdido—. ¡Tienes que salir de aquí! —forcejeó con el hombre que lo mantenía sujeto y logró darle un golpe, pero inmediatamente otro le saltó encima—. ¡Mierda! 

   —¡Cállate! 

   —Bueno, bueno… —El hombre que me tenía reducido rió cuando enterró su rodilla en mi espalda y se puso sobre mí—. ¿Qué deberíamos hacer con ustedes? 

   —Déjanos ir… —rogué. Mi mano estaba en mi espalda, si intentaba moverla para alcanzar la navaja él iba a darse cuenta. Tenía que voltearme de alguna forma—. Sólo buscábamos un lugar seguro. 

   —¿Un lugar seguro? —se burló él—. ¿En un maldito centro de reunión para zombies? ¿Acaso no sabes que esto es zona muerta?—su rodilla se clavó aún más en mi espalda y me obligó a gritar—. Sigue mintiéndome de esa forma y voy a partirte algunas vértebras.

Yo era un mal mentiroso. 

   —Y-Yo… 

   —¿Están con Scorpion? —interrogó. Miré hacia el resto; Aiden y los demás eran amenazados con armas. Los cazadores, de Scorpion, de Cuervo o de quién sea, tenían algo en común; eran impulsivos y tenían muy poca paciencia. Tenía que responder rápido. 

   —N-No… —balbuceé. Él levantó mi cabeza del suelo y me dio un cabezazo contra el cemento. El golpe me dejó aturdido y con un agudo pitido que rebotó en las paredes de mis oídos. Esto no estaba bien. Si recibía otro golpe así iba a desmayarme. Intenté centrarme, aclarar mi vista borrosa por el golpe y olvidar el dolor que me invadió hasta el cuello. No podía perder el conocimiento por un simple golpe, no ahora. Miré a Terence, sus ojos aterrados me miraban fijamente y vi puro horror en ellos. En ese momento sentí algo cálido caer sobre mi ojo. ¿Sangre? Volteé hacia el otro lado y vi a la horda de muertos. Ahora estaban más cerca y parecía que su número había aumentado. ¿Se habían dividido en varios grupos? ¿Por qué había unos más cerca que otros? ¿Acaso ellos no se movían en masa? Volví a mirar a Terence y vi un poco más allá. Más siluetas aparecieron ante mis ojos, como fantasmas y sombras, seguramente producidas por mi imaginación y por el estado en el que estaba. 

   —¡Dime la verdad! —gritó y jaló de mi cabello otra vez—. ¿¡Están con Scorpion!? ¿¡Dónde está él!? 

   —¡Estoy justo aquí, imbécil! —oí un grito, un disparo, y entonces el hombre me soltó. Todo lo demás fue un caos; las sombras que había visto se transformaron en seres de carne y hueso; personas que habían estado al asecho y a la espera del momento justo para ingresar. Vi la figura de Scorpion pasar de mí y un montón de sus hombres corrieron tras él para empezar a disparar. Me llevé las manos a la cabeza cuando me vi libre. No fui capaz de hacer nada más. 

   —¡Reed! —Terence corrió y se lanzó sobre mí—. ¿Estás bien? ¿Estás consiente? 

   —Estoy vivo —respondí y sólo sentí sus manos en mi cabeza. Miré hacia la horda que ya había llegado y estaba casi sobre nosotros—. ¡Sal de aquí, Terence! 

   —No sin ti —intentó levantarme. Apenas logró hacerlo. 

Una figura rápida pasó por nuestro lado. Otra aún más veloz le siguió. 

   —¡Salgan los dos de aquí! —gritó Ethan. Él también estaba aquí. Todos nuestros refuerzos habían llegado al mismo tiempo y en el momento preciso. 

   —¡Métanse a ese edificio! —ordenó Regen, y estrelló la cabeza de un muerto contra una muralla. Él también. Todos estaban aquí. 

Estábamos a salvo. 

   —Vamos, chicos —Jesse y Chris llegaron en nuestro auxilio y ayudaron a levantarme. Sentí ganas de llorar al verlos ahí también. Estaban vivos—. Hay que ver la gravedad de esa herida. Vamos, Chris. Llevémoslo adentro. 

Me sentí más liviano al ser levantado por varios brazos a la vez. 

   —E-Están todos bien… —balbuceé y sonreí. 

