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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! Un poco tarde, pero llegó la actualización. 

Voy de salida así que no diré mucho, sólo que no alcance a revisar la ortografía, pero que probablemente lo haga en la noche y las correciones estén ya listas mañana. 

Disfruten el capítulo
Un abrazo! 

Capítulo 52

 

 


   —¿Estás listo? —Terence susurró sobre mi oído cuando se percató que era nuestro turno de deslizarnos y me empujó suavemente para que avanzara—. Siéntate tú primero —canturreó, con voz divertida—. Iré arriba —Quise protestar, pero antes de poder decir palabra alguna, un hombre de La Resistencia ya había asegurado una cantidad excesiva de cinturones y cuerdas a mi cintura y muslos. Segundos más tarde, sentí que el trasero de Terence cayó sobre mi entrepierna cuando él se sentó a horcadas sobre mí y me dio la espalda. El aroma a humedad de su cabello golpeó en mi rostro. Sonreí cuando, literalmente, lo ataron a mí.

   —Estoy listo —aseguré y, sin poder evitarlo, comencé a sentir los primeros palpitares de mi sexo por tan sólo tener su cuerpo encima. Crucé mis brazos por su pecho en un abrazo—. Creo que esta es la mejor parte.

El hombre de La Resistencia emitió un sonido.

   —Dios. Me dan asco —gruñó. Soltó los seguros y luego fingió una arcada—. Que tengan un buen viaje, maricones. Cuidado con estrellarse —Nos dio un empujón, quizás más violento de lo que debería y, enseguida, la sensación de adrenalina llenó todo mi cuerpo al comenzar a descender por el cable vertiginosamente. Una sensación frenética subió por i estómago y fue inevitable sonreír.

   —¡Joder! —Terence rió en voz alta—. ¡Creí que la homofobia se había acabado con la llegada del virus! —sujetó mis manos en su pecho y sus piernas presionaron contra las mías cuando él intentó cerrarlas. Sabía que Terence le temía a las alturas, pero su particular forma de afrontar este miedo me parecía maravillosa.

   —Cariño… —fingí un acento mucho más afeminado del que acostumbraba a usar—. Hacen falta dos virus zombies, tres bombas nucleares y cuatro apocalipsis bíblicos para erradicar la homofobia de nuestro planeta —me reí cuando él estalló en carcajadas por mi pésima actuación.

   —¿Acabas de llamarme cariño?  

Me incliné un poco, para meter la cabeza en la curvatura que formaban su cuello y su hombro.

   —Sí… —susurré—. Acabo de llamarte cariño.

Él acarició mis manos.

   —Creo que eres el mejor novio que recuerdo.

Alcé una ceja.

   —¿Recuerdas a algún otro?

   —No, la verdad —se rió—. La vida en E.L.L.O.S no era la mejor vida para tener novios. Ya sabes, los entrenamientos, los castigos, las cicatrices, las misiones, los secuestros y los… —se detuvo—. Todo eso espanta a los chicos —soltó un suspiro—. Y supongo que nadie querría tener un novio asesino.

   —Oye… —le detuve—. Para con eso… —me aferré todavía más a él cuando la velocidad en la que descendíamos aumentó. No debía faltar mucho para aterrizar—. ¡Estamos en el aire! ¡No te lamentes por cosas del pasado ahora! —besé su mejilla. Sabía que éste era un tema que debíamos hablar, algo que le molestaba tanto a él como a mí. Sabía lo que le causaba e imaginaba la crisis por la que debía estar pasando ahora mismo. Pero no era momento, no antes de una guerra—. Además, yo habría sido tu novio de todos modos.

Él sonrió, volteó su rostro y me besó en los labios. El escalofrío que se disparó por mi espalda se mezcló con las náuseas por estar a tantos metros sobre el suelo y la adrenalina del descenso. Fue una sensación fantástica.  

 

 

   —Despierta, cariño… —abrí los ojos y, por unos segundos, sólo miré cómo los hombres, que estaban sentados frente a mí, en una banca dentro del camión en el que viajábamos, temblaban por un frío que yo no sentía. Entonces me percaté de que Terence me abrazaba y me tenía encogido y atrapado entre sus rodillas y su pecho. Hundió la cabeza en mi hombro—. ¿Dormiste bien? —preguntó.

  —Ya basta, joder —gruñó Scorpion, que estaba sentado frente a nosotros sobre el suelo del camión, a pesar de que había lugar todavía en las bancas—. Si tengo que mirarlos por un sólo segundo más, cagaré unicornios.

   —Mira para otro lado, entonces —respondió Terence y me abrazó más fuerte.

   —Miraría para otra parte, pero ustedes tapan toda la puta visual con su jodido espectáculo.

   —Ya, ya, Scorpion —Anniston interrumpió la discusión antes de que se transformase en una pelea—. Tú también, chico. Calma, los dos. No es momento para esto —El médico de los cazadores, quien estaba sentado a nuestro lado, estiró las piernas y se relajó—. ¿Dormiste bien, Reed? —me preguntó mientras bostezaba.

Asentí con la cabeza y me acomodé entre los brazos de Terence para mirar al hombre.

   —Mejor que anoche —bromeé—. ¿Cuánto dormí?

   —Una hora, más o menos… —Anniston buscó algo en el bolsillo de su pantalón y no tardó en sacar un cigarrillo arrugado—. Tú y Branwen son los únicos que han podido pegar ojo durante el viaje. ¡Bien por ustedes! —me hizo un gesto de cabeza para que mirara a Cuervo, que dormía plácidamente con la cabeza apoyada contra el hombro de uno de sus cazadores—. Joder, no tengo fuego —gruñó—. ¿Tienes fuego, Scorpion?

   —¿¡Eh!? ¿Vas a fumar aquí, viejo? ¿Quieres hacernos explotar?

   —Anda, hombre, no exageres —Un encendedor voló por los aires y golpeó contra la lata que estaba a nuestras espaldas. Calmadamente, Anniston estiró el brazo para alcanzarlo y encendió su cigarrillo—. Gracias.

Terence suspiró.

   —Dios, ¿cómo es que lo aguantas? —preguntó y, a pesar de que en su voz noté que era una pregunta seria, no pude evitar reírme al oírla—. No te burles, Reed. En serio. Anniston, pareces un buen tipo. ¿Por qué estás con gente como ellos?

   —¿Cómo ellos? —repitió Anniston.

   —Hombres malos... como Scorpion.

   —No hay malos hombres en este camión —contestó el médico y le dio la primera calada a su cigarrillo—. Sólo humanos que se equivocan.

Esta vez fue Terence el que se rió.

   —Vamos. ¿No eres demasiado amable al llamarlo humano?

Anniston resopló y exhaló el humo que había estado guardado por algunos segundos en su boca.

   —No creas que soy amable. Sólo comprendo circunstancias que ustedes, jóvenes, jamás van a entender. Además, ¿qué les hace pensar que yo sí soy una buena persona?

   —Pareces distinto.

    —No soy distinto a Cuervo, a Scorpion, o a cualquiera de los hombres con los que trabajo.

   —Si este es tu trabajo, Scorpion debe ser un jefe terrible —me burlé.

   —Créeme, he tenido peores. Pero vamos, chicos. ¿En serio seguiremos hablando de esto?

Me reí.

   —Claro que no.

   —¿Por qué no me hablas de ti, Reed? —Anniston soltó otra bocanada de humo y luego se inclinó hacia nosotros—. ¿Tienes dos hermanas, ¿no? —susurró, como si preguntara por un asunto secreto—.  ¿Ellas también tienen…ya sabes, ese don en la sangre?

Sonreí. Claro que sí. Como cualquier médico, Anniston no desaprovecharía la oportunidad de sacarme toda la información posible respecto a mi sangre. Le había visto bastante interesado a pesar de que no habíamos mantenido mucho contacto, salvo por algunos encuentros casuales en los pasillos en los que, generalmente, se acercaba a realizarme preguntas extrañas como cuántas veces había sido mordido o cosas así. Anoté mentalmente dejarle experimentar conmigo cuando la pelea con Cobra terminara. De todas formas, estaba seguro de que en cualquier momento Morgan y él formarían una alianza para obligarme a hacerlo.

   —Dania sí lo tiene, eso ya lo sabes. Y Ada…ella no es mi hermana, es mi sobrina y la verdad no creo que ella…

   —¿Tienes más hermanos, entonces? —me interrumpió. Comenzaba el interrogatorio.

   —Tenía una hermana. Hermanastra, para ser precisos. Ella fue mordida e infectada así que…

   —¿Esa hermanastra, la pequeña y tú, eran hijos de la misma madre?

   —Sí.

   —¿Tú y la niña son hijos del mismo padre?

   —Sí —contesté.

   —Entonces la cura estaba en la sangre del padre —musitó, como si hablara para sí mismo y no hacia nosotros. Le dio la última calada a su cigarrillo y exhaló todo el humo de golpe—. ¿Qué pasó con él?

   —Él… murió cuando yo tenía cinco años, poco antes de que Dania naciera. Un accidente —me sentí incómodo.

   —¿Qué clase de accidente?

   —Yo, eh…  

   —¿No crees que estas preguntas van demasiado lejos, Anniston? —interrumpió Terence, gracias a Dios. Ya comenzaba a ponerme nervioso—. Tuviste familia alguna vez, ¿no? Deberías entender que es incómodo hablar de seres queridos que ya no están.

Anniston se encogió de hombros, pero asintió con la cabeza.

   —Lo siento. Tienes razón —me revolvió el cabello a modo de disculpa y luego le dio una palmada en el hombro a Terence—. No entiendo mucho de familias ya que jamás tuve una. Ya sabes, el trabajo en E.L.L.O.S…

Solté una risita.

   —Él lo entiende, créeme… —reí, para bajarle los humos a la situación y restarle importancia a lo que había pasado—. Está bien, Anniston, podremos hablar de esto más adelante. Recuerda tomar algunas muestras de mi sangre cuando volvamos.  Quién sabe, quizás Morgan, Aiden, y tú logren obtener información importante.

Él sonrió.

   —Claro que sí, chico.

El camión descendió su velocidad; primero fue algo de lo que apenas me percaté y, luego, se hizo más perceptible para todos los que estábamos ahí cuando el motor lentamente dejó de hacer ruido. Nos detuvimos. Eso sólo podía significar una cosa.

Las voces y conversaciones animadas cesaron y todos guardamos silencio. Calladamente, el hombre que había servido de almohada para Cuervo durante todo el viaje le despertó con cuidado:

   —Cuervo… —susurró, mientras lo zamarreaba suavemente—. Estamos cerca.

Cuervo abrió su único ojo y su mirada se quedó anclada a la mía, seguramente la primera persona que vio. Estábamos el uno frente al otro. Algo extraño ocurrió en ese momento y vi en esa mirada un mal augurio, un mal presentimiento, algo que me revolvió el estómago y me hizo sentir enfermo. Pero duró apenas unos segundos.  

   —¿Están todos listos? —bostezó.

Nadie dijo una palabra y sólo se escuchó un gemido, una especie de gruñido de afirmación junto a algunos asentimientos de cabeza que apenas fueron distinguibles en la oscuridad del camión. No había ánimos de guerra, incluso para los cazadores, que amaban el caos. En lo personal, jamás estaré listo para una guerra, ni para esta, ni para todas las que estaban por venir.