   —Oh, no. Él habla peor de lo que debería —Entramos al edificio e inmediatamente me recostaron sobre el suelo—. Quédate así —me ordenó Jesse. Él estaba un poco más deshecho de lo normal, como si hubiese peleado todo el día contra muertos y cazadores—. ¿Dónde está Aiden? 

   —Sigue afuera —respondió Dalian. 

   —Bien, no importa… —Las delicadas manos de Jesse tomaron mi cabello y lo peinaron hacia atrás para inspeccionar la herida—. No está tan mal. Deletrea «paralelepípedo», Reed —pidió.

   —¿Q-Qué? —reí. El dolor ya había pasado a un segundo plano. Pero seguía mareado. 

   —Deletréalo —me soltó y buscó algo en su bolso. Él sólo quería mantenerme despierto, ¿no? 

   —La sucesión sucesiva de los sucesos sucede sucesivamente con la sucesión del tiempo —recité un trabalenguas. Jesse dejó lo que hacía y sonrió, mientras que Terence soltó una carcajada explosiva y nerviosa. Estaba mejor de lo que ellos pensaban. 

   —Dios, este chico...

   —¿Todos están vivos? —Regen entró al edificio. La voz metálica tras su respirador se oía nerviosa. Buscaba algo y miraba de un lado para otro.

   —¡Regen! 

   —¡Dalian!  —El chico de la máscara corrió hacia Dalian y éste se abalanzó sobre él para abrazarlo—. ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?  

   —Estoy bien, estoy bien —Las manos de Dalian tocaron la máscara como si acariciaran el verdadero rostro de Regen y no tela y plástico—. No sabes cuánto te agradezco lo que… 

   —Lo haría mil veces —interrumpió Regen—. No me lo agradezcas —Y su mano enguantada acarició el sucio cabello de Dalian—. Ella está bien, está en un coche aún, entrará cuando todo el desastre haya pasado —susurró. 

Mi amigo suspiró y sólo entonces me di cuenta de que durante todos estos días casi no le había visto sonreír. Hasta ahora. 

   —Gracias. 

   —No me lo agradezcas —volvió a decir Regen—. Vamos a recibir a Sophie, estará feliz de verte. 

    —C-Claro —Ambos caminaron hacia la puerta.  

   —¿Están todos bien? —Una conocida voz entró en el lugar y se topó con Dalian y Regen en la entrada. Era Cuervo—. ¿Dónde está Reed? 

   —¡Cuervo! —Terence se levantó—. ¿¡Qué pasó con Steiss!? —preguntó. Me pareció que el cazador no supo qué decir y me miró a mí en busca de respuestas. Negué con la cabeza. No, no le había contado a nadie la verdad. Su secreto seguía a salvo.  

   —C-Creé… —balbuceó el líder cazador—. Creé una distracción. Ellos estarán ocupados un buen tiempo antes de pensar en buscarnos —le eché un vistazo lento que lo recorrió de pies a cabeza; él parecía más cansado de lo que habría imaginado—. ¿Estás bien? ¿Puedes levantarte? —me preguntó.  

   —Si puede recitar un trabalenguas claro que podrá levantarse —bromeó Jesse—. Éste chico es inmortal. ¿Para qué me preocupo? 

Cuervo estiró una mano hacia mí y yo la tomé para ponerme de pie. Luego, fue él el que dejó arrastrar su espalda por la muralla hasta caer sentado en el suelo. Estaba exhausto. 

Oí una puerta cerrarse y desperté un poco más. Mucha gente había ingresado al edificio y las voces, las celebraciones por la victoria y las conversaciones agitadas me pusieron en alerta. No pregunté qué pasó con los cazadores de Cobra ni con los muertos, porque supuse su final. Ellos nos habían atacado por sorpresa, pero la sorpresa que llegó a rescatarnos fue mucho más violenta y enérgica.

   —¿Nadie queda afuera? —Scorpion fue el último en ingresar y algo extraño ocurrió cuando vio en nuestra dirección, fijó sus ojos en Cuervo y ambos cruzaron una mirada. Las conversaciones a mi alrededor bajaron su volumen y pude sentir el incómodo cambio en el ambiente, que pareció volverse más frío y rígido. Casi pude tocar con mis manos la tensión que hubo entre ambos en ese instante; fue como si entre ellos existiese un elástico que estaba a punto de romperse y cada uno tiraba de un extremo en un constante tira y afloja que me erizó la piel de los brazos. En ese momento, tuve la perturbadora sensación de que estaba punto de ver una bomba estallar sobre mi cara. Ese elástico iba a romperse tarde o temprano, y era como si ellos de verdad quisiesen verlo destrozado.  