Las puertas del camión se abrieron silenciosamente y un trueno en el cielo oscuro iluminó los rostros de Teo y Yü.

   —Estamos a dos kilómetros de la guarida de Cobra… —informó Yü, sus rasgos orientales eran apenas visibles por la capucha que traía puesta. Cubrí mi cabeza con el gorro de mi sudadera y subí mi pañuelo para cubrirme boca y nariz. Luego, aseguré el rifle a mi espalda. Tan sólo una chica de La Resistencia y yo traíamos francotiradores. Ella me miró a los ojos cuando nos cruzamos y asintió con la cabeza, como si ambos pensáramos exactamente en lo mismo: íbamos a tener una responsabilidad muy grande por cubrir.

   —Toma… —Teo se me acercó y me entregó un radio—. Nos mantendremos en contacto —pasó de mí y le entregó uno a Scorpion también—. Nos separaremos en grupos y cubriremos todas las esquinas —ordenó, lo más bajo posible a pesar de que en esa calle no había nadie más que nosotros—. Atacaremos primero, los refuerzos deberían llegar en un rato.

   —Bien… —me agrupé junto a Terence, Aiden, Ethan, Amy, Eobard, Caleb y Dominique, el hombre de La Resistencia que habíamos oído discutir en el pasillo con su esposa. El resto se dividió en equipos con semejante cantidad de integrantes y, en total, éramos unos veinticinco. Sin decir una palabra, y sólo a punta de señas y gestos, nos dividimos por toda la calle y comenzamos a andar lo más silenciosamente posible. La lluvia no cedía y eso era bueno, porque les dificultaría la vista a ellos en caso de encontrarnos con un puesto de vigilancia.

  —Recuerden, chicos… —Mi radio no tardó en sonar y la voz de Teo se volvió a oír en él—. El escuadrón Cobra tiene muchos francotiradores. Bell, Reed, ustedes serán nuestros ojos desde ahora.

   —H-Haré lo que pueda —se escuchó al otro lado de la línea. Tragué saliva.

   —Les cubriré la espalda —dije—. Cambio y fuera.

La caminata continuó. Como era de esperarse, el grupo de Bell y el mío caminaban detrás de los demás, para cuidarles las espaldas y adelantarnos a ellos con las miras de nuestras armas. Gracias a esta formación, teníamos varios metros cubiertos.

   —Eh, —Di un respingo cuando oí la voz de Scorpion por el radio.

   —¿C? —le susurré a Terence.

   —Cuervo —Se encogió de hombros—. Es más fácil llamarnos por las iniciales, ¿no crees, R?

Quise reírme, pero me contuve.

   —Te escucho, S. —El radio volvió a sonar.

   —Nuestra chica acaba de ver una horda cerca de tu posición. Diez, no debería ser problema para ti —miré por la mirilla de mi rifle para comprobar la información. Efectivamente, cerca del equipo comandado por Cuervo, un grupo de muertos deambulaba perdido.

Miré hacia el otro grupo.

   —Lo tengo —respondió Cuervo.

Tomé el radio.

   —T, otra horda se acerca por tu izquierda —dije—. Ocho muertos.

   —No veo una mierda con esta niebla, pero lo controlaremos. Gracias R.

Corté la comunicación y sonreí.

   —Creo que me agrada esto de las iniciales —dije.

   —Sabía que iba a gustarte —rió Terence.

No se escuchó ni un sólo disparo. Para acabar con los muertos, debíamos usar los cuchillos; era lo más lógico y económico ya que estábamos justos de municiones, o, mejor dicho, planeábamos ocuparlas todas en el rescate de Steve. Y no oír balas significaba que todo estaba bien y que nadie había sido mordido. Esperaba no tener que usar mi sangre hoy.

Iniciamos el cruce por una avenida, una gran y ancha calle rodeada de edificios maltrechos que, a simple vista y gracias a la neblina que lo cubría todo, parecían grandes fantasmas borrosos y móviles. Un trueno iluminó el cielo durante un segundo y el ruido ensordecedor que le siguió pareció hacer eco entre las construcciones. Di un respingo, pero enseguida me obligué a retomar la compostura. Tan sólo eran truenos, nada más.

   —¿Cuánto falta? —pregunté, al aire.

   —Hemos caminado aproximadamente un kilómetro —contestó Aiden—. Diría que estamos justo a mitad de… —calló cuando nuestro radio emitió un sonido de estática. Alguien habló:

   —Aquí —murmuró la voz. Era Jesse, él comandaba uno de los grupos que iban delante de todos—. Veo un puesto de avanzada a lo lejos, ¿qué pueden ver los francotiradores? —obedecí inmediatamente y miré por el rifle. A lo lejos, noté un par de vehículos y algunas siluetas que se movían en medio de la calle y que no parecían muertos. Debían ser hombres de Cobra.

   —Aquí Campanita dice que ve diez personas —susurró la voz de Scorpion.

   —Doce —dijo Ethan, quién aparentemente no necesitaba de un rifle para alcanzar a esos hombres con la vista.

Presioné el botón del radio para hablar.

   —Quince —aseguré—. Hay tres francotiradores en los edificios.

   —Mierda, cúbranse —ordenó la voz de Teo—. Agáchense, no dejen que los vean —Todos obedecimos.

   —¿Qué haremos? —pregunté y me sentí nervioso. A pesar de que ellos eran menos, estábamos en desventaja. Sus francotiradores estaban en lugares altos, tenían una buena perspectiva y, según lo que dijo Teo, eran hombres entrenados. Si ellos nos veían ahora, y si considerábamos la distancia a la que nos encontrábamos y el paso al que nos movíamos, fácilmente podrían acabar con la mitad de nosotros antes de que alcanzáramos su puesto de avanzada.

   —Dame el radio, Reed —pidió Ethan. Se lo entregué inmediatamente—. Chicos, tengo una idea.

   —¿Quién es? —preguntó Teo.

   —Soy Ethan, escuchen…

   —No, no lo escuchen. Siete de cada diez planes de este idiota terminan mal.

   —Cállate, Noah —gruñó Ethan y sólo obtuvo una risita como respuesta al otro lado de la línea, lo que le dio pie para continuar—: Sé que sonará extraño, pero podría distraerlos.

   —¿De qué hablas, Ethan? —le susurró Aiden y le tiró del brazo.

   —Shhh. Confía en mí —volvió a tomar el radio para hablar—: Como la mayoría sabe, estoy infectado. Puedo recibir varios disparos, además de que puedo saltar más alto y correr más rápido. Está bien… sé que no parece la mejor idea del mundo, pero propongo un ataque frontal.

   —¿¡Ataque frontal!? —Por el radio, se escuchó la voz de Eden, que normalmente se oía calmada, a punto de gritar—. ¿¡Estás loco, Ethan!? Está bien, eres un infectado. Pero tienen francotiradores, ¿recuerdas? Si ellos alcanzan tu cabeza…

   —La idea es que no lo hagan —interrumpió él—. Correré como un loco hacia ellos para generar una distracción, entonces nuestros francotiradores cogerán a los suyos y lo demás es pan comido.

   —¿No estás confiado demasiado en Bell y Reed? —interrumpió Teo por el intercomunicador.  

Ethan me miró un segundo, y luego sonrió.

   —No sé cuánto confías en tus soldados, Teo. Pero yo estoy seguro de tener al mejor francotirador del mundo conmigo.

Por alguna razón, mis mejillas ardieron hasta que las sentí rojas.

Teo suspiró.

   —Está bien, si nadie tiene una idea mejor…hagámoslo.

La estática marcó un silencio que duró alrededor de cinco segundos.

  —Bien —La voz de Scorpion se volvió a oír—. Iré contigo.

  —Y yo —dijo Cuervo. 

Terence me quitó el radio.

   —Yo también iré.

   —¿Qué? —susurré y le quité el aparato de las manos—. ¿Estás loco?

   —Tengo que ir, ellos necesitarán más gente ahí —se aseguró de que sus armas estuviesen cargadas y me dio un beso en la frente—. Además, sé que cuidarás de mí—se apartó de mí y corrió junto a Ethan hacia donde el resto de los voluntarios y potenciales suicidas se habían agrupado. Un dolor, que no era más que pura angustia, me estrujó el pecho hasta hacerlo doler y disparó mi pulso. Que Terence estuviera metido en este lunático plan de Ethan cambiaba significativamente las cosas. Terence no estaba infectado, él podría morir de un disparo fácilmente.

Debía esforzarme.

Tomé el radio nuevamente.

   —Aquí R. Buscaré un lugar alto para disparar mejor. Deberías hacer lo mismo, Bell.

    —L-Lo haré —balbuceó la chica, que se oía nerviosa a través del intercomunicador—. Cambio y fuera.

Corrí hacia un edificio de apartamentos, tiré la puerta de entrada y me encontré frente a frente con un muerto que intentó alcanzarme, pero me escabullí y rodeé el mesón de recepción mientras buscaba el cuchillo que llevaba atado a mi cinturón. Me alcanzó y forcejeamos, pero finalmente logré clavarle el arma en la frente.

   —¿¡Qué!? —Apenas había rematado al muerto cuando algo tiró de mi pantalón. Otro de ellos, uno que era notablemente más antiguo; una cosa que apenas tenía forma humana y que parecía estar pegado al suelo, me intentó alcanzar. Quité el cuchillo de la cabeza del primer muerto y no tardé en acabar con el otro, pero el susto que me había dado me hizo caer al piso—. ¿Qué… demonios? —Una ráfaga helada subió por mi espalda cuando noté que él traía su ropa de trabajo; un uniforme de conserje que seguramente llevaba puesto el día en que lo mordieron. El monstruo, ahora ya sin vida, estaba en los huesos y le habían cortado ambas piernas. Su torso literalmente estaba anclado al suelo. Lo habían clavado con estacas de fierro que formaban pequeñas grietas en la madera del piso. Debía llevar años ahí. Incluso hierba había comenzado a salir de él.

Volteé la cabeza hacia un lado cuando el olor a muerte; ese hedor ácido y picante, me golpeó en la cara y cuando noté que sus piernas estaban a unos dos metros de él. Entonces me di cuenta de que seguramente él mismo se las había arrancado al intentar moverse. Vomité.

Jamás iba a acostumbrarme a esto.  

Me reincorporé y, aún con las náuseas en mi garganta, subí mi pañuelo hasta la nariz y corrí escaleras arriba. Había hecho los cálculos y debía llegar al octavo para tener una buena visual. En el camino vomité otras tres veces.

Cuando llegué al octavo nivel, abrí la puerta de una habitación y corrí hacia la ventana para romper sus protecciones de madera y apoyar mi rifle en el marco. Me posicioné y, una vez puse el ojo en la mirilla, las figuras de los hombres del puesto de avanzada se hicieron notablemente más claras. Sí eran hombres de Cobra, de eso no cabía duda; los cazadores por lo general poseían algo, un aura, una especie de marca que estaba más allá de las distinciones propias que tenían. Eran hombres reconocibles, de una forma que me era difícil de entender. Todos y cada uno de ellos, sin excepciones, tenían la marca de alguien que había asesinado, de alguien que había hecho mucho daño y de alguien que había sido tocado, en mayor o menor grado, por el caos y la maldad más pura. Esa marca les diferenciaba de los demás y hacía que los otros, esa gente que también mataba pero que no había sido entrenada para hacerlo y tampoco vivía por ello, les temiera. Esta reflexión me hizo recordar la historia de Caín en la biblia; el hijo de Adán que mató a su propio hermano y que, como castigo, fue rechazado y marcado por Dios para que el resto de los hombres no se le acercara y temiese de él. Pensé en Cobra; él era una especie de Caín y Scorpion y Cuervo, junto a sus propios cazadores, también lo eran. Todos tenían la marca.