Scorpion se acercó lentamente y, por primera vez, me pareció que él era cauteloso en lo que hacía. Él no parecía ser la clase de persona cuidadosa. Es más, yo lo describiría como «un bruto que simplemente se lanza sobre lo que quiere cuando sabe que podrá obtenerlo.» Pero esta vez no fue así y eso sólo anunció peligro. Instintivamente me alejé de ellos cuando los vi más cerca. La mirada oscura en el rostro de Cuervo me puso en alerta y me hizo retroceder. Parecía que quería iniciar una pelea.

Intenté ponerme en sus zapatos y empatizar con la infinidad de pensamientos y la terrible vorágine de sentimientos que debían estar pasando por su cabeza en ese momento. Parecía que Scorpion estaba hecho de hierro, pero Cuervo era distinto a él; Cuervo estaba hecho de barro, como cualquier ser humano. 

Tal vez en ese momento él sólo odiaba al hombre por el que había matado a una persona que no lo merecía. Posiblemente, en ese preciso instante, él se cuestionaba las razones, se reprochaba a sí mismo y pensaba en las mil y una formas en las que pudo haber solucionado este problema. Quizá cuántas realidades alternativas, que ya nunca ocurrirían, imaginó en ese momento. A puesto a que todas le parecieron mejor que ésta.

Fuera lo que fuera en lo que pensara, todo en su cabeza pareció romperse cuando Scorpion se inclinó a su altura e hizo una corta pregunta, la más insólita de las preguntas que se pueden hacer en un momento como ese: 

   —¿Dónde está tu collar? 

Una inspiración profunda se escuchó desde la garganta de Cuervo, como si le faltase el aire o como si sólo entonces recordase que había perdido algo importante. Llevó la mano a su cuello y tan sólo palpó una piel desnuda y llena de cicatrices.

   —Perdí mi chaqueta. No recuerdo dónde —contestó—. Creo que el collar estaba ahí. 

Mentía, yo sabía perfectamente que él sí recordaba dónde estaba esa chaqueta y el collar. Steiss se lo había quitado una vez y le había prohibido traerlo en su presencia. Cuando eso pasó, Cuervo se vio muy inseguro de no traerlo consigo, pero las cosas cambiaron con los días. Él simplemente se había olvidado de ese collar que, junto a la chaqueta, debían estar perdidos en La Hermandad ahora. 

Scorpion acarició el cuello de Cuervo con las yemas de sus dedos en un gesto cuidadoso, casi delicado y cortés. Pero su expresión decía otra cosa y no era para nada amable. Parecía que esos ojos azules estaban a punto de expulsar fuego. 

   —No recuerdo estas heridas —dijo. 

Cuervo sonrió en lo que se notó a leguas fue una sonrisa fingida. 

   —Ha sido duro —contestó—. He recibido más de un golpe en estos últimos días.

   —Claro… —Scorpion se apartó de él y sólo entonces pude volver a respirar—. Claro que sí —dejó a Cuervo sentado y caminó por el pasillo—. Anoche nos encontramos con un grupo de La Hermandad que básicamente venía a matarnos —comentó y algunos susurros de asombro, todos por parte de las personas que habíamos estado en La Hermandad, se dejaron oír en el lugar. Muchos habían confiado en Steiss y en que nos ayudaría a ir contra Cobra y por eso les sorprendió este ataque contra Scorpion. No entendían qué había pasado. Tan sólo Cuervo y yo lo sabíamos. 

   —E-El líder de La Hermandad se enteró sobre la sangre de Reed y creyó que emboscarte para evitar cualquier intento de rescate sería lo mejor —contestó Cuervo y algo en su mirada, una opacidad que sólo había visto hoy en sus ojos me hizo darme cuenta de que el asesinato de Steiss le había afectado más de lo que intentaba aparentar. Scorpion volteó su rostro hacia mí y sus ojos me miraron con tanta furia que di un paso hacia atrás y estuve a punto de caer. 

   —Debería destriparte ahora mismo —gruñó. 

   —No es culpa del chico —interrumpió Cuervo. 

   —¿Y de quién es la culpa, entonces? ¿Tuya? —Cuervo no pudo contestar y Scorpion no se quedó a esperar una respuesta. No dijo nada más y subió las escaleras que daban al segundo piso.  