Sin quererlo, el rostro de Terence acudió a mi mente; sus ojos, su frente, sus labios y su mirada. Él... No, Cross también estaba marcado.

Tomé el radio. No podía perder la concentración ahora.

   —Los tengo en la mira —dije—. Hay dos francotiradores en mi campo de visión.

   —Yo veo al tercero —susurró la voz de Bell al otro lado—. Y a los otros dos también logro verlos, aunque no muy bien.

Estática. Dos, cuatro, ocho... diez segundos.  

   —Bien —dijo la voz de Ethan, por fin—. Vamos a atacar —moví la mira y los busqué; Ethan, Cuervo, Scorpion y Terence se escabullían sigilosamente hacia los hombres que estaban en tierra y que estaban rodeados y protegidos por tres vehículos, de tal forma que sólo el frente estaba libre. Si Ethan quería causar un escándalo, entonces aparecería por ahí.  

Tragué saliva y volví la vista hacia los francotiradores. Debía ser más rápido que ellos.

Oí un disparo y esa fue la señal, el hombre que tenía en la mira también lo escuchó e inmediatamente tomó su rifle e intentó apuntar. En ese momento disparé. El cazador cayó al suelo.

Solté el aire que inconscientemente había contenido en mi garganta.

Apunté hacia el segundo francotirador y, cuando estaba a punto de dispararle, algo me obligó a detenerme y a mantenerme inmóvil en mi lugar sin poder presionar el gatillo. Sentí un escalofrío y una presión contra mi nuca. Alguien me apuntó con un arma.  

   —¿Qué crees que haces? —preguntó una voz gruesa y que me erizó la piel. Me quedé callado, sin saber qué hacer. ¿Debía soltar el arma y rendirme? ¿Debía intentar moverme y dispararle primero? No, sólo tenía el rifle en mis manos y aún no me acostumbraba a usarlo en distancias cortas. Tenía que usar el cuchillo y probar con un ataque directo. Quise soltar el rifle y mover la mano hacia mi cinturón, pero él presionó más fuerte con lo que sea que me amenazaba—. ¡Ni lo pienses! —gritó—. Pregunté que qué crees que haces.

   —¡Le dieron a Ethan! —La voz de Terence saltó por el radio y me produjo un escalofrío—. ¿Hombre, estás bien? ¡Que alguien le dé a ese francotirador! —gritó.

   —¡Y-Yo me encargo! —tartamudeó Bell.

Tenía que intentarlo. Les dije que les cuidaría la espalda.

 Volteé rápidamente, saqué el cuchillo de su funda e intenté lanzarme sobre él, pero cuando iba a alcanzarlo, la punta de una lanza puso distancia entre nosotros y presionó sobre mi cuello. Sentí que me abrió la piel y formó una pequeña herida que no tardó en empezar a sangrar. Me quedé inmóvil, otra vez. Un hombre encapuchado estaba a punto de atravesarme la garganta.

Levanté las manos en son de paz y oí más disparos fuera. Apreté los ojos y, por un momento, deseé que todo esto fuese un mal sueño, una fantasía de mi imaginación que se anticipaba a la peor situación posible. Pero esta era la realidad y esta era la peor situación. Estaba a punto de ser asesinado por un extraño mientras oía a mis compañeros luchar afuera. Debía ayudarles.  

   —Escucha… —comencé, estaba alterado, me temblaba la voz y empecé a hablar muy rápido—. Sé que te parecerá raro, pero mis amigos están en peligro justo ahora y necesito ayudarles. Lo siento si entré a la fuerza aquí, no creí que este lugar estaría habitado, pero necesitaba un sitio alto para apuntar y… —El hombre bajó el arma y cubrió su oído derecho con una mano.

   —Calla, niño. Hablas muy alto —masculló.

   —¿N-Niño? —me sentí indignado, pero el miedo en mi garganta no me dejó demostrarlo.

   —Escúchate, te tiembla la voz como a la de un niño. Estás a punto de llorar… —El hombre dejó el arma a un lado—. No vale la pena matarte, ¿verdad?

   —Créeme que perderías mucho si me matas. Soy uno de los buenos —dije, sin bajar las manos todavía, pero empuñé el cuchillo con todas mis fuerzas en caso de que él me atacara de nuevo. Aunque supuse que no lo haría; ese hombre debía verme muy inofensivo o tener mucha confianza en sí mismo para no arrancarme el arma de las manos todavía.

   —¿De los buenos, ¿eh? —Se quitó la capucha y continuó hablando, pero su voz se hizo incomprensible a mis oídos y mi corazón casi se sale de mi pecho al verle el rostro—. ¿Disparas en mi ventana y te haces llamar de los buenos? Tienes un curioso concepto de bondad —Ese hombre era un fantasma, una visión o algo parecido. Su imagen era una memoria; algo que me hizo soltar el cuchillo y llevarme las manos a la boca para callar un grito. Tenía la piel morena y unas distinguibles ojeras, de esas que relacionamos inmediatamente con la gente árabe o de la india. Su cabello era negro y ligeramente rizado y sus ojos, aunque distintos, mucho más claros y con una capa blanquecina sobre ellos, tenían la misma forma.

Me temblaron las rodillas. Conocía ese rostro. No, no era el mismo rostro que conocí, pero la familiaridad me devastó y me lanzó en medio de un huracán de recuerdos e imágenes de mi pasado.

«David; mi hermano, mi padre y amigo durante estos cinco años. El hombre que me salvó la vida...»

   —R-Radhav… —balbuceé y mi voz salió más temblorosa aún y delató mi estado: confundido, revuelto y al borde de las lágrimas, por alguna razón.

Una expresión indescifrable se dibujó en la cara del hombre.

   —¿Cómo…?

   —¡Reed! —La voz de Terence interrumpió y me tiró nuevamente hacia la realidad—. ¡Reed! ¿¡Estás ahí!? ¡Necesitamos ayuda! —miré al hombre y luego al rifle. Tenía que volver. Di media vuelta y tomé una vez más. Los tres francotiradores ya habían sido abatidos, pero abajo los chicos y los cazadores tenían montada una verdadera batalla. Enfoqué mi vista en Ethan, tenía levantado a un hombre por el cuello y lo lanzó contra uno de los vehículos con tanta fuerza que el cuerpo dejó una abolladura. Le disparé a otro cazador que había estado a punto de dispararle.

Moví la mira y le disparé a un hombre que le apuntaba a Terence por la espalda. Los chicos habían roto cualquier formación y habían dejado algunos puntos ciegos, así que seguí disparando, aunque sólo en los casos que me parecieron de peligro y necesarios. Estábamos cerca de la guarida de Cobra, ellos podrían oír las balas.

En la mira, el rostro del último cazador vivo se hizo más grande a mi vista. Pude ver su expresión cuando notó que le había marcado. Puro miedo.

Disparé, el cazador cayó al suelo y, cuando lo hizo, las palabras del hombre que tenía detrás, y a las que no le había tomado atención por el impacto de su parecido con David, calaron en lo más profundo de mí. ¿Este era mi concepto de bondad?

Inmediatamente vi a los chicos a salvo, volví mi mirada hacia el hombre de la lanza. No lo vi ahí. ¿Dónde había ido? Ni siquiera le oí moverse, estaba seguro de que había estado detrás de mí todo este tiempo. Tomé mi rifle, mi cuchillo y bajé las escaleras con toda la velocidad que mis rodillas, que temblaban aún, me permitieron. Llegué al primer piso en segundos y abrí la puerta. ¿Dónde? ¿Dónde se había metido? Empecé a buscarlo frenéticamente por toda la calle. ¿Dónde fue?

¿Había sido una alucinación?

   —¿Estás bien, Reed? —Alguien me habló, pero no lo tomé en cuenta y continué mi búsqueda. Imposible. ¿Cómo se había marchado tan rápido? Debía hablar con él, necesitaba saber quién era—. Reed, ¿qué ocurre? ¡Reed! —Terence me zamarreó.

   —¿Lo viste? —pregunté.

   —¿A quién?

   —¡Al hombre que se parece a David!  

Él encarnó una ceja.

   —¿De quién demonios hablas?

   —Yo… —El resto de los chicos volvió con nosotros y alcanzó a oír algo de mi relato—. Un hombre me atacó… es decir, creo que yo entré a su refugio sin preguntar y me atacó por precaución, pero, ese hombre…yo —me sentía confundido. ¿Acaso todo había sido una alucinación? ¿Cómo alguien iba a aparecer y desaparecer así de rápido? Bajé el volumen de mi voz ante las miradas incrédulas—. No es nada. Ya se fue, seguramente los vio y creyó que se metería en problemas, así que huyó.

Pero entonces caí en cuenta que el hombre no pudo haber visto nada; la capa lechosa que vi en sus ojos cuando le miré no debería permitirle ver nada. Ese hombre era ciego, estoy seguro. ¿O acaso también fue una alucinación? No tenía sentido que una persona así viviera tanto tiempo.

Llevé las manos a mi pecho para intentar recuperar el aire.   

   —¿Esa herida en tu cuello…? —preguntó Terence. Miré la herida y entonces, me estremecí. Todavía sangraba. No, no fue una alucinación. Todo lo que ocurrió en el octavo piso de esos apartamentos era cierto. Dios, no podía ser.

   —N-No es nada… —balbuceé e intenté tranquilizarme; contener mis emociones y buscar mil y unas explicaciones lógicas que no tardaron en asaltar mi cabeza para consolarme. Seguramente yo vi mal, seguramente ese hombre no estaba ciego y tampoco se parecía David. Tal vez vi tan sólo lo que mis ojos querían ver—. Fue la lanza del hombre que me atacó… —Terence me abrazó—. Estoy bien, en serio —repetí para calmarlo a él y a mí mismo.

Estaba cansado, estaba nervioso y ansioso por la pelea contra Cobra. Probablemente mi subconsciente me jugó una mala pasada.

Nos reagrupamos y al cabo de unos pocos minutos retomamos la marcha. Personalmente, a pesar de que todos los cazadores del puesto de avanzada estaban muertos, temía que alguno de los hombres de Cobra hubiese oído los disparos, así que intenté dejar todo el episodio de los apartamentos atrás y prepararme para lo peor. Fuera lo que fuese a pasar, ya estábamos casi en las puertas de esta guerra. No había marcha atrás.

   —¿Seguro que estás bien? —le preguntó Dominique a Ethan, mientras le entregaba una botella con agua. Le habían dado en un brazo y Anniston junto a Morgan habían controlado rápidamente el sangrado, por lo que no había nada por qué preocuparse, salvo por una cosa. Miré al pelinegro a los ojos: los tenía más oscuros y sus pupilas estaban más dilatadas. Ya lo había visto así antes; esos ojos... era la mirada de un infectado. Me estremecí, porque entendía que cuando él se veía así significaba que, de alguna forma, había perdido un poco el control. Pero mientras él se mantuviera consciente de sí mismo, todo estaba bien.