Mis rodillas tambalearon y estuve a punto de caer otra vez. Por un momento, creí que toda la verdad iba a destaparse. Terence me ofreció su hombro para apoyarme y yo no negué en aceptar su ayuda y, es más, abusé de ella y apoyé mi cabeza contra él,  en busca de un abrazo. Él me recibió, como siempre, sin decir nada. Un abrazo era todo lo que necesitaba en ese momento. 

   —¿Ya estamos a salvo, no? —pregunté, con el rostro escondido entre su hombro y su cuello; el lugar más seguro que conocía. 

   —Claro que sí… —contestó—. Ya estamos bien.  

¿Entonces por qué seguía con este presentimiento tan sombrío? ¿Por qué sentía que todo iría mal desde ahora? 

   —¿C-Cross? —Una voz, lejana y familiar a la vez, entró en mis oídos y me causó escalofríos; la recordaba de alguna parte y no sabía de dónde, la oí en mi interior y no supe cómo—. ¿Eres tú? —Terence y yo volteamos. Esa suave voz lo había llamado por su nombre real. Me solté de Terence y esta vez sí caí al suelo, víctima de la sorpresa, la angustia y un millón de emociones que vinieron a mí como un huracán.

Tenía frente a mí a un recuerdo y una evocación a mi niñez, un fantasma del pasado que creí enterrado y oculto, lejos del resto. Estaba ahí y apenas me miró. No me reconoció, no tenía cómo. Pero yo sí lo hice. Dios, ella era una de las dueñas de mis peores pesadillas. 

   —¿D-D-Dania? —balbuceé e inmediatamente intenté levantarme, pero mis rodillas dejaron de responder—. ¿Dania? ¿E-Eres…? —La niña entonces me miró y dudó. Estaba cambiada; había crecido, se había cortado el cabello, había ganado peso. Sus ojos ya no eran los de una niña pequeña asustada y sometida. No, no; sus ojos eran fuerza y determinación, eran dueños del mundo. Eran los mismos ojos que tenía nuestra madre cuando estaba sana. Sentí las lágrimas venir sin razón alguna... o sí, sí la había. Había encontrado algo que había perdido hace mucho, mucho tiempo—. ¡Dania! —grité.

   —¿Reed? —sonrió; una sonrisa contenida en su rostro, pero que podía iluminar todo ese edificio y espantar toda la oscuridad en el ambiente. Se acercó con cuidado, como un felino, prudente y reservado. Abrí los brazos y, entonces, corrió hacia mí—. ¿Hermano? 

   —¡Dania! —La abracé con todas mis fuerzas, con todo lo que tenía, con toda la energía que me quedaba y con mi vida entera—. Dios, mi Dania —comencé a llorar, no podía a controlarlo y no quería hacerlo tampoco—. Estás bien —tomé su rostro entre mis manos y la inspeccioné bien; estaba sana, muy distinta al último recuerdo que guardaba de ella—. E-Estás aquí.  

   —¿Por qué lloras, Reed? —me preguntó. Dulce niña inocente, quizás cómo llegó a este lugar, quizás por cuántas cosas ha tenido que pasar aquí, quizás cuántas emociones ha olvidado y reprimido para crear la imagen de niña fuerte que tenía entre mis brazos. Había crecido tanto, y yo no había estado para ver cómo lo hacía—. ¿Estás bien?   

   —Lo siento, no puedo evitarlo —Terence se agachó y puso una mano sobre mi hombro. Estaba seguro de que él jamás me había visto llorar de esa forma y que no entendía nada. Dania no pareció molestarse por su presciencia. Sostuve a Dania con una mano y tomé la mano de Terence con la otra—. Estoy bien ahora —dije. 

No entendí, no procesé las razones y sólo lo viví. Ella estaba aquí y era real. No importaba cómo había pasado, sólo estaba y eso era suficiente para mí. 

Quizás las cosas aún podrían ir bien. 

Había encontrado un tesoro que creí jamás volvería a ver.

 

 

 

Notas finales:

Ese pequeño momento Reglian (?) asdafdfsadafad
Ok...todo está mal en el Scorvo. Pero no se preocupen :) podría ir peor (irá peor... xd ok no) 

Al fin Reed se reencontró con su hermanita

¿Críticas? ¿preguntas? ¿sugerencias? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo y bien feo- review :3 

Gracias por leer.

Abrazos


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