   —No te preocupes, hombre —rió Ethan y recibió la botella—. Estoy bien.  

El radio que traía emitió un ruidito una vez más.

   —La entrada al viejo bulevar comercial —anunció la voz de Cuervo—. Cubierto de enredaderas. Sí, creo que hemos llegado. ¿La tiramos abajo y entramos a lo grande o la forzamos silenciosamente?

No hubo respuestas hasta que todos nos reunimos en la entrada.

Morgan y Anniston, que habían caminado juntos durante todo el trayecto, cruzaron una mirada y parecieron optar por la opción más lógica.

   —Creo que… —comenzó el médico de los cazadores—. Podríamos dejar de ser escandalosos por un día y entrar ya saben, como ninjas.

   —Ninjas… —Cuervo se encogió de hombros y balanceó peligrosamente el arma que tenía en las manos cuando realizó la acción—. Me parece bien —tomó su cuchillo y comenzó a cortar la maleza que cubría y camuflaba la puerta. El resto le imitamos e intentamos ser lo más silenciosos posibles. La lluvia todavía caía a cántaros y yo estaba calado hasta los huesos y hasta los nervios, porque sí, a estas alturas, los nervios también podían empaparse. Pero el sonido de las gotas contra el asfalto le daba cierta impunidad a cualquier movimiento torpe o demasiado ruidoso que alguno de nosotros pudiese cometer en una equivocación. Eso me dejó más tranquilo.

Cuando terminamos de limpiar, Yü y Teo se encargaron de forzar la puerta. Una vez adentro, mi imaginación me trasportó hacia siete u ocho años atrás, al tiempo en que la gente disfrutaba de una aburrida tarde de compras y caminaba durante horas y horas por bulevares como este, para elegir la camisa más bonita, la mejor corbata o las zapatillas más cómodas. Eran trivialidades a las que estaba acostumbrado. Yo también fui parte de ellas en algún momento. Me vi a los diez años en un centro comercial como este junto a mi madre, dos días antes de mi cumpleaños, en búsqueda de mi regalo. En ese tiempo quería una videoconsola, aunque sólo conseguí un balón de futbol.

Iban a pasar muchos años antes de ver nuevamente a madres recorrer centros comerciales junto a sus hijos para comprarles sus regalos de cumpleaños. Y en el fondo, agradecía eso.

   —¿Creen que haya aún zapatillas en esa tienda Nike? —preguntó un chico de La Resistencia en una carcajada. Todos nos reímos con él, en voz baja. Si quedó algo alguna vez aquí, de seguro los hombres de Cobra ya lo habían tomado.

Las escaleras automáticas, quietas y polvorientas, eran la única forma de subir al segundo piso y me recordaron los horribles atochamientos que se formaban en ellas durante la semana previa a navidad. El desastre se había llevado grandes cosas con él y una de ellas eran los centros comerciales, gracias a Dios.   

Esta área del bulevar parecía abandonada, así que decidimos subir para obtener un mejor panorama y trazar un plan desde allí. Sin decir una palabra y tan sólo con gestos, nos organizamos para formar varios equipos. Un grupo subiría las escaleras mientras que los otros se dispersarían para rodearlas y vigilar que nadie asomara por los pasillos o la entrada.

Nuestro grupo debía ser el primero en subir.

Pero nadie llegó a tocar un escalón.

Se escuchó un disparo. Un cuerpo cayó al suelo y tuve que voltear para mirar a los grupos que estaban tras nosotros. El que había caído no estaba en nuestra fila.

   —¡No, no, no! —Scorpion y Cuervo corrieron y pasaron entre los demás hombres que, automáticamente, formaron una especie de callejón para ellos que los dirigió directamente a la persona herida. Al ver al hombre abatido, sin pensarlo, avancé yo también en esa dirección—. ¡Anniston! —Scorpion gritó y, enseguida, me buscó hasta que nuestras miradas se cruzaron—. ¡Dispara, Reed! —me ordenó. Fue la expresión pasmada en su rostro, los afilados ojos azules bien abiertos, el entrecejo completamente fruncido y una mueca de frustración formada por su mirada y su boca, la que me motivó a moverme. Era una expresión de pura ira y, por un momento, yo también me sentí enrabiado. Cargué el rifle sobre mi hombro y busqué por todo el segundo piso a la persona que había disparado, porque de ahí había venido el tiro. Habíamos estado a punto de subir directo a nuestra muerte.

Lo encontré; cabello rojizo y largo escondido bajo una capucha negra. Calzaba con la descripción de Cobra. Era lo único que necesitaba saber.

   —Te tengo, hijo de puta —susurré y vi por la mirilla que él también me apuntaba. Pero yo era más rápido.

Mis dedos rozaron el gatillo.

   —¡No! —Alguien me empujó y me hizo caer al suelo. Un disparo pasó por mi lado, silbó en mis oídos y dejó una imperceptible ráfaga de viento a su paso. Ethan cayó sobre mí, pero inmediatamente se levantó y nos arrastró lejos y a salvo—. No de nuevo.

   —¿¡Qué haces!? —le grité. Me había empujado y había impedido que le disparara al hombre que acababa de derribar a Anniston, al mismo hombre por quien habíamos venido aquí—. ¡Iba a darle!

   —¡Él había disparado primero! ¡Y la bala iba directamente a tu cabeza! ¡Ya perdimos a alguien en esta misma situación, no te perderé a ti esta vez! —me gritó de vuelta. Creí que se refería a Anniston, pero inmediatamente y, por la mirada que me lanzó, me di cuenta de que la pérdida de la que él hablaba dolía mucho más y que era una herida abierta de años.

Entonces recordé que ellos habían perdido a un francotirador. Y que yo tenía unos zapatos muy grandes que llenar.

Corrimos a ponernos a cubierto y nos refugiamos, en la misma tienda deportiva que habíamos visto antes, para escapar de la lluvia de balas que siguió a ese primer disparo.

Un hombre de La Resistencia cerró la puerta y entonces todos nos mantuvimos en un fúnebre silencio. Los cazadores habían formado un círculo alrededor de Cuervo, Anniston y Scorpion. Éste último tomó la cabeza del médico y la apoyó contra sus rodillas.

   —¡Denme una toalla o algo! —gritó, pero su voz estaba contenida, quizás para no alarmar al resto de sus hombres—. ¡Necesitamos presionar sobre la heri…!

   —Has aprendido bien, Scorpion… —le interrumpió Anniston. Cuervo recibió un par de camisetas empapadas en agua y se apresuró en ubicarlas sobre la herida; un agujero en el lado izquierdo de su pecho que no paraba de sangrar. Tragué saliva. De seguro la bala había pasado muy cerca del corazón—. Ambos lo han hecho.

   —Vas a resistirlo, hombre —le dijo Cuervo, con la voz temblorosa, y vi cierto pánico atravesar su rostro cuando notó que la sangre atravesaba la tela y traspasaba hasta sus manos que presionaban incansablemente sobre la herida—. ¡Alguien tráigame más camisetas! —Con ambas manos sobre la herida, Cuervo luchó por mantener la sangre contenida y observó con cierto horror como ésta se le escapaba entre los dedos.

   —Eres muy optimista, muchacho—balbuceó Anniston y su voz se oyó lánguida, pausada y entrecortada. Estaba cansado y le costaba respirar—. Pero soy médico, ¿recuerdas? Voy a morir, lo sé. Pero está bien —El hombre buscó con su mano el rostro de Cuervo hasta tocar su mejilla y la acarició torpemente. Este gesto pareció romper al cazador y vi lágrimas contenidas en el borde de su ojo y que iban a saltar en cualquier momento—. Eres un hombre justo y eres un buen guía, así que él y los demás estarán bien —sonrió. Oí sollozos y lamentos silenciosos en el ambiente. Los cazadores habían abierto su formación, quizás para que cualquiera que quisiese dedicarle unas palabras o una mirada se acercase al hombre que agonizaba sobre el regazo de su líder—. Al menos sé que ustedes dos podrán cubrirme. Quizás no logren formar ni la mitad de mí, pero van a arreglárselas —Anniston rió, y esa risa no tardó en transformarse en una sufrida tos, pero el comentario hizo a Cuervo sonreír.

Scorpion miró a Cuervo un segundo, pero luego su mirada, cargada de una inseguridad que nunca había visto en esos ojos, volvió a Anniston que ya comenzaba a empalidecer.

   —No digas tonterías, viejo —le dijo Scorpion—. Vas a vivir, vas a curarte, patearemos el frío culo de Cobra y saldremos de aquí. Seguirás trabajando con nosotros. No vas a librarte, cabrón.

Anniston estiró la mano hacia Scorpion, le dio un pequeño toquecito en la nariz con la punta de su dedo índice y palmeó su hombro tres veces, con lo que me pareció fueron las últimas fuerzas que le quedaban. Había visto la muerte muy de cerca y sabía cómo lucía una persona que estaba en sus últimos momentos. Justo así.

   —Haz las cosas bien, hijo… —fue lo último que le dijo el médico a su líder. Una petición simple y personal de la cansada voz de un padre que no era padre, pero que, sin embargo, representaba algo parecido para el hombre que lo sostenía y para todos los demás que estaban ahí, porque en cuanto su mano cayó del hombro de Scorpion, en cuanto Anniston dejó de existir, todo el mundo estalló en llanto.

Todos menos él. Scorpion no lloraba, pero su reacción me hizo estremecer. Las últimas palabras de ese hombre que lo llamó hijo parecieron penetrar esa coraza indestructible que él siempre llevaba consigo y vi en su rostro una emoción que no imaginé él podría llegar sentir; se mordió los labios, apretó la mandíbula y agachó la cabeza hasta topar su mentón contra el cabello del hombre que había trabajado junto a él por tantos años, el mismo hombre que lo consideraba humano cuando nadie más lo hacía y que lo había defendido frente a nosotros hace tan sólo unos minutos atrás.

Cuervo se levantó, soltó un grito de impotencia y fue recibido por algunos de sus hombres en abrazos consoladores, de esos que se dan entre familiares que han perdido al mismo ser querido.

 

Pero Scorpion se mantuvo ahí, en esa misma posición, durante casi cinco minutos.

Cuando levantó la mirada otra vez, supe que todo estaba a punto de estallar a niveles que no podía imaginar. Antes intenté prepararme para lo peor. Pero esto estaba mucho más allá de eso.

   —Quiero la cabeza de Cobra —dijo. Su voz ya no estaba contenida; estaba temblorosa, ronca y llena de rabia—.  ¡Voy a bañarme con su sangre y bailaré sobre su maldito cadáver!

 

Notas finales:

Estoy abierta a recibir comentarios, amenazas de muertes y alegatos de todo tipo :D xD ok no :C 

Noah tuvo un padre ausente (proximamente mencionará algo sobre eso) y jamás tuvo una figura paterna, así que sí, es acertado decir que él, de alguna forma, consideraba a Anniston una especie de padre. Y este proyecto humano al que llamamos Scorpion necesita ciertas pérdidas para crecer... 

Fuiste bueno, Anniston. Descansa en paz :'( 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas histéricas? ¿Comentarios de odio? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no muy lindo- review. 

Que tengan una linda semana (?) 

Nos leemos! 

Abrazos. 


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